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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult vol.20 no.36 La Paz jun. 2016

 

Reseña

 

Catre de fierro

 

 

Alison Spedding

2015, Plural editores, La Paz, 460 páginas.

 

 


En las novelas, siempre (o mejor dicho, casi siempre, no exageraré), hay algún detalle constructivo que llama la atención, sea por su anormalidad, sea por su fuerza seductora, sea por su importancia diegética, tanto a la lectura gozosa como a la crítica literaria o la mera reseña revisteril, como la presente. En Catre de fierro, la cuarta novela de Alison Spedding1, frente al resto de 11 capítulos más o menos breves, destaca el enorme capítulo 10, de 162 páginas. No tanto por esa diferencia de dimensión, sino porque toda la parte previa está construida de manera más 'moderna' (por usar una palabra), esto es, apilando 'ladrillos' (capítulos) de historia temporal y espacialmente desordenados, que al tiempo de desarrollar la trama principal, lo hace con frecuentes cambios de narrador, flahsbacks y prolepsis (por ejemplo, las cartas de Ilse), en una especie de rompecabezas que el lector debe reconstruir. En cambio, esas 162 páginas vuelcan de manera más "tradicional", es decir, cronológicamente ordenada, las peripecias de una familia de los años 80 y 90.

Y por eso precisamente es la parte de la novela que se pone más al borde de la monotonía: quiero decir que ese largo trecho de la saga familiar, centrado sobre todo en la carrera política de Alexis y las tropelías adolescentes de sus hijos, corre el riesgo de volverse muy plano, por ser meramente una narración de aventuras.

Ahora bien, quisiera aprovechar esta diferencia para postular una tesis: que al tiempo de mostrar el nervio de gran narradora de esta escritora, harto superior a sus iguales contemporáneos (cosa comprobada ya en sus libros anteriores, y para lo cual solo basta como índice observar la cantidad de personajes involucrados en este), también muestra su principal limitación, creo yo. Veamos lo primero.

Reconstrucción casi tolstoiana de una familia Veizaga, pero después de que la novela pasara por las múltiples posibilidades formales que le dio el siglo XX, esta novela es hasta ahora la más voluminosa de las producciones de la escritora angloboliviana, aunque por contrapartida, por ejemplo y sobre todo con relación a la anterior, De cuando en cuando saturnina, nos ayuda un poco al leerla su renuncia al poliglotismo casi desenfrenado de aquélla novela. Pero el entramado familiar es de todas maneras harto tupido e intrincado, con múltiples sucesos desperdigados por aquí y por allá, salpimentados de emparejamientos (no carentes de afición incestuosa), peleas por herencias, repudios racistas y refinamientos, en el que, como digo, están inmersos muchos personajes.

Por ello, creo que un apoyo informativo, qué se yo, un cuadro genealógico al estilo de Ada o el ardor, o las microbiografías cómicas que el Faulkner de El ruido y la furia puso al final de su relato, habría ayudado sin duda a ubicarse en esa maraña parental (pero se lo puede hacer en una segunda edición). Yo sé que cierto catecismo de la novela sigloventina reza que en la dificultad, en la ambigüedad, en el repaso de las páginas para aclarar las dudas, está el gusto del lector. Pero haber hecho algo así me hubiera ayudado a tener más seguridad sobre algunas oscuridades parentales que presenta la novela, y quizá confirmar alguna que otra inconsistencia que sospecho en el árbol de la familia Veizaga.

Y puestos a ver inconsistencias, menores en relación a la ficción narrativa como tal, debo comentar tres cosas que me han hecho algo de ruido en una novela que se quiere retrato realista:

1. Cuesta creer que los miembros de la nueva clase política surgida en esa época, retratada en la ya mencionada familia del diputado Veizaga, se pongan a leer En las tierras de Potosí (p. 90), o La Chaskañawi, porque en realidad ese grupo social literalmente no tiene la costumbre de leer. Pero Alison insiste más de una vez en señalar estos convencionalismos forzados en los que solo una asimilada cultural puede caer. Por ejemplo, los niños de la familia juegan a los soldaditos encarnando a Marzana (p. 76), cuando, como país lateral o periférico, las guerras motivo de juego o recreación audiovisual siempre han sido las europeas o norteamericanas (cosa de la que no creo que valga la pena quejarse, por otra parte, si es que eso es lo que parece). Y la autora recae en esos tics librescos inverosímiles más de una vez.

