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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult vol.21 no.39 La Paz dic. 2017

 

Ideas y pensamientos

 

Vida y obra tardías de Alcides Arguedas

 

Late life and work of Alcides Arguedas

 

 

Wálter I. Vargas*

 

 


Resumen

Ensayo biográfico dedicado a seguir la segunda parte de la trayectoria vital y literaria de Alcides Arguedas. Se centra en el análisis de la principal obra de este periodo, La danza de las sombras, y los diarios y el epistolario del escritor boliviano. El autor señala que la lectura de esta producción del escritor paceño contribuye a revalorizar y enriquecer la posición de Arguedas en la historia de la literatura boliviana.


Abstract

Biographical essay dedicated to describe the late work of Alcides Arguedas from the book La danza de las sombras, the diaries and the correspondence of the writer. The author points out that the reading of this production contributes to revalue and enrich the position of Arguedas in the history of Bolivian literature.


 

 

1. Introducción

"Hay siempre un minuto en que el hombre que se ve impreso encuentra, por indiferente o hipocondriaco que sea, que el mundo es una máquina sublime y siente toda la fruición de ser el rodaje principal". Alcides Arguedas Díaz encontró esta frase en un libro de un olvidado biógrafo de Schopenhauer, para referirse a la vanidad que observaba en algunos de sus colegas escritores. Pero es difícil no volverla contra él cuando se revisa su historia, pues la necesidad de escribir para el público parece haberlo dominado desde muy temprano en su vida.

La estima social proveniente del hecho de ser escritor, en efecto, parece haber sido siempre su acicate, una vanidad humana actualmente en franca retirada ante la de los medios audiovisuales, pero que en aquella época era, para los dotados, la garantía por antonomasia de satisfacción del ego. Pero Arguedas demostró rápidamente que no estaba entre éstos, entre los dotados, por lo menos para la novela. Se ha contado varias veces entre los bolivianos cómo, de las dos con las que debutó en el mundo literario, que tanto le atraía, la primera (Pisagua), publicada en La Paz en 1903, fue abucheada por un crítico local, según él mismo cuenta, y la segunda, Wata Wara, escrita y publicada en Europa un año después, solo es leída eventualmente en tanto borrador de Raza de bronce.

Graciosamente, en La danza de las sombras, libro de donde he sacado la mencionada cita (I-2)1, Arguedas señala que las deficiencias de esa segunda obra se deben a la perturbación que le habría provocado una hermosa joven en Sevilla, ciudad donde recaló en su primera ida a Europa,

"una rozagante moza rubia de ojos azules (que) caminaba (...) con paso leve de gata joven, envuelta en un peinador rojo muy ceñido al cuerpo y mostrando todas las morbideces de su busto y la línea acentuada de sus caderas... (I-21)

Supongo que con semejante mujer enfrente es difícil pensar mucho en Wata Wara, y en aquel tiempo Alcides aún no se había casado, era un veinteañero en pleno; así que es lícito conjeturar que las mieles del sexo han tenido que jugar un papel muy fuerte en esa su incursión europea, aunque, por lo que cuenta, no parece haber sido el único beneficiario de los favores de la mencionada moza2.

Sin embargo, lo que llama la atención es que Arguedas tiene un rapto de autoironía y dice en la misma página: "¡cómo es agradable encontrar un pretexto para disimular la propia deficiencia!". Es una de las pocas veces en que Arguedas reconoce con algo de humor que no podía escribir una buena novela, cualquier cosa sea esto3. En cualquier otro momento atribuía las alusiones despectivas a lo que había escrito a alguna mala intención o voluntad de parte del crítico, o a la incomprensión del medio social, a continuación de lo cual pasaba a escoger alguna forma de injuriar no muy elegante, aunque es posible que él la considerara así.

El amor propio del intelectual es difícil de observar, salvo por los propios colegas intelectuales, pues suele ser encubierto sutilmente con la autoironía. Así Arguedas se zahiere acerca de su ingenua juventud soñadora riéndose amargamente de sus vanos afanes de grandeza literaria, aunque es difícil no dejar de percibir también el tono tan recurrente que utilizaba con frecuencia por no haber sido tratado justamente.

Con todo, es necesario hacer justicia señalando que lo dijo, que Arguedas expresó este y otros muchos pensamientos íntimos en ese libro curioso y difícil de clasificar que publicara en 1934 y que terminara por convencer a Luis Alberto Sánchez de que era lo mejor que había hecho el escritor paceño, afirmación que quiere confirmar este ensayo, aunque con beneficio de inventario, naturalmente. Y dado que el libro es en buena medida un producto de la perseverante labor de escribir diarios, habrá que preguntarse si no sería mejor concluir, a la luz de la memoria larga de la historia, que Arguedas fue más bien el gran diarista de la literatura boliviana.

En su situación, otro con las mismas inseguridades habría borrado la indiscreción e, imaginemos, se habría dicho satisfecho: ¡que fácil es para un escritor arreglarse como una dama en el espejo y aparecer en público como se quiere ser, no como se es!". Y aunque una buena parte de las aproximadamente 900 páginas de este libro se dedica a reflexionar también sobre la política nacional e internacional, esa actitud confesional prueba la inconsistencia de Medinaceli cuando señaló que este libro carece de intimidad4.

Pero me adelanto, pues hasta que ocurriera eso pasaría aún un puñado de años de apuestas literarias de diversa índole. Cuando nos detuvimos para especular, Arguedas parecía convencido de que lo que había escrito era malo, y, lo que parece peor aun, que llamaba poco la atención. Sin embargo, también el tercer intento novelístico resultó insatisfactorio5, por lo que decidió escribir "un libro de observación directa", basado en la convicción un tanto misteriosa de que "toda acción disimulada bajo la intriga de una fábula sería siempre acogida con reparos" (I-25). Y el resultado fue Pueblo enfermo, la obra boliviana más conocida en esa época, y quizá de toda la historia de la literatura boliviana6.

No es fácil asegurar por qué alguien escribe algo, y cuando, como Arguedas, se señala que se lo hace para atraer la atención de la conciencia pública sobre un problema social, no se debería descartar del todo que al mismo tiempo se está reclamando la atención sobre sí. Y esta vez finalmente Arguedas lo consiguió. Consiguió que se considerara lo que había escrito y se hablara de él.

La carrera de novelista de Arguedas no se quedó ahí, pero estoy dispuesto a enterrar la poca reputación que me queda como crítico literario al presumir, aunque a base de mi experiencia con otros varios "redescubrimientos" recientes de la literatura nacional, que no cabe esperar mucho más de lo que dio con esas primeras, o con Raza de bronce, publicada en 1919. Por otro lado, se ha hablado y escrito tanto de ésta, que es mejor quedarse con la noción vaga de que fue una de las mejores novelas latinoamericanas del indigenismo, aunque diré un par más de cosas al respecto en el apéndice 1. En cuanto a los años veinte, se dedicará sobre todo a escribir la Historia General de Bolivia.

El hecho es que este ensayo biográfico quiere retomar la vida de Arguedas en el momento en que, conjeturamos, inseguro del derrotero de su carrera de escritor, decidió publicar el mencionado libro: La danza de las sombras. Impreso en 1935, es publicado en Barcelona con el largo subtítulo (Apuntes sobre cosas, gentes y gentezuelas de la América española) que luego perdería en la descuidada editorial nacional que lo reprodujo en 1979.

El alto grado de elaboración que tienen sus dos tomos deja perplejo a todo el que finalmente lo lee con la idea de que es el diario de Arguedas, como se lo conoce en Bolivia. No solo se trata de que para hacerlo usó textos escritos en otra época y con otro motivo, como es el caso de esa larga (casi cien páginas) primera entrada, fechada en 1922, donde recurre, según su propia explicación, a una conferencia que había esrito para un grupo de estudiantes7 en la que revisaba su trayectoria novelística, sino a las observaciones panorámicas sobre la historia y política latinoamericanas y bolivianas que solía hacer a menudo, de manera más bien desprolija. Esto ocurre en el segundo tomo, que comienza con un "peinado" del desbarajuste político de varios países latinoamericanos, en otras cien páginas correctamente separadas.

Es decir, más de lo mismo que Pueblo enfermo, pero ahora amplificado a algunos países de América Latina8, además de emprenderla con los dos gobiernos populistas de la década de los años 20: Hernando Siles y Bautista Saavedra. Desde luego, esta parte podría ser de hondo interés para sociólogos y politólogos que se animen a ir más allá que los diagnósticos de ongs para entender las peculiaridades del subcontinente.

