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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult vol.28 no.53 La Paz  2024  Epub 11-Dic-2024

https://doi.org/10.35319/rcyc.2024531331 

IDEAS Y PENSAMIENTOS

Confesiones de un soldado en el Chaco: un análisis de las notas (críticas) de guerra del Tcnl. Carlos Soria Galvarro

Confessions of a Soldier in the Chaco: an Analysis of the War Notes (Criticisms) of the Tcnl. Carlos Soria Galvarro

Ignacio Rodrigo Vera de Rada* 
http://orcid.org/0009-0009-2535-0916

*Licenciado en Ciencias Políticas y en Comunicación Social por la Universidad Católica Boliviana “San Pablo” (Sede La Paz); master en Teoría Crítica por el CIDES-UMSA. Estudió lenguas clásicas en la Facultad de Filología de la Universidad de Salamanca y publicó libros de poesía, narrativa, biografía e historia. Actualmente es profesor del Departamento de Cultura y Arte de la UCB y columnista regular de prensa. ivera@ucb.edu.bo.


Resumen

Este breve ensayo tiene un fin modesto: comentar, matizar y glosar las Notas de mi agenda: la Guerra del Chaco, del teniente coronel Carlos Soria Galvarro. Lo hago porque analizar la folletería y escribir sobre ella, como saben los especialistas en temas históricos e historiográficos, puede aportar algunos datos pequeños pero valiosos a la reconstrucción del relato de la historia, la cual es siempre plural, enmarañada y opaca. A lo largo de este ensayo, glosaré las notas críticas que considere más interesantes de Soria Galvarro, y no así las quejas o asertos que puedan resultar repetitivos o ya muy conocidos a través de otros autores post guerra del Chaco.

Palabras clave: Guerra, Chaco; folleto; campaña; raza; corrupción

Abstract

This brief essay has a modest purpose: to comment, qualify and gloss the Notes on my agenda: The Chaco War, by Lieutenant Colonel Carlos Soria Galvarro. I do it because analyzing the brochures and writing about them, as specialists in historical and historiographical topics know, can contribute some small but valuable data to the reconstruction of the story of history, which is always plural, tangled and opaque. Throughout this essay, I will gloss the critical notes that I consider most interesting by Soria Galvarro, and not the complaints or assertions that may be repetitive or already well known through other post- Chaco War authors.

Keywords: Chaco War; brochure; campaign; race; corruption

1. Introducción

A comienzos de 2024, en un lote de libros que me regaló mi tío Carlos Enrique Riveros Dimberg, encontré un folleto titulado Notas de mi agenda: la Guerra del Chaco, escrito por el teniente coronel Carlos Soria Galvarro y publicado en 1936, en la ciudad de La Paz, por la imprenta de la Intendencia General de Guerra. Aquel librito de tapa anaranjada, escrito en la ciudad de Potosí hacia fines de 1935 y de solo 42 páginas, me pareció un documento peculiar y valioso por las anécdotas y revelaciones (“aspectos y observaciones rápidamente tomadas del suceso bélico del Chaco y de los acontecimientos producidos en todo el país” como dice el mismo autor en la advertencia preliminar de la página 5), que vierte el soldado del Chaco en torno al conflicto bélico suscitado entre 1932 y 1935 entre Bolivia y Paraguay. Entonces me propuse leerlo atentamente y tomar algunas notas, para después confrontarlo con otras fuentes o relatos historiográficos o con lo que popularmente se conoce sobre aquel evento bélico que, para el momento en que escribo esto, terminó hace algo más de 89 años. De esta forma, el objetivo de este corto ensayo es muy modesto: comentar, matizar, glosar y caracterizar las Notas de Soria Galvarro, poniendo como telón de fondo el contexto sociopolítico boliviano, continental y mundial de los años 30 del siglo XX. Lo hago porque leer y analizar la folletería y escribir sobre ella, como saben los especialistas en temas históricos e historiográficos, puede aportar algunos datos pequeños pero valiosos -que no se hallan en los documentos canónicos que son más consultados por los historiadores- a la reconstrucción del relato de la historia, la cual es siempre plural, enmarañada y opaca.

Sobre la Guerra del Chaco se ha escrito en Bolivia una cantidad apreciable de textos (entre artículos y libros), unos de mayor calidad que otros, y de tiempo en tiempo salen a la luz nuevos documentos (folletos, cartas1, fotografías, periódicos, diarios personales, documentos varios o raros) a partir de los cuales pueden hacerse nuevas interpretaciones y nuevos descubrimientos sobre lo ocurrido en tal evento. En los lustros inmediatamente posteriores al suceso, y como dice Jorge Siles Salinas en su libro La literatura boliviana de la Guerra del Chaco (1969), los escritores se encargaron de formar una bibliografía tan copiosa como digna de atención:

Así como la Guerra Civil de España o la Revolución Francesa o la Guerra de Secesión en los Estados Unidos han originado una variada producción novelística inspirada en esos grandes sucesos, que han configurado el rumbo de la historia, así también, en nuestra particular circunstancia, reducidas las proporciones al módico rango en que nuestras biografías nacionales se desenvuelven, la contienda que libraron Bolivia y Paraguay, desde 1932 a 1935, no ha dejado de suscitar un movimiento interpretativo, en uno y otro país, tanto en la literatura puramente histórica como en la de ficción, que ha venido a iluminar uno de los momentos más dramáticos y memorables de su existencia (p.11).

