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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  n.29 La Paz dic. 2012

 

ARTÍCULOS Y ESTUDIOS

 

Biografismo y antibiografismo en la historiografía de la Revolución boliviana de 1952: algunas respuestas narrativas a una cuestión de método

 

Biography and anti-biography in 1952 Bolivian Revolution: Some narrative answers to a methodological question

 

 

Alfredo Grieco y Bavio*, Mario Murillo**

 

 


Resumen:

A partir de una reflexión relacionada con el biografismo y el antibiografismo en la historiografía de la Revolución Boliviana de 1952, el artículo analiza algunas narrativas que se enfrentaron a la versión nacionalista que el MNR construyó en relación a los sucesos de abril de 1952. Los autores sostienen que, gracias a los didácticos binarismos del Álbum de la Revolución, de los murales del Museo-Monumento a la Revolución, de los textos de José Fellman Velarde, Carlos Montenegro y otros que contaron con los auxilios de un Estado nacional, el MNR logró instalar con buen éxito un relato sobre los hechos de la Semana Santa de 1952. Sin embargo, otros relatos buscaron 'deconstruir', o directamente refutar esta versión nacionalista. El artículo se enfoca en algunos de estos relatos, como Breve biografía de Víctor Paz Estenssoro: vida y trasfondo de la política boliviana, de Tristán Marof, o Los deshabitados, de Marcelo Quiroga Santa Cruz, para entender algunas estrategias de 'lógica adversaria' contra esa historiografía popular creada por el MNR.

Palabras clave: Bolivia, Revolución de 1952, MNR, nacionalismo, biografismo.


Abstract:

Starting with a reflection on biography and anti-biography in 1952 Bolivian Revolution, this article analyzes a few narratives that countered the nationalist version that the governing party, MNR, built on the facts of April 1952. The authors argue that this partywas able to set up successfully a narrative on the 1952 Holy Week facts thanks to the didactic binaries in the Álbum de la Revolución, in the murals in the Revolution's Museum-Monument, in José Fellman Velarde and Carlos Montenegro writings as well as in many other texts backed upon a national state. Nonetheless, there were other narratives seeking to "deconstruct" or directly to negate the nationalistic version. The article focusses on such narratives —Tristán Marof 's Breve Biografía de Víctor Paz Estenssoro: Vida y trasfondo de la política boliviana or Marcelo Quiroga Santa Cruz Los deshabitados— intending to understand some "adversary logic" strategies that counter that popular historiography created by the MNR.

Keywords: Bolivia, 1952 Revolution, MNR, Nationalism, biographers.


 

 

Hacia 1965, cuando el golpe de Estado del año anterior había vuelto oportuno para Tristán Marof, un marxista tentado por la derecha, redactar y publicar en La Paz las doscientas panfletarias páginas de su bien compuesta Breve biografía de Víctor Paz Estenssoro, ya parecía sedimentada en Bolivia una versión primaria y monumental de los hechos y la significación histórica de la Revolución de 19521. Acaso la formación de este consenso discursivo básico haya constituido un logro de las políticas publicistas y propagandísticas del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) más duradero que los monumentos y monoblocks perennes como la piedra y el bronce que glorificaron oficialmente a quienes capitalizaron la victoria de las jornadas de abril2.

Instalado con buen éxito un relato sobre los hechos de la Semana Santa de 1952, que antes que gubernamental ha sabido lucir como 'de perogrullo' (esto es, que ha sido dado por descontado, como si fuera de suyo), otros relatos buscan desmontarlo, 'deconstruirlo', o directamente refutarlo. Sin embargo, lo hacen a sabiendas de que llegan después, y de que resultan sospechosos por su disidencia con respecto a una versión 'natural' de los hechos, donde todo había quedado en claro gracias a los didácticos binarismos del Álbum de la Revolución, de los Murales del Museo-Monumento a la Revolución, de los textos de José Fellman Velarde, de Carlos Montenegro, de tantos eficaces divulgadores de irrefragable genio para la pedagogía que contaron con los auxilios de un Estado nacional no menos proclive a la didáctica y al énfasis para poder ejercerla como ubicuos maestros urbanos y rurales.

Desde entonces también, si no desde mucho antes, habían comenzado a delinearse estrategias de 'lógica adversaria' contra la historiografía popular del MNR; desde luego, esto no significa de por sí que estas estrategias a contrapelo fueran más desinteresadas en sus motivos y móviles que los emenerristas con los suyos. En sus líneas más generales, la narrativa del MNR se deja resumir en que la victoria en los tres días de abril de 1952 se debió al meditado pero eficaz liderazgo emenerrista, encarnado en Hernán Siles Zuazo, en Juan Lechín y sobre todo en Paz Estenssoro, "El Jefe", como lo llama sin más el Álbum de la Revolución, quien guiaba a las masas y les imprimía sentido y dirección desde su exilio en Argentina. Por una analogía a cuatro términos, y siempre según la lógica versión emenerrista, si estos jefes lo eran de Bolivia toda, en cada unidad territorial o funcional del país existieron militantes emenerristas que fueron a la vez catalizadores y galvanizadores de fuerzas y energías populares que de otro modo se habrían dilapidado, o se habrían visto, una vez más, derrotadas.