En los dos volúmenes se obtiene un mejor aspecto de diario después, cuando las entradas son fechadas con precisión, pero solo eso, porque en realidad no responden a un criterio cronológico. Los años que permanece en Colombia (1929 y 1930), por ejemplo, están en la segunda parte del primer tomo, mientras antes se incluyen entradas de 1932. De manera que no se puede evitar la sensación de estar ante un curioso y un tanto inclasificable libro, mezcla de diario simulado, diario genuino y libro de análisis político típicamente latinoamericano de esa época.

Es cierto que siempre que aparecen entradas tan extensas, no se precisa una fecha diaria, pero queda siempre la imagen de que se está leyendo un diario. Por ello, hay que concluir que este género tan típico de esa época tiene que haberlo seducido como ayuda para elaborar este libro. Como ya dije, al parecer Arguedas se vio en la necesidad de publicar algo y vio por conveniente dar finalmente uso a esa costumbre inerradicable de escribir un diario a la que había estado atado toda su vida9.

Dicho lo cual, solo me falta señalar que la tercera y cuarta partes de este ensayo se basan lógicamente más en La danza de las sombras, mientras que en la quinta y sexta parte, dado que corresponden a la última etapa de la vida de Arguedas, me amparo más bien en los diarios y el epistolario publicado en 1979.

 

2. El periodo en cuestión

El periodo al que me refiero arranca estimativamente en 1929, cuando Arguedas parte desde Francia a Colombia, nombrado embajador en ese país, donde recalará alrededor de un año. No se sabe cómo consiguió este cargo, pero sí que la vida diplomática ya se había convertido hacía tiempo en una forma alternativa de vivir en el exterior10.

Había dejado de trabajar en la historia de Bolivia, publicada por tomos durante los años 2011. Había también cumplido 50 años, y como muchos a esa edad, tiene la idea, frecuente en ese mojón vital, de irse a vivir al campo (para lo cual había comprado una propiedad en Lacalaca (cerca de Sapahaqui) y comenzar a liquidar sus asuntos pendientes. Pero antes había ocurrido algo que cobró mucha importancia en lo que hizo el resto de su vida: en septiembre de 1926 se suicida Armando Chirveches en París. La noticia se la da Costa du Rels y los pormenores de la impresión que vivió ante este hecho Arguedas los consigna en la segunda entrada del primer tomo de La danza de las sombras. Señala cómo Costa le había contado por teléfono que Chirveches se había dado dos tiros en el corazón.

Si Stockhausen pudo decir que el atentado a las torres gemelas era una obra de arte, ¿por qué no señalar que el suicidio puede llegar a ser también un gesto estético? Y como tampoco Chirveches había logrado redondear una gran novela boliviana12, viene a ser un acto de respeto a su memoria considerar más bien que su autoeliminacion fue un sustituto de sus novelas en tanto arte logrado. En efecto, como suicida, Chirveches fue admirable o por lo menos interesante13. Se puede decir cualquier cosa de un suicida, menos que fue un cobarde. Y cuando un hombre está sumergido en semejante eventualidad, es porque lleva una vida compleja. Hay que lamentar, pues, que no haya traspuesto esto en sus novelas. Casi estamos prontos a decir que, en el caso de Chirveches, a la manera de Wilde, su vida parece haber sido más interesante que su obra. De manera que, de haberla incluido, el caso del Arguedas peruano lo prueba, quizá hubiera dicho cosas más perdurables que las estampas desvaídas que nos dejó como novelas.

Pero volviendo al shock que le produjo a Arguedas la muerte de su amigo, además de apesadumbrarse enormemente, cuenta cómo al revisar sus papeles con el cónsul boliviano, toma la decisión de hacer algo con sus propios diarios (C y C 72). En 1930, en efecto, hará las copias y escribirá un prólogo para su futura publicación14.

 

3. Bitácora de viaje

Como queda dicho, en su viaje hacia Colombia pasa unas semanas en Nueva York, de visita a uno de sus hermanos, entre mayo y junio de 1929, es decir, unos meses antes del viernes negro de octubre que mostró de manera aterradora los riesgos de un capitalismo sin trabas. Es entonces que vuelve a describir las montañas, pero esta vez no de tierra, sino de fierro y cemento, y no a través de la pluma, sino de "la kodak" que llevaba en sus viajes, cuando cuenta su paseo por Broadway, donde él y sus anfitriones se sintieron "bañados en la luz cegadora de esa calle de fuego" (I-186).

Esta escala newyorkina es solo la antesala de las 300 páginas que dedicará a su estada en Colombia, las mismas que, dada su amplitud, podían haber constituido un libro independiente. Pero hacerlo hubiera constituido un error; lo que debió haber hecho más bien es reducirlas hasta un margen en que dejen de poner al lector al borde del aburrimiento. Los varios motivos de interés que despierta el texto, en efecto, tienden a perderse en una vasta estepa regular y pelada en la que la cotidianeidad de la vida bogotana es exacerbada por la molicie de la vida de las clases acomodadas, el clima cerrado similar al de La Paz.

Comienza muy bien, sin embargo, a modo de libro de viajes de un solitario, cuando ingresa por el delta "Bocas de ceniza" para recalar en la ciudad de García Márquez: Barranquilla, y como escritor no puede evitar enamorarse del nombre poético del lugar ("todavía más melancólico que el 'Sembrador de ceniza', de un desconocido poeta francés, nos recuerda). Y en Barranquilla lo primero con lo que tropieza es la pobreza extrema. Pero si la visión de la miseria le llama la atención, es más impactante su experiencia del calor sofocante como acción demoledora de la voluntad, en los márgenes del río Magdalena, una vez que deja la ciudad para llegar a Bogotá:

Son las cinco de la mañana y el termómetro marca 30 grados sobre cero, no obstante haber crujido toda la noche el ventilador con ruido de hierro enmohecido. Las limpias sábanas de hilo y la estera de paja puesta sobre la lona del catre, a guisa de colchón, comunican al cuerpo desnudo la penosa sensación de salir de una estufa. La cama repele y el cuerpo querría recibir la caricia del agua fresca y del aire puro, y estas ropas calientes toman el odioso aspecto de un instrumento de tortura (I-198).

Y más allá agrega sordidez a la canícula (196) con la descripción de dos putas gordas y feas que, a manera de matar el tiempo, intentan vender infructuosamente sus cuerpos al personal de bajo rango. Pero lo que suena con una crueldad literaria magnífica es que a Arguedas le recuerdan el ganado que conduce otro vapor con el que se cruzan: "Nosotros también llevamos bestias" (203)

En cambio, en Bogotá, la pesadez existencial se trueca en una actitud soberbia frente a la vanidad provinciana (Bogotá se apellida la Atenas de Colombia o Sudamérica, 294), la pacatería (como cuando comenta la firme oposición conservadora al establecimiento de cabarets en las ciudades, I-399) y el fariseísmo católicos (294), la borrachera como anestesia generalizada para matar tiempo y tedio a la vez, así como las capillas literarias y los escritores locales, como Barba Jacob (uno de los primeros grandes amantes de la marihuana) o Guillermo Valencia.

Arguedas ve a los colombianos con la suficiencia de quien había ya pasado sus buenas temporadas en París (294), como cuando observa cómo los bogotanos comparan a su avenida principal con Wall Street o se asombra de cómo una película de Chaplin (que él ya había visto en Francia) provoca una protesta popular de desagrado (361).

Pero lo que domina su desasosiego e incapacidad para pasarla mejor es su abulia:

Y es que a esa hora mortal de la tarde, el espíritu se pone a tono con el ambiente y se entenebrece, los nervios están flojos, la cabeza está hueca. Y las visitas no atraen, el paseo por Calle Real fatiga, el té del Ambassadeur parece insípido, resulta pesada y aun odiosa la charla con gentes apenas conocidas. Si se va a un club es para beber o jugar. Y cuando no se bebe ni se juega, esa visita ni tiene ningún objeto... ¿Quedarse en casa a leer? Indudablemente sería lo mejor y lo más provechoso, pero el libro gasta y el cerebro es un órgano frágil que anhela reposo (394)

A lo que hay que sumar que era un boliviano raro: no le gustaba el alcohol, cosa que se ocupa de remarcar en varios pasajes de los diarios.

