Jane Felipe Beltrão es Profesora Titular de la Universidad Federal de Amapá (UFPA). Antropóloga, historiadora, activista política y defensora de los derechos humanos, la científica de Belém ha formado a más de medio centenar de investigadores en la Amazonia oriental, considerando únicamente el ámbito del posgrado; además, ha nutrido propuestas innovadoras de itinerarios formativos para pueblos y poblaciones étnicamente diferenciadas, especialmente en lo que respecta a los recortes necesarios en derechos, salud, educación, género y etnodesarrollo. Mientras organizaba y publicaba una importante producción científica como becaria de “Productividad en investigación” del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq) de Brasil1 , también fue responsable directa de la organización y coordinación de proyectos de enseñanza, extensión y gestión universitaria que, a lo largo de décadas, situaron a su institución educativa entre las pioneras de América Latina en la implementación y consolidación de políticas de acción afirmativa.
Recientemente, la científica amazónica fue nombrada profesora emérita, como reconocimiento a su obra completa, por el Consejo Superior de la universidad más grande de la Amazonia brasileña. Con este motivo, la Profesora Jane comparte con nosotros algunas de sus reflexiones sobre los caminos recorridos y las causas que aún la conmueven; además, echa un vistazo al reciente desmante- lamiento de la universidad y del servicio público brasileño, experimentado de manera concomitante en un momento delicado de la historia nacional.
Ramiro Esdras: Professora Jane, ¡muchas gracias por tomarse el tiempo para hablar con nosotros!, en un momento significativo para usted, y me refiero a su reciente nombramiento como profesora emérita, conferido por la Universidad Federal de Pará2 . Imagino que está rodeada de otras tareas además de las cotidianas... Hablando de la Universidad en la Amazonia, su lugar de producción política y científica por herencia, pero principalmente, su lugar de vida, noto que siempre se refiere a él en plural... ¿Podría empezar diciéndonos por qué se refiere al espacio como Amazonia(s)?
Jane Beltrao: Conversar contigo, Ramiro, siempre es un placer. Y hablar de las Amazonias es una forma de rebelarse contra la homogeneidad que nos imponen las políticas de subalternidad que intentan silenciarnos a diario. La Amazonia no es homogénea en ningún aspecto. La geografía, la fauna, la flora y especialmente sus hijos e hijas son diversos, hablan diferentes idiomas entre sí y mantienen culturas específicas y diferenciadas que atraviesan el mundo urbano que intenta borrar las marcas del mundo rural o “de la selva”, congregando a los pueblos indígenas, los colectivos quilombolas y otros pueblos tradicionales, además de las poblaciones citadinas. Las Amazonias están presentes en varios países. Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guayana, Perú, Surinam, Venezuela y la Guayana Francesa, que todavía es un departamento de ultramar mantenido por Francia, integran lo que yo llamo Amazonia(s). Dentro de cada uno de los estados, las orientaciones políticas, económicas y sociales son diferentes. Por lo tanto, existen varias Amazonias y es importante insistir en la diversidade. ¡Basta de colonialismos!
R.E.: Profesora Jane, aunque usted es una persona originaria de Belém/ama- zónica, también es una mujer blanca que ha estado expuesta a un largo proceso de formación epistémica eurocéntrica. Sin embargo, es una de las autoras más incisivas en llamar la atención de los científicos sociales en formación sobre la necesidad de escuchar/reflexionar sobre las sutilezas de una historia afro e indígena, elaborada en sus propios términos3. Esto denota un nivel de intimidad con los pueblos indígenas y las poblaciones tradicionales de diferentes partes de los mundos amazónicos que, permíteme decirlo, no es habitual (o característico) en la labor científica de su generación. ¿Puede identificar (y compartir con nosotros) de dónde proviene esta afinidad con personas y pueblos cuyos arreglos lingüísticos y epistémicos parecen tan distantes del quehacer académico, aún euro y etnocéntrico?