El triunfo de este biografismo emenerrista ha sido 'estructural', como lo eran, en el plano de los discursos históricos bolivianos, y aun latinoamericanos, las razones sobre las que ese triunfo podía apoyarse. No sólo los historiadores políticos, sino también los sociales, habían buscado -y muchas veces también habían encontrado- el motor de los cambios, encomiados o deplorados, en personalidades dominantes, focos que organizaban y daban sentido e imprimían dirección a todo un conjunto que sin esta luz permanecería opaco a la interpretación. Las polaridades construidas entre Melgarejo y Belzu, Rosas y Sarmiento, Portales y Montt, celestes (o blancos) y colorados, caudillos y doctores, tiranos y republicanos, demagogos populistas y líderes militares carismáticos, gobiernos nacidos del sufragio más o menos universal y autoridades golpistas, recubrían en uno y otro polo un liberalismo y aun un progresismo que legitimaba las políticas contingentes, y a la vez a los líderes del polo elegido como positivo como los únicos capaces de instaurarlas.

Dos circunstancias y aun constantes más escandalosamente contradictorias en la teoría que siquiera advertidas en la práctica se conjugaban aquí. Hacia 1965, y hasta una década antes de que despuntara el horizonte del siglo XXI, la dictadura personal había sido en Hispanoamérica la forma de gobierno más escarnecidamente desprovista de legitimidad, a la vez que la más practicada. Y aun quienes con razón eran llamados dictadores encontraban en formas del progresismo social (que más veces de las que se gusta admitir coincidían con el constitucionalismo liberal) la única ideología legitimadora en Estados nacionales que debían su existencia misma a la ruptura con el orden sin progreso identificado en Europa con el legitimismo restaurado con virulencia tras el Congreso de Viena de 1815. Un plexo rico en contradicciones y consecuencias que abrevan en éstas es el que en 1965 permite a Marof, ex marxista militante convertido en auxiliar de militares golpistas(menos puramente táctico de lo que después podía empeñarse en aseverar), redactar una biografía burlesca que sólo es posible por el derrocamiento del Dr. Paz, que a su vez es justificado porque quienes se han hecho con el poder se dicen más capacitados, y ante todo dispuestos, a ejercitar el programa social progresista que el presidente depuesto, a quien se acusa, justamente, a pesar de haber sido votado por el electorado, de ser más tiránico e ilegítimo que quienes se han hecho del poder por los fusiles y no por las urnas.

En un primer, e inmediato, nivel de análisis, tampoco Marof parece discutir la jerarquía del método biográfico para comprender el sentido de la historia nacional. Aquí se integra, antes que apartarse, en una tradición, tanto anterior como posterior, sin entrar a discutir si esa preeminencia del biografismo es heurística o expositiva —en otras palabras, si el estudio de los líderes políticos es el camino para averiguar qué ocurrió y qué cambió la historia, o la mejor retórica para exponer, antes que rechazar de plano, o refutar dialécticamente, la pertinencia de la biografía, se ocupa en discutir, y 'deconstruir' satíricamente, la 'biografía autorizada' del Dr. Paz. El culto de los héroes de Tilomas Carlyle (Heroes and Hero Worship, 1844) y hasta el superhombre nietzscheano obraron en el origen de un movimiento antes que un partido (el MNR) cuya inspiración en el fascismo y en el nazismo de entreguerras -más que en los de los años de la Segunda Guerra- es problemático disimular. En todo caso, la noción de que las revoluciones triunfan primero, y revolucionan después, sólo si están guiadas por la lucidez de líderes, en un movimiento desde arriba hacia abajo, coincide, con prescindencia de cualquier contenido doctrinario, con la del Duce italiano de 1922 y el Führer alemán de 1933. Según el Álbum de la Revolución, Paz Estenssoro es el "conductor y guía" de la multitud, o, más sintéticamente, "el Jefe". La versión heroica-narrativa (temporal) tiene su correlato en el monumentalismo urbano y aun rural (espacial) de la autocelebración revolucionaria.

Uno de los móviles que guiaron a la historiografía del MNR hacia la disolución, o sublimación, de la historia general en biografía heroica, es que esta última resulta más pedagógica, más (sensiblemente) inteligible, o inteligible por la vía temporal. La historia nacional y la vida del líder coinciden así, pero la primera es el desarrollo y despliegue de las peripecias de la segunda: a la inversa de las concepciones clásicas (o incaicas), aquí el macrocosmos refleja el microcosmos, que lo determina.

