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Revista Ciencia y Cultura
versión impresa ISSN 2077-3323
Rev Cien Cult vol.22 no.40 La Paz jun. 2018
Ideas y pensamientos
Soñadores indocumentados
Undocumented Dreamers
Alfonso Gumucio Dagron*
Resumen
Crónica personal de las protestas de mayo de 1968 y de las repercusiones culturales, artísticas y educativas que se dieron en la década posterior. El autor sostiene primeramente que una de las causas centrales fue la decadencia cultural y política de la sociedad francesa de posguerra, y a continuación describe como ese "estado de ánimo" social se tradujo en las protestas, concluyendo que pese a la final derrota política del movimiento, se debe considerar el hecho como una victoria cultural. En la segunda parte describe cómo esta victoria cultural se manifestó en la vida universitaria y la política estudiantil de los años setenta, especialmente con la aportación de la migración política latinoamericana y boliviana que huía de las dictaduras de los años setenta.
Abstract
Personal chronicle of the May 1968 revolts and their cultural, artistic and educational repercussions in the following decade. First, the author argues that one of their main causes was the cultural and political decline of postwar French society. He then describes how this social "mood" turned into the protests. His conclusion is that despite the movement's ultimate political defeat, it must be deemed a cultural victory. In the second part, he describes this cultural victory showed within university life and student politics in the seventies, especially with the contribution of the Latin American and Bolivian political migration escaping the dictatorships of the seventies.
1. Introducción
Mayo, sobre todo este año, es un mes de nostalgias. En la calles de París no veo rastros de lo que sucedió hace 50 años, pero sí una profusión de ensayos en diarios y revistas, entrevistas en la televisión, nuevos libros revisionistas, reportajes con "sobrevivientes" octogenarios y toda suerte de memorabilia. Los que lo vivieron y los que no, por igual, quieren opinar sobre el tema. Sesudos análisis políticos se despliegan sobre la "revolución estudiantil" de mayo de 1968, que para todos fue un momento de inflexión que cambió a Francia, aunque para algunos, como Regis Debray, significó la primera contrarrevolución triunfante.
Ya no hay arena debajo del adoquinado porque en las avenidas y calles del Barrio Latino donde los estudiantes armaron sus barricadas ya no hay empedrado, solo ese pavimento perfecto que homogeniza la ciudad, sobre el que se pintan las flechas, los carriles y las señales de lo que está permitido y lo que está prohibido. Es una paradoja más en esta sociedad de bienestar donde lo prohibido goza de un amplio consenso, la sociedad de la vigilancia se protege, ya pocos marchan por las grandes causas mundiales.
2. Francia se aburre
"Sous les pavés la plage" (debajo del adoquinado está la playa) era uno de los grafitis más emblemáticos de mayo de 1968, símbolo de que excavando las calles grises y sobrias de París se podría encontrar la arena, el sol y otro horizonte. Todo eso quedó en un remoto rincón de la memoria.
Y no era para menos: la sociedad francesa estaba en decadencia. Algo tan evidente que el prestigioso columnista de Le Monde Pierre Viansson-Ponté publicó el 15 de marzo de 1968 un artículo titulado "Quand la France s'ennuie" ("Cuando Francia se aburre"), donde en 12 párrafos describe a un país sumido en la apatía, el racismo, la indiferencia y la falta de solidaridad. El "francés medio" era un ciudadano mediocre que no participaba en la política, que no se interesaba en el mundo y que vivía refunfuñando sin motivo, sobre todo el parisino que tiene todavía esa peculiar forma de hablar como si protestaran de todo.
Desde su primera frase el columnista de Le Monde era elegantemente lapidario: "Lo que caracteriza actualmente nuestra vida pública es el aburrimiento". Y seguía: "Los franceses se aburren. No participan ni de cerca ni de lejos en las grandes convulsiones que sacuden al mundo. Ciertamente la guerra de
Vietnam los conmueve, pero no les llega realmente". Viansson-Ponté reprocha a los franceses su indolencia al no haber sido capaces de reunir, en más de un año, los "mil millones" de francos (20 francos por cabeza) para ayudar al país devastado por la salvaje agresión de la mayor potencia militar del mundo: Estados Unidos.
