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Revista Ciencia y Cultura

Print version ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult vol.27 no.51 La Paz Dec. 2023  Epub Dec 20, 2023

https://doi.org/10.35319/rcyc.2023511199 

ARTÍCULOS Y ESTUDIOS

El trabajo de campo y el trabajo de archivo. Experiencias investigativas para la historia de los municipios en México

Fieldwork and Archival Work. Research Experiences for the History of Municipalities in Mexico

Tatiana Pérez Ramírez* 
http://orcid.org/0000-0002-5929-9487

*Doctora y maestra en Historia por El Colegio de México. Maestra en Estudios Latinoamericanos y Licenciada en Ciencia Política por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Profesora-Investigadora adscrita al Seminario Académico de Historia Contemporánea de El Colegio Mexiquense. Candidata del Sistema Nacional de Investigadores y Perfil Deseable para profesores de tiempo completo, PRODEP Estudia la historia regional de la revolución mexicana e historia de los municipios, siglos XIX-XX. Contacto: tperez@cmq.edu.mx ORCID: https://orcid.org/0000-0002-5929-9487


Resumen

El estudio de la historia de los municipios implica sumergirse en la vida política y social local con una perspectiva de larga duración, que requiere del despliegue de diferentes metodologías junto al desarrollo de estrategias interdisciplinarias. En este escrito se considera al trabajo de archivo combinado con el trabajo de campo como herramientas necesarias que enriquecen el quehacer histórico sobre este tema. Se pone énfasis en ver el trabajo de campo como una actividad provechosa para el análisis municipal. En ese sentido, se describen algunas experiencias de campo en las cuales se advierten los obstáculos, las complicaciones y los riesgos cuando quien investiga es una mujer.

Palabras clave: México; municipios; trabajo de campo; trabajo de archivo; género

Abstract

The study of the history of municipalities involves immersing oneself in local political and social life with a long-term perspective, which requires the deployment of different methodologies together with the development of interdisciplinary strategies. This paper considers archival work combined with fieldwork as necessary tools that enrich the historical work on this topic. Emphasis is placed on viewing fieldwork as a profitable activity for municipal analysis. In this sense, some field experiences are described in which the obstacles, complications and risks are noted when the researcher is a woman.

Keywords: Mexico; municipalities; field work; archival work; gender

Fabiola Gutiérrez Gutiérrez

Óleo sobre tela/ 2022

“Ergo Nemo Vivit Purus Licet Eger Cun Egrotis” 

1. Introducción

La historia de los municipios en México es un tema que ha sido fuente de interés para los estudiosos desde distintas perspectivas: jurídica, politológica e histórica. El estudio del poder local y su relación con los diferentes niveles de gobierno es una problemática que nos conduce al análisis de la formación del Estado-nación mexicano (su centralización o descentralización) a lo largo de los siglos XIX y XX. Es interesante advertir que en algunos momentos se ha planteado que a mayor centralización del poder del Estado hay una pérdida del poder local (del municipio), y que a menor centralización hay mayor poder local. Esta discusión está vigente.

Si se revisan los trabajos de los historiadores e historiadoras, se pueden encontrar investigaciones enfocadas en el municipio a inicios del siglo XIX con la formación de los ayuntamientos constitucionales a partir de la Constitución de Cádiz de 1812. El efecto de esta legislación ha sido tema de debate historiográfico. La mirada favorable de los efectos de Cádiz la dio el historiador Antonio Annino al vislumbrar una “revolución territorial” de los pueblos y la obtención de mayor autonomía (Annino, 1995, pp. 177-226). La historiadora Alicia Hernández mostró una posición intermedia, según la cual se gestó una sociedad “biétnica” que dio origen al ayuntamiento “interétnico”. La lectura de los efectos negativos del establecimiento de los ayuntamientos consideró que éstos fueron los agentes destructores de “las antiguas formas de organización política” (Mendoza, 2004, p. 94). Aunque también una postura diferente vislumbró la trasposición entre modernidad y tradición, con énfasis en los cambios suscitados en la cultura política y el ejercicio del gobierno (Guardino, 2007, pp. 224-225). Por otro lado, algunos análisis destacaron la continuidad en las funciones de gobierno, ya que la organización política y la autonomía se venían dando desde el periodo colonial (Arrioja, 2008, p. 186-212; Mendoza, 2011, p. 61; Mendoza, 2004, p. 94)

Desde un análisis de la ciencia política, Mauricio Merino ubica al municipio como una institución superviviente y base de la organización del gobierno. Según esto, los gobiernos locales sostuvieron al país en el periodo de inestabilidad política, pero eso se modificó en la medida en que el Estado mexicano se fortaleció. Este proceso se puede rastrear desde la mitad del siglo XIX hasta las primeras décadas del siglo XX, cuando la revolución mexicana “completó la derrota municipal”. Lo singular de este fenómeno es que paulatinamente el municipio fue perdiendo poder y con el paso de los años se convirtió en un “gobierno perdido” porque dejó de mantener su autonomía política y su libertad económica (Merino, 1994, p. 420).

La visión de Merino puede matizarse si se revisan algunos trabajos de corte histórico. En ese sentido se encuentran los planteamientos del historiador Bernardo García Martínez, quien publicó una base de datos donde se muestra una línea de continuidad de los rasgos funcionales de los señoríos prehispánicos, los pueblos coloniales y los municipios actuales. Según esto, se entiende que el gobierno local, heredado del periodo colonial, se mantuvo en la vida política del siglo XIX y se reconoció constitucionalmente en 1917 en virtud de su continuidad funcional. Así, el “municipio libre” como denominación nació en el siglo XX y a partir del artículo 115, pero como unidad básica funcional tiene una larga historia (2012, pp. 5-16). Claro está que García Martínez vislumbraba las diferencias regionales.

Para ilustrar estas variaciones en las regiones del país, es pertinente traer a colación el trabajo del historiador Luis Aboites Aguilar (1998), quien en sus estudios sobre el Norte y la administración del agua municipal sustenta la tesis de la pérdida de las atribuciones del municipio ante el gobierno federal. De acuerdo con ello, la centralización de la administración de los recursos hídricos desveló la fragilidad del gobierno local frente al federal.