Como confirmación de estas continuidades en la historiografía boliviana, y en un extremo ya contemporáneo, en el horizonte del siglo XXI, resulta significativo que una mirada extranjera, pero de ningún modo ajena —siquiera en lo personal-, como la del periodista e historiador argentino Martín Sivak, se haya detenido en sus libros, que son genuina y originariamente biográficos -y no una historia de Bolivia reducida al combate desigual y la batalla dudosa entre héroes y antihéroes-, en los mojones de Juan José Torres (el anti-Banzer), del propio Hugo Banzer, de Evo Morales (que a su vez, antes de adquirir perfil propio, y en el camino de adquirirlo, ha sido el anti Goni). Sin menoscabo de la originalidad de sus procedimientos, de la validez de sus puntos de vista y de la riqueza de sus resultados, no puede decirse que Sivak haya ido a contrapelo de acendradas tradiciones bolivianas3. En la propia Bolivia, en la misma década de 1990, una obra rica e innovadora en tantas de sus vertientes como la de Alfonso Crespo, que se ocupó de figuras como Hernán Siles o Enrique Hertzog, también eligió la vía regia del biografismo.

Desde una perspectiva que encuentra su punto de origen pero no de fuga en la sociología antes que en la historia, en un trabajo anterior, La bala no mata sino el destino (2012), Mario Murillo ha ensayado una inversión del signo ideológico en las formas narrativas. Allí se ha preferido ofrecer una narración de los hechos y acontecimientos de las jornadas decisivas de la insurrección popular de abril de 1952, antes que levantar el inventario de ideas y valores erigidos en causas y consecuencias revolucionarias. Se ha buscado procesos dinámicos antes que estructuras determinantes. Y se ha encontrado movimientos colectivos de muy diversos grados de acción, reacción y organización antes que hábitos o formas de articulación de la sociedad y la política regidas por agentes singulares investidos de una capacidad única (sea del 'genio' o de la oportunidad), negada a los otros, y sobre todo a los muchos, de dotar de sentido global y nacional a una actuación que de otro modo se vería condenada al aislamiento y la esterilidad. En términos más asépticamente metodológicos, en su origen La bala no mata sino el destino ha sido, bajo la dirección de Silvia Rivera Cusicanqui, un proyecto de historia oral, una narración de protagonistas antes anónimos armada partir de sus propias voces.

Como resultado de esta investigación, y de los testimonios ordenados en el libro al que dio lugar, surge una constatación simple: las insurrecciones populares, aun cuando sean exitosas, pueden ser obra de un colectivo de las bases —por así decirlo- o de diversos colectivos con variables, inestables, revocables grados de cohesión interna y de alianza entre sí, aunque también puedan ser, y de hecho otras veces hayan sido, organizados movimientos de masas detrás de un caudillo o de varios. Al escuchar los testimonios que se reunieron, la primera imagen fue la que acabó por imponerse: la de que se trataba de diversos colectivos a los que unían e impulsaban algunos objetivos comunes antes que lazos organizativos o siquiera comunicativos previos; fueron ganando adhesiones y colaboraciones -plenas, parciales, tácticas, logísticas, etc.- sólo en la medida, y en el sentido, en que los hechos se desarrollaron. En aquellos testimonios faltaba consistentemente, como elemento central, y aun marginal, la presencia activa, organizativa, cohesiva —en el curso de los combates decisivos de las jornadas de abril- de militantes del MNR, o de sujetos políticos identificados entonces como tales. Los militantes emenerristas faltaban como referencia a los combatientes, como faltaba también la referencia a los líderes del MNR como guías últimos o primeros de la acción; más que el futuro de Paz, el recuerdo de Villarroel (este sí un 'mito' de la cultura popular, no de la —dirigista- cultura de masas) impregnaba muchas de las acciones, en especial de los mineros de Milluni.

De los testimonios compilados también surge -por contraste- que el MNR gana su protagonismo cuando la insurrección resulta en revolución (golpe de Estado y cambio de gobierno) y más todavía en Revolución. A los colectivos que lucharon en las jornadas de abril les faltaron también la forma y el hábito de las alianzas, tradiciones de representación, relaciones vivas, fluidas y constantes con el territorio nacional. Sin embargo, estos hombres y mujeres eran los que habían luchado y triunfado, aunque no pudieran organizar su victoria y encauzarla en un gobierno revolucionario. El relato puede resultar —de hecho lo es- muy paceño-céntrico y urbano-céntrico, como también lo son otros desde perspectivas muy encontradas. Para todas las impasses de los combatientes, y para problemas sobrevinientes, pero antedatados, el MNR tenía soluciones pensadas de antemano, o medios de proveerlas en la práctica. Eran soluciones, ante todo, para el problema mayor, o primero: permanecer en el poder, y ejercerlo. Así se proclamaría el año siguiente, para los campesinos, desde el pueblo cochabambino de Ucureña -que, como señala con agudeza Laura Gotkowitz, fue convertido en conveniente protagonista individual, biografiado y biografiable, de las luchas campesinas e indígenas (Gotkowitz, 2011: 351-357)-, la Reforma Agraria; pronto se iniciaría la Marcha al Oriente4. El artificio —narrativo, retórico, teleológico- consistía en teñir de emenerrismo a aquellos insurrectos de abril o en rehusarse a dotar de otro sentido a sus acciones.