Se trata del saturnismo típico de algunos escritores, una enfermedad suave, que en el caso de Arguedas se prueba con el hecho de que todo este tiempo participara, por ejemplo, en el Instituto Internacional de Cooperación Intelectual15. Y que no era parte solo del inicio de la vejez puede probarlo una entrada del diario de data tan temprana como 1907:

Pereza, fastidio de todo, inquietudes vagas, tristeza.
La esterilidad de mis esfuerzos me espanta. Estoy condenado a ser irremediablemente vulgar como escritor. Escribir ya me da miedo: siempre el clisé usado, la uniformidad desesperante.
Quisiera ser rico. Vagaría por el mundo, en fiebre intensa. Compraría amigos, mujeres y perros, y éstos con preferencia a los otros. Soy pobre y débil: tengo por distracción el fatigar mis nervios con lecturas que no dejan su sedimento en mi espíritu colmado por el aburrimiento... (C y C 83)

Una de las diferencias que existe entre un escritor y un lector es que éste tiene más capacidad para usar la lectura como un narcótico adecuado, mientras al primero lo interrumpen permanentemente las urgencias y preocupaciones emergentes de su propia obra. Así en el caso que examinamos, el trato permanente y rutinario con papeles impresos alimenta la manía depresiva y siempre termina llevándolo a considerarlo insulso, perecible, vano, pero porque amenaza su propia distinción y reconocimiento en el océano literario, por así decirlo:

¡Renombre! Un paseo por el Rastro de Madrid o por los muelles del Sena es suficiente para curar definitivamente de esta manía a quien aún tiene algo de cuerdo, pues en esos sitios se amontonan montañas de papel impreso por los vivos, y de todo eso no se desprende sino el olor infecto de la cosa que se pudre, porque no sirve. ¡Renombre! ¡Bonitos estamos para buscar esa cosa hoy día y en estos tiempos en que un boxeador o un actor de cinema tienen y retienen toda la atención y todo el fervor de las chusmas que pasan y se pudren como las hojas barridas por los fríos de otoño! (I-149)

Y también esta relación entre literatura y depresión ya la había experimentado tempranamente. En las librerías de viejo del Sena había, en 1907, comprado un paquete de libros de sus colegas latinoamericanos (Rodó, Blanco Fombona, Ingenieros, Manuel Ugarte), todos regalados y con dedicatorias a Max Nordau, descubriendo que el famoso crítico francés ni siquiera los había abierto:

¡La gloria literaria! Ha de costar mucho el conquistarla; mas, luego de conquistada, se me hace que no ha de aportar un lote seguro de alegría y satisfacciones, porque esta gloria es pasajera y pronto se esfuma. No sé ni recuerdo si Taine o Renán ya lo dijeron: la memoria de la humanidad está recargada, porque es grande el catálogo de nombres célebres, y este catálogo aumenta todos los días de una manera formidable (C y C 84).

Lo único que ha cambiado ahora, en los años 30, es que él ya se ha hecho de una pequeña fama por su parte, y, sobre todo, la literatura mundial se ha multiplicado incluso más, mientras el cine y el futbol comienzan a imponerse como formas entretenimiento. Ante este panorama, el apático Arguedas no podía reaccionar sino con lamentaciones impotentes:

... los escritores se reproducen con pasmosa fecundidad y pululan, se atropellan y ahogan mutuamente y estérilmente, porque no escriben por comer, sino por durar, cosa más difícil todavía (I-126).

Más si como escritor hispanoamericano se ve inmerso en la compleja urdimbre cultural europea y norteamericana. Si ante la productividad y olfato comercial de un Blasco Ibáñez (51 novelas publicadas, según Wikipedia) ya se sentía amilanado, qué podía hacer frente a los ingleses o norteamericanos el pobre Alcides, ante un Jack London ("el primer novelista millonario" según Earle Labor, citado en London, 1993:51), por ejemplo, o un H.G. Wells (que en 1925 vende más de dos millones de ejemplares de su Ensayo de historia universal). Su conclusión es que, dada la naturaleza del oficio, es imposible separar la paja del grano:

... porque no requiriendo pruebas especiales la facultad de escribir, cualesquiera escribe hoy o se improvisa escritor, y todos se imaginan que produciendo mucho corren la contingencia de durar mayor tiempo (I-128).

"Durar, durar", el verbo adquiere fuerte resonancia existencial, y hasta religiosa, por lo cual es lícito pensar en el manido pero verdadero esquema conceptual del arte y la cultura como ersatz de la religión. Pero arte y cultura tradicionales, porque, como dije, mientras permanece en Colombia (solo, sin su familia, y esto es también digno de una atención que no puedo poner aquí por motivos de extensión) hace esfuerzos por usar el cine como forma de huir del tedio. Pero su condicionamiento cultural los vuelve infructuosos. Así con Tarzán:

Ese hombre robado por una mona cuando niño y educado en pleno bosque virgen, en contacto con bestias feroces cuyo lenguaje logra interpretar y a las que domina, y que de pronto rompe hablando inglés, se enamora y descubre a sus progenitores, es cosa en verdad que pasa los límites de lo estúpido, y la cinta llega a resultar interesante y aun de primera importancia por convertirse en un instrumento de gran precisión para medir el grado de candor e ingenuidad de un público (I-394).

Un comentario que hubiera aprobado un Adorno, creo yo. Estando en París dos años antes, en 1927, ya había observado la mayor importancia sensacional que cobraban "las desventuras conyugales de Chaplin... que el horrendo drama de la China" (Etapas 343), aludiendo a los inicios de la epopeya nacionalista de Mao. Pero es en Colombia donde los "nuevos héroes" cincelados por el cine se le aparecen además como dudosos medios de entretenimiento, sobre todo a gente de su edad.

Sin embargo, hay que atenuar esta impresión, porque en otros momentos la resistencia espontánea que podía despertar en un hombre de principios de siglo como él las novedades tecnológicas cedía con facilidad ante la necesidad de superar el sofocamiento existencial. Comparando la situación con lo que ocurría antes, llega a ver el lado bueno de la modernidad:

Faltaban entonces (a principio de siglo), además, tres elementos, tres fuerzas activas (que) han cambiado casi totalmente la vida social de estos tiempos, le han dado más variedad, mayor interés a esa vida ociosa, monótona, lánguida... (I 419).

Se refería al futbol ("el equipo uruguayo haciendo proezas en Europa"), el cine ("la religión moderna") y la radio ("cosa grande entre las invenciones del genio humano") (I-419). De esta última pudo al parecer entrever una pequeña felicidad cultural cuando, ya en La Paz nuevamente (en 1932) con más precisión en Sorata, alguien le hace escuchar una transmisión radiofónica del exterior:

Y en verdad resultaba cosa impresionante eso de oír en honda quiebra de los Andes, en sitio agreste y con el lodo de la ruta casi hasta las rodillas, las sinfonías de una orquesta de Nueva York... Ahora solo se escucha. Mañana acaso se verá el cuadro. Y entonces el hombre quizá no tendrá necesidad de moverse de su casa para presenciar como testigo las cosas que se sucederían en el resto del mundo (II-144)16

Es que Arguedas, al volver de Colombia (se suprime la embajada por motivos económicos, I-406), había pasado una semana en Sorata, urgido de conocer este pueblo, dado que, como había sostenido Villamil de Rada, se trataba nada menos que del paraíso terrenal ("vivir en La Paz y no conocer el paraíso resulta entonces pecado de incuriosidad", dice risueñamente, II-124).

 

4. La Guerra del Chaco vista desde Francia

La anécdota de Sorata la cuenta Arguedas ya en el segundo tomo, pues después de su experiencia colombiana, como queda dicho, pasa un año en La Paz, en 1930, antes de volver a Francia17. Y en este país se topará con el hecho desgarrador de ver a Bolivia enfrascada en una guerra, sobre lo cual reflexiona en la parte central del segundo tomo de este libro curioso.

A diferencia de Céspedes, a diferencia de Medinaceli, en efecto, Arguedas vivió la Guerra del Chaco desde Europa, lo cual agrega un matiz más que distancia su posición del "ombliguismo" que caracteriza a un Céspedes, por ejemplo. Se muestra, por ejemplo, menos afanado por denunciar a las petroleras internacionales y la oligarquía apátrida que por ver cómo puede contrarrestar el éxito diplomático y publicitario paraguayo, en gran parte debido al apoyo subimperialista argentino18.

