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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  n.29 La Paz dic. 2012

 

IDEAS Y PENSAMIENTOS

 

Los destinos degradados de la revolución boliviana: el monumento al MNR, de mausoleo a centro de torturas (1964-1982)

 

 

Mercedes Bernabé Colque*

 

 


 

El titular del periódico El Diario del 5 de noviembre de 1964 proclama que "El Ejército Nacional y el pueblo hicieron triunfar ayer a la Revolución Restauradora". Ofrecía un resumen, más sintético que sumario, de los hechos sucedidos en las vísperas. La narración hallaba su fuente y origen en la huida Víctor Paz Estenssoro a Lima, Perú. Una huida que la población boliviana había ignorado: un oportuno corte de luz bastó para que las radioemisoras no difundiesen esa contingencia en los momentos en que el líder del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) abandonaba el territorio nacional en un nuevo exilio1.

Las imágenes publicadas en el periódico acompañan el relato. En la paceña plaza de San Pedro, presos sindicales y políticos son liberados del Panóptico Nacional. Desde la plaza Murillo, las nuevas autoridades anuncian el triunfo de la revolución restauradora. Los militares y los universitarios se habían enfrentado en la zona de la Universidad, en San Pedro, al norte de Miraflores: en los sitios donde civiles y militares asediaron los regimientos de carabineros.

Entretanto —aunque faltaran imágenes de ello—en la zona de Laikakota los aviones ametrallaban el lugar.

El 21 de diciembre del mismo año, es el propio general René Barrientos Ortuño quien ofrece su síntesis histórica desde la Universidad Tomás Frías de Potosí. La Revolución Restauradora, resume para sus oyentes, nunca traicionó al doctor Víctor Paz Estenssoro: los nuevos revolucionarios, en verdad, son los auténticos continuadores del ideario de 1952. Es por ello que esta revolución se proclama restauradora: no se desvió del camino, sino que lo retoma después de extravíos, sin perder un ápice de lealtad a todo lo construido anteriormente.

Más acá de su acuerdo con la realidad histórica y la naturaleza de los hechos, las palabras del militar revolucionario triunfante eran inequívocas en cuanto a la continuidad nacionalista que buscaba inculcarse a la población. Una de las formas más inmediatas de apropiación cultural que buscó asentar monumentalmente ese continuismo fue la toma de posesión de la plaza Villarroel. Relata don Juan de Dios Monroy2 que el mismo día de la caída de Paz Estenssoro los tanques de las Fuerzas Armadas ocuparon las avenidas y la plaza Villarroel.

El Monumento a la Revolución había sido inaugurado en ese lugar el 23 de agosto de 1964; tres meses después, el 5 de noviembre del mismo año, fue clausurado por el gobierno de Barrientos. Quedó como símbolo solitario de una revolución traicionada según los militantes emenerristas, pero restaurada según el discurso de las victoriosas Fuerzas Armadas.

Aquella apropiación territorial y simbólica buscó legitimar la ilusión de continuidad con el proyecto nacionalista revolucionario del MNR. Ulteriormente se utilizó este mismo espacio como depósito militar, como albergue de tropas y como base de operaciones para los desfiles, voluntariosamente espectaculares, del 7 de agosto, día de las Fuerzas Armadas yJura de la Bandera. En un rápido balance, el monumento solo habría funcionado en plenitud como tal por un tiempo muy breve —unos pocos meses-, para después quedar cerrado, al menos en lo que a esas funciones atañe, al menos por tres décadas.

Si los militares habían podido imponerse por las armas en noviembre de 1964, esto había sido en buena medida porque en sus 12 años de gobierno el MNR realizó una transformación en las Fuerzas Armadas. Según Juan Ramón Quintana, produjo un cambio decisivo dentro (y aun fuera) de la estructura armada, al organizar milicias obrero-campesinas. Esta suerte de policía militarizada, desprofesionalizada y a la vez sometida políticamente, se había convertido en un patrimonio partidario (Quintana, 1999).

Esa disminución de poder exterior y territorial de las Fuerzas Armadas tradicionales es la misma que las articula por dentro. El MNR será derrocado por una Junta Militar en noviembre de 1964, y el general Barrientos, que la encabeza, anteriormente había sido vicepresidente de Paz Estenssoro.

El Ejército había adquirido así mayor poder —o, en su terminología revolucionaria, lo había "restaurado". El asentarse en las bases de la unión del pacto militar-campesino fue clave para "una estructura institucional de enlace entre el sindicalismo paraestatal y el Ejército, que serviría para sustituir la articulación sindicato-partido-Estado, vigente durante el período del MNR, moviéndose dentro de los límites del Estado de 1952, haciendo uso de su legitimidad, sus mitos y su ideología para prolongar ilusoriamente un modo de presencia en la sociedad" (Rivera, 2003: 143).

