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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult vol.20 no.36 La Paz jun. 2016

 

Testimonios del pasado

 

Discurso pronunciado en la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz de Ayacucho

 

 

José Joaquín de Mora

 

 


Esta suerte de lección inaugural decimonónica del "polígrafo" español José Joaquín de Mora reviste marcado interés para la historia de la literatura, especialmente de naturaleza académica. Fue pronunciado el 5 de diciembre de 1834, en la Universidad Mayor de San Andrés.

Antes de llegar a Bolivia, en 1834, José Joaquín de Mora estuvo, como se sabe, en Argentina, Chile y Perú. Y en 1838 salió del país hacia Londres, nombrado embajador por el Mariscal Andrés de Santa Cruz, donde reemplazó en ese cargo a Vicente Pazos Kanki. En sus cuatro años "bolivianos", Mora desplegó una serie de actividades educativas, fungiendo como un verdadero factótum de la naciente universidad paceña, como se puede comprobar con las siguientes particulares condiciones que le puso a Santa Cruz para colaborarlo: "Que se me nombre Director de Enseñanza; que mis obligaciones sean redactar o dictar, para todas las casas de enseñanza de la República, los cursos de Literatura, Filosofía, Derecho Natural y de Gentes, y Economía Política; que también sea de mi obligación dictar en la Universidad de San Andrés los cursos de Literatura y Derecho; que sea de mi obligación dirigir todos los demás estudios de esta Universidad, conferenciando con los catedráticos sobre las doctrinas y el método que deben adoptar en sus respectivos cursos".

Entre otras muchas cosas que hizo, este homme de lettres gaditano, amigo de Blanco White, tradujo Ivanhoe, la novela de Walter Scott, y escribió un tratado con el simpático título de "Cartas sobre la educación del bello sexo", así como poemas, sin duda de menor interés. El Discurso que reeditamos fue recuperado y publicado en 1956 por la Universidad Mayor de San Andrés (Cuadernos de Cultura, N°1, prólogo de Humberto Vásquez Machicado), conjuntamente con otros dos textos importantes de lo que se puede llamar la primera crítica y/o teoría literaria en el siglo XIX boliviano: "Algunas ideas sobre la literatura de Bolivia", de Manuel María Caballero, y "Breves reflexiones sobre nuestra literatura", de Jorge Delgadillo. Lo publicamos aquí coincidiendo con los sesenta años de esa reedición. Se ha respetado la grafía original característica del siglo XIX americano, salvo cuando presumimos algún error de imprenta.


 

 

Pater ipse...

Haud facilem esse viam voluit

Virgilio: Geórgicas I. 125

Señores:

El trabajo intelectual del hombre, que abraza toda esfera de su vida interior, todos los fenómenos del mundo físico, la historia de las sociedades que lo han precedido, y la anticipación histórica de las razas futuras; todos los productos del gran laboratorio que la Providencia ha colocado en el hombre, para hacerlo digna imajen del Ser por esencia, dueño del mundo, y partícipe de una existencia interminable y gloriosa, todos esos prodijios quedarían reducidos á un círculo mezquino y precario de ideas imperfectas y de impotentes raciocinios, si careciesen de un intérprete eficáz, de un instrumento activo y poderoso, que los sacase del misterioso asilo en que se forman, para trasladarlos a la sociedad, y plantarlos en ella como jérmenes inagotables de vida y de riqueza. Ese instrumento admirable, ese intérprete necesario es la Literatura.

