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Revista Aportes de la Comunicación y la Cultura

versión impresa ISSN 2306-8671

Rev. aportes de la comunicación  no.17 Santa Cruz de la Sierra jun. 2014

 

DIALOGANDO EN CASTELLANO

 

Estrella en el agua: Poesía boliviana de un siglo nuevo

 

Star in the Water: Bolivian Poetry of a New Century

 

 

Gabriel Chávez Casazola
Poeta, escritor y periodista boliviano
casazola@hotmail.com

 

 


Resumen

Un signo de interrogación. Un signo que guarda un enigma a su vez escondido entre montañas. Así suele verse a la poesía boliviana desde fuera. Y aun esto es un decir, pues casi no se la ve. O no se la ve en absoluto, pese a que Bolivia tiene una rica, fecunda -y sobre todo vital- tradición poética. Y pese a que las montañas andinas son solo la porción occidental de un vasto territorio de valles y selvas, que baja hacia el naciente con los ríos (y el idioma) abiertos. La nuestra es una poesía atípica, la insularidad de la poética boliviana ha cuajado no pocas veces en una valiosa originalidad y en una gran potencia creativa. A lo largo de esta conferencia se presentará a los poetas bolivianos del siglo XXI.

Palabras clave

Poesía Boliviana, Silgo XXI, Tradición Poética, Insularidad, Originalidad.


Summary

Bla bla bla

A question mark. A sign that conceals an enigma that is hidden among mountains. This is how Bolivian poetry tends to be seen from the outside. And even this is a manner of speaking, for it is hardly seen. Or it is not seen at all, despite the fact that Bolivia has a rich, fertile—above all vital—poetic tradition. And in spite of the fact that the Andean mountains are only the western portion of a vast territory of valleys and jungles, which descend towards the east with the rivers (and the language) open. Our poetry is an atypical one, the insularity of Bolivian poetry has often gelled into a valuable originality and a powerful creative force. During this conference, Bolivia's poets of the 2 1st century will be presented.

Key-words

Bolivian Poetry, 21st Century, Poetic Tradition, Insularity, Originality.


 

 

Un signo de interrogación. Un signo que guarda un enigma a su vez escondido entre montañas. Así suele verse a la poesía boliviana desde fuera. Y aun esto es un decir, pues casi no se la ve. O no se la ve en absoluto, pese a que Bolivia tiene una rica, fecunda -y sobre todo vital-tradición poética. Y pese a que las montañas andinas son solo la porción occidental de un vasto territorio de valles y selvas, que desciende al naciente con los ríos (y el idioma) abiertos.

Para que nuestra poesía se encuentre invisibilizada conspiran varios factores: un pequeño mercado editorial; ausencia de publicaciones (libros, revistas, portales) con alcance internacional; escasos canales, flujos y contactos con autores, críticos, editores, traductores y divulgadores de otras naciones; falta de apoyo estatal. Pero, sobre todo, en el trasfondo, planea una suerte de enfermedad nacional que aqueja también a muchos poetas: la mediterranei-dad espiritual.

Ésta consiste en creer, en los niveles subconscientes, que la ausencia de una salida al mar, a un mar arrebatado, encerró a los bolivianos, condenándonos a una suerte de confinamiento más allá (o más acá) de lo geográfico, tan determinante que de él no pueden escapar ni las palabras. Mucho hay de victimismo -y de ignorancia de la propia condición amazónica y platense del país- en esta mirada, en este mito que nos deja suponer que existen grandes barreras para la difusión internacional de nuestras creaciones y para el conocimiento de las creaciones de artistas y escritores de otros países.

En el caso de la poesía boliviana, este aislamiento percep-tual se tradujo, durante varias décadas, en insularidad y asincronía. Una insularidad mediterránea, si tal cosa cabe, atribuible, en términos prácticos, al hecho de no existir un libre flujo de influjos, pues se tendía a leer poco a poetas de otras latitudes, a viajar poco los poetas y sobre todo a dejarse estar, sintiendo cierto recelo del mundo y de las propias capacidades, lo que muchas veces devenía ensimismamiento, umbilicalismo; aunque otras pocas veces, por fortuna, se concretaba en el surgimiento de poetas insulares dotados de "una valiosa originalidad y una gran potencia creativa, crecidas a las márgenes de otras poéticas, constituyendo una suerte de periferia central del continente"10.

