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Revista Ciencia y Cultura

versión On-line ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult v.18 n.33 La Paz dic. 2014

 

RESEÑA

 

Los rostros de la oscuridad, de René Bascopé: cuando la noche tiene un nombre, Ángel Prin

 

 

René Bascopé Aspiazu

Los rostros de la oscuridad, La Paz, Bolivia, editorial Urquizo, 1988.

 

 


 

En torno al fantasma de Ángel Prin se narran las historias de Los rostros de la oscuridad (1978), de René Bascopé. Cada rostro tiene una historia particular, exclusiva y, sin embargo, todos son perseguidos por el fantasma de Ángel Prin. ¿Quién es Ángel Prin?: "Doña Inés decía que era brujo, que era el culpable de que Roso se hubiera envenenado, de que la loca Ricarda se hubiera muerto, de que doña Amilda se hubiera quemado en su cocina cuando reventó su anafe, de que.”." (p. 18). Ángel Prin es el muerto que dio entrada a la noche u oscuridad. Descrito como un fantasma, Ángel Prin es intemporal (sin pasado, sin presente, sin futuro) e inespacial (sin patria, sin cuna, sin tumba), es una sombra del conventillo. Se dice que solo la oscuridad de su habitación, de su morada, era su alimento, su vestido, su refugio. Parece ser que era hijo de la noche. Por eso, a lo largo de la novela, Ángel Prin personificará la noche y sus funciones. Tres son las funciones de la noche que invoca Ángel Prin: la de madre, amante, verdugo.

Noche-madre

"Esa noche, cuando Antonio pisaba las baldosas del zaguán de la casa para ir a dormir a su cuarto, presintió que su abuela había muerto" (p. 27). Antonio había sido criado —alimentado, vestido, protegido— por su abuela desde niño. De pronto es un huérfano, un ser abandonado y desamparado. De pronto resuena la sentencia: "vago de mierda, ahora estas jodido, vago de mierda, ya no hay abuelita a quien mamar" (p. 30). Entonces, Antonio vela el cadáver, rememora los sucesos vividos con la anciana, contempla el cadáver hasta el amanecer y comienza a pensar en sí mismo. Antonio se percata de su condición solitaria y busca una respuesta: habla con Fernandito. Fernandito no habla, no responde, sólo mira el rostro de Antonio. "De pronto Antonio sonrió, abrazó con fuerza al chiquillo y le dijo que ya sabía qué hacer, que ya sabía cómo se las arreglaría en el futuro" (p. 31). ¿Qué dice, qué revela, la mirada de Fernandito? Fernandito es un niño "trastornado" por la muerte de Ángel Prin, es el niño que repite su nombre, acaso es su voz. Acercándose a Antonio y escuchándolo, Fernandito es el consolador; luego, mirándolo, es la solución. Es la presencia que agiliza el pensamiento, que trae la consolación y, por tanto, es el presentador de la noche. Por eso, clausurando la pretendida conversación con Antonio, resuena la contestación de Fernandito An-gel-Prin... An-gel-Prin.

Desde entonces, Antonio es adoptado por la noche. Faltándole una madre —alimento, refugio, consuelo—, la noche ofrece su regazo. Antonio comienza a "trabajar" en la noche: asalta a los caminantes. Roba dinero y nadie lo reconoce en la oscuridad. De esta manera, la noche protege a Antonio. Sin embargo, otorgando, la noche pide; dando de alimentar, exige sustento. ¿Cuál es el sustento de la noche? La muerte. La muerte representa la parte nocturna del hombre: su violencia. Así se explican las repentinas acciones violentas de Antonio. Así se explica, también, la aparición/visita inmediata de Ángel Prin, después del primer asalto: "Se incorporó y se dirigió a la puerta que crujía imperceptiblemente, pensó que estaba mal cerrada y por eso mismo la abrió; en el medio del patio estaba Ángel Prin, transparente y con cadenas y grillos en los pies" (p. 35). Esta aparición no sólo es un saludo o una bienvenida, sino una advertencia, pues, adoptado por la noche, Antonio será perseguido por Ángel Prin.