J.B.: Hice una licenciatura completa en Historia y, durante el curso, me enamoré de las disciplinas del campo de la Antropología, incluso aventurándome en la formación en Bioantropología y Arqueología. Así, guiada por un sentido de justicia, intenté comprender el mundo, el otro desde “el punto de vista del nativo”. Tal vez porque me molestaba que la gente que salía de Belém hacia Río de Janeiro despreciara las costumbres locales. En ese momento (años 60 del siglo XX), las costumbres locales se consideraban de menor importancia. Las costumbres locales eran llamadas peyorativamente “cabocadas” (cosas de mestizo, de persona campesina, poco civilizada) y se valoraba a las personas que regresaban de Río de Janeiro con un acento diferente. Las comidas y las costumbres consideradas de Pará volvieron a escena ya en los años 80 del siglo XX. Como originaria de Belém, me rebelaba contra la sumisión a los estándares no locales. Por otro lado, el impacto de esta conducta significaba negar la existencia de los pueblos indígenas y poblaciones tradicionales, ya que tal vez así se alcanzaría el nivel de civilización requerido por el eurocentrismo y la arrogancia de una élite burguesa y una clase media alta que se creían importantes.
El cuadro que describo es un tanto grotesco, pero me llevó a pensar en las personas étnica y racialmente diferenciadas. Mis primeras acciones como profesora fueron analizar los libros de texto de Historia y Geografía para intentar corregir los estereotipos sobre los pueblos indígenas; comencé trabajando con talleres para profesores de la red pública del estado de Pará. La experiencia me llevó a estudiar más profundamente el tema, hice prácticas en el Museo Paraense Emílio Goeldi mientras cursaba la licenciatura, y pronto me convertí en socia de la Asociación Brasileña de Antropología (ABA). En el Goeldi fui pasante de Eduardo Enéas Galvão, él era un etnólogo de buena estirpe, tanto nos hacía leer como reflexionar a partir de largas conversaciones sobre la vida de los pueblos indígenas en el Alto Xingú y en el Alto Río Negro. Con esta formación, no había manera de no responder al llamado por derechos diferenciados.
Más adelante, trabajé durante nueve meses en la Fundación Nacional del Indio, que hoy se llama Fundación Nacional de los Pueblos Indígenas. Y así fue como la experiencia llegó, poco a poco, y cuando ingresé a la Universidad Federal de Pará, hace 34 años, fui construyendo un camino que de alguna manera incorporaba los estudios sobre lo que hoy se llama de manera más amplia personas, grupos y poblaciones vulnerabilizadas. Estudié a las trabajadoras, pasé por las epidemias buscando problematizar cuestiones que me parecían encubiertas por temas que se consideran importantes, como por ejemplo la Cabanagem, una revuelta popular que barrió la Provincia del Grão-Pará y el Río Negro, y el “Ciclo del caucho”, que marca las regiones amazónicas por la explotación de sus trabajadores (caucheros) que en el fondo de los “caminos del caucho” produjeron la opulencia que la gente no olvida. Yendo en contra de los temas, encontré los temas que me seducen por la violación de los derechos humanos.
R.E.: Como historiadora, usted ha publicado trabajos que nos instan a reflexionar sobre eventos pandémicos/sindémicos, a lo largo del tiempo y el espacio. Teniendo en cuenta la discusión actualísima, dada nuestra necesidad de lidiar con los legados del SARS-COVID y, provocado por su investigación sobre el flagelo del cólera morbus a mediados del siglo XIX en Pará4, he estado revisando semanarios que se refieren a los impactos de la así llamada gripe “española” en el sudeste brasileño a principios del siglo XX. Examinando los viejos periódicos, todo me parece absurdamente familiar: los discursos condicionados por la conveniencia de las fuerzas hegemónicas en funcionamiento en los organismos de salud; la especulación financiera que termina infligiendo más degradación a los medios de vida y reproducción de las clases populares; nuestra condición biomédica que no es natural, pero se retroalimenta de las condiciones de producción y (pésima) distribución de la riqueza en las sociedades humanas... ¿Podría decirnos algo sobre por qué no logramos aprender de los eventos epidémicos?
