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Revista Ciencia y Cultura

Print version ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult vol.26 no.48 La Paz June 2022  Epub June 01, 2022

 

ARTÍCULOS Y ESTUDIOS

De la verdad al poder. Filosofía y política en dos pensadores cruceños

From Truth to Power. Philosophy and politics in two thinkers from Santa Cruz

Enrique Fernández García* 
http://orcid.org/0000-0003-1175-6412

1*Abogado, escritor, fundador del Colegio Abierto de Filosofía y catedrático de la Universidad Privada de Santa Cruz de la Sierra. Contacto: caidodeltiempo@hotmail.com


Resumen:

Procurando aportar a la historia de las ideas en Santa Cruz, el ensayo reflexiona sobre dos pensadores. Así, por un lado, se toma en cuenta la obra y trascendencia de Manfredo Kempff Mercado, el filósofo cruceño más importante del siglo XX, un autor que, pese a morir hace casi 50 años y, además, tener una vida breve, continúa siendo citado por especialistas del pensamiento latinoamericano. Por otra parte, se considera el aporte intelectual de Sergio Antelo Gutiérrez, cuyos artículos y libros fueron significativos para, comenzando esta centuria, discutir sobre la viabilidad del orden estatal. En ambos casos, cabe resaltar el ejercicio de la razón crítica.

Palabras clave: Filosofía; política; historia intelectual; cultura boliviana; literatura política

Abstract:

With the aim of contributing to the history of ideas in Santa Cruz, the essay discusses two thinkers. Thus, on the one hand, we consider the work and importance of Manfredo Kempff Mercado, the most important Santa Cruz philosopher of the 20th century, an author who, despite dying almost 50 years ago and, furthermore, having a short life, continues to be valued by specialists of Latin American thought. On the other hand, we highlight the intellectual contribution of Sergio Antelo Gutiérrez, whose articles and books were relevant for, beginning the new century, discussing the viability of the state order. In both cases, it is worth highlighting the exercise of critical reason.

Keywords: philosophy; politics; intellectual history; Bolivian culture; political literature

Izquierda: Vista de la acera oeste de la Plaza 24 de Septiembre, Peletería de Joselino Torrez (Banco Central), Cine Teatro Palace, Alcaldía Municipal, Universidad Gabriel René Moreno, años 1920-1930. Derecha: Vista de la acera oeste de la Plaza 24 de Septiembre, Club Social, Cine teatro Palace, Casa de la cultura, Universidad Gabriel René Moreno, Año 2005. 

1. Introducción

En ocasiones, la contemplación importa más que el acto de crear. Tal vez, en principio, nuestra intención sea lograr lo segundo; sin embargo, por cualquier motivo, el camino termina siendo distinto. Pienso en Isaiah Berlin. Sucede que, en una magnífica entrevista que Enrique Krauze le hizo, ese destacado autor y profesor de Oxford explica su tránsito intelectual. En un momento determinado, dejó la filosofía y se dedicó a ser historiador de ideas. A él le interesaba un conocimiento acumulativo, enterarse de qué se había dicho, sin importar lo remoto o hasta extravagante, sobre las grandes preguntas hechas por el hombre (Krauze, 2004). Quería saber, por ejemplo, qué se había manifestado acerca del poder o, entre otras cosas, la libertad, lo cual implicaba estudiar a cuantiosos pensadores1 (Krauze, 2004). Así, desde que, en 1934, se ocupó de Karl Marx (Berlin, 2000 [1939]), siguió ese derrotero, esa predilección por estudiar, analizar, aun apreciar los razonamientos ajenos.

Berlin no fue la única persona interesada en ese oficio. En 1939, Karl Löwith publicó una obra que ha sido también importante para reflexionar sobre las ideas. Me refiero a su libro De Hegel a Nietzsche (2008), volumen que resulta útil para explicar, según él, la quiebra del pensamiento en el siglo XIX. Por otra parte, contamos con John W. Burrow, cuya obra La crisis de la razón (Burrow, 2001) facilita nuestro acercamiento al pensamiento previo a la Primera Guerra Mundial. Otro caso que puede merecer nuestra atención es el de Georg Lukács. Pasa que, en 1953, con El asalto a la razón (Lukács, 1976) Lukács transita desde Schelling hasta Hitler para conocer, así como también criticar, el irracionalismo. Añadamos a estos recuerdos al notable Ernst Cassirer, quien, con maestría, se ocupó de Rousseau, Kant y Goethe (Cassirer 2014 [1979]). Huelga decir que, al llevar adelante un esfuerzo como ése, no se quería vana erudición, sino, ante todo, la comprensión de problemas. Es que hay siempre la posibilidad de reconocer en razonadores del pasado una mejor vía para enfrentar adversidades actuales.

Esta historia de las ideas se relaciona también con América Latina. Seguramente, uno de los mayores trabajos al respecto pertenece a Carlos Beorlegui. Aludo a su monumental Historia del pensamiento filosófico latinoamericano, (Beorlegui, 2010) publicada en 2008, cuyas páginas recorren diversos países y, lo fundamental, distintos autores, generadores de ideas que han sustentado cambios, tanto pacíficos como violentos. Se ocupó asimismo de la materia, con su reconocida calidad, Leopoldo Zea, quien publicó El pensamiento latinoamericano (Zea, 1976) hablando de románticos, positivistas y, además, liberacionistas. Vale la pena subrayar que, si bien los conceptos, las teorías y cualesquier sistemas interesan, el pensador nunca termina relegado. Importa su vida, al igual que el contexto en donde se desenvolvió. Suponer que los planteamientos de Sarmiento, pongamos por caso, puedan ser apreciados, en justa medida, sin tener presentes circunstancias biográficas es un error. Salvo excepciones, las ideas de un individuo responden, en mayor o menor grado, a lo que éste ha vivido (Minc, 2012)2.

Si saltamos al escenario nacional, hay una figura que sobresale de manera clara y contundente. Ocurre que, sin duda, la historia de las ideas tiene acá como mejor exponente a Guillermo Francovich. En el año 1945, dentro de la famosa colección editorial que fue dirigida en Argentina por Francisco Romero3, apareció La filosofía en Bolivia (Francovich 1998 [1945]) posibilitando que reflexionáramos sobre ideas varias, desde coloniales hasta republicanas. Posteriormente, casi 40 años después, publicó El pensamiento boliviano en el siglo XX, finalizando este volumen con meditaciones sobre cuán importante resulta estudiar las ideas de distintas épocas4. También, aun-que circunscribiéndose a un solo campo, Alipio Valencia Vega escribió El pensamiento político en Bolivia (Valencia, 1973) destacando la influencia de algunos autores en determinados regímenes. Cabe recordar, por otra parte, a Salvador Romero Pittari, ya que su libro El nacimiento del intelectual en Bolivia (Romero, 2009) observa la misma senda. Finalmente, siguiendo esa tradición, tenemos a Freddy Zárate, ensayista que, desde hace varios años, colabora en diarios y revistas para exponer lo expresado por intelectuales del país. Con demoledor acierto, un tomo que recoge sus esclarecidos aportes se tituló así: El pensamiento boliviano bajo la sombra del olvido (Zarate, 2009) A propósito, no sería inútil preguntarse si los pensadores de Santa Cruz son todavía favorecidos por la memoria o, caso contrario, cayeron en el más contundente olvido.

2. Hacia una historia de las ideas en Santa Cruz

Aunque resulten molestos, los cuestionamientos internos de la cultura sirven para un saludable debate social. No niego las dificultades que se presentan; con regularidad, los ejercicios de autocrítica pueden ser indeseables. En muchos casos, las personas con quienes convivimos prefieren el silencio o, peor todavía, la ceguera voluntaria frente a las propias imperfecciones. Con todo, no faltan quienes transitan ese camino de provocación, uno que nos permite cavilar sobre ciertos males colectivos. Fue lo que, por ejemplo, hizo Herman Fernández cuando, hace casi ya 40 años, publicó el artículo “La frivolidad en el cruceño” (Fernández, 1984). Notó entonces que, en su tierra, se priorizaban asuntos baladíes, el más trivial consumismo, la predilección por modas foráneas, todo en desmedro del pensamiento. Se había progresado en otros campos; empero, la meditación profunda y seria era una labor pendiente de cumplimiento.

La verdad es que, más allá de cierto pesimismo que irradió el Dr. Fernández, ha existido gente renuente a dejarse gobernar por las frivolidades. Es más, si revisamos la historia, podemos toparnos con personas que, precisamente, se decantaron por razonar, procurando un mejor entendimiento de sus circunstancias y reveses. Individuos que han estado relacionados con el ámbito académico, aunque sin encerrarse en una torre de marfil. Su esfuerzo intelectual se ha llegado a traducir en obras, trabajos que, por desgracia, no son tan conocidos como debieran. En esto, desde luego, pueden ayudar las universidades, puesto que el contribuir a pensar los problemas sociales podría ser favorecido con conocer qué dijeron, sobre una realidad similar, quienes se ocuparon de meditarla con rigor.

