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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult vol.22 no.40 La Paz jun. 2018

 

Ideas y pensamientos

 

El largo mayo boliviano

 

The Long Bolivian May

 

 

Juan Carlos Salazar del Barrio*

 

 


Resumen

Crónica periodística en la que el autor realiza una sugestiva mirada de los años sesenta, tanto nacional como internacionalmente. Describe la forma en que se recibió en Bolivia el conglomerado político e ideológico mundial (el mayo francés, la Guerra de Vietnam, los conflictos juveniles y raciales en Estados Unidos y la rebelión estudiantil en México y Argentina), mientras el país vivía el "largo mayo boliviano", con la caída, en mayo de 1964, del MNR, y la serie de golpes de Estado y movimientos guerrilleros y obreros producidos hasta 1969.


Abstract

A journalistic chronicle that takes a national and international suggestive retrospective look at the sixties. It describes how the conglomeration of world political and ideological events —the French May revolt, the Vietnam War, the youth and racial conflicts in the United States, and the student uprisings in Mexico and Argentina— was received at a time when the country was living its own "long Bolivian May", with the fall, in May 1964, of the MNR, and the ensuing series of coups, guerrilla movements and leftist radicalization happening until 1970.


 

 

1. Introducción

"¡Arde París!", anunciaban los periódicos paceños a toda página en mayo de 1968. Efectivamente, París ardía. Sin embargo, los titulares no se referían a la convulsión política y social que sacudía a Francia, sino a la película de René Clément que se proyectaba esos días en el Cine Universo, cuyo principal atractivo no era el tema, la liberación de la Ciudad Luz de las tropas nazis durante la Segunda Guerra Mundial, sino su espectacular reparto, que incluía a Kirk Douglas, Glenn Ford, Yves Montand, Jean-Paul Belmondo, Alain Delon, Anthony Perkins, Simone Signoret, Orson Welles y Leslie Caron, entre otras leyendas cinematográficas de la época.

Los disturbios estudiantiles parisinos tenían su espacio, sí, pero no eran noticia, no al menos para un acontecimiento que pasaría a la historia como uno de los más significativos de la segunda mitad del siglo XX. En todo caso, la Bolivia del 68 no solo había vivido su propio "mayo" cuatro años antes, en vísperas del derrocamiento de Víctor Paz Estensoro, sino que había aportado a las protestas callejeras de Francia, Alemania, México y Argentina uno de sus íconos, el rostro del "Guerrillero heroico", Ernesto Che Guevara, ejecutado seis meses antes en una aldea del sudeste boliviano.

La atención de la prensa boliviana de esos días estaba centrada en temas más superficiales. El conjunto folklórico argentino Los de Salta, muy popular en aquella época, cosechaba aplausos en el Cine 16 de Julio; el entonces joven cantante brasileño Roberto Carlos contraía matrimonio en Santa Cruz con Leonice Rossi, una "esbelta rubia de cabellos largos y 25 años, divorciada de un millonario brasileño", según la descripción de los diarios paceños, y el realizador Jorge Ruiz estrenaba Mina Alaska, con Hugo Roncal y Chrysta Wagner, una película que tenía como productor a Mario Mercado y como coguionista a Gonzalo Sánchez de Lozada, dos empresarios mineros que no vislumbraban la política en su horizonte de vida.

En su discurso del 31 de diciembre de 1967, el general Charles De Gaulle saludó el advenimiento del nuevo año sin imaginar lo que le auguraba no solo a Francia, sino al mundo entero. Como diría años después el filósofo español Fernando Savater, 1968 venía cargado de "una sobredosis de acontecimientos casi mágicos, aunque algunos de magia blanca —ilusionismo, más bien— y otros de magia negra".

Un mes antes de la ocupación policial de las instalaciones de La Sorbona fue asesinado el líder de los derechos civiles de Estados Unidos, Martin Luther King, en Memphis, y una semana después de que las tropas del Ejército impusieran el orden en las calles de París, fue abatido a balazos en Los Ángeles el senador Robert Kennedy. La guerra de Vietnam imponía un récord tras otro de bajas norteamericanas en los arrozales del sudeste asiático, la Praga comunista vivía una "primavera democrática", poco después aplastada por los tanques soviéticos, y los tripulantes del Apolo 8 se preparaban para ver el lado oculto de la Luna en la primera misión tripulada fuera de la órbita terrestre.

Como ocurrió en París durante la rebelión juvenil de mayo de 1968, las principales ciudades y los centros mineros de Bolivia ardieron cuatro años antes, a mediados de 1964, cuando trabajadores y universitarios, en una insólita coalición que agrupó a la oposición de izquierda y derecha, salieron a las calles para protestar contra la reelección de Paz Estenssoro y el creciente autoritarismo del régimen movimientista. No era lo que se proponía, pero la insurrección obrero-estudiantil no solo puso fin al doble sexenio de la Revolución Nacional (1952-64), sino que abrió la puerta a varios gobiernos militares (1964-82) del siglo pasado.

