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Revista Aportes de la Comunicación y la Cultura

versión impresa ISSN 2306-8671

Rev. aportes de la comunicación  no.17 Santa Cruz de la Sierra jun. 2014

 

DIALOGANDO EN CASTELLANO

 

Reflexiones sobre mestizaje e identidad

 

Miscegenation and Identity

 

 

Carlos de Mesa Gisbert
Historiador, periodista y político.
Ex Presidente de la República de Bolivia
cdmesag@gmail.com

 

 


Resumen

El texto invita a la reconstitución de una Nación boliviana comprendida como la casa grande que articula oriente y occidente, desde la reconstrucción de un imaginario colectivo en el que todos los bolivianos nos miremos sin miedos ni atavismos, en que sea posible un diálogo multilingüe pero respetuoso, en el que la lógica de los privilegios sea desterrada, en la que podamos sembrar un sentido de Nación, más allá de la región, más allá de la etnia, más allá de lo popular, pero con ellos, a través de sus andamiajes, sin negar ninguna de esas características que nos identifican con lo más íntimo de cada uno de nosotros, presente e historia articulados en el estar siendo.

Palabras clave

Casa Grande, Nación Boliviana, Historia, Presente, Oriente Y Occidente Boliviano.


Summary

This text encourages a reconstitution of a Bolivian nation understood as the big house that is articulated by the east and the west, from the reconstruction of a collective imaginary in which all Bolivians see ourselves without fear or atavisms, in which a multilingual, yet respectful, dialogue would be possible, in which the logic of privilege would be banished, one in which we can cultivate a sense of Nation, beyond the regional, beyond ethnicity, beyond the popular, but with them, through their scaffolding, without negating any of those characteristics that identify us with what is most intimate in each one of us, present and history articulated in a becoming.

Key-words

Big house, Bolivian Nation, History, Present, Oriental and Occidental Bolivia


 

 

El sentido de pertenencia, de espacio compartido, es esencial para definir nuestro destino y para entablar una relación de comunidad con quienes habitamos ese espacio que hemos definido como nuestro: Bolivia.

¿Por qué ese espacio geográfico que habitamos es la casa común? Esa adscripción no puede plantear que se trata de un lugar que no nos queda otro remedio que compartir, sino, por el contrario, que es un espacio en el que tiene sentido vivir unos con otros porque tenemos una meta para todos, un ideal de construir juntos una comunidad, porque tenemos un pasado que nos dio las identidades que hoy tenemos. Si la única lógica de ese pasado es la guerra, la dominación, la exclusión y la opresión, es muy probable que estemos juntos a regañadientes y que supongamos que esta unidad es artificial y muy frágil, confirmando aquella peregrina idea de que Bolivia es un error histórico.

Se debe intentar desentrañar las dos lecturas, la lineal y las de las parcelas de esa linealidad. La primera constatación es que la historia de la nación boliviana tiene largas y profundas raíces en el tiempo, no solamente por sus rastros materiales, sino en tanto hay una acumulación, superposición y, sobre todo, vinculación entre unos momentos y otros. Los orígenes andinos y orientales de esa historia que puede datarse entre 10.000 y 8.000 años AC, van a desarrollarse en los dos brazos con contactos intermitentes hasta 1535, el momento del cataclismo pero también de la articulación. Las grandes culturas prehispánicas superpusieron dominios, modos culturales, lenguas y estructuras sociales que culminaron en dos grandes imperios sucesivos: Tiahuanacu-Wari e Inca, ambos, como todo imperio, basados en la imposición expansiva y violenta de un pueblo sobre otros hasta constituir una sola entidad política. La conquista española estableció una dominación mucho más traumática porque devino en una ruptura radical, no sólo por la imposición de la violencia, sino porque los mundos que chocaron eran totalmente distintos, una cosmovisión se enfrentó a otra, cosa que no había ocurrido antes de 1535. Pero, la constitución del espacio geográfico de la nación como hoy la conocemos, es producto del diseño político jurídico español, no del diseño prehispánico ni republicano. La Audiencia de Charcas nacida en 1559, selló la existencia de Bolivia, porque fue exactamente sobre sus límites que se creó la República. Si el referente hubiese sido el imperio incaico, se hubiesen producido dos cosas: Bolivia, insumida al Perú y al Ecuador, no existiría y el oriente boliviano no sería parte de esa entidad, pues era una tierra a las que los incas apenas se habían asomado.