Al daros en este rápido bosquejo, una idea tan elevada del trabajo que váis á emprender bajo mi dirección, estoi mui distante de haber exajerado su importancia. Lejos de nosotros la funesta preocupación de los que miran en la Literatura un entretenimiento superficial y efímero, ó cuando mas un adorno seductor y convencional, propio del otium cum dignitate, por el que suspiraban los Epicúreos de Roma. Son mas altos, mas nobles, y mas trascendentales sus destinos. Es mucho mas elevado el papel que representa en las asociaciones humanas. Examinad las épocas mas honrosas á nuestra especie; esas épocas brillantes que aparecen de cuando en cuando en los anales del mundo, como ráfagas luminosas que alumbran por un instante la atmósfera, para dejarla otra vez sumerjida en la oscuridad. Si en estos magníficos intérvalos os deslumbran los portentos del jenio conquistador, ó artístico; las revelaciones luminosas de la Filosofía; los resultados de una investigación laboriosa y fecunda, jamás podréis separar de este gran espectáculo, los triunfos y los aciertos de la Literatura. ¿Qué ideas despiertan en nuestra imajinación los nombres de Pericles, Augusto, León X, Isabel la Católica y Luis XIV? ¿Quién ha perpetuado la gloria que los circunda? La Literatura, favorecida por esos ilustres personajes; asociada á sus combinaciones políticas; sentada en sus tronos, y convertida por ellos en órgano de sus triunfos y compañera de su inmortalidad. Los trofeos militares se desmoronan en el polvo del sepulcro; el engrandecimiento político desaparece en el abismo de las revoluciones; los monumentos de las artes ceden á la sorda lima del tiempo; los sistemas filosóficos perecen en el crisol del análisis, y en medio de esta destrucción universal que sepulta con insaciable avidéz cuanto sale de la mano del hombre, las obras maestras del injenio humano, marcadas con el sello de la excelencia literaria, desafían todas las vicisitudes, y permanecen inconmovibles en el naufrajio de las sociedades. Así es como la Literatura arranca del olvido las eras en que florece y esparce su resplandor sobre todo lo que la circunda. ¿Qué percibimos en ese intérvalo tenebroso que media entre la caída del imperio Romano, y la conquista de Constantinopla? Si queremos descubrir algunos síntomas de vida intelectual durante ese largo período, solo podremos hallarlos en las rimas de los Provenzales, en los romances del Cid, y en el poema del Dante. Pero cuando desde las orillas del Bósforo se revelaron al embrutecido Occidente los tesoros de la Grecia, ved como fermentan en las razas del Norte las ideas de lo grande y de lo bello; ved como empieza, como se desarrolla, como se purifica un nuevo espíritu de cultura, de urbanidad, de jentileza que penetra desde los alcázares del poder hasta las chozas mas humildes; desde la cátedra del Evanjelio hasta la escena dramática; ved en fin como reboza por todas partes una ilustración desconocida, que se amalgama con las instituciones mas serias, y esparce sus flores en los hogares domésticos.

Como se aglomeran en las rejiones elevadas de la atmósfera que nos rodea todas las emanaciones de la tierra que habitamos: los gases mortíferos y los hálitos de la vejetación; la espuma de los torrentes y la transpiración de los valles, así la Literatura participa de todos los elementos de la sociedad que la produce. Y así como las impurezas de los fluidos impalpables desaparecen en la conjelación atmosférica, para convertirse en benéfico rocío, y en la lluvia fecundadora, del mismo modo la Literatura, de todos los elementos que le remiten las instituciones, las costumbres y los sucesos, forma un noble y hermoso conjunto, que solo admite lo que puede llamarse bueno y bello en el orden del gusto y de la moralidad. Porque, conviene decirlo en honor de la especie humana, la inmoralidad y la irrelijión son incompatibles con la Literatura, y si Platón escribió a la puerta de la Academia: "Aqui no entran sino geómetras", nosotros podemos escribir á la puerta de nuestra clase: "Aqui no entran sino hombres relijiosos y morales." No señores: no hallaréis un solo hombre verdaderamente ilustre en los fastos literarios, no veréis en ella una sola fama duradera que se ligue con el arrojo de la impiedad, y con el veneno de la corrupción. Un himno de admiración y de acción de gracias ha sido la primera producción literaria que exaló el jenio del hombre; y cuando la literatura ha llegado á la cima de las perfecciones, ¿cuál ha sido la escena en que mas gloriosamente han campeado sus labores? Las ideas relijiosas y morales. Abrid la historia de los últimos siglos.