Tres años después, con varias masacres mineras de por medio, la Bolivia sesentera vivió el alzamiento guerrillero de Ñancahuazú, una aventura que terminó con el "martirologio" del "Cristo de La Higuera", cuyo rostro —gracias a las fotografías del boliviano Freddy Alborta y del cubano Alfredo Díaz (Korda) -ilustraría muchas de las pancartas que exhibieron medio año después los manifestantes de París, de la plaza mexicana de Tlatelolco y del Cordobazo de Argentina.

Las imágenes de la ocupación estudiantil de la Sorbona, rodeada de soldados, resultarían familiares para los bolivianos, casi calcadas de las que había mostrado la prensa paceña de la Universidad Mayor de San Andrés, igualmente sitiada por tropas militares, durante la represión de octubre de 1964. "¡Quemen París!", había ordenado Hitler en 1944, como se veía en la película de Clément, para evitar la liberación de Francia ante el avance de los aliados. Ni Paz Estenssoro ni su colega francés, Charles de Gaulle, llegaron a tanto, pero sí ordenaron "aplastar al comunismo", el gran enemigo de la Guerra Fría, que a su juicio era el responsable de la agitación en las calles.

De Gaulle dispuso el 30 de mayo el despliegue de tropas y tanques del Ejército para "evitar la guerra civil". Paz Estenssoro había dicho y hecho lo mismo, pero fue más allá al dejar la acción represiva en manos del siniestro coronel Claudio San Román, jefe de la policía política. "He servido en seis países, y los últimos días del régimen de Paz Estenssoro fueron los más represivos que jamás he visto. Claudio San Román, con quien trabajé a diario, fue el latinoamericano más brutal que he conocido", admitiría años después el entonces jefe de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en Bolivia, Larry Sternfield, en un testimonio recogido por el historiador inglés Thomas C. Field Jr. en su libro Minas, balas y gringos (2016).

Las universitarios y obreros bolivianos salieron inicialmente a las calles para rechazar la reelección de Paz Estenssoro y los planes de "racionalización" —despidos y reducción de salarios— en las minas nacionalizadas en virtual quiebra, y terminaron demandando "¡todo el poder para la clase obrera!"; en París, cuatro años después, lo que empezó como una acción rutinaria de la policía para desalojar a unos 300 estudiantes que ocupaban la Sorbona en protesta por el cierre de la universidad vecina de Nanterre, acabó en una rebelión en toda regla contra el orden establecido.

"Seamos realistas, pidamos lo imposible", habían proclamado los manifestantes parisinos. Lo hicieron, pero no lograron llevar "la imaginación al poder" como querían. Tampoco los bolivianos pudieron hacer realidad el viejo sueño de la revolución proletaria y la toma del Palacio Quemado por los trabajadores, aunque lo conseguirían parcial y momentáneamente tres años después con la instalación de la Asamblea Popular, el llamado "soviet boliviano".

Alguien ha dicho que Bolivia es un "país laboratorio" político y social, "precursor" de procesos que se han replicado posteriormente en otras latitudes, como la revolución armada de abril de 1952, previa a la cubana; los golpes militares de la década de los 60, con la aplicación de la llamada "Doctrina de seguridad nacional", y la posterior reconquista de la democracia. No sería correcto decir que el 68 francés fue una réplica del 64/65 de Bolivia, pero no deja de ser curioso el paralelismo entre las demandas democráticas de ambos movimientos, los justificativos del poder para reprimirlos y las consecuencias históricas de ambas movilizaciones.

 

2. "La barricada cierra la calle, pero abre el camino"

La entrada de la policía en la Sorbona el 3 de mayo de 1968 para desalojar a los estudiantes que se manifestaban contra el cierre de la universidad de Nanterre, ubicada en las afueras de París, fue la chispa que prendió la hoguera, que se prolongó durante cuatro semanas, hasta el 30 de mayo. Los alumnos de la Facultad de Letras de Nanterre, dirigidos por Daniel Cohn-Bendit, conocido como "Dany el Rojo", que años después encabezaría el movimiento ecologista de su país, solo pretendían la modificación de unas reformas universitarias aprobadas un año antes, que no satisfacían a nadie.

Los descontentos de Nanterre lanzaron en una asamblea un programa de reformas educativas y exigencias políticas radicales, que de inmediato fue adoptado por sus compañeros de París. Las manifestaciones se multiplicaron, las calles del centro parisino se llenaron de barricadas y en la noche del 10 de mayo la policía ejecutó un asalto masivo para intentar recuperar el control de la zona. El operativo dejó un saldo de cientos de heridos. En respuesta, los mayores sindicatos del país convocaron a una primera huelga general, para el 13, que se cumplió de manera desigual, y una segunda, para el 17, que sí paralizó al país. La prensa dijo que a la marcha del 10 de mayo acudió un millón de franceses.

Sin embargo, no fue únicamente la represión que siguió a la protesta de Nanterre lo que encendió París. Las huelgas y las manifestaciones del "Mayo francés" coincidieron con diversos factores, como el descontento de los trabajadores por su marginación del boom económico de los sesenta, el creciente desempleo y el desencanto juvenil ante un horizonte sin futuro laboral, que actuaron como caldo de cultivo.

