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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult vol.21 no.39 La Paz dic. 2017

 

Ideas y pensamientos

 

Centenario de Juan Rulfo: "soy un desequilibrado del amor"

 

Juan Rulfo's centenary: "I am an unbalanced of love"

 

 

Dora Cajías de Villagómez*

* Universidad Mayor de San Andrés.
Contacto: maninacajias_5@hotmail.com

 

 


Resumen

Comentario crítico de la correspondencia personal de Juan Rulfo contenida en el libro Aires de la colina. La autora sostiene que más allá del contenido privado, en las cartas hay una dimensión poética y literaria que enriquece la percepción de la obra de Juan Rulfo, sobre todo porque permite visualizar aspectos biográficos que han repercutido en el universo ficcional del autor mexicano.


Abstract

Critical commentary on the personal correspondence of Juan Rulfo published in the book Aires de la colina. The author argues that, beyond the private content, in the letters there is a poetic and literary dimension that enriches the perception of the work of Juan Rulfo, especially because it allows noticing biographical aspects that have affected the fictional universe of the Mexican author.


 

 

La correspondencia entre personas comunes difiere del género epistolar porque, entre otras cosas, es el resultado de la espontaneidad absoluta y carece de la intención de pasar a dominio público. La exposición de las cartas personales despiertan en el lector interés y curiosidad distintos a los que generan otros textos porque su lectura se convierte en un acto de revelación que descubre los secretos o la confidencialidad reservados a un espacio de privacidad entre quien escribe y su destinatario.

Si esa correspondencia es de carácter amoroso, su naturaleza, fundamentalmente subjetiva, está relacionada al mundo interior e íntimo restringido a una pareja y tiene un tenor, por esencia sentimental, por el cual su lectura descubre un misterioso tejido de relaciones.

Y si, además, ese vínculo epistolar tiene que ver con un escritor famoso, las cartas dejan de ser "papeles" anodinos y se convierten en parte de su obra literaria, en la mayoría de los casos, inédita, y que, generalmente sale, en determinado momento, del ámbito cerrado para exponerse ante la mirada pública, como una suerte de infidencia o injerencia que suele dejar en el lector la incómoda sensación de ser un intruso.

Al respecto, algunos ejemplos, de especial aunque distinta resonancia, fueron las cartas que Álvaro Mutis escribió a Elena Poniatowska cuando, a fines de los años cincuenta, cumplió quince meses de prisión en la cárcel mexicana de Lecumberri. Fueron tiempos de grandes tensiones para el escritor colombiano en los que lo acompañaron algunos amigos solidarios pero sobre todo los libros y, curiosamente, también las cartas como, por ejemplo, las que escribió Marcel Proust y sobre las que Mutis comenta en alguna parte de la mencionada correspondencia. Poniatowska publicó, en 1997, las cartas que su amigo le escribiera desde el encierro en el Palacio Negro (Poniatowska, 1997).

Por otro lado, las cartas de amor de Fernando Pessoa a Ophélia Queiroz muestran la tormentosa y angustiante relación que vivieron en la década de los años veinte. La referencia a los múltiples heterónimos que hicieron de su obra un fenómeno literario está presente pero también la alusión a los conflictos emocionales que aquejaron al autor toda su vida. Sus desoladoras cartas fueron publicadas, de forma parcial, por un sobrino de Ophélia al año siguiente de la muerte del poeta, y en 1987 ella misma preparó una edición especial con toda su correspondencia (Pessoa, 2012).

Juan Rulfo alcanzó la fama con un libro de cuentos, una novela y algunos guiones para cine; por eso fue enorme la sorpresa al ver un nuevo libro que figura como uno más de su autoría. El año 2000, la Fundación Juan Rulfo entregó al público una prolija edición que contiene un material inédito y único: 81 cartas escritas por Juan Rulfo a Clara Aparicio, entre octubre de 1944 y diciembre de 1950 (Rulfo, 2000).

Aire de las colinas muestra, entre otras cosas, los estados de ánimo de un Rulfo enamorado que vuelca su espontaneidad, ternura, humor, ilusión pero también su "coraje", alejado, como estaba, de Clara Aparicio, su novia primero y su esposa después.

El vínculo epistolar que surge en esta pareja reproduce un lenguaje coloquial y común pero que, desde un inicio, está enriquecido por una dimensión poética y literaria que si bien, por su propia esencia, se resiste a un examen teórico, permite, sin embargo, leer en los detalles diseminados, casi imperceptiblemente, las convicciones, la visión del mundo personal, la concepción del proceso de la creación, la cotidianeidad y las pulsiones íntimas de uno de los escritores más valiosos y originales de la literatura contemporánea.

