INTRODUCCIÓN
Latinoamérica es la región con la mayor desconfianza generalizada; en desconfianza interpersonal, solo 17 de cada 100 personas confían en los demás; y en cuanto a desconfianza institucional, solo 3 de cada 10 personas confían en la policía, 2 en los poderes del Estado, y solo 1 en los partidos políticos (Latinobarómetro, 2018). Por su parte, en Perú, solo 1 de cada 10 peruanos confía en los demás, mientras que la población presenta niveles muy altos de desconfianza institucional: Poder Judicial (84%), Congreso (92%), partidos políticos (93%) y gobierno (87%) (Latinobarómetro, 2018). Un dato significativo es la relación inversa entre la percepción de la corrupción y la renuencia a denunciarla; si bien, la población identifica un ascenso de la corrupción, de 44% (2013) al 62% (2019), sin embargo, solo el 7% de ciudadanos a quienes les pidieron soborno, formalizaron sus denuncias (Instituto de Estudios Peruanos-IEO, 2016; Proética, 2019).
Esta desconfianza generalizada en Perú responde, a los niveles de descomposición institucional cada vez más alarmante, pero también a las dinámicas cotidianas transgresoras, acentuadas y legitimadas en los ámbitos público y privado, como el engaño mutuo, la cultura de la criollada, la moral del vasallaje, el achoramiento, la cholificación, la informalidad, la cultura de la impunidad y complicidad ante la corrupción, entre otras. A su vez, la transgresión cotidiana merma mucho más la quebrantada institucionalidad y la confianza interpersonal (Ames, y Patiño-Patroni, 2016), y su constante repetición incide en un mayor enraizamiento de la verticalidad, el autoritarismo, la anulación del otro y las prebendas propias del colonialismo virreinal (Porras, 2014).
En ese sentido, se formula la siguiente pregunta de investigación: ¿Cuál es la relación entre la moral heterónoma y la moral autónoma como postura ética en los estudiantes de Filosofía, Psicología y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Trujillo (UNT) frente a la tolerancia de las prácticas cotidianas de transgresión ciudadana? Se asume como hipótesis que en los estudiantes se manifiesta la acentuación de la moral heterónoma, así como la atenuación de la moral autónoma como postura ética frente a las prácticas cotidianas de transgresión ciudadana.
Los objetivos específicos fueron a) Identificar el nivel de tolerancia de las prácticas cotidianas de transgresión ciudadana en los estudiantes; b) Identificar los niveles de acentuación de la moral autónoma frente a la tolerancia de las prácticas cotidianas de transgresión ciudadana; c) Identificar los niveles de acentuación de la moral heterónoma frente a la tolerancia de las prácticas cotidianas de transgresión ciudadana; d) Correlacionar la moral autónoma basada en actitudes de universalidad con la moral heterónoma y sus dimensiones frente a la tolerancia de las prácticas cotidianas de transgresión ciudadana; e) Correlacionar la moral autónoma basada en actitudes de consistencia con la moral heterónoma y sus dimensiones frente a la tolerancia de las prácticas cotidianas de transgresión ciudadana. Esta investigación fue relevante porque atiende una preocupación social vigente: la cultura ciudadana en la población joven frente a la crisis de representación política. Indagar sobre las prácticas transgresoras de la convivencia ciudadana permitirá visibilizar aquellas que han sido normalizadas e impiden la consolidación de la democracia.
La dicotomía entre heteronomía y autonomía moral responde a la idea moderna de la ética kantiana, expresada en los imperativos categóricos de la universalidad del deber moral y de la dignidad y la autonomía de la persona. El primero, enfatiza que la ley moral se sustenta en lo que debe hacerse y no en lo que se hace. El segundo imperativo asume a la persona siempre como un fin y no solo como un medio (Camps, 2013). Ambas morales, pueden ser adoptadas como postura ética en la cotidianeidad, sin embargo, al asumirse la moral heterónoma se afectará a la universalidad del deber moral, expresándose en la desobediencia sistemática, la dependencia subordinante o la evasión de la responsabilidad. Asimismo, afecta al principio de dignidad dado que impulsa a instrumentalizar al otro.