Claro, puede ser injusto irse al otro extremo, pues mientras Céspedes estaba actuando como periodista en pleno frente, Arguedas enmarcaba así su análisis de la guerra:

Escribo estas cuartillas frente a un paisaje plácido, tranquilo y dulce de la Isla de Francia, y que se descubre a lo lejos por entre el ramaje ahora desnudo de unos viejos árboles que se mecen al viento helado del invierno y mientras en la chimenea crepita el fuego de la estufa...

Pero no hay que exagerar esto hasta llegar a la mala fe que usaba el propio Céspedes para desprestigiar a la oligarquía al acusarla de insensibilidad ante los destinos de la patria, e incluso de no haber peleado por ella, pues Arguedas por lo menos tenía la suficiente imaginación y piedad para entender el sufrimiento de los connacionales. De esta manera continúa la anterior cita:

Y pienso en esos climas terribles de algunos puntos de la Tierra (...) pero no sé del cansancio infinito de las carnes maceradas por una larga caminata y bajo un sol de fuego; no conozco los labios y la garganta seca por la sed; ignoro lo que es despertar en la noche para defenderse de los insectos que devoran las carnes desnudas o aplacar la insoportables comezón de las erupciones provocadas por lo parásitos invisibles que se incrustan en la piel... (II-284).

Y si de ir al frente se trataba, de hecho, un sobrino suyo había muerto en campaña, y también un hijo del tan vilipendiado presidente Salamanca (II-327 y 328).

En cualquier caso, lo primero que asume es la importancia de la tarea diplomática, en la que se consideraba lo suficientemente experto como para saber que la amistad era más valiosa que la plata:

...porque ni siquiera el empleo del cheque por quienes profesan la teoría de que nada se resiste al cheque y obra maravillas, pudo surtir resultados apreciables, pues muchas veces un modesto té entre amigos, una comida (...) suelen obrar mayores efectos que un chequecito furtivamente deslizado (II-304)

Es que al leer los periódicos franceses comprueba que había la convicción de que Bolivia era el país agresor, a lo que hay que agregar que desde el punto de vista europeo la guerra era una especie de pulseta o ejercicio militar de franceses y alemanes, dada la impronta alemana de las fuerzas armadas bolivianas.

Esto en el marco de un realismo internacional que le permitía comprender la poca importancia que guardaba para la opinión pública europea lo que pasaba en las lejanas tierras del sudeste sudamericano. Observa así cómo produce por supuesto más interés la gira ciclística de julio que el inicio de la lucha en mayo de 1932 (II-285); o la ignorancia periodística francesa, que confunde a Paraguay con Perú o Brasil (II-293); o la laguna Pitantuta, cuya toma por Bolivia hizo ya indetenible la guerra, que es cómicamente afrancesada como "Petit Antuta" (II-310)

En cuanto a las acciones de guerra propiamente dichas, concentra su atención sobre todo en el desastroso ataque a Nanawa con el que comenzó 1933, sigue el papel cumplido por la Sociedad de Naciones para intentar la paz inútilmente a fines de este año, hasta la resistencia exitosa que se inicia en los primeros meses de 1934, que se corona con la victoria de Cañada Strongest de mayo (II-360) y la conducción hasta La Paz de 2000 presos paraguayos (II-351). Pero suspende sus comentarios antes del fin de la guerra.

 

5. Anticomunismo y sentido común

Porque la celebración de la paz la vive ya en Bolivia, donde pasaría los siguientes y finales diez años de su vida. En septiembre de 1934, en efecto, se embarca en Holanda. Antes sin embargo había confirmado la salida del segundo tomo de La danza de las sombras en Barcelona, hecho que le habría de acarrear otra trifulca literaria al llegar al país. Porque la crítica a la campaña militar de la guerra provoca la prohibición del libro.

Pero no solo había hecho eso, también había usado los resultados de la guerra como comprobación de sus prospectivas, pues previó acertadamente la revolución que vendría después con la misma lógica sencilla que usaba el nacionalismo revolucionario:

Y la pura estupidez, la bárbara y aterradora imprevisión del terrateniente boliviano van preparando allá la gran revolución de mañana, que ha de venir ahora, después de la guerra, con paso más premioso que antes, porque cada soldado indio que ha ido al Chaco es ahora un ciudadano que tiene ya alguna noción de sus deberes (II-20).

Por lo demás, decide inmiscuirse en la política nacional, siempre escribiendo, claro:

Estoy en trabajos para reunir capital para fundar una revista exclusivamente política y con temas puramente nacionales y de actualidad. He hablado a algunos amigos y siento que la cosa no marcha. Hay miedo, celos, rivalidades, intereses. Y creo que me quedaré solo y no haré nada. Lo que sí haré y sin que nadie me lo impida es meterme en política, porque creo de mi deber entrar en ese fango. Ya veremos si logro no ensuciarme mucho (Epistolario 119)

Pero entonces ocurre algo que lo sacude seguramente más que el suicidio de Chirveches: la muerte de su esposa, a fines de ese año. Por eso decide vender su casa de Couilly, en Francia. Y una vez que logra hacerlo se instala en el país para pasar la última etapa de su vida.

Por aquel tiempo los marxistas de medio pelo ya pululaban con la facilidad de sus explicaciones. Urgidos por la necesidad de adecuar lo que veían en el país a los comentarios sobre Marx que habían comenzado a leer, buscaban ahora en las huelgas de gráficos y taxistas anuncios de una revolución proletaria, así como enemigos de clase a derrotar.

Al respecto es conveniente también despejar algunas generalizaciones o abusos interpretativos de las ideas de Arguedas sobre comunismo y fascismo. Pero para no caer en el mismo error, prefiero empezar observando que sus opiniones, en general acertadas, sobre el tema, provienen de otra antipatía personal, la que sentía porTristán Marof, uno de los más estrambóticos y famosos revolucionarios latinoamericanos de la época.

En una entrada incluida en el segundo tomo comenta que recibe en Francia un libro de éste. Por el año de la entrada, 1931, debió ser Wall Street y hambre, que Marof había escrito después de su estada ese año en Estados Unidos19, y le da ocasión para hacer una suerte de relato destructivo del prontuario revolucionario inicial de Marof desde un episodio de trapacería literaria que habría cometido con Gabriela Mistral20 hasta torturador de los hermanos Jáuregui para hacerles confesar el crimen de Pando. Luego de lo cual intenta diagnosticar el origen de ese comportamiento político:

Con criterio simplista y propio de los primarios semileídos había nutrido su cerebro con todos esos libros que en España y en la América criolla han envenenado ciertos autores el alma de los pueblos, libros baratos, mal traducidos y editados por casas inescrupulosas de Valencia y Barcelona (II-206)

Marof ya había sido en efecto adoctrinado por los filobolcheviques Barbusse y Romain Roland, encargados de organizar desde Europa los partidos comunistas latinoamericanos, haciéndose del típico y difuso marxismo antimperialista que practicaron él y muchos otros revolucionarios latinoamericanos de la época. También había dejado de ser Gustavo Navarro para convertirse en Tristán Marof, encarnando de ese modo el prototipo del izquierdista criollo que detestaba Arguedas:

El espíritu primario no duda del valor de las teorías, sobre todo de aquéllas que tienden a la completa nivelación de categorías, riquezas y aun castas. Asienta con fuerza, formal y rotundamente sus verdades, o lo que se imagina que son verdades, porque para él no existe la ley de la relatividad, de la contingencia y de la precariedad. Es positivo, dogmático e intransigente (II-217).

Ese comentario bilioso deja la azarosa vida de Marof preso en el gobierno de Siles, en 1927, pero otra oportunidad ha de tener aun Arguedas para descargar su inquina contra él. Lo hace en los fragmentos agregados en la edición de 1937 de Pueblo enfermo21. Alcides ha leído el libro de un nazi, Gunter Grundel, y al leer su caracterización del bolchevismo le parece el estudio de

uno de los comunistas de este país (...) que en los momentos que escribo estas líneas, fines de marzo de 1936, anda provocando protestas (...) por haber sido tomado y conducido al territorio donde se le debe juzgar y donde tiene abierto un pliego de cargo.