¿Queréis que os indique la obra maestra de la poesía épica en la Gran Bretaña? Pues es el Paraíso perdido de Milton. ¿La mejor trajedia de la época brillante de la escena francesa? Pues es la Atalía de Racine. ¿El mejor lirico no solo de nuestro idioma, sino de todos los idiomas modernos?, pues es el divino León; León el que ha santificado la poesía lírica revistiéndola de esa unción inefable, de ese perfume esquisito, de esa inmensa grandiosidad y magnilocuencia que respiran los libros sagrados.

En ellos, señores, en ese código inspirado que encierra el secreto de nuestros destinos, la ciencia de la vida, y la medicina de nuestros males, en ellos podemos inpregnarnos en un gusto literario, santo como su orijen, puro como la verdad que encierra, elevado y sublime como el designio que su Divino autor se propuso. No aspiréis á estudiar en sus pájinas los secretos del estilo, ni el arte de seducir por medio de la cadencia de los períodos ó el artificio de la locución. Analizaremos en nuestros estudios la elocuencia y la poesía de la Biblia, como el mejor modelo, y el conductor mas seguro que podemos adoptar para nuestros trabajos futuros. La sencillez grandiosa de Moisés, la sublime magnificencia de los profetas, la profunda melancolía de Job, la desnudez admirable de los evanjelistas, la elocuencia irresistible e imperiosa de S. Pablo, nos revelarán alturas á que nunca llegó la imajinación del hombre con sus propias fuerzas; cuadros que nunca trazó con sus propios coloridos.

Pero ya que hablamos de modelos, observemos que su examen analítico y su estudio meditado, suponen una preparación indispensable, sin cuyo auxilio los tipos mas perfectos y acabados, no podrían conducirnos sino a una imitación servil y rutinera. El estudio de los modelos supone y exije el estudio de las reglas; y las reglas en la Literatura son, como las doctrinas en la ciencia moderna de la Economía Política, el escollo de los teoristas, y el campo de batalla de las escuelas hostiles. ¿Cómo sujetaremos con reglas fijas esa producción espontánea, involuntaria y enérjica que llamamos inspiración, y que por su misma espontaneidad y enerjía parece superior á las combinaciones arbitrarias del espíritu didáctico? La imajinación, esa llama vivificadora de las artes y de las letras, ese poder incomprensible, el mas oscuro problema de la Psicolojía ¿podrá constreñirse a senderos trazados de antemano por la mano fría y lenta del raciocinio? El buen gusto, que ni aún puede definirse, ¿podrá recibir el yugo de una lejislación severa y positiva? Si señores. La literatura tiene sus reglas seguras, que la experiencia confirma y que la Filosofía sanciona; reglas que la Naturaleza inspira, y que el espíritu mas independiente adopta como por instinto; reglas, en fin, sin las cuales la Literatura, en lugar de compararse á una corriente mansa y benéfica, que fertiliza y hermosea, se asemeja á un torrente impetuoso que transtorna y aniquila. Y como la enseñanza de estas reglas es la principal de mis atribuciones, permitidme que en un bosquejo sucinto os presente el plan del curso que voi á tener la honra de dirijir. Alumnos de la clase de Literatura, prestadme vuestra atención. En el largo sendero que debemos recorrer juntos, no encontraréis un punto solo que no se refiera, que no se encuadre en el programa que voi á ofrecer a vuestra vista.

