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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult vol.21 no.39 La Paz dic. 2017

 

 

 

Frank Lloyd Wright: un genio de la arquitectura

 

 


En este décimo séptimo año del siglo XXI, el mundo está conmemorando eventos y natalicios que han sucedido hace cien años. Entre los más destacados está obviamente el triunfo de la revolución bolchevique, la proclamación de Rusia como república y la ejecución del Zar Nicolás II y toda su familia ordenada por Lenin.

De personalidades que nacieron en esa fecha cabe mencionar, entre muchos otros, a John Fitzgerald Kennedy, a Indira Gandhi, a Juan Rulfo, a Augusto Roa Bastos. Hay, sin embargo, un natalicio que el mundo de la cultura está celebrando en estos meses y que se extiende cincuenta años más allá del centenario: en 1867 nacía en el estado de Wisconsin, en EEUU, el arquitecto Frank Lloyd Wright, considerado por muchos el más importante del siglo XX.

El Museo de Arte Moderno de Nueva York tuvo en exhibición hasta fines de octubre una retrospectiva de la obra del arquitecto seleccionada entre más de cuarenta mil dibujos, perspectivas, bosquejos y artículos que la Universidad de Columbia guarda como custodios. El natalicio se está celebrando con actos, publicaciones y una amplia cobertura de la prensa hablada y escrita.

Frank Lloyd Wright, en su larga vida, fue autor de más de ochocientos proyectos, los cuales, entre los construidos, constituyen respetados hitos de la arquitectura del siglo XX. Ya en su juventud, y ejerciendo la profesión en la ciudad de Chicago, rompió con las ideas de los estilos tradicionales e introdujo el concepto de la planta libre y la horizontalidad de sus diseños, que respeta el entorno de las colinas extendiéndose centrífugamente hacia su entorno, "el espacio adentro-afuera" y "las casa de la pradera", según sus palabras.

Entre las varias residencias diseñadas según estos conceptos se destaca la Casa Robie, de 1909, una estructura tan atemporal que si fuera construida en nuestros días sería ampliamente publicada.

El proyecto más importante de esa época fue su proyecto para el Hotel Imperial de Tokio, en el cual se introdujo un novedoso concepto antisísmico que permitió que el edificio permaneciera intacto mientras la ciudad era destruida por el terremoto de 1922. Un espejo de agua perimetral fue una ayuda para sofocar los incendios circundantes.

Ya en 1911 sus diseños fueron difundidos internacionalmente. La destacada firma alemana Wendingen publicó desde entonces y en años posteriores varios de sus proyectos, y en ese mismo año se fundó en una colina de Wisconsin su famosa escuela de arquitectura, denominada Taliesin, un concepto que preparaba a los estudiantes a identificarse con la naturaleza mientras se empapaban de la filosofía del organicismo. Taliesin era también su residencia.

Entre las decenas de proyectos diseñados hasta la década de los años treinta uno se destaca como posiblemente el más espectacular en la historia de la arquitectura mundial: la casa de la cascada, "Fallingwater". En esta residencia Wright plasma magistralmente la filosofía del organicismo: natura y arquitectura son una sola cosa. El volumen, que parece flotar encima del agua, se extiende centrífugamente hacia el espacio circundante mediante atrevidos volados que en ese tiempo produjeron dudas sobre su viabilidad. Observando el conjunto, no es posible detectar donde termina la naturaleza y donde comienza la casa que se alza sobre ella. Se terminó su construcción en 1937.

En 1936 Wright ideó las llamadas "usonian houses", casas diseñadas para los ciudadanos de Norteamérica con el propósito de difundir su arquitectura entre el grueso de la población y de facilitarle una vivienda económicamente accesible y en contacto con la naturaleza. Algunas de ellas fueron construidas por sus mismos dueños. Estos proyectos lo ocuparon hasta la década de los cincuenta.

Entre otros diseños importantes se debe mencionar el Edificio de la Johnson Wax y la Torre Price, de 1953, en Oklahoma. Los estudiantes de arquitectura de la Oklahoma State University recorríamos los ciento diez kilómetros que separan el campus de la torre para deleitarnos con su aspecto y con su estructura, que, imitando a la de un árbol, despliega cada piso como una rama en volado que se origina de un tronco, en este caso el núcleo de ascensores y gradas.

El Museo Guggenheim de Nueva York es una de sus obras más reconocidas: una gran rampa helicoidal alrededor de un espacio central que se levanta hasta una cubierta de vidrio. El visitante, ascendiendo el declive, puede observar una obra de arte de cerca y también puede verla nuevamente desde el lado opuesto de la rampa, algo excepcional en cualquier museo de arte.

A sus noventa años, Frank Lloyd Wright se había trasladado a la gran ciudad y se encargaba de supervisar la etapa final de su obra en los meses de 1958. Desafortunadamente, 1959 marcó el año de la inauguración del edificio pero también el de su fallecimiento.

Debo mencionar en estas líneas un hecho que he relatado muchas veces pero que por su importancia personal merece ser parte de este artículo. En el verano de ese 1958 y recién graduado de arquitecto, obtuve un empleo en Nueva York, y también en esos meses, nuestra gran pintora María Luisa Pacheco había dejado Bolivia para abrirse paso entre los miles de pintores que anhelaban un reconocimiento. Su rotundo éxito internacional se ha proyectado hasta nuestros días.

Una tarde que visité a la familia, María Luisa me avisó que esa noche un famoso periodista entrevistaría a Frank Lloyd Wright en un programa de televisión, aún en blanco y negro. Las respuestas contundentes del arquitecto me animaron a llamarlo al Hotel Plaza; sorprendentemente, accedió a recibirme, y lo hizo con gran amabilidad. Conversamos sobre la demolición de un gran auditorio que iba a ser reemplazado por un rascacielos sin ningún valor arquitectónico, y dijo algo que resultó premonitorio: "les toca a ustedes los jóvenes agitar sus puños sobre sus cabezas y no permitir que estas cosas sucedan". Diez años después, una juventud idealista cumplió este cometido en Paris, San Francisco, y lamentablemente en Tlatelolco.

Parece increíble que alguien nacido cuando Napoleón Tercero era aún emperador de Francia, cuando Benito Juárez ordenó el fusilamiento de Maximiliano de Austria y cuando la guerra civil norteamericana había terminado hacía dos años, pudiera identificar sus diseños de principios de siglo con la teoría del espacio-tiempo de Einstein en 1906 y proyectarla al comportamiento de la naturaleza, "natura naturans", conservando siempre el aspecto poético y humano de sus obras. En 1938 escribió: "¡Cómo América necesita poetas! Conocemos a quienes solo buscan ganancias desenfrenadas, a los que viven exclusivamente para recibir sus salarios, a los tecnócratas, pero sin el poeta, hombre visionario esté donde esté, el alma de la gente es un alma muerta. Uno tiene que ser inconsciente para no sentir el frío que se cierne sobre nosotros".

La vigencia de su arquitectura está patente en nuestros días, ya que, después de todos los esterilizantes "ismos" que han ido y venido durante estos dos siglos, Frank Lloyd Wright emerge como el arquitecto defensor de la naturaleza, del equilibrio ecológico, de la simbiosis entre el hombre y su arquitectura.

Juan Carlos Calderón

 

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