En el plano internacional, el mundo vivía un momento de convulsión por la Guerra del Vietnam, la lucha por los derechos civiles y políticos de las minorías, los vientos de democratización en la Europa del Este y la emergencia de los países del Tercer Mundo, ahogados en la pobreza. En América Latina, el triunfo de la revolución cubana alentaba a las corrientes de izquierda radical que postulaban la lucha armada para la conquista del poder.

Todo un polvorín político, económico y social que no tardó en estallar en diversas regiones del mundo y que unió a las más diversas corrientes ideológicas, desde los marxistas, trotskistas y maoístas, hasta los castristas y socialistas de todos los colores, pasando por los antiimperialistas y anticapitalistas de última hora. Las protestas se extendieron rápidamente a la República Federal Alemana, Checoslovaquia, Italia, Suiza y España, en Europa; y a México, Argentina, Uruguay y Estados Unidos, en América.

El "Mayo francés" tuvo su paralelismo en Estados Unidos, con los movimientos contraculturales beatnik y hippie, que postulaban la vida comunitaria y criticaban a la sociedad de consumo, y el activismo a favor de los derechos civiles, cuyo líder, Martin Luther King, fue asesinado el 4 de abril de ese año. La "Primavera de Praga", un respiro democrático a partir del triunfo de Alexander Dubcek, el 5 de enero, hizo temblar al bloque socialista, aunque el intento de instaurar un "socialismo con rostro humano" terminó con la invasión de los tanques soviéticos, el 20 de agosto.

Paralelamente, como si nada ocurriera, desde el 10 de mayo, delegados de Estados Unidos y Vietnam del Norte celebraban conversaciones en París para poner fin a la guerra que desangraba al sudeste asiático. El gobierno anticomunista de Vietnam del Sur había lanzado ese año un millón de efectivos para contrarrestar las ofensivas guerrilleras del Norte, mientras los gigantes bombarderos estadounidenses B52 entraban en acción para contener a las fuerzas de Hanoi.

La ofensiva del Tet (año nuevo lunar), lanzada en enero por las fuerzas de liberación en todo el territorio sudvietnamita, incluida la capital, Saigón, fue el primer presagio de la victoria comunista, en tanto que la masacre de My Lai, perpetrada el 16 de marzo por las tropas estadounidenses, provocó el repudió de la opinión pública mundial y restó legitimidad a la causa de Washington. En la primera semana de mayo se registró la cifra récord de 562 soldados norteamericanos muertos en siete días. La indignación mundial por la guerra de Vietnam fue el catalizador de muchas de las protestas en América y Europa, donde los manifestantes gritaban consignas contra el imperialismo yanqui y agitaban banderas del Frente de Liberación de Vietnam.

En América Latina, los estudiantes mexicanos protagonizaron ese mismo año la movilización más grande contra el sistema autoritario de partido único y en demanda de libertades democráticas, que terminó ahogada en sangre con la masacre de Tlatelolco, el 2 de octubre, en vísperas de la inauguración de los Juegos Olímpicos. Lo mismo ocurriría un año después, el 29 y 30 de mayo, con el Cordobazo de Argentina

Eran los años de las utopías, tiempos reivindicativos, con movimientos que cuestionaban el estilo de vida, la sociedad de consumo y el orden internacional surgido de la Segunda Guerra Mundial, un activismo que se reflejaba no solo en las calles, sino en la música, con Joan Baez, los Beatles, los Rolling Stones y Bob Dylan. La píldora anticonceptiva desencadenó la revolución sexual y hasta la Iglesia salió de su encierro secular con el Aggiornamento ("actualización") del Concilio Vaticano II (1962-65) y la reivindicación de la "opción preferencial por los pobres" en la Conferencia Episcopal Latinoamericana (Celam) de Medellín (1968).

Eran tiempos de desafío abierto a la jerarquía y a la autoridad. "La insolencia es una de las mayores armas revolucionarias", era uno de los grafitis que pintaron los jóvenes en la Sorbona. Daniel Cohn-Bendit, por entonces alumno regular de Sociología, lo dijo a su manera cuando el rector de Nanterre le preguntó cómo usaba su tiempo: "Hago el amor, algo de lo que usted es incapaz", le respondió.

El movimiento estaba influenciado por filósofos y autores de la talla de Wilhelm Reich, quien postulaba en un manifiesto La revolución sexual, una de las consignas estudiantiles; Herbert Marcuse, con El hombre unidimensional; Guy Debord, con La sociedad del espectáculo; Jean Paul Sartre, exponente del existencialismo de moda y del "marxismo humanista", y, finalmente, Louis Althusser, el filósofo marxista maoísta de la Escuela Normal Superior, probablemente el de mayor influencia, no solo en la juventud, sino en los medios académicos de izquierda.

De Gaulle afirmó en plena convulsión que Francia estaba "amenazada por una dictadura", que fuerzas izquierdistas trataban de imponer un poder, que él definió como "el poder de un conquistador, vale decir del comunismo totalitario", y amenazó con "recurrir a otros medios distintos al voto inmediato de la nación", en alusión al artículo 16 de la Constitución que otorga poderes cuasi dictatoriales al Jefe de Estado.