J.B.: La trama es compleja. Creo que los eventos epidémicos se perciben como accidentes y, a veces, comienzan lejos de los centros urbanos y no se publicitan de inmediato. Este hecho dificulta la comprensión de los eventos que, perdón por la expresión, “matan a borbotones” sin que los servicios de salud, ya sea en el pasado o en el presente, puedan tratar adecuadamente a sus usuarios cuyas vidas son segadas, víctimas de la negligencia de las autoridades sanitarias que, al principio de los eventos, practican lo que hoy, después del COVID-19, llamamos negacionismo. En los siglos XIX y XX, con el cólera, y en el siglo XXI con el COVID-19, el comportamiento fue similar: las autoridades políticas y sanitarias intentaron “tapar el sol con un dedo” y el resultado fueron las cifras de muertes en 1955, 1972 y 2020.
Otro hecho que dificulta la acción contra las epidemias es la comprensión de que las Amazonias son lugares de inclemencias, considerados poco civilizados y lugares de endemias, además de ser objeto de colonialismo interno, en el caso de Brasil, lo que conduce a catástrofes anunciadas. Nosotros, que somos “de la tierra”, experimentamos las luchas políticas, el desprecio por nuestras vidas y sufrimos las consecuencias de la negligencia. Las muertes de 1855 y 2020 causaron la despoblación de la región de manera drástica. Siendo una antropóloga que considera las permanencias y una historiadora que tiene el cambio como objetivo, reuní las señas de identidad de las ciencias que integran mi formación y, creo, puedo presentar cuadros epidémicos de forma antropológica e históricamente situada. Una de las formas de combatir la imagen de las Amazonias, como lugares de enfermedades tropicales que esparcen hacia otros lugares las desgracias del mundo, es estudiar lo que quedó abandonado en los “almacenes de la memoria”. La negligencia político-sanitaria tiene un apellido registrado como cólera o COVID-19, pasando por las endemias como la lepra y la tuberculosis.
R.E.: Profesora Jane, especialmente en las dos últimas elecciones presidenciales en Brasil, pude ser testigo de su compromiso y preocupación5, que la llevaron a estar en las calles, en diferentes oportunidades y eventos, alertando a las personas sobre el peligro y la delicadeza del momento político que estábamos viviendo, desde el advenimiento de la nefasta figura de Fora-Temer6 (insisto en que este ciudadano merece entrar en la historia con ese epíteto). Personalmente, presencié su discurso emocionado sobre amigos que fueron retirados del ambiente de la universidad a rastras, en ese momento, por orden de la dictadura civil-militar. Ocasión en la que usted nos dibujaba el cuadro que se avecinaba, basado en las lecciones de su propia historia de vida. Escuchamos con atención esas lecciones y, aun así, tuvimos que presenciar cómo una multitud de descalificados asumían las riendas del Estado y, en el camino, estrangulaban a la universidad pública. Las recientes publicaciones sobre el desarrollo de las investigaciones de la policía federal brasileña demuestran que estuvimos muy cerca de sumergirnos en otra era de plomo, lo que demuestra lo frágil que es el pacto societario brasileño. ¿Ya se puede respirar aliviado mientras los golpistas y los milicianos están bajo investigación?7
J.B.: Respirar aliviado es olvidar que la democracia requiere vigilancia constante. La democracia rompe el pacto de las élites, pero, inconformes, éstas se refugian en alcantarillas llamadas palacios y conspiran contra las conquistas de la mayoría. Siempre informo a los más jóvenes que las generaciones anteriores no pueden ser olvidadas, la generación que me precede y la mía luchan aún hoy contra los abusos, y los más jóvenes no pueden dejar de abrazar la democracia, bajo pena de sumergirnos en el oscurantismo que nos oprime. Tenemos que mirar hacia atrás y hacer emerger las buenas estrategias, perfeccionándolas para mantener viva la democracia. Nuestra batalla es expulsar a las fuerzas que intentan imponerse sobre todos/as. Si puedo ofrecer un camino, digo que busquen conocer esas intenciones, porque los golpistas andan sueltos.