Según Tugendhat (2006) que la conciencia se estructure de ambas morales, no implica que no se desee a la moral autónoma como parámetro social. Sin embargo, señala que el planteamiento kantiano yerra al pretender que el deber moral solo se exija desde la razón pura centrada en una misma conciencia humana independiente del momento histórico y de carácter secularizada, cuando los sistemas morales históricos, se centran en las exigencias recíprocas. La autonomía compartida, sería un sistema en que la autonomía de cada uno queda limitada por la autonomía igual de los demás.
Dos principios distinguen a la autonomía moral: de universalidad y de consistencia. El primero tiene que ver con el alcance de una ley, mientras que el segundo indica que una justificación debe darse en todos sus extremos guardando coherencia con la totalidad de la argumentación (Mosterín, 2010; Mosterín, 1999). La autonomía moral persigue el ideal de la Ilustración: el hombre adulto como sujeto capaz de autogobernarse bajo los mandatos de la razón, en concurrencia de los derechos o las garantías constitucionales.
A la cuestión de la mejor forma de vida y convivencia posible se ha respondido desde dos paradigmas éticos: el del bien común (o de la felicidad) y el de la autonomía (o de la justicia). Mientras que en el primero, las decisiones de los individuaos se sujetan a un fondo de valores y tradiciones colectivas; en el segundo, las elecciones son a conciencia individual, cobrando importancia las reglas que permiten la elección libre (Giusti, 2007). Sin embargo, Polo (2004) cuestiona esta segunda forma racional de asumir la moral ya que deja de lado los sentimientos o la espontaneidad. Por su parte, Cortina (2008), afirma que, para tomar decisiones justas y prudentes, se requiere forjar un carácter, apelar a un mínimo de principios y a la disposición dialógica.
La autonomía moral es valorada como el pilar de los proyectos de vida personal, de la participación pública, de las decisiones en cuestiones bioéticas y como contención a las pretensiones invasivas de los Estados u otras fuerzas sociales o económicas. Algunas de sus clásicas definiciones son: a) Como facultad individual de plantear preferencias y deseos sin interferir en las elecciones de los demás. b) Como autocontrol y autogobierno bajo criterios de racionalidad y moralidad. c) Como capacidad de autolegislación universal de la persona autónoma (Papacchini, 2000). Por oposición, la heteronomía moral vendría a ser la elección condicionada o determinada por factores externos a la conciencia autónoma y al ejercicio libre y racional de la misma.
Para Lawrence Kohlberg, la respuesta moral del adulto consiste en su ejercicio autónomo, en donde las interacciones sociales permiten asumir responsabilidades, ocurriendo la interacción entre estructuras mentales y medio ambiente, siendo condición necesaria del juicio moral diferenciado, el desarrollo cognitivo. Este transita por tres niveles. En el nivel preconvencional, el respeto a las normas se atiende desde sus consecuencias de quienes las establecen. En el nivel convencional, los sujetos cumplen roles asignados para sostener el orden establecido. Finalmente, en el nivel posconvencional, los sujetos presentan una clara intención por definir valores y principios de validez universal, más allá del convencionalismo y la autoridad (Tejedor, 1997).
Cortina (1994) postula la urgente necesidad de la educación de la moral cívica en sociedades cada vez más plurales para transitar decididamente de la moral del vasallaje a la moral autónoma. La moral de vasallaje se corresponde a la moral heterónoma, apela a la obediencia y a la lealtad, mientras que la moral civil autónoma responde a los deberes y principios éticos universales. La moral del vasallaje, asociada a creencias religiosas o a dogmas políticos (totalitarismos), aún persiste en instituciones y tras la actitud pasiva, esperanzadora o castigadora del poder superior. Actualmente, hay un viraje hacia el politeísmo moral, generando atomización y anomia social. Si se desea favorecer la consolidación de la autonomía moral, arraigada en unos mínimos éticos y la disposición dialógica, la vía es el pluralismo moral.