Ardía París, con decenas de heridos en los hospitales, la vida paralizada por la ola de huelgas y pérdidas materiales estimadas en 1.000 millones de dólares semanales.

 

3. Mayo en Bolivia

La rebelión parisina saltó a la primera plana de la prensa boliviana muy tarde, a fines de mayo, cuando la sangre ya había llegado al río. "París vivió una noche de pesadilla", "Despliegue militar para evitar la guerra civil", "De Gaulle no renunciará", "De Gaulle dispuesto a luchar contra el comunismo", eran algunos de los titulares que ofrecían los diarios paceños. Los reportajes daban cuenta de la acción de jóvenes enfurecidos que libraban fieros combates con la policía y prendían fuego a comisarías y edificios públicos, en medio del ulular de las sirenas de las ambulancias y el traqueteo de las orugas de los tanques y carros de asalto sobre los adoquines.

Nada decían, sin embargo, de los movimientos que se cocinaban a fuego lento en el resto del mundo, como la noche de Tlatelolco y el Cordobazo, ni tampoco, por supuesto, de los que palpitaban en el rescoldo de Ñancahuazú: la toma del poder por una corriente militar de izquierda, respaldada por intelectuales "progresistas", y la guerrilla de Teoponte, alentada y protagonizada por una pléyade de dirigentes universitarios.

Bolivia vivía en 1968 los coletazos de la guerrilla, con los organismos de seguridad tratando de liquidar los saldos de las estructuras urbanas rebeldes. El 16 de febrero, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) asestó un duro golpe a las fuerzas contrainsurgentes al evacuar sanos y salvos hacia Chile a los cubanos sobrevivientes de Ñancahuazú, Harry Villegas Tamayo (Pombo), Leonardo Tamayo Núñez (Urbano) y Dariel Alarcón Ramírez (Benigno), quienes lograron burlar el cerco militar tendido en torno a La Higuera, junto a los bolivianos Guido Inti Peredo y David Adriázola Veizaga (Darío). No solo eso. El 19 de julio de ese mismo año, el Inti emitió su proclama "¡Volveremos a las montañas!", en la que anunciaba la inminente reanudación de la guerra.

Policías y militares buscaban afanosamente a los dos únicos sobrevivientes bolivianos de la guerrilla, Inti y Darío, a quienes dieron muerte un año después, el 9 de septiembre y el 31 de diciembre, respectivamente, en La Paz. Sin embargo, no lograron impedir la entrega del diario del Che a Cuba. Fidel Castro lo publicó el 1 de julio de 1968, mientras el gobierno de René Barrientos Ortuño negociaba la venta del documento con diversas editoriales de Estados Unidos y Europa. Ocho días después de su difusión en La Habana, lo publicó el diario Presencia de La Paz con una edición récord para la prensa boliviana.

El ministro del Interior de entonces, Antonio Arguedas Mendieta, responsable de la entrega del diario y las manos del Che a Cuba, se fugó a Chile el 18 de julio de ese mismo año. Recién entonces se supo que era un agente doble: tenía militancia comunista y al mismo tiempo trabajaba para la Agencia Central de Inteligencia (CIA).

La represión política y militar no impidió al ELN reorganizarse bajo el liderazgo del menor de los hermanos Peredo, Osvaldo (Chato), y abrir el "foco" guerrillero en Teoponte, el 18 de julio de 1970, durante el gobierno "progresista" del general Alfredo Ovando Candia. "¡Volvimos a las montañas!", proclamaron los rebeldes, pero la nueva aventura terminó peor que la primera. A los cuatro meses, la mayoría de los 75 combatientes, jóvenes universitarios sin experiencia militar, habían muerto por hambre o aniquilados por los militares.

Casi todos provenían de las filas del cristianismo radicalizado, surgido de la Conferencia Episcopal de Medellín (1968) y alimentado por la naciente Teología de la liberación, una corriente teológica eminentemente latinoamericana que postulaba la "opción preferencial por los pobres". Entre sus principales exponentes figuraban varios teólogos de peso, como el peruano Gustavo Gutiérrez, el brasileño Leonardo Boff y el jesuita uruguayo Juan Luis Segundo; obispos radicalizados, como los brasileños Hélder Cámara y Pedro Casaldáliga y los mexicanos Samuel Ruiz y Sergio Méndez Arceo, y sacerdotes que pasaron de la teoría a la práctica, como el cura guerrillero colombiano Camilo Torres, muerto en combate con el Ejército (1966).

"El prójimo no es solo el hombre tomado individualmente (...) Es el hombre ubicado en sus coordenadas económicas, sociales, culturales, raciales. Es, igualmente, la clase social explotada, el pueblo dominado, la raza marginada. Las masas son también nuestro prójimo", había escrito Gustavo Gutiérrez. Hélder Cámara diría a su vez: "Debo, siguiendo el ejemplo de Cristo, observar un amor especial por los pobres. La miseria es escandalosa, envilecedora; daña la imagen de Dios que hay en cada hombre. La escandalosa miseria debe, ciertamente, ser atendida de manera inmediata. Pero para atacar las raíces del mal hay que romper el círculo vicioso de la falta de desarrollo y de la miseria que se engendran una a otra".

