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Revista Ciencia y Cultura

versión On-line ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  n.28 La Paz jun. 2012

 

TESTIMONIOS Y DOCUMENTOS

 

Tras los pasos de Bertonio

 

 

Félix Layme Pairumani *

 

 


 

1. Introducción

Juan Ludovico Bertonio nació en Italia en 1557, llegó a Lima en 1581, y a Juli en 1585. En 1601 estuvo en Potosí, y entre 1603 y 1612 escribió y publicó sus libros. Aunque Albó y yo, en el prólogo a la edición de 1984, no damos cuenta de la muerte de Bertonio, Rubén Vargas Ugarte lo hace expirar para 1625 en Lima.

Yo no quiero redundar con lo ya dicho ni con lo que se va a decir en este homenaje a Bertonio, intentaré buscar otras referencias de orden más emocional que académico, ya que para mí, como estudioso de mi cultura, este autor tiene un valor que si bien no puede dejar de llamarse académico porta mucho más que eso.

En este trabajo haré una relación muy personal del descubrimiento de la lengua aymara tanto por parte de Bertonio como la mía. Asimismo referiré mi reencuentro con mi lengua materna, un sueno simbólico de la obra de Bertonio, las vacilaciones de un aymarista en una situación colonizada, y luego la lectura y análisis de las ediciones de la famosa obra del italiano y para finalizar trataré de explicar, sin hipocresías, por qué he seguido el modelo de la escritura del aymara de Bertonio.

Y por eso he titulado este trabajo: “Tras los pasos de Bertonio”, porque este ilustre autor colonial ha descubierto un idioma y yo me reencuentro con mi lengua materna. Tuve sueños certeros, así como tuve incertidumbres para  tomar y asumir cambios, una y otra vez tuve que revisar las obras de Bertonio. A veces uno encuentra ciertas espinas que molestan y no hay otra que seguir los pasos a Bertonio en la forma escrita de la lengua aymara. Pese a su colonialismo religioso, pienso que, a medida que haya consciencia de la importancia de la tradición escrita del idioma aymara en su pueblo, este autor será cada vez más estudiado y reconocido.

 

2. Descubrimiento de la lengua aymara

Sin duda, Ludovico Bertonio descubrió la lengua aymara, y concordó poner ese nombre a la gran y antigua lengua jaqaru, que subsistía dispersa en el escenario centro andino con distintos nombres como él mismo dice: Canchas, Canas, Collas, Collaguas, Lupacas, Pacajes, Carancas, Charcas, y otros; y Bertonio es mucho más grande de lo que uno puede imaginar. Los científicos sociales cuando se refieren al pueblo collavino citan al autor del Vocabulario de la Lengua Aymara. Todos los investigadores que estudian el mundo centro andino, de manera seria, se refieren de una u otra forma a él, cuando intentan descifrar el fondo mismo del pensamiento Colla. Si quieren ser serios deben acudir a su lengua y de ahí a los léxicos bertonianos. Aunque también hay quienes sin alcanzar un vuelo más o menos regular olvidan u omiten a Bertonio, porque no se dan cuenta de que la lengua de un pueblo es fundamental a la hora de su interpretación científica.

El mensaje de Bertonio al presente es grandioso, aunque no hay que descartar ciertas deslealtades a la magnitud de sus obras, sobre todo no se es consecuente con su modelo de escritura aymara, ni se aprovechan sus hallazgos para proyectar la lengua descubierta por Bertonio; sin embargo, a medida que pase el tiempo mayor será el eco de sus mensajes. Uno de sus grandes aportes se refiere a su observación sobre la artificialidad de la nueva lengua hallada, que manifiesta después de un profundo estudio de su morfología. Ludovico Bertonio nos manifiesta en “Arte Grammatica Mvy Copiosa de la lengva Aymara”, publicado en 1603, lo siguiente: “Vna de las cofas enque fe echa de ver el artificio defta lengua y la induftria de los inuentores de ella, es el vfo demuchas partículas, que tomadas porfi no fignifican nada y ayuntadas alos nombres y verbos, les da mayor o nueua fignificación.” (Bertonio, 1603/1879, pág. 261)