El vasallaje moral sigue vigente en la sociedad peruana y se corresponde con la cultura de la criollada, entendida como la apelación constante y sistemática a normas que se incumplen a cambio de alguna ventaja individual por encima del bien común. Un fenómeno contribuyente a dicha cultura fue el desborde popular (Matos, 1986) caracterizado por el asentamiento de las migraciones rurales en las ciudades desde la marginalidad, abriéndose paso mediante mecanismos de informalidad ante la agobiante cotidianidad. Sin embargo, la transgresión ni es exclusiva de las capas populares ni es la excepción, sino una forma cultural cotidiana tributaria de ciertos fatalismos y simpatías sociales de una ciudadanía con serios problemas para reconocer los límites de la convivencia ciudadana (Ames, 2016).
Para Touriñán (2009) la convivencia ciudadana es una cohabitación cualificada, sostenida por actitudes pacíficas, de entendimiento y de negociación para la participación activa en los asuntos públicos, debiéndose asumir una moral basada en derechos y deberes, respondiendo a unos mínimos éticos. Para Cortina (2009), la ciudadanía es un concepto mediador entre las bases racionales de la justicia y los sentimientos de pertenencia. Por su parte, Magendzo (2003) traduce esta participación como la constatación del sujeto de derecho con capacidad de hacer uso de su libertad y de aceptar los límites de la misma, de reivindicar la igualdad sin desconocer la diversidad, de valorar la solidaridad basada en el respeto mutuo, y de asumir al otro como un sujeto autónomo.
López (1996, 1997) afirma que, en Perú, se cuenta con una ciudadanía inconclusa. Ante la cual, Millán y Vélez (2010) concluyen la necesidad de superar la sociedad de privilegios y la ausencia de una cultura de los deberes. Por su parte Merino (2010), desde el análisis fenomenológico halla dos posturas éticas generalizables en la ciudadanía peruana: a) “sí se puede, pero a mi manera” y, b) “sí se puede, pero que jueguen todos”. Mientras la primera revela una postura vertical proclive al uso de la fuerza, la segunda manifiesta una dinámica convocante. A su vez, Ubillús (2010) resalta dos rasgos del individualismo contemporáneo de la ciudadanía peruana actual: el cinismo y la perversión.
El sentido transgresor forma parte de la cultura de la criollada, consistente en la elusión de deberes a fin de sacar ventajas individuales que tras un pacto social clandestino impele hacia una sociedad de cómplices (Portocarrero, 2005). Por su parte, Nugent (2012), explica que la problemática del caos social peruano revela la ausencia de un sentido compartido por la sociedad y una profunda grieta marcada por la discriminación en la que se ha erigido el convencimiento del Perú como país chacra donde cada quien asume comportarse por encima de las instituciones.
Si bien, la transgresión encuentra hilos comunicantes con la corrupción y la informalidad, sin embargo, debe tenerse en cuenta la función creadora de la transgresión, a fin de cuenta el desborde popular y la informalidad son dos respuestas al orden excluyente de la reciente historia peruana (Ames, Patiño-Patroni, 2016). Esta ambigüedad es aprovechada por los grupos de poder para evitar y controlar actos en contra de las regulaciones que salvaguardan sus intereses así, por ejemplo, criminalizar las protestas sociales o derechos elementales como el de la huelga (Carpintero, 2012). Por ello, antes de sancionar a la transgresión debe comprendérsela dentro de un marco de desenvolvimiento y los cánones que un tipo de sociedad brinda.