Entre los grandes clásicos bolivianos puede mencionarse a Masamaclay (1965), de Roberto Querejazu Calvo o, en un plano más literario-periodístico, a Sangre de mestizos (1936) y Crónicas heroicas de una guerra estúpida (1975), de Augusto Céspedes, a Aluvión de fuego (1935) de Oscar Cerruto o a Laguna H3 (1967), de Adolfo Costa du Rels. Pero luego de aquellos autores, que además estuvieron involucrados en el conflicto, aparecieron en las siguientes décadas varios otros que elaboraron investigaciones de gran calidad académica y que abordaron la guerra desde perspectivas más distanciadas (frías) y con instrumentos analíticos tal vez más sofisticados y metodológicamente más sistemáticos. Omitiré hacer una lista sobre los trabajos más recientes sobre la guerra, pues la abundancia de los mismos limitaría considerablemente el espacio que disponemos para el presente ensayo sobre el trabajo del teniente coronel Carlos Soria Galvarro.

Cabe adelantar que las Notas de este militar son, según él mismo advierte al lector en las primeras líneas, “desarticuladas, en las que no se trata de sentar ninguna doctrina, pero sí donde se apuntan vicios y errores notorios que es preciso señalarlos con insistencia para encontrar los correctivos que sea menester” (Soria Galvarro, 1936, p.5). Y es muy posible que esté en ese carácter fragmentario, disperso y, podría decirse, inmediatista de las notas, su riqueza y valor. También hay que advertir el tono con el que escribe Soria Galvarro, un tono de queja, inconformidad e insatisfacción, por lo demás nada extraño en los textos de aquellos escritores-soldados que representaban a toda esa generación que había visto una guerra sin ningún sentido, conducida por una élite de políticos y militares corruptos o ineptos y en la cual se habían perdido tantas vidas jóvenes. El autor, además, advierte que no se debe esperar de sus notas ninguna riqueza literaria o estética, pues él es un “rudo soldado que dice las cosas con claridad, rotundamente, sin retóricas… […] por un riguroso culto a la verdad” (Soria Galvarro, 1936, p.6).

A lo largo de este corto ensayo glosaré las notas críticas que considere más interesantes u originales, y no así las quejas o asertos que puedan resultar repetitivos o ya muy conocidos a través de otros autores post guerra del Chaco. Hay que tener en cuenta, pues, que varios fragmentos de las Notas de Soria Galvarro poseen el mismo tono grandilocuente (irracionalista) de un texto de las características que tienen aquellas: exhortación al civismo, amor a la patria, tenor discursivo, etcétera. En algunos casos, me detendré en comentarios contextuales o cotejaré lo que dice el texto con lo que se cree en el saber popular acerca de la guerra, y en ningún momento me desapegaré a lo que sugiere o quiere decir el autor analizado, sin verter comentarios caprichosos que puedan distorsionar las ideas o el espíritu del texto en cuestión.

2. Un soldado desencantado

Como es habitual en la literatura post guerra del Chaco, y en general en la literatura posterior a toda guerra, el tono en que escriben los excombatientes o los intelectuales es de crítica y cuestionamiento. El de Soria Galvarro es también de desencanto y frustración. La frustración que mostraban los excombatientes era, por razones obvias, diferente de la de los intelectuales que juzgaban los eventos bélicos estando a miles de kilómetros, como Hilda Mundy o Alcides Arguedas, entre otros. Cabe recordar que durante la Guerra del Chaco se había establecido una censura de prensa muy severa; solamente eran bien vistos, o al menos tolerados por el gobierno, los medios que publicaban artículos que alentaban a los soldados que derramaban su sangre en el frente de batalla o inflamaban el patriotismo de la ciudadanía, pero los que se atrevían a hacer críticas o asumían posiciones escépticas eran amonestados, suspendidos o clausurados; medios como La República de La Paz, La Acción de Sucre o Crónica de Cochabamba, entre otros, corrieron esta suerte.

En su Notas, Soria Galvarro comienza lamentando el espejismo en el que ha vivido el boliviano, quien ha recibido en la escuela solamente “engaño o la piadosa ilusión” y no así “la verdad desnuda de lo que es nuestra patria” (Soria Galvarro, 1936, p. 9). Pero lo más interesante en torno a esta primera crítica está algunas líneas más abajo, cuando deplora que el boliviano medio se dedique siempre a lo mismo en cuanto a su formación profesional o sus actividades laborales: medicina y abogacía. Para el autor, esas dos profesiones viven siempre a costa del siempre “paupérrimo” erario público y siempre en trajines burocráticos:

cada uno ve en sí mismo un posible ministeriable [sic], cuando no apunta en forma desmesurada hasta el solio presidencial, sin hacer de su parte, mayor esfuerzo por contribuir a que se lleve a esa situación de privilegio, merced a cualidades sobresalientes (Soria Galvarro, 1936, p. 10).

