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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult vol.20 no.36 La Paz jun. 2016

 

Ideas y pensamientos

 

De amistades juveniles a una espiritualidad de la amistad: el concepto de amistad en San Agustín

 

The concept of friendship in San Augustine: from youth friends towards the spirituality of friendship

 

 

Hans van den Berg, OSA*

 

 


Resumen

En el trabajo se investiga el concepto de amistad de San Agustín. Si bien San Agustín no escribió exclusivamente un libro acerca de este tema, habló sobre ella en algunos textos y cultivó importantes amistades a lo largo de su vida, en su camino espiritual y religioso. El autor considera especialmente dos de estas experiencias de amistad fundamentales de San Agustín. Luego revisa la definición, los fundamentos, las cualidades y los frutos de la amistad que postula San Agustín para argumentar que tanto su concepción como su experiencia personal de la amistad estuvieron profundamente influenciadas por Cicerón. Para finalmente postular que San Agustín cristianiza el concepto ciceroniano de la amistad.


Abstract

This article goes through the concept of friendship St Augustine had. Although St Augustine never wrote a book on this exclusive theme, he did talk about it and cultivated important relationships along his life, along his spiritual and religious path. The author considers two essential St. Augustine friendships and then he examines the definition he gives, the foundations, the qualities and the fruits of friendship he postulates in order to argue that both, his concepts and his personal experiences on friendship were deeply influenced by Cicero. As to finally propose that St. Augustine christianized Cicero's concept of friendship.


 

 

1. Introducción

Aristóteles (384 a.C.-322 a.C.) fue el primer filósofo que escribió explícitamente sobre la amistad y que desarrolló una teoría acerca de esta tan fundamental experiencia humana. Es cierto que también en los llamados presocráticos, en especial en Pitágoras (ca. 569 a. C.- ca. 475 a. C.), y en Platón (ca. 427 a. C.-347 a. C.) se trata de alguna manera el tema, pero nadie antes de Aristóteles ha hecho una reflexión tan sistemática sobre él. Los libros octavo y noveno de su Ética a Nicómaco están enteramente dedicados a la amistad.

Después de Aristóteles encontramos interesantes referencias a la amistad en Teofrasto (371 a. C.- 287 a. C.) y Epicuro (341 a. C.- 270 a. C.), pero recién en Cicerón (107 a. C.-43 a. C.) se presenta nuevamente una amplia teoría de la amistad, desarrollado en su caso a base de su experiencia personal con un íntimo amigo suyo.

Agustín no escribió ningún libro sobre este tema, apenas, como veremos, un pequeño ensayo. Sin embargo, tenemos que resaltar en primer lugar que él se destacó por su intenso cultivo de amistades con un buen número de personas, y esto a lo largo de su vida; en segundo lugar, que en sus obras, al hablar teóricamente de la amistad, se hizo heredero de Cicerón; y, en tercer lugar, que cristianizó el concepto ciceroniano de la amistad.

En esta ponencia quiero tocar brevemente estos tres puntos.

 

2. Primeras referencias

No puede extrañar que las primeras referencias que encontramos acerca de la amistad en las obras de san Agustín tengan que ver con su relación con dos personas que han jugado un rol muy importante en su vida a partir de su juventud, a saber, Romaniano y Alipio. Estas referencias las encontramos en la más antigua obra suya que conocemos: Contra los académicos.

2.1. Romaniano

De hecho, esta obra está dedicada a Romaniano, uno de los más pudientes ciudadanos de Tagaste, la ciudad natal de Agustín, cuyo hijo Licencio se encontraba en Casicíaco como discípulo de Agustín y fue uno de los participantes en el diálogo sobre los académicos.

Este mismo Licencio, en un poema que años más tarde dirigió a Agustín, insinúa que había un lejano parentesco entre su familia y su antiguo maestro: "Porque nosotros, además de haber nacido en la misma ciudad, de haber vivido juntos, y de ser antiguos consanguíneos, fuimos enlazados por la fe cristiana." (Agustín, Cartas, 26, 6, VIII, p. 138)1.

Agustín mismo dice en las Confesiones que Romaniano era "muy amigo mío desde mi niñez". Sin embargo, en una carta a Paulino de Nola2 dice que Romaniano estaba "íntimamente unido" a él "desde el principio de la adolescencia" (Cartas, 27, 4, VIII, p. 143)

Todos los tagasteños conocían a Romaniano, porque no solamente era una de las personas más importantes de la relativamente pequeña ciudad, sino también porque, gracias a su gran fortuna, hacía disfrutar a sus conciudadanos de toda clase de divertimientos (Contra los académicos 1,1, 2., III, pp. 72-73). También el joven Agustín debe haber gozado de los espectáculos organizados por Romaniano, pero la relación con él llegó a algo más estrecho y personal cuando Romaniano empezó a descubrirlo como un joven talentoso que había tenido que dejar su formación intelectual, porque sus padres ya no disponían de recursos para sus estudios, situación que se agravó aún más cuando Patricio, el padre de Agustín, murió, teniendo él diecisiete años de edad. Fue entonces cuando Romaniano le estrechó una mano y le ofreció no solamente ayuda económica sino también su amistad: "cuando perdí a mi padre, tú me consolaste con tu amistad" (Contra los académicos2, 2,3., III, p. 104). Una amistad que, por lo que respecta a Romaniano, fue incondicional y constante, a pesar de algunas actitudes de Agustín que no debían haber sido del agrado de él.

Tú en nuestro municipio, con tus favores, tu amistad y el ofrecimiento de tu casa, me hiciste partícipe de tu honra y primacía. Y al partir a Cartago, con propósito de más ilustre profesión, al descubrirte a ti solo y a ninguno de los míos mi plan y esperanzas, aunque titubeaste un poco por el amor innato que tienes a tu patria, pues ya enseñaba allí, con todo, al no poder doblegar la voluntad del adolescente, que aspiraba a más altos empleos, tú, con la maravillosa moderación de tu benevolencia, de disuasor te convertiste en mi apoyo. Tú me proveíste de lo necesario para el viaje, y tú de nuevo, después de haber protegido mi cuna y, por decirlo así, el nido de mis estudios, cuando durante tu ausencia, y sin avisarte, embarqué para Italia algo contrariado porque no lo comunicara contigo como acostumbraba, seguiste inquebrantable en tu amistad, considerando, más que el abandono de los hijos por el maestro, los íntimos propósitos y la rectitud de mi corazón (Contra los académicos, 2,2, 3., III, p. 104).