Que la Revolución del 52 generara un mito propio a través de una cultura de masas dirigida por el aparato del Estado parece más inevitable que reprochable. Los gobiernos nacidos de golpes de Estado lo hacen, con álbumes, monumentos, mausoleos, homenajes solemnes pero reiterativos en los medios de comunicación. La base de la sátira es el prejuicio, y fue aquel 'culto de la personalidad' preexistente el que permitió la pesada ironía deflacionaria del libro de Tristán Marof. En La bala no mata sino el destino se usaron como epígrafes de los capítulos, aunque siempre van escoltadas por citas tomadas de los testimonios. Funcionan como deliberado contrapunto a estas últimas: muestran a Marof obsesionado por degradar en 1965 a un personaje que en 1952 estaba lejos de ocupar un lugar central en los pensamientos de los insurrectos, pero que trece años después sí estaba en la vida cotidiana de todos los bolivianos.

El historiador social se encuentra aquí enfrentado a dos seducciones alternativas que compiten por su preferencia: evitar sucumbir a la una no lo vuelve inmune a los riesgos y traiciones de la otra. La primera es atribuirse la victoria, en otro nivel, por sobre los propósitos políticos del relato emenerrista (y acaso sin reconocerlos como tales). Al negar el liderazgo 'telepático' del Dr. Paz, el historiador o el científico social pueden sin embargo reproducir 'por lo bajo'lo que la historiografía oficialista hizo 'por lo alto'.

Al narrar los sucesos de abril de 1952 y aun la gesta posterior de nacionalizaciones y reformas, la tentación de sustituir al MNR y sus cuadros por auténticos 'líderes naturales' y 'héroes populares' es difícil de resistir. De ese modo, quienes niegan a los militantes emenerristas el papel dominante en los combates de la insurrección popular, pueden remplazar a aquéllos por ex combatientes del Chaco. Con las armas en la mano, que saben manejar, con su 'manifiesta superioridad' dominan a masas y colectivos inertes, imprimen un sentido a su acción, asumen la conducción en el terreno. Estas criaturas militares y masculinas se vuelven la contrafigura (o 'verdadera figura') que refuta las pretensiones y propuestas de las élites. En una novela compuesta ya en la atmósfera del gobierno populista del general Juan José Torres, Los muertos están cada día más indóciles (1972), de Fernando Medina Ferrada, los ex combatientes del Chaco asumen efectivamente este papel. Los militantes del MNR, arquetípicamente, son urbanos, arteros, más intelectuales, y, como el doctor Paz en la caricatura de Marof, usan lentes. En la misma novela de Medina Ferrada, Paz es representado como cobarde, traidor e irresponsable.

La segunda seducción a la que puede ser gustoso sucumbir, y en nombre de un principio muy honroso -el respeto a las fuentes-, es la inadvertencia de hasta qué punto el lugar y el papel que personas entrevistadas décadas después de los hechos atribuyen al liderazgo del MNR en 1952 sea un éxito del discurso del MNR. La hegemonía indiscutida, en el sentido más craso de que no ha sido siquiera discutida, de las narrativas emenerristas, y aun contra-MNR pero construidas, como contestación, en el mismo plano, ha dotado, sin competencia en ello, de principios y relatos ordenadores 'macro' que permiten a las personas entrevistadas una ilusión retrospectiva: el marco 'macro' crea un horizonte de expectativas que reordena los hechos, atribuye relevancia a unos sobre otros, decide, o ayuda a decidir, qué es la figura y qué el fondo. Y aun el 'trasfondo', que figura en el título de Marof, contracara del 'esoterismo' que Antezana coloca en su gran obra Historia secreta del Movimiento Nacionalista Revolucionario: La revolución delMNR del 9 de abril (1988).

Estas formas ordenadoras proporcionadas por el MNR no sólo son, ni siquiera en primer lugar, textos escritos. Están las historias orales difundidas por la radio y la enseñanza. Y, con todavía mayor incidencia, las formas monumentales, visuales y audiovisuales: por una persona que leía los textos de El álbum de la Revolución, diez miraban el ballet de alevosas imágenes contrapuestas, generalmente en un pas-de-deux. "Do not know too much about the Middle Ages / Just look at the pictures and then turn the pages", cantarían The Carpenters. En un país que a la hora de su victoria el MNR describe complacientemente como analfabeto (cuanto más atrasado el pasado reciente, tanto más meritorio el futuro próximo), la versión por episodios, imágenes y dioramas de la historia revolucionaria resultó fundacional. La Revolución es, ante todo, un álbum de imágenes piadosas, como el catecismo había sido políptico barroco5.