Los curas progresistas bolivianos pertenecían al movimiento Iglesia y Sociedad en América Latina (ISAL), afiliado al Consejo Mundial de Iglesias, que surgió en 1961 con el objetivo de desarrollar la reflexión teológica sobre la acción cristiana en su contexto histórico y social, desde la perspectiva de la Teología de la Liberación, e impulsar el diálogo entre marxistas y cristianos. ISAL nació dos años después del triunfo de la revolución cubana y se desarrolló en pleno auge de la izquierda revolucionaria. De hecho, los intelectuales de ISAL fueron los primeros teólogos de la liberación, con amplia influencia en la Iglesia del continente. Muchos de ellos fueron perseguidos por las dictaduras militares de los 70 y 80.

La filial boliviana tuvo entre sus principales protagonistas a los jesuitas José Prats, Pedro Negre, Federico Aguiló y Luis Espinal, los oblatos Mauricio Lefebvre y Gregorio Iriarte y el pastor metodista Aníbal Guzmán, entre otros. Lefebvre fue asesinado durante el golpe del 21 de agosto de 1971, otros fueron apresados y el resto salió al exilio. ISAL promovió la reflexión teológica sobre el fracaso de Ñancahuazú, la emergencia de Teoponte (el teólogo Hugo Assman es autor del primer libro sobre el tema), la movilización popular que llevó al general Juan José Torres al poder y la experiencia de la Asamblea Popular. Tuvo una gran influencia en amplios sectores de la nueva izquierda boliviana, como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y el Partido Socialista.

 

4. "¡Todo el poder para la clase obrera!"

La consigna parisina de Mayo del 68, "¡Todo el poder a la clase obrera!", sonó en las calles paceñas y los distritos mineros bolivianos cuatro años antes, cuando estudiantes y trabajadores decidieron que no solo deberían exigir la renuncia del presidente Víctor Paz Estenssoro, quien había modificado la Constitución para poder ser reelegido para un tercer mandato, sino elevar la reivindicación democrática a la lucha abierta por el poder. El general Barrientos Ortuño, agazapado en la Vicepresidencia de la República, alentaba la rebelión contra su jefe, mientras le prometía lealtad eterna, en una acción que logró reunir a la oposición de izquierda y derecha.

Paz Estenssoro ganó las elecciones del 31 de mayo de 1964 con fraude mayúsculo y el boicot y la abstención de siete partidos de la oposición. Para entonces, los mineros, que luchaban contra la aplicación del Plan Triangular porque preveía despidos masivos y reducción de salarios en la Corporación Minera de Bolivia (Comibol), habían declarado a sus distritos "territorios libres", con los sindicatos como única autoridad.

La Federación de Trabajadores Mineros, dominada por comunistas, trotskistas y lechinistas (partidarios de Juan Lechín Oquendo), convocó a una huelga general el 30 de mayo. Más de 8.000 trabajadores de las minas marcharon sobre Oruro en protesta por la reelección de Paz Estenssoro y los universitarios levantaron barricadas en la sede del gobierno al grito de "¡Muera el imperialismo yanqui!" por su apoyo al gobierno del MNR. El día de las elecciones, los pobladores de Catavi, Siglo XX y otros distritos quemaron boletas y golpearon a funcionarios electorales que pretendían abrir los colegios electores.

Paralelamente, la derechista Falange Socialista Boliviana (FSB) abrió un curioso foco guerrillero en Alto Paraguá, con Carlos Valverde Barbery y Luis Mayser Ardaya como líderes. El gobierno tildó al movimiento de "comunista" y el propio embajador estadounidense, Douglas Henderson, llegó a afirmar en un documento oficial que Valverde era "miembro del Partido Comunista" y que "supuestamente (fue) entrenado en Cuba". En la única acción armada, los falangistas tomaron el pueblo de San Ramón al grito de "¡Viva la FSB!" y "¡Muera el MNR!", ocasionando un muerto y cinco heridos al contingente policial que estaba en su persecución.

Años después se supo que en el operativo resultó herido el asesor de seguridad de USAID, Jacob Jackson, quien acompañaba a los policías. Jackson, que quedó paralítico a raíz de una herida en la columna, dijo en su informe a Washington, citado por el historiador Field, que "la disciplina de los atacantes fue impresionante, al igual que su capacidad para atacar y correr y hacer uso del terreno local para su ventaja". La guerrilla falangista se disolvió cuando entró en acción la Fuerza Aérea, que bombardeó la hacienda de Mayser, y la Quinta División de Ejército, al mando de un coronel hasta entonces poco conocido, Hugo Bánzer Suárez.

Valverde y Mayser no pretendían -ni podían- derrotar a las tropas militares, pero sí alentar la sublevación de los oficiales jóvenes en contra de Paz Estenssoro. La izquierda, en cambio, buscaba la insurrección de las masas y el derrocamiento de un gobierno fuertemente apoyado por Estados Unidos que lo tenía como paradigma de su proyecto desarrollista de la Alianza para el Progreso.