Romaniano mandó a Agustín a Cartago para continuar sus estudios de retórica. Después lo tuvo casi dos años enTagaste como maestro de su hijo Licencio y de otros jóvenes. En el año 383 se perdió el contacto, cuando Agustín emigró a Italia.

Estando Agustín en Milán, apareció allá también Romaniano. De inmediato se reanudó la relación de amistad que habían forjado años antes, pero ahora le tocó a Agustín preocuparse por su amigo. Romaniano había venido a Milán, acompañado por su hijo Licencio, para buscar un arreglo satisfactorio acerca de cuestiones financieras, probablemente de carácter fiscal, que le perjudicaban seriamente. Puede ser que, habiéndose enterado de que Agustín ocupaba un puesto importante como rétor oficial y tenía relaciones en la corte imperial, haya esperado que él pudiese hacer algo a favor del arreglo de su causa. Vagamente dice Agustín que "algunos cuidados graves le habían traído al Condado" (Confesiones, 6, 14, 24. II, p. 207)3.

El cultivo de la amistad continuó a lo largo del tiempo que ambos residieron en Milán, y Romaniano procuró que su hijo acompañara a Agustín a Casicíaco. No sabemos cuándo regresó Romaniano a África, pero Agustín, que, después de su retorno a su tierra natal se estableció nuevamente en Tagaste, reanudó una vez más el lazo con él.

La última referencia a Romaniano que encontramos en las obras de Agustín está en una carta que éste escribió a Paulino de Nola, carta que el mismo Romaniano llevó consigo en un nuevo viaje a Italia. Esta carta data del año 394:

Ahí tienes a mi carísimo Romaniano, unido íntimamente a mí desde el principio de la adolescencia: él lleva esta carta a tu eminencia y excelsa caridad. Le cito en el libro de La religión, que ya tu santidad leyó con agrado, según testimonia tu misma carta. Yo, que te lo envié, he llegado a ser más grato por la recomendación de tan noble persona. No creas, sin embargo, a ese amigo mío las alabanzas que quizá me tributa. He comprobado que con frecuencia engaña al que le escucha, no por un propósito de mentir, sino por su inclinación a amar. Piensa él que ya poseo ciertas dotes que deseo recibir del Señor, a quien abrí mi corazón anhelante. Si esto hace en mi presencia, puedo conjeturar que en mi ausencia dirá en su entusiasmo cosas más lisonjeras que verdaderas (Cartas 27, 4, VIII, pp. 143-144).

A Romaniano le recomiendo a tu corazón y a tus consejos, para que te ofrezcas a él tan de corazón como si ya le hubieses conocido anteriormente conmigo y no le vieses ahora por primera vez. Si él se determina a abrirse del todo a tu caridad, será curado por medio de tu lengua, o enteramente, o en gran parte (Cartas 27, 5 VIII, p. 146).

2.2. Alipio

De Alipio dice Agustín en Contra los académicos:

Mi amigo familiarísimo no sólo está conforme conmigo en lo que atañe a la probabilidad de la vida humana, más también en lo relativo a la religión, lo cual es indicio clarísimo de la verdadera amistad. Porque ésta fue definida muy bien y santamente como un acuerdo benévolo y caritativo sobre las cosas divinas y humanas (Contra los académicos, 3, 6, 13., III, p. 150).

También Alipio nació en Tagaste y fue sobrino de Romaniano. Agustín lo tuvo allá como alumno, junto con el hijo de Romaniano y otros muchachos, cuando enseñaba en su ciudad natal:

Alipio era, como yo, del municipio de Tagaste, y nacido de una de las primeras familias municipales y más joven que yo, pues había sido discípulo mío cuando empecé a enseñar en nuestra ciudad, y después en Cartago. Él me quería mucho por parecerle bueno y docto, así como yo a él por la excelente índole de virtud, que tanto mostraba en su no mucha edad (Confesiones, 6, 7, 11. II, pp. 189-190).

Después de haber hecho sus estudios de retórica en Cartago, Alipio se fue a Roma para especializarse en Derecho, y, cuando en el año 383 llegó allá Agustín, se juntó nuevamente con él: "A Alipio ya lo hallé en Roma, y se me unió con vínculo tan estrecho de amistad, que se fue conmigo a Milán, ya por no separarse de mí, ya por ejercitarse algo en lo que había aprendido de Derecho" (Confesiones, 6, 10, 16. II, p. 197).

En Milán se acompañaban mutuamente en la búsqueda de la sabiduría y la verdad y entraron en el difícil camino de la conversión al cristianismo, camino que andaba Agustín de una manera inquieta y Alipio con una mayor tranquilidad interior. Esto hasta tal punto que me pregunto si Agustín hubiese alcanzado la conversión si Alipio con su gran serenidad no hubiese estado constante e incondicionalmente a su lado. Sea como fuese, juntos se convirtieron, juntos se bautizaron y juntos decidieron ser 'siervos de Dios' y vivir en comunidad. Volvieron a África y formaron una comunidad en Tagaste, junto con otro tagasteño, Evodio, quien ya se había juntado con ellos en Milán poco después de su bautismo. Alipio fue ordenado obispo de Tagaste y, más tarde, Agustín lo fue de Hipona. A pesar de la distancia entre las dos ciudades, la amistad entre Agustín y Alipio fue una de toda la vida, porque ambos llegaron a muy avanzada edad y es posible que Alipio muriese en el mismo año que Agustín.