¿Cuál es el vehículo, el órgano, el fundamento de la Literatura? El lenguaje. Demos gracias á la Providencia por las excelencias que al nuestro distingue. Sonoro en sus terminaciones, lucido en su sintaxis, riquísimo en su lexicolojía, determinado y exacto en su sinonimia, la lengua de nuestros padres posee la inapreciable ventaja de haber sido, entre todas las modernas, la que menos, la que quizás nunca se ha contaminado con el cáncer del scepticismo, con el virus de la inmoralidad; lengua que enriquecieron Juan de la Cruz y Teresa de Jesús con el carisma del amor Divino; Sandoval, Moncada, Saavedra, Mariana y Hernández del Pulgar, con las galas de la dignidad histórica; Cervantes con la mas esquisita variedad y la mas sonora armonía; Luis de Granada y Luis de León con el ornato de una dialéctica culta; el mismo León, Garcilaso, Herrera y otros innumerables con todas las gracias de la poesía; Feijoo, Campomanes y Jovellanos con los artificios de una polémica juiciosa. Pero ha señores! Esta lengua que enumera timbres tan gloriosos en su jenealojía ¿en qué estado se nos ha trasmitido para que sea el intérprete de nuestra civilización, y el órgano de nuestros adelantos? En el último grado de envilecimiento; adulterada con los relumbrones postizos de idiomas estraños, viciada en su fraseolojía, pervertida en sus significaciones, despojada de sus locuciones indíjenas, invadida en fin por una hueste de vándalos hambrientos, que han logrado convertir su lozanía en esterilidad, su gravedad en prostitución, su abundancia en penuria. ¿No oís hablar de la fortuna de los hombres ricos? ¿Y qué fortuna será la del hombre rico que muere en un cadalso? Ya no tributamos respeto, ni veneración a los hombres constituidos eh dignidad; lo que le tributamos es consideración; lo mismo que presta el naturalista al insecto que somete á su microscopio. Nuestros abuelos no hablaban del honor sino asociando esta idea con las virtudes que ejercían, ó con los recuerdos de sus projenitores: en nuestros días tenemos el honor de saludar al hombre que mas despreciamos. ¿No estamos organizando lo que no tiene órganos, desarrollando lo que no tiene pliegues, y haciendo mociones con la mas perfecta inmobilidad? ¿No estamos continuamente diciendo encantos en lugar de primores, nacimiento en lugar de linaje, suceso en lugar de éxito, y moral en lugar de un sinnúmero de cosas? ¿Y hasta dónde llegará el vilipendio de nuestro idioma si no atajamos los progresos del jérmen impuro que lo corrompe? Apresurémonos á restituirle los tesoros de que ha sido malamente despojado, y para ello se nos presentan dos caminos: desde luego el cultivo de la latinidad. El idioma de los romanos es el árbol de que brotó el idioma de Castilla; el mismo jugo los alimenta; los mismos adornos los cubre. ¿Por qué fueron tan puros y tan tersos nuestros buenos escritores del siglo XVI? Porque Sánchez de las Brozas, autor de la primera Gramática razonada escrita, después de la restauración de las letras, los había iniciado en los misterios de la lengua que les era familiar. Nacieron ellos antes que Locke y Condillac descubrieron fa relación íntima que liga al pensamiento y la palabra: pero tenían continuamente á la vista á los clásicos del siglo de Augusto. En sus necesidades intelectuales, acudían sin escrúpulo al fondo común de una riqueza que les era propia, semejante al hombre de tráfico que negocia con el caudal paterno, en lugar de arruinarse en manos de un banquero de París ó de Londres.

El otro medio que tenemos a nuestro alcance para correjir los vicios que nuestra habla adolece, es el estudio de sus reglas. No creáis, señores, que hablo de la Gramática vulgar y empírica, que establece preceptos sin teorías y que prescribe fórmulas, sin ejercitar la razón. Si me acompañáis en las excursiones que necesariamente deberemos hacer en el campo de la Filosofía, descubriréis en el análisis del lenguaje la copia fiel de los trabajos de la inteligencia; veréis como se congregan las ideas en los siglos hablados y escritos, para formar en la simple combinación de algunas sílabas, aglomeraciones complicadas de nociones las mas variadas y profundas: percibiréis la comunicación maravillosa que existe en la acción del entendimiento, y los órganos de la locución; hallaréis la razón de las irregularidades y anomalías que nos presentan las voces; aprenderéis por último a trasladar á la construcción de las frases, el orden cronológico de los conceptos, para que le señala la Providencia.