2. Me parece que también resulta un poco forzada, y no es algo nuevo en la obra de esta escritora, la afición a tematizar el lesbianismo como una práctica desprejuiciada y extendida, más sueño del jacobinismo feminista de "Mujeres creando" que realidad fáctica, en un medio en que las mujeres difícilmente se separarían de su esposo para irse a vivir con su amada, como ocurre en la novela.

3. Es también reiterativo el afán, demasiado juvenil para mi gusto, de epater al establishment clerical católico con episodios de un humor picaresco no muy efectivo (concretamente, la bendición de un burdel alteño, producto de una confusión, a que se ve llevado del Papa Juan Pablo II, visitante en Bolivia en los años 80).

Dicho todo lo cual, y aquí va lo segundo, corresponde hacerse la pregunta del caso: ¿dónde se ubica, qué hace o quiere hacer esta novela en la literatura boliviana (al lado o frente, verbigracia, de la notoria estandarización internacional, entre mediocre y rutinaria, de un Paz Soldán o una Giovanna Chávez), sobre todo en un momento histórico en el que, ya no la forma-novela, sino la literatura como tal, por lo menos parece haber dejado su estatuto de referencia cultural, por mor de una revolución comunicativa y social que está lejos de haber mostrado su principal y quizá definitiva faceta? Por ejemplo, ¿están los hábitos de lectura aún en condiciones de mandarse una lectura de casi 500 páginas?

Para esta tarea, la autora ha sabido ser lo suficientemente explícita en su momento. Me refiero a su confeso programa estético, revelado tempranamente (esto es, ya en su primera novela), de practicar una suerte de picaresca andina o aymara. Y esta novela no es la excepción. Pues en buena medida, Matías Mallku, Nemesio (que durante toda la novela está en la cárcel porque tiene 30 años por asesinato), los asaltantes o Jorge Veizaga, responden a ese propósito, son los pícaros del caso, cada uno a su manera. De este modo, si en De cuando en cuando Saturnina la picardía se ubica en un futuro civilizatorio que ni siquiera brinda el sensualismo dramático de un final apocalíptico; si en Manuel y Fortunato está, más naturalmente, dada la ubicación temporal de esa novela, en los vivillos del Potosí colonial, aquí lo está en el típico devenir político y social de un país harto atípico2.

Rescatar la humanidad autóctona, o específicamente la aymara, del papel burdo de víctima al que lo confinó la literatura indigenista puede haber sido un logro, pero una vez hecho esto, el engouement con 'lo indígena' cae en cierto vacío. La superación se queda ahí, los personajes no tienen mayor densidad psicológica y/o humana para despertar las preguntas difíciles de responder que siempre ha formulado la gran narrativa. La nueva obra de Spedding se queda en lo picaresco, con su acentuación de la aventura vital como pretexto per se de la reproducción verbal de una o varias vidas.

Sea por la intervención permanente del narrador en su papel de comentarista, sea por medio de la meditación solipsista del propio personaje, la novela, en efecto, nunca ha dejado su responsabilidad, por decirlo de una manera no muy afortunada, de colaborar a la filosofía con las grandes preguntas, las preguntas razonables, que diría Chejov. Pero consiguió esto justamente cuando dejó la infancia de la picaresca. Hay pues una limitación de todas maneras en los Nemesios y Matías que inventa Alison; en cierta forma, su andar vital, que meramente soporta las circunstancias, no es (¿aún?) plenamente humano.

Con todo, era previsible, dados sus antecedentes, concluir en que con Catre de fierro estamos ante una novela realmente importante y valiosa.

 

Notas

1 En Bolivia, porque, aborigen inglesa, Spedding ha escrito en su país otras tres, antes de bolivianizarse, al parecer definitivamente.

2 Estas dos novelas forman, con El viento de la cordillera. Un thriller de los años 80, una trilogía, en la que ésta se centra en el presente histórico, a diferencia de las otras dos, lanzadas al futuro y al pasado, respectivamente. Pero como esta novelita era, extrañamente, demasiado escuálida, se podría considerar Catre de fierro también como la verdadera tercera pieza de la trilogía

 

Walter I. Vargas

 

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