No sólo los géneros narrativos, también los descriptivos tienen una iconografía que pocas veces se vuelve iconología. Es el caso del retrato. Y la sátira, la caricatura, requieren tanto de la estampa, versión fija y visual de la anécdota, como la propaganda oficial, el muralismo, el cartel, el noticiero nacional que se proyectaba antes de los films en los nuevos, espaciosos cines que se habían construido para los mineros. Es por ello que en el retrato en prosa del Dr. Paz, o en los sucesivos retratos en prosa que ofrece, Marof deconstruye una versión anterior que antes que literaria fue artística, visual, o fotográfica.

En Argentina, en un autor que Marof había leído, Arturo Cancela, había una burla fascista al culto de los héroes fascistas en "El culto de los héroes", el tercero de los Tres relatos porteños (1922). Antes, en Bolivia, la ficción biográfica de un héroe 'democrático' está en La candidatura de Rojas (1908), del suicida Armando Chirveches. Un modelo más cercano, más inmediato, para la biografía satírica es el de Augusto Céspedes, que había escrito las de Busch, Villarroel y Patiño. El mismo Marof, atento a que otros señalarían una continuidad, desautoriza las "novelas" de Céspedes, escritas "sin convicción ideológica, apareciendo siempre como héroe", en su "Especie de Prólogo" a la Breve biografía de Víctor Paz Estenssoro.

Entre las soluciones narrativas ante la situación en la que el MNR afincó el relato de la revolución de 1952, el antibiografismo narrativo encontró un extremo más único que raro en Los deshabitados (1959), de Marcelo Quiroga Santa Cruz. Esta novela es singular en las letras bolivianas, pero también hemisféricas: de su proyección internacional da testimonio el hecho de que en 1962 y en los Estados Unidos ganara un discutido Premio Faulkner. Ya desde el título, donde un término territorial geográfico y demográfico se aplica a las poblaciones mismas cuya ausencia parecería indicar. Los habitantes deshabitados se ven así declarativa, performativamente vaciados de su sustrato histórico-biológico. El deliberado 'borramiento a la vista' de las referencias, más que ocultamiento o escamoteo, ha sido tan programático como desoladoramente eficaz: hasta el punto de desalentar a algunos de los mejores lectores bolivianos. Más acá de méritos y deméritos literarios, la significación cultural de la operación de Quiroga Santa Cruz parece ejemplar: más todavía, al producir en un momento todavía de ascenso del MNR este relato novelesco, con épica sordina, de hechos aún en desarrollo.

La acción de Los deshabitados transcurre en una ciudad anónima, semimodernizada, o con los rasgos de modernidad que en los años siguientes a la Revolución de 1952, el oficialismo emenerrista gustaba exhibir y señalar ostentosa y ostensiblemente. El título de la novela, Los deshabitados, alude, oblicua pero firmemente, a espacios geográficos habitables convertidos en signo o metáfora de una generación o condición bolivianas. Estos hombres huecos, como los del modernista angloamericano T. S. Eliot, habían resultado deshabitados por una acción (social, humana) de vaciamiento; no eran originariamente vacíos, por antiguo que ese vaciamiento fuera. Espacios y lugares no meramente físicos; su órbita comprende lo ontológico y lo político. Por una paradoja sólo aparente, esta instancia ampliaba el horizonte de historicidad más allá de lo local.

En Los deshabitados, el narrador, más cercano en su estilo y punto de vista a la impronta de Virginia Woolf que a Marcel Proust, sin tomar parte en los acontecimientos, construye una realidad a través de las variadas y disímiles impresiones y conciencias de los personajes. Estos no guardan entre sí una conexión sistemática, sino que su relación queda establecida por esa veloz figura del narrador, que une a los actores con el despliegue de un relato meditativo.

En la composición fragmentaria de la novela, los motivos externos de los hechos desencadenan procesos internos que parecen casuales, azarosos; el procedimiento impone la concatenación de episodios triviales, sin gran significación propia. No hay grandes cambios. Hechos dolorosos o terribles, como el suicidio de las hermanas Flor y Teresa, son narrados sin alterar el tono, casi informativamente. Esta neutralidad casi desinteresada y desasida del narrador contribuye a volver patente una arbitrariedad común, a la que nadie escapa, y que alude a una condición compartida. Todos los personajes participan en un modelo social sin esperanza del que sin embargo son herederos y aun activos continuadores. La noción de la pasión inútil, existencialista y sartreana en el contenido, pero menos frecuentemente en las formas, resulta central a la "epopeya" de estos personajes deshabitados, que hacen una suerte de épica en sordina de acontecimientos minúsculos, "burgueses", nada revolucionarios, que forman su cotidianidad. El "deshabitamiento", la soledad, significan, también en sordina, y como en una imagen invertida, lascivia, deseos y fantasías que, en un punto de difícil equilibrio, provocan patetismo antes que resultar risibles.