Esta crítica está relacionada con la empleomanía que Alcides Arguedas (1909) había denunciado en su Pueblo enfermo de hacía más de 35 años y que era un rasgo sintomático de la cultura política boliviana, secularmente nepotista y clientelar:

Generalmente se cree allí, con ingenuidad perfecta por cierta clase de gentes, que la misión del Estado es procurar a todos, sin excepción, medios de trabajo y subsistencia. Un individuo, cualesquiera que sean sus conocimientos, aptitudes y modo de ser, necesita estar empleado en una oficina gubernamental. El funcionarismo es un peligro social en ciertos países, con la agravante de que todo funcionario piensa que ser inescrupuloso en el manejo de los fondos del Estado es acto revelador de admirables cualidades especulativas (p. 90).

Además, Soria Galvarro critica el oportunismo de la crítica, que solamente ocultaba un ansia inmoderada de acceder al poder (o de asaltarlo) apenas se dieran las circunstancias para hacerlo, y “los sentimientos del provincialismo estrecho” de cada provincia o departamento, que eran perjudiciales para la generación de un sentimiento nacional: “La victoria, el puesto prominente y el respeto general serán para aquella provincia o aquel departamento que, además de haber conseguido su bienestar particular, contribuya mayormente al bien- estar general del país” (p. 12). Después, el teniente coronel pasa a analizar el asunto del federalismo, lamentando que las aspiraciones federales hallaran eco en el país, pero admitiendo que aquella forma de gobierno constituye de las “más perfectas” para la organización de las naciones. Sin embargo, admite que el momento no había cuajado todavía para las aspiraciones federales: el tejido social y el sistema administrativo no habrían estado listos para una organización así, pues todavía no se había consolidado “el sentido de nacionalidad que defienda la aparente desarticulación distrital que entraña una federación”(Soria Galvarro, 1936, p.12). En este sentido, hay que tener en cuenta que el asunto del federalismo había sido un tema recurrente en las preocupaciones políticas ya desde fines del siglo XIX2, y no solo en Bolivia, sino en varios Estados latinoamericanos; pero también hay que tomar en cuenta que la bandera federalista en muchos casos había sido solamente un pretexto para un cambio de élites políticas y económicas en el poder, como ocurrió en Bolivia al cabo de la Guerra Federal, en la que ganó el Partido Liberal, ya que el país siguió siendo draconianamente centralista.

3. Análisis de la situación del ejército boliviano

Habiendo hecho un análisis general de lo que era el país en su conjunto en varios de sus aspectos, Soria Galvarro pasa a analizar las condiciones en las que se hallaba el Ejército boliviano a la hora de iniciarse la contienda bélica. En primer lugar, lamenta la mezquindad en la dotación de recursos materiales a la masa combatiente y el ánimo cándido del pueblo y los gobernantes, quienes, en primer lugar, no se imaginaban que una conflagración tan sangrienta podía estar tan cerca y, en segundo lugar, pensaban que la guerra sería de muy corta duración. Este “cándido aletargamiento” habría ocasionado que el Ejército paraguayo ocasione muchas bajas en los puestos de centinelas, minando la moral de los soldados; en muchos casos, ocurría que los ciudadanos que se llamaba bajo banderas se ocultaran para no enlistarse en el Ejército, pues el derrotismo se había apoderado de ellos. Los acontecimientos se habrían precipitado sin que los gobernantes hubieran atendido a los consejos de los técnicos o peritos en asuntos militares; un patriotismo irracional e inflamado por el momento de desconcierto habría ganado a un análisis racional, el cual hubiera significado un mejor comienzo de la guerra para Bolivia.

La crítica más dura recae sobre la figura del presidente del país, Daniel Salamanca Urey, “engreído impostor” que no habría parado mientes en hacer su voluntad y salirse con su gusto, incluso cuando la técnica militar le recomendaba hacer lo contrario a lo que quería, o sencillamente no hacerlo: “…él creíase un hombre infalible que no podía estar a las iniciativas ni indicaciones de la ‘semi-ciencia’ de los militares, como dijo en cierta ocasión oficial y solemne…” (Soria Galvarro, 1936, p. 24). Salamanca habría despreciado reiteradas veces los consejos técnicos de los militares que le sugerían hacer algo de una u otra manera. Hubo, pues, un quiebre constante entre el Gobierno y el Alto Mando y, cuando sí había comunicación, malentendidos o desavenencias que hacían que la condición de la campaña fuera mala: “La dirección de la guerra fue desarticulada y muchas veces contradictoria, por las opiniones irreconciliables del Gobierno y el Comando” (Soria Galvarro, 1936, p. 22).