Cediendo a la presión de Estados Unidos, el Gobierno boliviano rompió relaciones con Cuba el 13 de agosto de 1964. Paz Estenssoro se había resistido hasta entonces con el argumento de que la ruptura tendría graves repercusiones para la estabilidad de su régimen al empujar a la izquierda a una oposición mucho más radical que la que mantenía hasta entones, porque supondría el final del tácito y precario modus vivendi que tenía con el Partido Comunista gracias a la política de "coexistencia pacífica" que sostenía Moscú a nivel mundial.

Pero Paz Estenssoro no tenía de otra, puesto que Estados Unidos era su único sostén. En 1964 Bolivia era el segundo receptor per cápita de la ayuda estadounidense en el mundo y el primero de la Alianza para el Progreso, cuyo aporte suponía el 20 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB). El entonces secretario privado del mandatario, Carlos Serrate Reich, admitió años después que la ruptura con Cuba fue una "catástrofe" para Paz Estenssoro. Hizo que la insurrección fuera imparable.

A mediados de septiembre, agentes de San Román apresaron a más de 60 líderes sindicales y políticos de la oposición, incluido el ex presidente Hernán Siles Zuazo, quienes fueron expulsados al Paraguay. Una semana después, Paz Estenssoro decretó su quinto y último estado de sitio, incluida la censura de prensa, para controlar la insurrección, en medio de una ola de huelgas y paros sectoriales. La agitación se prolongó durante todo el mes de octubre, con graves disturbios en los centros mineros y en varias ciudades del país. La prensa informó de "batallas campales" en Oruro y La Paz y dio cuenta de una "masacre" en Sora Sora, cerca de Oruro. Para entonces, el movimiento insurreccional ya había conseguido sus primeros "mártires".

"La insurrección contra el MNR se desarrolló independientemente de cualquier influencia extranjera. Por el contrario, fue una reacción contra la intervención de Estados Unidos, con la izquierda y la derecha desplegando la bandera del antiimperialismo", escribió el historiador Thomas C. Field Jr. Un dirigente comunista de Siglo XX, Rosendo Osorio, declaró a Field que los trotskistas, muy bien armados, "querían tomar el poder ya", en tanto que un miembro del Partido Obrero Revolucionario (POR), Benigno Bastos, confirmó que "el objetivo era tomar el poder".

Las manifestaciones callejeras dejaron una treintena de muertos, decenas de heridas y cientos de detenidos y exiliados. Seis días antes del golpe, el 29 de octubre, los universitarios de San Andrés tomaron el monoblock, desde donde hostigaban a las tropas del Ejército con cartuchos de dinamita y disparos de armas de fuego.

Paz Estenssoro pidió al padre José Gramunt, director de Radio Fides, y al obispo Andrés Kennedy, capellán de las Fuerzas Armadas, de nacionalidad estadounidense, que le ayudaran a pactar una tregua. Los militares tenían rodeado el edificio. Gramunt exigió al comandante de las tropas que ordenara el cese del fuego como condición previa para establecer la negociación, y logró entrar corriendo al vestíbulo del edificio, que mientras tanto había sido ocupado por milicianos movimientistas.

"En medio de la confusión, pude establecer contacto con los universitarios, a los que pedimos que dejaran salir a las mujeres. Aceptaron. Pero al llegar a las últimas gradas, los milicianos formaron un ’callejón negro'. Cada mujer que pasaba por ese tubo humano era objeto de golpes y vejaciones. De hecho, tuve que sacar a varias mujeres, cargándolas sobre mis espaldas. Mientras tanto, seguían las detonaciones. Cuando acabó ese extraño momento, tomé el primer teléfono que encontré y transmití a Fides la primera crónica de guerra de mi vida", recordaría Gramunt años más tarde.

No era una guerra, pero casi. La revuelta universitaria cerró el círculo insurreccional que empezó un año antes en los centros mineros, con la masacre de Irupata y la toma de cuatro funcionarios de la cooperación estadounidense como rehenes en represalia por la detención de los dirigentes mineros Irineo Pimentel Rojas y Federico Escobar Zapata, y en los centros urbanos, con los fabriles y estudiantes en pie de lucha. El Gobierno contó con el desembozado apoyo de Estados Unidos, en armas y logística, para reprimir las protestas.

Tras la caída de Paz Estenssoro, ese mismo 4 de noviembre, una multitud intentó introducir a Juan Lechín Oquendo a la casa de gobierno al grito de "¡Lechín al Palacio!", en la creencia de que la victoria era suya. Pero no. El poder no era para los obreros, sino para los militares. Un desconocido capitán de nombre Luis García Meza, quien se encontraba al mando de los cadetes del Colegio Militar que habían tomado la Plaza Murillo, ordenó abrir fuego contra los manifestantes, dando muerte a tres de ellos. En la confusión, Lechín perdió uno de sus zapatos.