De esta calidad señalada acerca de la lengua aymara se han hecho eco muchos estudiosos del siglo XX y XXI, tal el caso de Umberto Eco, quien en su libro En busca de la lengua perfecta pondera esta característica y señala sus virtudes para compensar como “lengua tertium” para la traducción. El ingeniero boliviano Iván Guzmán de Rojas la usó de base en un programa de traducción denominado Atamiri.

!Qué paradoja! Ni los modernos lingüistas indígenas tienen la capacidad de entender o de descifrar los términos aymaras bertonianos, ni sus políticos saben lo que tienen en su país, ni mucho menos saben cómo poner en marcha la conservación y recuperación de las lenguas nacionales para el presente y el futuro. Por eso son muy escasos los estudios de bolivianos relacionados con Bertonio y su obra, hay mucho calco, caricatura, repetición y plagio con nombre de citas, en nuestro medio.

Reitero, pienso que Ludovico Bertonio descubrió y estudió esta lengua, a la que se denominó recién después de la conquista como aymara. Un idioma que como antecedentes tuvo otro nombre: el repudiado y abandonado jaqi aru (lengua de la gente), hoy todavía conocida como su lengua hermana denominada jaqaru y diseminada con varios nombres en la amplia geografía sudamericana. En realidad los aymaraes, Canchis, Canas, Contes, Collas, Lupacas, Pacajes, Charcas, Carangas, Quillacas y otros con distintos nombres eran hablantes de esa lengua llamada Jaqaru. En esa variedad de nombres específicos de lugares y desde la perspectiva del Cusco, podemos ver que se trata de un mismo idioma y le pusieron el nombre de Aymara para unificar y representar idiomáticamente a todas. Además, podemos señalar que hasta ahora hay toponimias con ese nombre en el mundo centro andino.
Esto tiene sustento cuando Sir Clemente Markham, se refiere a la impropiedad del citado nombre para la lengua collavina. Es que hay entender que la actual lengua y cultura aymara ha transitado en el espacio-tiempo con varios nombres en los Andes.

Bertonio llega a Lima en 1581 y recién en 1585 llega a Juli. .Cuándo Bertonio aprendió la lengua aymara? Es muy probable que, en Lima, en esos anos aún se hablara dicha lengua, y él se habrá interesado de inmediato en aprenderla.

Como Bertonio era “un ángel para los indios”, lo dice Juan de Atienza en carta al padre Claudio Aquaviva, aprendió rápido lo elemental de la lengua de los sufridos, para consolar y auxiliar con sus propias palabras a la gente del lugar, en Lima.

José María Camacho, uno de los historiadores de la lengua aymara, sostiene que, después de fracasar la evangelización del indio en latín y castellano, los religiosos coloniales trataron el tema del uso de las lenguas indígenas para este objeto en tres concilios provinciales en Lima. En el I Concilio fue desautorizada la idea, se decidió seguir con la emparentada con la lengua oficial del cristianismo: el castellano. En el II Concilio Provincial también fue rechazado el uso de lenguas indígenas para el mencionado fin, pese a que varios religiosos ya lo habían puesto en práctica con buenos resultados; aunque con sus experiencias habían ganado más adeptos al uso de las lenguas indígenas. El III Concilio Provincial, realizado en 1584, finalmente autoriza el uso de las lenguas indígenas en la evangelización.

A estudiarlas se contrajeron los catequistas; y constituyó una de las labores más arduas de los primeros Concilios limenses, del segundo y tercero principalmente, la formación de vocabularios y la traducción en ambas lenguas, de la doctrina cristiana, rezatorios y confesionarios. (Camacho, 1944, pág. 12).