Pero para el soldado de las Notas, la culpa de la debacle no la tenía solamente el Gobierno, sino toda la nación en su conjunto, por no haber actuado ésta como un todo unido, ya que el éxito o el fracaso de un pueblo se mide por la acción conjunta y cooperativa. Soria Galvarro lanza sus críticas al maestro de escuela, por enseñar al joven un “desviado patriotismo”; al capitalista, por no cooperar en obras que sirvieran para colonizar el Chaco; al ciudadano de a pie, que “buscó los medios lícitos e ilícitos de negociar con la guerra y de escabullirse hasta donde podía de los llamamientos y de las pruebas de sacrificio” (p. 26). “Desde el orador que en el momento preciso ha de encender de pasión las muchedumbres, hasta el artista, que con sus obras hechas pacientemente en las épocas de paz puede hacer propaganda de su patria en el extranjero ganándole simpatía y admiración de los vecinos hacia el arte, hacia la cultura de la nación; desde el laboratorista, el constructor y el mecánico hasta el salubrista y el sastre, deben echar la simiente de una patria fuerte…” (p. 22).

La población que vivía en las ciudades, ajena al desangramiento que se vivía en el Chaco, vivía tranquila, sin percatarse de la catástrofe; en vez de “llevar todas nuestras energías hacia el campo de batalla, de provocar la atención general hacia el horrible suceso, loábamos la tranquilidad impermeable del interior del país…” (p. 26). Augusto Céspedes (1973), en Salamanca o el metafísico del fracaso, lamenta lo mismo con palabras similares: “El chauvinismo chaqueño exuberaba [sic] en Asunción, entre tanto que en La Paz la cuestión no despertaba emociones y solo servía de material a internacionalistas que deseaban demostrar su patriotismo ‘en aquellas alejadas regiones’” (p.12). Con estas declaraciones los autores aluden a la desintegración social de la nación, una masa social que convivía dentro de unas fronteras que parecían un absurdo o un sinsentido; clases y “razas” vivían en mundos diferentes y a ello se sumaba en andinocentrismo secular, que había hecho que los gobiernos nunca se interesaran por explorar el Oriente o asentarse en él.

Según Soria Galvarro, las tropas necesitaban y pedían más pertrechos, víveres y efectivos, pero los estratos dirigentes se mantenían impertérritos e indiferentes ante el clamor. Ahora bien, esta indiferencia denunciada por Soria Galvarro o Céspedes puede ser relativizada, ya que hay muchos testimonios escritos sobre la amargura o angustia que, con mucha razón, vivían los familiares de quienes habían partido a la línea de fuego y una cantidad apreciable de textos de intelectuales (como Hilda Mundy o Alcides Arguedas) que, aun estando a miles de kilómetros del teatro de operaciones, se sentían preocupados por el conflicto armado y su conducción, y actuaban en consecuencia.

4. Abastecimiento de víveres, combustibles y sanidad

La campaña del Chaco se inició con un reducido personal de sanidad y precarios servicios; los medicamentos y drogas necesarios en cualquier evento sangriento escaseaban y, según Soria Galvarro, el reclutamiento de médicos y cirujanos se hacía entre los que egresaban recientemente de las facultades, que naturalmente estaban sin trabajo3; por tanto, eran, médicos sin experiencia y sin especialización en cirugía militar.

Eran cirujanos y médicos con poquísimos años de práctica profesional y sin el ascendiente necesario, dirigir hospitales militares o mandar desde puestos de alta dirección, con mengua de otros profesionales de larga práctica, de espíritu organizador, que tenían que aceptar situaciones de segunda y tercera categoría, nada más que por disciplina y patriotismo (p. 27).

De la misma manera, las enfermeras eran improvisadas y estaban desprovistas de lo indispensable, y el de los camilleros era un “servicio pobrísimo”.

Luego el autor hace referencia a Juan Manuel Balcázar (Potosí, 1894-La Paz, 1956), que fue un médico, político y polímata que se desempeñó como diputado nacional, prefecto de Potosí y varias veces ministro de Estado. Además, tuvo una larga y notable carrera como médico, siendo, entre otras cosas, director del Hospital Militar de La Paz, profesor de varias materias de medicina en la Universidad Mayor de San Andrés, médico en diversos hospitales de campaña en la guerra del Chaco y cirujano jefe de la Séptima División del Ejército. Con solo 23 años, fundó la Cruz Roja Boliviana. Pero cierto día ocurrió algo muy malo; según Soria Galvarro,

la Dirección General de Sanidad Militar, en virtud de las disposiciones del Gobierno, echó por tierra todo el laborioso trabajo de iniciación de la Cruz Roja, haciendo pasar este organismo a dependencia de la Dirección General de Sanidad, la que como primera medida dispuso que la Asistencia Pública se convierta en una simple botica, quitándole toda la importancia que tenía como escuela de preparación de personal de la Cruz Roja para la guerra… (p. 28).

Pero la improvisación no solo se dejó ver en el área de la sanidad y la provisión de materiales médicos y drogas, sino también en el abastecimiento de víveres.

