Introducción
Huaraz es una de las 20 provincias del departamento de Áncash (Perú), forma parte de la vertiente hidrográfica del Pacífico. El río principal es el Santa y recorre de sur a norte dividiendo las cordilleras Blanca y Negra. Tiene como afluentes mayoritariamente ríos de origen glacial y productos de las precipitaciones estacionales. La capital de la provincia lleva el mismo nombre y puede ser definida como una ciudad cosmopolita, con una diversidad sociocultural y lingüística, con dinámicas sociales donde la modernidad y la tradición coexisten de manera heterogénea y armónica, aunque en las periferias se percibe aún una situación lingüística diglósica (Villari y Me- nacho, 2017).
Estudios de Yauri (1972, 2013, 2014, 2020), Gonzáles (1992), Espinoza (1978), Reina (1992), Alba (1996), Kapsoli y Ocaña (2015), Villari (2016), Barrón y Zubieta (2020) refieren una frondosa historia que data de hace diez mil años, pasando por aluviones, terremotos, migraciones, guerras y sublevaciones hasta eventos catastróficos en el siglo XX, como el aluvión de 1941 y el terremoto de 1970, que alteraron la configuración geográfica, demográfica y cultural de la ciudad de Huaraz. Más recientemente, el conflicto armado interno que significó más de setenta mil víctimas en territorio peruano (1980-2000) y el establecimiento de las empresas mineras transnacionales como Antamina y Minera Barrick Misquichilca (a partir del año 2000), modificaron las relaciones sociales, económicas y culturales ahondando más la brecha entre po- bres y ricos, radicalizando la alteridad y los conceptos de centro y periferia. Pese a eso, coexisten en sus prácticas lo moderno que introducen las empresas mineras, con lo tradicional que hay en estas tierras creando una heterogeneidad cultural que hace natural ver danzantes prehispánicos con danzantes modernos, costumbres ancestrales con las contemporáneas creando una dilogía que impide percibir una estigmatización por razones raciales o de procedencia, como sí se puede advertir en las grandes urbes sobre todo del litoral peruano.
Las literaturas regionales, cobran especial relevancia por ser expresiones de una sociedad básicamente invisible para las élites y el Estado, donde los conceptos de descentralización e inclusión se constituyen en lineamientos líricos, de pueblos imaginados, habitantes de la palabra y lejos de las verdaderas necesidades del hombre de carne y hueso (Zapata y Rojas, 2013; Callirgos, 1993; Whipple, 2013). Por eso, las políticas públicas están dirigidas a satisfacer las necesidades humanas que los políticos y las élites han construido en su imaginación. De ahí que exista un país oficial y otro no oficial, que construye por sus intersticios esos sentimientos de reivindicación que nunca llegan.
En ese contexto, las literaturas regionales se transforman en la voz de las provincias que siempre fueron vistas como el otro inexistente o sólo existentes para sostener el entramado del poder, por lo que, como sostiene Zevallos (2009):
Los artistas intelectuales e indígenas de provincias han emprendido una constante lucha contra el centralismo del Estado-nación peruano en el siglo XX. Las políticas del Estado centralista han sido implementadas por distintos gobiernos consolidando una situación de colonialismo interno que empezó con la creación de la República del Perú en el siglo XIX. Este sistema de explotación ha utilizado el racismo como justificación de políticas excluyentes que han tenido el objetivo de modernizar el país en beneficio de pocos y en detrimento de muchos (p. 9).
La literatura de las regiones siempre fue vista desde la perspectiva decimonónica y mono lógica del canon. Una visión positivista, biografista y formalista ha recorrido las páginas de la crítica y la historia literaria en el Perú. Desde Sánchez (1975), Tamayo (1993) o Riva-Agüero (1962), -los clásicos que construyeron el canon en la literatura peruana- han surgido diversas pro- puestas siempre considerando al Perú como un país homogéneo y monolítico. Sin embargo, con las lecturas de los procesos sociales y culturales hechas por Cornejo Polar (1983), Rama (2008), Lienhard (2003) o Canclini (1990), se han reconfigurado las taxonomías, los sistemas literarios y los enfoques teóricos, los cuales se nutren, ahora, de los diversos movimientos postestructura- listas que cuestionan las nociones de canon, centro, hegemonía y abogan por la visibilización de los discursos de la periferia. Es así como aquella visión hegemónica del centro cedió el paso a las nociones de pluralidad cultural e interculturalidad en un país tan diverso como el Perú. Esto, sin duda, obliga a los académicos a incluir las literaturas regionales como parte del corpus de discursos que circulan en la semiósfera (Lotman, 1995) de las diversas nacionalidades peruanas.
