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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  n.19 La Paz jul. 2007

 

 

 

Algo sobre modernismo...1

 

 

Daniel Sánchez Bustamante

 

 


No hace un año que se apuntó la tímida chispa del modernismo en Bolivia. Su concepto aún no está precisado: hay quien le confunde con el decadentismo deshecho, y hay quien le practica regresando inconscientemente al romanticismo. Ángel Diez de Medina confesaba su fervorosa simpatía por los nuevos... al mismo tiempo que en Sucre se había concentrado un joven cenáculo rasgando valiente el velo de lo resabido, para mirar los flamantes caminos a la eterna ciudad del Arte, y para escoger el que mejor podía llevarle, calmando sus febriles aspiraciones y señalando puntos de acierto a su traviesa curiosidad. Mas, antes hubo modernistas: estaban en el estado latente y no quisieron alzar la bandera de la cruzada, y pasar, así, a su estado radiante.

Ahora nos llega otro eco simpático, amigo y muy acorde con las vibraciones filoneístas. Es Manuel María Pinto, residente de Buenos Aires, que dirige carta llena de interés a Rosendo Villalobos, con motivo de su tomo de poesías: Ocios crueles.... No conozco sino fragmentos de ella, que aparecen en "El Comercio" de La Paz, lo cual es suficiente para revelar al esteta, poseído de amor a la investigación e imbuido de la alboreante claridad contemporánea. La misiva luce su fina prosa musical, altiva y vaciada en molde francés, de donde caen, cual fea mácula, algún galicismo impasable y algunas construcciones rebeladas contra la índole de nuestro idioma, que, a mi juicio, se presta sin violencias a todos los primores y hondas y misteriosas armonías que quisiera arrancarle un H. de Reg-nier, un Moréas o un D’Annunzzio, y que han sabido evocar y cincelar Rubén Darío y Salvador Rueda.

El origen de tantos galicismos de concepto y forma que cometemos los escritores de América está en la seductora y luminosa influencia que parte de París, cuyas revistas reinan en los círculos intelectuales, traídas y difundidas en alas de magnética atracción. El alma francesa está educando al alma americana. En tanto que de la hidalga España, cuya índole amamos en nuestro interior, como remota e inefable armonía, no sentimos (defecto de vínculos o de reclamo) tan constantes influencias y seducción. Tendríamos que pactar, americanos y españoles, sacra alianza: ellos para radiar intensa y nuevamente y nosotros para mantener inmaculado el brillo castellano en nuestra cultura. Lo cual no se conformaría con las leyes de la estética ni de la filología.

La carta de Manuel María Pinto es muestra de ingenio robusto, educado por sí mismo (porque, para nuestra instrucción universitaria, la filosofía del arte vale tanto como el altor de las montañas de Sirio), pero educado en lecturas francesas: Taine, Guyau, Mallarmé, Hirth, traducido al francés, y luego toda la pléyade que circuló y circula alrededor de la "La Plume", de la "Biblioteca del Mercurio de Francia", de "La Revue Naturiste", etc., etc.

De ahí que su estilo vivo y exquisito aun no haya hallado formas definitivas ni periodos consentidos: notase la vaga reminiscencia, la inadvertida imitación de las formas e ideas acariciadas en la lectura:

Es un poeta pasional: nunca será impecable porque no puede ser impasible. Pero, ¿acaso el arte vive de otra cosa que de la pasión? Entre la sensación o imagen (reviviscencia de sensaciones. como la define Taine) y la expresión, ¿acaso no media la pasión -el temperamento individual- como indispensable corolario del arte? La sugestión o alusión, que diría Mallarme, ¿no tiene por resorte principal la pasión? Para quien sueña con un arte impersonal, algo menos que plástico, un poeta pasional, que no cincele joyas raras, que no pinte paisajes japoneses, que no escancie el licor de la idea en ánfora cuidadosamente exhumada de alguna rancia ruina, que no se deleite con las emotividades de Nerón y que, en fin, no exorne sus versos con la erudición -recomendada por Banville- de los catálogos de almacén y los libros de cocina, no es tal poeta.