“Felizmente teníamos desde tiempos atrás, buenos proveedores en la Argentina, para los sectores del Sudeste, y en el Brasil para la región del Oriente”. Pero, según el autor, lo “interesante” fue lo que ocurrió “con los proveedores del otro lado del Pilcomayo” (p.29). Resulta que la Cuarta División firmó un contrato con un tal N. Alemán, representante de una firma comercial que solía facilitar grandes créditos; cuando comenzó la guerra, los pedidos aumentaron mucho, tanto que en un momento se tuvo que acudir a otras firmas, como la del “señor Pérez Trigo”. En algún momento llegó a escasear el combustible, peligrando el movimiento de los camiones, que por lo demás no eran muchos. Entonces se hicieron radiogramas a los comerciantes Alemán y Pérez Trigo para que estos enviaran la gasolina necesitada. Por algún motivo (Soria Galvarro dice que podía haber sido por “exceso de escrupulosidad”, para que al pagar no hubiera descontento, o sencillamente porque era la ocasión propicia para encarecerla), el precio de la gasolina ya no era el mismo de antes. El autor insinúa hechos de corrupción, pues luego de la subida del precio del carburante, sucedió que

el Comando de Cuerpo requirió la gasolina en el puerto acostumbrado sin consideración del aumento de precio, y envió un comisionado que debía, en lo posible, conducir él mismo la primera partida. Pasó el tiempo y llegaron por aquella zona, cierto día, el Ministro de Hacienda y el Contralor General, quienes se trasladaron luego a Linares, para ver de iniciar el aprovisionamiento del ejército directamente por el Supremo Gobierno. Estos caballeros hicieron protestas muy airadas porque no se había llamado a propuestas, conforme a ley, para la compra de gasolina. Se anulan los contratos para abastecimiento de víveres que estaban para recibirse en ese puerto, y cosa rara, sucede después que se le concede la propuesta a otro comerciante que realizó un viajecito especial a La Paz (p. 30).

Todo ello supuso dilación y, por tanto, que el Ejército sufriera la falta de víveres. A inicios de 1933, la tropa estaba “a media ración”; no había posibilidades de almacenar o acumular comida para el día después; prácticamente todo lo que llegaba era consumido en el instante por soldados hambrientos que, además, no podían manejar sus camiones, pues no había gasolina. Un informe de abril de ese 1933, elevado al Comando Superior, se quejaba sobre la mezquindad con que el gobierno central actuaba en la provisión de fondos con la oportunidad debida, y sobre la unilateralidad de contratos que

favorecen a determinados contratistas, y que por tanto suprimen la competencia que antes existía entre diversas y fuertes casas comerciales, como ser las firmas: Pérez Trigo y Ca., Tovar, Alemán y Ramos, Nicols y Coto, etc., que antes luchaban en abierta competencia para proveer en los mejores precios… (Informe elevado al Comando Superior, 1933, en Soria Galvarro, 1936, p. 31).

Asimismo, el autor del folleto lamenta la negligencia y aun la ineptitud con que actuó el Gobierno al no sostener debidamente la existencia del Ejército movilizado; al mismo tiempo, reniega del “espíritu leguleyesco” de la mentalidad gubernamental, que, pese a los pedidos reiterados del Comando, se fijaba mucho más en fórmulas y procedimientos burocráticos fútiles antes que en lo práctico y que fuera en pro de las vidas de los soldados bolivianos en el frente de batalla. A juicio de Soria Galvarro, lo que faltaba eran visión y determinación, para, por ejemplo, sustituir a los campesinos que habían asistido al combate con maquinaria para las labores agrícolas y la producción de alimentos, con el fin de que los precios se mantuvieran relativamente bajos tanto para el Ejército como para la población civil. El Gobierno habría actuado con total improvisación, a la cual se fueron sumando la corrupción y las trabas burocráticas, que entorpecían la provisión de comida y medicamentos.

5. Apuntes sociológicos sobre el ejército en campaña

Ya casi al final de sus Notas, Carlos Soria Galvarro vierte algunas consideraciones sociológicas del Ejército en campaña, según las categorías raciales de la pirámide social por entonces aceptada por casi todos: el indio, el mestizo, los criollos. Pero hace también consideraciones sobre los oficiales de carrera y los oficiales de reserva, con apreciaciones basadas no en su condición o estatus social, sino en su cargo militar y destreza técnica.