En esta investigación, la transgresión cotidiana es entendida como cultura, como un modo de vida, en la que se desenvuelven y se asientan vínculos entre las personas, expresados a través de un conjunto de reglas y prácticas que regulan la interacción social. Consecuentemente, no se trata de observar conductas aisladas, desajustes frente a tal o cual norma. Así, una cultura normalizadora de la transgresión alberga formas de vida social a partir de las cuales surgen discursos que favorecen la estafa, la corrupción, la violencia, acentuando injusticias en detrimento de la construcción de una ciudadanía (Vich, 2016).
MÉTODO
Las actitudes y justificaciones de moralidad de los estudiantes universitarios constituyeron el objeto de estudio. La población estuvo conformada por los estudiantes de Filosofía, Psicología y Ciencias Sociales de la Escuela Profesional de Educación Secundaria de la Facultad de Educación y Ciencias de la Comunicación de la Universidad Nacional de Trujillo. Se tuvo en cuenta a los estudiantes de los ciclos impares (1°, 3°, 5°, 7° y 9°), matriculados en el semestre académico 2021-1, Se aplicó el muestreo incidental o por conveniencia, como señalan Otzen y Monterola (2017), esta técnica faculta la selección desde la accesibilidad y proximidad de los sujetos al investigador, por ello, se tomó a los alumnos de los ciclos 3°, 5°, 7° y 9°, puesto que desarrollaron al menos un curso con alguno de los docentes investigadores ya sean en el semestre anterior (2020-2) o en el semestre 2021-1, distribuidos de la siguiente manera: 32 alumnos del 3° ciclo, 22 alumnos del 5° ciclo, 24 alumnos del 7° ciclo y 4 alumnos del 9° ciclo, haciendo un total de 82 alumnos.
La investigación se propuso hallar la correlación entre las variables acentuación de la moral autónoma (V1) y acentuación de la moral heterónoma (V2) con la variable tolerancia ante las prácticas cotidianas de transgresión ciudadana (V3). Para la V1 se tuvo en cuenta dos dimensiones: a) la dimensión “actitudes de universalidad” cuyo indicador es el argumento de “universalidad como criterio del ejercicio ciudadano o convivencia ciudadana”, y b) la dimensión “actitudes de consistencia” cuyo indicador es el argumento de “adecuación a fines o normas como criterio del ejercicio ciudadano o de convivencia ciudadana”.
Para la V2, la observación y análisis se dirigió a dos dimensiones: a) actitudes subordinantes del criterio de racionalidad, cuyo indicador son los “argumentos contextuales que desconocen a la regla de universalidad como criterio del ejercicio ciudadano o convivencia ciudadana”, y b) la dimensión “actitudes subordinantes del criterio de moralidad” y su indicador fue los “argumentos pasionales que desconocen la adecuación a los fines o normas como criterio del ejercicio ciudadano o convivencia ciudadana”. En cuanto a la V3, la dimensión estudiada ha sido el “nivel de tolerancia a las transgresiones”, a través de seis indicadores expresados en porcentajes frente a la práctica de: “dar dinero a un juez para ganar un juicio”, “dar dinero a un policía de tránsito para evitar la sanción de una infracción”, “arrojar desperdicios en la calle”, “no pagar impuestos”, “acceder a un cargo público gracias al contacto de un conocido o familiar”, y “colarse en una fila para realizar algún trámite”.
La técnica empleada consistió en la aplicación de una encuesta con respuestas anidadas a fin de determinar la tendencia de actitudes y justificaciones de moralidad frente a ítems de transgresión ciudadana. El análisis de los datos fue mediante la herramienta del software SPSS, presentándose los resultados en tablas con la distribución de frecuencias absolutas simples y relativas porcentuales de los niveles de cada variable, además se analizó la normalidad de las variables mediante estadísticos de tendencia central, dispersión y forma con el índice de simetría y curtosis conjunta que con valores K2 mayores a 5.99 ha descrito una distribución diferente a la normal, decidiéndose medir la relación con el coeficiente de correlación de Spearman y cuantificar su magnitud mediante el criterio de Cohen (1988) que considera una relación de magnitud trivial o nula si r < .10; pequeña, si r < .30; moderada si r < .50; y, grande para r ≥ .50.