Dos hermosos testimonios de esta relación de verdadera amistad no puedo dejar de presentar aquí. En el año 393, Alipio hizo un viaje a Tierra Santa y visitó allá a Jerónimo que se había establecido en Belén. Al retornar a Numidia, primero fue a Hipona, donde Agustín era desde el año 391 sacerdote, para entregarle personalmente una carta de Jerónimo e informarle sobre su viaje. En la carta que luego escribió Agustín a Jerónimo leemos:

Nadie se dio a conocer a otro por su semblante tanto como a mí se ha mostrado tranquila, placentera y liberal la ocupación de tus estudios en el Señor. Aunque deseo con ardor conocerte, echo de menos poca cosa de ti, a saber, la presencia corporal. Y aun confieso que esa misma presencia me ha quedado impresa en parte con el relato de Alipio, el cual es ahora beatísimo obispo, y era ya digno del episcopado cuando te visitó y yo le recibí a su vuelta. Cuando él te veía ahí, yo mismo te veía también por sus ojos. Quien nos conoce a ambos, diría que somos dos, más que por el alma, por sólo el cuerpo; tales son nuestra concordia e intimidad leal, aunque él me supera en méritos (Cartas 28, 1, VIII, p. 148).

Algunos años más tarde, Agustín escribió una carta a un tal Sebastián. Al final de esta carta se encuentra el siguiente post scríptum, firmado por Alipio:

Yo, Alipio, saludo sinceramente a su Sinceridad y a todos los que están unidos a ti en el Señor. Y te pido que tengas también por mía esta carta. Aunque hubiera podido enviarte otra aparte, he preferido firmar ésta, para que una misma página te certifique de la unidad de nuestras almas Agustín (Cartas 248, 2, XIb, p. 481).

2.3. Conclusión

De estos dos ejemplos podemos ya observar que para Agustín la amistad era de gran importancia en su vida, por ser un hermoso bien. Encontramos ya en ellos varias características de la amistad, como la constancia, la incondicionalidad y el goce de ella. Además, podemos descubrir que Agustín distinguía diferentes tipos de amistad: la amistad juvenil, la amistad mundana de adultos y la amistad relacionada con la religión, que Agustín llama "la verdadera amistad". Finalmente, ya que él en la cita de Contra los académicos, hablando de Alipio, hace referencia a una definición de amistad, encontramos ya algo de una teoría de la amistad. Esta definición la encontró Agustín en un pequeño libro del retórico, abogado y político romano Cicerón, titulado Lelio o de la amistad, que ha citado varias veces en sus obras. También Cicerón tenía un amigo íntimo, Ático, a quien dedica esta obra. La escribió a finales de su vida, recordando cómo Ático le había acompañado a lo largo de toda su vida.

Experiencia profunda de amistad y teoría de la amistad, las encontramos en las vidas y los escritos de Cicerón y de Agustín.

 

3. "Lleven mutuamente sus cargas" (Gal 6, 2)

Cuando Agustín y Alipio, junto con Evodio y Adeodato, el hijo de Agustín, se habían establecido en Tagaste a finales del año 388 y habían iniciado su vida comunitaria como 'siervos de Dios', pronto se unieron con ellos algunos hombres más. Entre ellos se hizo costumbre pasar ciertos momentos de la noche conversando y discutiendo sobre diversos temas, tanto filosóficos como teológicos, costumbre que, de hecho, los primeros habían practicado ya en Italia. Agustín tomaba nota de estas conversaciones, y estas notas las reunió en un libro al que dio el sencillo título de Ochenta y tres cuestiones diversas. Uno de los temas que encontramos en este curioso conjunto fue cómo entender la frase de san Pablo en su carta a los Gálatas: "Lleven mutuamente sus cargas y así cumplirán la Ley de Cristo". Podemos decir del texto que elaboró Agustín sobre este tema que es el único escrito suyo sobre la amistad, ya que todo lo demás que ha escrito sobre ella son breves enunciaciones dispersas en sus sermones, cartas y libros.

El mandato o la invitación que presenta Pablo a los Gálatas se deriva del mandato que Jesús dio a sus apóstoles: "Ámense los unos a los otros", o sea de la llamada Ley de Cristo. Curiosamente, Agustín relaciona de inmediato la frase de Pablo con algo que había leído en la Historia natural, de Plinio el Viejo (23-79 d. C.):

Fíjense en los ciervos: cuando atraviesan un brazo de mar hasta una isla en busca de pastos, se organizan de tal modo que llevan los unos sobre los otros las cargas de sus cabezas con la ornamenta, de tal manera que el que va detrás coloca su cabeza sobre el anterior, llevando el cuello levantado. Y como es necesario que haya uno que, siendo el primero de todos, no tiene delante de él en quien apoyar la cabeza, dicen que hacen lo siguiente por turno: que cuando el que va primero se ha cansado de la carga de su cabeza, se pone el último, y le sucede aquél cuya cabeza llevaba cuando iba el primero. De ese modo, llevando sus cargas mutuamente, pasan el brazo de mar hasta que llegan a tierra firme (Plinio, 8, 114, citado en Agustín, Ochenta y tres cuestiones diversas, 71, 1, XL, p. 250).

En este caso los ciervos son considerados todos como igualmente fuertes y constantes. Entre los hombres no es así: tanto físicamente como en cuanto a estados de ánimo, hay claras diferencias, y esto tenemos que asumir con realismo, viendo constantemente cómo en cada situación en que nos encontramos podemos ayudarnos mutuamente. Agustín señala esta realidad, diciendo: "Nosotros no podríamos llevar mutuamente cargas si al mismo tiempo fuesen débiles los dos que llevan sus cargas o tuviesen una misma clase de enfermedad, sino que tiempos diversos y clases diversas de enfermedades hacen que podamos llevar nuestras cargas mutuamente". Y luego da dos ejemplos interesantes:

Por ejemplo, tú soportarás la ira de tu hermano entonces cuando tú no estás irritado contra él, para que, a su vez, en el momento que la ira te ha saltado a ti, él te soporte con su dulzura y tranquilidad.