En ese contexto, Vázquez Machicado tiene razón cuando dice que la conformación de Bolivia en la que se abrazan el ande y el oriente, se produjo en 1560 cuando se encontraron en las proximidades del Parapetí en un espacio chiriguano, los conquistadores Andrés Manso que llegaba de Lima y Ñuflo de Chávez que llegaba de Asunción. Allí se formó la conciencia de lo que tres siglos después sería Bolivia, porque fue entonces cuando Charcas integró esa gigantesca región a su dominio. La idea de lugar compartido se plasmó progresivamente en el Siglo XVIII, con una integración progresiva de las expresiones de pensamiento, espiritualidad, creación artística y definición política. Por un lado, la sociedad comenzó a definirse como entidad distinta de la metrópoli europea y por ello deseó la independencia. La comprensión de que las bases republicanas están en el periodo colonial es crucial en la relectura de nuestro pasado.

La otra dimensión, la de las historias de los pueblos dentro de ese espacio geográfico, es la reconstitución de características culturales, lenguas, cosmovisión y tránsito por la dominación y la opresión. Con diferencias en virtud de la dimensión de cada pueblo, quechuas y aymaras en un extremo, wenayeeks, tacanas o yuracares en el otro, sufrieron la imposición occidental en procesos de transformación en los que sin duda hubo una fusión cultural (mucho más evidente en las grandes comunidades indígenas que en los aislados pueblos del norte y el sur), sobre la base de la desigualdad y la discriminación.

Esa historia fue distinta a partir de 1535. En la colonia, el proceso de imposición no buscó uniformar. Había una 'república de españoles' y otra 'república de indios'. Las propias leyes diferenciadas de la corona, la permanencia de lenguas, usos y costumbres y respeto a las jerarquías indígenas, demuestra que la explotación se asumió de modo práctico a los intereses de los conquistadores dentro de un proceso consentido de mestizaje cultural que no rompió los vínculos indígenas con sus pasados. En cambio, la República hasta 1952, cortó esos vínculos y buscó la imposición de un modelo único de carácter occidental. El Estado del 52, a su vez, construyó la idea de la nación indo-mestiza uniforme. Hoy por fin, reencontramos el camino del reconocimiento en la igualdad, sobre la premisa de que la raíz occidental no es la única posible para construir nuestro espacio común, pero con el peligro de una negación de occidente como un pretérito destructor.

Las raíces que justifican nuestra existencia exigen de manera imperativa una lectura correcta del momento en que se tejió la nación. Un periodo que tradicionalmente se execra. Por eso, la adscripción a un sentido de pertenencia en un escenario común es tan compleja y tan llena de absurdas negaciones de nosotros mismos. Los pueblos de Bolivia concretaremos nuestros ideales sólo a partir de entender las razones que definieron los límites que hoy compartimos y que nos hicieron comunidad.

Los bolivianos hemos sido especialistas en mentirnos, en flagelarnos, en contarnos cuentos, en inventar mitos, pero sobre todo en devaluar lo que hicimos. Cuando digo bolivianos, creo que digo mal, debo decir aquellos que nos apropiamos de la historia desde hace tantos siglos. Por eso nos valoramos tan poco, por eso tenemos la mirada triste de la derrota, que ni merecimos ni sufrimos en la dimensión que nos cuentan las páginas antiguas de los libros y las nuevas - muchas de ellas espurias - que se están escribiendo. Porque todo está teñido de ideología, todo esta supeditado y mediatizado a los intereses de hoy.