Desde que te conozco, hay un eco en cada rama
que repite tu nombre; en las ramas altas, lejanas;
en las ramas que están junto a nosotros, se oye.
Se oye como si despertáramos de un sueño en el alba.
Se respira en las hojas, se mueve como se mueven las gotas del agua.
Clara: corazón, rosa, amor...
Junto a tu nombre el dolor es una cosa extraña.
Es una cosa que nos mira y se va, como se va la sangre de una herida; como se
va la muerte de la vida.
Y la vida se llena con tu nombre: Clara, claridad esclarecida.
Yo pondría mi corazón entre tus manos sin que él se rebelara.
No tendría así de miedo, porque sabría quién lo tomaba.

Y un corazón que sabe y que presiente cuál es la mano amiga, manejada por otro corazón, no teme nada.
¿Y qué mejor amparo tendría él, que esas tus manos, Clara?
He aprendido a decir tu nombre mientras duermo. Lo he aprendido a decir
entre la noche iluminada.
Lo han aprendido ya el árbol y la tarde...
Y el viento lo ha llevado hasta los montes y lo ha puesto en las espigas de los trigales. Y lo murmura el río...
Clara:
Hoy he sembrado un hueso de durazno en tu nombre.

Guadalajara, octubre de 1944
Juan Rulfo
(Carta I)

 

Hoy que vine de ti; sostenido a tu sombra, he mirado la noche.
He mirado las nubes en la noche como lágrimas alrededor de la luna clara; los árboles oscuros, las estrellas blancas.

Hoy he visto cómo por todas partes la noche es muy alta.
Y me detuve a mirarla como se detiene el que descansa. Clara:
Hoy se murió el amor por un instante y creí que yo también agonizaba.
Fue a la hora en que diste con tus manos aquel golpe en la mitad de mi alma.
Y que dijiste: tres años, como si fuera tan larga la esperanza. Hoy caminé despacio pensando en tus palabras.
Oyendo los ruidos del pájaro que duerme y los ruidos del ansia.
Del ansia que nos mancha la congoja de no poder ser omnipotentes para labrar
una piedad dentro de otra alma.
Con todo, tres años no son nada. No son nada para los muertos ni para los que
han asesinado lo que aman.
Tres años son, Clara, como querer cortar con nuestras manos un hilito de agua.
Y en esperar que pasen los tres años, el tiempo nunca pasa. Clara:
Hoy que vine de ti, sostenido a tu sombra, me puse a mirar mi soledad y la
encontré
más sola.

Guadalajara, octubre de 1944
Juan Rulfo
(Carta II)

Estas son las dos primeras cartas que Rulfo escribió a Clara a fines de 1944, cuando él tenía 27 años y ella 16. Tres años había esperado él para declararle su amor, y el tenor de estas cartas muestra su angustia y dolor ante la respuesta recibida. "Hoy se murió el amor por un instante y creí que yo también agonizaba. Fue a la hora en que me diste con tus manos aquel golpe en la mitad de mi alma y me dijiste: tres años, como si fuera tan larga la esperanza". Esperar, tres años más, parecía imposible.

...Perdóname si yo he exigido mucho de ti, quizá demasiado, que haya querido que tu corazón palpitara fuera de tiempo, como yo hago con el mío; pero yo soy un desequilibrado del amor y tú no, ahora lo sé y sé también que por eso me gustas así, porque eres la brisa suave de una noche tranquila. (Carta III)

Inteligencia y emoción entrelazan, en las cartas de Juan Rulfo, un nexo sutil entre su vida y su obra, pero no como una relación de causa y efecto sino como eco y evocación de una memoria infantil signada por la violencia, la orfandad, la soledad, las ausencias y el abandono. Esos fantasmas que hicieron de Juan Rulfo un hombre taciturno, desdichado y de pocas palabras pero sobre todo, y como contrapartida, un observador sensible y profundo.

Clara sería la redención y la luz frente a los murmullos y las sombras de un pasado que atormentaba a Rulfo a través de recuerdos e imágenes de los continuos y sufridos despojos que vivió desde su infancia, tanto en vidas humanas como en tierras de su familia, y que determinaron la progresiva pérdida de su propia autoestima.

... luego vino ese sentimiento que no me ha abandonado todavía, de que yo era un pobre diablo y de que tenía que luchar mucho para defenderme de mí mismo. Pues yo no te quería entregar un corazón enfermo como el mío y un espíritu (muchos dicen alma) cansado de andar solo por el ancho mundo...me concentré en mí mismo y viví por dentro, porque le tenía miedo al mundo. (Carta XVI)

En una entrevista, Rulfo contó que el "sistema carcelario", refiriéndose al orfanato, donde pasó parte de su infancia, le había "enseñado a deprimirse", y en sus cartas a Clara muestra, con la misma laboriosidad invisible de sus cuentos, las dificultades que atraviesa para superar la tristeza y el desaliento. "Además, mi corazón no era tan tierno. Más bien despiadado. Estaba acostumbrado a ser duro y tú viniste y lo ablandaste" (carta XVIII).