Es así que se publica el primer catecismo y Bertonio publica las “Annotaciones generales de la lengua aymara” en 1584. Y claro, posteriormente una vez en Juli perfeccionó este nuevo idioma para enriquecerlo después más en Potosí.

 

3. El reencuentro con mi lengua materna

No me sentía conforme con algunas cosas que sucedían en el medio en que vivía, sobre todo en la educación y el magisterio rural. Había una serie de incoherencias y contradicciones que la educación rural no hacía más que complicar y ahondar: una lengua originaria y otra lengua que se imponía, una manera de ver el mundo, se arrinconaba la propia y nos decían que otra era la verdadera. Yo estaba en la búsqueda de entender las incongruencias y hallar una nueva alternativa para poder realizar mi trabajo con algún sentido. Fui reprimido en la escuela rural, fui duramente discriminado en el colegio en la ciudad de La Paz, no estuve tan satisfecho con mis estudios en la escuela normal, ni con las políticas culturales y educacionales que imperaban entonces. De todas maneras, salí así en 1971 de una institución de formación de maestros para enseñar a los niños del campo.

Al año siguiente me destinaron a una escuela rural del altiplano. Inicié mis actividades docentes con los niños para lo que fui supuestamente formado, aunque de manera incongruente con la realidad nacional, porque en Bolivia estaba vigente en aquellos tiempos la política de “castellanización” y “civilización del indio”.

Las instituciones educativas y políticas estaban en contra de los pueblos indígenas, su política era extirpar aquellos idiomas indígenas y para ello, a partir de la Reforma Educativa de 1955, habían enviado una bandada de maestros improvisados y la formación de maestros en las normales era incipiente; entonces estaba vigente aún la política de “la letra entra con sangre”. Para 1971, de los treinta maestros de un núcleo escolar sólo dos eran maestros normalistas, los restantes eran maestros interinos, es decir improvisados. En las normales no daban importancia a las lenguas indígenas en la educación, nos habían formado para dar clases solo en castellano.

Fue un hecho trascendental lo que me sucedió cuando por primera vez pasé una clase con los niños del primer grado, hice los pasos indicados o recomendados por la didáctica, pero todos los niños estaban inmovilizados, silenciosos, nadie hablaba, ni antes ni después de la clase. Era algo así como que todos estuvieran escuchando llover en una tarde sombría cuando cae la tormenta. Sólo dos niños de los treinta y seis manifestaban su complacencia. Concluida la clase, me fui cabizbajo y disconforme. El corazón me decía que algo fallaba. Me hice una autoevaluación. .Cuál es el problema? .Será el problema el uso inadecuado de las lenguas?, pensaba. Averigüé la procedencia de los niños y resultó que aquellos dos niños habían sido hijos de profesores y los restantes treinta y cuatro no entendían el castellano, sino que hablaban el aymara. Allí descubrí la importancia de la lengua materna. Y claro, al niño se le debe enseñar en la lengua que sabe hablar.

Puesto que yo sabía muy bien la lengua aymara, para el día siguiente preparé la clase en dicha lengua, que era la que estos niños entendían y usaban cotidianamente. Desarrollé la clase en la lengua materna de los niños, siguiendo todos los pasos didácticos recomendados por la pedagogía. Los resultados fueron sorprendentes: tenía ante mí 34 niños felices y dos niños silenciosos y tristes. Esta es la lección que hubiera querido aprender en el Colegio, en la Normal de Maestros o en la Universidad, pero me la ensenaron los niños aymaras de una humilde escuela rural del altiplano.

Aquella experiencia fue extraordinaria para mí, y por eso decidí dedicarme a estudiar la escritura de mi lengua materna y la educación bilingüe. Sin embargo, esto fue toda una odisea. En primer lugar, la educación bilingüe no fue entendida, y además para 1972 no había material escolar escrito en lenguas indígenas; sólo existían panfletos bíblicos protestantes y alguno que otro catecismo católico. Apenas logré hallar algunas canciones escolares aymaras difundidas por Elizardo Pérez en 1931 en Warisata y por Alfredo Guillen Pinto en 1936 en Caquiaviri. Fuera de ello había un laberinto de más de veinte propuestas de sistemas de escritura latina para el aymara.