Los manifestantes se dieron ese día a la tarea de saquear las casas de los líderes movimientistas y vaciar las cárceles de prisioneros políticos, aunque no siempre llegaron a tiempo para liberar a los detenidos. Según un testimonio del jefe de la CIA en Bolivia, Larry Sternfield, al menos media docena de prisioneros del Control Político fueron asesinados por agentes del régimen horas antes de la caída. "Era la cosa más sangrienta que vi en mi vida (...). Piel, sangre, brazos, piernas. Sangre en las paredes. Sentía náuseas", declaró al recordar la visita que hizo a los centros de tortura del coronel San Román, quien, para Sternfiel, era un "nazi". La caída de Paz Estenssoro, el 4 de noviembre de 1964, marcó el fin de un ciclo, el de la Revolución Nacional, y el inicio de otro, el del militarismo.

Barrientos no dio cabida a ninguno de los partidos y sectores que posibilitaron su acceso al poder. Gobernó dictatorialmente hasta 1966, año en que fue elegido presidente constitucional, apoyado por el denominado Frente de la Revolución Boliviana (FRB), una coalición de fuerzas de centro y de derecha que respaldaban su proyecto político, denominado "Revolución restauradora". Limitó drásticamente las libertades y derechos de los ciudadanos mediante una dura ley de seguridad del Estado, reprimió toda protesta opositora y aniquiló a la guerrilla del Che Guevara.

En mayo de 1965, a raíz de una huelga general decretada por la COB, Barrientos ordenó la ocupación de los distritos mineros y el bombardeo de Milluni, acción represiva que se repetiría cuatro meses después en Catavi y Siglo XX. Dos años más tarde, en 1967, en plena campaña guerrillera, se produjo la masacre de San Juan, con decenas de muertos y heridos.

 

5. "La vida está en otra parte"

Como los jóvenes parisinos, los estudiantes y trabajadores bolivianos pensaban en mayo de 1968 que la vida estaba en otra parte. Impactados por la guerrilla de Ñancahuazú, la crema y nata de la dirección universitaria, con Néstor Paz Zamora, los hermanos Quiroga Bonadona, Raúl Ibargüen, Horacio Rueda Peña, José Arce y Juan José Saavedra, entre otros, hacían planes para seguir las huellas del Che Guevara. Pero no solo ellos. Un grupo de destacados intelectuales de izquierda, integrado por Marcelo Quiroga Santa Cruz, Alberto Bailey Gutiérrez, José Ortiz Mercado, José Luis Roca y Mariano Baptista Gumucio, igualmente permeados por los vientos de cambio, conspiraba con un puñado de generales para abrir un "proceso revolucionario" que llevaría a Bolivia por derroteros desconocidos.

El golpe del 26 de septiembre de 1969 que encumbró al general Alfredo Ovando Candia, no solo abrió la puerta a la nacionalización del petróleo, sino que enfiló al país por un proceso inédito. Si los universitarios parisinos postulaban que "la acción no debe ser una reacción sino una creación", los obreros y estudiantes bolivianos lograron transformar un golpe derechista contra Ovando Candia en una insurrección popular que comenzó llevando a un general de izquierda -Juan José Torres- al poder y terminó instaurando una Asamblea Popular, el parlamento proletario conocido como el "sóviet boliviano", un sueño que la izquierda francesa no pudo hacer realidad ("¡Todo el poder a los soviets libres!").

El escritor, poeta y ensayista André Breton, citado en los grafitis de la Sorbona, afirmó años antes del estallido parisino, que la "luz creadora" de las revueltas populares "solo puede tomar tres caminos: la poesía, la libertad y el amor". Y así fue en el caso de "Mayo del 68", con su arsenal de consignas cargadas de romanticismo. El largo mayo boliviano, en cambio, con muchos de los logros revolucionarios de la "democracia directa" que postulaban los franceses, terminó ahogado en sangre.

Pasó lo mismo con otros "mayos" latinoamericanos, como el mexicano de Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968, y el Cordobazo argentino, del 29 y 30 de mayo de 1969, que terminaron en sendas masacres. La periodista italiana Oriana Fallaci, quien visitó Bolivia en 1970 para escribir una historia sobre la entrega del diario y las manos del Che Guevara a Cuba, recordaba con indignación la matanza de Tlatelolco, donde fue herida de tres balazos por las tropas del Ejército mexicano y estuvo a punto de morir desangrada. "Fue una salvajada de los militares, peor de todo lo que he visto y vivido en la guerra de Vietnam", me dijo en La Paz al evocar el suceso.

Enviada por la revista L'Europeo para cubrir las manifestaciones, la periodista se encontraba en el tercer piso del edificio Chihuahua, aledaño a la Plaza de las Tres Culturas, donde se había apostado para cubrir la concentración, cuando se produjo la represión. Empapada en su propia sangre, después de 45 minutos fue transportada a la morgue en calidad de difunta, donde su cuerpo fue apilado junto con otros. Más tarde fue rescatada y trasladada al Hospital Francés, donde fue intervenida quirúrgicamente.

"Yo estaba tirada boca abajo en el suelo y cuando quise cubrir mi cabeza con mi bolsa para protegerme de las esquirlas, un policía apuntó el cañón de su pistola a unos centímetros de mi cabeza: ¡No se mueva! Yo veía las balas incrustarse en el piso de la terraza a mi alrededor. También vi cómo la policía arrastraba de los cabellos a estudiantes y a jóvenes y los arrestaban. Vi a muchos heridos, mucha sangre, hasta que me hirieron a mí y permanecí tirada en un charco de mi propia sangre durante cuarenta y cinco minutos", relató cuando se repuso.