El plazo de tres años dado por Clara a Juan implicaba que éste aprovechara ese tiempo para lograr la estabilidad laboral necesaria para casarse. Rulfo fue primero empleado de la Gobernación de Jalisco como agente de inmigración y luego agente de ventas de la fábrica de neumáticos Goodrich.

Su relación con el trabajo fue también motivo de gran inquietud y muestra su sensibilidad ante las condiciones laborales de los obreros:

Ellos no pueden ver el cielo. Viven sumidos en la sombra, hecha más oscura por el humo. Viven ennegrecidos durante ocho horas, por el día o por la noche, constantemente, como si no existiera el sol ni nubes en el cielo para que ellos las vean, ni aire limpio para que ellos lo sientan. Siempre así sólo hasta el día de su muerte pensarán descansar.

Te estoy platicando lo que pasa con los obreros en esta fábrica, llena de humo y de olor a hule crudo. Y quieren todavía que uno los vigile, como si fuera poca la vigilancia en que los tienen unas máquinas que no conocen la paz de la respiración. Por eso creo que no resistiré mucho a ser esa especie de capataz que quieren que yo sea. Y sólo el pensamiento de trabajar así me pone triste y amargado.
(Carta XII)

En 1949, dos años después de escrita la anterior carta y cuando ya estaba casado con Clara, escribió desde Jalapa:

Clara Aparicio nos seguimos sacrificando en vano y por cosas que no son nuestras y que no tienen nada que ver con nosotros y con nuestra vida. Eso te digo a cada rato aquí, cuando me suelto hablando solo, y de pura desesperación, y cuando siento otra vez el frío de aquella soledad de la cual me creí separar por fin cuando te encontré...entonces como si los días no fueran de nosotros, como si nada tuviéramos, así me siento de desterrado y triste.

Me dan ganas de decir muchas barbaridades en contra de ellos, por todo el mal que le han hecho a uno por la sacrosanta utilidad de la Industria, que todo lo que nos hace ganar es ir perdiendo el poco valor humano que nos quedaba y que habíamos defendido tanto. (Carta LVXXIII)

Trabajar en una fábrica, vivir en una metrópoli como la ciudad de México, sentir la presión de un mundo convulsionado por la Segunda Guerra Mundial y de un país volcado en una política abrumada por la creciente pugna entre apologetas y detractores de la revolución no parecía ser el escenario más favorable para un joven que buscaba tranquilidad para ser escritor. En sus cartas aparecen algunas menciones sobre el tema de la escritura y frecuentes confesiones sobre su relación con la lectura. Aparecen, casi como dichas al descuido, entre las múltiples referencias a su cotidianidad: inquietudes laborales, planes matrimoniales, viviendas inestables, borracheras y continuas enfermedades.

Pues yo, y esto no te lo he contado todavía, desde que yo me acuerdo, siempre fui un sujeto dado a estar solo; ni cuando era chiquillo me gustó andar con los demás, jugaba a los que se usaban entonces, pero pronto me cansaba y entonces me sentaba en una silla y me ponía a leer lo que encontraba primero y allí me estaba lee y lee día y noche hasta que me apagaban la luz. Eso me hizo daño. Yo sé que me hizo daño para la vida... me concentré en mí mismo y vivía por dentro, porque le tenía miedo al mundo. (Carta XVI)

...Ya dejé de comprar libros. Los últimos que compré, en lugar de darme gusto, me remordió la conciencia y ya no quiero remordimientos de conciencia, quiero portarme bien. Eso es lo que quiero. (Carta XLVII)

Y a pesar de todo, la invención literaria se gesta, y junto a ella, también una exigente autocrítica:

.... Me van a publicar un cuento en una Antología de Cuentistas Mexicanos. "Nos han dado la tierra". Yo les había entregado otro que se llama "Es que somos muy pobres", pero lo encontraron subido de color. No sé por qué me salen las cosas tan crudas y tan descarnadas, yo creo que porque no están bien hervidas en mi cabeza. (Carta XV)

... de lo que me dices del cuento se me está ocurriendo decirte que está mal; ahora que lo leí ya impreso no me gusta y es que realmente está muy mal escrito. No creas que te estoy contando un cuento para no mandártelo, pero la verdad es que he estado fallando en eso de escribir. (Carta XXXV)