Uno de los mayores costos que hubo de pagar el MNR en el poder fue la falta de integración de diversos sectores sociales a la nación, redefinida en los nuevos términos revolucionarios. Esto ocurrió con la clase media "deshabitada", afincada en las ciudades, donde hacía perdurar sus propios mitos. Uno de ellos es la figura del letrado (o semi-letrado), caracterizado por la tendencia a las ideas abstractas.

El argumento de Los deshabitados se centra en esas "pequeñas gentes" -sin biografía para la historia- que forman el personal de la novela. Si se acepta que el fracaso de los destinos personales está fuertemente ligado a los destinos nacionales, la novela de Quiroga Santa Cruz plantea una sustitución de la conciencia histórica: tras la Revolución de 1952, los valores identificabas de inmediato, o por defecto, con la nación no son ya más los signados por lo hispano-católico. Por el contrario, la narración interpela a esos valores religiosos y culturales que actúan de nexo cada vez más tenue de un sector social disperso y empobrecido en una comunidad de destino todavía en ciernes.

Característicamente, Los deshabitados, publicada en un clímax que presupone para las instituciones bolivianas nacidas o enfrentadas con el MNR un viraje en su consistencia o un asegurarse en el proceso revolucionario, se desplaza hasta anular o desvanecer en la novela los 'motivos' históricos. En la vecina Argentina, fue antecedida en el tiempo por El sueño de los héroes (1954), novela proclamadamente anti-heroica de Adolfo Bioy Casares: una suave, violenta alegoría carnavalizada del liderazgo peronista, cuya inspiración para la apoteosis emenerrista de 1952 y años siguientes, según queda dicho, parece difícil exagerar, aun más acá de las posiciones históricamente adoptadas por el gobierno de Juan Domingo Perón en las elecciones de 1951.

La estrategia compositiva de Marof es volver rigurosamente sistemática la ausencia de toda empatía del narrador -para evitarla así en el público- por el personaje biografiado. Nunca podríamos los lectores ponernos en los zapatos del Dr. Paz: el personaje es ridículo y a la vez visceralmente ajeno. En las literaturas occidentales, las preceptivas sobre la biografía que se forjan durante la Ilustración, como la del Dr. Samuel Johnson ("Dignity and Uses of Biography", 1750), cifran en la empatía tanto la comprensión general del tema como, más urgentemente, la posibilidad de sostener el interés de un lector que empezaba a integrarse por entonces al mercado del libro. En Marof, por una cuidada inversión de esta lógica, el fracaso de la empatía es un triunfo (literario, artístico, político -y comercial) del autor.

El procedimiento 'modernista' de la ausencia de protagonistas heroicos unido al no menos moderno de la desaparición de las referencias históricas, espacio-temporales, costumbristas, dialectales, acentúan en Quiroga Santa Cruz, y en los lectores de Los deshabitados, la confianza en que la decisión retórica ha sido la correcta. La presentación de sucesos cotidianos no ordenados cronológicamente, según acostumbran las narraciones convencionales, parece sugerir el autor, proporcionará una clave de la historia que no será ni causalista ni teleo-lógica, y a la que de otro modo habría que renunciar por anticipado.

La escena inicial de Los deshabitados ("Las seis de la tarde. El padre Justiniano ha llegado a tiempo para oír el tañido de las campanas y ver el vuelo desordenado de las palomas frente a su ventana" (Quiroga Santa Cruz, 1995: 5)) se repite en el capítulo final, como culminación de la ironía que atraviesa una novela que desconfía de la triunfante temporalidad lineal del MNR. El basso continuo barroco es el señalamiento de la persistencia de un tiempo cíclico en el que el estallido de la revolución no ha hecho mella:

El sacristán vio que el padre Justiniano y Durcot salían de la iglesia. Anudó sus manos en torno a la grasienta soga que colgaba del campanario y se dejó caer bruscamente, encogiendo las piernas como una marioneta. El badajo golpeó el vientre de la campana y levantó una bandada de palomas que extendieron su mancha... (Quiroga Santa Cruz, 1995: 259).