Y hablamos también de asincronía (el concepto lo tomo del poeta Gary Daher) pues muchas veces los influjos -las escuelas, las corrientes- llegaban al país con varios años de retraso, o simplemente no llegaban (escasamente puede hablarse de vanguardias y de surrealismo en Bolivia, por ejemplo), estableciéndose así unos ritmos muy particulares e inclusive atípicos en nuestra producción poética "respecto a las corrientes o a las vertientes estéticas, e incluso respecto a las discusiones que atravesaron y atraviesan la poesía escrita en nuestro idioma"11.

Y sin embargo, Bolivia es, como decía al principio, un país de una rica y extensa tradición poética, desde los románticos del siglo XIX -como la poeta ciega María Josefa Mujía o Manuel José Cortés- hasta los autores contemporáneos. Incluso también podríamos -y deberíamos- remontarnos más atrás de la fundación del país (1825), a la notable poesía religiosa que se escribía en la Audiencia de Charcas durante el período indiano, en paralelo al Siglo de Oro español (pienso en Luis de Ribera y en los autores develados por Andrés Eichmann en sus estudios sobre el tema); o más lejos aún, a la poesía oral originaria, tanto de las culturas indígenas del occidente altiplánico -recordemos a Juan Huallparrimachi- como de los pueblos de estas tierras bajas del oriente.

El caso es que la tradición poética boliviana se fue formando con diversas influencias, primero europeas y occidentales, luego también americanas, sin (poder) renunciar del todo a sus raíces telúricas o indígenas -pienso en Franz Tamayo y su peculiar modernismo helénico-andino-; y así hasta encontrar una voz propia, o varias, nítidas y a menudo notables voces propias, a lo largo de todo el siglo XX, al que bien puede llamarse el siglo de la poesía en Bolivia.

Ricardo Jaimes Freyre, Franz Tamayo, Oscar Cerruto y Jaime Saénz (especialmente los dos últimos) son apenas las piedras miliarias -o los tótems- a cuya luz y bajo cuya sombra transitamos los poetas bolivianos, pero hay mucho y muchos más por leer y descubrir.

De dos de estos nombres fundamentales -e insoslayables-de la tradición del siglo XX: Oscar Cerruto (1912-1981) y Jaime Saénz (1921-1986), descienden a su vez dos corrientes o maneras de entender la poesía. El venero ce-rrutiano es mucho más cristalino y reflexivo, de un trabajo más depurado con la palabra y no exento de la búsqueda (o de la experiencia) trascendental; el venero saenzeano es hermético y oscuro, pero a menudo liga la poesía con el alcohol, la noche y la marginalidad, lo que ha causado no pocos daños colaterales. Al decirlo, pienso en todos aquellos autores "que amén de imitar el registro de Saenz hasta la fatiga, se extraviaron en el alcohol y otros márgenes, persuadidos -no sin cierto esnobismo- de que sacarse el cuerpo era la única manera válida de hacer literatura", como ya dije en una entrevista en la revista mexicana Blanco Móvil en su edición del 25 aniversario12.

Además de estos dos autores fundacionales, comparten esta condición otros poetas más antiguos, nacidos en el siglo XIX, pero que escribieron buena parte de su obra en el XX, influyeron decisivamente en la poesía de esa centuria y pueden ser considerados, por tanto, con todo derecho, poetas de ese siglo, como los mencionados Ricardo Jaimes Freyre (1868-1933) y Franz Tamayo (1879-1956), junto a Gregorio Reynolds(1882-1948) y José Eduardo Guerra (1893-1943).