De manera que, en esa propuesta de sistemas literarios formulada por Cornejo Polar (1983), cobran importancia las literaturas regionales que se constituyen en muestras de una literatura periférica y contrahegemónica, las cuales poseen sus propias dinámicas y gozan de la recepción de amplios sectores sociales. En ese sentido, geográficamente hablando, las expresiones literarias ancashinas han tenido un vínculo inexorable con el proceso de la literatura peruana y latinoamericana. Autores como Carlos Eduardo Zavaleta (Caraz, 7 de marzo de 1928 - Lima, 26 de abril de 2011), Óscar Colchado Lucio (Huallanca, Áncash, 14 de noviembre de 1947- Lima, 20 de enero de 2023), Marcos Yauri Montero (Huaraz, 1930), Juan Ojeda (Chimbote, 1934 - Lima, 1974), Julio Ortega (Casma, 1942), Macedonio Villafán (Huaraz, 1949), entre otros, en una historia de la literatura peruana, se constituyen en nombres imprescindibles en la formación de una tradición literaria (Meinecke, 1943; Veyne, 1972; Paz, 1990; Koselleck, 1993 y Ricoeur, 2003).
En la actualidad, la capital de la región Áncash, Huaraz, vive desde hace dos décadas aproximadamente (2000-2020) un importante movimiento cultural, como postulaba Bourdieu (2002). Existen campos que tienen sus propias agendas y que viven la dialéctica de las tensiones y confrontaciones, como es natural en las sociedades humanas. Estas prácticas inusitadamente se han visto reforzadas con las gestiones culturales en campos descuidados como la literatura, el teatro, la música, la pintura y la danza. Se fundaron grupos dinámicos y emprendedores que están produciendo recitales, presentaciones de libros, veladas musicales y mesas redondas, donde el debate reflexivo y los argumentos sólidos acompañan las tertulias que terminan con la edición y publicación de revistas y boletines culturales.
Este estudio es de enfoque cualitativo, con una hermenéutica basada en los estudios culturales (Walsh, 2003), la heterogeneidad cultural (Cornejo Polar, 1994), la sociocrítica (Cross, 1998) y las nociones de sujeto, poder y subalternidad (Moraña, 2000). El objetivo es revisar las propuestas de historia de la literatura ancashina y plantear las coordenadas de un posible mapa de la literatura huaracina de inicios del siglo XXI. Estas coordenadas se constituyen en líneas temáticas, geográficas, así como de modos de representación literaria que comparten fundamentalmen- te tres orientaciones: a saber, la que recrea el mundo y racionalidad andina; la coordenada que desarrolla la incursión de la modernidad como oposición a la tradición y; la tercera, que sintetiza a ambas coordenadas. A partir de esta mirada se traza una cartografía que posibilita hallar en los discursos situaciones y circunstancias que desbordan el concepto de homogeneidad y se inscriben en grupos que comparten sujetos, objetos, modos de producción y apologías a una forma de vida que los diferencia nítidamente de las otras líneas narrativas. Esta noción de cartografía, finalmente, permite visibilizar en los autores estudiados una diversidad de territorialidades (constantes y fronteras) que transforman al fenómeno literario, de esta parte del Perú, en una experiencia singular.
Hacia una revisión de la historia literaria ancashina
Levantar una cartografía de la historia y crítica sobre la literatura ancashina es una empresa de por sí vasta, agotadora y quizá vana para el objetivo que se traza en este artículo. Pero sí cabe precisar que existen algunos trabajos que exoneran, en parte, esta labor, porque muestran estadísticamente el abanico de autores y obras que se podría juzgar de filiación ancashina. Ángeles (1967) y Reina (2001) muestran el desarrollo de la literatura ancashina guiadas por el impresionismo, el positivismo y el biografismo. Como trabajos críticos son prescindibles, pero sirven en la medida en que ofrecen un catálogo sobre la existencia de escritores y escritoras cuyos aportes literarios, si bien no fueron objeto de ningún tipo de estudio, sirven para reconstruir la imagen del ser humano de carne y hueso y conocer su imaginario, su historia e intentar develar una identidad que permita explicar el estado de la cuestión de sus culturas.
