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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult v.25 n.46 La Paz jun. 2021

 

Reseña

 

“A bala, piedra y palo” : la construcción de la ciudadanía política en Bolivia, 1826-1952

 

 

Marta Irurozqui Victoriano

2017, Biblioteca del Bicentenario de Bolivia, La Paz.

 

 


 

 

Varias cosas me impresionaron del libro “A bala, piedra y palo” : la construcción de la ciudadanía política en Bolivia, 1826-1952. Primero, el nivel de penetración histórica y hasta psicológica al que puede arribar una investigadora extranjera, en torno a la realidad de un pueblo muy distante —para ella— en el tiempo y el espacio. Segundo, la urdiembre del libro y su forma de escritura, que podrían llegar a constituir la primera historia electoral boliviana propiamente dicha. Y tercero, la exhaustividad archivística y de datos que despliega para, con la ayuda de conocimientos sociológicos, elaborar una trama histórica coherente y sólida de lo que fue el comportamiento sociopolítico boliviano, signado por el cohecho y la violencia, en las contiendas electorales celebradas desde el inicio de la república.

El libro cayó en mis manos el día de su presentación, en septiembre de 2019, pero no lo leí sino hasta febrero de 2020, cuando debuté como profesor en la U.C.B. Su lectura me llevó a momentos de meditación, pues hasta entonces nunca había tomado en cuenta a los procesos electorales bolivianos como un catalizador de la conciencia ciudadana. La tesis de la autora (Marta Irurozqui) es audaz: el ciudadano boliviano sabe que es tal, en gran parte debido a los descalabros sufridos en las diversas elecciones celebradas a partir de 1826. Evidentemente, se trata de un enfoque nuevo, no propuesto por ningún otro historiador o sociólogo. El espíritu democrático, según Irurozqui, se forjó a martillazos, “a bala, piedra y palo”, como reza el título de la obra, y no por ningún intento moralizante o catártico de parte de los políticos o gobernantes de turno.

Irurozqui, licenciada en Geografía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid, cuenta con posgrados en historia andina y de América, y dedicó gran parte de su tiempo a la investigación de la historia de América Latina y, particularmente, de Bolivia. Así, su narración histórica en “A bala, piedra y palo” delata a una autora que se mueve a sus anchas en el terreno de la interpretación social precisa, sirviéndose de un conocimiento impresionante de la etapa decimonónica boliviana, en lo que se refiere a la política y la sociedad.

Como asevera Françoise Martínez en el estudio introductorio del libro, Irurozqui rechaza cualquier visión binaria o maniquea. Ahora bien, si bien se puede decir con justicia que Irurozqui no arranca de prejuicios o posiciones sociales o políticas (prejuicios y posiciones que por lo común abortan en una narrativa binaria de ángeles y demonios), pues los actores sociopolíticos presentan un matiz de virtudes y defectos, no es menos cierto que la autora hace ver al lector que la historia política boliviana, al menos hasta 1952, sí estuvo dividida entre élites plutocráticas y políticas, por una parte, y masas plebeyas e indígenas, por otra. Aquéllas utilizaban como instrumento proselitista a éstas, y éstas derrocaban a aquéllas cuando veían que hacían un uso abusivo del poder (he aquí el meollo del asunto, sobre el que regresaremos luego). Así pues, con todo, con los matices y los entramados que la historia tiene en sí, es innegable que hubo dicotomías en la historia.

Irurozqui repasa las sucesivas reformas de la ley electoral y su discutible aplicación, debida en gran parte a la ambigüedad ex profeso de la normativa. Aquí se puede ver la brecha que siempre hubo entre retórica y praxis política. Además, las tablas comparativas que se adjuntan sirven sobremodo para comprender también la evolución progresiva de la participación de la masa de votantes en Bolivia en contiendas electorales. A partir de testimonios personales de la época y de discursos de políticos publicados en periódicos, la autora hace un análisis de las campañas proselitistas, mostrando en ellas guerra sucia, fanatismo e incluso actos de violencia. Por otra parte, es interesante ver que el fraude electoral no es un fenómeno nuevo; estuvo insertado en las pautas de comportamiento político desde siempre, y fue perpetrado por políticos de sombrero y frac, que esgrimían en sus discursos ideales democráticos y liberales.

Así, la noción de democracia y su ulterior práctica, elementos que deben ser responsabilidad primordialmente del Estado, no partieron de una voluntad política realmente reformadora, sino más bien de las masas descontentas. Éstas fueron las que se autoconfiguraron en el espíritu de la democracia y su importancia. Si hubiese dependido de las élites, las masas hubieran permanecido en un estado de insipiencia moral y de conciencia ciudadana. La ciudadanía se hizo en el terreno de la práctica y no en el de la ley.

Ignacio Vera de Rada

 

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