Además de Horacio Rivero Egüez (1905-1973), Raúl Otero Reiche (1906-1976), Hilda Mundy (1912), Yolanda Bedre-gal (1913-1999), Fernando Ortiz Sanz (1914-2004), Julio de la Vega (1924-2010) yAlcira Cardona Torrico (1926-2003), poetas de referencia nacidos en los primeros años del siglo XX, encontramos un caudal de autores cuya obra se desplegó y alcanzó madurez en la segunda mitad del siglo, como es el caso de tres importantes escritores nacidos en los años 30: Edmundo Camargo (1936-1964), Jorge Suárez (1931-1928) y Roberto Echazú (1937-2007), todos ya fallecidos, a los que podríamos sumar, de esa generación ,a los curiosamente olvidados Walter Arduz Caballero (1934-2007) y Mary Monje Landívar (1936-2004), y a los más cercanos Alberto Guerra Gutiérrez (1930-2006), Antonio Terán Cabero (1932)y Ruber Car-valhoUrey(1938).

Próximo y vigente está un racimo de relevantes poetas nacidos en los años 40: Pedro Shimose (1940), Jesús Urzagasti (1941-2013), Nicomedes Suárez (1942), Eduardo Mitre (1943), Matilde Casazola (1943), Norah Zapata Prill (1946) y Blanca Wiethüchter (1947-2004), todos ellos autores centrales para comprender la poesía boliviana contemporánea, y también pertenecen a esa década otros interesantes creadores, como Jaime Nisttahuz (1942), Fernando Rosso Orozco (1945), Aníbal Crespo Ross (1948), Álvaro Diez Astete (1949) y Luis Andrade (1949).

Ya nacidos en la década del cincuenta, hallamos un puñado de poetas liminares, de transición, puesto que tienen obra representativa publicada en las últimas décadas del siglo XX y en los primeros años del siglo XXI: Humberto Quino Márquez (1950), Edgar Arandia Quiroga (1950), Alfonso Gumucio Dagrón (1950), Juan Carlos Orihuela (1952), Jaime Taborga Velarde (1952), Jorge Campero (1953),René Antezana Juárez (1953), Edwin Guzmán Ortiz (1953), Oscar Barbery Suárez (1954), Cé Mendizábal (1956), Mar-cia Mogro (1956), Julio Barriga (1956), Alejandro Suárez (1957), Rubén Vargas (1959) y Eduardo Nogales (1959), entre otros. Un caso particular es el de Guillermo Bedre-gal García, nacido en 1954 y fallecido tempranamente en 1974, con una valiosa obra publicada de manera póstuma.

Cada uno de ellos, los poetas de la segunda mitad del siglo XX, cuenta con una voz singular y distinta, lo que dificulta hablar de una generación con rasgos comunes, salvo quizás la inquietud por los temas socio políticos que en alguna etapa de su producción manifestaron algunos de ellos ante las circunstancias históricas (exclusión social, gobiernos autoritarios de los años 70 y tempranos 80); o la correspondencia de algunos a los veneros cerrutiano o saenzeano ya anotados anteriormente (a los que autores como Mónica Velásquez añaden otras dos ramas, nacidas de las obras de Edmundo Camargo y Blanca Wiethüchter).

Hoy en día, toda esta tradición se ve enriquecida por el comienzo del fin de su propia insularidad. Muchas barreras, imaginarias y no, han dejado caer sus máscaras, imaginarias y no. Hay una más libre y amplia circulación de textos y de ideas, lo que en este país no era habitual, fenómeno que va alcanzando también -aún tímidamente- a la poesía, pues comienza a leerse más a poetas de otras naciones y a difundirse fronteras afuera lo que se escribe en Bolivia, de la mano de la tecnología, las transformaciones glocales y, sobre todo, de la activa curiosidad de las nuevas generaciones de poetas, ya curados de los males del siglo pasado (o al menos en franca mejoría).

A la vez, existe un fuerte acento puesto en las individualidades, en las búsquedas propias, en las exploraciones, que hace difícil sistematizar todas las voces actuales y hace difícil también pensar con claridad en el lugar que cada quien ocupa.

En lo personal, desde mi adolescencia he leído mucha poesía, con independencia de si era escrita por autores nacionales o de otros países, aunque en una primera etapa leía sobre todo a poetas de la tradición hispanoamericana. Reconozco influjos de unos y otros, y simpatías diversas hacia unos y otros (en el caso boliviano, por ejemplo, hacia Cerruto, con quien dialogo en algunos de mis textos y me parece fundamental, mientras que admirándolo mucho como poeta, tomo distancia de Saénz-mito).