Pasa el tal comunista por hombre de talento y por abnegado defensor de las clases oprimidas y explotadas, y algunos, los incautos, le tienen como una especie de apóstol del proletariado andino, o cosa parecida (PE 358).

En efecto, el inefable y escurridizo Marof está ahora en Argentina, conspirando con los militares ex combatientes para dar un golpe revolucionario al gobierno de Tejada Sorzano. Y en Tupiza lo condenan a muerte por haber azuzado las deserciones en la guerra.

Pero en este que en realidad es un nuevo capítulo que Arguedas agrega a Pueblo enfermo se extiende con más claridad sobre la tenebrosidad ideológica de la época, amparado en la diagnosis que hiciera Taine del jacobinismo: "El tipo hoy ya no se llama jacobino, sino bolchevista; a la Declaración de los Derechos del Hombre ha venido a reemplazar desde mediados de siglo pasado, el Manifiesto Comunista" (PE 356).

Por lo cual la situación del experimento ruso le resulta clara:

El bolchevismo (...) no ha hecho otra cosa en Rusia que demoler la tiranía de unos pocos para reemplazarla por la tiranía de los más (...) sin que se haya podido poner en práctica sus teorías de nivelamiento social (...) ni extirpar del pecho del hombre la idea de propiedad, porque esos conceptos de justicia absoluta (...) son meras abstracciones o especulaciones de filántropos y no responden todavía a la esencia íntima de la naturaleza humana (PE 356).

Este sano liberalismo filosófico le permite comprender, e incluso compartir eventualmente, las ideas igualitarias, si es que no entraran en contradicción con la condición terrícola de los hombres: "El comunismo, ya se sabe, es la doctrina que en su aplicación exige virtudes excepcionales y un altruismo total y absoluto que va en contra de los instintos naturales del hombre, que es el egoísmo"

Pero esta última cita está en otra parte, una larga carta que Arguedas le dirige en la misma época al presidente Tejada Sorzano (Etapas 356). Y si se la lee un poco más (no queda más que seguir citando) se entenderá mejor la pobreza frívola con la que se construyó la imagen del "Arguedas anticomunista":

Porque eso de repartir la fortuna adquirida o heredada entre todos los miembros de la comunidad hasta obtener que todos gocen por igual de los bienes o dones de la vida y que no existan privilegiados ni se vean desigualdades ni se padezca miseria, es cosa que cualquiera comprende acepta y toma como gran principio

Si es que no fuera en el fondo una idea impracticable y en el fondo infantil, en tanto meramente desiderativa:

Por eso boga el comunismo en todas partes, porque se lo presenta así, bajo esa apariencia infantil y del todo falsa que no exige ningún esfuerzo de imaginación para descubrir sus bellezas (Etapas 357).

Por todo lo cual más vale, con la oportunidad que nos brinda estar en otra época, ver las cosas con más ecuanimidad. Arguedas era ideológicamente más simple de lo que se cree, y esto le permitió usar el sentido común para juzgar lo que pasaba esos años, tarea no muy fácil por cierto. No solo respecto del comunismo sino también en cuanto al fascismo.

Si los jerarcas occidentales no sabían si contemporizar con Hitler o prepararse para una guerra inevitable, por qué no entender que Arguedas viera en los primeros años de fascismo y nazismo solo una forma de reordenar la sociedad. Porque en cuanto la guerra mostró el totalitarismo en pleno, usó el mismo sentido común para asustarse de las perspectivas de un triunfo alemán. Esto es lo que escribe después de enterase de cómo, en 1943, se llevan a cabo las labores de limpieza étnica en Polonia:

Yo me resisto a aceptar que esto sea totalmente cierto. Algo debe de haber; pero, por poco que haya, es monstruoso y me subleva y me espanta. Y es por eso que he dicho, y no me cansaré de repetirlo, que el triunfo de los japoneses y alemanes sería catastrófico para nuestros para países y muy en especial para los que, como Bolivia, el Perú, el Ecuador, Venezuela y otros, son de tipo indígena o negroide, pues si a pueblos de raza blanca pretenden aniquilarlos porque piensan que no son rigurosamente arios y sienten descarado desdén por los llamados latinos, sin excluir Francia, ¡lo que harían estos arios asesinos con nosotros, los pobres mestizos desarmados e indefensos! (C y C 94).

Por eso es necesario desbaratar el cómodo mote de fascista que los comunistas profesionales y fanáticos como Marcos Domic construyeron (Domic "Alcides Arguedas, precursor del fascismo boliviano"). En general lo único que hacía Arguedas era desacreditar las acciones dictatoriales a partir de un democratismo básico. Así por ejemplo, en una actitud que nada tiene de anticomunista, condena el cierre de Amauta, "la bella revista de José Carlos Mariátegui, otro espíritu superior y generosamente inspirado" (II-55).

En cualquier caso, se puede decir que esa manera de ver las cosas le permitió diagnosticar con justicia la perversidad de ambos extremos:

Y fascismo, bolchevismo y demás ismos tienen, sin embargo, un punto de contacto: desprecio por la democracia y desconocimiento de la personalidad humana, pues al hombre lo consideran una ficha insignificante y para ellos solo cuenta el grupo o la sociedad (II-439).

Por lo demás, en el más ruin terreno de la política local las cosas corrían entretanto de manera más ramplona. Como es historia, finalmente los militares socialistas triunfaron en esos años de desorden de la posguerra. Y es sin duda un signo de que corrían nuevos tiempos el hecho de que en mayo de 1939 Arguedas haya sido enviado a su querida zona lacustre, concretamente a la "Isla de la luna" (Coati), pero esta vez detenido por el gobierno de Busch en mayo de 193922. Lo que no le impide embelesarse por última vez con el paisaje, mientras viaja con otros confinados:

De Tiquina hasta el lago de Copacabana el mal camino es una pura sorpresa y el espectáculo del lago gana en belleza a medida que se escalan los desnudos flancos de las laderas; pero cuando se gana la cumbre el panorama es de una belleza indescriptible (Etapas 65).

No se sabe cómo retornó de este destierro, pero dado que entretanto Busch se suicida, Arguedas vuelve a las andadas en su afán crítico, hasta que su vida da un repentino vuelco cuando es nombrado Ministro de Agricultura por Peñaranda, en 1940. Y al respecto no está demás hablar acerca del impacto que tiene en este hombre finisecular otra transformación cultural que le permiten sus nuevas funciones. En efecto, tiene la oportunidad de viajar por primera vez en avión.

Mientras en su querida Francia ocurre la caída de París (88), está por primera y única vez en Santa Cruz para inaugurar un Instituto Oriental de Biología (Etapas 83), y al retornar a La Paz en avión, describe su salida de Santa Cruz y el paisaje de Cochabamba. También va a Caupolicán (Apolo) con Peñaranda:

Alzamos el vuelo a las 9.15. Dos grandes vueltas sobre la ciudad, no sé si para ganar altura o para anunciar a la población nuestro viaje, y luego picamos de frente hacia la gran muralla de los Andes que se alza en el fondo, donde el Illampu luce sus eternas nieves doradas a los rayos del sol del invierno (...) Las montañas se arremolinan en tumulto el pie de la montaña blanca y las quiebras son más profundas. Imponente e indescriptible es ahora el espectáculo. Las cumbres calvas se alzan por todos lados; las paredes abruptas de los flancos caen sobre huecos profundos y aparece el verde los bosques (Etapas 89-94)

Nuevamente la destreza descriptiva arguediana permite sentir, si bien no la típica melancolía estelar que se haría tan atractiva en las siguientes generaciones, el cambio de perspectiva que provoca el vuelo al anular las distancias.

Esto hasta que, después de su última gestión diplomática, en Venezuela, el año 1943, se encuentra con el nuevo y más conflictivo avatar del populismo militar: Villarroel, respecto del cual, dado su carácter criminal, se siente rápidamente en el deber de actuar opinando: "Ahora veo que no puedo, que no debo abandonar la pluma sin antes denunciar las iniquidades que se vienen sucediendo en Bolivia" (Etapas 113).

Sin embargo, a medida que el régimen se torna más violento se llama a silencio, para lo cual, y esto es lo interesante, encuentra justificación de autoridad en los historiadores antiguos. Así Tácito ante las atrocidades de Domiciano:

Ahora bien, si Tácito, con alma de romano, se resignaba a callar para salvar el pellejo, no veo por qué yo, que algo de indio debo llevar en mis venas aunque con mucho de español, tenga que lanzarme lanza en ristre para atacar a malandrines y malhechores y en defensa de cínicos, logreros, oportunistas y vividores..." (C y C 104).