Veamos otro ejemplo en cuanto a una clase diferente de debilidad: supongamos a uno que ha vencido su locuacidad, pero aún no ha vencido su terquedad; el otro, en cambio, todavía es locuaz sin que sea ya tozudo; aquél debe llevar con cariño la locuacidad de éste, y éste la tozudez de aquél, hasta que se cure lo uno en aquél y lo otro en éste (Ochenta y tres cuestiones diversas, 71, 2, XL, p. 250).

De aquí formula Agustín una especie de regla: "En debilidades semejantes conviene condescender en parte con la misma enfermedad de la que tú quieres liberar al prójimo" (Ochenta y tres cuestiones diversas, 71,2, XL, p. 251).

Reconociendo ya que en cualquiera comunidad humana se tropieza con diferentes debilidades, enfermedades, choques, etc., y que el llevarse mutuamente las cargas de la vida resulta muchas veces difícil, Agustín hace referencia a Cristo, que no vino al mundo para ser servido sino para servir: "Tengan los mismos sentimientos entre ustedes que en Cristo Jesús, el cual, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo" (Fil 2, 5-6). Cita luego de la misma carta de Pablo a los Filipenses: "Que cada uno no mire únicamente por lo suyo, sino también por lo de los demás" (Fil 2, 4).

En esto, dice Agustín, tenemos que tomar bien en cuenta que aquello que nos molesta en el otro y nos impide ayudarle, también en algún momento puede encontrarse en nosotros: "Manifestemos, por tanto, a ese cuya debilidad queremos llevar, eso que querríamos que él nos manifestase a nosotros, si por desgracia nosotros estuviésemos en ella y él no lo estuviese" (Ochenta y tres cuestiones diversas,71,4,XL,p.252).

En un tercer momento de su reflexión Agustín señala que entre los hombres queda oculto mucho en cuanto a cualidades y dones que tienen, y que por eso uno que conoce sus propias cualidades y no encuentra en otros las mismas, fácilmente puede sentirse superior y llegar a ser soberbio o arrogante. Desde su propia experiencia, Agustín constata al respecto de este punto: "Nadie es conocido sino por la amistad" (Ochenta y tres cuestiones diversas, 71, 5,XL, p. 253).

A continuación Agustín da algunas reglas más para que puedan forjarse relaciones de buena amistad.

* No debemos repudiar la amistad de nadie que interfiere para anudar una verdadera amistad.

* Tenemos que esforzarnos siempre para descubrir las buenas cualidades del otro.

* Al otro hay que darle la oportunidad de hacerse conocer.

* Amigos deben aceptar mutuamente sus buenas cualidades y sus defectos.

Está claro que Agustín, para quien la experiencia de la amistad era algo tan caro en su vida, había observado con frecuencia que no se llega a forjar buenas amistades debido a la incapacidad de aceptar mutuamente las debilidades entre amigos. Por eso concluyó su pequeño ensayo con estas palabras: "Esta es la Ley de Cristo: que nosotros llevemos nuestras cargas mutuamente. Pues amando a Cristo, soportamos fácilmente la debilidad del prójimo, a quien no amamos todavía por sus cualidades buenas. Porque pensamos que el Señor murió por aquel a quien amamos" (Ochenta y tres cuestiones diversas, 71, 7, XL, p. 255).

 

4. Cicerón y Agustín sobre la amistad

Ya he dicho que Cicerón tenía un amigo íntimo, Tito Pomponio, apodado Ático (109 a. C.-32 a. C.), porque había permanecido muchos años en Atenas, en la península de Ática en Grecia. En su libro sobre la amistad no habla directamente de su relación íntima con Ático, mas bien la proyecta, por así decirlo, en otros dos romanos del pasado que habían llegado a ser conocidos por su ferviente y profunda amistad, a saber, los militares y políticos Cayo Lelio (siglos III-II) y Publio Cornelio Escipión, apodado El Africano (236 a. C.-183 a. C.). En la introducción, que es como una pequeña carta dirigida a Ático, Cicerón cuenta que un yerno de Lelio, llamado Escévola, le había relatado una conversación de Lelio sobre la amistad, conversación que éste tuvo con él y con otro yerno, Cayo Fanio, pocos días después de la muerte de Escipión. "Confié a mi memoria las máximas de aquella discusión - dice Cicerón, las que he expuesto en este libro a mi manera y así los he introducido en forma de diálogo" (Cicerón, De la amistad, 3, p. 97).

Al final de la introducción dice Cicerón a Ático: "En este libro sobre la amistad he escrito al amigo como el mejor de sus amigos".

Los dos yernos se presentan en la casa de su suegro para darle las condolencias por la muerte de su amigo, y le invitan a hacerles saber cuán importante había sido para él su relación de amistad con Escipión. Lelio dice entonces:

Pues siento un gran vacío al verme privado de un amigo tal cual, como creo, no habrá otro y como puedo asegurar que jamás tuve. Pero no tengo necesidad de remedio alguno: yo mismo me consuelo y me sirve del mayor consuelo el carecer de aquel error por el cual la mayoría suele angustiarse con la muerte de sus amigos. Pienso que nada malo ha podido sucederle a Escipión; es a mí a quien me ha sucedido, si algún mal ha sucedido, pero el angustiarse con exceso de los males propios no es de quien ama al amigo sino del que se ama a sí mismo (Lelio o de la amistad, 10, pp. 101 + 103).

Agustín debe haber leído Lelio o de la amistad antes de su conversión, quizás ya en Cartago, porque lo cita en Contra los académicos y también en la cuestión 71 de sus Ochenta y tres cuestiones diversas. Es más, debe haberlo conocido prácticamente de memoria, porque si no, hubiera sido imposible citarlo casi literalmente en tantos lugares de sus obras. El padre Tarcisio van Bavel, que fue agustino de la provincia de Bélgica de nuestra Orden y gran agustinólogo, hizo una amplia investigación acerca de la relación entre el libro Lelio de Cicerón y los pensamientos de Agustín sobre la amistad. En lo que sigue me limito a presentar este pensamiento de Agustín, siguiendo los puntos que el padre Tarcisio encontró en la obra de Cicerón.