Les reprocha también haber sufrido "una pequeña fiebre" sobre el conflicto de Medio Oriente, con "reacciones viscerales" que se disiparon luego de seis días. Medio millón de muertos en Indonesia luego del golpe militar contra Sukarno, 50 mil en la cruenta guerra de Biafra (Nigeria), expulsiones masivas en Kenia o el apartheid de Sudáfrica son "moneda corriente de la información", pero no mueven al francés medio.
Nada conmueve a los franceses, nada les concierne, parece que no hubiera ya banderas de lucha en la "petite France" reducida al hexágono y anestesiada al punto que "podría morir de aburrimiento"1.
Era sin duda un texto premonitorio de la revuelta de estudiantes que estallaría seis semanas después, cuando salieron a las calles para manifestar su descontento contra esa sociedad represiva y desgastada por la mediocridad y la apatía. Los franceses, adormecidos por la televisión y satisfechos con su baguette bajo el brazo y una copa de vino tinto, no veían más allá de sus narices. Los estudiantes les abrieron los ojos y los poros.
3. Cambiar la vida
Lo que vino luego lo conocemos bien y ha sido objeto de libros, artículos y películas. Tanto la derecha en el poder como la izquierda tradicional se encontraron, de un día para otro, patidifusas y sin poder entender lo que estaba pasando. A pesar de la violencia de las manifestaciones y de la represión de los CRS (Compañía Republicana de Seguridad), solamente hubo una muerte accidental en esos días que hicieron tambalear al Gobierno, aunque, como dice la sabiduría popular, "plus ça change" (más de lo mismo).
No fue un "momento fundador" de la Francia contemporánea, tan derechizada hoy como entonces, pero me consta que cambió la vida cotidiana de una generación porque viví aquí seis años cuando todavía ese espíritu estaba fresco, y sentí que las personas habían cambiado, la vida universitaria era otra, los valores se habían recuperado, entre ellos uno muy importante: la solidaridad (y el sentido del humor, esencial).
Debido al llamado baby boom de los años anteriores a 1968, las universidades ya no daban abasto. La universidad pública y democrática hizo explosionar las aulas: medio millón de estudiantes universitarios en 1968 (contra 140 mil en 1954). Precisamente la Facultad de Nanterre se había creado en 1964 en las afueras de París para acoger el rebalse, pero el sistema educativo no había cambiado en su esencia.
Aunque mayo fue el mes clave, el movimiento comenzó antes. Podemos remontarnos incluso al 8 de enero de 1968, cuando en el campus de Nanterre un estudiante pelirrojo interpeló al Ministro de la Juventud, François Missoífe, por las "seiscientas páginas ineptas" del Libro blanco sobre la juventud que acababa de publicar el ministerio, donde se evitaba hablar de la sexualidad y otros temas importantes para los jóvenes.
El 22 de marzo, en Nanterre, ese pelirrojo Daniel Cohn-Bendit agitaba las asambleas con su filoso discurso y su carisma personal. El "anarquista alemán", según escribió despectivamente el dirigente comunista Georges Marchais en el diario de su partido, L'Humanité, se transformó en pocas semanas en uno de los líderes históricos del movimiento (hoy es miembro del Parlamento Europeo por el Partido Verde, ecologista, y mantiene muchos de sus principios).
De marzo para adelante se hizo una bola de nieve en plena primavera. Echados de Nanterre, los estudiantes revoltosos se apropiaron del corazón de París, la vieja Sorbona, y movilizaron a los estudiantes de esa universidad que era todavía el símbolo de la cultura francesa.
4. Las barricadas del Barrio Latino
Del 6 al 31 de mayo, de las barricadas a la huelga general de 8 millones de trabajadores, Vietnam, Palestina, el Che, Mao, el discurso de De Gaulle...En fin, la cronología que algunos recordamos.