El gobierno mexicano, presidido por Gustavo Díaz Ordaz (1964-70), informó de 30 muertos y 70 heridos, pero según testimonios diversos nunca confirmados, el número de víctimas fatales superó los 200. Los universitarios mexicanos, a través del Comité Nacional de Huelga (CNH), reclamaban mayores libertades políticas y civiles.

Otro tanto ocurrió con la insurrección popular que sacudió a la ciudad argentina de Córdoba, el llamado Cordobazo, en demanda de libertades políticas y civiles, liderada por los dirigentes obreros Elpidio Torres, Atilio López y Agustín Tosco. El movimiento fue el principio del fin de la dictadura militar de Juan Carlos Onganía y el punto de partida de un proceso de radicalización que habría de prohijar el posterior nacimiento de diversos grupos guerrilleros.

José Chingo Baldivia Urdininea, quien ejerció el periodismo en Radio Fides a principios de la década de los 60, estudiaba en Córdoba cuando se produjo el Cordobazo. Como dirigente estudiantil de la Facultad de Economía y protagonista de esos tiempos de radicalización, sufrió cuatro meses de cárcel y salió expulsado de Argentina. "Fue mi bautizo de fuego", afirmó al recordar su activismo de esos días. A su retorno a Bolivia, a fines de 1969, se incorporó al ELN y recibió entrenamiento militar en Cuba para abrir un nuevo foco guerrillero en Bolivia, aunque después renunció a la lucha armada y se convirtió en un activo militante de la democratización del país.

Ñancahuazú legó al Mayo del 68, no solo al de París, sino al de Tlatelolco, al Cordobazo y a otros movimientos estudiantiles del mundo, uno de sus iconos: el retrato del Che Guevara, el del Guerrillero heroico, de Alberto Díaz (Korda), y el del Che yacente, de Freddy Alborta, que ilustró las pancartas de las manifestaciones de protesta. La foto de Korda fue conocida después de la muerte de Guevara, cuando el editor italiano Giangiacomo Feltrinelli adquirió los derechos para la publicación de El Diario del Che en Bolivia y utilizó la imagen en un cartel que vendió más de dos millones de copias en seis meses.

Korda tomó la foto cuando cubría el acto de despedida al centenar de víctimas de la explosión de "La Coubre", un barco llegado desde Bélgica a La Habana con armas y municiones para el régimen de Fidel Castro. La imagen lo muestra en un primer plano, con la boina militar y la mirada perdida en el horizonte. Korda dijo que le impresionó su mirada, de "pura ira por las muertes ocurridas el día anterior", y que la tomó en "un instante de suerte". Se la considera como el icono gráfico más reproducido del siglo XX. "El Che aparece como el icono revolucionario sin par, con una mirada desafiante que escruta el futuro; su rostro es la encarnación viril de la indignación ante la injusticia social", escribió Jon Lee Anderson en su biografía del guerrillero.

La foto de Freddy Alborta fue tomada el 10 de octubre de 1967, cuando los militares bolivianos mostraron el cadáver para dar testimonio público de la muerte del Che. Los restos fueron exhibidos sobre la pileta de cemento de la lavandería del hospital San Juan de Malta de Vallegrande.

El escritor y crítico de arte inglés John Berger fue el primero en señalar la semejanza formal de la foto con La lección de anatomía, la pintura de Rembrandt (1632), por la similitud en la disposición del cadáver y el número, ubicación y expresión de los hombres que lo rodean. Otros, como Umberto Eco y Susan Sontag, la compararon con el Cristo muerto, de Andrea Mantegna (1490).

"Mayo del 68, guerra de Vietnam, radicalización, opciones, definición de lo que solemnemente llamábamos el 'revisionismo soviético', presencia teórica de Louis Althusser y abrazo de la experiencia china", resumió el político y académico Cayetano Llobet al recordar su vivencia en la Europa de esos años, cuando, junto con otros "cuadros políticos" bolivianos de izquierda, entre ellos Jaime Paz Zamora, se entregaron "a la cautivante experiencia del entrenamiento militar, ¡en Albania!, en plena época de Enver Hoxha", para hacer la "guerra popular prolongada" en Bolivia, "bajo las normas del marxismo-leninismo-pensamiento MaoTse Tung ". Tano Llobet siguió el Mayo francés desde la vecina Lovaina, donde estudiaba Ciencias Políticas.

Para André Malraux, Mayo del 68 fue "una verdadera crisis de civilización". Para otros, una revolución fallida, pero que cambió la vida de toda una generación. El filósofo francés Edgar Morin dijo que "aquello fue más que una simple protesta, pero menos que una revolución". Lo mismo podría decirse de las réplicas que tuvo en todo el mundo.

 

Notas

* Periodista y ex director del periódico Página Siete. Contacto: jcsalazardelbarrio@gmail.com

 

 

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