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Revista Ciencia y Cultura

versión On-line ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult v.18 n.33 La Paz dic. 2014

 

RESEÑA

 

Una mirada crítica sobre el indianismo y la descolonización

 

 

H.C.F. Mansilla

La Paz, Rincón ediciones, 2014.

 

 


 

 

Aunque propiamente la "fase indigenista" del gobierno del MAS parece haber quedado atrás (con lo cual quedó demostrado que se trataba de una simple gestualidad utilizada para asegurar el poder, si para siempre, mejor), es casi inmediatamente innegable, para propios y extraños, que en Bolivia la temática indigenista es casi la columna vertebral de la discusión política e ideológica, incluso en el ambiente deslavado o dificultosamente reconocible de inicios del siglo XXI. No es extraño por eso que, pese a este retroceso de la marea política, su vigencia ideológica perviva. La "indianitud" seguirá suscitando fuertemente polémica y discusión, entusiasmo y libros, pese a que la fuerza incontestable de la modernidad, entendida como un hecho universal sin más, eche por tierra irremediablemente las fantasías restauradoras de un pasado presuntamente mejor (una muestra de esto es que estudios recientes hayan comprobado que, pese a la alharaca de casi una década acerca de la fuerza rediviva de los idiomas nativos, el aymara, por ejemplo, se hable cada vez menos en pueblos y ciudades).

Este libro del Dr. H.C.F. Mansilla es una muestra de ello. Su objetivo es desentrañar los rasgos sustanciales del indianismo en el contexto contemporáneo (de ahí la referencia a la descolonización en el título). Para hacer lo cual primero retrocede en la historia (pero no muy lejos, no hasta el siglo XIX, por ejemplo, en cuyo trasfondo ideológico identitario apenas ha ingresado la historia de las ideas nacional, me parece; no hablemos ya de volver la mirada hacia la Colonia, para indagar en la posición de un Bartolomé de las Casas, por ejemplo, quien, como es fama, aconsejó a los reyes españoles parar el maltrato a los indios importando negros africanos a quienes maltratar con menos culpa). Retrocede al pasado inmediato, decía, para revisar los presupuestos más importantes de esta tendencia, en su principal precursor, Franz Tamayo y su Creación de la pedagogía nacional. Y si Mansilla incluye entre los precursores también a Fausto Reinaga, es sólo porque el libro, como queda dicho, tiene por objetivo involucrarse en la crítica del indigenismo contemporáneo, que puede distinguirse por su imbricación nominal y conceptual con las teorías de la descolonización y la nueva izquierda del siglo XXI, y que ha alcanzado cierta faceta oficial desde que hay una nueva realidad política en el país.

Quiero decir que no creo que Reinaga deba ser propiamente calificado de precursor, si se piensa que murió en 1994 y que el grueso de su producción conscientemente indigenista se dio durante los años sesenta, setenta y ochenta, en que la problemática india se convirtió efectivamente en "el" problema nacional (al igual que en Perú y Ecuador).

Con todo, para Mansilla, Reinaga cumple en esta constelación ideológica un papel por demás importante De esa manera se explica que dedique todo un capítulo a revisar el "comportamiento" intelectual del Reinaga posmarxista y posnacionalista. Pues a esta primera fase (ocurrida en los años cuarenta y cincuenta), como señala esquemática y correctamente Mansilla, le sucedió la fase indianista, causa de la fama parcial de Reinaga. El autor dice que a este momento ideológico le siguió además una tercera posición, amautista, pero que esencialmente no se diferencia de la segunda. Sin embargo, me parece que el propio Reinaga renegó en algún momento del indigenismo, y que además no llamó a esta nueva actitud amautista o amáutica, sino reinaguista (a menos que éste venga a ser un cuarto y final avatar antes de que nuestro héroe de las ideas se rindiera definitivamente ante las parcas).

Así que, aunque no debe quedar duda de que el reinaguismo ya no es propiamente ni indigenista ni indianista, cualesquiera sean los matices que distingan ambas vertientes de pensamiento acerca de las bondades de nuestro pasado, queda por dilucidar si aún es amautista, o amáutico. Parece que sí, que Reinaga se consideró propiamente la encarnación de una identidad amáutica primigenia y liberadora, un nuevo mesías, ya no meramente de los oprimidos indígenas, sino de la humanidad toda: "Reinaga ofrece a la humanidad el reino de la verdad y la vida" (p.132, citado por Mansilla del libro de Reinaga "El pensamiento indio"). Estas palabras, que recuerdan a Jesús nuestro Señor apenas son escuchadas o leídas, bastan para rechazar la afirmación de Mansilla de que la obra de Reinaga tuvo "fuertes rasgos egocéntricos (pero no egolátricos)" (p. 110), y confirmar más bien aquellas otras que señalaron en su momento con cierta alarma que a su modo Reinaga no estaba completamente en sus cabales.