Parecía que el gobierno de De Gaulle no se daba cuenta del caldo de cultivo que se aprestaba a llegar a un estado de ebullición en 1968. Todas las direcciones estudiantiles universitarias estaban en manos de la extrema izquierda trotskista, maoísta o libertaria. Hasta el Partido Comunista perdía terreno, considerado demasiado conformista por los estudiantes.
El 2 de mayo se preparaba en Nanterre una "jornada anti-imperialista" a pesar de las amenazas de ataques de grupos de extrema derecha. Para evitar confrontaciones, el rector de la universidad decidió cerrarla.
Fue al día siguiente que los dirigentes de la "Unión de estudiantes expulsados" de Nanterre ocuparon el patio de la Sorbona sin Daniel Cohn-Bendit que había sido arrestado el 27 de abril y expulsado a Alemania.
Luego de un fin de semana relativamente calmo, el lunes 6 de mayo se elevaron barricadas que la policía trató de desmontar dejando un saldo de 945 heridos (entre ellos 345 policías). Más de 400 estudiantes fueron arrestados y llevados en los vehículos que conocíamos como panier à salade por las rejillas que ostentaban.
Esos enfrentamientos no hicieron sino crecer la fuerza de los estudiantes, que al día siguiente, en número de 30 mil, desfilaron por las calles de París cantando "La Internacional". En otras ciudades el virus de la revuelta comenzó a manifestarse el 8 de mayo. Estudiantes de Nantes, Estrasburgo, Toulouse, Rennes, Lyon y otras ciudades universitarias se unieron al movimiento.
En el Barrio Latino había cerca de sesenta barricadas2 el viernes 10 de mayo, con adoquines y árboles arrancados de los parques. A las granadas lacrimógenas que crearon un ambiente de humo gris y picante, los estudiantes respondieron lanzando adoquines y cocktails Molotov. La policía, conocida como CRS, creada después de la Liberación, tenía órdenes de reprimir. Muy pronto renació el eslogan CRS=SS, que había sido utilizado desde 1948 cuando el Gobierno reprimió las huelgas de los obreros comunistas. CRS=SS equiparaba a los policías republicanos con la SS o HH (Schutzstaffel) de la ocupación alemana. El resultado de esa jornada: más de mil heridos, entre ellos 367 considerados "graves", en su mayoría policías. Ochenta vehículos fueron incendiados, los estudiantes estaban "enragés" (rabiosos), así los llamó la prensa y el Gobierno, por lo que uno de los eslóganes que surgió en esos días fue "Prensa: no tragar".
Para no sentirse al margen de un movimiento de protesta que crecía como tsunami, las organizaciones sindicales de izquierda, la CGT comunista y la CFDT convocaron a una huelga general para el lunes 13 de mayo, a pesar del anuncio del Gobierno de liberar a los estudiantes detenidos. En París desfilaron 800 mil manifestantes gritando un eslogan que aludía directamente a De Gaulle: "Diez años ya es suficiente". Ahora sí, los grandes dirigentes socialistas y comunistas mostraron las caras: Mitterand, Guy Mollet, Pierre Mendes-France, Waldeck Rochet, entre otros.
Cohn-Bendit estaba de regreso encabezando a los estudiantes junto a Alain Geismar, otra figura emblemática. En todo el país las universidades se habían sublevado y los trabajadores se unían al despertar de los estudiantes blandiendo las efigies de Marx, Lenin, Bakunin, Mao, Ho Chi Minh, Fidel Castro o el Che Guevara.
5. Una victoria cultural
Fue un movimiento a la vez violento (aunque sin muertos) y lleno de creatividad. La Escuela de Bellas Artes fue rebautizada como "Talleres populares", de donde salían carteles con frases poéticas impresas laboriosamente en serigrafía: "Prohibido prohibir", "Sean realistas, pidan lo imposible", "Prensa: no tragar", "Toda la prensa es tóxica", "La lucha continúa", "La belleza está en la calle", "Liberen los libros", "Todos somos indeseables" (en defensa de Cohn-Bendit), entre muchos otros.