Pero para quien juzga sin prejuicios de maffias literarias, sin el misoneísmo de los estetas, y sin el olímpico canon del maestro que saluda a las "ocas normales" con la subida frase de Apeles, ne sutor ultra crepidam, un poeta pasional es un verdadero artista en el más extenso sentido de la palabra.

Habréis notado cómo se cierne allí un acentuado pedantismo, amenazando borrar la noción clara, la percepción definida y trasparente, y reventar en palabras esotéricas traídas or el prurito de exótica y extraña eufonía.

En cambio ved la frescura, la fantasía, la tersura y la natural afinación en estas ideas:

El amor y el recuerdo son el alma de Ocios crueles. El amor en este poeta es impúber y llegará a ser místico. Él canta el beso en flor, el beso de la luz, el beso de los ojos, el beso de la boca -el Beso- sagrado anillo nupcial de las almas. Pero, ¿donde están el beso de sangre, el beso eucarístico de posesión, el beso epiléptico que hace hervir el vino de las venas, el beso que purpura los lirios y hace brotar el sonrojo como una caricia?

Quien ha escrito tales líneas es un espíritu bien cultivado, que sabe vibrar al soplo de la verdadera belleza y que sabe sentirse con bríos suficientes para ascender a mejores concepciones, dejando que naufrague el barco viejo y carcomido que contenía presuntas reglas de retórica americana.

Por lo demás, en el fondo de la carta repiquetean tenuemente la imitación, la ajena idea y la formación inorgánica de cláusulas, tomándolas así: a la diestra de Mallarmé, a la siniestra de D'Annunzio; por delante aparece Collanti y por detrás Eugenio de Castro; y todo dentro de los cortes, citas y sugestiones del Dante, de Gu-yau, de Hirth... alocada erudición. El crisol de la originalidad y de la adaptación orgánica de tantas y tan bellas emociones artísticas aún no ha dado en este escritor su esencia adecuada, o mejor su residuo brillante, cual aparecen las moléculas del oro después del polvoriento ensayo.

Manuel M. Pinto se deja apuntar demasiado con el flamante estol artístico de París; se ha penetrado apasionadamente de él. En tanto, está muy por cima de los adolescentes modernistas que en el Perú y Centroamérica no hacen más que plagiar lo que no entienden, y nos espetan todo cuanto el absurdo humano puede arrojar desde el cacumen, en papelillos de colores, cintajos recortados a regios ornamentos y palabras arrancadas sin concierto de Azul..., de Los raros o de Prosas profanas. Rubén Darío está transtornando toda la serie de cabecitas nacientes, que se agolpan "en carrera a la muerte", así como los imitadores de Victor Hugo, caídos y perdidos bajo las ruedas de la triunfal carroza de 1830...

Felizmente para Bolivia, los pocos apóstoles, discípulos y fieles del modernismo lo entienden de muy distinto modo; estudian la fulguradora carrera actual, para fijarla -pian piano -en la elaboración de la literatura nacional.

Admiran, pero no imitan, los refinados productos de la decadencia. Aun en Francia la corriente más seria moderna, si no execra al extravío sistemático de las más jóvenes inteligencias lanzadas en su neurasténico afán de buscar los misterios y las quintas esencias a través de un lenguaje de sostenida reverberación. En prueba de ello, recuerdo a Julio Lemaitre:

"Esos artistas, dice, manejan la lengua a su guisa, no, como los grandes escritores, por que la saben, sino como los niños, por que la ignoran. Dan ingenuamente a las palabras sentidos inexactos. Y así se creen los artistas más delicados y más sabios de nuestra literatura".

Tambien Guyau condena toda esa porción de escuelas o cenáculos que se dan a la orquestación y las armonías difíciles, porque las considera insociables, síntomas de decadencia, y porque cree la misión del arte es despertar emociones estéticas de carácter social.

Sucre, 1898

 

Notas

1 Publicado originalmente en la "Revista de Bolivia", N° 14.

 

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