Pero al hacerme poeta no era consciente de que me estaba haciendo un poeta 'boliviano'. Era, simplemente, un boliviano que se iba haciendo poeta. Aspiro, como otros de mi generación y las siguientes, a una mirada más universal (lo que es comprensible, incluso como reacción, en un país tan localista), pero al mismo tiempo, al mirar en el espejo de lo universal, y sobre todo desde que mi poesía y su portador hemos comenzado a romper el aislamiento y la mediterraneidad con cierta fluidez, voy descubriendo ciertos rasgos en mi escritura que solo podrían ser de alguien nacido en este país e inscrito, 'sin querer comerlo ni beberlo', en su tradición híbrida, en este maravilloso ch'enko total que somos los bolivianos (definición creada por Manuel Monroy Chazarreta, poeta desde la orilla de la canción, que al intentar explicar lo que es un ch'enko propone la "paella")

En ese ch'enko (o en esa paella) somos, nos movemos y existimos quienes escribimos poesía en la Bolivia de este siglo (todavía nuevo), en un momento en el cual, como dije, la poesía boliviana, si bien de manera incipiente, ha comenzado a dialogar más y mejor con otras poéticas, lo que es muy saludable. Pero además, es lícito anotar que posiblemente nunca antes ha habido tanta y tan buena poesía en Bolivia como hoy en día.

Por razones de tiempo y de espacio (menudas razones) pero también porque uno, como lector y, digamos, como crítico, va configurando una suerte de canon personal, me limitaré a presentar a algunos autores en plena y presente madurez poética, nacidos en un arco que va desde fines de los 50 hasta mediados de los 70 del siglo pasado -la generación poética de la que formo parte-, y que son quienes han publicado los libros de poesía que considero más significativos, en diferentes registros estéticos, de los primeros trece años de este siglo.

No son poetas del siglo XX, en sentido creativo, sino poetas del siglo XXI: Gary Daher (1956), Homero Carvalho (1957), María Soledad Quiroga (1957), Juan Cristóbal Mac Lean (1958), Vilma Tapia (1960), Gustavo Cárdenas Ayad (1961), Benjamín Chávez (1971), Oscar Gutiérrez Peña (1971), Mónica Velásquez (1972) y Paura Rodríguez Le-ytón (1973). De cada uno de ellos comentaré, brevemente, su obra que considero más relevante.

"Pero al hacerme poeta no era consciente de que me estaba haciendo un poeta 'boliviano'. Era, simplemente, un boliviano que se iba haciendo poeta.”

Gary Daher ha publicado en 2009 El viaje de Narciso, que en el sentido hermético de sor Juana y de Lezama Lima, es un camino circular que baja del alma a la materia —en contemplación de vano reflejo y descenso enamorado a habitarlo—, para más tarde —naufragio, combate, re/conocimiento, un refocilo de violenta luz— elevarse desde la materia al alma, en contemplación, ahora sí, de la verdad interior: revelación, unyomistica, vuelo. Es también, pues, un viaje al origen de las cosas, a su conciencia, y qué es un poema sino la conciencia de las cosas, se pregunta el autor.

Homero Carvalho publicó en 2007 Los reinos dorados, epifanía de la selva donde se nos revela una palabra pura, capaz de inocencia y a la vez de encantamiento, como el murmurio del primer jardín antes de la caída. Sin embargo, la de este libro no es solo una palabra nostálgica o evocadora, pues está fundada sobre la ardiente actualidad de la memoria.

La poesía de Soledad Quiroga, en especial la de Los muros del claustro (2004), como afirma Raúl Teixidó "no es liviana ni complaciente; ignora los lugares comunes, los tópicos adocenados (...) Y nos pone ante una mirada ge-nuinamente medular, introspectiva, que halla su perfecto correlato en un lirismo contenido, casi ascético, que atesora la terrible belleza de los silencios elocuentes y de los paisajes rotos".