La ideología que marcará este momento histórico girará en torno al nacionalismo revolucionario (NR), del que Luis H. Antezana (1983) ofrece una caracterización. El NR se vuelve un operador ideológico en el campo discursivo que adquiere sentido en todas las clases sociales, mientras es utilizada como un instrumento de las clases dominantes. Aparece de manera hegemónica en el período del MNR pero continúa sus avatares en el gobierno militar.

El nacionalismo resulta así apropiado por el sector militar, pero también apropiado para éste: sin contradicciones manifiestas, adquirirá un sentido aún más denso, que se verá asentado en su obra de difusión. Esta hegemonía ideológica repercute en la parte cultural del gobierno. La plaza Villarroel y el Monumento a la Revolución servirán, al menos en su dimensión alusiva y simbólica, de convenientes magnificadores de los ideales del nacionalismo revolucionario que los restauradores dicen encarnar con tanta precisión como naturalidad. El discurso restaurador reitera cláusulas y formulaciones positivas del MNR triunfante en 1952, aunque sustrae todo aquello que pueda amenazar a la nueva hegemonía militar.

El continuismo declarado busca ser también monumental y no sólo verbalmente discursivo. En 1968, la principal avenida de la zona de Miraflores adquiere un nuevo monumento que reafirma la construcción de la identidad nacional militar. En la parte intermedia de esta avenida se erige el monumento a Germán Busch, presidente militar que los libros recuerdan por entonces como el "auténtico héroe de la Guerra del Chaco y precursor de la Revolución Nacional" (Durán, 1997: 8).

Esta obra fue encomendada personalmente por el general Barrientos al escultor Emiliano Luján, quien había conocido al suicidado presidente durante la contienda de la Guerra del Chaco. Con el monumento, Luján aspiró a condensar el significado de toda una generación. La mano levantada del héroe representa, al menos según aseveró el escultor, la convocatoria que hizo Busch a todos los bolivianos para defender la patria.

No faltan, sin embargo, otros significados de la mano levantada de la escultura de Busch. Parece estar señalando hacia la plaza Villarroel y hacia el Monumento a la Revolución: salido de la tumba, el "dictador suicida" reafirmaba, para beneficio de los restauradores, la continuidad con la ideología nacionalista revolucionaria. Esta construcción simbólica, manifestada en el nuevo monumento a Busch y en el uso del Monumento a la Revolución, articula el discurso nacionalista del gobierno militar.

Mediante estos monumentos de Busch y Villarroel se delimita, o restringe, la memoria colectiva a una representación simbólica militar de la lucha ideológica nacionalista que surge con la Guerra del Chaco, continúa con el gobierno de Villarroel, se extiende y plasma en la Revolución de 1952 y en el presente de 1968 se ve reafirmada por el gobierno militar de Barrientos: así estos monumentos buscarán crear una memoria nacional.

Anteriores al monumento sólido en piedra y metal son los desfiles militares, que ritualizan y monumentalizan la plaza Villarroel. El 6 de agosto de 1965, la plaza será escenario de un suceso recordado por toda la población: la gran "parada militar" desarrollada en ese espacio, que quedará marcada en la memoria colectiva de los actores sociales del momento.

La Plaza cumpliría las funciones que se habían previsto para ella, y así sería utilizada como Campo de Marte. Desde la época española, y después en el período de la república, liberal, se enfatizó que toda plaza está vinculada al acto ritual del desfile cívico-militar, como símbolo de encarnada lealtad a la nación. Los desfiles en homenaje al día patrio o la jura de la bandera no eran una novedad; anteriormente se los realizaba en la plaza Murillo. Sólo que ahora se producía un cambio de lugar debido a que el nuevo gobierno militar pretendía desplazar sus mejores objetos simbólicos, desde vistosos aviones y tanques hasta no menos vistosos soldados de todas las unidades militares. Pero también quería desplegarlos más espectacularmente. De esta manera, se apropiaría de la zona y daría un toque militar a toda la simbología que se había construido en la plaza Villarroel por el MNR.

Durante los siguientes años, el espacio de mayor relevancia simbólica sería la plaza Villarroel en sí. El Monumento de la Revolución como tal solo aparece como una fachada posterior o un telón de fondo. En el catálogo y puntual revisión de las paradas militares realizadas desde 1965 en adelante, la plaza Villarroel es la que aparece como el sitio de mayor exhibición y aun exhibicionismo militares.