Pero la relación entre la federación y el municipio puede ser aún más compleja. Si bien en algunos casos es perceptible la limitación de las facultades locales en favor del fortalecimiento de las instancias federales, también hubo de forma paralela un proceso de restitución (especialmente en materia agraria). La dinámica fue dual. Por un lado, se limitaba y, por el otro, se dotaba. Además, no hay que olvidarse de la acción de los ayuntamientos. Hay evidencias documentales de la negociación, omisión y oposición de los ayuntamientos frente al poder del Estado en relación al tema de la administración de las aguas (Aboites y Estrada Tena, 2004, pp. 11-12).

Por ello, es complicado aseverar la presencia de un Estado omnímodo que debilitó a los municipios de forma directa y vertiginosa. En una revisión historiográfica del tema, el historiador Edgar Mendoza dice que la problemática de la administración de los recursos y la situación de los ayuntamientos frente al poder federal varía, dependiendo del enfoque y del rubro a analizar (2016, pp. 25-36). Esto puede verse en un trabajo más reciente de Luis Aboites (2009), en el cual encontró un Estado débil que no pudo imponerse en sus territorios. Otro caso que vale mencionar es el estudio de la Mixteca oaxaqueña, analizada por Edgar Mendoza, quien sostiene que en algunos municipios de ese lugar se conservó un alto grado de autonomía local en las postrimerías del siglo XIX (2011, p. 27).

Como se ha expuesto, el tema de los municipios es controversial. Aún queda argüir en distintos casos de estudio y regiones. Otra veta de análisis, menos trabajada pero no menos importante, es reflexionar sobre las metodologías, teorías y herramientas para aproximarnos al análisis municipal. La historiadora Carmen Salinas Sandoval menciona que, al tratar al municipio, es necesario “construir puentes entre periodos de estudio y disciplinas, particularmente entre la Historia y las Ciencias Sociales”, que nos permita hacer la vinculación entre las problemáticas de los municipios contemporáneos con aquellas sociedades del pasado. Esta falta de puentes comunicantes es real pero no insuperable (2023, p. 2).

Por ello, Carmen Salinas presenta “un camino metodológico” para que el estudioso tenga indicios de a dónde mirar y dirigirse en el proceso de la investigación. En este recorrido, la autora presenta una disertación teórica sobre la relación entre Ciencias Sociales e Historia; los métodos de las Ciencias Sociales que pueden adaptarse a la Historia; los métodos cuantitativos y la microhistoria; así como el análisis de los factores temporales y espaciales que nos conectan con la geografía histórica. Salinas menciona que es importante considerar como fuentes a los mapas y a las fotografías de los asentamientos humanos. Resalta la necesidad de hacer “recorridos del territorio para buscar las huellas del pasado y las relaciones sociales del presente” (2023, p. 7).

Su propuesta central es “rebasar las fronteras académicas entre disciplinas para apreciar los cambios en las relaciones entre el territorio y la sociedad” (Salinas Sandoval, 2023, p. 7). Con estos planteamientos, Salinas nos invita a pensar que el estudio del municipio implica el sumergirse en “las entrañas de la vida social, económica y política”, donde también se encuentra el ámbito cultural, de una población que tiene estructuras de gobierno local y un territorio determinado.

Inspirada en la invitación de esta historiadora y como resultado de un artículo previo (Pérez Ramírez, 2023), en el presente texto se comentan aspectos de orden teórico y metodológico para el desarrollo del trabajo del gobierno local. En este escrito se toma como punto clave el hacer los recorridos en los municipios, que a su vez implica el desarrollar las estrategias y las metodologías para el trabajo de campo. Ahora bien, el problema es que quienes nos dedicamos a la investigación histórica tenemos pocos elementos para llevar a cabo este tipo de labores. Por ello, es oportuno reflexionar sobre cómo compaginar estas diferentes habilidades -que se derivan de otras disciplinas- con nuestro trabajo documental. Pero, además de esto, en las siguientes páginas expondré algunas pautas de mi experiencia empírica en campo para traer a discusión un tema relevante que necesita visibilizarse: no es lo mismo hacer trabajo de campo cuando eres mujer. Hay formas, rituales y actitudes delineadas por el sistema patriarcal que nos hacen más complicada y arriesgada esta labor.

En ese sentido, la primera parte del escrito se enfoca en la convergencia entre el archivo y el campo como dos metodologías que van de la mano para acercarnos a las fuentes primarias para el análisis histórico de los municipios y el estudio del terreno; así como el acercamiento con la población. Conviene destacar el énfasis en la revisión del papel del archivo y su relación con la memoria.

La segunda parte trata del trabajo de campo. Se expone la experiencia de investigación en el Estado de Oaxaca, destacando el encuentro con los archivos municipales y la práctica del trabajo de campo, con la finalidad de mostrar los avatares teóricos, metodológicos y prácticos que enfrenta una historiadora para realizar su investigación en el medio rural mexicano. Se pone atención a la respuesta de la población ante las acciones y actividades de quien hace la investigación. En ese sentido el género cobra relevancia, ya que hay diferencias en la interacción y el desempeño en la investigación que inciden en la planeación, la organización del trabajo y las cuestiones de seguridad.

La tercera parte se concentra en reconocer que cuando se hace la investigación nos podemos encontrar en contextos violentos. Dicha violencia afecta de forma más directa a las mujeres, quienes nos encontramos expuestas y ante escenarios más complicados que nuestros colegas varones. Ahí presento algunas de mis memorias de campo. Sin embargo, adviértase que más allá de presentar una serie de anécdotas, este tipo de descripciones nos ayudan a dimensionar estos momentos de contacto y riesgo. Al final se presentan unas consideraciones de la propuesta de este trabajo y los puntos tratados, donde se hace la reflexión metodológica sobre los obstáculos, dificultades y retos que se enfrenta en la investigación.