4.1. Definición de la amistad

Ya he señalado que Agustín cita la definición que Cicerón dio de la amistad, cuando por primera vez habla de su amigo Alipio4.

Agustín resalta el acuerdo caritativo que hay en la amistad al decir que "la amistad se funda en el amor recíproco" (De la fe en lo que no se ve, 2, 4, IV, p. 683), y el acuerdo benévolo al hablar de la convivencia suya con sus amigos en Milán, cuando se daban entre ellos signos de caridad y de benevolencia "que proceden del corazón de los amantes y amados, y que se manifiestan con la boca, la lengua, los ojos y mil otros movimientos gratísimos (Confesiones, 4, 8, 13, p. 115).

Esto es lo que se ama en los amigos; y de tal modo se ama que la conciencia humana se considera rea de culpa si no ama al que le ama o no corresponde al que le amó primero, sin buscar de él otra cosa exterior que tales signos de benevolencia (Confesiones, 4, 9, 14, II, p. 116).

4.2. Los fundamentos de la amistad

El primer fundamento de la amistad es la propia naturaleza humana: "Dado que cada persona humana en concreto es una porción del género humano y la misma naturaleza humana es de condición sociable, síguese de ello una grande excelencia natural, como es el vínculo solidario de la amistad" (La bondad del matrimonio, 1, 1,XII, p. 581).

En su primer diálogo de Casicíaco, Agustín abordó con sus discípulos Licencio y Trigecio el tema de la sabiduría y volvió a recordarles la definición de la amistad que había formulado Cicerón y que se había hecho suya también, pero curiosamente, citando nuevamente a Cicerón, pone la palabra sabiduría en vez de la palabra amistad: "Yo les daré -dijo Agustín- la definición de la sabiduría, que no es mía ni nueva y me extraño que ustedes no la recuerdan. Pues no es la primera vez que oyen que la sabiduría es la ciencia de las cosas divinas y humanas" (Contra los académicos, 1, 6, 18, III, p. 91)5. Es posible que Agustín les haya hecho leer a sus discípulos diferentes obras de Cicerón o que les haya citado esta definición varias veces en sus clases. Importante es señalar aquí que él, siguiendo a Cicerón, relaciona la sabiduría con la amistad, como para hacer entender que entre verdaderos amigos la sabiduría debe ser un fundamento de su relación. Por eso pudo decir: "Entre los bienes que Dios nos concede, unos son apetecibles en sí mismos, como la sabiduría, la salud, la amistad" (La bondad del matrimonio, 9, 9, XII, p. 599). Y en los Soliloquios dijo: "Yo amo sólo la sabiduría por sí misma, y las demás cosas deseo poseerlas o temo que me falten sólo por ella: la vida, el reposo, los amigos" (Soliloquios, 1, 13, 22, I, p. 463).

Un tercer fundamento de la amistad que señalan Cicerón y Agustín, es la gratuidad, lo que quiere decir que entre amigos no puede haber búsqueda de intereses a costo del otro, ni aprovechamiento del otro para una causa propia. Agustín dice: "De ahí (= el mundo celestial) mana igualmente la verdadera amistad, que no se mide por intereses temporales, sino que se bebe por amor gratuito" (Cartas 155, 1, 1,XIa, p. 434). Por eso, tanto Cicerón como Agustín recalcan que no se debe buscar la amistad de poderosos o pudientes. He aquí una cita de uno de los sermones de Agustín sobre los salmos:

Si un senador quisiere hospedarse en tu casa, y no digo un senador, sino un administrador de algún grande según el mundo, y te dijere: "Me desagrada esta cosa en tu casa", aun cuando tú la estimases, con todo, la quitarías para no desagradar a aquel de quien ambicionas la amistad. ¿Y de qué te sirve la amistad del hombre? Quizás no sólo no encontrarás en ella ayuda, sino peligros. Pues muchos, antes de juntarse a los grandes, no peligraban, pero anhelaron la amistad de los más encumbrados que ellos, y cayeron en grandes peligros (Enarraciones sobre los Salmos, 131, 6, XXII, pp. 442-443).

Buenos amigos se reconocen como iguales y se preocupan para que haya igualdad entre ellos, es decir, no necesariamente en todo, por supuesto, sino en cuanto a aprecio mutuo, a reconocimiento mutuo de su dignidad humana, y en cuanto a afecto mutuo.

Y si alguno no se atreve a hacerse amigo nuestro, porque se siente cohibido por algún honor o dignidad nuestra del siglo, hay que abajarse a él y ofrecerle con afabilidad y deferencia lo que él no se atreve a pedir por sí mismo Agustín (Ochenta y tres cuestiones diversas, 71, 6, XL, p. 254).

Y si acaso el inferior no esperaba la posibilidad de ser amado por el superior, se sentirá movido de modo inefable al amor si aquel espontáneamente se digna manifestarle cuanto le ama a él, que nunca habría osado esperar un bien tan grande (La catequesis a los principiantes, 4, 7, 6, XXXIX, pp. 458-459).

Este fundamento de la igualdad, que es absolutamente indispensable para la buena amistad, lo define Agustín incluso como una ley: "Estimo como ley justísima de la amistad la que prescribe amar al amigo como a sí mismo" (Soliloquios, 1, 3, 8,I, pp. 444-445).

4.3. Las cualidades de la amistad

En la experiencia del establecimiento de una relación de amistad entre dos o más personas se cultivan espontáneamente algunas cualidades que son características de lo que llamamos amistad. Sin el cultivo constante de estas cualidades difícilmente podemos hablar de amistad o disfrutar de la amistad.

En primer, lugar debemos señalar la creencia en la otra persona. A pesar de que no podemos nunca llegar a conocer totalmente al amigo, como tampoco podemos conocernos a nosotros mismos en todo lo que somos, y debemos aceptar (y admirar) el misterio que es el hombre, podemos poner fe en el otro. En su obra De la fe en lo que no se ve, Agustín trata este tema de una manera explícita.

