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Revista Aportes de la Comunicación y la Cultura

versión impresa ISSN 2306-8671

Rev. aportes de la comunicación  no.23 Santa Cruz de la Sierra dic. 2017

 

RESEÑAS LITERARIAS

 

Prólogo a la edición española del poemario

 

Las "pequeñas mudanzas” de la memoria

 

 

José María Muñoz Quirós
Poeta español

 

 


 

 

La poesía es siempre un espacio ritual de búsqueda: "morar este pequeño espacio / es ser un amasijo de almas."

Desde este momento, el poeta se convierte en un constructor de inmediateces, en el guardián de múltiples realidades y de lenguajes sostenidos en ese iniciático sentido de la vida que emerge, como un flujo de luz, sobre las cosas esenciales. El poeta es el legítimo traductor de esas intensidades, de esos páramos abiertos en el paisaje de la memoria, espacio elegido para situarse en ese tránsito tan enigmático y tan incierto.

Los poemas de este libro de Paura Rodríguez beben de un mismo caudal pero se bifurcan en múltiples trayectorias muy desiguales, como lo son esas pequeñas mudanzas (retazos de memoria fructificados en poema) que forman la incógnita que la poeta nos lanza en los primeros momentos del poemario: ¿Cómo desandar estas pequeñas mudanzas?

Ya se nos dan los ingredientes fundamentales de este mosaico de sueño y de meditación tan profundos: por una parte, el espacio peculiar y propio de la creación poética, invasión de almas y naufragio de pensamientos intuidos y certeros en el transcurso de la existencia.

Por otro lado, el amasijo (masa informe) de almas que soportan, como en seres diversos, la presencia de ese mundo tan intenso donde cada alma, cada momento bien diferenciado, construye su yugo y su verdad. Un tercer elemento lo determina la propia mudanza (qué palabra tan intensa y a la vez tan imprecisa...) y en ese mudar la realidad, mudar la noche, mudar la luz, el poeta debe transcribir sus consecuencias, las múltiples estancias de ese espacio tan intensamente suyo en el que la mudanza (como si se tratara de un cambio muy concreto) construye el instante y le dibuja con un trazo distinto y nuevo que conforma un estar en las cosas y en la vida de otra forma. Dos conceptos aparecen en la poética de este libro que centran toda la voz dramática que subyace en sus versos: la muerte (las breves muertes de cada día, dice la poeta) y el tiempo (que avanza en río y que quizás no existe, también nos dice en otro momento).

Ya estamos en el centro de toda la intensidad poética que se anuda a la más genuina tradición, que se emparenta con los grandes poetas de la historia y de la corriente de su paso por la creación y la literatura: la muerte, el fin del trayecto de cada instante, la culminación de cada momento y de cada ilusorio pasar, breve y candente, total y absoluto.

Y el tiempo, esa mano fría y quebrada que pone sus huellas destructoras donde se posa. En esa dualidad, enriquecida con la metáfora manriqueña del río que, inevitablemente, conduce al mar, al límite, a la muerte como celada imprecisa y rotunda, como destino implacable al que nada escapa.

"Quizás mordiste demasiadas veces la tristeza", verso rotundo de una lúcida y perseverante realidad. El ser humano muerde constantemente (qué verbo tan insinuante se nos da en este verso) y en esa acción sangrante y honda se nos desmoronan las palabras, se caen al pozo donde habita ese crepuscular abismo, donde la tristeza se esconde envuelta en sedas de noche, en espacios sin identidad y sin futuro.

La vida está en el centro germinal de este libro como sustancia fundacional de los aconteceres de cada día, y afirma categóricamente: "el viaje a la vida primigenia / comienza cada día..." iniciándose así el tránsito hacia la vorágine de la vivencia necesaria para comprender lo que sucede en cada instante de ese existir.

Las pequeñas mudanzas se sitúan en el camino, en el trayecto, en el viaje (cómo no traer hasta este lugar el viaje a Ítaca de Cavafis, su significado iniciático y el sentido de la permanencia sobre la llegada, del trayecto sobre el triunfo) y se nos regala ese concepto tan regenerador de sentir que todo sucede en un fluir en movimiento, en no detenerse nunca frente a la grandeza del tránsito, mucho más intenso aún si se nos invita a un inicio constante, en cada día de ese viaje hacia el ser primigenio de la aventura de vivir, del estar en ruta, en el camino, en el comienzo continuado de cada amanecer, donde viajar se convierte en aventura, en incógnita, en sufrimiento escondido en su esencial materia.

Pero todo este proceso de conocimiento y desmemoria se da en el territorio sagrado de lo que reconocemos como nuestro, como más nuestro, como más profundo en cada peldaño de la pervivencia en el tiempo. Memoria que florece enjardines

La aparición de la poesía, como un guía salvador, surge en el momento en el que se precisa una mano portadora de luz: "en tus reinos, poesía, / la luz deslumhra.." y es, tal vez, el momento en el que es preciso que la mudanza de la palabra se desvista de todos sus matices y construya la claridad, el horizonte donde los cambios son más atrevidos, más certeros. Porque "a veces, entre las ruinas, / avanzamos dichosos/ ignorando nuestro estigma de ángeles desalados..." La imaginería poética nos devuelve al desvelo de los ángeles que derraman su poder en nuestro destino, sin alejarnos de todos los postulados rilkianos, o más en nuestra tradición, el vasto dominio del vuelo de Rafael Alberti sobre los ángeles del dolor.

Nos introducimos en un mundo de abandono donde las ruinas determinan nuestras experiencias agónicas, trágicas, consustanciales a nuestra condición de ángeles caídos que viven ignorantes de su destino donde ya las alas no determinan su vuelo sobre la memoria construida en el desaliento de toda salvación.

Cuando la memoria avanza a la deriva surgen las últimas incógnitas: "¿Irte de dónde? /En ese páramo / las cosas / no tienen nombre..." y se nos revela un espacio de desolación y angustia, tal vez ese mismo lugar que Bécquer dibujó en una de sus rimas más determinantes, donde Luis Cernuda (en una magnífica interpretación) sitúa al olvido, en esa gran región sin aurora, en este espacio de la memoria, se instala la pretensión imposible del sentir innominado frente a todo lugar sin tiempo, sin duración, sin materia abismal donde fundirse con la memoria.

Y  cuando esas pequeñas mudanzas atraviesan esa densidad de olvido, "avanza / a la deriva/ la memoria", y en la pérdida de su espacio se juntan todos los momentos que han sido atrapados, sostenidos en un equilibrado roce de luz, y podemos amarrarnos al destino que nos aguarda siempre en el otro lado donde el nombre no existe ("memoria de una piedra sepultada entre ortigas..."), donde la denominación de las cosas pierden su identidad. No es olvido, tal vez la memoria de todo olvido, que se sitúa en un páramo angosto que se pierde entre funestas sombras e imprecisas alas, estigmatizados por el dolor y la muerte.

Estamos ante un libro de una escritura rotunda y abrupta, intensa en sus registros, lúcida y hermosa en sus logros poéticos.

Al cerrar el último instante de estas mudanzas, todo lo que nos queda, lo que nos vive y lo que nos abisma mira hacia el alto precipicio del corazón, hacia la intensa presencia de lo vivido y de lo alojado en la trastienda de los días. Entonces "avanza/a la deriva/ la memoria".

Y las pequeñas mudanzas nos sostienen en sus aleteos de verdad, en su dolor y en su abrazo permanente y exacto.

 

 

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