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Revista Ciencia y Cultura

versión On-line ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult v.18 n.33 La Paz dic. 2014

 

RESEÑA

 

Otra configuración de la subjetividad colectiva, la subjetividad ch'ixi

 

 

Mario Murillo, Ruth Bautista y Violeta Montellano

Paisaje, memoria y nación encarnada, La Paz, PIEB, 2014.

 

 


Este libro es el resultado de un estudio etnográfico llevado a cabo en las comunidades de la Isla del Sol, isla que, ubicada en el lado boliviano del lago Titicaca, es reconocida más allá de Bolivia como un lugar místico, recibiendo a diario la masiva presencia de visitantes, peregrinos, exploradores y cientistas —en varios desembarcos al día—, y sin embargo es habitada de una manera particular que suele pasar invisible al turismo, al poder y a la investigación misma. Ante todo, busca poner de relieve y comprender esa "otra configuración de la subjetividad colectiva, la subjetividad ch'ixi", tal como la definiera en su oportunidad la socióloga Silvia Rivera, quien escribe el prólogo.

En un pasaje de El erotismo, Bataille habla de que el contagio (como el provocado por la risa, el bostezo o la misma excitación erógena, que le ocupa) pone "fácilmente al testigo en un estado de participación". Allí, lo que es dado al conocimiento no puede nunca ser "una cosa", pues "remite a la profundidad donde ocurre" y de "donde no podemos sacarlo sin privarlo de verdad". Por eso, para aquéllos queda excluida la observación metódica de la ciencia. Se trae a colación esto porque lo primero que llama la atención, en esta investigación etnográfica, es la aproximación performativa que se hace al objeto de estudio, con el propio cuerpo como medio de conocimiento, el que se entrega a la participación de ritos y labores comunales —no sólo como forma de dejar afectarse por su objeto, sino como ayudando a soportar su sujeto: ya sea compartiendo el lloro, la risa, el ruego o el esfuerzo, en cualquier caso, siendo transformados—, haciéndose parte de su vernacular doble vivencia de trabajo y fiesta, en la contenciosa realidad de la Isla del Sol, en el lago Titicaca (cuya realidad no es ni tan cercana ni tan lejana), a manera de develar allí la "nación encarnada" o "vivida desde abajo". La investigación pone de relieve que ciertas prácticas de significación exigen determinados comportamientos del actor que las quiere conocer.

Por otro lado, esta investigación se resiste a participar de la colonización en la ciencia social —la que largamente se ha preguntado acerca de su propia cientificidad y del estatuto del objeto estudiado—, constituyendo esta vez, más bien, una vivencial opción epistemológica (al modo de un taypi, o negociación entre los extremos, dirán) que va levantando sus conceptos al andar y va renunciando a sus presupuestos teóricos previos, en aras de desmontar la pretendida identidad esencialista y estática que generalmente le ha sido atribuida a estos pueblos por parte de los acercamientos científicos tradicionales, de la institucionalidad del Estado y de los agentes del negocio turístico, entre otros, desde antaño y hasta la actualidad.

Mientras estos acercamientos suelen ir acompañados del carácter patrimonialista y extractivo (tanto de conocimientos como de patrimonio: llevarse una experiencia, un relato, una imagen o un objeto), y a la vez que de "ingratitud", los tres investigadores cruzan su práctica "de largo plazo" en un diálogo con el Otro, fundamentalmente a través de lo oral —como disputa con lo escritural, propio de la patriarcalización—, para descubrir allí este espacio ch'ixi, que sería la yuxtaposición de lo contrastado ("sin ser mera mescolanza", dirá en otra parte Silvia Rivera) que no llega nunca a mezclarse en un todo, que no da lugar a ninguna síntesis —como serían lo sincrético o lo mestizo—, y donde las significaciones aparecen móviles e itinerantes, en la medida que se negocian, superponen y contaminan en el habitar real de estos "actores desencontrados" con el mundo social.