"Los bolivianos hemos sido especialistas en mentirnos, en flagelarnos, en contarnos cuentos, en inventar mitos, pero sobre todo en devaluar lo que hicimos"

Cómo explicar y cómo entender este tránsito doloroso de un país que no sólo está convencido de su mal, sino que arrastra complejos y frustraciones sin cuento, que siente en el centro mismo de su alma que solo ha aprendido las lecciones del odio y la amargura, que siente que su padre es un violador y que su madre aceptó esa violación y terminó por consentirla.

Qué decir de esta tierra dividida, de sangres que nunca terminaron por mezclarse, que fluyen separadas. Qué decir de esta tierra que mira un mar arrebatado como el símbolo máximo de su dolor y de su frustración y que está cada vez más lejos de sí misma, desde las alturas de los Andes y desde la inmensidad verde de los llanos.

Construir la Patria es hacer una metáfora. Sólo la metáfora puede explicar lo esencial, aquello que hace que sintamos como nuestros una tierra, un pasado, un color, una bandera, un escudo, todos como el cobijo, como el manto que nos protege, como el hogar común que parece que nunca tuvimos, peor aún, que tuvimos y nos negamos a aceptar.

Sólo sabiendo que la idea de Nación está en nosotros, en el corazón, en la memoria, en la emoción y también (sólo también) en la razón, entenderemos lo que es este país al que nos empeñamos en herir con tanta frecuencia.

El sentido de pertenencia, de espacio compartido, es esencial para definir nuestro destino y para entablar una relación de comunidad con quienes habitamos ese lugar que hemos definido como nuestro: Bolivia. Ese debe ser el eje para que el pacto social que estamos elaborando no se convierta rápidamente en papel mojado.

¿Por qué ese espacio geográfico que habitamos es la casa común? Esa adscripción no puede plantear que se trata de un lugar que no nos queda otro remedio que compartir, sino por el contrario, que es un espacio en el que tiene sentido vivir unos con otros porque tenemos una meta común, un ideal de construir juntos una comunidad, porque tuvimos un pasado que nos dio las identidades que hoy tenemos. Si la única lógica de ese pasado es la guerra, la dominación, la exclusión y la opresión, es muy probable que estemos juntos a regañadientes y que supongamos que esta unidad es artificial y muy frágil, confirmando aquella idea de que Bolivia es un error histórico.

Uno de los grandes riesgos de quienes viven momentos traumáticos en sus vidas personales y en sus vidas colectivas, es el de querer volver atrás, suponer que el tiempo se congela, creer que es posible recobrar el tiempo. El tiempo, ese arbitrio humano magnífico y terrible, es una forma de medir lo inasible, es como el agua que se escapa entre las manos, simplemente testimonia nuestra finitud y nuestro carácter perecedero. Es la maldición del fin inevitable, o la bendición de liberarnos de un transitar que, eterno, sería simplemente intolerable.

La historia no es otra cosa que la constatación de ese transcurso. No debemos ceder a la tentación de detenerla o de volver atrás, sobre la hipótesis de que ese tiempo ya perdido fue mejor. Quizás, y esa es también una curiosa testificación de lo humano, debamos aceptar la circularidad de ese tiempo que no se repite exactamente pero que fiel al mito de Eliade, vuelve - distinto - a repetir aquello que nos es esencial para sobrevivir, según el momento y la circunstancia. Lo que parecía hundido para siempre, aparece de nuevo en el horizonte. La historia, así, se burla de sí misma y nos demuestra que nada es definitivo, nada es irreversible. Pero la paradoja debe ser bien entendida si queremos aprovechar sus terribles lecciones. No podemos mirar atrás para otra cosa que no sea aprender y ligarnos a nuestro pasado, para saber quiénes somos, qué hicimos y de dónde venimos realmente. No podemos suponer que el presente construye futuros definitivos, pero tampoco podemos vivir de la nostalgia de lo ya terminado.