Cuando se iniciaron las hostilidades en el sudeste boliviano, el indio de montaña alta se hallaba en una situación de abandono, labrando tierras altiplánicas en grandes latifundios o en sus comunidades. Su situación era infrahumana; sometido secularmente por las élites políticas y sociales, vivía en situación no solo de servidumbre, sino además de miseria. Y esta miseria no era solo material, sino también intelectual; debido a ella, desconocía la historia y la geografía del país en el que vivía. No conocía lo que era el Chaco ni lo que ese enorme y lejano territorio significaba para Bolivia, pero incluso así fue a inmolarse por él. Mas no lo hizo por voluntad propia ni por patriotismo, sino porque fue reclutado para esa tarea; no tuvo otra opción. Soria Galvarro indica que “gente de cuartel derramada sobre el extenso altiplano, reclutaba anchos grupos indígenas…” (p. 31). Explotado por el patrón de hacienda, el cura rural o el corregidor, ¿qué podía haber sabido sobre lo que constituía una guerra moderna o sobre los intereses que sobre ese desconocido territorio tenían los dos Estados enfrentados? Soberanía nacional, sentimiento cívico o patriótico, disciplina militar o sistema democrático (del cual era solamente una pieza insignificante) eran conceptos totalmente desconocidos para él. A ello hay que sumar el sufrimiento que experimentó al marchar a un lugar climáticamente tan diferente al suyo. Acostumbrarse al uniforme de soldado y aprender a operar armas de fuego tampoco debió ser fácil.

Luego […] venció distancias en montón dentro de los carros de ferrocarril, y cruzó el altiplano y hubo de caminar hacia el llano chaqueño a pie, fusil al hombro, con los ojos azorados descubriendo un nuevo paisaje que pasmaba su pobre fantasía (p. 33).

Augusto Céspedes (1973), en Salamanca o el metafísico del fracaso, afirma que, a diferencia de Paraguay, “cuya vecindad al Chaco estimuló una conciencia chaqueña, un integracionismo intensamente cultivado por sus políticos y ‘doctores en límites’” (p. 11), en Bolivia no existía apego al Chaco “ni apetito por aquella alejada región”. En esas condiciones, y como ya lo dijeron varios autores que escribieron sobre la guerra del Chaco, el indio fue disciplinado mucho más que por convencimiento y un sentido de defensa de la patria, por sometimiento, y peleó por un país que desconocía y por el cual era despreciado, contra un enemigo al que también desconocía y al cual no le enemistaba nada.

Según también otros autores, como Roberto Querejazu Calvo, el indio andino peleó con bravura y determinación, tal vez porque veía o sentía en aquella camaradería que se había hecho entre todos los soldados una razón, un sentido que hasta entonces no había sentido ni visto. La masa combatiente estaba integrada casi en su totalidad por indígenas de tierras altas, a diferencia del Ejército paraguayo, que estaba en gran medida constituido por indígenas de tierras bajas que, por lo mismo, tenían un conocimiento mucho mejor del terreno y estaban totalmente adaptados al clima del teatro de operaciones. “Carne de cañón, eso fue el indio convertido de golpe en soldado para la guerra” (p. 35). “Señores de la tierra”, así describe Soria Galvarro a los indios de los Andes, “domadores de la montaña, y sin embargo, en el valle profundo pobres pingajos de carne humana, con el espíritu a rastras por el temor estupendo a la selva enmarañada e inviolada” (p. 35). De alguna manera, ocurrió lo mismo que cuando José Manuel Pando, jefe del liberalismo a fines del siglo XIX, hizo alianza con Pablo Zárate Willka para que las masas indígenas fueran a combatir contra los conservadores y, en realidad, durante toda la historia. Ya en el siglo XIX, en las guerras crucistas por ejemplo, la masa combatiente que iba a la vanguardia estaba integrada en su mayoría por Mamanis, Quispes y Condoris anónimos.

Pero ¿qué pasó con los efectivos pertenecientes a las clases medias, a los mestizos o a la “criollidad”? El autor afirma que al comienzo marcharon a la vanguardia, pero que al poco tiempo buscaron subterfugios y pretextos para marcharse a la retaguardia o establecerse en labores burocráticas, o que sencillamente optaron por desertar; muchos de ellos, según el folletista, buscaron reconocimiento y consideraciones cuando llegó la paz:

Todos aquellos estudiantes y todos aquellos obreros alfabetizados, que en los primeros días de la guerra habrían de llegar en su frenesí patriótico a entonar himnos marciales en cada manifestación multitudinaria, ante la crueldad de la guerra buscaron el subterfugio y rehuyeron el sacrificio perseverante… (p. 34).

“Numerosos obreros semileidos”, afectos al gobierno de turno, habrían sido destinados por Salamanca a labores de carabineros en la Policía, y la “juventud letrada” habría sido utilizada en labores burocráticas que no suponían ningún peligro de muerte. Soria Galvarro cuenta que cuando los estudiantes, una vez terminada la contienda bélica, pidieron preferencia para su desmovilización y aquel fue a la primera División de Infantería a escoger personas, la tarea fue muy fácil porque muy pocos estudiantes se encontraban en las filas de los excombatientes.