Reconociendo la maternidad de la noche, Antonio no la comprende: "A Ángel Prin de tanto verlo ya sólo le tengo pena, como si fuera mi abuela" (p. 61). Antonio se alimenta, vive de la noche y, sin embargo, no la recompensa. Entonces, la noche exhibe una prohibición deseable: Eduviges. Cuando Antonio irrumpe en el cuarto de Eduviges para golpear a Renato Tablada, vislumbra un cuerpo desnudo y misterioso, que desea poseer. "Ahí fue cuando cambió su vida" (p. 67). Primero, este cuerpo-deseo provoca una reflexión, que intenta alejarlo de la vida nocturna: "no quiero ser más de los Ganzúa ni del Control, no quiero ser más.." (p. 74). Sin embargo, la noche lo persigue: "Ángel Prin no tardará en aparecer y yo no quiero verlo, ni siquiera quiero ver a Fernandito porque no cesa de repetir su odiado nombre, y yo ya no puede aguantarlo más" (p. 74) Al final, reconociéndose como habitante de la noche, como su hijo, Antonio está dispuesto a transgredir la norma, quiere tomar (no pedir) el cuerpo de Eduviges. Copia la entonación de la noche: E-du-vi-ges...E-du-vi-ges. Entonces, Antonio alimenta a la noche con el cuerpo de Fernandito. Paralelamente, otro habitante, recompensa a la noche con el cuerpo de Antonio. Al final, Antonio presenta doblemente los efectos de la noche: mata, muere.

Noche-amante

"Doña Eduviges era una solterona de cuarenta años que sólo vivía para coleccionar estampas de santos y palmas benditas de Semana Santa" (p. 23). De pronto, con la llegada de su sobrino, vislumbra la noche. En un rincón oscuro, distingue el cuerpo desnudo-deseable de Renato Tablada y experimenta una alteración, un cambio o una crisis en su ser. Entonces, se "extravía" en sus pensamientos: "era como penetrar en un laberinto de penumbras, tan misterioso e incierto como el cuarto de Ángel Prin" (p. 24). Eduviges exhibe otro semblante, exhala otro olor, se muestra confusa y oscura. Renato se percata del cambio, del desorden y vislumbra la noche: “Renato empezó a sentir un cosquilleo incómodo y extraño cuando la atmósfera negra y beata del cuarto de su tía se fue tornando agresiva y sensual" (p. 25). Al final, Eduviges y Renato anulan, se desordenan y se aman. Su amor resulta en una fascinación por la noche: "Por eso desde ese día, sólo vivieron para esperar la noche que les liberaría de esos dedos que les señalaban incrustados en todas las cosas" (p. 25).

Contemplando a Fernandito, "Renato intuyó que algo extraño pasaría, que algo grande y terrible cambiaria su felicidad al lado de Eduviges, porque íntimamente sabía que era feliz en el contexto de esa vida de placeres nocturnos y secretos" (p. 38). Entonces, Eduviges se sabe embarazada. Recordando la luz, se siente culpable, tiene miedo de Dios, se avergüenza de su libertad: ¡Tendrá un hijo de su sobrino! Decide alejarse de la noche, redimirse de sus pecados. Sin embargo, "algo la obligaba a abrazarlo y besarlo y a desnudarse y a desnudarlo y a hacer el amor con locura, con rabia, casi con deseos de morir y de matar" (p. 51). Así, la noche tortura a Eduviges, la persigue y la fascina. Desesperada, Eduviges busca respuestas (significados) para su desasosiego. Entonces Fernandito dice la respuesta: Án-gel-Prin. Eduviges "tuvo que aceptar la idea de que Ángel Prin había penetrado en su vida tan sutil y tan firmemente, que ya era imposible desalojarlo" (p. 56). Desde ese momento, construyendo un altar, la tía Eduviges adora al fantasma de la noche.

