SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 issue7Textos inéditosFragmento de una novela en preparación author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

Related links

  • Have no similar articlesSimilars in SciELO

Share


Revista Ciencia y Cultura

On-line version ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  no.7 La Paz July 2000

 

 

 

La inquietante inminencia del valle de La Paz
Conversación con Alberto Villalpando

 

 


Alberto Villalpando (A.V.): En las ciudades altiplánicas, como resultado de la luz, por lo eléctrico del aire y la sequedad del ambiente, se genera una forma de ansiedad que nos induce a creer que a la vuelta de cada esquina va a aparecer algo excepcional: ciudades fantásticas, espacios comunes que son siempre sorprendentes por más que sean típicos. Estos lugares donde esta ansiedad confluye y se concentra, dan la posibilidad del surgimiento de lo fantástico, como en el Valle de la Luna, por ejemplo. Bajo la luz de la luna llena, como la luz es chata, fotográficamente hablando, lo fantástico es menos elocuente que cuando ilumina la luz de la luna creciente. Ahora sí, es más inquietante, los pliegues y repliegues de los túmulos son endemoniadamente sugerentes.

Revista (R): Cómo percibe lo sonoro de la ciudad.

A.V. El ruido es, a veces, como un oráculo de la ciudad, pero hay que tener el oído atento y superar lo que ahora llaman la contaminación sonora.

R. Cuando estamos en la altura, algo lejos de la ciudad, descubrimos que el sonido llega desde distintos barrios, como un rumor, extrañamente nítido, ¿no le parece?

A.V. Llojeta es un friso sonoro, una presencia de sonidos con profundidad y ubicuidad, se puede..., se podía establecer incluso la distancia de la que provenían y definir los ruidos porque estos eran nítidos. No barullo o tumulto sino voces diferenciadas: ladridos, bandas lejanas, voces de niños o de adultos, cloqueos de gallinas y hasta un perdido músico tocando una trompeta. La ciudad es un lugar de ecos e inminencias. Pienso que para sus habitantes estas percepciones son inseparables, en cambio juzgo que el extranjero percibe siempre de forma aislada, episódica, sin darse por enterado de lo que sucede. Mi percepción perfila un habitante insólito que se va descubriendo en los ruidos.

 

El telescopio y la callecita

A.V. El Jaime (se refiere a Jaime Saenz) consiguió, no sé de cómo, una fotografía de satélite del valle de La Paz, donde se podía descubrir, en medio de las caprichosas formas de las montañas, una serie de figuras descomunales, eran como monstruos que rodeaban a la ciudad. Algo estupendo..., premonitorio. Esto nos llevó a innumerables disquisiciones sobre la ciudad y sus múltiples destinos. Y mirábamos inquietos la ciudad con largavistas, hasta que un buen día consiguió un pequeño telescopio con el cual vimos, cerca del anochecer, una lejana y solitaria calle que se perdía en medio de las laderas. En la calle habíamos enfocado un poste de luz que tenía un foco guarnecido por una pantalla de fierro enlozado. Era una imagen tan solitaria y melancólica que marcamos bien la ubicación del telescopio y de tarde en tarde mirábamos aquella calle solitaria, donde nunca se veía un transeúnte ni de día ni de noche, sólo el poste con el foco. Nos preguntábamos por qué nadie pasaba por ahí, quién vivía por los alrededores, etcétera. Surgió entonces la idea de encontrar esa callecita solitaria. En un primer intento, no pudimos llegar. Luego el Jaime consiguió una brújula muy sofisticada, marcó el rumbo y se fue a descubrir solo la tal callecita, y la encontró, dejando una marca en el poste de luz que luego la vimos a través del telescopio.

 

El rumor de la montaña

R. Al estar uno acostado en la montaña, hay un otro rumor, no de lejanía, sino de la tierra misma, algo que está y permanece, ¿lo ha percibido usted?, ¿ha influido en su obra musical?

A.V. Las montañas producen euforia, nos dan un impulso de tremenda fortaleza. Cuando uno se acerca a las montañas se siente como un rumor, algo que crece, crece y crece, hasta que ya no se puede más, es casi inaguantable. Estas percepciones han sido el justificativo de dos obras para orquesta, llamadas Música para orquesta III y IV. En cambio la percepción de las amplitudes sonoras, como las del Altiplano, o pequeños ámbitos como algunas cabeceras de valle, más bien me introvierten, y con este ánimo he escrito una series de obras para diferentes conjuntos de cámara a las que les he puesto el título genérico de Místicas.

El espacio define, da una concepción de cómo va a ser el sonido. Hay una indudable influencia del paisaje, también dicen que de la alimentación, en la percepción y en concepción sonoras. Paisajes similares a los andinos, como los del Tibet, han propiciado las escalas pentáfonas, por ejemplo. En cambio en los llanos, en las selvas altas como las del Beni o Pando, el ruido del ambiente es tan intenso que casi no permite generar otros ruinos. Me imagino que esa es la razón por la cual la música generada en esos ámbitos es de una sonoridad muy discreta, casi como una chorro de agua. En el Altiplano, una tropa de tarkas tiene la necesidad de llenar el espacio, de hacer frente a ese, a veces, omnímodo silencio. Y han inventado instrumentos de gran sonoridad, como son todos los instrumentos andinos, incluido el charango, que es mucho más incisivo que su madre, la guitarra.

 

La inminencia

R. ¿Podría hablar un poco más sobre la inminencia, aquella que se produce en esta ciudad?

A.V. Existe la diafanidad del sonido después de la lluvia, sobre todo en la noche. El sonido es más concreto y más asimilable a una premonición, de las conductas anteriores y posteriores, por ejemplo por cómo suenan las ruedas de los autos en el asfalto mojado, uno se puede imaginar en qué andan los pasajeros, a dónde van, si están yendo a algún lugar específico, etcétera. La imaginación cobra una forma concreta y una precisión única.

 

Creative Commons License All the contents of this journal, except where otherwise noted, is licensed under a Creative Commons Attribution License