El problema fue muy complejo y difícil de resolver, sin embargo, dediqué todos los esfuerzos a comprender la problemática de la lingüística aymara desde el punto de vista pedagógico. Así conocí y conseguí, con el apoyo de Arturo Costa de La Torre y Antonio Paredes Candia, trabajos de los estudiosos y gramáticos coloniales como Bertonio y Torres Rubio del siglo XVII; de Carlos Felipe Beltrán, que desde antes de 1870 y en posteriores años había estudiado la escritura de dicha lengua; de Ernst W. Middendorf, de quien en 1890 aparece una gramática del aymara en alemán; de Carlos Bravo, que a principios de 1900 fundó la Academia de la Lengua Aymara y después de Felipe Pizarro, que había ensayado enseñar la escritura de dicha lengua en los años 1920. Me estaba haciendo autodidacta. Luego, con la orientación de algunos lingüistas, conocí varios trabajos de investigadores modernos sobre la materia y otros libros de lingüistas como Bloomfield, Hockett, Gleason y Robins, Ren Chao, Chomsky, etc. Con todo esto escribí un pequeno libro titulado “Desarrollo del alfabeto aymara”, el que fue comentado en grande por el Dr. Ramiro Condarco Morales, entonces Decano de Humanidades de la UMSA, libro que después me abriría las puertas de las universidades.

 

4. Sueños simbolizados de la obra de Bertonio

La búsqueda de bibliografía aymara fue mi labor inicial, desde aquel día que descubrí la importancia de usar la lengua de los niños en las escuelas rurales, para emprender, estudiar y escribir materiales educativos, así como para fundamentar la historia de los alfabetos de dicha lengua. Entonces compraba libros de la ciencia descubierta por Ferdinand de Saussure, sobre todo para entender de manera técnica la fonología de mi lengua materna, puesto que éste era el meollo que había que resolver para producir materiales educativos.

En realidad yo iba a La Paz a buscar libros, solo los fines de semana, el sábado, y el domingo regresaba a mi escuelita del campo. Así que la tarea que me había propuesto era difícil y casi estéril. Era un empedernido buscador de libros aymaras, compraba todo, desde folletines (panfletos religiosos sean católicos o de los protestantes) y con mayor razón los libros (diccionarios, gramáticos, catecismos, etc.). Así como todo libro relacionado con la lingüística y la historia andina.

Uno de esos días me encontré con don Antonio Paredes-Candia, un librero notable, y le comenté que yo estaba estudiando y buscando libros en mi lengua materna. Él rápido me preguntó si conocía el Vocabulario de la Lengua Aymara de Ludovico Bertonio, yo le respondí que no. Se sorprendió y le retruqué rápido preguntándole: .dónde se vendía dicho libro? y me dijo que no había para la venta desde hace bastante tiempo. Me preguntó si yo había visto dicho libro, le dije que no. Entonces dijo que él tenía un ejemplar para mostrarme y me dio su dirección. Esa noticia fue para mí una luz en la noche lóbrega de mi camino. En el siguiente viaje llegué directamente al domicilio de Paredes-Candia, entonces vivía en la Av. Manco Capac, y le pedí que me mostrara el libro de Bertonio. Entró a su biblioteca a buscarlo, y luego de un rato trajo un extraño y gran libro empastado en cuero claro y hermoso con botones para cerrarlo.

Quedé totalmente azorado, el libro era realmente hermoso. Como en sueños recuerdo haber visto dicho libro en algún lugar. Después de un rato recordé, claro, fue en la sala del escritor Fernando Diez de Medina, cuando estuve de visita en 1970, el libro empastado en cuero claro y lizo, con botones estaba puesto como en homenaje sobre un diván cubierto con mantel rojo, era enigmático, lo vi y no me atreví a preguntarle entonces de qué se trataba al autor del “Nayjama” .