Los mestizos también marcharon al frente de batalla, pero en menor proporción. Por esa época, el estamento mestizo por lo general estaba ocupado en labores fabriles, mineras y comerciales, aunque también había muchos mestizos en la política. Según el autor del folleto, el mestizo, “de contextura física resistente, profundamente sentimental y pasional”, se desempeñó bien en la guerra, “mientras tenía a su lado al inmediato superior que le aguijoneaba a vencer obstáculos y doblegar al enemigo. Mas, lejos de todo control de autoridad, mostróse flojo y muchas veces engañador” (p. 35). Esta apreciación sobre el mestizo es muy similar a la que tenían autores de la misma época, como Alcides Arguedas, imbuidos de las corrientes positivistas y darwinistas finiseculares. Arguedas (1909), en su Pueblo enfermo, trazó un perfil psicológico y aun físico muy similar al de Soria Galvarro respecto al mismo estamento social; en el capítulo “Psicología de la raza mestiza” de aquel libro, dice:

Del abrazo fecundante de la raza blanca, dominadora, y de los indios, raza dominada, nace la mestiza, trayendo por herencia los rasgos característicos de ambas, pero mezclados en una amalgama estupenda en veces, porque determina contradicciones en ese carácter que de pronto se hace difícil explicar, pues trae del ibero su belicosidad, su ensimismamiento, su orgullo y vanidad, su acentuado individualismo, su rimbombancia oratoria, su invencible nepotismo, su fulanismo furioso, y del indio, su sumisión a los poderosos y fuertes, su falta de iniciativa, su pasividad ante los males, su inclinación indominable a la mentira, el engaño y la hipocresía, su vanidad exasperada, por motivos de pura apariencia y sin base de ningún gran ideal, su gregarismo, por último, y, como remate de todo, su tremenda deslealtad (p. 57).

Hubo muchos que, por méritos de guerra, fueron ascendidos a suboficiales y también muchos que trabajaron en el servicio de choferes en el servicio de transportes. Soria Galvarro lamenta que el Gobierno haya preferido destinar mestizos a sus cuerpos de carabineros en vez de enviarlos “como médula del ejército combatiente”.

Finalmente, el autor de las Notas se refiere al “señorío dominante en Bolivia”, los criollos, que eran los menos en las primeras líneas de combate.

A la vez, con marcada insistencia se ha venido diciendo que el Gobierno o que el Comando, por hacer prosélitos de afanes caudillistas, retuvo en puestos de retaguardia, desde Villa Montes a La Paz, o en puestos de comandos, desde Muñoz a Villa Montes, a todos los jóvenes universitarios, empleados burócratas, elementos del comercio y de la industria y gente moza de las profesiones liberales (p. 36).

Y continúa lamentando que se hubiera enviado a la juventud a las trincheras del sacrificio y no se hubiera obrado con ella como Alemania en 1914 obró, para cuidar a grupos juveniles que serían élites “en las grandes lides universales del arte y de la ciencia”; Soria Galvarro afirma que fue un grave error sacrificar a todos los militares jóvenes de carrera: “No se quiso recordar el lamento de von Der Goltz en La nación en armas por la pérdida de los oficiales alemanes en la gran guerra” (p. 37) y que no se economizaron las vidas ni la sangre. Con todo, Bolivia se podía preciar de contar con un “brillante cuerpo de oficiales”, que demostró coraje y brío en duros combates, como Boquerón. De los oficiales de reserva, por ejemplo, afirma que, improvisadamente, adquirieron en el fragor de la guerra pericia y una “lucida preeminencia”, que subsanaron la carencia de oficiales de línea, y que rellenaron los vacíos que dejaban con sus muertes los militares de profesión.

Salta a la vista que el autor de las Notas tiene a Alemania como paradigma de organización militar, sobre todo cuando dice que este país “nos da normas” para organizar escuelas militares, tanto para jefes como para oficiales de línea y de reserva, a cargo del Comando Superior. Cree además que, en las escuelas de instrucción civil, o sea en las escuelas comunes y corrientes, también debería impartirse instrucción militar, mas no como se hacía antes, con “fachadismo pedagógico”, “patrioterismo con banderolas y cohetes” o discursos pomposos que, además, son mentirosos. Según Soria Galvarro, era necesario enseñar un “sentimiento de deber cívico”, para mostrar al estudiante que la patria será “lo que sus hijos quieran que sea” (p. 38). Pero también, y poniendo a Norteamérica como ejemplo, cree que la instrucción militar debería ser abordada en los estudios facultativos, con el objeto de que los estudios civiles puedan ser aprovechados en la guerra, cuando ésta sobrevenga.