Los gobiernos militares posteriores al del general Barrientos, sin menospreciar pero tampoco sin justipreciar aquí el detalle de las simpatías y diferencias que los acercan y separan, continuaron haciendo uso de la plaza Villarroel para sus paradas militares. El general Hugo Banzer Suárez prestará a esta actividad mayor relevancia, como si el gobierno militar, en este período, estuviese resurgiendo. Un artículo del periódico El Diario del 8 de agosto de 1972 indica que la parada militar de ese año superó en espectacularidad a otras realizadas en años anteriores. Fue superior, también, porque se la realizó en toda la plaza Villarroel.

Los organizadores banzeristas parecían haber olvidado que en un momento menos alejado de lo que la violencia de los cambios ocurridos autorizaba a creer, la plaza y el monumento eran de gran significación, ante todo para el partido del MNR. Con las paradas militares se busca construir un nuevo pasado sustituto en la memoria colectiva de los actores sociales a partir del presente inmediato. Este acto militar, con su pompa y circunstancia bien calibradas, será una de las causas para que la población en general pueda recordar, olvidar o construir un pasado falso o mítico que servirá para justificar representaciones sociales del presente.

Pasados los años, según el testimonio de Juan de Dios Monroy, "las Fuerzas Armadas habían descuidado el lugar, los soldaditos no cuidaban, los de la Alcaldía colocaron a cuatro gendarmes, cuidaban dos de día y dos de noche, aquí en el Monumento dormían, creo que éramos 6 personas, otro jardinero estaba que venía un ratito a cuidar el jardín, nada más, no podíamos entrar ahí adentro. Después de tiempo los soldaditos ya no cuidaban y entré, era un basural, vi el sótano, parecía que había sangre en todas las paredes, asustado he salido".

Por lo que contaron los vecinos, cada vez que subía al poder un nuevo gobierno militar, la plaza siempre se veía ocupada con tanques que ejercían un poder disuasivo sobre la población civil. Muchos recuerdan que en el gobierno de Banzer la parte de la plaza ocupada por el monumento estaba cuidada por soldados. El por qué, no lo sabían, o no lo decían, pero todos señalaban que estaba prohibido pasar por ese lugar.

¿Por qué cuidaban los soldados el monumento? Como se necesitaban mayores razones para comprender este hecho, preguntamos a más personas. Un vecino militante del Partido Obrero Revolucionario (POR) nos refirió lo que otros sólo insinuaban: que el monumento fue usado como centro de tortura. Hablar de los gobiernos militares trae directamente a la memoria aquellos momentos de enfrentamientos, muertes, desapariciones y torturas. En el archivo de ASOFAMD no aparece el Monumento de la Revolución como centro de tortura, ni tampoco en otras fuentes publicadas.

Profundizando las historias de vida y entre otros contactos, dimos con el paradero de un ex paramilitar que, luego de solicitar el compromiso de no revelar su nombre, nos dijo que había pertenecido a la Policía Militar formada por el gobierno de turno, era un chivo expiatorio, un espía, que a causa de ello "pagó los platos rotos", según sus palabras, y pasó largos períodos en la cárcel.

Lo que pretendía la ideología militar era borrar cualquier insurrección, por lo que, cuando agarraban a alguien, le decían que si estaban con la ideología de izquierda lo iban a matar, atemorizándolos con golpes y demás torturas, para que no continúen con ningún levantamiento, huelga de hambre o movilización de los mineros. La plaza Villarroel, conocida como Campo de Marte, servía no solo para ir a dar una vuelta o para la parada militar; eso solo era para cubrir. Los que eran arrestados eran llevados enmanillados a este lugar y, como de costumbre, en la madrugada, quedándose buen tiempo ahí adentro, cambiaban de opinión.

El tal monumento aparecía como un bloque de cemento sin rejas, ni alambrado ni nada. Ahí adentro se torturaba a los dirigentes. Banzer en persona acudía al lugar y daba las instrucciones. Si no estaba él, mandaba a los matones, que entre las frases o palabras claves que utilizaban a algún detenido éste sea llevado al Campo de Marte. Para confundir había dos Campos de Marte, el de la plaza Villarroel que era el bonito, el otro estaba ubicado camino a Copacabana, cerca de Pucarani. Para desorientar, también se lo conocía como el matadero, confundiendo a esta zona en la que se criaban ganados y debido a eso existían varios mataderos.

En la plaza Villarroel no solo cayeron los dirigentes, quienes fuimos parte de ese gobierno como yo, espías, también fuimos torturados, interrogados por el dizque gobierno democrático de Banzer, el dichoso Campo de Marte servía para lo que las personas jamás habían siquiera imaginado.