Por otro lado, Toledo (2000) orienta su preocupación por determinar los nombres aso- ciados con los inicios de la poesía, el cuento y la novela en Áncash. Así, llega a establecer que la novela se inicia realmente con Carlos Eduardo Zavaleta, mientras que la poesía llega a la cúspide con Marcos Yauri Montero. Sin embargo, precisa que estos autores tuvieron antecedentes que, si bien no lograron méritos estéticos, deben ser considerados porque sus obras “fueron leídas en sus respectivos periodos históricos” (p. 34). Considera entre esos antecedentes a Agustín Loli y Octavio Hinostroza en la poesía, mientras que en la novela destacan autores como Víctor Manuel Izaguirre y Ernesto Reina. Asimismo, para Toledo el cuento se inició con José Joaquín Ruiz Huidobro y Aurelio Arnao. El estudio culmina enfatizando que la historia literaria en Áncash debe considerar la tradición oral como su verdadero antecedente. En este último, es coherente con los planteamientos de Cornejo Polar (1983), Rama (1974) y García-Bedoya (2012), en lo que res- pecta a la coexistencia de los llamados sistemas literarios, donde se considera a la literatura culta, la literatura popular en español y a las literaturas en lenguas vernáculas.
La inclusión de la tradición oral como parte de la evolución de la literatura ancashina, es crucial debido a que una de las vertientes que se detalla más adelante tiene a esta práctica cultural y literaria como basamento clave para construir las ficciones. Respecto a esto García-Bedoya (2012) enfatiza:
Por mucho tiempo, visiones esencialistas obnubilaron la percepción de lo heterogéneo y lo híbrido, imponiendo enfoques unitarios de una particular cultura o sociedad. Especialmente poderosos fueron los idealismos nacionalistas que se proponían construir una imagen homogénea de la nación, reprimiendo todo aquello que no encajaba en la comunidad imaginada que ellos construían. Si se abordaba el problema de los contactos entre culturas, se los percibía como procesos unidireccionales, mediante los cuales una cultura más pujante, más moderna, o, en las versiones más duras, “superiores”, subyugaba o distorsionaba a otras (p. 33).
Por su parte, Yauri (2014) retoma el objetivo de determinar el origen de la literatura en Áncash e insiste en afirmar que una conducta etnocentrista ha soslayado la existencia de la literatura oral en el ámbito ancashino y peruano. Asevera que no existen estudiosos serios de la historia literaria ancashina y menos investigadores que estén ocupándose de los textos prolíficos que provienen de la oralidad. Quienes han intentado asumir la tarea de historiar la literatura ancashina, lo han hecho sin considerar que los estudios literarios ya se hacen desde una perspectiva multidisciplinaria.
Si bien la atenta lectura de Yauri merece ser continuada, no sirve de mucho para los pro- pósitos de este artículo porque no hay coordenadas, tendencias, vertientes o polos que fijen una trayectoria de la literatura ancashina actual (escrita). Donde sí existen algunas pinceladas o frescos intensos es en los estudios de Norabuena (2009), Morales (2011), Guerrero (2011) y Terán (2013). De ellos, el trabajo más exigente, con pretensiones mayores, por tanto, profundo, y que está provisto de un corpus teórico-metodológico, es el de Terán, que en su libro Literaturas regionales. Narrativa huaracina reciente discute lúcidamente los conceptos de regionalidad, literatura andina, literaturas regionales, los conflictos de la modernidad y la tradición, o las características socioeconómicas del medio donde gravitan los autores estudiados.
Primero plantea un marco referencial en el que precisa las coordenadas que servirán para entender la literatura andina desde su perspectiva. Estas son: 1) Las referencias a procesos socia- les significativos como la migración o la violencia interna. 2) La adaptación literaria de la expresión indígena. 3) La utilización de modernas técnicas narrativas. Y, finalmente, 4) La dicotomía conflictiva y/o sintética tradición/modernidad, lo andino y lo occidental. Estas características son previamente establecidas por el autor para proponer un marco de análisis de la narrativa de los autores elegidos, pero a la vez, son coordenadas que se pueden ampliar a toda la narrativa andina.
Posteriormente, detecta dos tendencias en la literatura huaracina reciente, a saber: la narrativa de apego al mundo andino tradicional (textos producidos desde una perspectiva indígena-quechua o indígena-mestizo) y la narrativa de apego al mundo andino moderno (textos producidos por sujetos andinos que sensitivamente son modernos y producen una prosa que se ubica en la modernidad andina). En el caso de la primera perspectiva, se estudia la obra de Edgar Norabuena Figueroa y Eber Zorrilla Lizardo; en tanto que, en la segunda, se exploran los postulados en las obras de Daniel Gonzáles Rosales, Ludovico Cáceres Flor y Rodolfo Sánchez Coello.
La propuesta, sin embargo, muestra algunas fisuras, como la ausencia de estudios y pro- puestas de periodización anteriores a su trabajo y una evidente desconexión entre las generaciones anteriores y las recientes; por lo que el lector no logra asimilar qué representan los autores de las generaciones anteriores y cuáles son los vínculos o rompimientos que se establecen con las nuevas generaciones. Tras la lectura del libro de Terán, queda la impresión de que estos autores (jóvenes) son adánicos y sus obras constituyen robinsonadas que, si bien encajan en una tradición de la literatura peruana andina/moderna, tampoco dejan de ser apátridas en territorio huaracino.