Resalto que, ya en 1961 (Sanabria Fernandez, 2010) Sanabria Fernández mencionaba a quienes se habían dedicado a pensar desde Santa Cruz. Ese reconocido literato se refería a Mamerto Oyola Cuéllar, Manuel María Caballero, Ángel Menacho, José Peredo Antelo, Nicomedes Antelo, Gabriel René-Moreno y Humberto Vásquez Machicado, entre otros hombres de ideas. Algunos de estos autores fueron mencionados por Marcelino Pérez Fernández en su libro Pensadores cruceños (Pérez, 1992), obra lanzada el año 1992. En su tenor, nos topamos con José María Bozo, Manuel Ignacio Salvatierra y Manuel María Caballero, verbigracia. Es importante remarcar que, en general, ellos fueron individuos comprometidos con su sociedad, contemplando la realidad de modo crítico, muchas veces, rehusándose a practicar una cultura intrascendente. Acoto que, tiempo después, otros se han ocupado de recuperar del olvido a más Pensadores del Oriente boliviano5, posibilitando el análisis de las ideas elaboradas por Plácido Molina Mostajo, Andrés Ibáñez, Enrique Finot y Roberto Barbery Anaya.

Además de los anteriores nombres, cuyas ideas deberían ser consideradas por la sociedad para su conocimiento y debate, buscando respuestas a problemas de nuestros tiempos, tenemos a otras figuras, intelectuales que justificarían una consideración especial cuando, como en esta ocasión, se pretende concentrar nuestras miradas en el siglo XX. Me refiero, por un lado, a Manfredo Kempff Mercado, el filósofo cruceño más importante, alguien que se podría convertir en un símbolo de una apuesta por la cultura crítica. Por otro lado, citemos a Sergio Antelo Gutiérrez, cuyo pensamiento, plasmado en numerosos artículos e interesantes libros, sirvió para reflexionar, de forma contestataria, acerca del poder político. Veamos, por tanto, cómo, si se pretende hablar de aportes al pensamiento desde Santa Cruz, corresponde tener en mente a esos dos hombres.

3. Manfredo Kempff Mercado

“Hoy, aquí, tan sólo hemos querido rendir sencillo tributo al hombre que quisimos y admiramos. Hace falta ahora, el tributo mayor -y público- al intelectual y pensador”.

Agustín Saavedra Weise, Bolivia y el mundo (1995)

3.1. Aspectos biográficos

Manfredo Kempff Mercado nació el 8 de enero del año 1922 en Santa Cruz de la Sierra. Fue hijo de un médico alemán, Francisco Kempff, y de una dama cruceña, Luisa Mercado, quienes tuvieron cinco descendientes, los que realizaron aportes de relevancia a la sociedad. Se destaca la figura de Enrique, hermano mayor de Manfredo, quien debe ser considerado como uno de los principales escritores del siglo XX en Bolivia6. También, se resalta la figura de Noel, valioso biólogo que, en 1986, trágicamente, fue fatal víctima del narcotráfico, desencadenando una indignación ciudadana que sirvió para repudiar a los que incurrían en esos hechos ilícitos.

Nuestro pensador, Manfredo, obtuvo su bachillerato en el Colegio Nacional Florida. Luego, contando veintidós años, se tituló de abogado gracias a la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno. Su tesis, defendida el 30 de diciembre de 1942, se tituló «El fenómeno económico en la evolución nacional». Si bien el Derecho era su objeto de estudio, apenas efectuó práctica profesional al respecto. Lo que sí ejerció, incluso siendo universitario, fue el profesorado. En efecto, a nivel de la educación secundaria, se desempeñó como docente de Filosofía. Con certeza, se ponía así en evidencia una vocación que lo acompañaría durante toda su vida.

Casado con Justita Suárez Montero, tuvo tres hijos: Manfredo, Julio y Mario. La familia procuró acompañarlo en sus distintos destinos. En 1951, formando parte de las candidaturas del Partido de la Unión Republicana Socialista, obtuvo el suficiente respaldo electoral para ser diputado; no obstante, debido a la cesión antidemocrática del poder a los militares que hizo Mamerto Urriolagoitia, no pudo asumir como legislador. Hacia 1952, Kempff Mercado fue designado como representante de Bolivia ante la Unesco. Por causas políticas, vale decir, la Revolución del MNR, régimen que forzó luego su exilio, no pudo cumplir con esas funciones diplomáticas. Después, en 1966, representando al Frente de la Revolución Boliviana, fue electo como senador por Santa Cruz, llegando a ejercer la presidencia de la Cámara Alta. Sus labores como parlamentario fueron interrumpidas por el derrocamiento del presidente, en 1969, de Luis Adolfo Siles Salinas, en 1969, quien había asumido la primera magistratura del país por un accidente aéreo que acabó con la vida de René Barrientos Ortuño. De vuelta a Santa Cruz, se dedicó a la docencia en la Universidad Gabriel René Moreno, brindando conferencias varias. Falleció el 12 de noviembre de 1974.

3.2. Cátedra y obra

Apostolado y producción intelectual

Manfredo Kempff Mercado deja su lugar natal y, en 1946, se traslada a La Paz. Comenzó entonces su vida como profesor de la Universidad Mayor de San Andrés. Dos años antes, Augusto Pescador Sarget y Roberto Prudencio Romecín habían fundado la Escuela de Filosofía y Letras en esa institución académica. Don Manfredo llegó a ser allí profesor (1946-1953) y, además, titular de la vice decanatura, un hecho significativo en vista de su edad y origen. Con todo, su labor docente fue tan relevante que rebasó las fronteras nacionales. Entre 1955 y 1964, estuvo en Chile, impartiendo clases de distintas ramas filosóficas en tres universidades. Durante los dos años siguientes, profesó en la Universidad del Zulia, en Maracaibo, Venezuela, siendo responsable de diversas asignaturas y seminarios. Resulta útil añadir que, entre 1953 y 1954, estuvo en Brasil, donde vivió la meritoria experiencia de dar un curso sobre la historia de las ideas en Latinoamérica y otro acerca del empirismo inglés; de este modo, trabajó en la prestigiosa Universidad de Sao Paulo. Se recalca que, durante los últimos años de vida, prestó servicios docentes en su Alma Máter.

En una separata de la revista Kollasuyo, edición aparecida en el año 1952, se publicó Vida y obra de Mamerto Oyola. Se trata de un estudio biográfico e intelectual que firmó nuestro filósofo. Luego, en 1958, se lanza la que será su obra más relevante, Historia de la filosofía en Latinoamérica. Efectivamente, editada por Zig-Zag, empresa chilena, será el primer libro con ese título, constituyéndose, como se demostrará más abajo, en una referencia forzosa sobre la materia. Posteriormente, 1965, publica dos volúmenes, Introducción a la antropología filosófica (Chile) y ¿Cuándo valen los valores? Ensayos de axiología (Venezuela). Por último, en 1973, su Filosofía del amor aparecerá gracias a la Editorial Universitaria (Chile).

Al margen de los títulos antes señalados, Kempff Mercado escribió numerosos textos que fueron publicados en periódicos nacionales y extranjeros. Fue columnista de Presencia (Bolivia), El Comercio (Perú) y El Mercurio (Chile), entre otros diarios, contribuyendo a la reflexión pública sobre temas relevantes. Se precisa que esas colaboraciones a la prensa, así como también todos los libros, fueron recogidos y publicados en 2004, contándose, por tanto, con sus Obras completas. Este volumen antológico, en cuya elaboración intervino un gran especialista suyo, Marcelino Pérez Fernández, sirve para evidenciar, en toda su magnitud, la potencia reflexiva y clara erudición de don Manfredo.

Respecto a sus participaciones en el periodismo de ideas, cabe resaltar que no fueron artículos sólo expositivos. Efectivamente, escribió en torno a filósofos, libros y corrientes; no obstante, se decantó igualmente por las reflexiones acerca de problemas que ofrecía la realidad política del país. En estos casos, sin dejar de ser cerebral, el tono de sus intervenciones era distinto. Su mirada crítica era, pues, clara y firme, aunque no incurría en exageraciones u ofensas cuando discordaba con alguien. Así, no es un accidente que Edgar Oblitas Fernández hubiese recogido su famosa contienda por escrito con José Antonio Arze sobre marxismo (1951-1952) en el segundo tomo de La polémica en Bolivia (1997). Aclarando el contexto, pongo de relieve que era entonces Kempff un joven catedrático mientras que Arze, dieciocho años mayor, una de las principales mentes de la izquierda en Bolivia. Para Oblitas, en ese debate, nuestro pensador demostró “una vasta cultura filosófica, una vocación seria para transitar por el áspero camino de las especulaciones filosóficas, vocación que pronto dio sus frutos en importantes estudios filosóficos publicados en la prensa y revistas del país” (Oblitas, 1997).