Volviendo a la conversación con don Antonio Paredes Candia. .En cuánto me puedes vender el libro?, le pregunté, principio se negó, pero luego, después de un buen rato y pensándolo bien y en tono conciliador, me dijo: ya no hay para vender, y si alguien quiere vender, debe pedir muy caro. Estuve en silencio un rato. Luego dijo: Yo te puedo vender… .En cuánto me vendes? Y me dijo: En 3.500 pesos. Yo entonces trabajando de maestro rural ganaba por mes unos 600 pesos. Le dije que podía pagarlo a cuotas de 500 por mes. Y él me contestó: Bueno, cuando completes la última cuota te lo llevas! De acuerdo, y agregué: empezaré trayendo la primera cuota a principios del mes que viene… y finalizamos la conversación. El acuerdo para mí y mi familia era doloroso, sin embargo la promesa como sea por saber más sobre mi lengua materna, estaba hecha.

Encontrar el Vocabulario de la Lengua Aymara de Bertonio era algo así como haber hallado una aguja en un pajar, así lo creía. Evidentemente se encontraba entre los libros que no se venden en ninguna librería en Bolivia y que son difíciles de hallar junto con las Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma en edición Aguilar o Las mil y una noches, de la misma editorial. Se los encuentra sólo por ocasión y de los libreros a medio uso, y eso si es que hay mucha suerte.

Después, mis mayores proveedores de libros eran los libreros de San Francisco, luego Antonio Paredes-Candia y Arturo Costa de la Torre. Con esos tramos trazados la caza de la obra de Bertonio estaba asegurada. Luego visité a Arturo Costa de La Torre, un bibliófilo profesional que tenía en San Pedro su casa y poseía un laberinto de estantes de libros en siete salas, dice que su biblioteca contaba con cuarenta mil ejemplares. Él tenía una salita aparte para recibir sus visitas, ahí había una vieja máquina de escribir, fuera de la que usaba él. Convenimos en que iría a leer a su salita los libros de Carlos Felipe Beltrán de los anos 1870. Allí estudié los sábados y domingos toda la colección de folletos de aquel admirable sacerdote orureño muy versado para la época en aymara y quechua. En una de esas veces yo llegaba puntual a las 14.30 a su casa, y don Arturo miraba de la ventana de su casa y gritaba: !Viva la juventud! Y después de entrar en la salita él me decía: usted es un obstinado por el estudio, los jóvenes de hoy a estas horas están detrás de las chicas…

Estaba alistando el dinero para pagar la primera cuota a Don Antonio Paredes- Candia. Yo ya había avanzado bastante sobre modelos de escritura del aymara, además de recopilar canciones escolares, reuní una buena cantidad de fábulas en dicha lengua, conocimientos tecnológicos del pueblo aymara, proverbios , cuentos y tradiciones. Fuera de ello estaba planeando un diccionario aymara, y muchos apuntes para una gramática aymara, hasta soñé con escribir una novela enteramente en mi lengua materna.

Pasaba el tiempo como la noche o como el día. Una noche en mi pueblo, durmiendo en mi escuelita, soñé que viajaba a La Paz en un camión rojo una mañana cuando el sol brillaba sobre el paisaje. Era un día viernes del año de 1976. Yo en mi sueno llegué a la zona del Cementerio, luego bajé por las avenidas Bautista y Tumusla, al instante llegué a la plaza Eguino y después mi fui a la Pérez Velazco hacia San Francisco. Antes de llegar a San Francisco me vi frente a frente con una joven hermosa y desnuda de orígen indígena. Ella era muy bella, sus senos turgentes, con tez morena como nosotros, era un poco gorda, no era muy baja ni era muy alta, era de mediana estatura. No tenía ropas, en la cintura portaba una especie de toalla. Su mirada era muy simpática, asimismo sus cabellos no estaban trenzados, estaban solo amarrados en una cola y le caían sobre la espalda. Yo muy admirado no quise moverme de allí, y nos abrazamos inseparablemente, no nos soltamos… Entonces salté y desperté. Solo había sido un sueño. Mis sueños no suelen ser en vano. Yo era, hasta hace poco, muy bueno para interpretar mis sueños.