2. Historia municipal: convergencia entre el archivo y el campo

La historia de los municipios conlleva echar a andar distintas estrategias y la combinación de metodologías y enfoques interdisciplinarios que en primera instancia podrían verse como opuestos, pero que de fondo pueden ser más afines y complementarios: el trabajo de archivo y el trabajo de campo.

Retomando el argumento de Frida Gorbach y Mario Rufer, si observamos al archivo y al campo, se podría advertir que en apariencia son acciones y espacios opuestos. El archivo es un lugar cerrado, cuya iluminación artificial se acompaña de silencio, mientras que el campo nos remite a la libertad, el espacio abierto y luminoso lleno de bullicio. El papel del historiador conlleva meterse al archivo para revisar papeles antiguos que le marcarán la pauta para construir un relato “verosímil”. En contraparte, el antropólogo sale al campo para conocer detalles del entorno vivo, el paisaje y la sociedad en un tiempo presente (2016, p. 8). Es de conocimiento general aquella frase de que en el archivo se “habla con los muertos”, y que a su vez eso implica un acto ritual de conexión con la muerte; mientras que en el campo se trata con la vida y de seres vivos que actúan desde el presente.

Estas posiciones contrapuestas podrían hacernos recordar aquellas divisiones de los espacios dicotómicos identificados para lo moderno y lo tradicional, del concebir -desde una “imaginación colonialista”- la idea de que la historia nos sirve para analizar al mundo moderno y la antropología se enfoca en examinar a las “comunidades tradicionales”. Por fortuna, desde la antropología y la sociología se han puesto en duda estas divisiones y se ha planteado la pregunta sobre en qué medida hemos conseguido dejar de reproducir las prácticas disciplinares dominantes (Gorbach y Rufer, 2016, p. 13).

Otro punto importante para reflexionar es si efectivamente la historia nos habla del pasado. Más de un historiador ha mencionado que el quehacer histórico se encamina a comprender a los seres humanos en el tiempo. La labor histórica no es cosa de anticuarios, sino una tarea viva en el presente y la experiencia del “tiempo del ahora” (Benjamin y Echevarría, 2008, p. 51; Bloch, 2007, p. 71).

Por ello, se puede reconsiderar la premisa de que en el archivo se habla con los muertos. Algunos mencionan que el archivo evoca a los espectros que no acaban de morir (Rufer, 2016, p. 161). Una crítica interesante se da desde la historia del presente, donde se cuestiona que el conocimiento histórico sólo sea terreno del pasado y de lo ya muerto, se interpela a “esa ficción tanto por su falso condicionamiento epistémico como por la estructura jurídica- política que la articula” y se considera que los archivos “tienen muy poco de lugares donde los muertos descansan; están lejos de ser un cementerio de papel” (Ovalle, 2020, p. 229).

Esto nos conduce a un tema importante que se ha debatido ampliamente: la idea del archivo como el reservorio de la memoria. Desde la antropología -y especialmente desde los estudios poscoloniales-, se ha puesto énfasis en que el archivo no es una entidad en donde se resguarde la historia objetiva y racional (Guha, 1999, pp. 159-208). El archivo no es una fuente neutral ni imparcial, sino un artefacto de dominación -un elemento relevante del desarrollo de las tecnologías de poder- que sirve para la construcción de una narrativa que abona a la configuración del Estado-nación. En el archivo se mantiene aquello que quiere ser recordado y lo que es posible enunciar; así como también se deja en el olvido lo que no se quiere recuperar. Los vacíos y los silencios no son fortuitos (Foucault, 1970, pp. 220-221, 1992, pp. 87-104; Stoler, 2002, p. 91, 2009).

Los planteamientos expuestos nos permiten concebir a la historia y al archivo desde una mirada alejada de los supuestos positivistas. En consecuencia, si en un primer momento las descripciones de la historia y la antropología pueden tomarse como contrastantes, también es posible ubicar algunos puntos coincidentes entre el campo y el archivo. Consideremos algunos elementos. De entrada, se puede advertir que la recolección de datos es un procedimiento compartido. Hay una diversidad y fragmentación de las fuentes. Es necesario considerar que para la historia municipal nos encontramos con un “carácter fragmentario y disperso de la documentación” (Cordero, 2022, p. 7). Debido a la dispersión de la información, en ocasiones el desplazamiento es múltiple. Esto nos conduce a la búsqueda de fuentes primarias de diversa índole, que van desde los archivos nacionales y estatales hasta los judiciales y militares. Aunque para poder tener el tipo de información local lo más conveniente es revisar los archivos municipales y privados.

Para realizar el trabajo de archivo es necesario trasladarse de un lugar a otro. Es decir, es necesario un desplazamiento espacial hacia lugares alejados de la residencia del historiador. Principalmente, esto ocurre cuando se trabaja la historia local, porque es imprescindible ir al terreno de estudio. A partir de esta necesidad, el historiador se acerca al trabajo etnográfico.

Para llegar a este punto, se requiere de la planeación de una trayectoria, la circulación de un archivo a otro, el viajar de una población a otra, el establecer vínculos (profesionales e institucionales) y tejer relaciones con los habitantes del espacio de estudio. Pero eso solo es el inicio. Cuando el investigador llega a un archivo local o municipal, sortea dificultades de diversa índole. El encuentro con el archivo implica peripecias y enfrentar obstáculos. La posibilidad de acercarse a la documentación puede implicar algún tipo de prueba o algún “rito de pasaje”, tal como lo hacen los antropólogos para lograr una entrevista o participar en alguna actividad de la población que está estudiando (Rodríguez, 2020, p. 122).

Ya en el archivo, el historiador tiene sus rutinas y hábitos de trabajo. Regularmente, entabla comunicación con las personas responsables de la documentación, aquellos encargados de organizar y cuidar los documentos. Estas personas pueden fungir como un tipo de “informante” o incluso ser ese “informante clave”. Este tipo de personas pueden tener más datos o dar recomendación que incluso sobrepasa lo que los catálogos o el ordenamiento oficial del lugar (Rodríguez, 2020, p. 124).