Reconocimiento de su valiosa labor

Además de ser un diestro profesor y fértil pensador, Manfredo Kempff sobre-salió como escritor. Lejos de componer textos oscuros, como pasa con Hegel o Heidegger, su estilo es tan agradable cuanto intelectualmente proficuo. Se nota su gusto por José Ortega y Gasset, quien consideraba que la cortesía del filósofo radicaba en su claridad7. No es casual que, desde 1969, haya sido parte de la Academia Boliviana de la Lengua, siendo también miembro correspondiente de la Real Academia Española. Ocupó el asiento que tuvo antes don Alcides Arguedas. El título de su tema de ingreso a la Corporación fue “Del problema de las palabras y del lenguaje filosófico”. Acentúo que su relación con la literatura se refleja asimismo en las funciones desempeñadas como autor de adaptaciones de obras clásicas. Ocurre que, por encargo de la precitada editorial Zig-Zag, se ocupó de componer versiones especiales de Robinson Crusoe, Los tres mosqueteros y Ben-Hur, para no dar más títulos, las cuales siguen siendo comercializadas.

Desde sus veinte años, participó en encuentros relacionados con el mundo de la filosofía. Al respecto, debe destacarse que, a nombre de las delegaciones latinoamericanas, dio el discurso inaugural del III Congreso Interamericano de Filosofía, el cual fue celebrado en México en el año 1950. Viajó también, acompañado de Augusto Pescador, en 1951, a un Congreso Internacional de Filosofía, que sirvió para conmemorar el cuarto centenario de la Universidad de San Marcos (Perú). Hará lo mismo en Chile (1956) y Argentina (1959). Es importante resaltar que, a diferencia de otros intelectuales bolivianos -por ejemplo, Franz Tamayo8-, Kempff Mercado tuvo y alimentó lazos con pensadores del extranjero. Entre otros, tuvo trato con Francisco Romero (en el año 1964, don Manfredo colaboró en Homenaje a Francisco Romero, libro que publicó la Universidad de Buenos Aires) y Risieri Frondizi, en Argentina, relacionándose también con Francisco Miró Quesada, del Perú, al igual que mereció las atenciones del destacado Leopoldo Zea, una de las grandes figuras de la intelectualidad mexicana. En cuanto a los vínculos con sus connacionales, pueden resaltarse algunos casos. Está su importante relación, de respeto académico y amistad cercana, con Roberto Prudencio. Menciono asimismo su trato con Guillermo Francovich, quien lo citó y comentó en más de una oportunidad.

En 1961, un resumen de su Historia de la filosofía en Latinoamérica, como apéndice, fue publicado en la traducción al español de la célebre Kleine Weltgeschichte der Philosophie (Historia universal de la filosofía), de Hans Joachim Störig, mereciendo ésta varias ediciones y en seis idiomas. Hasta el día de hoy, cualquier revisión seria del pensamiento latinoamericano la cuenta en su bibliografía. Fue el primer libro con ese título; empero, más allá de tal originalidad, sus reflexiones y mirada general tuvieron una calidad que aseguró su trascendencia. Así, sea Carlos Fortín Gajardo (Introducción a la filosofía y vocabulario filosófico, de 1960), Harold Eugene Davis (Latin American Revolutionary Thought, 1962), Luís Washington Vita (Momentos decisivos do pensamiento filosófico, 1964), Alberto E. Buela (Hispanoamérica contra Occidente: ensayos iberoamericanos, 1966), Francisco Larroyo (Historia de las doctrinas filosóficas en Latinoamérica, 1968, en coautoría con Edmundo Escobar), Augusto Salazar Bondy (¿Existe una filosofía en nuestra América?, 1968), Leopoldo Zea (América Latina en sus ideas, 1986), Hugo Edgardo Biagini (Filosofía americana e identidad: el conflictivo caso argentino, 1989), Christian Hermann (Les Révolutions dans le monde ibérique, 1766-1834: L’Amérique, 1989), Gonzalo Díaz (Hombres y documentos de la filosofía española, 1995), Enrique Dussel (El pensamiento filosófico latinoamericano, del Caribe y “latino” [1300-2000]: historia, corrientes, temas y filósofos, 2001, en coautoría con Eduardo Mendieta y Carmen Bohórquez), Jorge J. E. Gracia (Latinos in America: Philosophy and Social Identity, 2008), Arleen Salles (The Role of History in Latin American Philosophy: Contemporary Perspectives, 2012, en coautoría con Elizabeth Millán, Raúl Fornet Betancourt (Guía Comares de filosofía latinoamericana, 2014, en coautoría con Carlos Beorlegui), Santiago Castro-Gómez (Crítica de la razón latinoamericana, 2015), Margarita M. Valdés (Cien años de filosofía en Hispanoamérica, 2016), Luis Corvalán Marquez (Para una historia de las ideas en nuestra América, 2016) o Kevin White (Hispanic Philosophy in the Age of Discovery, 2018), para no alargar una, con certeza, dilatada reminiscencia, todos ellos -en español, inglés, francés o portugués- han abrevado del trabajo de Manfredo Kempff Mercado. Añado que su nombre aparece en el segundo tomo (entrada filosofía americana) del celebérrimo Diccionario de filosofía de José Ferrater Mora, al igual que se lo menciona en el Diccionario de filosofía que, en Bolivia, elaboró Roberto Ágreda Maldonado (Ágreda, 2018).

El valor del libro Historia de la filosofía en Latinoamérica, obviamente, tiene que ver con datos sobre obras y autores. De esta manera, en su segunda par-te, nos hace conocer a José Ingenieros, Alejandro Korn, Carlos Vaz Ferreira, José Vasconcelos, Jackson de Figueiredo y, entre otros, al distinguido Francisco Romero. Gracias al autor, por consiguiente, nos enteramos de ideas y teorías ajenas, razonamientos que ayudan a comprender algunos aspectos del escenario regional. Sin embargo, el mayor mérito reflexivo se halla en la primera parte, que llama “Problemática”. Efectivamente, en esos folios, se contribuye a pensar acerca de una cuestión que ya entonces no resultaba menor, vale decir: la posibilidad de una filosofía latinoamericana. Al respecto, Kempff plantea que, para filosofar, es imprescindible sentir su necesidad. Esto es válido desde el punto de vista individual y colectivo. De modo que, si no ha habido pensamiento filosófico, se debe a una falencia cultural. Es posible cambiar esta situación; empero, se requiere de mayor esfuerzo. Por otro lado, aunque planteemos nuevos problemas que conciernen a nuestras sociedades, no podríamos negar el carácter universal de la filosofía. No tiene sentido concebir una filosofía de lo americano que sea radicalmente distinta de la filosofía universal, aun cuando se reconozca la impronta hegemónica de Occidente. Por más que haya nacido en Grecia, esto es, siendo el producto de una cultura, ésta ya tiene como beneficiarios y practicantes a todos los seres humanos, al menos a quienes osan pensar con autonomía9.

Finalmente, respecto a su valía, es menester apuntar que, en Bolivia, ilustres intelectuales se ocuparon de reflexionar sobre sus ideas y libros. En este sentido, tenemos a Marcelino Pérez Fernández, pues publicó Manfredo Kempff Mercado: filósofo de los valores y de la cultura, (Pérez, Kempff, 1990) mientras que, por su parte, Renato Díaz Matta escribió El pensamiento vivo de Manfredo Kempff Mercado, un filósofo del Oriente boliviano. (Díaz, 2001) En el año 2001, por otra parte, contamos con El pensamiento filosófico en Bolivia, donde Jesús Taborga lo analiza, como hace con otros filósofos. Acoto que, ya en 1959, su nombre aparece citado por Fernando Díez de Medina en su importante Literatura boliviana, obra que Aguilar editó en España; asimismo, en la muy conocida Historia de la literatura boliviana (edición de 1975) de don Enrique Finot, Luis Felipe Vilela lo presenta como un ensayista “de primera fila” (Finot, 1975 [1944], p. 553). Destaco, por otro lado, que es uno de los Cruceños notables (1998) que fueron considerados por Hernando Sanabria Fernández; asimismo, integra el elenco de Personajes notables de Santa Cruz (2003), de Ángel Sandoval Ribera, y es encomiado por Luis Alberto Roca García en Elogio a Santa Cruz (2010). Además, aparece entre las Figuras bolivianas en las ciencias sociales (1984), de José Roberto Arze, y en el Diccionario histórico de Bolivia (2002), dirigido por Josep Barnadas; también, es uno de los Pensadores del Oriente boliviano (2019) seleccionados por Daniel A. Pasquier Rivero y Enrique Fernández García. Para concluir, en cuanto a los estudios que se le han dedicado, apunto que, en 2005, Eugenio Vasquez Torrez defendió una tesis de grado para la Licenciatura en Filosofía, en la carrera de Filosofía de la UMSA, con el trabajo intitulado Formas dialécticas en el pensamiento historiográfico de Manfredo Kempff Mercado. Tal ha sido el impacto de su ideario.