"Eduviges vive sumergida en su propia y original oscuridad" (p. 56), venera a Ángel Prin. De pronto, cuando su vientre revela su pecado, Eduviges aborta "naturalmente" el hijo de Renato. Así la noche la sosiega y al mismo tiempo la aleja enteramente del día. Eduviges no habla, no come, no ama a Renato. Fascinada con la visión de Ángel Prin, reconstruye su altar, lo convoca, lo ama. Al final, Eduviges vive en la noche, vive para la noche:

Ella sabía, en el contexto de un conocimiento irracional pero más absoluto que la propia certeza, que Ángel Prin la había purificado nuevamente. Y ese proceso de purificación que al principio la tomaba desde las sombras del sueño, con mensajes ininteligibles para su mente cerrada temporalmente a lo místico, y que luego fue tomando forma efectiva y palpable, apoderándose de las cosas y llenando la atmósfera del cuarto, la hacía penetrar cada día más profundamente en un mundo de oscuridad indefinida y envolvente (p. 88)

Abandonando el día —a Renato, las costumbres, la vida— Eduviges se convierte en la amada de Ángel Prin.

Así se explican sus sensaciones orgásmicas; la última imagen de ella: "tenía los ojos en blanco y casi desorbitados mientras pronunciaba propiamente palabras ininteligibles" (p. 91).

Noche-verdugo

Cuando escucha el llanto de Ángel Prin, Fernandito se interna en la noche. No habla, repite el nombre de su verdugo: Án-gel-Prin. Una y otra vez, aquél nombre resuena como solución, como consuelo. Ante la muerte de Ángel Prin, Fernandito es el único que contempla su cadáver, él único que lo recuerda, que lo llora y lo extraña. Sólo entonces, la muerte de Ángel Prin cobra un significado oscuro: es la visión que trastorna a un niño, es su única palabra, es el motivo de su extravío

Hace mucho tiempo que no voy al colegio. Dicen que no puedo hablar ya y que se me ha torcido la boca y que soy un baboso. Mi madre llora sin motivo, pero ya se ha cansado. Mi abuela me pega cada día, baboso, me dice, zonzo de mierda, me dice, pero yo no le hago caso, y todo por quererlo a Ángel Prin, al viejo Prin que se ha muerto por mi culpa (p. 43)

Tristemente, Fernandito se convierte en un habitante de la noche. Los maltratos de los diurnos no parecen afectar a Fernandito, pues es solo pensamiento. Indiferente a su cuerpo, el niño no sólo sobrevive, sino vive muriendo.

Fernandito tiene una voz, un discurso, que no se escucha, sino se lee. Entre paréntesis, se lee el pensamiento de Fernandito y sus padecimientos. Fernandito sólo describe sensaciones dolorosas y, sin embargo, sus dolencias no contiene sensación alguna: "Todo el mundo me pega, los chicos me han orinado y todo, pero yo no les hago caso" (p. 43). Golpeado, mordido, escupido, el niño jamás ríe, jamás llora, jamás grita, sólo tiene emociones para Ángel Prin. Este fantasma es su única sensación, se diría, su mundo. Es, pues, su discurso el que evoca a Ángel Prin, que nos recuerda su deceso, sus cadenas. Perseguido por el fantasma, Fernandito busca su sentido en la repetición. Así, a lo largo de la novela, resuena la única respuesta o consuelo o sensación: Án-gel-Prin...

Atormentado por el fantasma-verdugo, Fernandito se convierte en verdugo: es el personaje que abre la historia. Rememorando la muerte de Ángel Prin, describiendo su cadáver, comienza la narración. Es la primera voz que se escucha y, sin duda, es la única voz que se desplaza. Fernandito aparece en todos los acontecimientos, es el fantasma-visible, es el fantasma-respuesta-consuelo. Siendo el niño trastornado por Ángel Prin, Fernandito justifica el desorden de la historia, encarna la noche. En la lectura, Fernandino es la voz evocadora, es la voz que recuerda al lector la primera imagen: la muerte de Ángel Prin. Fernandito es el niño que corta la fluidez del relato, pues, desde su locura, habla con el lector. El lector, entonces, es perseguido y atormentado por Fernandito, por su voz nocturna, ya que es el único que lo escucha vivir y morir.

Así, se perciben directa e indirectamente los efectos de la noche. Cuando la noche envuelve al conventillo, anida en la habitación de Ángel Prin y, luego, toca los demás recintos. Utilizando al fantasma de Ángel Prin, la noche adopta a Antonio, enamora a Eduviges y sacrifica a Fernandito.

 

M. Montserrat Fernández M.

 

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