En la realización de sus recorridos, los antropólogos tienen un “diario de trabajo” o “cuaderno de campo” para hacer sus anotaciones -que van desde las descripciones generales, incluso notas telegráficas o listado de puntos- del espacio de estudio, los mimos que sirven de recordatorios o guías. Pero también pueden registrar reflexiones extensas sobre alguna persona, alguna actividad inédita o algún evento específico que sea corroborable o que abona a construir una interpretación (López, 2016, p. 142). De igual forma, el historiador tiene su libreta de apuntes, en donde registra la consulta de los fondos, legajos y expedientes consultados. Se escribe en cada uno su nivel de importancia; algunos dan pie a mayores disertaciones, algunos dan datos que se conectan con otros. Hay una revisión y anotación de cuál se digitalizó o fotografió, o se transcribió en su totalidad (Rodríguez, 2020, p. 124).

Esto puede ser aún mayor si se está haciendo trabajo con expedientes judiciales, cuyo contenido -en algunos lugares para el caso de México- no se puede fotografiar. Ahí las anotaciones van al cuaderno de apunte, ya sea de papel o digital. Lo mismo ocurre en los archivos municipales que van acompañados de amplias descripciones del lugar donde se guardan los documentos, ya sea en el edificio del palacio municipal o en alguna bodega escondida donde se mantienen esas cajas con papeles antiguos. Regularmente, en ese cuaderno se hacen anotaciones de los ríos o los cerros que forman parte del medio físico de alguna localidad que luego se nombran en los documentos. Por ello, el recorrido del terreno con sus respectivas descripciones ayuda a tener una mejor recepción y comprensión de los datos e historias que arrojan los archivos.

En suma, el diario de campo cumple un papel relevante como herramienta metodológica, técnica de investigación e incluso como “elemento epistemológico determinante” que transforma la experiencia social en experiencia etnográfica, tal como mencionaron Beaud y Weber. Su papel ayuda a recrear la cronología, el contexto, la situación de inmersión y la experiencia investigativa (López, 2016, p. 143)1.

Claro está que, al igual que en el trabajo antropológico y etnográfico se pone en el justo lugar a cada entrevistado o informante, se coteja y se contrasta con otras voces, lo mismo ocurre con el archivo. El historiador interroga a sus fuentes y le hace preguntas al archivo. Mientras más claras y dirigidas sean estas preguntas, más se acercará a sus respuestas. Pero, así como pasa en las entrevistas, cuando se presentan momentos de silencios, en el archivo es importante considerar estas ausencias, faltas u omisiones. Esas llamadas “voces del pasado” son importantes y se requiere que sean visibles, pero sin olvidar que, así como en la historia y el presente, esta habla subalterna está mediada por las marcas de la dominación, ya que “no hay diálogo posible desde el afuera de la formación discursiva dominante” (Gorbach y Rufer, 2016, p. 16).

Hasta aquí se ha hecho un breve recorrido por algunos puntos aparentemente contrastantes y discordantes entre el archivo y el trabajo de campo. Se puede advertir que, más allá de ser un punto de alejamiento, hay nodos de encuentro y de complementariedad. Un historiador requiere de las herramientas y metodologías del trabajo etnográfico, mientras que el antropólogo también puede enfrentarse con documentos, códices y materiales escritos valiosos para su investigación. En estos tiempos, es complicado (e incluso ingenuo) seguir defendiendo los linderos disciplinarios y no sacar provecho de los lazos comunicantes entre disciplinas. En este caso, en cuanto a la historia de los municipios nos referimos, bien se puede tomar la guía metodológica de la etnografía para acercarnos de una mejor manera al archivo y encontrar una diversidad de fuentes, información y datos que nos ayude a comprender la historia a nivel local.

Ahora bien, en este apartado nos hemos referido al papel del historiador y del antropólogo a modo de canon genérico en el cual el masculino supone y engloba a los dos sexos. Pero conviene hacer una pausa para pensar si todo este proceso de investigación en el campo y en el archivo implica los mismos desafíos para los investigadores y las investigadoras. Para ello, presento mi experiencia en los recorridos de campo que he hecho de forma empírica.

3. La experiencia investigativa: la elección del tema, la selección de estrategias, el plan de trabajo y el acercamiento al terreno de estudio

El eje principal de la investigación que he desarrollado ha sido el análisis del municipio. La definición de este objeto de estudio se definió durante mi tesis doctoral. Conviene por ello comentar lo ocurrido en este periodo. Cuando realizaba la investigación en Oaxaca presenté mi proyecto en una región en concreto: la Sierra Juárez, que se ilustra en el Mapa 1.

Mapa 1. La Sierra Juárez 

Sin embargo, cuando fui al Archivo del Poder Ejecutivo del Estado de Oaxaca (AGEPEO), me dieron la noticia de que el fondo de consulta sobre el distrito de mi interés se había removido porque estaba en curso una nueva catalogación que se ubicaría en una nueva sede. Ante tal noticia, tuve que sopesar en qué medida me convenía cambiar de tema de investigación. Para tomar esa decisión me enfrenté con el consejo de mi tutor: cuando se hace una investigación sobre los municipios hay que salir al campo y recorrer el terreno de estudio, ir a la fuente original, que son los archivos municipales. No hay que esperar a que te lleven los documentos al escritorio.

De tal forma que mantuve mi tema de investigación y reorganicé mi plan de trabajo. Así como ocurre en toda tesis, tuve que echar a andar “nuevas estrategias”, como el programar mis recorridos de campo y buscar contactos para esta empresa (García, 2022, p. 34). De esta forma, hice la mochila, tomé mis herramientas de trabajo, obtuve una camioneta, conseguí un acompañante y tomé la carretera.

Como punto de partida visité a la autoridad municipal para presentar la documentación respectiva que acreditaba mi adscripción académica de procedencia y mis objetivos. En la investigación que desarrollé en la Sierra Juárez de Oaxaca fue clave mi entrevista con el presidente municipal de la cabecera del distrito Ixtlán de Juárez. Al inicio, asistí al palacio municipal para sacar la cita con el presidente. Desde el primer momento la recepción fue buena. El problema era la agenda de este hombre. Debido a sus actividades y reuniones, su tiempo era limitado. Había otros asuntos que atender que eran apremiantes para el ayuntamiento.