3.3. Invitador del pensar ajeno

Hacia 1984, Bobbio publicó un libro que, entre otras cosas, evidencia su generosidad: Maestros y compañeros. Mediante sus páginas, escritas en distintos momentos, llegamos a tomar conocimiento de quienes marcaron su vida intelectual desde un atril bien ganado; asimismo, explota la relación con sus semejantes, eternos aprendices, quienes han compartido inquietudes e intereses teóricos. Además de las ideas, el compromiso cívico, que lo tuvo como exponente, se deja sentir en sus reflexiones como común denominador. Con todo, el punto es que, teniendo lo necesario, tanto reflexiones cuanta vivencia, para concentrarnos en sus apreciaciones, prefirió seguir entonces otro camino: escribir a fin de enseñar sobre la valía del prójimo10. Porque nadie niega que, en su frondosa bibliografía, encontramos distintos temas de relevancia, desde el debate izquierda-derecha hasta sus consideraciones sobre la guerra; sin embargo, glosar, aun reivindicar a otros pensadores lo distingue con legitimidad.

Educador como ese maestro italiano, Kempff escribió igualmente acerca de otros intelectuales. En una importante parte de sus Obras completas, que contiene artículos y ensayos (Kempff, 2004), se ocupa de tal propósito. De esta manera, reflexionó sobre Descartes, Bertrand Russell, Risieri Frondizi, Francisco Romero y, entre otros, Jorge Mañach, pensador cubano que sufrió por el “totalitarismo ensoberbecido” de Fidel Castro (Kempff, 2004). Ya en el escenario nacional, nuestro filósofo se ocupó de Mamerto Oyola, José Peredo Antelo, Agustín Landívar Zambrana, Guillermo Francovich, Augusto Guzmán y Alberto Ostria Gutiérrez, por señalar sólo algunos de los nombres que ganaron su atención. La explicación de sus méritos no está exenta del afecto sentido entre amigos. En el caso de Ostria, con quien tuvo gran cercanía, compartiendo exilio durante los años de Chile, lanza un juicio que describe a toda una espléndida generación: “En ella podemos contar, aunque con alguna elasticidad, a Enrique Finot, Ignacio Prudencio Bustillos, Adolfo Costa du Rels, Fabián Vaca Chávez, David Alvéstegui, Luis Fernando Guachalla y otros. Hombres todos estos que, sin estridencias y con la mayor seriedad, han desarrollado una obra positiva en los campos de la literatura, el periodismo, la historia y el derecho internacional” (Kempff, 2004) Lo penoso es que, casi con seguridad, pese a su empeño y el de otros autores, salvo Costa du Rels o Finot, esos esclarecidos hombres son ahora recordados sólo por especialistas. No es una cuestión menor: al margen de lo artístico-literario, se dedicaron a pensar cómo lidiar con problemas sociales, considerando temas nunca indignos del debate boliviano, tales como el caudillismo, la cultura autoritaria, los conflictos regionales, la modernización, etc. Tenerlos en mente, como sucede con él, debería ser parte de una razonable pedagogía ciudadana. No es el único caso a tener presente, según lo anticipado en nuestro subtítulo.

4. Sergio Antelo Gutiérrez

“He ahí la importancia y pertinencia de difundir las ideas de este pensador cruceño, pues, a pesar de que ya no está físicamente entre nosotros, la lucha para que dentro de este Estado se viva la tolerancia política, cultural y nacional y se respeten las identidades étnico culturales, aún continuará, y podría ser (ojalá que no) un proceso de décadas”.

Gustavo Pinto Mosqueira, Pensadores del Oriente boliviano

4.1. Aspectos biográficos

Sergio Antelo Gutiérrez vivió entre 1941 y 2018. Se formó como arquitecto en la Universidad Federal de Pernambuco, Brasil. Hizo un curso de posgrado en París, Francia, sobre urbanismo y planificación territorial. Como profesional, ganó diversos concursos de arquitectura, siendo reconocido en Bolivia y Brasil. Además, diseñó el Aeropuerto Internacional Viru, la primera terminal de buses de Santa Cruz y el turístico parque El Arenal, entre otras obras estas que entre otras llevan su impronta. Fue también dirigente de su gremio, llegando a representarlo en el ámbito internacional.

Más allá de la vida profesional, Antelo Gutiérrez intentó contribuir a resolver problemas que notaba en su sociedad. Fue miembro del Comité de Obras Públicas, al igual que Alcalde Municipal (1982-1983), tiempo en el cual le tocó afrontar los efectos del gran desborde que tuvo el río Piraí, fundando la ciudadela Andrés Ibáñez, conocida como Plan 3.000. Entre 1990 y 1991, ejerció como concejal de Santa Cruz de la Sierra, siendo elegido como presi-dente de ese órgano deliberante. A comienzos del siglo XXI, además, junto con otros intelectuales, académicos y ciudadanos varios, fundó el Movimiento Autonomista Nación Camba de Liberación. Es oportuno resaltar que los de-bates sobre autonomía tuvieron en ese grupo una fuente de interesantes y provechosas provocaciones.

En su faceta de autor, Sergio Antelo escribió cuantiosos artículos. De este modo, durante varios años, colaboró en distintos periódicos. Publicó también cuatro libros, a saber: Centralismo y estructuras de poder. Radiografía del centralismo boliviano (1985), Los cruceños y su derecho de libre determinación (2003), Los cambas: nación sin Estado. Una aproximación al problema (2017). Rebelión en las sombras (2018). Tal como ya lo revelan esos títulos, la política concentraba sus intereses de carácter intelectual. En especial, a nuestro pensador le importaba el cuestionamiento del Estado. Entendía que había razones válidas, preponderantemente culturales, para formular interpelaciones al respecto.

4.2. Una obra de interpelación al poder

En 1919, cuando la Primera Guerra Mundial apenas había alcanzado su punto final, Max Weber pronunció una conferencia que, aunque hubiese transcurrido ya más de un siglo, resulta indiscutiblemente provechosa. En efecto, bajo el título de “La política como vocación” (Politik als Beruf), reflexionó sobre aspectos que conciernen a los quehaceres públicos, llevando adelante una exposición tan clara cuanto aleccionadora. No lo movía la intención de, como pasaba con otros autores, recurrir al discurso casi poético y ofrecernos una imagen romántica del fenómeno. Si se debía tocar el tema del mando, por ejemplo, había que ser explícitos, así como descarnados11. Por ese motivo, en una de sus intervenciones, sostuvo que lo político se relaciona con “los intereses en torno a la distribución, la conservación o la transferencia del poder” (Weber, 1977 [1919], p. 84). Pueden añadirse otros elementos, distintas circunstancias, con certeza; empero, esa debía ser nuestra columna vertebral. De manera que quien deseare pensar en términos políticos, procurando su esclarecimiento, lidiando con la problemática vigente, encontraría dicho elemento.

Básicamente, tal como lo sostiene Michel Onfray, en la historia del pensamiento podemos hallar dos clases de filósofos (Onfray, 2008, pp. 55-56). Por un lado, tenemos a quienes asumen la misión de legitimar al poder. En este caso, vemos a hombres como Platón, Séneca, Carl Schmitt o Heidegger, por citar algunos pensadores que se brindaron en beneficio de una causa gubernamental. Con ingenuidad, salvando excepciones, ellos creían que sus ideas servirían para la edificación de un mejor Estado, régimen o sociedad. Como sea, estaban del lado favorecido por las prerrogativas que son propias de quien manda. El otro tipo de filósofos es aquel que resulta contestatario, el que opta por la resistencia. En este conglomerado, se ubican los que critican el ejercicio del poder, mucho más cuando se lo utiliza para afectar su libertad. Hay varios ejemplos de autores que siguieron dicha línea. Desde Max Stirner, con su anarquismo egoísta, hasta Murray Rothbard, abonando la corriente del anarcocapitalismo, tenemos muestras de individuos que se han resistido a ese sometimiento. Por supuesto, cuestionar el poder no significa que, forzosamente, uno se sitúe del lado anarquista. Ésta es apenas una de las alternativas que, por fortuna, se nos ofrece en el presente. Asimismo, conviene aclararlo, transitar ese camino de la insubordinación, optando por el pensamiento insumiso, no tiene que ver sólo con las críticas a los círculos burocráticos. Para lograr ese cometido, la mirada debe ser más amplia, incluyendo espacios que, en principio, nos parecen inocentes, del todo inofensivos.