Y tú, que no quieres creer más que lo que ves, escucha un momento: ves los objetos presentes con los ojos del cuerpo; ves tus pensamientos y afectos con los ojos del alma. Ahora, dime, por favor: ¿cómo ves el afecto de tu amigo? Porque el afecto no puede verse con los ojos corporales. ¿Ves, por ventura, con los ojos del alma lo que pasa en el alma del otro? Y, si no lo ves, ¿cómo corresponderás a los sentimientos amistosos, cuando no crees lo que no puedes ver? ¿Replicarás, tal vez, que ves el afecto del amigo en sus obras? Verás, en efecto, las obras de tu amigo, oirás sus palabras; pero habrás de creer en su afecto, porque éste ni se puede ver ni oír. Sólo te resta creer lo que no puedes ver, ni oír, ni conocer por el testimonio de la conciencia, para que no quedes aislado en la vida sin el consuelo de la amistad, o el afecto de tu amigo quede sin justa correspondencia (De la fe en lo que no se ve, 1, 2, IV, pp. 680-681).

De la palabra latina fides, 'fe', se deriva nuestra palabra 'fidelidad'. Aquí tenemos otra cualidad importante, fundamental de la amistad. Ser fiel al amigo, ser leal con él de manera constante y en cualquiera circunstancia, es absolutamente indispensable para que una relación de amistad pueda fructificar y mantenerse estable. Dice Agustín: "¿Qué consuelo nos queda en una sociedad humana como ésta, plagada de errores y de penalidades, sino la lealtad no fingida y el mutuo afecto de los buenos y auténticos amigos? (La Ciudad de Dios, 19, 8, XIX, p. 574)". Agustín dio una hermosa explicación de la fidelidad en uno de sus sermones:

Tenemos tal estima del amigo, que decimos: "hemos de permanecer a su lado y mantenerle la confianza en el tiempo de la pobreza, para gozar también de sus bienes". Llegará a ser rico que ahora es pobre, y no te admitirá a participar de sus riquezas a ti que, siendo soberbio, te molestas de su pobreza. Únete a él por la fidelidad, aun cuando es pobre, para gozar de sus bienes cuando le lleguen las riquezas y con él te goces en ellas. Posee la fidelidad juntamente con él. Es pobre, pero tiene una gran posesión: la fidelidad (Sermones, 41, 2, VII, pp. 574-575).

La fidelidad da seguridad: con mi amigo puedo contar. Por eso dijo Cicerón: "El amigo seguro se halla en las circunstancias inseguras" (De la amistad, 64, p. 147). Agustín explicita esta afirmación tajante de Cicerón al hablar de probar la amistad:

Pero dices que, si crees al amigo, aunque no puedes ver su corazón, es porque lo probaste en tu desgracia y conociste su fidelidad cuando no te abandonó en los momentos de peligro. ¿Te imaginas, por ventura, que hemos de anhelar nuestra desgracia para probar el amor de los amigos? Ninguno podría gustar la dulzura de la amistad si no gustara antes la amargura de la adversidad; ni gozaría el placer del verdadero amor quien no sufriera el tormento de la angustia y del dolor. La felicidad de tener buenos amigos, ¿por qué no ha de ser más bien temida que deseada, si no se puede conseguir sin la propia desgracia? Y, sin embargo, es muy cierto que también en la prosperidad se puede tener un buen amigo, aunque su amor se prueba más fácilmente en la adversidad (De la fe en lo que no se ve, 2, 3, IV, p. 682).

Otra base o efecto de la fidelidad es la confianza, la confianza mutua. Esa confianza solamente es posible cuando los amigos se hacen conocer en lo que son, como ya lo indicó Agustín en su pequeño ensayo sobre "llevarse mutuamente sus cargas". Hacerse conocer implica esforzarse para ser transparente, querer ser transparente.

Otra cualidad fundamental de la amistad es la libertad: "Congratulémonos mutuamente, no sólo en la caridad, sino también en la libertad de amigos; no nos callemos, ni tú a mí ni yo a ti" (Cartas 82, 5, 36, VIII, p. 536)6. Ser libres, ser francos, tanto para criticar lo que a uno no le gusta en el otro, como para pedir perdón cuando uno ha ocultado algo al amigo o le ha ofendido. Decir las cosas que deben ser dichas, sin temor. Todo esto implica la libertad. La verdadera libertad debe traer consigo también la sinceridad. Ser sincero quiere decir no dar una imagen falsa de sí mismo ni del amigo:

No me agrada que aquellos a quienes amo me tengan por tal cual no soy. Esto quiere decir que no me aman a mí, sino a otro bajo mi nombre, si aman no lo que soy, sino lo que no soy. Soy amado por ellos en cuanto me conocen o creen de mí lo que es verdad; pero en cuanto me atribuyen lo que no reconocen en mí o lo que no es verdad, no me aman a mí, sino que aman a no sé qué otro (Cartas 143, 3, XIa, p.256).

En una carta a Severo, uno de los cuatro primeros que entraron en la comunidad que Agustín, Alipio y Evodio formaron en Tagaste, encontramos esta afirmación tajante de Agustín: "La adulación es enemiga de la amistad" (Cartas 110, 2, VIII, p. 818).

4.4. Los frutos de la amistad

Un primer fruto de la amistad es la unión que se produce entre amigos. Al hablar de su experiencia con sus amigos en Milán, dijo Agustín en las Confesiones: "Se derretían nuestras almas y de muchas se hacía una sola" (Confesiones, 4, 8, 13, II, pp. 115-116). Y en su diálogo sobre el orden anotó: "Los que se aman, ¿buscan otra cosa más que la unión? Y cuanto más se unen, son más amigos. ¿Qué busca también el amor, sino adherirse al que ama, y, si es posible, fundirse con él?" (El orden, 2, 18, 48,I, p. 684). Y citando un verso del poeta romano Horacio, dijo: "Bien dijo uno de su amigo que 'era la mitad de su alma'" (Confesiones, 4, 6, 11, II, p. 112)7.