Para varios militares y políticos, como el mismo presidente Salamanca, la guerra fue una especie de catarsis o evento purificador de todos los males en los que había incurrido y sufrido la nación boliviana. De manera similar también piensa el autor de las Notas de mi agenda, pues ya hacia el final del folleto afirma que la guerra debía ser “acicate de perfeccionamiento o de enmienda”, para obrar sinceramente y reorganizar el Ejército. Lo interesante en este punto es que la culpa no la echa sobre el estamento político únicamente, sino también en el militar, indicando que en este hubo malos elementos que habría que depurar para tener un Ejército sólido, institución que debería ser la preferida y en la que debería descansar la tranquilidad de todo el pueblo y la seguridad interior y de las fronteras: “Los hombres, al igual de las máquinas, tienen su tiempo de duración como artefacto útil, pasado ese tiempo, por desgaste o por no corresponder ya a éste, se hace necesario repararlo o reemplazarlo por otro más moderno…”. (p. 39). Soria Galvarro sugiere que se produjo una suerte de descrédito por parte de la población hacia el Ejército Nacional, habiendo incluso “mentalidades respetables” que renegaron de la importancia de los militares y hasta se presentaron contrarios a éstos. Muchas personas, contrariamente a lo que había sucedido al inicio de las hostilidades, cuando se miraban las facetas estimulantes y hasta románticas de la sangría que se avecinaba (“Emocionaban los argentinos bronces de las bandas militares y pedían las madres la aureola roja del combate para sus tiernos hijos” (p. 39), ahora veían solamente los lados trágicos y grises de aquella guerra (como la inutilidad del sacrificio de decenas de miles de vidas jóvenes o la ineptitud de los políticos) que, al menos en términos territoriales y pese a las últimas victorias de Villamontes, Bolivia había perdido (aunque esto último luego se volvió muy controvertido y debatible). Por tanto, había que rehacer el escalafón militar, eliminar a los elementos perudiciales dejando solo “elementos selectos” y arrancar a los militares de la vida cuartelera, que era como una “escuela correccional” estéril y corruptora, para ingresarlos en el estudio y el aprendizaje. En las críticas de Soria Galvarro también se denuncia que el Ejército habría servido a lo largo de la historia nacional para organizar cuartelazos y no para brindar seguridad interna. Todas estas son ideas interesantes e irreverentes, teniendo en cuenta quién es su autor y el tiempo en que fueron dichas.

6. “Nuestro deber patriótico”

Así titula el último apartado del folleto. Son dos breves páginas en las que Soria Galvarro hace un recuento de aspectos como la aparición de artículos de encendido patriotismo aparecidos en los periódicos bolivianos, luego de la guerra. Empero, critica el tono inflamado y ardiente de esos escritos, ya que no es con ese “patriotismo enfermizo” con que se hace patria, patriotismo lleno de “quijotescas utopías” e inflado de teorías inalcanzables y retóricas que no tienen incidencia ni influencia en la vida práctica ni en la praxis política, y que terminan durando tanto como la vigencia diaria del diario en que se publicaron.

En un notable ejercicio de racionalismo y, sobre todo, de valiente crítica, el autor deplora que se profiera tanta mentira bajo el disfraz de una retórica patriota, que no se hable ni escriba con sinceridad profunda, sino con frases rimbombantes que están vacías de contenido; que, en fin, no se le diga a Bolivia que

es pequeña porque no tiene el suficiente número de escuelas, de caminos, de ferrocarriles, de líneas telegráficas, de obras de arte, de monumentos, museos, ciudades, etc., etc.; a la Patria hay que decirle clara y concretamente: “eres pobre, trabaja para ser rica; eres ignorante, estudia para ser docta; eres débil, ármate para ser fuerte” (p. 41).

Como él mismo lo dice, su propósito no es hacer un análisis sobre las doctrinas políticas; se limita a decir que, sin importar las líneas ideológicas que pudieran regir en el país, y solo teniendo gobernantes racionales y lógicos que se dirijan por donde el mundo quiere marchar, se viviría en un país mejor. Para para ello se necesita una unidad post-guerra en torno a un gobernante determinado y racional. Lamentando la brevedad e inestabilidad de muchos gobiernos bolivianos, que por eso mismo no dejaron obra duradera, deplora que todo fuera “efímero, ilusiones, sueños de un pueblo heroico” (p.42) y advierte que no será el patrioterismo circunstancial, sino el patriotismo laborador y constante el que sacará al país de la postración, para convertirlo en una patria libre. He ahí las palabras de un soldado (de uno más) desencantado y que tiene el valor de hacer crítica.

Referencias

Arguedas, A. ([1909]1996). Pueblo enfermo. La Paz: Juventud [ Links ]

Céspedes, A. (1973). Salamanca o el metafísico del fracaso. La Paz: Juventud. [ Links ]

Siles Salinas, J. ([1969] 2013). La literatura de la Guerra del Chaco. La Paz: Plural. [ Links ]

Soria Galvarro, C. (1936). Notas de mi agenda: la Guerra del Chaco. La Paz: Intendencia General de Guerra. [ Links ]

Notas

1Poseo en mis papeles un compilado relativamente numeroso de cartas manuscritas que pertenecieron a mi bisabuela, en las que ésta recibe noticias de uno de los frentes de batalla (Gondra). Espero en algún momento poder transcribirlas y trabajarlas

2Las aspiraciones e ideas de Andrés Ibáñez, Lucas Mendoza de la Tapia o Casimiro Corral, para no hablar de las de los primeros liberales, son ejemplares en este sentido.

3Cabe mencionar que la literatura paraguaya sobre la sanidad en la guerra del Chaco es probablemente más abundante que la boliviana sobre la misma temática

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