Sobre los índices de validez y confiabilidad de la variable “tolerancia a las prácticas cotidianas de transgresión”, la validez de constructo se evaluó mediante el coeficiente de correlación de Pearson entre el ítem y el total del test o dimensión, observándose valores de .40 a 65, señalando que los ítems miden de forma coherente el constructo para el que fueron creados, permitiendo medir la variable con exactitud. Por su parte, la confiabilidad se analizó mediante el estadístico Alfa de Cronbach, obteniéndose un valor de .85 en el instrumento en general, evidenciando una confiabilidad aceptable que permite medir la variable con precisión.
Con respecto a los índices de validez y confiabilidad de la moral autónoma, la validez de constructo se evaluó mediante el coeficiente de correlación de Pearson entre el ítem y el total del test o dimensión, observándose valores de .30 a 65, señalando que los ítems miden de forma coherente el constructo para el que fueron creados, permitiendo medir la variable con exactitud. A su vez, la confiabilidad se analizó mediante el estadístico Alfa de Cronbach, obteniéndose valores de .77 a .79 en las dimensiones y de .80 en el instrumento en general, evidenciado una confiabilidad aceptable que permite medir la variable con precisión. En cuanto a los índices de validez y confiabilidad de la moral heterónoma, la validez de constructo se evaluó mediante el coeficiente de correlación de Pearson entre el ítem y el total del test o dimensión, observándose valores de .30 a 62, señalando que los ítems miden de forma coherente el constructo para el que fueron creados, permitiendo medir la variable con exactitud. A su vez, la confiabilidad se analizó mediante el estadístico Alfa de Cronbach, obteniéndose valores de .75 a .76 en las dimensiones y de .78 en el instrumento en general, evidenciado una confiabilidad aceptable que permite medir la variable con precisión.
RESULTADOS Y DISCUSIÓN
A continuación, se presentan los resultados obtenidos después de la aplicación de la estadística descriptiva y la correlacional.
En la Tabla 1, se aprecia una baja tolerancia a las prácticas cotidianas de transgresión en el 70.7%, una tolerancia media en un 28% y alta en el 1.2% de los estudiantes de Filosofía, Psicología y Ciencias Sociales en la UNT, 2021.
En la Tabla 2, se aprecia a la moral autónoma con un nivel de acentuación moderada en un 75.6% con tendencia a ser débil en un 24.4%, explicada en el desplazamiento de moderada a débil en sus dos dimensiones: en las actitudes de universalidad (de nivel moderado en un 43.9% con tendencia a ser baja en un 35.4%) y en las actitudes de consistencia (de nivel moderado en un 48.8% con tendencia a ser débil en un 35.4%).
En la Tabla 3, se aprecia la moral heterónoma con un nivel de acentuación débil en un 82.9%, explicada por un nivel de acentuación débil en sus dos dimensiones: en las actitudes subordinantes del criterio de racionalidad en un 89% y en las actitudes subordinantes del criterio de moralidad en un 97.6%.
En la Tabla 4, se muestra una relación inversa (rs<0), de magnitud grande (|rs| ≥ .50) entre la moral autónoma con la moral heterónoma (rs=-.60) como postura ética frente a las prácticas cotidianas de transgresión ciudadana, destacándose una relación inversa de magnitud grande entre la moral autónoma con la moral heterónoma basada en actitudes subordinantes del criterio de moralidad (rs= -.50), seguido por una relación inversa de magnitud moderada (.30 ≤ |rs| < .50) entre la moral autónoma con las actitudes subordinantes de racionalidad como postura ética frente a la tolerancia de las prácticas cotidianas de transgresión ciudadana en los estudiantes de Filosofía, Psicología y Ciencias Sociales en la UNT, 2021.