Tampoco quisieron quedarse atrás los intelectuales y artistas. El 15 de mayo, en un acto simbólico, Jean-Louis Barrault abrió las puertas del Teatro del Odeón, del cual era director, y se declaró "un actor más" entre los estudiantes. Jean-Paul Sartre y otros escritores vendían en las esquinas los pasquines revolucionarios producidos artesanalmente. Allí nació el germen del diario Liberation, nacido cinco años más tarde, el 1 de enero de 1973, que poco tiene que ver hoy con las motivaciones originales y el pensamiento de Sartre. En el Festival de Cine de Cannes los cineastas se enfrentaron entre sí y Jean-Luc Godard propuso la suspensión del festival en solidaridad con los estudiantes y obreros.
Es importante esta secuencia de hechos para entender cómo los partidos políticos tradicionales de izquierda trataron de montarse sobre la ola, y cómo ellos mismos contribuyeron a desmontar el proyecto revolucionario de los estudiantes. La historia se ha repetido tantas veces después en tantos lugares del mundo...
Para el lunes 20 de mayo la huelga general reúne a más de 8 millones de trabajadores y estudiantes, lo que significa una paralización casi total del país: no hay transporte público, no funcionan los hospitales, el sistema educativo ha cerrado sus puertas, los comercios también. La basura se acumula en las calles, los medios de información dejan de transmitir noticias, salvo unos pocos.
Los discursos de De Gaulle, que ofrecen reformas pero sin reconocer la profundidad de las demandas, caen en saco roto. El longevo presidente es ridiculizado, abucheado, ignorado. Toda su estatura histórica y su papel durante la Segunda Guerra Mundial cuentan poco porque ha perdido la perspectiva de lo que Francia necesita en aquel momento. Sin embargo, detrás de bastidores el Gobierno negocia con los grandes sindicatos para poner fin a la huelga y de ese modo dejar solos a los estudiantes. Mientras los sindicalistas quieren mejoras salariales los estudiantes quieren cambiar el mundo: dos posiciones irreconciliables.
De Gaulle desaparece de París el 29 de mayo mientras Mitterrand sugiere que debe renunciar para dar paso a un gobierno provisional. Mucho después se sabrá que De Gaulle viajó a Alemania para asegurarse la fidelidad de las Fuerzas Armadas francesas estacionadas en el vecino país. Al día siguiente la derecha sale masivamente a las calles para manifestar su apoyo a De Gaulle: medio millón de personas en los Campos Elíseos mientras el Presidente anuncia la disolución de la Asamblea Nacional.
De pronto, a fines de mayo todo parece desinflarse, sobre todo a partir de las negociaciones del Gobierno con los sindicatos. En las elecciones legislativas de junio, un mes más tarde, el partido de De Gaulle afianza su posición y en general la izquierda retrocede. Es triste decirlo, pero la derecha se fortalece. De ahí la afirmación de Debray muchos años después al evocar Mayo 68.
Es fácil ahora decir que al final no pasó nada, que De Gaulle consolidó su poder, que los estudiantes ganaron una pequeña batalla pero perdieron la guerra. ¿No ha sucedido acaso lo mismo en años recientes con una serie de movimientos juveniles que parecían amenazar al poder constituido y que terminaron en nada, diluyéndose sin consecuencias políticas de largo plazo? Los indignados y los okupas de España, los "Yo Soy 132" de México y tantos otros movimientos que ofrecían destellos de esperanza, se evaporaron rápidamente.
En ese sentido, Mayo 68 no fue una llamarada de petate. Fue una derrota política pero una victoria cultural. Mayo perduró varios años en los valores y en las relaciones humanas. Mayo cambió a la juventud, la hizo más consciente de su lugar y de su responsabilidad en el mundo. Cuestionó a la familia, los valores morales y religiosos, la hipocresía de la sociedad "bien portada".
6. Vida cotidiana en tiempos de solidaridad
Tuve la suerte de empaparme poco tiempo después de esa efervescencia que hizo de Francia una sociedad diferente durante más de una década, y quizás más, porque la tolerancia, la solidaridad con las causas internacionales, o la preocupación por el medio ambiente y el planeta, no envejecieron tan rápido como la población.
