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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult vol.19 no.34 La Paz jun. 2015

 

RESEÑAS

 

El misterio del mal. Benedicto XVI y el fin de los tiempos

 

 

Giorgio Agamben

2013, Buenos Aires, Adriana Hidalgo editora, traducción de María Teresa D'Meza, 88 páginas.

 

 


 

 

En El misterio del mal: Benedicto XVI y el fin de los tiempos, el filósofo italiano Giorgio Agamben intenta comprender la renuncia del Papa "en el contexto teológico y eclesiológico que le es propio" (p. 11). El subtítulo —fundamental para entender el sentido del opúsculo— puede parecer excesivamente apocalíptico y anacrónico; "sin embargo, -escribe Agamben- observaremos esa decisión en su ejemplaridad, o sea, por las consecuencias que de ella pueden extraerse para un análisis de la situación política de las democracias en las que vivimos", (p. 11) ¿No es acaso parte de la secularización (política y filosófica) el abandono de criterios cristianos para el análisis de la realidad? Pero precisamente porque el filósofo italiano es un profundo conocedor de la historia de Occidente, su estudio brinda sugestivos elementos de análisis tanto para creyentes como no creyentes, conocedores o no, de la obra de Joseph Ratzinger.

Este libro, editado en Buenos Aires por Adriana Hidalgo, está dividido en dos partes —cada una corresponde a dos textos independientes entre sí— y un apéndice con otros cuatro que ayudan al no especialista a contextualizar los dos primeros, ricos en referencias inaccesibles para la mayoría de nosotros. Cronológicamente, el texto titulado "Misterium iniquitatis: La historia como misterio” fue escrito antes, aunque en la publicación es el segundo texto, para el acto de entrega del doctorado honoris causa que la Universidad de Friburgo (Suiza) le otorgó el 13 de noviembre de 2012, es decir, cuatro meses antes de que Benedicto XVI anunciara su renuncia. El otro texto se titula "El misterio de la Iglesia", y es donde Agamben ofrece, propiamente hablando, su interpretación de la renuncia. El término clave, como puede verse en los títulos, es misterio.

"Sobre la correcta interpretación de este vocablo, Odo Casel —y, a continuación de él, el llamado 'movimiento litúrgico' del siglo XX— basó su proyecto de una renovación de la Iglesia en el espíritu de la liturgia. Ya en su tesis de doctorado, De philosophorum graecorum silentio mystico (Sobre el silencio místico de los filósofos griegos, 1919), Casel muestra que en griego mystérion no designa una doctrina secreta, que podría formularse en un discurso pero que está prohibido revelar. El vocablo mystérion indica, por el contrario, una praxis, una acción o un drama, en el sentido incluso teatral del término, es decir, un conjunto de gestos, de actos y palabras a través de los cuales una acción o una pasión divina se realiza eficazmente en el mundo y en el tiempo para la salvación de aquellos que participan en ella" (p. 44)

Esta definición de misterio como acción (o serie de acciones) que desarrolla un argumento o trama, resulta fundamental para entender la intención de Agamben. Podría decirse que el objetivo de esta su obra se basa en rescatar esta acepción de misterio, ya que, si por misterio se entiende una realidad fuera del alcance de la razón que resulta imposible de comprender en su naturaleza íntima, la Iglesia deja de comprender un texto clave de las cartas paulinas, y con ello olvida una parte importante de su misión histórica, incluso —y quizá sobre todo— en la sociedad contemporánea secularizada.

El texto paulino está sacado de la segunda carta a los cristianos de Tesalónica, versículos primero al décimo primero (2 Te 2,1-11). Estos diez breves versículos han sido objeto de amplísimo estudio, pues hablan 'del fin de los tiempos'. El propio san Agustín ya expresa sus dificultades para interpretarlos y menciona las varias teorías que ya existían desde entonces. Uno de los términos más complejos para entender el texto es la expresión griega usada por san Pablo mistérion tes anomías, que ha sido traducido al latín como misterium iniquitatis. No interesan ahora demasiado los detalles, pues en resumen Agamben critica que en la Iglesia esté creciendo desde hace mucho la tendencia a interpretar el término misterio como aquello incognoscible. Si éste es el caso, el mal termina cayendo en categorías ontológicas.1 Y es que el mal, pensado como misterio inaccesible acaba -explícita o implícitamente— convertido en una categoría ontológica. "Lamentablemente, también los autores que le critican a la Iglesia el abandono de la escatología terminan por convertir el drama del fin de los tiempos en una estructura ontoteológica. Se trata sin duda de un gesto gnóstico (o, cuando menos, tal como se ha sugerido, semimarcionita...) que opone, no a dos divinidades, sino dos atributos de la misma divinidad en una suerte de 'ambigüedad originaria'" (p. 56)

Dice Agamben: "el misterio del mal, desplazado de su lugar propio y erigido en estructura ontológica, le impide a la Iglesia toda elección verdadera, al mismo tiempo que le provee una coartada a sus ambigüedades" (p. 58). La acusación es grave, pero cierta. Si la Iglesia Católica olvida o malinterpreta —que en términos prácticos es lo mismo— sus textos fundamentales, corre el riesgo de perder su identidad, y con ello su razón de ser y su sentido. Por eso, al final del segundo texto concluye Agamben: "que sólo si se restituye el mysterium iniquitatis a su contexto escatológico, una acción, una acción política puede ser de nuevo posible, tanto en la esfera teológica como en la profana. El mal no es un oscuro drama teológico que paraliza y vuelve enigmática y ambigua toda acción, sino un drama histórico en el cual la decisión de cada uno está siempre en cuestión" (p. 58)

Si en noviembre de 2012 Agamben terminaba así el discurso que tituló "Misterium iniquitatis: La historia como misterio", no es de extrañar que haya querido publicar esta obra.