Foto tomada por Tatiana Pérez Ramírez, agosto de 2014.

Foto 1. Palacio municipal de Ixtlán de Juárez, Oaxaca  

Pasaron días para poder conversar con él. Tuve que contar con tiempo y paciencia para esperar a la entrada de la oficina y formar parte de la larga fila de personas que quieren una entrevista. Cuando el momento esperado llegó, logré presentarme y exponer mi proyecto. Mi iniciativa se consideró y me pidieron regresar unos días después con el objetivo de que mi propuesta fuera sometida a consideración del cabildo. Gracias a esta respuesta positiva, logré tener acceso al archivo municipal. La consulta que realicé siempre estuvo bajo la vigilancia de un policía o alguna persona de la biblioteca municipal.

Al realizar la consulta de archivo municipal me enfrenté a una variada documentación que tenía cierto orden cronológico; pero era complicado encontrar un orden temático. La documentación pasaba de textos relativos a la educación a, más adelante, papeles de temas electorales. La auscultación y sistematización de estos materiales dependió de lo que yo tenía como objetivo de la investigación.

Pero no todas las experiencias fueron exitosas. En contraste, en otro municipio de esta región se hizo el proceso de petición, consulta y reuniones para exponer mi caso. Incluso asistí a una asamblea comunitaria para exponer mi proyecto. Al final, la mayoría aprobó que consultara la documentación. Sin embargo, el día que fui a hacer esta revisión me encontré con la visita de un grupo de personas notables y con prestigio del municipio, quienes me interrogaron sobre mis intenciones. Después de esto, se mantuvieron conmigo en el cuarto donde estaban los papeles. Me observaban a cada paso. Cuando comencé a leer los expedientes que ahí se encontraban, me los quitaban de las manos. Los leían y en algunos momentos los sacaron del lugar donde habían estado colocados. El desorden fue tal, que decidí suspender mis actividades. Por su parte, estas personas notables, en su mayoría hombres mayores, expresaban su molestia porque estaba viendo información que solo era para la gente local. Ese día salí corriendo del lugar. Me subí a mi vehículo y manejé rumbo a la ciudad de Oaxaca.

Puedo decir que tanto mi primera experiencia como la segunda fueron similares en cuanto al permiso y el acceso. Pero en el segundo caso, conviene mencionar que se distinguió por la presencia de un grupo que irrumpió sorpresivamente. Además, otra diferencia notable fue que en esa ocasión fui sola a hacer la visita. No conté con la compañía que tuve en la primera experiencia. El factor de “soledad” sí tuvo un peso importante, puesto que estuve en una posición de vulnerabilidad. Era una “mujer sola” que iba al municipio a revisar la historia que les pertenecía a ellos.

Otra experiencia que implicó cierto riesgo fue la visita a una agencia municipal. En ese lugar pasé por el mismo proceso ya relatado: la entrevista con el agente municipal, la exposición frente al cabildo y el escrutinio en la asamblea comunitaria. Aquí conviene agregar que la sesión con la asamblea se tornó complicada, porque al inicio la mayoría de los asistentes no veían como relevante mi proyecto de investigación, hasta que se propuso que yo apoyara el pueblo para la transcripción de unos documentos. Por ello, el acceso al archivo se logró gracias a un acuerdo de intercambio: contribuía con mi trabajo y a cambio me dejaban ver sus documentos. Hasta ahí todo estuvo bien. No obstante, en la documentación que me mandaron transcribir se traspapelaron algunas fojas que se referían a un conflicto por límites de tierras en donde había habido violencia. En consecuencia, este caso se tornó complejo, puesto que me vi en la disyuntiva de decidir qué tan pertinente era presentar dicha información o en qué medida era importante no abordar un conflicto que tuviera implicaciones en el presente. Sin embargo, el tema del enfrentamiento salió a la luz el día que estaba presentando lo pedido ante la autoridad de esa agencia.

La exposición de esta información generó inquietud y revuelo entre los pobladores de este lugar. La zozobra creció al grado de volverse una alarma. Pero, por fortuna, la exaltación del momento no implicó un problema mayor, pero sí me dejó la reflexión encaminada a la relevancia de los datos históricos en los municipios, la responsabilidad como historiadora y la ética para actuar frente a la población local.

Una de las reflexiones fue el riesgo que implica a hacer el trabajo de campo. Me comencé a cuestionar qué hubiera pasado si la gente se hubiera molestado más. Por mi mente rondó la interrogante: ¿qué me hubieran hecho? Los posibles escenarios fueron variados, unos más preocupantes que otros. Me puse a meditar que ser mujer implicaba un riesgo mayor al enfrentarme a estas situaciones (Pérez, 2023).

Ante esto, comencé a leer e interesarme por el método etnográfico y las estrategias de otras disciplinas, como la antropología y la geografía, para poder manejar escenarios como el descrito. Encontré que hay trabajos antropológicos y sociológicos que se centran en los contextos de violencia de diversa índole2 .

Esta misma situación ha sido descrita por la socióloga Marcela Meneses, quien recuperaba la experiencia de Verónica Zubillaga, una colega venezolana que había realizado su investigación con varones jóvenes de barrios precarizados en un contexto de violencia en la ciudad de Caracas. Esa situación de violencia inédita que se está viviendo en las ciudades latinoamericanas tenía un efecto directo en las formas de investigar y las metodologías. Esta información es oportuna si se piensa en el caso actual de México, donde la muerte de mujeres por causas violentes es más frecuente. Esta violencia latente no puede omitirse al hacer trabajo de campo ni en el quehacer investigativo (Meneses, 2020, pp. 228-229).