Lo que viví en la Facultad de Vincennes, creada para arrinconar a los revoltosos, y lo que sentí en la vida cotidiana a principios de la década de 1970 en los jóvenes como yo, fue maravilloso: una gran avidez por meterse con el "mundo mundial", de saber todo, de leer, de hacer películas provocadoras, de escribir poesía y literatura cuestionadoras de la sociedad.
Como yo había llegado con una mano atrás y otra adelante, pequeño "daño colateral" de la dictadura de Bánzer, fui de algún modo beneficiario de esos bastiones revolucionarios que se consolidaron en universidades como la de Nanterre o la de Vincennes, toda vez que el prestigioso cascarón de la noble Sorbona estalló en 13 pedazos. En mi calidad nómada (no era formalmente estudiante ni exiliado) carecía de una visa que me permitiera inscribirme en la universidad. La burocracia de la Prefectura de Policía de París me exigía una inscripción universitaria para otorgarme un permiso de residencia como estudiante, y en la Facultad de Vincennes me exigían precisamente ese permiso temporal de residencia, que había que renovar cada seis meses, para inscribirme en la Carrera de Cinematografía.
Ese catch-22 se resolvió de una forma inesperada cuando fui al Centro de estudiantes de Vincennes y les conté mi situación. La directiva del Centro estaba dominada por trotskistas, que al escuchar que yo era boliviano comenzaron a interrogarme sobre Guillermo Lora, a quien tenían como semi-dios en el parnaso trotskista. Sin mentir ni exagerar les dije que era amigo mío, lo cual abrió las puertas y me permitió obtener un documento de inscripción en la universidad que luego allanó el camino para el permiso de residencia como estudiante.
Como había que renovarlo cada seis meses haciendo una larga fila en la Prefectura de París, en la Isla de la Cité, una de esas veces hice fila detrás de un señor muy alto que yo leía y sigo leyendo con cierta devoción: Julio Cortázar. Eran momentos en que en Argentina algunos antipáticos atacaban a Cortázar acusándolo de haber "cambiado su nacionalidad argentina" por la francesa, lo cual, me consta, no era cierto pues Julio estaba haciendo la misma fila que yo, sin privilegios a pesar de ser un escritor muy reconocido. Nunca hice una fila con tanto gusto, pues fue la primera vez que pude conversar durante cerca de dos horas con el autor de Rayuela. Luego nos vimos en otras ocasiones, pero ésta fue inolvidable.
En cuanto a Guillermo Lora, lo visité cuando llegó a París. Se alojaba en la sede de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), el partido trotskista que dirigía el carismático Alain Krivine. Para acceder a Guillermo había que pasar por varias etapas de seguridad, pues lo cuidaban como si fuera Buda en persona. Una pesada puerta de acero con una mirilla, identificación, motivo de la visita, una larga espera de 15 minutos y la puerta se abría, pero solo para toparse unos metros más adelante con otra puerta similar, aunque con menos trámites. Y al final, en un segundo piso de lo que más parecía el Panóptico de San Pedro que un alojamiento para un líder, me encontraba con Guillermo en la sencilla habitación donde lo alojaban. Siempre mantuve con él una relación cordial, quizás mejor que la que tuvo con sus conmilitones que en alguna oportunidad llegaron a expulsarlo del POR.
7. Intelectualidad comprometida
Mi primer día de clases en la Facultad de Vincennes, en el Departamento de Cine, fue para mí una dosis de ubicatex forte en ese contexto todavía cercano a Mayo 68. Entré a la clase y no sabía quién era el profesor. Me senté tímidamente en una silla y la chica que estaba detrás de mí descansó sus botas no muy limpias sobre mis hombros como si estuviera marcando su territorio. Al cabo de un tiempo, uno de los jóvenes que estaba sentado entre nosotros habló "con autoridad", es decir, con esa pedantería intelectual que caracteriza a muchos franceses hasta hoy. Ese era el profesor, según pude darme cuenta. Estaba sentado entre los demás porque estaba de moda todavía rebelarse contra "la cátedra" formal, pero a su manera hacía sentir que el poder emanaba de su conocimiento. Y era cierto: en esa materia sobre teoría cinematográfica conocí nada menos que al equipo de redacción de la prestigiosa revista Cahiers du Cinéma, agudos estudiosos de cine, tan radicales como sentían que tenían que ser en ese momento.