Juan Cristóbal Mac Lean editó en 2012 Tras el cristal. Es la suya una poesía desguarnecida, sí, como un pañuelo derramado a la hora en que nadie recoge nada; mas no desamparada, ya que hay cuidados y antiguas luces -lápices de colores- que no se han perdido, que han impedido que él mismo se pierda, y aún asoman entre sus líneas o titubean en cada gota que cae en un huerto ya imposible pero conjurado una y otra vez, hasta hacerlo presente en la ventana de la página (una ventana que además tiembla, que es toda ella un temblor).

De Vilma Tapia destaco sus Luciérnagas del fondo (2003), obras en la que, como apunta Jesús Urzagasti, "está ausente la sospechosa dicha de los complacientes. Y, sin embargo, su mundo es un mundo sin pérdidas, anclado en el presente pero con asideros fiables para quienes equivocaron el rumbo o, simplemente, tienen otro rumbo. ¿Será por eso que terminamos siendo contemporáneos de esta amorosa aventura poética?"

Gustavo Cárdenas publica Andamios en 2004. Arriesgado funámbulo de las palabras, Cárdenas lleva sus poemas al filo del mutismo, donde no caen, sostenidos apenas por una imagen, una alusión o una figura entrevista en el follaje del silencio y raptada de sus ramas —dicha— en lo que dura un instante. Ya lo declara el autor mismo, dando voz a sus textos (p.35): Andamos/andamos en el aire/apenas una letra nos sostiene, / hijo.

Benjamín Chávez publica en 2003 Y allá en lo alto un pedazo de cielo, ejecutado -Juan Carlos Ramiro Quiroga di-xit- "con palabras puntuales que no recuerdan a ningún precedente formal en la literatura escrita por bolivianos. Su mayor ostentación es la sobriedad. (...] El poeta abre la ánfora de Pandora y uno ya imagina lo que puede pasar"(pág).

En 2001 aparece una edición enriquecida de Sobrevuelo, de Oscar Gutiérrez Peña. Frente a lo que puede pensarse de la poesía de este libro a primera vista -naïve, luminosa, coloquial: tal es como se nos aparece-, en el fondo de ella habita un terrible dios, que cuando mira a alguien, a cualquiera -en estos casos no soy exigente, ironiza el autor- no puede evitar ver su cadáver y anunciarle, anunciarnos, en repetidos versos, que de aquí nadie sale vivo.

En 2007 se publica Hija de Medea, de Mónica Velásquez, que, como recuerda Juan Carlos Orihuela, "ficcionaliza el mito de la Hechicera que mató por pasión y lo somete a la palabra enigmática y lacerante de la hija, que desde la muerte increpa a su madre y retorna para amar la impotencia/para enseñarte a dejar ir, para aprender a perder... /para perdonarte, / coser las que fuiste / y juntas devolver la sombra / al Sol."

Y en 2012 nace Como monedas viejas sobre la tierra de Paura Rodríguez Leytón, que a decir de la poeta argentina Dolores Etchecopar, contiene "una escritura que embiste la opacidad de lo aprendido, restituye al aprendiz la crudeza de su lengua, su demencia luminosa. Una escritura calada por la pérdida (que) teje y desteje un tapiz móvil que avanza y retrocede hacia la muerte. Como la aguja que se hunde en el vacío entre dos hebras, así estos poemas no hacen pie en lo que dicen, están en vilo cuando hablan con lo extraño que se mece en ellos. Entre maravillay miedo, la poesía de Paura Rodríguez Leyton acerca al oído del lector esa rara epifanía: el regreso de lo que huye".

Asimismo, recordemos, bajo este mismo arco generacional, a Victor Paz Irusta (1959), Juan José Pacheco (1960), Máximo Pacheco (1961), Juan Carlos Ramiro Quiroga (1962), Mario Alberto Herrera (1965), Patricia Gutiérrez, Rodolfo Ortiz (1969), Claudia Peña Claros (1970), Cecilia Romero (1972) y Alejandra Barbery Zanutti (1973), poetas que de seguro darán más obra en los próximos años.

Mención particular merecen algunos autores que eligieron vivir en Bolivia, habiendo nacido en otros territorios, y que de alguna manera son ya poetas bolivianos al haber desarrollado aquí la mayor parte de su obra, como Juan Araos Uzqueda (1952), Gigia Talarico (1953) y Emilio Martínez (1971).

