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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult vol.20 no.36 La Paz jun. 2016

 

Reseña

 

Pilato y Jesús

 

 

Giorgio Agamben

2014, Ed. Adriana Hidalgo, Buenos Aires, trad.: María Teresa D'Meza, 56 páginas.

 

 


El libro Pilato y Jesús, del filósofo italiano Giorgio Agamben, no tiene una estructura convencional por capítulos; simplemente enumera consecutivamente conjuntos de párrafos, hasta el número 19. Por eso, de manera tentativa se propone a continuación la siguiente estructura temática de los diecinueve puntos que forman el cuerpo principal del texto. Del primero al sexto, Agamben presenta al personaje de Pilato. El séptimo punto —el más largo de todos— analiza, cuadro por cuadro, el proceso de Jesús narrado en el Evangelio de Juan. Del octavo al décimo, Agamben hace gala de sus conocimientos filológicos, para luego presentar —desde los puntos 11 al 16— su hipótesis de que se trató de un proceso sin juico. Los tres últimos puntos (17-19) serían las conclusiones. Casi como una confesión, Agamben incluye inmediatamente siete glosas, como necesarias explicaciones o ampliaciones a un texto complejo.

El propósito de Agamben en esta obra es analizar y estudiar el encuentro entre los dos personajes que dan título al libro como "uno de los momentos clave de la historia de la humanidad, en el que la eternidad se cruzó con la historia en un punto decisivo" (p. 6). En términos modernos, se podría decir que tal punto decisivo es la relación entre política y religión, aunque quizá sería simplificar un poco el argumento de Agamben. Para él resulta fundamental comprender cómo y por qué este cruce entre lo temporal y lo eterno, entre lo divino y lo humano, asumió la forma de un juicio procesal. A través de textos bíblicos y extrabíblicos, este opúsculo —editado en castellano por Adriana Hidalgo— analiza principalmente la figura de Pilato y el proceso por el cual este personaje pasó a la historia.

Según Agamben, en este proceso se representa la tensión fundamental entre la política y la filosofía modernas: "La irresolubilidad implícita en la confrontación entre los dos mundos y entre Pilato y Jesús se comprueba en las dos ideas-clave de la modernidad: que la historia es un 'proceso'y que este proceso, por cuanto no termina en un juicio, se halla en estado de crisis permanente" (p. 53). Ya en Estado de excepción, el filósofo italiano hablaba de algo similar, al decir que la noción moderna de crisis se convierte en normalidad; y el estado de excepción, en la regla. Como especialista en temas de cultura medieval europea, para Agamben no es difícil detectar que —entre otras— una de las características que más diferencia a la época moderna de la medieval es la noción de juicio. Para el hombre medieval, la idea de un Juicio Universal era algo real; mientras que para el moderno, no. Esta ausencia de juicio sería la característica que el filósofo italiano identifica en el proceso sin juicio de Jesús. La persona/personaje del prefecto romano en Judea es el centro de atención del análisis de Agamben en esta obra. Pilato es un personaje libre que juzga pero no sentencia. En esta breve frase se ha tratado de resumir 'sinecdóticamente' el argumento de toda la obra.

Como ya se había mencionado al proponer una estructura para los 19 puntos de la obra, la primera parte presenta la figura de Pilato como la de un personaje. Nada se sabría de él si no hubiera participado en este drama, pero, aunque corta, su actuación resultará fundamental para el resto de la historia. Aquí radica el misterio de su actuación. Y no en vano se están usando expresiones propias de las artes escénicas, pues son parte fundamental de la intención del autor. "En su origen, misterio no significa 'doctrina secreta e inefable', sino 'drama sagrado' (p. 51). Ya en su obra previa, El misterio del mal —donde analizaba la renuncia de Benedicto XVI—1, Agamben hacía la misma insistencia en retomar el sentido etimológico del término misterio como drama. La historia humana como misterio y el misterio del mal en esa historia, no deberían llevar a una ontologización del mal, es decir, a una resignación fatídica ante algo inefable.

Agamben quiere dejar en claro que Pilato es un personaje complejo en este drama sagrado; "...los evangelistas revelan quizá por primera vez algo así como la intención de construir un personaje, con su psicología y lenguaje propio" (p. 6 y siguientes). Quizá forzando un poco el argumento, Agamben resalta las idas y venidas de Pilato, en su intento de dejar libre a Jesús. Hay retraso y vacilación en su actuar, lo que lo diferenciaría significativamente del resto de los personajes. Para reforzar su argumento, el filósofo italiano cita a varios autores, entre ellos Goethe y Nietzsche, como ejemplos que apuntarían en la misma dirección. Menciona también las leyendas —blanca y negra— que los primeros cristianos narraban sobre Pilato. Para algunos padres de la Iglesia, Pilato, junto a su esposa, era proto-cristiano (pro sua conscientia christianus), pues habría reconocido la divinidad de Jesús, pero habría terminado cediendo, por miedo a los judíos. La leyenda negra habla más de supuestas artes nigrománticas del prefecto, y cómo de su cadáver seguirían emanando demonios por siglos.