Algunos de ellos llegaron a ser amigos míos, como Jean Narboni o Serge Daney, sofisticados críticos que en ese periodo post-Mayo 68 estaban embarcados en una radicalización tan extrema, que la revista de cine era puro texto y teoría. Se negaban a publicar fotos de las películas por considerar que era muy burgués hacerlo. Era la época del Frente Cultural Maoísta, y la "línea" a seguir contra la burocracia de la izquierda tradicional del partido comunista era esa.
En la Facultad de Vincennes tomé clases de sociología con Michel Lowy, Nikos Poulantzas, Maria Antonietta Macciocchi y otros pensadores europeos; en Nanterre, clases de cine documental con Jean Rouch; en l'École des hautes études en sciences sociales (EHESS), que entonces quedaba en Odeón, clases de cine e historia con Marc Ferro. Me hice el programa de una educación de lujo.
El cine militante en su expresión más radicalizada estaba en boga. De origen rumano, Marin Karmitz realizó un film emblemático, Coup sur coup (1972), sobre una huelga en una empresa textil, tercero en su trilogía, precedido por Septjours ailleurs (1969) y Camarades (1970). En los años siguientes Karmitz se dedicó a la distribución de películas independientes de América Latina, de Asia y de África que se exhibían en pequeñas salas de "arte y ensayo" en el Barrio Latino. Esa labor permitió que el público francés se sensibilizara a través del cine sobre lo que sucedía en otros países y tuviera una visión más amplia de la política mundial.
Hoy Marin Karmitz es un potentado, dueño de la productora y distribuidora MK2, conjunto de salas de cine y empresas cinematográficas cuyo valor comercial supera muchos ceros. El negocio de la exhibición arroja cada año un valor aproximado de 55 millones de euros. En 2014 Karmitz declaró que ya no le interesaba seguir produciendo películas, que solamente quería seguir exhibiéndolas.
Pero volvamos a esos años inmediatamente posteriores a Mayo 68, cuando todavía era muy fuerte el deseo de "cambiar la vida" y todos nos aplicábamos a demostrarlo en la vida cotidiana.
Del momento más radical de la cultura, influenciado sin duda por la reacción anti soviética y el endiosamiento del maoísmo, se pasó a una etapa donde las grandes consignas partidistas internacionales cedieron paso al espejo de la realidad. Los vietnamitas, para empezar, demostraban su pragmatismo, más allá del discurso. Su antiimperialismo era más importante que su afiliación al bloque comunista, tal como se demostró cuando, finalmente, vencieron a la potencia que los atacaba. Y ese pragmatismo se hizo patente años después con la diplomacia de reconciliación que seguramente hizo sentirse traicionados a muchos fervientes militantes de Mayo 68.
La llegada de exiliados latinoamericanos a Francia contribuyó a cambiar esa perspectiva militante extremista en los años siguientes. El golpe de Pinochet en Chile envió a París a ilustres cineastas e intelectuales de peso. Trabé amistad con Helvio Soto y Raúl Ruiz, entre otros. El que no vivía en París resbalaba por la "ciudad luz": Miguel Littin, Pino Solanas, Octavio Getino, Marta Rodríguez, Jorge Reyes, Paulo Paranagua, Federico Weingartshofer, Mario Handler y tantos otros argentinos, peruanos, mexicanos, chilenos, uruguayos o brasileños a los que conocí en esos años.
Nuestra influencia colectiva fue positiva en el mundillo del cine militante y de la crítica cinematográfica en Francia, donde se oponían dos revistas radicales: Cahiers du Cinema y Cinethique, mientras otras mantenían opciones menos extremas: Positif, Cinema 70, etc.
Los críticos de Cinethique estaban también entre nuestros profesores en Vincennes, la facultad de los rabiosos de Mayo 68. Uno de ellos, si mal no recuerdo de apellido Dubuisson, presentó una vez como gran acontecimiento fílmico un mediometraje donde en un plano fijo de 40 minutos mostraba el sexo abierto de una mujer mientras una voz en off recitaba textos revolucionarios.