Sin duda, la literatura huaracina, desde 2013, año de la publicación de su propuesta, ha crecido de manera inexorable. Se han incrementado las ediciones, se publicaron nuevos libros y han aparecido en el espacio académico literario huaracino nombres promisorios como los de Elías Nieto, Enrique de la Cruz, Álex Rosales Beas, Rodrigo Barraza Urbano, Yoder Príncipe, Álex Cor- dero. En tanto que, en la poesía, son promesas los nombres de Tania Guerrero, Roxana Ghiglino, Emily Elizabeth, Fredy Cruz, Maycol León, Benggy Bedoya, entre otros. Las propuestas literarias de estos autores obligan a una mirada contextual, donde la interdisciplinariedad y la historia confluyan para avistar los sentidos en acción porque, como señala García-Bedoya (2012): “El enfatizar lo específico puede resultar una consecuencia de la tendencia de nuestra época a la hiperespecialización, a la creación de compartimentos estanco en los cuales se aísla a las diversas disciplinas, dificultando una visión de conjunto” (p. 23). Es preciso entonces, que se atienda a estos textos literarios apelando a la inter y transdisciplinariedad que devele las estructuras de las ideologías, de las religiones, la formación de los pensamientos económico y sociales, acicatear las dinámicas culturales y la estrategia de los pensamientos que buscan una perpetua colonización.
Coordenadas en la literatura huaracina reciente
En lo que concierne a la narrativa en particular, se advierten tres coordenadas en la literatura reciente de la sierra de Áncash: la primera, que proviene de Óscar Colchado y Macedonio Villafán, marcada por la fuerte presencia del realismo maravilloso y la tradición oral, pero con recursos modernos en la escritura y una representación más moderna del hombre andino. Inicial- mente, la representación se desplaza entre el indigenismo ortodoxo y el neoindigenismo desde la mirada de Escajadillo (1994), para posteriormente incorporarse en la denominada literatura andina y la literatura de la violencia política. Esta línea es llevada a contextos más actuales (pero sin abandonar la gravitación de espacios andinos y personajes en su hábitat) por Edgar Norabuena y Eber Zorrilla Lizardo, que muestran un interés creciente por explorar el panteón andino a partir de la oralidad.
En el otro polo, la presencia de Marcos Yauri Montero es capital. Su novelística, desde la temprana obra Piedra y nieve (1961), experimentó una sensible evolución en sus personajes, la representación de voces, el contexto y asimiló rápidamente los cambios que ocurrían en las sociedades andinas y, particularmente, el pensamiento de la segunda mitad del siglo XX. Con esa misma innovación en la representación de voces y espacios, Edgar Cáceres en Asalto en el cielo. El robo del siglo (2008) y Daniel González Rosales en Algunas Mentiras y otros cuentos (2015) revelan esa sociedad moderna, con fenómenos inherentes a los nuevos espacios, como es la delincuencia, las tecnologías, la infidelidad, la rutina, la reflexión filosófica, entre otros. A estos nombres es preciso añadir a Rodolfo Sánchez Coello, Álex Cordero, Rodrigo Barraza Urbano, Elías Nieto Raymundo y Yoder Príncipe Beteta.
La tercera vertiente concilia ambas rutas, describe los avatares del sujeto bicultural y roza el elemento fantástico. En ese contexto, la cuentística de Álex Rosales Beas es la que mejor condensa estas características, su prosa impone un diálogo entre ambas tendencias, porque une urbanidad versus andinidad o la tradición frente a la modernidad. Dos cuentarios fueron suficientes para saber que los campesinos dejaron de ser tales, pero que la cosmovisión está lozana; mientras que las crisis existenciales y los problemas psíquicos son otras realidades que exigen ser ficcionados.
En esa misma tendencia se ubica el libro de cuentos titulado Doblando la esquina está el pecado (2015), de Yoder Príncipe Beteta. Los personajes delineados viven el drama de la soledad llegando incluso a asediar la interrogación existencial. Los ambientes que recrean son rurales y urbanos y en ellos predomina inicialmente la unidad familiar, la aparente calma que brinda el paisaje andino hasta que de manera súbita se producen hechos maravillosos. El lector se siente transportado de un escenario real a otro mágico, pero verosímil, donde seres que han perdido su lugar en el mundo vagan errantes, a la manera de trashumantes que surcan con naturalidad la frontera entre la vida y la muerte.