En la Tabla 5, se muestra una relación inversa (rs < 0), de magnitud moderada (.30 ≤ |rs| < .50) entre la moral autónoma basada en actitudes de universalidad con la moral heterónoma (rs=-.38) como postura ética frente a las prácticas cotidianas de transgresión ciudadana; observándose también una relación inversa de magnitud moderada con la moral heterónoma basada en actitudes subordinantes del criterio de moralidad (rs= -.32) y la moral heterónoma basada en actitudes subordinantes de racionalidad (rs= -.31) como postura ética frente a la tolerancia de las prácticas cotidianas de transgresión ciudadana en los estudiantes de Filosofía, Psicología y Ciencias Sociales en la UNT, 2021.
En la Tabla 6, se muestra una relación trivial (|r| <.10) entre la moral autónoma basada en actitudes de consistencia con la moral heterónoma y sus dimensiones de moral heterónoma basada en actitudes subordinantes del criterio de racionalidad y la moral heterónoma basada en actitudes subordinantes de moralidad como postura ética frente a la tolerancia de las prácticas cotidianas de transgresión ciudadana en los estudiantes de Filosofía, Psicología y Ciencias Sociales en la UNT, 2021.
Discusión
El resultado (Tabla 1) muestra una baja tolerancia a las prácticas cotidianas de transgresión de parte de los estudiantes, ya sea en las actitudes de universalidad o de consistencia, dejando constancia que, en lo personal no son partícipes de dichas prácticas, lo que no implica que a nivel social se niegue su extensión. En ese sentido, un estudio del Instituto de Opinión Pública (PUCP, 2017), halló que, si bien las transgresiones se rechazan de manera abierta desde el plano personal, no ocurre lo mismo desde el plano social. Así, se identificó que el 90% de los consultados rechazó estar de acuerdo con prácticas de soborno, sin embargo, el 50% señaló que los peruanos sí son próximos a cometer este tipo de conductas transgresoras. Esta aparente contradicción puede interpretarse desde lo que Portocarrero (2010) y Porras (2014) analizan acerca de la cultura de la criollada, consistente en la práctica elusiva de los deberes a fin de sacar ventajas individuales o grupales.
En cuanto a la acentuación de la autonomía moral frente a las prácticas cotidianas de transgresión ciudadana en los estudiantes (Tabla 2), muestra un nivel de acentuación moderada en un 75.6% con tendencia a ser débil en un 24.4%, extendiéndose tal tendencia en sus dos dimensiones (en las actitudes de universalidad y en las actitudes de consistencia). Estos resultados, pueden interpretarse en conjunto con los obtenidos en la Tabla 3, correspondiente a los niveles de acentuación de la moral heterónoma frente a las prácticas cotidianas de transgresión ciudadana, en los que se aprecia un nivel de acentuación débil en un 82.9%, tanto en lo referente a las actitudes subordinantes del criterio de racionalidad como en las actitudes subordinantes del criterio de moralidad.
La universalidad del deber moral es la dimensión que mejor identifican las personas, entendida como la aplicabilidad de la norma para todos los individuos de un grupo. Tal familiaridad está asociada al nivel de desarrollo del juicio moral que presentan los estudiantes que, desde la Teoría de Kolberg, se ubican por encima del nivel convencional (Tejedor, 1997). En ese sentido, Barreto (2018) encontró que el juicio moral de la mayoría de los estudiantes del primer y tercer ciclo de una universidad pública correspondía al nivel convencional, quienes asumían que el cumplimiento de sus deberes se vinculaba con las exigencias sociales de convivencia.