La imagen del carácter enloquecido de la historia puede verse en uno de los últimos comentarios de sus diarios, cuando desde su condición ya de anciano puede ver cómo uno de sus sobrinos, Hugo Salmón, secretario privado de Villarroel, vuelve a su casa y se pone a jugar con sus nietos:

Después del almuerzo salimos al jardín. El día era hermoso y hacía un calor de 21 grados centígrados. Habían venido a tomar el café para luego quedarse a jugar bridge (...) Estábamos pues en familia. Hugo se puso de cabeza sobre el césped tratando de mantener largo tiempo el equilibrio... Inmediatamente se le zafaron de los bolsillos del pantalón dos caserinas cargadas con diez tiros cada una del enorme pistolón que llevaba en la cintura (Etapas 205).

 

6. El fin

Entre noviembre de 1944 y enero del siguiente año Arguedas pasa tres meses en Buenos Aires, para cerrar el contrato de reedición de Raza de bronce en la editorial Losada, y conoce cierta celebridad entre los medios de prensa por medio del contacto con Cerruto, Henriquez Ureña y Costa du Rels (C y C 106). Pero al volver a Bolivia tiene los primeros anuncios de la parca. Mientras sigue comentando en su diario el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Japón, consolidación de la victoria aliada, en agosto de 1945, sufre un ataque que lo invalida:

Una noche, la del domingo pasado, me metí en cama como de costumbre, bien, y pocas horas después, a las doce y media en punto de la noche, desperté con un fuerte ataque a la cabeza...

Me eché de la cama para ganar la puerta de salida y llamar a alguien en mi ayuda, y no pude vestirme. Tras muchos esfuerzos logré calzarme las babuchas, endosar un abrigo y arrastrarme con paso de ebrio hasta la puerta, pero cuando la abrí caí al suelo y, a gatas, pude llegar hasta el estanque en medio del jardín, de donde llamé al viejo sirviente y a mi hijita Clelia (C y C 110).

Y cuando se recupera, sabe que "la advertencia está dada", por lo cual la adorna en la medida del escritor que era:

Una música lenta, triste, desolada, que se acomoda bien al estado de mi alma. No sé de quién será; pero tiene trémolos desfallecientes, acentos dolorosos. Y pienso en todo lo que pudo ser y no fue; en mi vida sin accidentes, sin movimiento y sin pasión, monótona, casi vacía; pero siempre acuciada por la ambición del nombre y de la obra, aun sabiendo que son meros espejismos, burbujas de jabón. ¿Para qué, al final?

Esa muy precisa imagen de la vida como una burbuja ya la había apresado al llegar en 1929 a Colombia, pero de una manera decididamente magnífica, al señalar más claramente que la existencia en efecto lo era, pero "entre dos eternidades" (II-214).

Mostrar esta circunspección verbal, sin duda sabia, si acaso puede auxiliarme a terminar de una vez este ensayo que se propuso dar una imagen menos adocenada de este escritor. Porque, por lo visto, los bolivianos siempre tenemos que habérnoslas con Arguedas, incluso hoy; siempre tiene uno que saldar cuentas con él o con lo que significa él en el imaginario nacional. Incluso los extranjeros interesados o enamorados del país, una de las primeras cosas que aprenden, suficientes e ignorantes en igual medida, no tardan mucho en enterarse que hay una actitud arguediana frente a Bolivia, muletilla que usan para comenzar a opinar sobre este país sin conocerlo. Este sentimiento golpeó mucho al Arguedas viejo, como se puede ver por una carta enviada a José Luis Bustamante:

Constantemente oirá usted decir o leerá usted en los periódicos de esta mi tierra que mi obra peca por parcial, poco serena e ingrata por sus tendencias negativas. Sabrá usted o le dirán que soy un sistemático denigrador de las virtudes y cualidades de la raza, un despechado y un combativo, etc. etc. ¿Serán justos los que así me juzgan? No sé, posiblemente (...) Una sola disculpa en mi favor, con todo (...) Si voy equivocado, el daño cae solo sobre mí y no cuesta un solo céntimo a la nación. Me equivoco gratis y gratuitamente me echo el mundo de enemigos y carga de reproches de resentimientos y a veces de odios muy fuertes (Etapas 370).

Pensar en la plata que no le costaba al país su negativismo, a manera de justificación, permite ver el que quizá haya sido su principal problema: la impaciencia nacionalista, es decir, la excesiva preocupación por la patria, lo que suele llevar al desatino. Dedicarse a ver cómo una sociedad sale adelante puede ser desesperante. Mejor es considerar que lo está haciendo pese a todo. Además, es extraño que la posibilidad que tenía de viajar con cierta frecuencia a Europa no le hubiera dado cierta perspectiva distinta y mayor tranquilidad respecto de la abrumadora realidad nacional.

Se ha dicho también que, para la vida que llevó, pudo haber tenido la consideración de sentirse un boliviano afortunado, a menos que se crea que uno siempre se merece más de lo que tiene. Pero ya lo dijo Lichtenberg: "aquel que tiene menos de lo que desea, debe saber que tiene más de lo que merece tener".

Como historiador jamás pudo ponerse a la altura de Moreno. Y los celos de Tamayo no cejaron ni en la vejez23. Pero a fuer de sincero, dejó una imagen de escritor un tanto imperecedera, de manera que quizá el busto imaginario que inevitablemente tenemos de Arguedas se pueda por lo menos enriquecer o complejizar con la faceta más humana que muestra en La danza de las sombras, y en sus diarios y cartas24.

 

Apéndice 1

Aunque Raza de bronce pertenece a la historia de la literatura, no pertenece a la gran literatura. Como les ocurre también a Adela Zamudio y a Chirveches, hay momentos en que la lección balzaciana es altamente gratificante, pero la combinación de descripción del paisaje y seguimiento de la ritualidad y costumbres aymaras están puestas al servicio, no de un grupo de personajes viviendo una historia particular, sino de una ambición pedagógica o informativa del escritor.

He dicho antes que me resultaba un poco inexplicable la opinión arguediana de que "toda acción disimulada bajo la intriga de una fábula sería siempre acogida con reparos", pero aquí reside quizá la explicación: él y los otros novelistas latinoamericanos de esa época consideraban en general la tarea del novelista en su dimensión meramente ilustrativa, no como una operación artística.

En otras palabras, que también visto a la luz del mito del artista moderno inmolado en procura de la obra maestra (no solo desde el resultado palpable: las propias novelas), mostrado incomparablemente por Flaubert, el realismo novelístico latinoamericano de esa época, denominado en otras ocasiones costumbrismo, fue en buena medida pobre. Arguedas se quejaba permanentemente de que sus empresas novelísticas resultaban sendos sinsabores, pero no parece haber hecho mucho esfuerzo para mejorarlas. Esto pese a que pudo haberse enterado del ímprobo trabajo que le significó a Flaubert la construcción de Madame Bovary25. Vista la manera en que Arguedas considera a sus personajes en Vida criolla, por ejemplo, pudo haber dicho con Flaubert, en efecto, que, si le fuera dado, arrastraría por el fango a todos sus personajes. Pero sabemos que la genialidad del francés consistió precisamente en que, en el fondo, reveló una extraña compasión por el destino de los suyos, sin decirlo.

Con su habitual lucidez, pero también con su habitual bonhomie un tanto molestosa, Henry James diagnosticó las dificultades que para un norteamericano educado en la misma época significaba la pretensión de convertirse en novelista:

Ningún autor, sin hacer un esfuerzo, puede imaginar lo arduo que resulta escribir una novela en un país donde no hay sombra, ni antigüedad ni misterio, ni nada pintoresco y sombríamente injusto, nada excepto una mediocre prosperidad bajo una clara y sencilla luz del día, como es felizmente el caso de mi amada tierra natal (45).

Ahora bien: se conoce cuál era en el caso de Arguedas la razón fundamental de este desaliento: no es que faltaba relleno histórico y fondo cultural, sino que alrededor había demasiados indios, y en general consideraba que el país era lamentable como tema. Pero, ¿por qué no eludir ambos? ¿Se podía omitir o suspender la pobreza de la misma manera que James omitió o suspendió la prosperidad para tematizar a través de ella el carácter problemático de la existencia?