Es necesario exigir derechos, pero para ello el pasado necesita ser conocido. Piensen que solo hace 60 años comenzaron los 21 años de dictadura que atravesaron nuestras vidas, segando la de muchos jóvenes que solo deseaban un futuro mejor. Miren a su alrededor y siempre veremos, un padre, una madre, algunos/as hermanos/as, vecinos/as arrestados por razones políticas o desaparecidos/as por las fuerzas represivas. Pido con humildad, vean “Arqueología en el DOI-Codi-rompiendo el silencio”8 y, a continuación, después del impacto del documental, vean también que el Instituto Butantan produjo veneno para que la dictadura chilena asesinara a opositores9. Creo que así nos damos cuenta de las graves formas de actuar de las élites y, con una conciencia sana, podemos asumir el papel de ciudadanos/as. Quizás aquellos que actuaron para evitar que el 8 de enero de 202310 se extendiera y nos involucrara en otra intentona. Para evitar y combatir los males, es necesario recordar, conocer y actuar manteniéndose vigilante por la democracia. Por lo tanto, debemos gritar a pleno pulmón: fuera golpistas.
R.E.: Profesora Jane, permítame insistir una vez más en el título de profesora emérita. Darcy Ribeiro solía decir, de manera bastante jocosa, que los modestos tienen derecho a serlo, porque cada uno sabe de sí mismo. Esto me hace pensar que no necesitamos ser modestos (risas)... Creo que puedo afirmar que los colaboradores/as y orientados/as del directorio de investigación liderado por usted expresaron, de diferentes maneras, mucho entusiasmo y alegría con el justo reconocimiento, pero solo usted puede decir cuánto costó, a nivel personal y profesional, tomar los caminos y posiciones que tomó, a lo largo de las últimas décadas... supongo que algunas cosas son más fáciles de sentir que de explicar... ¿Puede decirnos algo sobre el sentimiento de recibir esta distinción de la universidad que la parió como intelectual, al mismo tiempo que también fue nutrida por su trabajo, a lo largo de toda una vida?
J.B.: Me encanta mi trabajo. Me preocupo, creo y, al mismo tiempo, me divierto. Las emociones son muchas, van desde el placer hasta la cólera, sin embargo, los momentos de alegría superan a los de tristeza. Aprendí, a duras penas, a controlar las frustraciones de lo que no puedo, no debo o es imposible alcanzar. Aprendí que sola no hago casi nada, lo que importa es el colectivo, es el respeto mutuo, es el compañerismo. Nada supera, en términos de lo que hago, a ayudar a formar a alguien, y si la persona es alguien que durante años fue excluido de las actividades académicas, es más gratificante. Cuando ayudé a formar intelectuales indígenas como maestros/as y doctores/as, quedé encantada, no podía creer que las políticas afirmativas triunfaran. Ser nominada como profesora emérita de la Universidad Federal de Pará, en plena actividad académica, ¡es un honor! Escuchar los aplausos, los comentarios elogiosos, las bromas y participar en el ritual es algo diferente, es el reconocimiento de una vida de trabajo. Estoy agradecida a estudiantes, técnicos y colegas por la cooperación en momentos diversos de mi carrera. Creo que, dejando la modestia de lado, valió la pena estar en la academia, tal vez en otro lugar no habría tenido oídos para las demandas de la educación. Educar es cambiar, es restaurar derechos, es luchar por la democracia, por lo tanto, estoy feliz y agradecida, después de todo, como en la película, ¡así han pasado 44 años!