Breve panorama del corpus
En el marco de los polos trazados, se inicia con una revisión sumaria el trabajo de Álex Rosales Beas, quien rompe la monotonía de la postura: escritores andinos versus escritores urbanos o representantes de la tradición frente a escritores de la modernidad. Luego se da una mirada sucinta al cuentario de Yoder Príncipe. Posteriormente se explora la tradición iniciada por Colchado y continuada estupendamente por Macedonio Villafán. Se cierran las glosas con las obras de Daniel Gonzales, Edgar Cáceres Flor, Rodrigo Barraza, Rodolfo Sánchez Coello y Elías Nieto.
Álex Rosales Beas (1973): El discurso de frontera
Rosales ha sido finalista del Premio Copé de cuento en 2014, su primer libro lleva el título de Águila solitaria (2014) y contiene los siguientes cuentos: “Águila solitaria”, “Mochilita azul”, “La otra Haydée” y “Eva”. Todos reconstruyen nostálgicamente las diversas figuraciones de la niñez y la pubertad, y están unidos por un cordón umbilical: el descubrimiento del cuerpo a partir de la experiencia del otro. De ahí que el título del libro condense una de las etapas más cruciales en la vida del hombre y formalice los primeros contactos con el imaginario acerca del cuerpo, el primer amor, el sexo, las caricias propias de la pubertad. Por ejemplo, en “Mochilita azul” una brigada de niños organizados tiene como misión suprema descubrir el sexo para dar pie al onanismo; en el caso de “La otra Haydée”, y a partir de dos historias en contrapunto, unos niños quieren salir de la cotidianidad y deciden poner punto final a una historia que los tiene perturbados: el trágico final de una bella huaracina de nombre Haydée Suarez, cuyo cuerpo apareció misteriosamente en las aguas de un río en el referente externo de la obra. Para ello, subliman sus represiones a partir de una reconstrucción siniestra que enseña que los procedimientos de lo violento se resuelven al interior de sus propias contradicciones.
El segundo libro se titula Los otros dioses (2015) y reúne los relatos “Juanito el milagrero”, “El peregrino”, “El despertar” y “Los otros dioses”. Los cuentos desarrollan temas como el mito, la magia, la neurosis, la identidad y lo maravilloso. Son historias que transitan con naturalidad entre los límites del realismo y del recurso mágico, exploran la ideología andina, sus mitos, creencias, lenguaje, costumbres e idiosincrasias; pero, también el autor, muy atento a las intertextualidades tocante a estos temas, muestra una impronta que viene de autores como Óscar Colchado Lucio, Juan Rulfo, Eleodoro Vargas Vicuña y hasta de la prosa de su contemporáneo Edgar Norabuena Figueroa. Los discursos literarios develan un impresionante campo semiosférico (Lotman, 1995, 1996 y 1997) donde confluyen en sus universos: gringos, zambos, “indios”, campesinos, niños, madres, jóvenes, ancianos, mujeres, varones, dioses, semidioses, huacas, médicos, curanderos y fieles, que conforman un verdadero carnaval, donde se entrecruzan variedades de discursos, de colores, sabores, matices; en suma, de distintas voces que con naturalidad van fluyendo en la prosa de cada relato, ofreciendo visiones del mundo y actitudes sociales y psicológicas.
Eber Zorrilla Lizardo (1982): De la muerte a la ironía
Es autor de Las almas también penan por amor (2011) y La última mirada y otras traiciones (2015). Zorrilla ha despertado el interés de la crítica huaracina y limeña por la buena estructura de sus relatos que repiten las estrategias de la tradición oral. Su primer libro tiene estudios y glosas en distintos medios que han impulsado cuatro ediciones más. El segundo libro está conforma- do por los siguientes cuentos: “La última mirada”, “Papeles impresos”, “La choza desnuda”, “Más allá del deseo”, “San Gonzalito” y “Al medio día”. Los seis relatos están atravesados por un recurso técnico novísimo para la literatura huaracina: la ironía. Pero, además de este recurso, se advierte el desarrollo de dos temas que han modificado el rostro de los pueblos andinos: la guerra interna y el impacto del establecimiento de la minería en Áncash. En este contexto, dos son los relatos que abordan el fenómeno de la violencia política en Perú (1980-2000) de manera frontal: “La última mirada” y “San Gonzalito”. En el primero, el narrador, que nace producto de una violación, sufre el ajusticiamiento de su familia por parte de los subversivos. Este hecho le obliga a migrar para iniciar una nueva vida que termina siendo tan desafortunada como en su primera etapa. Más adelante, se enamora de una meretriz y ella se convierte en la única justificación de su existencia. En tanto en el relato “San Gonzalito”, todo un pueblo es sometido por los subversivos que terminan asesi- nando a los padres y hermano de Lázaro, protagonista que es testigo del horror. La historia repite la condición de los marginados que son seres anónimos condenados a la miseria y vida errabunda, mientras el sujeto dominante empodera su clase y consolida su posición privilegiada.