Otro fruto de la amistad es la felicidad: sentirse feliz por tener un buen amigo es algo hermoso, algo que da sentido a la vida, hace vibrar la vida. Agustín, al recordarse de un amigo íntimo de su juventud que había fallecido a temprana edad, dijo: "En aquellos años adquirí un amigo a quien amé con exceso por ser condiscípulo mío. Con todo, era para mí aquella amistad dulce sobremanera" (Confesiones, 4, 4, 7 II, p. 107).

Un tercer fruto importante de la amistad es la confianza mutua. Cicerón ya lo dijo claramente en una carta a su amigo Ático: "Te diré que hoy nada me hace tanta falta como un confidente a quien pueda decir todo lo que me pasa, que me escuche en su amistad, que me aconseje con su prudencia; con el que no tenga, en fin, al hablar, ocultar ni disimular nada" (Cicerón, Cartas a Ático, 1, 18, 1, s.a., p. 41). Y Agustín le siguió en esto a Cicerón: "Porque nosotros podemos llamar amigo a aquel a quien nos atrevemos a confiar todos nuestros sentimientos" (Ochenta y tres cuestiones diversas, 71, 6, XL, p. 254). Lo mismo escribió Agustín a Profuturo, otros de los primeros hermanos de la comunidad de Tagaste: "Puesto que para mí eres otro yo, ¿qué te podré decir con mayor placer que lo que me digo a mí mismo?" (Cartas 38, 1, VIII, p. 238).

 

5. Amigos en Cristo

En el pequeño testimonio que dio Agustín en Contra los académicos acerca de Alipio, que he citado en la primera parte de esta ponencia, dice Agustín que "aquel estaba conforme con él no solamente en cuanto a cómo llevar la vida humana, sino también "en lo relativo a la religión" (Contra los académicos, 3, 6, 13, III, p. 150). En la historia de la amistad entre Agustín y Alipio podemos reconocer tres formas o tipos de amistad. En un primer tiempo se forjó una relación amistosa entre maestro y discípulo. A Agustín le caía bien ese muchacho Alipio, ese joven tranquilo y atento, y Alipio de su parte admiraba a su maestro y se dejaba seducir por él. Había una mutua simpatía entre ellos. En Roma y Milán, ya siendo adultos, llevaron esa simpatía al nivel de una amistad madura, más firme y más profunda. Fijaron unas metas comunes y se esmeraron en alcanzarlas: encontrar la sabiduría y la verdad, por medio de la filosofía. Se apoyaron mutuamente, de forma incondicional, para superar las dificultades con que tropezaron y las crisis existenciales que los atormentaron. Se complementaron de una manera sorprendente por medio de la intranquilidad del uno y la serenidad del otro. Y juntos llegaron a encontrar a Cristo, quien entró en sus vidas como un amigo más. Y así se espiritualizó su amistad, llegando una vez más a otro nivel, el nivel máximo, que Agustín después definió como el de "la verdadera amistad".

Cicerón, en su definición de la amistad, habló del "acuerdo sobre las cosas divinas y humanas", pero no he encontrado en su obra Lelio una explicitación de la dimensión divina de la amistad. Agustín lo hizo en una carta a otro amigo de su juventud que se convirtió al cristianismo, haciendo referencia a su propio proceso hacia la 'verdadera amistad'. Considero algo tan hermoso y profundo lo que dice en esta carta, que me parece oportuno citarlo en extenso:

Tú, amadísimo mío, en otro tiempo estabas de acuerdo conmigo en las cosas humanas, cuando yo deseaba gozarlas al estilo vulgar. Para conseguir esas cosas de que ahora me sonrojo, tú me favorecías y tendías las velas, o más bien, entre mis otros amadores, eras de los primeros en hinchar con el viento de las alabanzas las velas de mis apetencias. En cuanto a las cosas divinas, en las que en aquel tiempo no había brillado para mí verdad alguna, nuestra amistad claudicaba en la mejor parte de la definición: había acuerdo tan sólo en las cosas humanas, aunque con benevolencia y caridad, pero no en las divinas.

Cuando abandoné aquellas apetencias, tú, con perseverante benevolencia, apetecías mi salud mortal y querías verla feliz con la prosperidad de aquellas cosas que el mundo suele desear. Así, a cierto nivel existía entre nosotros un benévolo y afectuoso acuerdo sobra las cosas humanas. Pero, ¿cómo podré explicar ahora con palabras cuánto gozo contigo, pues aquel a quien durante tanto tiempo tuve por amigo es ya verdadero amigo? Conmigo llevabas la vida temporal con agradabilísima benignidad, pero ahora has comenzado a vivir conmigo en la esperanza de la vida eterna. Tampoco ahora nos separa disensión alguna en las coas humanas, pues las valoramos a la luz de las divinas, para no concederles más de lo que justamente reclama su condición. No las rechazamos con un inicuo desdén para no hacer injuria al Creador de todas esas cosas terrestres y celestes. Así sucede que cuando no hay acuerdo en las cosas divinas entre los amigos, tampoco puede haberlo pleno y verdadero en las humanas. Es inevitable que quien desprecia las cosas divinas, estime en más de lo conveniente las humanas, y que no sepa amar rectamente al hombre quien no ama al Creador del hombre. Por eso no digo que ahora eres más amigo, o que antes tan sólo en parte lo eras, sino que, cuanto la razón indica, no lo eras tampoco parcialmente cuando no tenías una verdadera amistad conmigo ni en las cosas humanas.

Doy, pues, gracias a Dios, porque al fin se dignó hacerte amigo mío. Ahora hay entre nosotros acuerdo en las cosas divinas y humanas con benevolencia y caridad en Jesucristo nuestro Señor, en la más auténtica paz nuestra (Cartas 258, XIb, pp. 498-501)8.