Nuestra historia ha tenido algunos momentos cruciales, cambios que lo modificaron todo. Octubre de 2003 o enero de 2006 fueron cambios de esa magnitud, como el terremoto que ha reordenado las capas tectónicas. Igual que en 1952, hay muchas cosas que terminaron definitivamente. Sin embargo, por muchas razones, no sabemos si estamos viviendo ya el nuevo tiempo. A pesar de ello, la profundidad de los símbolos - muchos -, encarnados en una sola persona, le da a este momento un relieve especial. Las puertas al campo - a las que aludía Octavio Paz - están abiertas para todos por primera vez. Eso es una constatación de una trascendencia que apenas podemos imaginar. Ese "todos" que había sido incorporado en muchos sentidos y direcciones en décadas pasadas, no se sentía "todos" porque lo principal, el eje del poder, le estaba vedado. Eso no ocurrirá más. Finalmente, la idea de la igualdad tiene un referente, el más importante, el vértice del poder, el que atraviesa el corazón del Palacio Quemado. Es un hecho más allá de cualquier contenido, más allá de cualquier discurso, más allá de cualquier juicio de valor y hay muchos que se pueden y se deben hacer.

"Sólo sabiendo que la idea de Nación está en nosotros, en el corazón, en la memoria, en la emoción y también (sólo también) en la razón, entenderemos lo que es este país al que nos empeñamos en herir con tanta frecuencia"

Por eso, ya no podemos mirar a nuestras espaldas sin el alto riesgo de transformarnos en estatuas de sal. No podemos abrazar por puro reflejo a quienes decidieron voluntariamente inmolarse en su propia ceguera, a quienes escogieron negarse a sí mismos la posibilidad de redención cuando pudieron, a quienes creyeron que el mundo sería el mismo siempre, con la mesa tendida sólo para ellos.

Si somos capaces de entender que el secreto no está en derribar una muralla que no es una persona sino una nueva lógica, que aquí no hay que escoger un camino porque es el contrario al del otro, que no se trata de destruir lo que existe porque creemos que está mal sin desear de verdad

construir otra cosa mejor, entonces sí podremos saber que el discurso, los principios y los paradigmas que debemos encarar deben ser nuevos, más allá de esta inmensa confusión, más allá de la retórica revolucionaria, más allá de la "fundación" de la historia todos los días y más allá de las profundas y equivocadas trincheras de guerra que se cavan para reivindicar siglos.

El futuro que nos toca tiene poco que ver con el futuro que se vislumbró desde las almenas del fin del siglo XX. El nuevo siglo nos ha deparado desgarramientos insospechados pero necesarios, bocanadas de odios y rencores inevitables que se deben quebrar desde abajo, desde su propia entraña. Es necesario reconstruir un imaginario colectivo en el que todos nos miremos sin miedos ni atavismos, en que sea posible un dialogo multilingüe pero respetuoso, en el que la lógica de los privilegios sea desterrada, en la que podamos sembrar un sentido de Nación, más allá de la región, más allá de la etnia, más allá de lo popular, pero con ellos, a través de sus andamiajes, sin negar ninguna de esas características que nos identifican con lo más íntimo de cada uno de nosotros.

Hay un pasado que se está hundiendo irremisiblemente, aun y a pesar de los ciclos y los eternos retornos. Hay cadáveres que se volverán polvo y serán un recuerdo del que podremos aprender, pero son cadáveres. En este nuevo tiempo es indispensable entender que el país que conocimos está cambiando. Debemos agradecer que nos haya tocado vivirlo, pero debemos aprovecharlo, arrancándolo del autoritarismo, de la ceguera discursiva, de los gérmenes de la revancha, de la incapacidad de proponer horizontes verdaderos de todos y para todos.

Es la llegada por fin, de una larga marcha que comenzó hace milenios y que atravesó bosques y desiertos para encontrar una meta crucial, la del espacio de todos. Ahora nos toca compartirlo, entre iguales, con nuestras diversas miradas y ojos y lenguas y almas. Es necesario tejer una nueva trama que sea verdaderamente policroma.

Abrir la mano parece más difícil que ofrecer el puño, ahí está la diferencia y el desafío. No basta con simbolizar el cambio, hay que ejecutarlo en democracia y con todos.

 

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