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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult vol.21 no.39 La Paz dic. 2017

 

Reseñas

 

El artista y la filosofía política. El Buen Gobierno de Ambrogio Lorenzetti

 

 

Quentin Skinner

2009, traducción de Eloy García y Pedro Aguado, introducción de Eloy García, Trotta, Madrid, 150 páginas.

 

 


"De esto deriva la conclusión de que la teoría política del Renacimiento y todas las fases de su historia contrajeron su particular débito con Roma, más que con Grecia" (116) Con esta frase termina Quentin Skinner el segundo capítulo de su ensayo titulado El artista y la filosofía política: El Buen Gobierno de Ambrogio Lorenzetti, publicado en castellano por la editorial Trotta. Esta edición acerca al lector hispanoamericano a otra de las obras del gran historiador británico, miembro de la llamada Escuela de Cambridge. Esta escuela se caracteriza -y ha marcado un precedente importante en la reconstrucción del pensamiento político- por contextualizar las obras de la tradición política occidental en el tiempo histórico en el que se produjeron y resaltar así la particularidad de cada autor en el escenario concreto en el que se debatió.

Así formulado, el intento de la Escuela de Cambridge parecería una obviedad, pero es necesario reconocer que tal contextualización precisa de una gran erudición; por lo tanto, una buena contextualización es más compleja de lo que parece. Es lamentable tener que admitir que cierto facilismo mental tiende a considerar el todo por la parte, de donde deriva una peligrosa tendencia a simplificar, que tiene como resultado una serie extensa de prejuicios pseudo-eruditos que sirven más para afirmar visiones de mundo particulares que para avanzar el conocimiento humano. De ahí que el aporte de la escuela de Cambridge sea tan relevante.

En ese sentido, Quentin Skinner presenta en este ensayo un detallado análisis sobre la obra más famosa del pintor Ambrogio Lorenzetti: los murales sobre las alegorías al buen y mal gobierno de la llamada Sala dei Nove del Palacio Público de Siena. Estos murales fueron encargados por el llamado "Consejo de los nueve" y fueron realizados por Lorenzetti entre 1337 y 1340. Como especialista en historia del pensamiento político occidental, Skinner no se interesa tanto en el valor estético de la obra sino en su significado simbólico y en la pretendida función moral o pedagógica del mural. Sin entrar en los detalles del análisis de Quentin Skinner, que exceden los alcances de una reseña, el autor se sirve de esta obra para problematizar la que -en su opinión de experto— es una interpretación errónea. El consenso general es que Ambrogio Lorenzetti se inspiró en las ideas aristotélicotomistas sobre el buen gobierno. En las interpretaciones mayoritarias nada parecería más correcto. Santo Tomás murió en 1274 y -como actualmente- se lo considera el mayor representante de la escolástica católica medieval; nada parece más lógico que pensar que a pocas décadas de su muerte su influencia era absoluta.

Pero Skinner se encarga de mostrar que tal interpretación facilista no es adecuada y que no tiene correspondencia con la iconografía de los frescos. Él encuentra una correspondencia más clara y clarificadora en los textos de los pensadores pre-humanistas itálicos (tal la expresión de Skinner) que son a su vez comentadores de las obras clásicas romanas de Cicerón y Séneca —de ahí la cita usada al inicio de esta reseña. El ejemplo más claro, y por lo tanto el más práctico para utilizar en una reseña, estaría en la alegoría a la virtud de la magnanimidad que el pintor representa sentada al lado derecho del personaje principal del muro norte, en el mural sobre el Buen Gobierno. Para Santo Tomás, la magnanimidad es una virtud secundaria, dependiente de la fortaleza, mientras que Cicerón y Séneca la sitúan entre las principales virtudes humanas y políticas. El razonamiento es simple pero contundente: si Lorenzetti estuviera realmente inspirándose en Santo Tomás la posición de tal virtud no se explicaría en absoluto.

Pero el objetivo de Skinner no se limita a presentar una interpretación más precisa de la obra de Lorenzetti, como si se tratara de un ejercicio de vanidosa erudición. Su objetivo sigue la línea de su trabajo general sobre los fundamentos del pensamiento político moderno. En las principales interpretaciones de la historia del pensamiento político se suele simplificar su desarrollo como un camino hacia el estado absoluto y la concentración del poder que sería la fase propiamente moderna que sigue al fragmentado poder medieval. En este tipo de visiones, el mayor aporte de la política italiana está concentrado en la figura de Maquiavelo, a quien se lo presenta como un astuto analista preocupado por la obtención y administración del poder. Pero lo que Skinner busca con este ensayo es recuperar de modo más preciso la tradición política medieval —principalmente italiana— como marcadamente distinta del pensamiento político centroeuropeo. El llamado 'vivere libero’ de las ciudades italianas versus las ideas nobiliarias franco-germanas1. En otras palabras; el republicanismo clásico de Cicerón y Séneca sería la base filosófico-histórica que inspiraba la política medieval en la península itálica, mientras que la filosofía imperial —Skinner lo dice así en esta obra- inspiraba el pensamiento político en otras partes. Un gobierno colegiado y limitado -en el tiempo y en sus atribuciones—, la participación activa de los ciudadanos, la independencia político-administrativa de estas ciudades-estado eran, entre otras, las características necesarias del Buen Gobierno. Un gobierno tal, inspirado en los valores clásico-medievales garantizaría así la paz y la armonía de la vida en la ciudad y el campo.

Para no complicar más esta reseña quizá convenga resaltar que el objetivo de Skinner tiene todo que ver con la labor del buen historiador académico; es decir, recordar lo que por múltiples razones ha podido quedar olvidado. Como cualquier proceso histórico, la política de Occidente no es un proceso univoco, lineal o simple. En tiempos de crisis del sistema político contemporáneo conviene recordar las raíces y tradiciones olvidadas -pero no menos eficaces. El modelo republicano permanece, quizás algo oculto, pero todavía vivo, en la medida en que intentos como los de Quentin Skinner y la Escuela de Cambridge —entre otras— nos recuerden que la concentración del poder y su inevitable tendencia al autoritarismo no son la única tradición política de Occidente. Quizá todo lo contrario, pues solo en la tradición cultural de Occidente prosperaron las ideas y las prácticas de un efectivo control y límite a la autoridad política.

Jorge Velarde Rosso

Nota

1 Skinner afirma que si bien la Inglaterra de los Tudor avanzó en la línea del pensamiento político continental, la tradición medieval nunca se perdió del todo. Lo que según él ayudaría a entender la peculiar evolución política británica y la limitación del poder monárquico.

 

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