Trágicamente, Agustín no llegó a este nivel máximo de amistad con Romaniano. En su juventud lo atrajo al maniqueísmo. Estando juntos en Milán, trató de interesarle para la filosofía y, una vez convertido al cristianismo, hizo todo lo posible para hacerlo entrar también a él en la Iglesia. Escribió para él su obra La verdadera religión, pero la lectura de este libro tampoco fue suficiente para que Romaniano se convirtiese. En última instancia, Agustín apeló a Paulino de Nola para que le ayudara en su esfuerzo de convencer a su amigo de la bondad del cristianismo católico. Al final de la carta de Agustín a Paulino que Romaniano llevó consigo cuando en 394 viajó nuevamente a Italia, leemos todavía: "Quiero que él sea más y más beneficiado por la voz de aquellos que no aman secularmente a sus amigos" (Cartas 27, 5, VIII, p. 146). Lastimosamente no sabemos cuál fue el resultado del encuentro entre Paulino y Romaniano.

Interesante es también, en este contexto del acuerdo sobre las cosas divinas y humanas, un comentario de Agustín sobre un pasaje evangélico de San Mateo: "Si tu ojo derecho te pone en peligro, sácatelo y tíralo; más te conviene perder un miembro que ser echado entero en el fuego" (5,29):

Esto nos obliga a examinar más atentamente qué es lo que se entiende por ojo. En esta cuestión no se me ocurre algo más oportuno que se refiere al amigo más íntimo. Pues se puede considerar como el miembro al que amamos con más intensidad. Es también consejero, porque es el ojo que muestra el camino, y consejero en las cosas divinas, porque es nuestro ojo derecho, a fin de que también el izquierdo sea un amado consejero, pero para las cosas de la tierra, atento a las necesidades del cuerpo. Era superfluo hablar de él como ocasión de escándalo, desde el momento en que no se debe perdonar ni al derecho (Sermón de la montaña, 1, 13, 38, XII, pp. 73-74).

De diferentes maneras, y las más de las veces en frases breves, Agustín expresa su convicción de la participación de Cristo en las relaciones amistosas de los cristianos. Por ejemplo, como conclusión de su pequeña exposición sobre el senador o administrador que quiere alojarse en la casa de alguien que quiere ser su amigo, dice al dueño de la casa: "Tú, anhela seguro la amistad de Cristo; quiere alojarse en tu casa; hazle lugar" (Enarraciones sobre los Salmos, 131, 6, XXII, p. 443). En una carta en que habla de la mutua confianza que debe haber entre amigos, leemos: "Cuando veo a un hombre inflamado en la caridad cristiana y siento que por ella se hace amigo mío y fiel, me hago cargo de que todos los pensamientos que le confío no se los confío a un hombre, sino a Dios, en quien él permanece cuando es caritativo" (Cartas 73, 3, 10, VIII, p. 445). Y en un sermón dice:

"Ama verdaderamente al amigo quien ama a Dios en el amigo" (Sermones, 336, 2, 2, XXV, p. 758).

 

Notas

* Fue Rector de la Universidad Católica Boliviana "San Pablo". Contacto: bergosa@hotmail.com

1 La carta está dirigida a Licencio y su poema está añadido a ella. De hecho, la carta es una reacción de Agustín a este poema.

2 Paulino de Nola (355-431) fue un rico hacendado español que tenía también propiedades en Italia. Se estableció en Nola, donde vendió sus bienes inmuebles y empezó a vivir como "siervo de Dios", ayudando a los pobres. Se estableció una relación de amistad entre él y Agustín, que fue lo que podemos llamar una "amistad por correspondencia", porque nunca se encontraron físicamente. En el año 410 fue ordenado obispo de Nola.

3 Condado: tribunal supremo del Imperio.

4 Agustín cita la definición también en una carta a un antiguo amigo: "Ya sabes cómo definió la amistad Tulio, el máximo exponente de la elocuencia romana. Dijo, y dijo con toda verdad: 'La amistad es el acuerdo en las cosas divinas y humanas con benevolencia y caridad’” (Cartas, 258, XIb, p. 498). Tulio: Marco Tulio Cicerón.

5 Agustín cita de Cicerón, Disputas tusculanas, 4,26, 57.

6 Agustín a Jerónimo.

7 Horacio: "Te ruego que guardes a quien es la mitad del alma mía" (Odas, 1, 3, 8).

8 Carta a un tal Marciano, a quien conocemos sólo por esta carta.

 

Referencias

1. Agustín, Aurelio. Cartas (1.°). Obras completas de san Agustín, VIII, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1986.

2. -----------. Cartas (2.°). Obras completas de san Agustín, XIa, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1987.

3. -----------. Cartas (3.°). Obras completas de san Agustín, XIb, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1991.

4. -----------. Confesiones. Obras completas de san Agustín, II, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2013.

5. -----------. Contra los académicos. Obras completas de san Agustín, III, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1979, pp. 71-190.

6. -----------. Del orden. Obras completas de san Agustín, I, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1994, pp. 594-690.

7. -----------. Enarraciones sobre los Salmos (4.° y último). Obras completas de san Agustín, XXII, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1967.

8. -----------.La bondad del matrimonio. Obras completas de san Agustín, XII, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2007, pp. 581-653.

9. -----------. La catequesis a los principiantes. Obras completas de san Agustín, XXXIX, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1988, pp. 448-534.

10. -----------. La ciudad de Dios (2.°). Obras completas de san Agustín, XVII, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1988.

11. -----------. La fe en lo que no se ve. Obras completas de san Agustín, IV, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1975, pp. 679-699.

12. -----------. Ochenta y tres cuestiones diversas. Obras completas de san Agustín, XL, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1995, pp. 65-297.

13. -----------. Sermón dela montaña. Obras completas de San Agustín, XII, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2007, pp. 29-223.

14. -----------. Soliloquios. Obras completas de san Agustín, I, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1994, pp. 435-521.

15. -----------. Sermones (1.°). Obras completas de san Agustín, VII, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1981.

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