Mas no desempeñaréis completamente este objeto si no avanzáis un paso más en el estudio de las letras humanas. Lo que enseña la Gramática es el habla correcta: pero la corrección sola no convence ni seduce; no arranca imperiosamente el asenso; no conmueve el corazón, ni comunica á la fantasía la llama del entusiasmo. Tamaños prodijios están reservados á la Elocuencia.

Las dotes personales del hombre elocuente, sin las cuáles jamás podrá alcanzar las palmas de la oratoria, no entran en la esfera de la enseñanza. La naturaleza es quien da á sus favoritos las modulaciones suaves de la ternura, los acentos terribles de la indignación, la movilidad de la fisonomía, y esas armas irresistibles de la acción y del jesto, que son, según Cicerón, las condiciones indispensables del orador perfecto. Tampoco podrán sacar de esta clase mis alumnos lo que forma la base, y, digámoslo así, la sustancia de la Elocuencia: la fuerza de los pensamientos, la brillantez de las imájenes, las riquezas de la erudición, y el vigor persuasivo de la Lójica. Reglas prácticas, leyes positivas, precauciones ingeniosas, he aquí, señores, todo lo que podéis exijir de vuestro profesor. Pero estas leyes, estas reglas y estas precauciones no dependen de un gusto versátil, ni de una legislación arbitraria. La oratoria, como otros ramos de los conocimientos humanos, es una ciencia de hechos; y los hechos recojidos por una observación juiciosa han acumulado, en la sucesión de los siglos, esos documentos sencillos, pero infalibles, que yo tendré la honra de esplicaros.

Para formaros una justa idea de su importancia, preguntad al hombre que dirije la palabra á un vasto concurso de sus semejantes ¿cuál es el impulso que lo mueve, y qué fin se propone empleando un esfuerzo que no entra en la línea habitual de sus operaciones? O aguijoneando por la voz dominadora de la verdad, quiere que participen de ella los que todavía no la han columbrado; o desconfiando de su influjo solo y aislado aspira a lisonjear el gusto y la imajinación de los que escuchan; ó subyugando por la pasión que lo ajita y por el entusiasmo que lo inflama, incapáz de reprimir tan vehementes ímpetus, deja salir de sus labios la expresión del agente poderoso que lo modifica. De estas tres situaciones emanan los tres jéneros de estilo en que se ha clasificado la oratoria, desde los tiempos de Aristóteles. El simple, el templado y el sublime, todos ellos igualmente adaptables á todos los ramos de composición; á todos los objetos que el hombre elocuente se propone; todos ellos suceptibles del más refinado pulimento. Mas su aplicación práctica depende de la construcción peculiar á la sociedad en que el orador ejerce su alto ministerio. Vosotros no dirijiréis jamás vuestros acentos, como lo hacía Demóstenes, á una plebe desordenada y violenta, de cuyo capricho dependa la suerte de una nación: pero la tribuna nacional os ofrece un noble y espléndido teatro, en que la Elocuencia debe prestar sus armas potentes á las altas teorías de la ciencia lejislativa. Jamás tendréis que fulminar torrentes de indignación y vilipendio, como lo hizo Cicerón, contra un conspirador atrevido, que quiera incendiar vuestra hermosa patria, y engrandecerse sobre sus ruinas: pero en el foro os aguardan los mas sagrados intereses de la humanidad, las cuestiones más interesantes de la sociedad civil, los problemas más íntimamente ligados con la prosperidad, con la suerte de vuestros compatriotas. Vosotros en fin no subiréis jamás á la cátedra del Evanjelio, como lo hizo S. Juan Crisóstomo, para abrir á un potentado decaído las puertas de esa misma iglesia, que había sido de su persecución: pero, siguiendo los pasos de Bossuet y de Granada, interpretaréis en acento sonoro, y adornaréis con las gracias majestuosas de una elocuencia culta y literaria, las verdades eternas y la Ética sublime en que se apoya la Relijión que tenemos la dicha de profesar.