En fin, este capítulo, el tercero, es central en el libro, y obra como una bisagra bien aceitada entre los dos que anteceden (la ya mencionada etapa precursora, en la cual se incluye, como queda dicho, a Tamayo, pero también de paso a Carlos Medinaceli), y los que siguen, volcados a tematizar la actual corriente de la descolonización, impulsada desde la esferas oficiales del actual gobierno.

En éstos Mansilla contrapone el tono polémico altamente fogoso y emotivo de Reinaga (incluso poético, nos dice, y aquí debo volver a discrepar con el autor, toda vez que tengo un concepto más exigente de la poesía) con el aburridor tufillo de oficina de derechos humanos que trasuntan los documentos y reuniones del régimen actual. Principalmente se refiere al Viceministerio de Descolonización (pero, ¿por qué no también la Cancillería, cuyo titular ha dado muestras sobradas de una fértil imaginación en la materia, con perlas como que las piedras hacen el amor mejor que los humanos?)

En cualquier caso, la tesis de Mansilla es cristalina e insistente: el indianismo contemporáneo no es nada más que otra de las máscaras detrás de las cuales se están reproduciendo normas culturales y pautas de comportamiento que han modelado la sociedad boliviana desde siempre, sin modificarla sensiblemente hacia un presunta modernidad mejor, en términos humanos, por lo cual sólo consolidaría lo que Mansilla llama el carácter conservador de la nación boliviana. De acuerdo a ello, repasa cómo bajo el discurso revolucionario se consolidaría un largo rosario de aspectos socioculturales y políticos ya examinado abundantemente por Mansilla en una variedad de otros libros de su amplia producción: prebendalismo, caudillismo, autoritarismo populista, desintitucionalización, falta de interés general en la defensa de la libertad de expresión y los demás derechos humanos, indiferencia ante la necesidad de mejorar verdaderamente la educación, adopción acrítica del aspecto superficial y más vulgar de la modernidad, etc., etc., etc. y etc.

Particularmente preocupante para el autor, y con razón, es el caso de la justicia, una vez sometida a la férula de esta nueva generación de reformistas. En efecto, es difícil medir cuánto más ha estropeado el gobierno del MAS a una secularmente maltrecha administración de justicia. A tal punto que no sería nada raro que la llamada justicia comunitaria termine convertida en una forma adoptada por los delincuentes para escapar del largo brazo de la ley. Ya se ha sabido de algún caso de un ciudadano perseguido por algún dolo que argumentó que en el lugar en el que se pretendía detenerlo no corría la justicia ordinaria, sino la extraordinaria de los usos y costumbres originarios.

A todo lo cual sólo cabría agregar algo en lo que Mansilla pone énfasis con buen gusto satírico, algo nada nuevo en la historia de este tipo de predicadores de mundos alternativos no modernos o anticapitalistas: que lo hagan desde cómodas y funcionales oficinas dignas del primer mundo ultracapitalista.

El libro termina insistiendo en la molestosa persistencia de este maniqueísmo ideológico un tanto deshonesto y desorientado, pero esta vez atribuyendo parte de la responsabilidad a la influencia exitosa de pensadores como Wálter Benjamin, Heidegger o Carl Schmitt, vía interpretación de determinados intelectuales latinoamericanos importantes. Puede sorprender que el populismo más bien folklórico de Venezuela o Bolivia encuentre raíces en autores no solo sofisticados, sino opuestos en su sofisticación, como Heidegger, icono de la derecha filosófica y hasta del nacionalsocialismo, y Wálter Benjamin, verdadera vedette póstuma de la inteligencia pobre de izquierdas. Pero es evidente que un cambio verdadero que evite recaer desastrosamente en experiencias políticas estrafalarias, como pasa en Venezuela actualmente, solo será posible erosionando lentamente prejuicios secularmente enraizados en la mente popular a través de los letrados. Este solo hecho hace pertinente y oportuno el libro del Dr. Mansilla.

 

Wálter I. Vargas

 

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