Las posiciones extremas se suavizaron con la llegada de los latinoamericanos y de películas que, sin dejar de ser militantes y comprometidas con la realidad social, pretendían además ser bellas. Julio García Espinosa y Tomás Gutiérrez Alea, cineastas cubanos que se habían formado en el Centro Sperimentale di Cinematografía de Roma, así como los pioneros del Novo Cinema Brasileiro hicieron en sus países películas donde no era un pecado la búsqueda de la belleza formal. El boliviano Jorge Sanjinés siempre afirmó que el cine militante no estaba reñido con la belleza.
Las críticas sobre las producciones del Nuevo Cine Latinoamericano devolvieron a esas revistas la flexibilidad que era necesaria para tratar los temas de cine. De hecho, un comentario que escribí junto a Marcelo Quezada sobre El enemigo principal (1973) de Jorge Sanjinés (Cahiers du Cinema N° 257, Mai-juin 1975), fue de los primeros que se publicó acompañado de fotografías.
8. Bolivianos antifascistas
En la vida cotidiana los cambios eran profundos, porque afectaban la vida íntima de los jóvenes. El amor libre era obviamente uno de los componentes, pero no el único ni el más importante. Como yo los viví, los años siguientes a Mayo 68 fueron una bocanada de aire fresco en las relaciones humanas de todos los días, y en el compromiso con las grandes causas. En la chambre de bonne de la Rue Le Verrier (cerca de la embajada de Vietnam), que me había cedido Marcelo Quezada, pasaba poco tiempo porque nos reuníamos casi todos los días en el departamento de los bolivianos en la Rue Geoffroy St Hilaire, en ese momento ocupado por Jorge Otero y Luis Minaya. Allí llegaban nuestras amigas "arabotas" para preparar una chachouka tunesina, o amigos y amigas de cualquier rincón del planeta.
Las manifestaciones a favor de Palestina, contra la Guerra de Vietnam o por la liberalización del aborto eran frecuentes y festivas. Solíamos asistir con nuestras parejas y con nuestros hijos pequeños, porque eran demostraciones de paz, sin violencia, aunque no faltaban algunos pequeños grupos radicalizados que creían derrumbar al capitalismo rompiendo la vidriera de alguna tienda.
Nuestro aspecto personal estaba en sintonía con esa manera de vivir que rechazaba lo establecido, lo reglamentado, lo obligatorio. El cabello largo o la barba crecida no eran una pose, como lo fueron años después, sino simplemente una manera natural de descuidar aquello que no nos parecía muy importante.
Nuestras energías se destinaban a lo que considerábamos causas justas. Además de las grandes causas mencionadas (aborto, Palestina o Vietnam) estaban las causas latinoamericanas, la resistencia contra las dictaduras impuestas en Bolivia (Bánzer, 1971), Chile (Pinochet, 1973), Uruguay (Bordaberry, 1973), Perú (Morales Bermúdez, 1975) o Argentina (Videla, 1976).
Nuestra querida princesa anarquista Desirée Lieven (verdadero nombre, Kyra Saven) con un pucho entre los labios mecanografiaba los boletines de los peruanos exiliados en París. Tenía cierta preferencia por los peruanos, quizás porque había sido novia de César Vallejo en su juventud, pero también acogía a los exiliados bolivianos en su pequeñísimo departamento de la calle Visconti, donde la puerta estaba siempre abierta, aunque ella no estuviera. Nunca faltó allí una baguette, un poco de queso, un vaso de vino tinto y apasionadas conversaciones para arreglar el mundo.
Algunos exiliados bolivianos nos organizamos en el Comité Boliviano de Resistencia Antifascista, para denunciar a la dictadura de Bánzer. Publicábamos un boletín, Resistencia, primero mimeografiado y engrampado, aunque el último número, el 16, fue impreso en offset, con entrevistas que hicimos con Juan Lechín, con el ex agente de la CIA Philip Agee y con Juan José Torres a su paso por París. Torres sería asesinado en Buenos Aires poco después de esa entrevista.