Sergio Antelo Gutiérrez fue un crítico del poder. Sus reflexiones, esencialmente políticas, se dirigieron a poner en cuestión el modo en que se había organizado la sociedad. Recurriendo a sus importantes conocimientos del pasado (una obra que revisaba con regularidad era La Historia. Los grandes movimientos de la historia a través del tiempo, las civilizaciones y las religiones, de Arnold Toynbee), se preguntó acerca del orden instaurado en Bolivia. Desde luego, nacido en Santa Cruz y, ante todo, orgulloso de pertenecer a este proyecto de vida en común, le interesaba su destino colectivo. Es que, gracias al análisis de los problemas estructurales del poder en el país, se comprendía mejor la situación cruceña. Resulta menester decir que no había solamente una mirada en torno al poder político, sino también a su manifestación económica, incluso cultural. Con su trabajo, nos situamos, pues, ante reflexiones que acometían una comprensión de diferentes dimensiones de nuestra realidad. El común denominador era la necesidad de razonar en torno al poder para entenderlo, explicarlo, mejorarlo. Se podía tener, como en su caso, aprecio por pensadores anarquistas, individuos que no sentían ninguna cercanía sentimental con el Estado; sin embargo, no había inocencia: jamás nos libraríamos de su necesidad12. El desafío era, por ende, someterlo a crítica y, después, plantearnos un nuevo panorama en donde su presencia no resulte intolerable.

Durante los siguientes párrafos, pretendo razonar acerca de las principales ideas que, desde una perspectiva personal, fueron lanzadas por Antelo Gutiérrez sobre un concepto central de la política: el poder. Tomaré discrecionalmente las reflexiones que considero válidas con ese propósito. Lo hago a partir de una mirada en que prevalece mi predilección por la filosofía política. Conviene aclarar que, en más de una ocasión, conversé con nuestro pensador; sin falta, nuestras charlas generaron invitaciones a discurrir con mayor detenimiento sobre distintos temas. No puedo decir que concordaba con todas sus posturas; tampoco, siendo franco, me correspondería ser una suerte de discípulo, intérprete o vocero. Soy apenas uno de tantos interlocutores que tuvo, alguien que valora su esfuerzo por pensar en una época propicia para despreciar las tareas intelectuales. Empero, combinando libertad con osadía, así como valiéndome de la confianza sentida por quien, según me dicen, supo granjearse su simpatía, paso a consumar este cometido.

4.2.1. Poder estatal

Si bien son varias las preguntas que, desde Platón hasta Byung-Chul Han, se han formulado acerca del poder político, existe la posibilidad de partir con lo más básico, al menos desde un enfoque moderno. Robert Nozick, por ejemplo, dando inicio a una de sus grandes obras, afirmaba que la pregunta fundamental que se debía formular en el campo de la filosofía política era una sola, a saber: “¿Por qué no tener anarquía?” (Nozick, 2012 [1974], p. 17). No había otra cuestión que, en principio, nos resultare más importante. Ocurre que, si la idea de vivir sin someternos a ninguna autoridad -o librarnos de la que entraña carácter público- suena contundente, discutir acerca del orden vigente, sus gobernantes, las competencias, entre otros asuntos del poder, es innecesario. Lamentablemente Por desgracia, para los partidarios de la soberanía individual, las imperfecciones del ser humano, su naturaleza falible, al igual que la posibilidad de agredir al prójimo, nos dejan sin opciones: tenemos todavía necesidad del Estado. De las infranqueables limitaciones del hombre, por tanto, surge la justificación del Leviatán, aunque no necesariamente en su peor versión.

Por supuesto, el reconocimiento de que precisamos del Estado no equivale a glorificar cualquiera de sus formas. En el caso de Sergio Antelo, nos encontramos con una crítica al orden estatal que, resumiéndolo, nos planteará dos caminos: la modificación estructural o el fin del proyecto nacional de vida en común. Antes de señalar algunas ideas al respecto, es menester aclarar que ambas opciones no se presentaron al mismo tiempo con idéntica fuerza. Lo correcto sería darlas a conocer como propuestas que se sucedieron, dejándonos, al final, una sola vía para la respectiva consideración del semejante. Como no podía ser de otra forma, ese planteo final tendrá que ver con la liberación, un concepto fundamental para su generación intelectual en Latinoamérica13. Volveré a esta posición más adelante. Por lo pronto, retomando el apunte sobre sus preocupaciones teóricas, tal vez el interrogante que sirva para resumir mejor esta suerte de progreso reflexivo sería: ¿qué hacemos con el poder estatal?

Por un mejor Estado

En 1985, tal como lo recordamos arriba, nuestro autor publica su primer libro, Centralismo y estructuras de poder. Radiografía del centralismo boliviano. Antelo revisa la historia de Bolivia y encuentra problemas que, si se mantienen tal como están, vuelven inviable su Estado. El mal fundamental se denominará centralismo. Es obvio que este país no era el primero en padecerlo, especialmente, según sus ideas, Santa Cruz; sin embargo, no se lo había expuesto así, con la claridad y el énfasis correspondientes. La misión asumida entonces pasaba por el cuestionamiento de un orden que se consideraba injusto, así como absurdo. Resalto esto último porque, más allá del problema cultural, la eficiencia del Estado resultaba menoscabada debido a ese tipo de organización administrativa. Frente a ello, además de la denuncia, se formulaban propuestas para resolver ese ya casi bicentenario problema. No se trataba, por tanto, de dar a conocer nuestras insuficiencias sin plantear alternativas al respecto. Como todo compromiso intelectual que sea más o menos serio, era también imprescindible la formulación de propuestas.

Con seguridad, el centralismo no es un fenómeno reciente ni, menos aún, exclusivo de los bolivianos. En el siglo XVII, Luis XIV, el rey Sol, consumó un proceso de burocratización que, curiosamente, sería intensificado por los jacobinos, archienemigos de la monarquía. Como consecuencia de estas modificaciones estructurales del Estado, la concentración del poder gubernamental resultó formidable. Según esta lógica, las decisiones debían ser tomadas en una sola instancia, pues la dispersión del poder implicaba debilitamiento y, peor aún, conllevaba ineficacia frente a los problemas sociales. La mejor forma de afrontar las dificultades públicas, por tanto, era consolidando una concepción centralizada del régimen. De esta forma, desde planes nacionales hasta determinaciones locales, debían obtener primero el beneplácito del mando central, sea éste un monarca o el Ejecutivo. Por supuesto, admitir estos antecedentes no debe implicar la resignación ante su vigencia. Es lo que Antelo nos muestra cuando propugna la necesidad de “modificar la naturaleza del Estado” (Antelo, 1985), transformarlo estructuralmente, acabar con su esquema centralista.

No se trata de apuntar a ese problema y, en suma, endilgarle todas las desventuras que ha tenido Bolivia. Sería una explicación que refleje nula o muy poca objetividad en el análisis. Los factores que han obstaculizado el avance, su progreso, ese desarrollo anhelado por algunos, en resumen, son múltiples. Pienso que, en la mayoría de los casos, quienes se han ocupado de diagnosticar vicios, taras, malas costumbres, entre otros enfoques, yerran cuando apuestan por el reduccionismo. No es una cuestión de raza, como podrían creer quienes siguen a Reynaga, o del mestizaje, conforme a don Alcides Arguedas, por mencionar dos ejemplos. En este sentido, concebir que todo el descalabro que ha sufrido esta construcción estatal sea atribuido a su organización administrativa, y las creencias generadas al respecto, no es atinado. Pero, naturalmente, no significa esto que sea un hecho insignificante. La forma en que se estructura un Estado, instaurando competencias, así como distribuyéndolas, suscita consecuencias que pueden afectar aun nuestra vida cotidiana. En otras palabras, definir cómo se manda es importante y, si somos poco lúcidos al respecto, puede traer consigo, a veces, terribles secuelas. No obstante, por sí sola, la concentración del poder, sea con un emperador europeo o una élite burocrática de América Latina, no es suficiente para dilucidar las miserias nacionales, incluyendo aquellas de naturaleza regional.

Volviendo a la obra de Antelo, sus propuestas fundamentales son cuatro. Efectivamente, para sustentar el concepto de autonomías regionales relativas, se plantea:

a) descentralización del poder organizado del Estado, mediante la constitución de poderes estatales a escala departamental o regional, que podría dar paso a la participación de más de un departamento, tomando en cuenta sus afinidades culturales, geográficas y económicas;

b) democratización de la administración pública nacional, trasladando las funciones estatales del centro a las periferias, con lo cual se optimizaría el uso de recursos públicos y agilizarían los trámites burocráticos;

c) democratización de la riqueza nacional, socializando los excedentes económicos que genera el Estado entre todos sus socios territoriales; por último,

d) democratización del Estado en su versión territorial, reconociendo la existencia histórica de los “socios fundadores” (Antelo, 1985) de Bolivia y, como consecuencia de aquello, permitiendo el encuentro con la personalidad cultural de cada comunidad que la conforma.