Es importante enfatizar que Zorrilla ha incorporado de modo contundente el humor y la ironía en la literatura ancashina. Un referente inmediato es su ópera prima Las almas también penan por amor (2011), en la que este recurso se asoma tímidamente, pero se transforma en central en sus últimas publicaciones. Además, se advierte la presencia de personajes mejor perfilados, así como el empleo de un lenguaje que llega a niveles poéticos y la incorporación de otros tópicos como el coloquialismo, los clichés y los elementos paraverbales de la oralidad. Frente al lenguaje formal y culto, el autor procura imponer su lenguaje irónico, oral, pero sobre todo poético. Así, logra el propósito apelando a la sustitución y parodiando a los sujetos del campo de referencia externo.
Edgar Norabuena Figueroa (1978): Memoria, guerra y conflicto interno
Narrador prolífico y el más laureado del elenco de escritores huaracinos. Norabuena es autor de numerosos libros de cuentos como El huayco que te ha de llevar (2007), Danza de vida (2008), Con nombre de mujer (2008), Fuego entre la nieve (2010), Eugenita linda flor (2011), Silbidos de ichu (2011), Fuego cruzado (2013), Doble sombra (2016), Caer como en sueños (2016) y la notable novela Fuego entre la nieve (2022).
La narrativa de Edgar Norabuena se inserta en lo que denominó Antonio Cornejo Polar (1983) sistema literario popular, en el que el lenguaje, como sostiene el crítico sanmarquino, es parte sustancial de la dinámica de la enunciación. La mejor producción de Norabuena transita en el ambiente andino, con problemas propios de estos sectores populares que han sido olvidados y para quienes no existen proyectos de modernidad ni progreso alguno. De ahí que sus problemas siempre son los mismos: pobreza, falta de alimentación, vivienda, violencia, una nula presencia del Estado, de la Iglesia y con el agravante de que muchos de los mismos ciudadanos apoyan y defienden el sistema que los explota y basurea.
Por otro lado, su narrativa es un elogio a la representación de la violencia, la lucha armada o el conflicto interno también denominado violencia política, que vivió el sector andino durante las décadas de 1980 y 1990. Esta situación del referente externo al texto literario le ha servido para ficcionar de manera dramática cómo vivieron y sintieron los runas, hombres andinos, la experiencia de la guerra, de una guerra que jamás declararon y de la que ni siquiera en sueños pensaron en volverse protagonistas, bien del lado de un bando o del otro, aunque al final, igualmente fueron arrasados.
En esa línea se incorpora la reciente novela sobre la violencia política titulada Fuego entre la nieve (2022). En esta se plasman las propuestas tanto a nivel técnico como temático recreadas en sus libros anteriores. Además, sintetiza las voces y los recursos narrativos en una novela ambiciosa, calidoscópica o polifónica, en donde diversas voces, escenarios, historias, tiempos, ges- tos y gestas, sonidos y silencios parecen no articularse porque están distribuidos en fragmentos, desperdigados en las casi 700 páginas del texto, y, además, metaforizando la vida, la violencia y también el futuro de las víctimas.
Daniel Gonzales Rosales (1976): De la infelicidad a la desazón
Gonzales ha publicado Algunas Mentiras y otros cuentos (2015) y La felicidad de hallar felicidad (2011). Este autor es el prosista reflexivo e inteligente de la literatura huaracina. Destaca por la concisión y brevedad en sus cuentos, que hurga por los recorridos existenciales y aparentemente triviales, y en cuyo trasfondo laten una intensa búsqueda de la felicidad y el bienestar.
Se advierte en todos los relatos un deseo ferviente de felicidad que finalmente, aún concretándose, como en el caso de “Primera vez”, queda con la intermitencia de la frustración, la soledad y la desdicha. El título engañoso de La Felicidad de hallar felicidad se transforma en otro juego de palabras: en la felicidad de hallar la infelicidad. Es un elogio a la infelicidad y una forma de alegorizar las sociedades marginales o a los inmensos grupos de excluidos, cuya condición económica se anuncia perpetua, de ahí que los relatos emblematizan una felicidad completa y plena que nunca llegará porque se ha perpetuado el estado de postración, abandono y olvido de los grupos minoritarios.