Al leer más, vi que esta situación no ha sido ajena a las investigadoras, quienes desde el último cuarto del siglo XX han atendido estas preocupaciones. En el medio académico anglosajón lo hizo Nancy Scheper-Hughes desde hace cuatro décadas, mientras que también se había avanzado en reflexionar sobre la ética en el trabajo de campo (Hernández Castillo, 2021, p. 42) En el medio latinoamericano, la experiencia de las mujeres al frente de la investigación etnográfica ha sido un punto importante de atención de las antropólogas feministas desde los años ochenta del siglo XX. Tal el caso de Patricia Castañeda, quien a su vez retomó a Sandra Harding, Judith Stacey y Lila Abu-Lughod. Estas miradas han puesto énfasis en el olvido de diferenciar la experiencia investigativa de las mujeres (Meneses, 2020, pp. 227-228). A estos trabajos pioneros le ha seguido una nutrida historiografía sobre el género y el feminismo (Berrío et al, 2020; Hernández, 2021)

Hay una metodología sobre el trabajo etnográfico en contextos de violencias que implica el aceptar que se corren riesgos, los cuales se pueden minimizar de acuerdo con la toma de decisiones y la elección de las técnicas a utilizar (hacer grupos focales, realizar las entrevistas en un entorno distinto o cambiar el encuadre de la observación), todo con la finalidad de no comprometer la integridad del investigador. No obstante, el sesgo de la etnografía clásica fue no considerar la importancia del género, que de la mano de la clase, la edad y la etnia influyen en la posición de cada sujeto, el desarrollo de la investigación y los resultados obtenidos. Ahí radica la relevancia de la antropología feminista para ver los peligros, riesgos, límites y posibilidades de las mujeres en la investigación con las variables interseccionales que están en juego. Por ello es importante ver hasta donde la empatía tiene límites y en dónde se hace frente a situaciones de vulnerabilidad (Meneses, 2020, pp. 225-228). La investigación se experimenta de forma diferenciada a partir del género.

4. Violencias en el trabajo de campo y protocolos de seguridad

Conviene apuntar que en los casos narrados en el estado de Oaxaca hubo momentos de tensiones, con la presencia de ciertas amenazas, por lo cual se consideró tener un “protocolo de seguridad” consistente en ir acompañada por al menos un hombre. La ocasión de la agencia municipal donde las cosas se pusieron más tensas, fui con un acompañante que se mantuvo en el auto y luego no se hizo presente.

En mis demás recorridos fui acompañada por mi tío, quien es un hombre mayor que goza de prestigio en la región. Es un hombre conocido por su participación política, su pasión por el basquetbol (que es el deporte favorito de la Sierra Juárez), ya que es narrador en los torneos, y por su participación como locutor en la radio comunitaria regional. No puedo dejar de repetir que gracias a él tuve una buena recepción en cada municipio al que fuimos. De hecho, el tener acceso a los archivos municipales que consulté fue gracias a él, su trayectoria y su reconocimiento. Me siento afortunada de haber podido recoger y beneficiarme de lo que mi tío ha “sembrado”. No puedo dejar de expresar el orgullo que me hace sentir ser su sobrina. Pero esa admiración no me impide hacer cavilaciones sobre su figura. Es un hombre con reconocimiento. Se cumple con el canon patriarcal de que en este proceso de investigación iba una mujer acompañada por una figura masculina. Quizá en muchos momentos lo vieron a él como la figura central de la investigación y a mí como la acompañante. No hubiera tenido la misma recepción si hubiera ido sola, si hubiera ido con una colega historiadora o con alguna tía (ya sea mayor o joven). Eso lo sé gracias no a mi imaginación o a la lectura de textos metodológicos, sino a mis experiencias pasadas de trabajo de campo que estoy procesando en estos momentos.

Mi primera experiencia de investigación fue mi tesis de licenciatura cuando estudiaba Ciencia Política en la Universidad Nacional Autónoma de México, hace 20 años. Mi asesor de tesis fue Adolfo Gilly. La idea inicial de la tesis se la expuse: quería estudiar un proceso político relevante de la historia reciente de México, como fueron las elecciones de 1988, cuando Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano -el hijo del general Lázaro Cárdenas- fue candidato opositor al Partido de la Revolución Institucionalizada (PRI), desde la perspectiva de la teoría de la Escuela de la Subalternidad (Guha, 2002). Gilly había mencionado que durante esa campaña habían reunido las cartas de apoyo donde se hacían peticiones al ingeniero Cárdenas. De hecho, Gilly había escrito un libro junto con sus estudiantes sobre este proceso, pero aún había material que analizar para entender el apoyo popular a este movimiento de ruptura política (Gilly, 1989).

Las dificultades comenzaron cuando nos enteramos de que esas cartas ya no estaban en manos de Cárdenas. Nadie sabía qué había pasado, así que mi asesor me comentó que lo mejor sería ir a Michoacán a hacer mis entrevistas a los participantes. Mi asesor tenía contactos que me ayudaron a ubicarme en un hotel en Morelia y que me pasaron más contactos en las diferentes regiones del Estado. Según el plan inicial iba a ser un estudio de todos los municipios michoacanos. Pero ese plan no se logró porque las entrevistas que realicé en la zona de Maravatío, que fue el punto de partida, fueron un fiasco, debido a que el contacto que tuve le había dicho a la gente que el ingeniero Cárdenas me había mandado para que lo apoyara en su corta campaña a la presidencia. La gente me ubicó como cercana o trabajadora de ese grupo, y en vez de hablar de su participación política en el año de 1988 mandaban mensajes de peticiones con peticiones y expresiones de apoyo. Aunque eso no fue lo peor.

Lo más terrible de ese periodo fue el viaje hacia una zona con un hombre que, según se le reconocía, era “buena persona y de confianza”. Nos ubicamos en un hotel de paso donde tenía sus “oficinas”. Llamaba la atención que trabajaba con una mayoría de mujeres. Había solo un hombre de acompañante, quien en varias ocasiones me interrogó por qué una mujer soltera y joven (tenía veintitrés años) andaba por ahí viajando sola. Incluso ponía en duda que hiciera una tesis y me llegó a decir que me quedara a vivir con ellos.