La idea de transformar el Estado que fue postulada por Sergio Antelo con llevaba una cuádruple descentralización, a saber: política, administrativa, económica y territorial. No bastaba, pues, con fijar la mirada en una sola dimensión de nuestra realidad. Para que el cambio no fuese sólo retórico, engañoso, aun demagógico, debía ser enfrentado ese desafío con tal seriedad. Lo subrayo porque, cuando, más adelante, en 1995, se aprueba la Ley de Descentralización Administrativa, sus detractores, entre quienes contamos a nuestro pensador, cuestionarán su insuficiencia. Es más, un reconocido teórico del campo, Juan Carlos Urenda Díaz14, denunciará que dicha norma era un retroceso, a tal pun-to que negaba lo que reconocía el artículo 109.II de la Constitución del año 1967: el Prefecto ya no era Comandante General del Departamento.

Al centralismo, según el parecer de Sergio Antelo, se lo puede contrarrestar con autonomías. La reflexión no estará contenida únicamente en su primer libro o los numerosos artículos de opinión que compuso desde los años 80; la constancia se notará asimismo en otros documentos capitales. Pienso en el “Memorandum del Movimiento Autonomista Nación Camba”15, del cual fue partícipe y artífice. Lo expresa así: “Urge entonces radicalizar la democracia para transformar la naturaleza de un Estado ferozmente unitario, dependiente y servil, para construir el Estado de las autonomías departamentales y/o nacionales, perfeccionar la institucionalidad Estatal, y democratizar el poder en sus instancias nacionales, departamentales y municipales” (Sandoval, 2001). Conforme a esta lógica, si no se procedía con la instauración del nuevo sistema estatal, la viabilidad del Estado resultaba imposible. Por consiguiente, recurriendo a otros vocablos, se hacía la propuesta para evitar su extinción.

Las alternativas

En Los cruceños y su derecho de libre determinación, libro del año 2003, nuestro autor insiste con una transformación estructural de Bolivia o, siendo ésta irrealizable, el recorrido del camino propio. Concretamente, luego de discurrir sobre la existencia de una Nación Camba, Sergio Antelo pone a consideración de sus conterráneos las siguientes opciones (Antelo, 2003):

a) permanecer con un Estado unitario y centralista, lo cual implicaría el respaldo a un presidencialismo absoluto y obsoleto, es decir, una “monarquía constitucional”, pero en el peor sentido de tal expresión, ya que monopoliza el poder y consagra una sola cultura;

b) autonomía regional, prefiriéndose, desde la perspectiva de Antelo, el modelo italiano, puesto que, configurándose a partir de un mosaico etnocultural, ofrece una propuesta regional que sería compatible con el caso boliviano;

c) federalismo, el cual podría ser departamental, regional o nacional (en el sentido cultural), reivindicándose como la “máxima expresión democrática” en la organización de un Estado;

d) confederación de Estados, cuya idea fundamental es la unión de entidades políticas para formar un gobierno común, que se ocuparía de ciertas materias, como defensa o política económica;

e) Estado Asociado, en cuya virtud se daría la posibilidad de que una comunidad o nación, para determinados objetivos, establezca acuerdos con un país, el cual reconocería la naturaleza voluntaria de su asociación; finalmente,

f) la independencia de los cruceños, esto es, su liberación, la puesta en vigencia de un nuevo país.

Vale la pena resaltar que Antelo no concibe ninguno de los mencionados cambios sin el protagonismo del ciudadano. Tal como ha ocurrido con numerosos intelectuales, él podría haberse limitado a indicar qué deben hacer sus semejantes, señalar su camino y, con antelación, justificar la sanción a los disidentes. No obstante, su caso es distinto. Pasa que respeta la libertad de elegir, aun cuando ésta pueda resultarle adversa. Por este motivo, propone la realización de una consulta que sirva para dilucidar lo referente al destino cruceño. Nada de lanzar profecías, anunciando futuros que nos darían supuestas leyes históricas, como hizo Marx; en nuestro autor, la transformación era urgente, justa, pero sólo se daría si había voluntad del individuo. Estimo que una convicción como ésta responde al rechazo a la condición de súbdito, reivindicando al ciudadano16. Dependía, por tanto, de la consciencia del ciudadano que se consumaran los cambios requeridos para el mejoramiento del Estado o, caso contrario, la instauración de un nuevo país. Huelga decir que, para él, la opción del independentismo no generaba pesar alguno. Esta postura personal es digna de acentuarse porque, allende las antipatías y aversiones que, con justicia, sienta cada uno, a un intelectual, le corresponde apostar por la razón, el espíritu crítico, así como por la libertad de pensamiento. A lo sumo, nuestra función es la de brindar explicaciones orientadoras, pudiendo equivocarnos al respecto, pero nunca pasa por pregonar verdades indeliberables.

Para una nueva república

Esa disyuntiva fundamental, transformar el país o crear uno nuevo, que Sergio Antelo nos presentaba en 2003, se dejará de lado, concentrando recursos para concretar la causa independentista. Entre sus textos postreros, cuyo título dice «El independentismo es el amor supremo a lo nuestro», hay una frase que lo resume con inequívoca contundencia: “Ser independentista no es un pecado mortal, ni tampoco puede ser considerado un acto de traición a la patria, por-que la patria no son las banderas, ni los escudos, LA PATRIA es mi calle, mis plazas, mis cumpas, mis amores, o YO” (Antelo, 2018). Era el sendero que correspondía transitar si se tenía la intención de concretar una transformación tan genuina cuanto profunda, así como, conforme a su criterio, provechosa.

Pero, más allá del anhelo emancipador, ¿qué tipo de régimen debía aceptarse en esta sociedad? Porque las opciones que se presentan a un nuevo Estado son múltiples, desde liberales hasta liberticidas, democráticas o autoritarias, entre otras. En el pensamiento de nuestro autor, nos topamos con un concepto que, aunque antiguo, continúa mereciendo entusiastas defensas: el republicanismo. Sucede que, en esta forma de organización política, la limitación del poder es capital, al igual que las virtudes cívicas. En este sentido, al reivindicar su materialización, optamos por contrarrestar los abusos del gobernante, esa tan común megalomanía, y, además, damos el protagonismo a los ciudadanos.

La limitación del poder se advierte cuando, meditando sobre los pilares de lo que denomina Revolución modernizadora cruceña, defiende una fórmula del todo explícita: “Estado mínimo y un máximo de sociedad” (Antelo, 2003). Lo que se debería procurar, por tanto, sería la instauración de un Estado “pequeño, funcional a los intereses sociales, efectivos y pragmáticos, que se traduzca en gastos mínimos para la sociedad” (Antelo, 2003). Sin embargo, no se debe pensar que su propuesta es afín al anarcocapitalismo. Pasa que, hombre de sensibilidad social, Antelo se preocupa por el destino de los excedentes económicos, los cuales, en su juicio, deberían servir para enfrentar cinco urgencias básicas del ser humano: techo, comida, salud, trabajo y seguridad, “de por vida” (Antelo, 2003). Se debe aligerar ese aparato burocrático, despojarlo de innecesarias envolturas y potestades, pero sin sugerir en su lugar el retorno al mundo premoderno, primitivo o, si cabe, caótico.

En cuanto a este acápite, conviene apuntar que, gracias al estilo de Sergio Antelo, podemos leer giros, expresiones, frases relevantes para notar sus convicciones más fervientes. Me refiero a una determinada forma de manifestarse, dejando advertir su conocimiento del idioma, mas también evidenciando el aprecio a lo que consideraba más entrañable. Así, a veces, el lector podía encontrarse con una formulación de sus ideas que, al margen del rigor re-flexivo, tuviesen un sello coloquial. Lo destaco porque su predilección por los postulados republicanos no podría ser mejor presentado que con uno de sus títulos: “La Republica Cruceña” (Antelo, 2001). Hay en este superlativo, claramente relacionado con Santa Cruz, un reflejo de una grandeza por la cual correspondía luchar, así como pensar, discutir y persuadir, pese al carácter obtuso del semejante.

4.2.2. Poder económico: mercantilismo

A diferencia de varios sujetos, tipos con grandes poses reflexivas, Antelo no fue un hombre que despreciara la ideología. Pensador de izquierda, estudioso del marxismo, pero también intelectual con lecturas liberales, creía en el valor conferido a las ideas por quienes confiaban en su poder para entender el mundo y, es más, transformarlo. No era ingenuo; conocía de los errores, crímenes, problemas e incontables desgracias que fueron desencadenados en su nombre. Como es sabido, desde el jacobinismo, al menos, hemos sido testigos de la violencia bendecida por las ideas políticas. El siglo XX, con sus totalitarismos colectivistas, tanto fascista como comunista, nos mostró su peor rostro, pero no parece haber sido el último. Sucede que el Socialismo del siglo XXI, criticado por nuestro autor (Antelo, 2018), es también otra muestra de cuán letales pue-den ser las creencias ideológicas. Con todo, aun cuando, interpretando al des-comunal Hegel, Fukuyama declarara el fin de la historia17, no se había sumado al coro de quienes proclamaban la inutilidad de lo ideológico.