Se me olvidaba decirte que mañana a las siete y media van a leer algunos pedazos por la XEX de mi último mamarracho, aquel que yo te platiqué que se iba a llamar "La cuesta de las comadres". En esa radiodifusora les gusta mucho mortificar a la gente buena que quiere estar tranquila. (Carta XVI)

Rulfo frecuentemente se mostraba mortificado y apremiado por la urgencia de encontrar estabilidad y la forma de vivir en el lugar "donde uno quiere estar y hacer agradable esta pequeña vida":

....Tú sabes y yo también sé que lo que más deseo sobre la tierra eres tú y luego escribir (poder). Un lugar tranquilo para ti y esa misma tranquilidad para poder escribir.
(Carta XLVI)

Por otro lado, como se sabe, Rulfo se mantuvo siempre lejano a la política, al mundo literario y a la farándula intelectual y artística, pero en esta correspondencia también se alude a algunos escritores como Efrén Hernández y el poeta José Gorostiza, cuya amistad e influencia, parecen haber sido significativas en la etapa en la que Rulfo inició su carrera de escritor: "...También conocí a Enrique González Martínez, el autor de 'Tuércele el cuello al cisne', y a José Gorostiza, el mejor poeta de México..." (Carta IX).

Las cartas testimonian, además de la literaria, otra gestación artística en la vida de Juan Rulfo. Un ascenso en su trabajo le permitió viajar por todo el país; ciudades importantes pero sobre todo pequeños pueblos, paisajes desolados y naturalezas áridas fueron captados por la lente de su cámara fotográfica.

También Clara, y después sus hijos, en escenas familiares y cotidianas, posaron para Rulfo, y esas fotografías son algunas, entre las muchas imágenes visuales, que se complementaron con las literarias y que confirman la eficaz y observadora mirada de Rulfo, capaz de descubrir un ángulo o un insignificante gesto, imperceptibles para los demás.

Pero tal vez lo más revelador de estas cartas sean la cercanía y empatía que producen en el lector. Juan Rulfo enamorado, con un humor fresco y simple y la naturalidad de un joven que admite y confiesa sincera y casi humildemente "los beneficios del amor":

Criaturita:
Soy muy malvado, ya verás que no soy bueno, no, nada de bueno; por el contrario, tengo una bola de demonios dentro de mí, y cada uno es el peor de todos los demonios que existen. Sin embargo, tú has matado muchos, pero los dos o tres que quedan son el vivo diablo. Tú has matado a los peores, me has quitado el demonio de la tristeza y el del desaliento; me has quitado esa oscuridad que yo tenía siempre enfrente de mí y me has hecho menos dolorosa la vida. No te amo por nada, sino por eso, porque has sabido ser maravillosa para mí y porque me has formado nuevos y recién estrenados sentimientos. Y si acaso crees que soy bueno es porque te has estado mirando a ti misma, pues yo sé y siento que estoy hecho a tu imagen, que tú me has ido haciendo así, para ti y para bien mío. Bien mío: esa es la cosa.

Yo quisiera, algún día, en algún momento tranquilo, poder analizar toda la transformación que tú has hecho de este muchacho todo tuyo; mirar cómo era y cómo soy ahora. (Carta LII)

Apelativos como el de criaturita, cariñito, chachinita, chamaquita, chiquitina y otros parecidos encabezan la mayoría de las cartas escritas en los seis años que van desde 1944 a 1950. Podrían ser parte de la cursilería propia de las cartas de amor, pero son, por un lado, expresión de los giros del habla regional mexicano, extensivo al conjunto de las cartas, y, por el otro, expresión de una infaltable ternura hacia Clara, desde el inicio del noviazgo, cuando predominaban las expectativas frustradas, hasta el matrimonio y la llegada de los hijos, cuando Rulfo conoce la ilusión y la tranquilidad.

Intrusa o no, la lectura de esta correspondencia permite muchas aproximaciones pero, ante todo, habrá que rescatar el entrañable y conmovedor testimonio de un hombre que transita de la soledad y el desamparo a la familia y al amor, y que simultáneamente, entre "coraje" y contramarchas, gesta las bases de una de las obras maestras de la literatura latinoamericana.

 

Referencias

1. Pessoa, Fernando. Cartas de amor. Madrid: Editorial Funambulista. Colección LiteraDURA, 2012.

2. Poniatowska, Elena. Cartas de Álvaro Mutis a Elena Poniatowska. México: Alfaguara, 1997.        [ Links ]

3. Rulfo, Juan. Aire de las colinas. Barcelona: Editorial Debate, España, 2000. Barcelona.

 

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