En la narrativa de González se avista el embrión de las familias desintegradas y sus tra- yectorias y experiencias de manera cruda y realista, por ello su propuesta se constituye en una excepción entre los narradores huaracinos, porque de manera loable une el dominio técnico con el problema social, la arquitectura contundente con la historia psíquica de los marginales y la trama rítmica con la sublimación de las represiones. Los libros que ha producido Gonzales, sin duda alguna, representan la extensa y constante batalla con el lenguaje y la estructura celosamente planificada.
Ludovico Cáceres Flor (1963): Del realismo a la prosa edificante
Es el narrador testimonial e hiperrealista de la narrativa ancashina. Generacionalmente no pertenece a 1990 ni al 2000, pero las publicaciones de sus novelas se producen durante estos años. Aunque inició su trayectoria literaria con los libros de poemas Otoño de amor (1983) y Nostalgias (1988), es en la narrativa donde ha dado sus mejores contribuciones para la formación de la tradición literaria huaracina. Ha publicado Asalto en el cielo. El robo del siglo (2008), Muerto en vida (2009), El último minero de Huamaná (2010), Rosas para Haydée (2011), Con su cajón lustrabotas y otros cuentos (2013) y Los asesinos de Banchero (2013). Producto de su trabajo literario, obtuvo el Premio Nacional de Novela 2012, otorgado por Educart Ediciones.
Cáceres tiene una profunda deuda con su formación profesional de comunicador social; por eso, narratológicamente, le preocupa la historia en desmedro del relato y la narración (esto no significa que los otros escritores sí tengan una formación académica en literatura, pues el resto de los representantes de la narrativa huaracina reciente son profesores). Se encuentra la justificación del empleo técnico de los recursos periodísticos en sus obras, del lenguaje sin mayores pretensiones que exige la literariedad ni el desarrollo de alegorías o metáforas, a la manera de Dostoievski o Zolá, autores a los que Cáceres parece rendirle culto.
Podría discutirse la efectividad de este estilo, pero no se puede negar la fluidez de la prosa, una dosificación inteligente de la tensión, la seducción al lector que lo atrapa hasta culminar el texto; pero, sobre todo, el profundo humanismo que despliega en los cuentos, siempre carga- dos de moral y de compromiso social. Destaca entre sus colegas, escritores huaracinos recientes, porque su narrativa es un himno al conflicto social que nos recuerda al realismo crítico de George Luckács. Entonces, su aporte a la literatura huaracina es ayudar a comprender la complejidad de la sociedad a partir de sus conflictos, las violencias y meditar sobre el estado de la psique y sus enmarañados senderos.
Rodolfo Sánchez Coello (1977): Entre la metafísica y la prosa fantástica
Ha publicado dos libros de cuentos: El sexto lugar de la quinta (2011) y Un ángel sentado en mi cama (2014). Es el narrador más dúctil y plástico de todos. Lo es por su versatilidad para pasar del relato realista al relato fantástico, de la prosa ceremoniosa a la poética y de la tenaz lucha por sobrevivir a la indiferencia casi metafísica. Su segundo libro está dividido en tres partes que convergen en un universo común: la omnipresencia de la muerte y su invocación perpetua donde los recorridos fantásticos atenúan el temor lógico de los mortales, pero que a la vez permiten adentrarse en esa dimensión extraña, inexpugnable que despierta el deseo humano por penetrar en su gnosis: el misterioso destino.
De ahí que la presencia de personajes como el Protector que evita la muerte, el Ángel que emerge del hades o el extraño Médico Depaz, cuyos pacientes abandonan la vida en completa tranquilidad y regocijados, se convierten en sucedáneos de la organización de un nuevo imaginario sobre la terrible muerte: un espacio donde estallan las tensiones de la vida y ceden el paso a ese imaginario construido por los seres humanos para atenuar la odisea de morir o la locura de vivir. Sin duda, Sánchez escribe en este cuentario una literatura de reflexión, como se observa en diversos textos de Borges. El gran tema de la muerte, más que para referir acciones, episodios o aventuras, es utilizado como una vía para las disquisiciones mentales con la complicidad del lector. Por tanto, en estos relatos la muerte no hace preciosos y patéticos a los hombres, como decía Borges, sino que los torna en sujetos lúcidos y lúdicos, eufóricos y eufónicos hasta la temeridad que poseen una meta: habitar en la nada sobrecogedora dimensión de la muerte.