Tras ese sueño me aliste rápido en mi escuelita del campo para viajar a la ciudad de La Paz, pese a que en esos momentos no tenía dinero sufi ciente para el viaje. Esa mañana pronto viajé en un camión a La Paz, casi pasado el mediodía llegué a la ciudad. Como en el sueño, hice el recorrido exactamente y me fui directamente al tramo de Pérez Velazco a San Francisco. Cerca a San Francisco había antaño unos puestos de venta de libros usados.

Llegando al tramo, tocando casi a la mitad de la venta de libros, de súbito giré a la derecha, miré a uno de los kioskos de los vendedores de libros, ahí estaba puesto un libro con empaste de cuero, reconocí inmediatamente la tapa del libro antiguo del padre Bertonio, inmediatamente tras levantarlo comprobé que era el libro buscado. Me alegré mucho. Pregunté el precio: “son 250 pesos” me dijo. Yo no contaba con esa cantidad de dinero. Vine del campo tan solo con 100 pesos, hasta eso ya estaba disminuido con los gastos de pasaje. En ese momento no sabía qué hacer, pensé en ir a pedir a mi primo, luego me dije: “Hasta eso es lejos, y si me prestaría o no “. “Claro será”, decidí, luego al librero: “Te dejo hasta mientras estos cincuenta pesos, en solo 15 minutos estaré de vuelta con el resto del dinero, guárdemelo”, le dije. Pensó un momento, luego aceptando, ocultó rápidamente el libro, mientras tanto me fuí instintivamente a la calle Potosí. Ahí al frente estaba un edificio donde había una importadora de motos, llamada Skobol, en el segundo piso había una oficina de promoción campesina.

En ese edificio, en el segundo piso, estaban las oficinas del Centro Campesino Mink’a, que era dirigido por un aymara, a quien alguna vez conocí. Él se llamaba Julio Tumiri Apasa. No es Julio Tumiri Javier, este es sacerdote, también lo conocí, hasta tengo una foto con él, él dirigía los Derechos Humanos, bueno no me encontré con este último, sino con otro.

Fuí pues a buscar a Julio Tumiri Apaza, entré directo a su oficina, engañando a su secretaria. Bueno, se sabe que las secretarias tienen cierto poder, el de hacernos encontrar con su jefe o mandarnos de vuelta, le engané a ella diciendo “yo tengo una reunión urgente con el jefe”. Entré agitado, él había estado aun ahí: “Hermano, hay un libro antiguo del aymara para vender, me ha dicho que cuesta 250 pesos, sólo he dejado 50 pesos, préstame por favor docientos pesos”, le supliqué; dije para mí “quizá no me preste”. .Claro, quién prestaría dicho monto de dinero por encontrarse por una sola vez? Luego piensa bien y diciéndome dijo: “Ya, vas a traer, me vas a mostrar”, pronto le dije: “Sí, ahorita lo traigo”. Me prestó los 200 pesos, y corrí pronto a recoger el libro. Una vez ante el librero, le pagué el dinero, luego me lo dio ese gran libro del aymara. Estuve tan feliz que no se imaginan. !Oh! Es hermoso.

Así, luego de un rato, llevando el libro antiguo del aymara regresé a la oficina de Julio Tumiri Apaza, entrando a su oficina nuevamente: “!Aquí está el libro, hermano!”, le entregué el libro con empaste de cuero de chivo, él lo apreció con mucha admiración. “Es muy bueno, nosotros podemos volver a reeditar este libro”, dijo. “Cómo no, hermano” le dije. Después de estar estupefactos algún rato observando el libro, nos despedimos hasta una nueva oportunidad.