En el revisionismo, una corriente neo-tradicionalista que desde la década de 1930 había en el Cono Sur 'revisado' la historiografía liberal -y había triunfado en Paraguay, y librado prolongadas batallas en Argentina y Uruguay-, existen dos caminos opuestos, aunque lleven a un mismo fin. A la exaltación de figuras olvidadas, o, más propiamente, condenadas, se opone, o se une, la execración de figuras sacralizadas por esa tradición liberal que había abominado del populismo. La primera es la que Fausto Reinaga asumía en su Belzu, de 1959: "Mi nuevo libro Belzú no tiene otra finalidad que asumir la defensa de un caudillo de las masas. Caudillo enterrado por la conspiración del silencio. Cuando su grandeza pungía se le engrilló, se le esposó, mejor, se le hundió bajo una espesa calumnia", dice el propio Reinaga en "Revolución, cultura y crítica", en respuesta a un panfleto en contra de monseñor Juan Quirós, comentarista de La Nación. En la exaltación de Manuel Isidoro Belzu, sin embargo, Reinaga no iba a contracorriente de la propaganda de la Revolución de 1952. En El álbum de la Revolución, ideado por José Fellman Velarde, Belzu es el primer héroe social: "Belzu fue el primero en luchar contra esa injusticia", siendo ésta "el despótico sistema feudal que hacía esclavos a tres millones de bolivianos". Y tras "el asesinato de Belzu a manos de la oligarquía gamonal: Manuel Melgarejo, una larga noche negra descendió sobre Bolivia".

En El Álbum de la Revolución había obrado algo más: otra vuelta de tuerca del biografismo personalista. El "Jefe" y sus vasallos no se oponen y superan, con nombre y apellido, solamente a la masa de insurrectos (militantes emenerristas obreros y campesinos; el indio es una condición, una precondición, nunca un actor). También se oponen, y acaso en primer lugar, a la "Rosca" innominada y a sus agentes no menos innominados. Los enemigos son no personas, no merecen el nombre; no son grandes, no son personalidades; son fuerzas económicas crueles y anónimas, que se ocultan pero que ni merecen salir a la luz ni descuellan por su individualidad, siquiera su singularidad o aun su aberración. No rige aquí la ley (tradicional) de la épica, según la cual el héroe es tanto más heroico cuanto mayor sea el paladín al que haya derrotado con esfuerzo: el mayor griego Aquiles mata al mayor príncipe troyano Héctor.

Esto es algo que parece percibir muy bien Tristán Marof, para después 'de-construir', o simplemente invertir con prolijidad6. Víctor Paz, gracias a la historiografía, la iconografía, y directamente la propaganda, no es así un primus inter pares, sino el sujeto histórico absoluto, rodeado de colaboradores, también sujetos, pero en la medida en que reconozcan a "el Jefe", y sustentado por no sujetos, aunque puedan aspirar a ser vasallos. El Jefe ha sido precedido por otros Jefes; su mayor y más venerado antecesor es un mártir, Villarroel. La figura es particularmente conveniente: por una parte, se le debe el mayor respeto oficial, la mayor reverencia cívico-religiosa; por la otra, en la práctica, no se le debe nada, ni ha ungido a Víctor Paz como sucesor. Y el Dr. Paz es tanto más venerable porque triunfó donde el general Villarroel fue derrotado, humillado y públicamente escarnecido. El hecho de que, categorialmente, Paz sea un doctor y no un caudillo, lo dota de mayor prestigio, y le da una caución espiritual.

Frente a las masas lideradas por el Jefe, hay fuerzas enemigas a toda subjetivación (la "Rosca", el Capital, el Imperialismo, el Extranjero -la vena xenofóbica del MNR es notable, y se entroncará sin mayores dificultades con el sistema de ideas y creencias boliviano). Por otro lado, en el relato erístico-heroico hay una cierta modernidad o, anacrónicamente, posmodernidad, como de ciencia ficción. El carácter no personal de las fuerzas extrañas del mal las vuelve más difíciles de vencer y derrotar, y aun de organizar la ofensiva: son como una hidra, como un virus, como un alien proteico y perverso polimorfo, pueden entrar y estar en todas partes. La biografía de uno obstruye, o califica, y aun descalifica, a la biografía de todos, con la que, sin embargo, acaba por fundirse en negro.

 

Notas

* Museo de la Fundación Carlos Alberto Pusineri Scala, Asunción, Paraguay. Contacto: alfredogrie@gmail.com

** Universidad Mayor de San Andrés, La Paz, Bolivia. Contacto: marioemurillo@gmail.com

1 Significativamente, medio siglo después, al celebrarse en mayo de 2002 un simposio en Harvard sobre la Revolución ("Ihe Bolivian Revolution at 50: Comparative Views on Social, Economic and Political Change"), Lawrence Whitehead se referirá, en passant, como si ya no hubiera que referirse a ello de otro modo, a "the by now reasonably well established narrative history of those 12 years" (Whitehead, 2003: 25). Conviene reparar aquí en el énfasis en la narración; también, en otro plano, en que esa 'received version’ no había por entonces variado sustancialmente de la que hasta 1964 el MNR había propuesto de su historia, y de la que historiadores afines habían ampliado y enriquecido en sus detalles, ya que no en sus ejes, desde entonces.