Estas actitudes de intimidación fueron menores frente a las expresiones de dominación de mi contacto principal. A la hora de comer, él ordenaba por mí. Me pedía alcohol para beber, me insistía en que bebiera y le molestaba que no lo hiciera. En varias ocasiones intentó entrar a la habitación en que me hospedaba. Se justificaba diciendo que se equivocaba de cuarto. Cuando pedí regresar a Morelia, me dijo que no se podía sino más adelante, porque estaba haciendo su trabajo en unas comunidades. Hasta ese momento guardé la calma, y con un celular que tenía poca señal logré hablar con mi familia para decir dónde estaba y que no podía regresar, pero sin señalar las incomodidades que pasaba. Me sentía responsable porque había tomado la decisión de ir sola a hacer el trabajo de campo. Nadie me obligó y muchas personas trataron de persuadirme. Asumía que era parte de los desafíos que se enfrentaban. Me convencí de que eran los “gajes del oficio”. Aunque, de hecho, no tenía bases para hacer este tipo de trabajo, porque en Ciencia Política nunca hicimos salidas de campo, cómo sí lo hacían en Antropología.

Finalmente, una noche, este hombre se embriagó y me acosó. Para mi buena suerte, bebió tanto alcohol que no pudo hacerme nada. Pero esa situación me motivó a llamar con urgencia a mi familia para contarles que estaba en peligro. No había otras palabras para nombrar aquello. Esa fue la primera vez que me di cuenta de mi vulnerabilidad, aunque me sentí totalmente responsable y avergonzada de que me hubiera sucedido eso.

Mi familia avisó a Morelia y fueron por mí a Maravatío. De esta forma se cerró un capítulo traumático de la investigación, que guardé y no comuniqué a mi tutor. Recientemente que he pensado en estos eventos y que he recapitulado estas experiencias de campo, al sumergirme en estos temas encontré otras lecturas de mujeres que contaban experiencias con mayor dosis de violencia.

En ese sentido, lo escrito por la antropóloga Aída Hernández Castillo hizo eco en mí. Ella comenta que en septiembre de 2016 realizaba su estancia como profesora visitante en la Universidad de Austin, Texas. Ahí se encontró con un grupo de estudiantes de doctorado que compartían “experiencias de violencias y hostigamiento sexual durante el trabajo de campo”. Los casos de estas mujeres eran variados en distintos lugares: Palestina, Cuba, Guyana, El Salvador y México. El texto presentado hacía una crítica directa al trabajo etnográfico comprometido con la idea de que se debía “poner el cuerpo en el campo”, como un rito de paso masculinista. Se asumía que el sujeto era masculino y que no corría riesgos ni se advertían posibles escenarios de vulnerabilidad. Un punto problemático era el no asumir que los hombres gozaban de privilegios en estos contextos.

Con relación a esto, Aída Hernández reconocía que ella misma en sus textos metodológicos no había abordado sus propias experiencias de violencias en campo. Debido a esto, recordaba en ese artículo la situación que vivió como estudiante de doctorado cuando se enfrentó a un medio masculino hostil que la hizo sentir en una situación de peligro, motivo por el cual dejó ese proyecto de investigación y cambió de tema de tesis (Hernández Castillo, 2021, pp. 41-43).

En mi caso, mantuve mi tema de investigación, pero pedí auxilio a mi familia para que me acompañaran a hacer las entrevistas. Así logré tener un “equipo de investigación” que me permitió trasladarme a la Meseta Purépecha e instalarme en el municipio de Charapan con la familia de un amigo. En ese lugar me adoptaron y me auxiliaron en mi siguiente etapa de la tesis. La señora Adelina, la madre de este amigo, me tomó como su protegida y me cuidó, porque decía que yo “era hija de familia”, que andaba viajando acompañada. En ese contexto logré hacer mi tesis, que presenté en el año 2007, dando cuenta de la organización de los ayuntamientos populares de la Meseta Purépecha en 1988 y 1989 (Pérez Ramírez, 2007).

Fuente: Ávila García (1996, p. 126).

Mapa 2. La Meseta Purépecha, Michoacán 

No transmití las experiencias negativas a mi asesor, solo me concentré en compartir los buenos resultados. Por ello, para la tesis de maestría, pese a que no me entusiasmaba la idea de hacer nuevamente trabajo de campo, seguí el consejo de mi asesor -nuevamente Gilly, con quien trabajaba como adjunta y ayudante de investigación- y me fui a Bolivia para estudiar las movilizaciones indígenas en la ciudad de El Alto en el año 2005, cuando se luchó por la nacionalización de los hidrocarburos, antesala del triunfo electoral de Evo Morales.

Bolivia también me dejó duras vivencias. El acercamiento con los hombres de la ciudad de El Alto no fue sencillo. Cuando ya había avanzado en las entrevistas y en tomar un taller con la gente de un distrito, mi contacto principal se negó a seguir apoyándome, puesto que no quería salir con él, rehusándome a ir al cine. Me pedía mostrar mi agradecimiento por su apoyo. Ante mi negativa, viví algunas escenas de hostigamiento, pero sin mayor violencia física. Mi posición me costó que me cerraran las puertas en esa ciudad para seguir con mi investigación.

Con el tiempo me he dado cuenta de que al acercarme a esta persona se habían dado una buena conexión y habíamos compartido tiempo juntos en los recorridos. Pero lo que no había logrado advertir era aquello que se menciona del trabajo etnográfico: las mujeres se enfrentan a “dinámicas de seducción” de parte de sus sujetos investigados. Esto hace referencia a conductas de acercamiento del investigado hacia la investigadora que rebasan el plano profesional y lo sitúan en especies de coqueteos con pretensión de lograr un acercamiento más personal. Esto puede resultar manejable en un primer momento, pero no en contextos de violencia, donde la situación puede escapar de las manos (Meneses Reyes, 2020, p. 229).

En ese momento tuve que redirigir mi tesis hacia la ciudad de La Paz, con el apoyo de mis amigas que vivían ahí y de otros amigos de mi asesor. De esto resultó mi tesis de maestría en Estudios Latinoamericanos, que dio cuenta de las manifestaciones populares en los meses de mayo y junio del año 2005 en esa urbe (Pérez Ramírez, 2012).

Mapa 3. Avance de las movilizaciones en la ciudad de La Paz, mayo y junio de 2005 

Elaboración propia presentada en Pérez (2012).