A Philip Agee lo filmé para mi documental Señores generales, señores coroneles (1976) . El afiche para promocionar la película lo diseñó Luis Zilveti, y se imprimió en serigrafía, de modo que cada ejemplar es una obra de arte. Agee proporcionó los nombres de los agentes de la CIA que había en ese momento en Bolivia, encubiertos en cargos diplomáticos de la Embajada de Estados Unidos. Ni cortos ni perezosos llevamos esa lista a un colega periodista de la Agencia France Presse, quien se ocupó de lanzar la información al mundo entero. En pocos días, los que habían sido señalados como agentes de la CIA abandonaron Bolivia precipitadamente.
El Comité de Resistencia Antifascista me encomendó la misión de llevar una cantidad de dinero para los presos políticos en Bolivia. Luego de filmar durante un mes en Ecuador como asistente de dirección de Jorge Sanjinés en el largometraje Fuera de aquí, crucé la frontera entre Perú y Bolivia por tierra y le entregué en mano propia los recursos a Amparo Carvajal, que desde entonces y siempre trabajaba y trabaja a favor de los castigados por las dictaduras militares o por las autocracias aferradas al poder.
Cuando el 11 de mayo de 1976 fue asesinado en París Joaquín Zenteno Anaya, los exiliados de Bánzer leímos la noticia en la edición vespertina de Le Monde (que era "la" edición que había que comprar todos los días). Antes del anochecer nos reunimos en un parque en Le Marais y decidimos hacernos humo hasta contar cero... por si acaso fueran a buscarnos. Yo tenía más razones para temer represalias, ya que días antes, de pura casualidad, había tomado una serie de fotos en las escaleras del Metro Passy, precisamente donde los enviados de GRAPO (Grupo de Resistencia Antifascista Primero de Octubre) dispararon contra Zenteno Anaya. Parecía un ejercicio de registro de la locación donde se iba a cometer el crimen, pero en realidad yo estaba sacando fotos de la esquina donde quedaba el departamento en el que se filmó El último tango en París (1972), la emblemática y provocadora película de Bernardo Bertolucci con Marlon Brando en el papel principal.
9. A medio siglo
Han pasado cincuenta años desde Mayo 68 y unos menos desde mi estadía como exiliado y estudiante en la capital francesa. Durante el tiempo de mi permanencia (casi el tiempo que duró la dictadura de Bánzer) hice familia, nacieron mis hijos mayores y publiqué dos libros en francés, pero no planté un árbol porque mi objetivo era siempre regresar a Bolivia, para bien o para mal.
Hace poco cumplí con llevar a la madre de mis hijos mayores una reliquia que quedó en mis archivos desde hace muchos años: un cartel original impreso en serigrafía en el Taller de Arte Popular. Ella, entonces estudiante de medicina, había participado en los acontecimientos de Mayo 68 y quería recuperar ese afiche que dejó en Bolivia cuando fue expulsada "por actividades subversivas" en 1980, poco después del golpe de García Meza, el desmemoriado.
La atmósfera de cambio, desprejuiciada y libre, duró todo el tiempo que viví en París hasta que regresé a Bolivia en 1978. Hoy, Viansson-Ponté podría escribir el mismo artículo... pero nadie lo leería.
París, abril 2018
Notas
* Cineasta y escritor. Contacto: gumucio.alfonso@gmail.com
1 "Quand la France s'ennuie.." (Pierre Viansson-Ponté, Le Monde, 15 mars 1968).
2 La casualidad hizo que la primera barricada levantada afectara al pintor boliviano Luis Zilveti. Éste es su propio relato: "En mayo 68 expuse en La Maison d'Amérique Latine y hasta entonces todavía no había nada en París, y justamente el día de la inauguración de mi exposición se levantó la primera barricada en el Boulevard Saint Germain, frente a la puerta de La Maison d'Amérique Latine, a la hora en que comenzaban a llegar los invitados. El vernissage fue un fracaso: yo y algunos invitados pudimos entrar pero la salida fue muy difícil pasando por detrás"