Y sobre todo, señores, el siglo en que habéis nacido, y la patria que os dio el ser, os indican la escena lejítima de vuestras labores. Un siglo de mejoras y progresos en que la opinión justa concede su aprobación sino á las ideas grandes y útiles; una patria en que el orden público cimentado sobre bases inconmovibles, está fecundando las semillas de cuantas venturas pueden hermosear los destinos de los mortales; un siglo ennoblecido por los portentos del jenio y del saber: una patria que confía al jenio y al saber de un hombre privilejiado el precioso depósito de su porvenir; un siglo que coloca en el más alto grado de su aprecio el cultivo del entendimiento y el ejercicio de la razón; una patria que ofrece al entendimiento y á la razón el campo más fecundo en estudios interesantes, ved ahí la inmensa carrera que abre la Providencia en el suelo de Bolivia, á los trabajos de la Literatura. Sea ella en vuestras manos el soplo animador, que esparza el calor de la vida en vuestras instituciones; el vehículo por cuyo medio la justicia satisfaga las necesidades públicas; el canal que distribuya á la juventud boliviana el raudal precioso de la enseñanza científica; el idioma común de vuestras relaciones, y la espresión de vuestro patriotismo y de vuestra ilustración. El arte de hablar con elegancia y con propiedad somete á su dominio todas las funciones de la vida social, desde la elocuencia del público hasta las comunicaciones familiares de los vínculos domésticos; desde los trabajos del naturalista hasta la modesta canción del artesano. En vano concebiréis las soluciones mas injeniosas de los oscuros problemas que nos ofrece la Metafísica; en vano investigaréis los procedimientos misteriosos que producen y perpetúan las razas de los seres orgánicos; en vano se abrirá á vuestros ojos el secreto del mundo moral para descubriros los arcanos de esa facultad maravillosa que nos identifica con nuestros semejantes, y nos enlaza con ellos por medio de nuestras propias afecciones. Sacad á luz esos frutos preciosos de la meditación y del estudio, y trasladadlos á vuestros oyentes en frases desaliñadas é inarmónicas; sin simetría en la construcción, sin orden en su encadenamiento, sin figuras que les den relieve, animación y enerjía. ¿Qué habréis hecho sino afanaros en una tarea inútil? ¿Qué provecho sacarán los hombres de lo que, presentado bajo otra forma, hubiera derramado entre ellos tesoros de sabiduría?

Ella nos es enteramente desconocida por si sola. Nuestra flaqueza requiere algo mas que la desnudez primitiva con que se presenta al entendimiento, y si esta exijencia es tan imperiosa cuando solo se trata de instruir, de agradar y de convencer ¿qué será cuando el que habla se despoja de su personalidad, y nos anuncia una inspiración espontánea que solo puede expresarse por medio del ritmo?

Tales son las funciones del poeta, y las cualidades que debe tener un hombre para revestirse de este carácter y adoptar este título, formarán la última parte de nuestro estudio.