No hay duda que, si uno es patriota, considerará esta pregunta carente de sentido, y sin embargo, gente como Dostoievski la respondieron, y no por falta de amor a Rusia, sino por mayor amor a la literatura. A Flaubert le preguntó un día su amante por qué en sus cartas no reafirmaba con más frecuencia que la amaba, y aquél le contestó que podía estar seguro de que sí, que la amaba, de la única forma en que él sabía amar, es decir, en segundo lugar, después de la literatura. Y cuando se tiene dos amores, se puede jugar un tiempo, pero a la larga hay que escoger.

Y en general este malentendido se convirtió en dogma. Nadie dudó que la pobreza, el caos político, el problema del indio, obligaban a la literatura a convertirse en un oficio de emergencia, como se decía hace unos años. Así que Alcides concluyó que la tarea del novelista latinoamericano no era recrear el carácter problemático de la existencia, con o sin un propósito moral, sino la mucho más modesta, desde un punto de vista de la historia del arte, de reparar "los males del país". Y aun peor, de simplemente empezar por hacerlo conocer, como si esto no debiera producirse a desgana y de manera mucho más esencial, como siempre ocurre con la gran literatura.

Así, la superficialidad, la pobreza estilística, la falta de penetración humana se ampararon en las palabras realismo y naturalismo. Uno puede sonreír inicialmente ante el chiste que Mendoza puso al frente de su novela (a la pregunta de cómo había escrito En las tierras del Potosí, Mendoza contestó que con lápiz), pero si se lo hace después de leer la novela, concluye en que lo que pasó por ser una fina chanza era en realidad una muy certera revelación de las pocas miras con las que el famoso médico encaró su obra.

Se podría decir incluso que a los personajes de Arguedas y Chirveches, según la ya célebre frase de Carlos Fuentes, no se los tragó el paisaje sino su descripción. Nadie se acuerda hoy de los Ramírez, los Rojas, los Martínez de esas novelas, a no ser que sea un profesional de la literatura puesto en la necesidad de hacer su tesis. Y aunque sus creadores nos enseñaron la técnica que aprendieron del naturalismo y el realismo y cierta toponimia (reinventaron a su manera las calles de La Paz, Sucre o Cochabamba, descubrieron los lugares que ahora son barrios, como Obrajes o Sopocachi) no lograron hacer memorables sus obras, porque sólo imaginaron en ellas espectáculos banales, personajes típicos en situaciones típicas, esto es, la mejor manera de hacer olvidar algo que ocurre.

En conclusión: para reafirmar el significado del novelista como artista moderno prefiero aprovechar la precisión alcanzada por el crítico George Steiner cuando habló del afán de construir una gran novela como "la regocijada convicción de que estaba en juego algo más que pintar un retrato de la sociedad existente..." (Steiner Tolstoi o Dostoievski 48). Y todo hace ver que Arguedas no se planteó este cometido.

 

Apéndice 2

Esta pugna se remonta por lo menos a 1915, cuando Arguedas da una conferencia sobre Flaubert en el Círculo de Bellas Artes de La Paz, pues llama la atención como la inicia:

Por desgracia para mí ya se os ha acostumbrado en este atrayente centro de cultura y sociabilidad a pasear la mirada por altas esferas de disquisiciones sobre espíritus selectos o asuntos fundamentales hechas por hombres de vario saber, bello decir, y lógico razonar (El Fígaro de La Paz, 19 a 22 de mayo de 1915).

Es que a su vez Tamayo había dado un mes atrás y en el mismo lugar otra charla, que luego se convirtió en el libro Horacio y el arte lírico. Y continuó después en los años 30, como se sabe, ya a propósito de Gabriel René Moreno:

Quienes sobre todo se muestran implacables con él (Moreno) son los vanidosos y los simuladores, y este tipo del simulador grotesco es divertido en el fondo. Dice, por ejemplo, dominar el griego, conocer varias lenguas y nutrirse únicamente de Virgilio, Dante, Shakespeare y Goethe, finge desdeñar a los modernos y mira con desplante a maestros como Flaubert (II 348).

y a propósito de la conducción de la Guerra del Chaco, cuando arremete contra "el singular abogadillo que en Bolivia dirigía la Cancillería" (II-334) para acusarlo de haber frustrado los esfuerzos realizados para terminar la guerra a fines de 1933.

De manera que esta resistencia adquiere más reciedumbre cuando Tamayo funge como Presidente de la Convención y la policía política del gobierno de Villarroel comienza a abusar dictatorialmente; entonces los estudiantes lo rechiflan:

Ayer hubo una manifestación de estudiantes protestando por el odioso atentado (a Arze) (...) Al volver sobre sus pasos se detuvieron frente a la casa de Tamayo y pidieron a gritos que saliera (...) nadie salió. El gran hombre, el olímpico, no quiso comprometerse e hizo decir con sus hijos que no se encontraba en casa (Etapas 128).

Pero llega a un extremo al parecer exasperante un año después, cuando, al hacerse inminente el final de la Segunda Guerra Mundial a Tamayo se le ocurre proponer a la Carta de las Naciones Unidas, que se estaba fraguando en San Francisco esos días, una "doctrina boliviana para la convivencia pacífica entre los pueblos, que promulgaba los "catorce puntos bolivianos", al estilo de Woodrow Wilson.

(El) concepto general (la teoría de Wilson) es impreciso e ilimitado. ¿Dónde encontrarle precisión y limitación satisfactorias? En los catorce puntos bolivianos, donde explícitamente se dice: la paz del mundo y la justicia entre las naciones (Etapas 168).

Al enterarse de la ocurrencia, Arguedas no sabe si reír o renegar ("Decididamente, Tamayo ha llegado a tomar a lo serio su papel de conductor del mundo", Etapas 165), porque, para mal de sus pesares, las extravagancias tamayanas son tomadas en serio.

En fin. Que la conferencia de Tamayo haya conocido varias ediciones posteriormente y la de Arguedas nunca haya sido reeditada viene a ser una buena muestra de la suerte que corrió la obra de los dos en manos del particular temperamento nacional, pues mientras Arguedas conoció verdaderamente cierta celebridad internacional, al punto de ver publicadas sus obras completas en la editorial Aguilar, Tamayo no figura siquiera entre los poetas modernistas de segunda fila en los trabajos críticos o historias de la literatura hispanoamericana. En cambio, internamente Tamayo pasa por ser nada menos que un héroe cultural epónimo. Es que Arguedas es el representante par excellence de lo malo del país, lo antinacional. Que recuerde, no hay una calle Alcides Arguedas en alguna ciudad boliviana; en cambio, hay una feraz y enorme provincia paceña que se llama Franz Tamayo.

 

Notas

* Universidad Católica Boliviana "San Pablo". Contacto: walt.varge@gmail.com

1 En adelante todas las citas de La danza de las sombras se harán con esta doble numeración, referida al tomo y la página. Las demás obras de Arguedas se referirán según la siguiente abreviatura: Pueblo enfermo (PE); Epistolario de Arguedas (Epistolario), Etapas en la vida de un escritor (Etapas) y el diario de Arguedas publicado en Ciencia y Cultura (C y C).

2 Al leer Recapitulación, la autobiografía de Somerset Maugham, he encontrado este fragmento: "Volví a España año tras año. Me paseaba por las calles blancas y silenciosas... Iba a los toros y hacía el amor a preciosas criaturas cuyas exigencias estaban al alcance de mis medios económicos. Era delicioso vivir en Sevilla en plena juventud" (Maugham, Recapitulación 87). Dado que Maugham se está refiriendo precisamente a esos primeros años del siglo XX cuando Arguedas visitó esa ciudad, séame permitido por un momento invadir el terreno de la ficción para hacer una composición de lugar caprichosa, e imaginar que Maugham, el exitoso novelista inglés, y Arguedas, el fracasado novelista boliviano, recorrieron las mismas calles esos días y compartieron la misma niña que comerciaba su cuerpo con tanto éxito, a juzgar por ambos testimonios.