Y ya en el pleno ahora en desarrollo, encontramos a otra-creativa e inquieta-generación literaria, de la que habrá tiempo de ocuparse más adelante, con nombres como Jessica Freudenthal (1975), Adriana Lanza (1978), Emma Villazón (1983), Pablo Carbone(1980), Janina Camacho (1981), Ada Zapata (1976), Vadik Barrón (1976), Sergio Gareca (1983), Pamela Romano (1984), Paola Sen-seve (1987),Diana Taborga (1980), Carolina Hoz de Vila (1983), Pablo Enrique Osorio (1985), Edson Hurtado (1980), Alfredo Rodríguez (1971), Claudia Vaca (1984), Mariana Ruiz Romero (1982), Sebastián Molina (1985),

Albanella Chávez (1985), Orlando Montesinos (1971) y Juan Marcelo Castro (1978), interalia.

Finalmente, debo explicar algo acerca de título de estos apuntes sobre la poesía boliviana. Pero como ya he intentado explicar muchas cosas, me remitiré a dos artes poéticas de mi autoría, Vuelo nocturno y Vuelo Nocturno 2, que dejan sentado lo que creo acerca de la poesía y del sentido de hacer poesía.

De alguna manera, los poetas, con cada uno de nuestros textos, agregamos al mundo algo que no existía: creamos algo, en sentido estricto; no sé si un objeto (hay quienes piensan en el poema como tal), pero al menos unas palabras articuladas con determinado sentido para un lector que pueda comprenderlas.

Muchas veces me he preguntado si el mundo no está ya suficientemente lleno de textos y de objetos para andar agregándole otros. Pero a la vez el mundo está lleno de dolor, de mal, de sinsentido. Y el poema -como un cerillo o como una hoguera- puede, de cierta forma misteriosa, hacer que el mundo sea menos horroroso, menos caótico, menos cruel.

También el poeta puede sumarse al absurdo, claro, y a la vacuidad y a la banalidad imperantes, pero mi elección es que, si a través mío ha de fluir la poesía, debe ser para intentar restituirle algo de trascendencia, de belleza y de sentido al mundo (así sea a través de la interpelación de la belleza y el sentido).

He aquí pues ambos poemas, uno nacido en un viaje aéreo sobre la Argentina y publicado en mi libro El agua iluminada (Santa Cruz, 2010); el otro, publicado en La mañana se llenará de jardineros (Quito, 2013), creado tras una conversación con el poeta Gustavo Cárdenas, quien me refirió lo que hizo la noche en que el eje de la Tierra se movió algunos centímetros.

Vuelo nocturno / Arte poética

Esa luz que se apaga
no es un imperio
ni una luciérnaga.

Antoine lo sabía, lo supo volando sobre la Patagonia.

Esa luz que se apaga es una casa que cesa de hacer su
ademán
al resto del mundo,
una mansión

—una humilde mansión si cosa cabe: todas las casas
del hombre son una mansión, todas las mansiones del
hombre una cabaña—

una mansión, decía Antoine, que se cierra sobre su amor.
O sobre su tedio.

Una luz vacilante a la que
—frío al calor—
unos labriegos reunidos
se aferran

náufragos que balancean un fósforo
ante la inmensidad
desde una isla desierta.

Vuelo nocturno / Arte poética 2

El eje del mundo se ha movido hoy diez centímetros

a la izquierda o a la derecha quién lo sabe
pero los poetas esta noche andan revueltos

y se descalzan
y entran al río
y se ponen
a atrapar
el resplandor
de las estrellas

a atraparlas
con las manos
en el agua

Esto último es, me temo, lo que hacemos siempre los poetas: tratar de atrapar estrellas, o apenas el resplandor de las estrellas, en el agua de los días.

 

Notas

10 Ver "La poesía boliviana, esa desconocida", Círculo de Poesía, epilogo al dossier de Poesía boliviana actual, 7 de febrero de 2012, en http://circulodepoesia.com/nueva/2012/02/la-poesia-bolivia-na-esa-desconocida/

11 Ibid.
12 En www.blancomovil.com/bm-115.pdf, p.17.

 

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