La Poesía, ya lo sabéis, no es una institución arbitraria, ni una planta exótica en el campo de la intelijencia. Su orijen se confunde con el fondo de la naturaleza humana, porque si esta no puede menos de producir el entusiasmo, en presencia de un espectáculo grandioso, ó cuando la ajitan sentimientos exaltados, el entusiasmo y la exaltación no pueden menos de expresarse en un lenguaje tan superior al lenguaje vulgar, como ellos mismos son superiores á las operaciones frecuentes y habituales de la razón. Lo que es inherente á nuestra naturaleza debe participar del carácter elevado que la distingue. Así pues, la Poesía no es simplemente un pasatiempo injenioso, un artificio agradable, un placer convencional y ficticio: es una necesidad en el principio de las sociedades; es un instrumento poderoso en su virilidad y madurez. Yo no sé si hai producciones mas serias en el inmenso catálogo de las obras que ha producido el entendimiento humano, que los dos poemas de Homero, en los que Horacio hallaba una Filosofía mas sólida que en todas las lecciones del Pórtico y de la Academia; ni sé si existe un monumento nacional mas glorioso que la Eneida de Virjilio, ni un conjunto de pensamientos más dignos de un pueblo moral y cristiano, y expresados con más nobleza y elevación que los que hormiguean en nuestros buenos líricos del siglo de oro, y en los que, siguiendo los pasos de Melendez, se empeñaron en restituir á nuestra Poesía el decoro de que la había despojado el siglo precedente. La Poesía es el único intérprete soportable de la ficción: y la ficción, Señores, es necesaria á nuestra flaqueza. Por último, la Poesía, valiéndose de esa aptitud inexplicable, pero segura, por medio de la cual el halago de los sentidos encadena y somete á su dominio las operaciones del alma, consigue transmitirle, sin fatigarla, las verdades más elevadas y puras, los sentimientos mas virtuosos y sublimes.

¿Temeréis acaso profanar, con el estudio de la Poesía, un establecimiento consagrado á la educación de la juventud cristiana, y dirijido por un eclesiástico, en quien vemos reunidas las más edificantes virtudes, el más desinteresado patriotismo? En la biografía de las grandes lumbreras de la Iglesia Católica hallaréis argumentos poderosos contra semejante escrúpulo. San Gregorio Nazianzeno no dejó de edificar en su juventud á todos los cristianos de Atenas, componiendo muchos poemas en que no se desdeñó de tomar por modelos á Homero, á Píndaro y á Menandro. San Basilio compuso un tratado excelente sobre el modo de estudiar los poetas profanos, y él mismo, explicando unos versos de Hesiodo, descubre en ellos una lección de moralidad digna de conservarse en la memoria de cuantos se interesan en el afianzamiento de las buenas costumbres. San Fuljencio se deleitaba en recitar los fragmentos de la Ilíada que sabía de memoria: finalmente, os preguntaré con un piadoso humanista del siglo pasado: "la Relijión Cristiana tan sabiamente defendida por San Agustín en su admirable Ciudad de Dios ¿pudo quejarse de los estudios profanos que aquel gran santo había frecuentado durante su juventud, y que le suministraron, contra los errores del paganismo, esas armas invencibles que la Iglesia misma ha empleado después contra todos sus adversarios?".

Pero este mismo carácter de dignidad, inseparable de la Poesía, exije que su estudio se apoye en doctrinas fundamentales y sólidas, en ejemplos perfectos y clásicos, en la meditación detenida de unos y otros. La teoría poética se divide en dos ramificaciones: la primera abraza la sustancia, y la segunda la forma; aquélla describe los caracteres esenciales de los pensamientos, de las figuras y de la imájenes que por su naturaleza quedan excluidas de los cuadros severos de la prosa: ésta dicta las leyes de la armonía, de la cantidad y del ritmo. Sin salir de los poetas que han inmortalizado nuestro idioma, y con los cuales las naciones extranjeras han sido mas justas en el siglo presente que en los anteriores, hallaremos hartos recursos con que satisfacer estas dos necesidades.