La información en la Tabla 4 revelan que no se confirma la hipótesis formulada en este trabajo, observándose una acentuación de la moral autónoma, mientras se atenúa la moral heterónoma como postura ética. Desde la discusión teórica, se repara en el divorcio del juicio moral y las circunstancias sociales de desenvolvimiento de los sujetos. Si bien Kohlberg, identificó como rasgo central de la moralidad adulta la autonomía de un juicio centrado en la comprensión universal de principios, también señala que esto se debe al desarrollo del tipo de pensamiento. Así, Kohlberg halló que solo el 25% de adultos llegan al tercer nivel y solo el 5% alcanza el estadio 6 del desarrollo del juicio moral (Tejedor, 1997). De otro lado, es insuficiente la explicación kantiana de la moral autónoma que apela al estamento metafísico de la razón autónoma, por ello, cabe repararse en la autonomía compartida propuesta por Tugendhat (2006), es decir, que la autonomía emerge del deber frente a los demás.
Los resultados (Tabla 5) permiten observar una relación inversa (rs < 0), de magnitud moderada (.30 ≤ |rs| < .50) entre las actitudes de universalidad (dimensión de la moral autónoma), y las dos actitudes de la moral heterónoma (con las actitudes subordinantes del criterio de moralidad rs= -.32; y, con las actitudes subordinantes de racionalidad rs= -.31), como postura ética. La acentuación de las actitudes de universalidad de cumplimiento de la norma restringe otras justificaciones correspondientes a la moral heterónoma en sus dimensiones de actitudes subordinantes, estas pueden caracterizarse cognitivamente por ejemplo, en el cumplimiento de las normas sociales solo por sus consecuencias (nivel preconvencional), o como una manera de responder a las expectativas de los demás (nivel convencional) (Tejedor, 1997), condiciones que son conducentes a lo ya analizado y discutido con los resultados hallados por Barreto (2018).
Las derivaciones encontradas en la Tabla 6 muestran una relación trivial (|r| <.10) de la actitud de consistencia (dimensión de la moral autónoma) con las dos dimensiones de moral heterónoma (actitudes subordinantes del criterio de racionalidad y actitudes subordinantes de moralidad), como postura ética frente a las prácticas cotidianas de transgresión ciudadana en los estudiantes. Una explicación al respecto se enmarca en el carácter de la cultura de la criollada, la misma que ha generado un tipo aceptación del doble discurso, o la práctica inconsistente entre principios y acciones normalizando las transgresiones, instaurando una subcultura de la apariencia, o lo que Portocarrero (2010) identifica como una sociedad de simulacros y una sociedad de cómplices (Portocarrero, 2005), en ese mismo sentido, Medina (2001) identifica al achoramiento y la cultura combi como expresiones de la cultura de la criollada.
CONCLUSIONES
Se concluye la no confirmación de la hipótesis puesto que los resultados revelan una acentuación de la moral autónoma y una atenuación de la moral heterónoma como postura ética de los estudiantes. Asimismo, los niveles altos de rechazo a las transgresiones ciudadanas se plantean desde el lado personal, pero esto cambia cuando se juzga el comportamiento social. Esta contradicción es resultado de la normalización cultural de la transgresión. Entre las dos dimensiones de la moral autónoma, las actitudes de universalidad resultan más acentuada que las de consistencia, al correlacionárselas con las dos dimensiones de la moral heterónoma; además, también es la que tiene mayor peso frente a la tolerancia de las prácticas cotidianas de transgresión ciudadana.
Por su parte, la moral heterónoma como postura ética ha tenido una valoración trivial coincidente a otros estudios con población universitaria, dado que esta población se mueve en el nivel convencional. De otro lado, en diversos estudios se evidencia que el ser social del peruano se caracteriza por la normalización de la transgresión, materializados en la cultura de la criollada, la sociedad de cómplices, o la cultura del achoramiento. Finalmente, es recomendable que este estudio se complemente con otros de corte cualitativo, a fin de identificar razones que permitan sopesar las justificaciones de la racionalidad práctica, ampliando el marco interpretativo desde otras teorías éticas o sociológicas.