Pero como estas son leyendas pías, sin ningún sustento histórico, Agamben las descarta como fuentes no confiables para conocer al personaje, y analiza únicamente la narración del proceso tal como aparece en el evangelio de Juan (Jn 18,28-19,16), por considerarlo más completo. Agamben destaca la estructura dramática del texto, al identificar siete escenas que se reconocen fácilmente porque mencionan algún desplazamiento del lugar donde suceden los hechos, un cambio de escenografía, por así decir. En otras palabras, el relato narra que Pilato y Jesús entran y salen del pretorio en siete ocasiones, y esos traslados indicarían el inicio de una nueva escena. Siguiendo a Agamben, en estas siete escenas tiene lugar algo misterioso, y aquí se está utilizando conjuntamente ambos significados del término misterio; es decir, un drama que tiene en sí algo de inefable.

Por mencionar alguno de los elementos que llama la atención del filósofo italiano: mientras más se empeña Pilato por dejar libre a Jesús, más difícil le resulta. Al principio, el prefecto romano trata de evitar el juicio: "...llévenlo ustedes y júzguenlo conforme a su Ley" (Jn 18,31). Más adelante, insiste en la inocencia de Jesús: "no encuentro culpa en él...", u opta por la flagelación como intento de contentar a los judíos, castigando al reo con una pena cruenta, pero no capital. O, finalmente, el 'miedo' que siente —según refiere el Evangelio de Juan— al enterarse de la divinidad de Jesús. "Incluso al final, cuando cede a la tumultuosa insistencia de los judíos, el prefecto no pronuncia sentencia: se limita a 'entregar' (parédoken) al acusado a los judíos" (p. 22 y siguientes)2. Nuevamente en este punto Agamben insiste en recordar el origen etimológico de las palabras claves de su argumentación, en este caso de la palabra crisis, que significa juicio procesal. "En todo caso, la conducta de Pilato durante el juicio debía parecer enigmática y, sin embargo, que un juicio frente al prefecto tuviera lugar era, por algún motivo, esencial" (p. 16).

El motivo esencial de tal krísis tiene que ver con la idea del autor de que en este encuentro se produjo "uno de los momentos clave de la historia de la humanidad, en el que la eternidad se cruzó con la historia en un punto decisivo" (p. 6).

El rol del prefecto de Judea y del juicio, de la krísis que debe pronunciar, no se inscribe en la economía de la salvación como un instrumento pasivo, sino como el personaje real de un drama histórico, con sus pasiones y sus dudas, sus caprichos y sus escrúpulos. Personaje histórico y persona teológica, proceso jurídico y crisis escatológica coinciden sin resto, y sólo en esta coincidencia, sólo su 'caer juntos', encuentran su verdad (p. 31).

Si se está interpretando adecuadamente el texto agambeniano en general, y esta cita en particular, lo que se puede encontrar es la centralidad que tiene la libertad humana —en este caso la libertad de Pilato— para determinar la historia, incluso si se encuentra con lo eterno. Agamben observa e insiste que el perfecto de Judea no puede ser percibido como simple ejecutor, pues eso implicaría que el poder político depende —sigue dependiendo, en última instancia— de la divinidad. Pero justamente fue Jesús, en la llamada diatriba sobre el tributo al César, quien separó por primera vez y para siempre esa vinculación tan universal. Siguiendo la lógica agambeniana, tanto creyentes como no creyentes debemos recordar este aporte esencial del cristianismo para la cultura contemporánea. El estado no se legitima por ser el 'simple ejecutor' de planes escritos en las alturas olímpicas. Sus agentes son personas libres 'con sus pasiones y sus dudas, sus caprichos y sus escrúpulos'.

En la visión cristiana, el eterno se pone a disposición de la criatura mortal y asume las consecuencias de la libertad que le ha otorgado hasta el final. ¿No es acaso precisamente ésta la actitud de Jesús? Los personajes históricos que llegan a convertirse en personas teológicas —parafraseando a Agamben— lo hacen precisamente en el uso de su libertad. Y no en vano es en esta krísis frente a Pilato que Jesús revela explícitamente su misión: "Por esto nací y por esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad" (Jn 18, 37). En la exégesis que hace el filósofo italiano de esta expresión, revela su intención general al escribir este opúsculo:

Dar testimonio, aquí y ahora, de la verdad del Reino que no es de aquí significa aceptar que lo que queremos salvar nos juzgue. Puesto que el mundo, en su caducidad, no quiere salvación sino justicia. Y la quiere precisamente porque no pide ser salvado. En cuanto insalvables, las criaturas juzgan lo eterno: ésta es la paradoja que, al final, frente a Pilato, le quita la palabra a Jesús. Aquí está la cruz, aquí está la historia (p. 43).

Y Jesús —Dios— acepta la cruz y la historia que el hombre le ofrece, hasta que 'todo queda cumplido'(Jn 19,30). Pero "Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio" (Hch 2,24). En esta confesión se basa la fe de los millones de cristianos de todos los tiempos. Y es una gran satisfacción que un autor tan manifiestamente laico como Giorgio Agamben reconozca el aporte civilizatorio de esa historia en un tiempo en el cual muchos cristianos miran con vergüenza su aporte bimilenario.

 

Notas

1 Reseñada en: Ciencia y cultura, N° 34, junio de 2015, pp.193-197.

2 El término 'entrega' también resulta importante en la hermenéutica de Agamben, ya que lo utiliza como una evidencia más de que no hubo condena, sino simplemente una entrega. Esto además del sentido teológico que busca darle Agamben, pero que no podrá ser desarrollado en esta reseña por cuestiones de espacio.

 

Jorge E. Velarde Rosso

 

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