2 Al respecto, la tesis doctoral de Matt Gildner, Indomestizo Modernism: National Development and Indigenous. Integration in Postrevolutionary Bolivia, 1952-1964 (2012), puede considerarse el trabajo más adelantado en relación al análisis de la política cultural del MNR.

3 El asunto, sin embargo, se vuelve más complejo al mirárselo de más cerca. Teniendo en cuenta lo que diremos después, de algún modo Sivak ha logrado en Jefazo -en lo que va desde el Jefe Paz hasta el 'Jefazo' Morales- una feliz síntesis entre métodos que parecían irreconciliables: la biografía propia del periodismo de investigación, la crónica etnográfica del narrador testigo que llega a ser observador más que participante, y la historia social general. En las escenas del líder cocalero que llega a ser presidente (cuya abigarrada yuxtaposición es el secreto de la fortuna narrativa de Jefazo), la espontaneidad no sufre con la presencia de un espectador admirativo que, lejos de estar de más, viene a completarlas.

4 Para proponer una comparación acaso más vistosa que inexacta, es dudoso que todos los movimientos e inquietudes sociales que a partir de 2003 llevaron al triunfo último del MAS se sintieran representados e inspirados por el liderazgo de Evo Morales; es innegable, sin embargo, que el militante sindicato de cocaleros había desarrollado capacidades organizativas y de movilización y se había dotado de un instrumento político de una eficacia que superó a cualquier otro -aunque después los movimientos sociales hicieran un mutis por el foro que fue menos la consecuencia de una acción perversa del gobierno masista que el desenlace de aquella disparidad organizativa que estaba en los orígenes, y que no hizo sino aumentar.

5 La inspiración del peronismo, en el poder desde 1946 en Argentina, donde el Dr. Paz vivía un asesorado exilio hasta 1952, parece aquí sofocantemente cercana. También en la retórica en suma tranquilizadora de concordia ordinum, de 'alianza de clases' que esas imágenes y esas narraciones buscan transmitir: el descamisado, el 'grasita' pierde su fuerza sexual y anárquica al quedar encuadrado en los proyectos sociales, por revolucionarios que éstos sean, de Evita, del mismo modo que el indio lima sus aristas más cortantes al volverse campesino u obrero.

6 Otras inversiones había ya previamente operado Tristán Marof en otra obra de carácter satírico, México de frente y de perfil, donde, en 1934 y desde la Argentina (la obra fue publicada por la editorial Claridad de Buenos Aires), el blanco elegido son los herederos de la Revolución. Mexicana de 1910. Sobre las bases prejuiciosas de esta sátira contra quienes, se alarma Marof, "¡No usan vaselina!" (Marof, 1934: 122), como una homofobia tan graciosa como ansiosa, ver Grieco y Bavio (1996), y la bibliografía allí citada,

 

Recibido: octubre de 2012
Manejado por: A.M.P.S.
Aceptado: noviembre de 2012

 

Referencias

1. Antezana, Luis. 1988. Historia secreta del Movimiento Nacionalista Revolucionario (7): La revolución delMNR del 9 de abril. La Paz: Juventud.        [ Links ]

2. Dresden, S. 1956. De structuur van de biografié. Den Haag, Daamen.        [ Links ]

3. Gildner, Matt. 2012. Indomestizo Modernism: National Development and Indigenous. Integration in Postrevolutionary Bolivia, 1952-1964. The University of Texas at Austin.

4. Gotkowitz, Laura. 2011. La revolución antes de la Revolución: Luchas indígenas por tierra y justicia en Bolivia 1880-1952. La Paz: PIEB/Plural.        [ Links ]

5. Grieco y Bavio, Alfredo. 1996. "El ideal de una nueva literatura clásica: juvenilismo y pacto fáustico en Los Contemporáneos". En: a.a. v.v.: Fronteras literarias en la literatura latinoamericana. Buenos Aires: Facultad de Filosofía y Letras (UBA).        [ Links ]

6. Marof, Tristán. 1965. Breve biografía de Víctor Paz Estenssoro: vida y trasfondo de la política boliviana. La Paz: Juventud.        [ Links ]

7. Murillo, Mario. 2012. La bala no mata sino el destino: una crónica de la insurrección popular de 1952 en Bolivia. La Paz: Plural.        [ Links ]

8. Quiroga Santa Cruz, Marcelo. [1959] (1995). Los deshabitados. La Paz: Plural.

9. Whitehead, Lawrence. 2003. "The Bolivian National Revolution: A Twenty-First Century Perspective". En: Merilee S. Grindle y Pilar Domingo (eds): Proclaiming Revolution:Bolivia in Comparative Perspective. Institute of Latin American Studies (University of London) & David Rockefeller Center for Latin American Studies (Harvard University).        [ Links ]

 

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