Además, se logra poner en cuestión el concepto convencional de paisaje, proponiendo otro: "subjetivo", "emergente" y "construido" por la participación en la ritualidad cotidiana, que, de ese modo, hace al territorio. Dicha relación no es de mera ocupación de un escenario físico, sino de auténtica co-determinación entre hombres, fuerzas y fenómenos que solemos llamar naturales. Rivera diría, más bien, que es de "indeterminación" mutua, pero es lo mismo, en cuanto supone que la naturaleza no es mero accidente geográfico, no es algo físicamente neutro, material e inanimado, no es la res extensa cartesiana, sino algo vivo, en lo cual se es y se está colaborativamente, siempre de un modo dinámico, nunca resuelto o que se resuelve cada vez de un modo contingente (lugar y cuerpo, cuerpo y momento). Los aymaras, que conforman tales comunidades, se hacen corresponsables de su destino (para bien y para mal) a través de sus prácticas cíclicas. Por lo que llamar a la lluvia, rechazar el granizo, precipitar la siembra, fijar la cosecha, etc. son resultado de ciertas conductas que el propio paisaje reclama para sí, y no otras ("la agricultura está llena de momentos de peligro", dice Rivera), por lo que deben ser debidamente cuidadas. Su vida está regida por pautas milenarias que así lo habrían sabido y así aseguran su íntima continuidad. Se trata, dice el texto, de descubrir ese habitar, colocándose en su "punto de vista" (siguiendo en ello a Haber) y determinar así la perspectividad de su locus, cuyo enraizamiento profundo es el que da el tono al devenir. En éste, por éste, todo incide en todo.

Estos habitantes, sobreexpuestos al efecto de Occidente —por la vía de sus visitantes, de sus exploradores y de las autoridades—, a modo de protección, ocultan su memoria y sus vivencias en el uso del idioma originario, para preservarse de toda intrusividad. Pero se dan cita en la investigación a través de los testimonios transcritos, los que en la lectura del libro operan como un murmullo de fondo, como una oralidad que extrañamente se encuentra a medio camino del oído, antes que del ojo lector, mediados por la oportuna y pertinente pregunta o petición del investigador. De este diálogo respetuoso —de los autores para con sus anfitriones (a los que se les ha pedido su permiso para lograr "saber de ellos")— nace este estudio que, en últimas, reclama una comprensión responsable de parte del poder político, cualquiera que éste sea, ya que la nación legítima no es una generalidad vivida igual en un lugar que en otro, ni pueden imponérsele escenificaciones venidas desde afuera de un modo intervencionista, que no sean otras que las comprometidas con su tradicional doble vivencia ritual. No deja de estudiarse, sin embargo, el hecho de que las nuevas generaciones van irrumpiendo con la incorporación de elementos ajenos a su cultura, aunque —se propone— en definitiva éstos son integrados al tejido común, como nuevas hebras que colaboran al colorido final de este principio de subjetividad colectiva, e intermedia, que es lo ch'ixi.

¿Es del todo original esta investigación? Ésta es una pregunta maliciosa, pues es de tener presente, en todo caso, que varios de los conceptos de los cuales arrancan los autores, o a los que arriban, son de la propia Silvia Rivera, son la puesta en obra o encarnación de su legado, en la medida que se trata de hacer justicia a años de intentar comprender de un modo pertinente este "devenir indio", como trabajo colectivo de preparación y de invención conceptual, hasta esta actual aplicación. Por ejemplo, de la noción de espacio ch'ixi, del taypi organizador, de la división tripartita de estudio en sí y de la búsqueda de la descolonización de sujeto y objeto, entre otros. Hay que considerar que ella ha necesitado anteriormente 'invencionar' a la propia investigación "como un devenir" (y "como un acto total de conocimiento", dirá por fuera), desde sus exigencias metodológicas hasta sus alcances teóricos, en su senda como socióloga y formadora, a su vez, de estos autores.

Por último, cabe destacar el cuidado de los últimos para con el lenguaje. No es frecuente encontrar en informes científicos el respeto a la palabra que aquí se celebra, no sólo como un pensar bien, sino como provocar la realidad en su escenario. Tal vez a lo único que pudiera ponerse reparos es a la elección del título del libro, pues parece haber respondido más a un criterio tecnicista de transparencia antes que a un auténtico bautismo. Pero, por lo mismo, incitan a que el lector corrija este percance, invitándonos a completar la lectura con un nombre adecuado. En nuestro caso, lo haríamos desde la aproximación a un borde interno, o desborde de lo nacional, o incluso del descalce entre lo vivido y lo impuesto, como encarnación de un sentimiento para con la idea de nación, encubierta por el discurso estatal, todas cosas, entre muchas más, que quedan aquí propuestas.

 

Fernando van de Wyngard

Poeta y teórico chileno, radicado en La Paz

 

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