La tortura no se inició con el gobierno militar. Su práctica era frecuente, y aun constante, en el gobierno del MNR. Es por ello que el general Barrientos enfatizó como un gran acontecimiento que se destruyera el Control Político Nacional. De igual manera, los militares tomarán las mismas medidas de represión a cargo de las unidades de Dirección Operación Nacional (DOP), la Dirección de Investigación Nacional (DIN).

Los vecinos de la zona refieren que el Monumento a la Revolución se encontraba custodiado, cerrado. Nadie prestaba atención a ese lugar: se tenía la idea de un espacio tenebroso, oscuro, donde los indigentes dormían y bebían alcohol. Los grupos pandilleros utilizaban este espacio para sus enfrentamientos. Disputaron la posesión de territorio. Las entradas folklóricas de la zona de Villa Fátima culminaban en la plaza Villarroel. Como no había baños, al monumento se lo utilizaba como mingitorio. Entonces la memoria es plural, desigual, fragmentaria y fragmentada sin resquicio de totalización, como si fuese un registro de varios tiempos sociales que se desarrolla en un mismo espacio apropiado por estos grupos dándole un significado nuevo de acuerdo a sus intereses, por lo que la memoria colectiva se reconstruirá a partir de su presente.

Pudimos realizar entrevistas en profundidad con grupos pandilleros como los Bravos, los One y los Latinos. Estos dan testimonio sobre cómo en estos espacios del monumento a la Revolución los grupos peleaban entre sí. Cada grupo que ganaba una pelea tenía mayor derecho y poder sobre el espacio, así que se marcaba el territorio grafiteando el nombre del grupo vencedor. Entre los otros más reconocidos estaban los Warriors y los Juplas, que pertenecían a la zona de Villa Fátima y Villa El Carmen.

Todas las noches se libraban combates territoriales para garantizar la seguridad del espacio e infundir temor a los restantes grupos: "nuestro fin era atraer más jóvenes al grupo e iniciarlos, desde el cigarrillo, el callejón oscuro y después a tomar todos. Este lugar era privilegiado porque cuando sus puertas se encontraban abiertas entrábamos a tomar, a veces estaban mendigos y los hacíamos escapar".

En ningún momento estos nuevos actores sociales indicaron su conocimiento respecto a algún significado vinculado a la Revolución de 1952: antes bien, consideraban que era un lugar olvidado, sin dueño presente. El monumento, decían, era para ellos una casa de cemento que no servía para nada al Estado. Ellos registran este lugar como el lugar de pelea. De la plaza, donde jugaron fútbol, recuerdan las paradas militares, porque alguna vez vinieron a verlas, en grupo o con sus padres. El círculo de la degradación, del que sólo se saldrá con la democracia en 1982, parecía completo: en el interior de la plaza Villarroel, en un corazón que por metonimia parecía el de la nación boliviana, el Monumento a la Revolución se había trasmutado en centro de tortura de revolucionarios; el resto del territorio era el campo de batalla entre pandillas que lo ignoraban todo sobre la gesta de 1952, aun cuando sus padres se hubieran contado entre sus involuntarios, inadvertidos beneficiarios urbanos.

 

Notas

* Universidad Mayor de San Andrés, La Paz. Contacto: mer_ber@hotmail.com

1 El presente artículo nace de una prolongada investigación aún en curso, continuada desde 2009, bajo la dirección y guía de Silvia Rivera Cusicanqui, en la Carrera de Sociología de la Universidad Mayor de San Andrés (La Paz, Bolivia). Agradezco a Alfredo Grieco y Bavio la revisión de este manuscrito, y sus observaciones sobre la historia boliviana del período

2 Comunicación personal con la autora.

 

Referencias

1. Antezana, Luis H. 1983. "Sistema y procesos ideológicos en Bolivia (1935-1979)". En: René Zavaleta (comp.): Bolivia Hoy. México D.F.: Siglo XXI.        [ Links ]

2.  Durán, Juan Carlos. 1997. Germán Bush y los orígenes de la Revolución Nacional. Fragmentos para una biografía. La Paz: Ed. Honorable Senado Nacional.

3. Quintana, Juan Ramón. 1998. Soldados y ciudadanos. La Paz: PIEB.        [ Links ]

4. Rivera, Silvia. 2003. "El mito de la pertenencia de Bolivia al 'mundo occidental'. Réquiem para un nacionalismo". Temas sociales: (Medio siglo de la Revolución de 1952). La Paz: UMSA-IDIS.        [ Links ]

 

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