Quienes han planteado lo contrario, vale decir, reivindicando su condición sin ideología, es más, apolítica, fueron representantes del empresariado privado. Nuestro autor ha sido claro al criticarlos. Lo hizo sin exclusiones: sean nacionales o cruceños, la posición asumida por quienes alegan estar más allá de las contiendas por el poder mereció su censura. Porque correspondía el ataque intelectual frente a tamaña ignorancia18, ingenuidad o, en algunos casos, inescrupulosa muestra de oportunismo. Es que, por un lado, se puede resaltar el desprecio al conocimiento, pues, como es sabido, muchos “capitalistas” del me-dio no se sienten a gusto entre libros. Asimismo, encontramos a empresarios que, aun cuando conozcan de, por ejemplo, los fracasos del socialismo, creen todavía en sus bondades, respaldando a quienes lo predican y, peor aún, lo ponen en práctica. Pero el caso más grave acontece cuando supuestos defensores de la propiedad privada, del comercio libre, entre otros importantes conceptos, prefieren incurrir en pactos oportunistas, alimentando la deplorable tradición del mercantilismo19. De esta manera, ellos protagonizan una escena en la cual hacen lo posible por legitimar a un régimen que, claramente, resulta contrario a los intereses del liberalismo.

Suponer que la economía carece de relación alguna con el poder político es una peligrosa equivocación. Entender este vínculo es indispensable para comprender la problemática que puede afectar -también favorecer- a nuestra convivencia (Russell, 2017 [1938], pp. 112-126). La libertad económica, verbigracia, necesita de leyes que puedan promoverla, si lo creemos conveniente, y éstas son creadas por políticos. Así, el hombre que cumple funciones gubernamentales está en condiciones de fomentar o desgraciar las actividades relacionadas con la satisfacción de nuestras necesidades. Debido a ello, interesa, y mucho, cuál es la concepción del Estado que tienen los políticos, incluyendo el lugar conferido, desde su perspectiva, al mercado, la propiedad privada, las exportaciones, entre otras nociones. Se trabaja, pues, en el marco normativo que esas personas, con sus limitaciones y vicios, más también algunas virtudes, saberes e intuiciones, puedan proporcionarnos bajo amenaza de castigo. Porque, como es sabido, no puede hablarse de leyes sin pensar en la sanción por su incumplimiento. Siguiendo este entendimiento, quienes creen que pueden vivir sin pre-ocuparse por las tareas políticas, tales como la producción de normas jurídicas, pueden ser luego persuadidos de lo contrario mediante la cárcel.

Finalmente, respecto al uso de la fuerza en contra del empresariado, las persecuciones judiciales que promovió el oficialismo fueron criticadas mediante escritos de Sergio Antelo. Cuando se ocupó de lo que fue presentado como el “caso terrorismo-separatismo” (Antelo, 2018), nuestro pensador denunciaba, en varias reflexiones, el ejercicio arbitrario del poder, que, en aquella circunstancia, buscaba la rendición del bloque antigubernamental que era entonces respaldado por el sector empresarial, aunque no de forma unánime. Lo repudiable era que, pese a cuán peligroso resulta el establecimiento de alianzas con regímenes como el del Movimiento Al Socialismo, muchos se hayan sumado a su cruzada. Olvidan que, a fin de cuentas, para ellos, la pugna entre los dos poderes, política y económica, se zanja en favor del primero. Los empresarios son, por ende, figuras prescindibles, a veces incluso coleccionables20.

4.2.3. Apunte acerca del poder cultural

Si bien el propósito era reflexionar sobre las principales ideas de Sergio Antelo en relación con el poder político-estatal, comprendiendo asimismo su connotación económica, existe un elemento que no podría faltar, así sea como nota final. Me refiero a sus críticas de orden cultural, cuestionamientos que, desde Gramsci, por lo menos, allende su posición ideológica, todo intelectual serio debe hacerse21. Ciertamente, si nuestra intención es razonar sobre todos los factores que tienen importancia cuando hablamos de mandar, obedecer, organizar una sociedad, considerar ese asunto resulta ineludible. No en vano pensadores como H. C. F. Mansilla (Mansilla, 2003), Mariano Grondona (Grondona, 2004) o José Ignacio García Hamilton (García, 2004), entre otros, han colocado el acento en las cuestiones de orden cultural cuando procuraron la explicación del problemático panorama latinoamericano. Para ellos, no bastaba con identificar el océano de torpezas que los gobernantes cometieron en materia económica, por ejemplo; sino que debíamos subrayar, además, aquellos desatinos asociados con prejuicios, creencias, valores normativos, costumbres y tradiciones. Sin mediar esa explicación de mayor amplitud, en donde las cifras no son lo único decisivo, todo diagnóstico será mezquino e inexacto.

Pero no es suficiente manifestar que uno se ocupará de la cultura, ni siquiera cuando resalta su aplicación en política. Es un concepto que nos ofrece distintas expresiones y ámbitos en donde trabaja. En el caso de Sergio Antelo, para finalizar estas reflexiones sobre su pensamiento, estimo que lo más provechoso consiste en resaltar su crítica contra una hegemonía cultural, el andinocentrismo. Acontece que, desde su punto de vista, este país se halla marcado por una visión oficial, un horizonte espiritual gracias al cual el Oriente boliviano resulta relegado. Con el tiempo, sin duda, el reconocimiento de su historia, saberes, prácticas ha merecido un mayor interés en instancias oficiales -traduciéndose, luego, en programas del sistema educativo-; empero, comparada con la cultura de tierras altas, la situación sería de marcada subalternidad o periferia. Lo que habría ocurrido, según nuestro pensador, es que, aun cuando se hable de multiculturalidad, primero, o pluriculturalidad, después, existe una sola cultura imperante, la cual no concordaría con postulados e intereses cruceños. Se aclara que, a lo largo de la historia, esa otra cultura habría sido protagonizada por la predominancia “blanco-mestiza de corte oligárguico”, “la cholocracia altoperuana” y “los movimientos indígenas” (Antelo, 2003), respectivamente. Es más, en los últimos tiempos, ese fenómeno cultural del poder presentaría una “ideología coca-céntrica del Estado Altoperuano” (Pérez, 1990).

Es oportuno resaltar que, al atacar esa cultura hegemónica, Antelo no plantea la sustitución por una oriental. Su idea radica en que, dadas las diferencias, tan profundas cuanto inconciliables, se podría hablar de dos naciones “clara-mente diferenciadas desde el punto de vista geográfico y étnico-cultural: La Nación QOLLA ubicada en los Andes centrales, y la Nación CAMBA, en la llanura Chaco-Amazónica” (Antelo, 2003). Por consiguiente, la solución no se encuentra en transformaciones que, con el beneplácito del Estado y sus imposiciones de carácter educativo, generen nuevas subordinaciones o marginaciones culturales. El intríngulis radicaría en las desemejanzas, respetarlas, a tal punto de proponer que su futuro sea soberano. Permanecer tal como se encuentra todavía hoy, según el enfoque de nuestro autor, convierte a Bolivia en un espacio donde hallamos identidades relegadas. Más, a fin de lograrlo, es imprescindible contar con otras élites22, pues, históricamente, incluso por estos lares, ese tema cultural no parece haber merecido tantas atenciones. La des-gracia es que una verdadera transformación del poder pasará siempre por ese derrotero. Sergio Antelo Gutiérrez lo sabía y, tal vez por ello, además de lanzar sus embates contra los Andes, censuraba posturas e insensateces, en su criterio, que consumaban políticos, dirigentes y cívicos del Oriente boliviano23. Porque, siendo sinceros, tanto admiradores como detractores deberán reconocerle que fue generoso en sus cuestionamientos: empleando su afilada pluma, llegada la hora, no dejaba títere con cabeza, como don Quijote24, por más que, para salvarse, alguno haya pregonado ser abanderado de lo cruceño.

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Notas

1 Una muestra de lo dicho se da gracias al libro La traición de la libertad. Seis enemigos de la libertad humana (Krauze, 2004), volumen que contiene reflexiones sobre Helvétius, Rousseau, Fichte, Hegel, Saint-Simon y De Maistre.

2 Una muy grata combinación de aspectos biográficos con ideas es la fórmula que Alain Minc usa en su libro Una historia política de los intelectuales (Minc, 2012 [2009]).