"Frente a una curia que, olvidada por completo de su propia legitimidad, sigue obstinadamente las razones de la economía y del poder temporal, Benedicto XVI eligió usar sólo el poder espiritual, de la única manera que halló posible, es decir, renunciando al ejercicio del vicariato de Cristo. De esta forma, la Iglesia misma ha sido puesta en cuestión desde sus raíces" (p.15)

Para evitar una interpretación innecesariamente crítica, que no parece ser la razón que mueve al autor, hay que insistir una vez más en que la preocupación de Agamben es el olvido de la tensión escatológica. "Si (la Iglesia) quiere desembarazarse de ese espectro, (la ontologización del mal), es preciso que vuelva a reencontrar la experiencia escatológica de su acción histórica, de toda acción histórica, como un drama en el cual el conflicto decisivo siempre está en curso" (p.57). La coincidencia entre Agamben y Benedicto XVI no podría ser mayor; para muestra bastará una cita de muchísimas posibles. Dice el Papa emérito en el segundo tomo de su Jesús de Nazaret, publicado en 2011, sobre el discurso escatológico de Jesús: "No ofrece... una descripción del futuro, sino que nos muestra solamente el camino recto para ahora y para el mañana" (p. 67). Benedicto XVI vino a recordar a la Iglesia que la historia es misterio, en el sentido de que es un drama en el cual 'el conflicto decisivo siempre está en curso', y por lo tanto, un drama donde nuestras acciones concretas importan.

¿Por qué esta decisión hoy nos resulta ejemplar? Porque atrae con fuerza la atención a la distinción entre dos principios esenciales de nuestra tradición ético-política, de la cual nuestras sociedades parecen haber perdido toda conciencia: la legitimidad y la legalidad...

Los poderes y las instituciones hoy no se encuentran deslegitimados porque han caído en la ilegalidad; más bien es cierto lo contrario: la ilegalidad está tan difundida y generalizada porque los poderes han perdido toda conciencia de su legitimidad. Por eso es inútil creer que puede afrontarse la crisis de nuestras sociedades a través de la acción —sin duda necesaria— del poder judicial. Una crisis que golpea la legitimidad no puede resolverse exclusivamente en el plano del derecho. La hipertrofia del derecho, que pretende legislar sobre todo, antes bien conlleva, por medio de un exceso de legalidad formal, la pérdida de toda legitimidad sustancial" (p, 12 y siguientes)

Así se explica que Agamben haya recibido con tanto entusiasmo la renuncia, y que la utilice como ejemplo a seguir en nuestra hora actual. Cuando la lógica mecanicista del cientificismo contemporáneo nos lleva a conceptuar el mundo como un gran reloj, en el cual la vida y sentido de cada uno es la adaptación perfecta a ese mecanismo; una sociedad que pretende construir estados leviatánicos que se legitiman en una buscada, y sin embargo nunca alcanzada, armonía del bienestar, la libertad debe ser redescubierta como el antagonista de este drama histórico. Por ejemplo, un Papa que libremente renuncia, y con tal acto hace evidente que, aunque contemplado en el derecho canónico, no estaba previsto tal acto. Los pequeños debates sobre varios detalles que se produjeron entonces; como el modo correcto de llamarlo, si debería seguir usando la sotana blanca, etc., hacían evidente lo inverosímil, hasta entonces, de este acto de libertad.

En esta publicación Agamben muestra con su erudición característica que la eclesiología de Benedicto XVI no es una visión angélica. En ella conviven bien y mal —no ontologizados— sino como consecuencia de las acciones de sus miembros. "El mal no es un oscuro drama teológico que paraliza y vuelve enigmática y ambigua toda acción, sino un drama histórico en el cual la decisión de cada uno está siempre en cuestión" (p. 58) No está demás repetir esta frase de Agamben. Dentro de la Iglesia, el 'mistérion tes anomías' de san Pablo está en acto, y lo está también en el Estado, en la sociedad. Como especialista en el pensamiento político de Joseph Ratzinger, debo reconocer que me ha sorprendido gratamente este texto de un filósofo tan importante como Giorgio Agamben, quien interpreta de manera tan apropiada y profunda la renuncia de Benedicto XVI.2

 

Notas

1 "Así, la Universidad Gregoriana publicó en el año 2002, con el título de Mysterium iniquitatis, las actas de un congreso en las que no se citaba el texto de la Segunda Epístola de Pablo a los Tesalonicenses. Esto no sorprende, desde el momento en que uno de los relatores afirmaba con candidez que 'el misterio del mal es una realidad de nuestra experiencia cotidiana, que no conseguimos explicar o dominar'" (p. 55 y siguientes).

2 Sobre mi interpretación de la renuncia de Benedicto XVI, ver: "Apacienta mis ovejas", en http://institutoacton.org/2015/02/12/apacienta-mis-ovejas/ También: M. Silar, J. Velarde Rosso y G. Zanotti, Estado liberal de derecho y laicidad: comentarios a algunas de las intervenciones más audaces de Benedicto XVI (Buenos Aires, Biblioteca IAA, 2013).

 

Jorge Velarde Rosso

 

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