3 El humor en sus libros era algo raro, y cuando aparecía, era de manera casi inadvertida e involuntaria. Reprodujo en Pueblo enfermo, por ejemplo, el discurso de un candidato a unas elecciones legislativas de 1906: "Trabajar es asociarse, asociarse es civilizarse, civilizarse es progresar, progresar es instruirse, instruirse es educarse y educarse es trabajar por los hijos de la aurora...". (PE 135). Arguedas no sonríe ante esta parrafada, ni tampoco ante esta otra que le sigue, en la que el mencionado candidato elogia el heroísmo del pueblo paceño: "En la guerra civil eres otro elemento de agitación, el verdadero soberano. En esas horas tu voz es como el mugido de los leones del desierto, y si te encolerizas, bramas en grandes oleajes que se levantan rugiendo espirales tremendos y caen mugiendo en las rocas de los mares, y nunca has retrocedido en tu camino; te has metido siempre como ese algo de la caverna de Eolo, donde se oye en rugido vertiginoso de los grandes huracanes. Cuando La Paz se desquiciaba, cuando tu palacio ardía. Cuando tus calles desde las aceras a los tejados eran laberintos de batallas campales; cuando infinidad de cadáveres yacían sobre las piedras calcinantes, bajo el cielo ardiente, henchido en las tonantes nubes del incendio, como si fuera por su horror, y su grandeza aquella una catástrofe de la máquina celeste, más que una catástrofe engendrada por los hombres, en que se arrojaba plomo patricida".

4 Medinaceli parecer haber sido el único en haberse ocupado de La danza de las sombras simultáneamente a su publicación, pero esto es un decir, porque no comentó propiamente el contenido del libro. Tampoco tuvo oportunidad de revisar el diario de Arguedas, que como se sabe, debió esperar cincuenta años para conocerse.

5 Vida criolla (1905), novela que luego pensó en convertir en la primera parte de una trilogía; la segunda, que ya estaba escrita en 1922, tenía los títulos tentativos de El vencido o El fracasado. Salvador Romero Pittari, quien tuvo acceso a los documentos familiares y pensaba publicar la novela, sin pensar que la muerte lo iba a sorprender en, sugiere, basado en otros fragmentos del diario no publicados, que se habría inclinado por la variación "El triunfador vencido"; en cuanto a la tercera, "Crepúsculo de oro", según Moisés Alcázar quedó inacabada (Etapas 61).

6 Nada en este libro ayuda a desmentir lo que hasta aquí hemos señalado como su característica central de escritor. En consecuencia, se comenzó a ratificar que era pedestre e improvisado, que Pueblo enfermo sólo recogía información y ciertos principios analíticos de libros que circulaban en el momento en España y en Francia. Pero un mal escritor no necesita tanto de los críticos para pasar al olvido. En cambio, perduró, y si así fue, es porque además asumió para los bolivianos la conocida figura del chivo expiatorio. Arguedas pasó a ser el epítome del culpable de los males de la nación. El descreído, el pesimista, el falto de fe, el odiador de lo boliviano que tanto gustan de encontrar en otros los tartufos igualitarios.

7 "Los mozos me condujeron a mi casa en medio de vítores, y este fue en mi país el triunfo más ruidoso" dice Arguedas acerca del resultado de su conferencia; ahora solo resta saber cuál era más pagado de sí mismo: ¿Arguedas o Tamayo? (ver apéndice 2).

8 Como que en realidad era originalmente la introducción a una frustrada segunda edición de Pueblo enfermo que una editorial le había pedido (se había alargado demasiado al hablar de los países vecinos).

9 Es el único escritor boliviano que lleva un diario de esta manera casi sonambúlica durante tanto tiempo.

10 Unos años antes, por ejemplo, según cuenta Bautista Saavedra, le había pedido a éste, en su calidad de presidente de la República, el cargo de cónsul en París (Oblitas Fernández 670).

11 La historia de esta obra tiene otro matiz interesante relacionado con el único gran magnate de origen nacional que militó en las grandes ligas de los capitanes de industria del siglo XX: Simón Patiño. Éste le había adelantado dinero para que escribiera la historia, y parece que en 1933 Arguedas especuló a crédito con este dinero, junto con su propio patrimonio, al comprar acciones de la misma empresa del rey del estaño, con resultados catastróficos (I-144).

12 ¡Me quedé en La candidatura de Rojas! le dijo a Arguedas al comentar autocríticamente la insatisfacción que le produjeron sus novelas posteriores.

13 No solo que, con harta sangre fría, había probado su pericia al manejar el revolver disparando previamente al cerrojo de la puerta, sino que tiempo antes había propuesto a su pensionista, de la cual parece que estaba ligeramente enamorado, suicidarse juntos. Además, su padre y su hermana también se habían eliminado.

14 Si bien estos diarios no se han publicado, se pueden leer dos partes importantes de los mismos en Etapas de la vida de un escritor, y en el N°19 de esta revista.

15 En el proceso mundial de burocratización de los intelectuales, esta entidad, directo antecedente de la UNESCO, se creó en Francia en 1924. Alfonso Reyes señala en una nota de su libro Última Tule (Obras completas, XI 82) que a la reunión del Instituto, realizada en Buenos Aires en 1936, asistieron, además de Arguedas, gentes del fuste de Ungaretti, Emil Ludwig, Jacques Maritain, Pedro Henriquez Ureña, Enrique Diez Canedo, Jules Romain y Stefan Zweig. En alguna reunión llegaron a participar incluso Einstein y Bergson. Seguramente la guerra mundial llevó a que en 1939 las actividades de este conciliábulo se disolvieran en los hechos, aunque en realidad se cierra definitivamente en 1946.

16 No solo eso, sino demostrar además cierta calidad profética, como se ve, aunque internet haya mermado nuestro optimismo al respecto, pues es posible que a estas alturas del nuevo siglo perezcamos nuevamente de aburrimiento, ya no ante el silencio de la rutina, sino ante el avasallamiento de las imágenes y la información.

17 Así describe, por ejemplo, su regreso en tren a La Paz desde Arica: "El tren corre por la llanura, limitada en los confines por las cumbres blancas de las cordillera, y va derecho a las neveras, que ostentan mil formas caprichosas dibujando el contorno de sus picos sobre el azul diáfano del cielo. Aquí es una meseta bruscamente mutilada el Mururata, puesta entro dos riscos; allá la curva armoniosa de su seno de mujer núbil. Después en el lejano horizonte y dando comienzo a la cadena, dos moles altas y enhiestas, el Illampu, emergiendo de un cendal de nubes; en el otro confín, cerrando la cadena, el Illimani, que es el apogeo de la línea elegante y de la forma armoniosa en las cosas de la naturaleza" (II-119).

18 Por ejemplo, la declaratoria de guerra inducida por los argentinos en mayo de 1933, para evitar y/o dificultar que Bolivia comprara armas y alimentos (II-301).

19 Este país había sido la última parada de la verdadera gira internacional que en su calidad de aventurero revolucionario había realizado entre 1927 y 1932, comenzando por Perú (adonde había sido deportado por el gobierno de Siles y donde contacta a Mariátegui), México (vía Panamá y Cuba, donde contacta al comunista cubano Julio Antonio Mella) y Estados Unidos, donde llega en 1930. De allá había mandado, siempre según su versión, cien fusiles a Roberto Hinojosa, que había tomado Villazón para ingresar a hacer la revolución a Bolivia. Pero, oh sorpresa, otros revolucionarios se le habían adelantado.

20 Concretamente, "armar" un prólogo con retazos de las cartas que le había enviado la poetisa, para su libro primerizo Poetas idealistas e idealismos de la América hispana, publicado en la Paz en 1919.

21 Toda lectura de Pueblo enfermo debe hacerse tomando en cuenta las adiciones que realizó a la edición de 1937, e incluso capítulos nuevos, como el capítulo 13 del que saco estas consideraciones.

22 Es decir, meses después del famoso sopapo que le propinará el presidente por sus denuncias de la corrupción y carácter policiaco de su gobierno.

23 Ver Apéndice 2.

24 Los males continuaron hasta finalmente provocarle la muerte, en abril de 1946, de manera que ya no vio la terrible revuelta popular de julio de ese año, que terminó con el gobierno de Villarroel.

25 Pues, evidentemente, en la mencionada conferencia de 1915 sobre el escritor francés se ocupó, no de sus novelas, sino de su correspondencia.

 

Referencias

1. Alcázar, Moisés (ed.). Etapas en la vida de un escritor. La Paz: Talleres Gráficos Bolivianos, 1963.

2. Arguedas, Alcides. Epistolario de Arguedas. La generación de la amargura. La Paz: Fundación Manuel Vicente Ballivián, 1979.        [ Links ]

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