3 El año 1943, en esa misma colección, Romero publicó un primer trabajo de Francovich, Filósofos brasileños, el cual había aparecido en 1939, siendo lanzado entonces por la editorial Borsoi, de Río de Janeiro.

4 Dicho filósofo señaló entonces: «Aunque la historia de Bolivia parezca una exasperante sucesión de revueltas, motines, sediciones, hay en ella un contenido de ideas, de principios y de normas superiores que han orientado al país y le han permitido seguir la marcha del mundo y renovarse continuamente a través del tiempo» (Francovich, 1998, p. 210).

5 En 2019, el Instituto de Ciencia, Economía, Educación y Salud editó el primer tomo de Pensadores del Oriente boliviano, que contiene ensayos sobre distintos intelectuales. En 2021, a mediados, se lanzó el segundo tomo (Pérez, 1992).

6 Su novela Pequeña hermana muerte, del año 1969 y editada varias veces, es un clásico de la literatura boliviana.

7 En una de sus explicaciones al respecto, Ortega (1995 [1957]) dice: “Claro es, yo he de hacer el más leal esfuerzo para que a todos ustedes, aun sin previo adiestramiento, resulte claro cuanto diga. Siempre he creído que la claridad es la cortesía del filósofo, y, además, esta disciplina nuestra pone su honor hoy más que nunca en estar abierta y porosa a todas las mentes, a diferencia de las ciencias particulares, que cada día con mayor rigor interponen entre el tesoro de sus descubrimientos y la curiosidad de los profanos el dragón tremebundo de su terminología hermética” (p. 15).

8 Mariano Baptista Gumucio subraya su condición de “encuevado”, usando un término que, pensando en escritores renuentes al contacto con los demás, fue empleado por Luis Alberto Sánchez. Considera, además, aspectos biográficos y literarios en Yo fui el orgullo. Vida y pensamiento de Franz Tamayo (1978).

9 Concluyendo esa primera parte de su libro, Kempff Mercado escribe: “La filosofía será, pues, nuestra por el sujeto y sólo en tanto que reclamemos el derecho de cuño. Porque la filosofía es el hijo que engendra una cultura para ofrendarlo generosamente a la humanidad” (p. 43).

10 En su Autobiografía, Norberto Bobbio destina todo el capítulo cinco a un oficio fundamental para comprenderlo: “El profesor”. Está claro que una razonable consecuencia de su aprecio por la docencia sea esa invitación a conocer autores predilectos (Bobbio, 1998).

11 Un ejemplo de lo anotado se da cuando, en su libro El Estado. Su historia y evolución desde un punto de vista sociológico, Franz Oppenheimer se aparta de la tesis del contractualismo y sostiene que el Estado es “una institución social conformada por un grupo de hombres victoriosos sobre un grupo de hombres derrotados con el único fin de regular el dominio del grupo victorioso sobre los vencidos y salvaguardarse de las revueltas internas y los ataques externos” (Oppenheimer, 2013 [1908], p. 34). Es más, en su génesis, lejos de haber acuerdo voluntario, encontraríamos el signo de la violencia.

12 En su Diario filosófico. 1950-1973, Hannah Arendt sostiene que donde hay hombres, invariablemente, surge la necesidad de hablar del poder. Ocurre que hay que organizar nuestra convivencia, lo cual implica responder dos preguntas muy básicas, pero ineludibles: ¿quién manda?, ¿quién obedece? En otras palabras, tenemos que definir nuestra relación con el poder (Arendt, 2006 [2002], p. 154).

13 Tal como Carlos Beorlegui lo destaca en su Historia del pensamiento filosófico latinoamericano. Una búsqueda incesante de la identidad, desde fines de la década del 60, siglo XX, las ideas en esta parte del mundo se hallan profundamente marcadas por el concepto de liberación (Beorlegui, 2010). Se lo nota en diferentes campos. Así, en síntesis, el pensamiento liberador se compone por las siguientes corrientes: teología de la liberación, pedagogía de la liberación, teoría de la dependencia y, por último, filosofía de la liberación. Aunque de menor trascendencia, a esto puede añadirse lo que se conoce como Derecho alternativo, el cual apareció más adelante en Brasil. El contacto con esas ideas se nota en la biblioteca de Sergio Antelo. Un ejemplo, que, además, advierte su interés por leer posturas críticas, es Teoría de la dependencia, obra de Luis García Martínez en que se refutan las ideas formuladas por Cardoso, Faletto, entre otros autores. Asimismo, en su manuscrito intitulado “Leyes del revolucionario” (s.f.), puede leerse: “Estarás siempre listo para lanzarte a la lucha definitiva por la liberación de tu pueblo” (García Martínez, 1976).

14 En una de sus obras, Urenda Díaz critica los supuestos avances que se habrían dado para hacer efectiva la transformación autonómica. Sus cuestionamientos son legítimos y válidos (Urenda, 2017).

15 Obviamente, tanto Nación Camba como el Movimiento M-26, en los cuales nuestro autor fue protagonista, merecerían un análisis detallado, reflexionando sobre sus antecedentes, motivación e influencia. Sin embargo, llevar a cabo esta labor es un cometido que no guarda relación con la presente reflexión.

16 Uno de los escritos que le sirve para reflexionar al respecto es “De súbditos a ciudadanos”, el cual se halla contenido en su libro Los cambas: nación sin Estado. Una aproximación al problema. De este modo, con claridad, se propone la construcción de una “Nación de ciudadanos” (Antelo, 2017).

17 En el verano de 1989, Francis Fukuyama publicó un artículo que tituló “¿El fin de la historia?”. Tres años después, amplió su reflexión y lanzó un libro al respecto El fin de la historia y el último hombre. Su idea central era que la historia, entendida como una confrontación de sistemas, había dado su veredicto final: nada podía superar la democracia y la economía de mercado. A partir de entonces, ya no tenía sentido discutir sobre cuestiones ideológicas, puesto que la disputa había terminado (Fukuyama, 1992).

18 Bajo el título “Empresarios ¿de qué?”, Sergio Antelo sintetiza una de sus críticas más contundentes, así como certeras, al empresariado: “Todos sabemos que nuestra clase ‘empresarial’ no se caracteriza exactamente por su sabiduría, ni por su cultura general. Su ‘indigencia cerebral’ es una de sus características más descollantes” (Antelo, 2018, p. 400).

19 Hace algunos años, Carlos Alberto Montaner los fustigó de manera contundente: “Pero aún peor que ese tipo de pasivo inversionista en bienes inmuebles es el empresario ‘mercantilista’, ese que busca su beneficio en la relación con el poder político y no en la competencia y el mercado” (Montaner, 2005, p. 38).

20 Meditando sobre cómo el poder no es monolítico y, por tanto, debemos evitar engañarnos acerca de su titularidad, Michel Foucault señala: “Relaciones de poder muy diferentes se actualizan en el interior de una institución, por ejemplo, en las relaciones de clase o en las relaciones sexuales tenemos relaciones de poder y sería simplista afirmar que éstas son la proyección del poder de clase. Igualmente, desde un punto estrictamente político, puede verse que en algunos países occidentales el poder político es ejercido por individuos y clases sociales que no detentan en absoluto el poder económico” (Foucault, 1998 [1978], p. 169).

21 Citado por muchos, pero leído regularmente sin rigor, sumando a sus veneradores, Gramsci se ocupó de la cultura con especial intensidad. Esta inquietud lo distancia de la línea economicista que, desde Marx, resulta bastante popular entre sus correligionarios. Se podría sostener que acierta cuando revaloriza ese ámbito de nuestra realidad; sin embargo, yerra al procurar su transformación para promover la instauración del socialismo. Una buena obra para el conocimiento de su posición es Los intelectuales y la organización de la cultura (Gramsci, 2018 [1949]).

22 Conforme a lo expresado por Giacomo Sani, la cultura política de las élites permite que entendamos cómo se definen “los temas del debate político, al arrastrar en una dirección o en otra a la opinión pública y, sobre todo, al tomar decisiones de gran importancia para la estructuración del sistema” (Bobbio et al., 2011 [1976], p. 417).

23 Cuestionando, pero también alentando la esperanza, Sergio Antelo confeccionó estas líneas: “Si bien es cierto que la dirigencia cruceña está vendida y vencida, la desesperación no puede conducirnos a la derrota, solamente la unidad puede conducirnos a la victoria” (Antelo , 2018, p. 66).

24 A propósito del apego sentido hacia el célebre compañero de Sancho Panza, en su inédito “Poema 23”, de 6 de mayo del año 1966, nuestro pensador escribe: “ya ni sé, he visto tanta cosa. / desde el llanto del negro, / hasta el grito desesperado del mendigo. / hay… cuántos mendigos… / he andado tanto mundo, como un quijote / luchando por la afirmación victoriosa de mis banderas”.

Recibido: 01 de Marzo de 2022; Aprobado: 01 de Abril de 2022

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