Tenéis á la vista, señores, el itinerario de nuestra peregrinación futura, y su simple indicación basta para que no os sorprendan en lo sucesivo la dificultad y complicación de los trabajos que requiere su exacto desempeño. Difíciles y complicados serán, en efecto, como deben serlo los preparativos de todo lo que ha de tener solidez y duración. La lijereza y la facilidad, que tan engañosamente seducen á la juventud, no han producido jamás sino frutos livianos y efímeros. No señores: nuestro siglo no es el siglo de las ilusiones, sino el de las realidades, y si nuestros estudios divagasen en ensayos incompletos, y en un formulario superficial e insípido, formarían un deplorable contraste con el aspecto que ofrece la sociedad entera, impulsada por el deseo de lo útil en el camino de la perfectibilidad. Como las ciencias han abandonado las rejiones aéreas de la hipótesis para seguir paso á paso el laborioso procedimiento del análisis: como la lejislación, en lugar de ser un instrumento ciego de los caprichos del poder, es ya un estudio profundo de las condiciones en que estriva la ventura de los pueblos; como el Derecho Público no es ya el producto fortuito de la situación relativa de los Estados, sino un pacto que se afianza en su mutuo interés y dependencia, así la Literatura, nivelándose con el progreso jeneral de la ilustración, no se limita á la observancia práctica de algunos documentos, sino que, hermanándose con la Filosofía, busca en los mismos secretos de la racionalidad, la causa de sus aciertos. Hace mas todavía: prescribe al historiador, al naturalista, al metafísico, la imprescriptible obligación de implorar sus socorros, para obtener una acojida favorable: aspira á un dominio mas vasto que el que antes ejercía en sus territorios exclusivos, y esparce sus flores en los asuntos más áridos, en las cuestiones más escabrosas, en lo objetos que en su primitiva desnudez no podrían menos de sernos repugnantes. La seca nomenclatura de la Zoolojía y de la Anatomía se convierte con su auxilio en un cuadro lleno de interés y de animación: la ciencia de los fenómenos y de las propiedades de la vida, la Fisiolojía, cuyos objetos peculiares parecen tan poco análogos al deleite de la fantasía, se transforma, bajo el imperio del estilo, en un drama interesantísimo, que nos conduce insensiblemente por un sendero de flores, hasta el espantoso desenlace de la disolución: la impenetrable oscuridad de la Psicolojía desaparece á la luz de una dicción fluida y elegante; y las intrincadas discusiones que exitan las épocas más tenebrosas de la antigüedad, merced á los artificios y á las gracias del estilo, cautivan la imajinación, y recrean el entendimiento. No basta ser sabio, erudito, razonador, y ni aun basta ser elocuente: es preciso que la Literatura realce todas estas dotes, y les imprima el sello sin el cual jamás podrán abrirse camino en el público, ni adquirir derechos á su opinión.

Al terminar la perspectiva casi ilimitada que acabo de ofreceros, y al comparar sus vastas dimensiones con los recursos que están á mi alcance para recorrerlos dignamente, se apoderaría de mí el más profundo abatimiento si no lisonjease mis esperanzas el celo que me anima. ¿Y cómo podría desprenderme de este sentimiento, cuando miro en la juventud boliviana el objeto predilecto del restaurador de vuestra patria; del que, no satisfecho con su restauración, quiere afianzarla en su más firme cimiento, que es la educación pública? Su nombre, Señores, y el recuerdo de los beneficios que esta patria le debe, serán también vuestros mas eficaces estímulos, y la garantía de vuestros aprovechamientos; su aprobación será vuestro galardón mas lisonjero, como lo será de sus ásperas tareas, el espectáculo que le presenten unos jóvenes en quienes vea florecer los jérmenes que él mismo ha esparcido y preparado.

Y si algo puede añadirse á esta grande y patriótica consideración, fijad los ojos en nuestro jefe inmediato, cuya natural modestia, con que realza ese espíritu de beneficencia, ese infatigable celo que los distingue, me impediría tributarle este pequeño homenaje, si no supiera cuán grato debe ser para todos los que tienen la dicha de obedecerle. Felices vosotros si con tan grandes ejemplos á la vista ponéis en práctica el consejo que voi á daros, como el garante más seguro del vivo interés que me inspiráis: haec imitamini si gloriam quaeritis

 

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