Mapa 4. Desplazamiento de la movilización hacia la parte sur de la ciudad de La Paz, mayo y junio de 2005 

Con estos antecedentes, para el doctorado elegí irme a la disciplina de la Historia para hacer una investigación de mi región de procedencia: la Sierra Juárez de Oaxaca. Me decía a mí misma que había terminado el tiempo de las entrevistas y los recorridos de campo en lugares donde corriera riesgos. Pero como se puede leer al inicio de este texto, cuando me di cuenta ya estaba yo tomando carretera con la mochila, mi cámara, mi cuaderno de notas y mis materiales.

Con el bagaje ya descrito, en la actualidad desarrollo mi pesquisa en el Estado de México, otra entidad federativa de México que se ubica en la parte central. Estoy trabajando en la zona de Tenancingo, un espacio que se ubica en la frontera con el Estado de Morelos. En ese lugar he comenzado a hacer los recorridos. Algo interesante es que, al tratar con la gente del ayuntamiento de un municipio, al conversar con los encargados, no me respondían a mí directamente sino a mi acompañante hombre. Pese a que yo era la titular del proyecto, la respuesta y la conversación se dirigían a mi colega. Me invisibilizaron.

En contraste, en el municipio de Ocuilan me encontré con un ayuntamiento conformado por un ochenta por ciento de mujeres. Con ellas, mujeres profesionistas de entre treinta y cincuenta años, las reuniones se hicieron en un ambiente cómodo y de confianza. Los acuerdos no implicaron un problema y dieron como resultado una buena colaboración.

Elaboración propia a partir de INEGI

Mapa 5 Distrito de Tenancingo, Estado de México 

Como se puede ver hasta aquí, de la experiencia de campo se desprenden situaciones que enriquecen nuestras investigaciones, pero también nos enfrentamos a contextos imprevistos y momentos de riesgo. Al respecto, más que respuestas o soluciones, conviene reflexionar reiteradamente sobre una pregunta: “¿cómo sortear las tensiones que aparecen en tales contextos en tanto mujeres investigadoras?” (Meneses, 2020, p. 240). En ese sentido, tal como lo enunciaba Aída Hernández, es necesario considerar los casos y las dificultades que se han experimentado en la investigación, para así cavilar en términos teóricos y pensar en propuestas metodológicas en las cuales se vean los puntos éticos y se revisen los protocolos de seguridad de forma colectiva, colaborativa y en clave de género (Meneses, 2020, pp. 240-241).

5. Consideraciones finales

El estudio de los municipios es un tema socorrido por los historiadores e historiadoras. Se pueden hacer evaluaciones de los municipios por entidades federativas y por regiones; es posible hacer estudios de casos o a partir de la comparación entre dos o más municipios. Es importante considerar que hay distintas perspectivas analíticas: políticas, fiscales, sociales. Es relevante diferenciar qué rubro se examina, ya sea la gestión del agua, la cuestión de las tierras o la recaudación de los impuestos, entre otros. Los ejes analíticos y las variables son numerosas.

Si bien hay mucho que aportar desde estas posiciones, otra veta de estudio se encamina hacia las metodologías. En ese sentido, en este artículo se mencionó la importancia del diálogo entre disciplinas que pueden enriquecer el análisis de los municipios. Se puso especial énfasis en ver el trabajo de archivo, en conexión con el trabajo de campo. Más allá de las diferencias y contrastes entre estas dos actividades, en este artículo se destacaron los lazos comunicantes y su combinación. Se puso atención a la experiencia investigativa en los municipios de México que he trabajado. Se describieron los pasos seguidos desde la elección del tema hasta las vicisitudes que se enfrentan al acercarse a los archivos municipales, a la búsqueda de los documentos y al tener contacto con la población local. Esto nos condujo a la problemática del estudio de campo en contextos violentos y a los riesgos que se corren cuando se hace este tipo de recorridos. Ahora bien, conviene hacer la distinción de que, a diferencias del trabajo antropológico y etnográfico, con la disciplina histórica no se requiere un nivel de inmersión temporal de periodos largos, sino de estancias más cortas. Pero aun así se requiere de estrategias y una planeación que vayan en consonancia. Aquí convendría también considerar las aportaciones de la geografía histórica y tener en cuenta las estrategias que se echan a andar desde la geografía, con el objetivo de tener una mirada aguda del medio físico y de las dimensiones del espacio, para un mejor análisis de los documentos históricos y la elaboración de la cartografía.

Es oportuno reiterar que en el texto se comparten experiencias en el trabajo de campo por las cuales es perceptible que en el camino de la investigación hay deferencias cuando las mujeres desarrollan sus actividades. Cada vez somos más conscientes de que desde la etnografía y otras disciplinas la investigación está pensada a partir de la concepción de un sujeto masculino que dirige, desarrolla y cumple con rituales y actividades dentro de un sistema patriarcal. Gracias a las antropólogas feministas de finales del siglo XX y la etnografía feminista emergente es posible revisar nuestra historia en la investigación, reconocer los obstáculos que hemos enfrentado, reconocer las violencias que hemos vivido, así como advertir el grado de vulnerabilidad y replantear nuestras estrategias para seguir investigando, pero reduciendo los riesgos y tratando de tener protocolos de seguridad. Esperemos que la información expuesta por una historiadora que no trabaja género abone un poco a estas reflexiones.

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Notas

1 Sobre este tema, es interesante comentar que López Caballero pone a discusión la importancia y la utilidad del diario de campo, así como su validez como documento histórico.

2 Es importante señalar que las reflexiones que comencé a articular sobre mi experiencia en el campo se deben al grupo de trabajo conformado por Marcela Meneses, Marcela Amaro y Laura Beatriz Montes de Oca, investigadoras del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, con el proyecto titulado “Métodos y técnicas de la investigación social en tiempos y contextos extraordinarios”, que comenzó en abril de 2022 y cuyo producto editorial se encuentra en prensa.

Recibido: 01 de Octubre de 2023; Aprobado: 01 de Noviembre de 2023

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