Rodrigo Barraza Urbano (1986): Entre el erotismo y la pasión desenfrenada
Barraza es el prosista técnico y hurgador obsesivo de la psique humana. Ha publicado Once Huellas bajo tus ojos (2015) y Espejos de barro (2019). Fue ganador del primer certamen literario nacional de cuento en 2014. El autor destaca entre sus contemporáneos por la habilidad para manejar la trama, la atmósfera, los vasos comunicantes, poseyendo un efecto parecido a Poe y Cortázar. Sus cuentos exigen a un lector cómplice o implicado que no dormite, porque si no la historia termina sobrepasándolo. Los relatos recorren las crisis psíquicas, la soledad, la angustia, donde el aparente recorrido fantástico esconde el temor de vivir, de gozar, por eso los deseos se vuelven marcas de una sociedad que ha construido los placeres y las dichas en base a símbolos de una falsa felicidad. Los once relatos del primer libro tienen una marca críptica y conforman un continuum que agazapado bajo los impulsos tanáticos e instintivos, se puede leer el destino del hombre desmenuzado en sus aristas más recónditas e inusitadas. Son cuentos que terminan con una lacerante nostalgia por lo humano desarrollado con una notable técnica, sobre todo, en los finales sorprendentes y las focalizaciones que anulan cualquier morosidad que tuviese lugar.
Elías Nieto Raymundo (1990): El prosista simbólico
Nieto es el más joven del elenco de escritores huaracinos. Ha publicado el cuentario titulado La epidemia de los desaparecidos (2015) que consta de: “La epidemia de los desaparecidos”, “Cristife”, “El rostro de la cicatriz”, “El guardián de las tumbas reales”, “El hurto a la semilla” y “Edificio”. Elías es un lector apasionado de la narrativa contemporánea, sobre todo, europea (la noveau roman). Asimismo, ha leído con el mismo fervor a Kafka, Eco, Saramago, Borges, Cortázar, Fuentes, pasando por los exponentes de la Generación Perdida, entre otros. Pero sus preferencias por esas lecturas no han quedado en el deleite, sino que han ido más lejos: aterrizar la experiencia de sus lecturas en la creación. Creemos que su ópera prima es la síntesis de todas las influencias que han ejercido sus lecturas en la lucha por la formación de su propia poética. Por eso, en cada relato se refracta una serie de estilos y opciones temáticas que recuerdan a los grandes fabulado- res canónicos. Con mayor intensidad se nota que Saramago y Kafka gobiernan la trascendencia de su obra, pero por los resquicios se introducen con mayor o menor presencia sus otros escritores favoritos, y, a partir de ello, crea su propio estilo en una prosa que combina misterio, lirismo, realismo, metáfora y recorridos fantásticos.
Conclusiones
La narrativa huaracina reciente se inserta en los procesos que experimenta la literatura peruana desde los planteamientos de Cornejo Polar y Vidal (1984), que sostienen que la narrativa se divide en dos vertientes: una que viene de José María Arguedas, que se ocupa de ficcionar la desintegración de la oligarquía; mientras que la otra está representada por Mario Vargas Llosa que se ocupa de la construcción de un nuevo orden. Asimismo, Calderón (1989) coincide con ambos al dividir a la narrativa peruana entre los escritores provincianos que muestran un apego al espacio de las ciudades provincianas y aquellos escritores que tienen una influencia internacional y cosmopolita.
En territorio huaracino (Áncash), los narradores con apego al mundo andino, que tiene como antecedentes a Óscar Colchado Lucio y Macedonio Villafán, aún se ocupan de ficcionar los avatares de la lucha indígena con el poder que los oprime (indios-terrateniente, gamonal-pongo), la agonía de un modo de producción semifeudal y semicolonial, la abrumadora presencia de los elementos del realismo maravilloso, pero haciendo uso de las técnicas modernas de la diégesis. En esa línea se ubican Eber Zorrilla Lizardo y Edgar Norabuena Figueroa, cuyas obras además ex- ploran la guerra interna en el Perú de los años ochenta y noventa con el añadido de que Lizardo introduce el humor como recurso clave en sus ficciones.
En tanto que los narradores que vienen de la tradición de Marcos Yauri Montero, además de explorar los espacios más recónditos e inusitados de la ciudad, están incorporando la prosa fantástica, apelando al cine y a los recursos del thriller. La soledad, la crisis existencial, la indiferencia, el desamor o la sempiterna muerte son algunos de los temas inherentes a las metrópolis y que son abordados desde diversos ángulos por Daniel Gonzales, Elías Nieto, Rodolfo Sánchez, Álex Cordero, Rodrigo Barraza y Ludovico Cáceres. Sin embargo, conciliando ambas tendencias surge la obra de Álex Rosales con su discurso de frontera que faltaba en la literatura huaracina. Prosigue esta senda las propuestas de Yoder Príncipe Beteta en cuya ópera prima se instala la muerte vista desde la posmodernidad.