Al cabo de menos de un mes fui a cancelar la deuda. Desde entonces fuimos Julio Tumiri y yo como dos buenos hermanos en la lucha, hasta ahora nos saludamos con mucho respeto, !Oh! señor Julio Tumiri Apaza, tú eres parte de mi triunfo.

 

5. Las vacilaciones de un aymarista

La obra de Bertonio, además de lo narrado más arriba, ha generado otros hechos curiosos en mi recorrido, que bien merecen recordarse. Voy a referirme en particular al texto que escribí en aymara en 1984, para el prólogo de la cuarta edición del Vocabulario de la Lengua Aymara. Dicho texto tiene una interesante historia, conflictiva para mí.

En 1983 hubo un seminario internacional para la unificación de alfabetos en Cochabamba; allí se logró un acuerdo para terminar con la anarquía y llevar adelante un plan nacional de alfabetización en las lenguas indígenas nacionales. Si bien se logró un entendimiento para la escritura de las vocales /i/, /a/ y /u/ y la postvelar /x/, tuvimos problemas con las consonantes aspiradas:

/ph/, como en phisi (gato)
/th/, como thantha (harapo)
/chh/, como en jichha (ahora)
/kh/, como en khankha (áspero)
y /qh/), como en qhathu (feria).

En el debate, don Juan de Dios Yapita y yo sosteníamos que las aspiradas debían escribirse con doble apóstrofe:

/p’’/, como en p’’isi (gato)
/t’’/, como t’’ant’’a (harapo)
/ch’’/, como en jich’’a (ahora)
/k’’/, como en k’’ank’’a (áspero)
y /q’’/), como en q’’at’’u (feria).

Pero perdimos el debate, nos ganaron los religiosos, que iban por el uso de la “h”. Sin embargo, mi amigo Xavier Albó estaba feliz. Don Juan de Dios Yapita y Albó son personas muy estimadas y grandes amigos, al mismo tiempo queellos son amigos entre sí.

Al poco tiempo, de regreso de Cochabamba, Xavier Albó me solicitó que lo colaborará en la redacción de una introducción para la edición de Ceres/IFEA/ Musef del Vocabulario de la Lengua Aymara, y además me pidió que escribiera un prólogo en aymara para dicha publicación. Decidimos que este prólogo no sería una traducción del texto en castellano, sino un texto nuevo con los sentidos que pudiera expresar un aymara como yo; tenía que escribir mi concepto y mi visión sobre Bertonio, y me puse a trabajar.

Así es que yo, acostumbrado al “alfabeto fonémico” de Juan de Dios, quien todavía sufría por la pérdida de los apóstrofes, estaba ahora trabajando con un defensor del Alfabeto Unificado recién aprobado, un personaje que tiene y da las bendiciones de Dios en el pueblo aymara. Por supuesto, no quería herir ni a uno ni a otro de mis amigos, como dicen, estaba entre la espada y la pared:o seguía apoyando a mi antiguo aliado y escribía con apóstrofes o respetaba el acuerdo de Cochabamba y usaba la “h” para las aspiradas. Tenía que encontrar una salida.

Con seguridad para los descendientes de otras culturas, en especial occidentales, esto es muy difícil o fácil, pero simplemente se tiene que optar por uno o por otro. En general no es posible quedarse con ambos a la vez, es decir, quedar bien con Dios y con el Diablo, no es moral ni ético, si se razona desde la perspectiva lógica de su mayor sabio, Aristóteles. Es diferente para los aymaras, para quienes gracias a la lógica trivalente no es reñido quedar bien con ambos, es más bien la salida inteligente. Una salida así no tiene por qué ser rechazada, considerada anti-ética o inmoral. Quedar bien con ambos extremos, en algunas situaciones de conflictos y eventualmente, es un arte de saber hacer bien las cosas para la convivencia pacífica.

Ésta era mi opción, y después de escribir el texto, lo revisé y me pasé el trabajo de cambiar todas las palabras con consonantes aspiradas con algún sinónimo, de modo que no tuviera que usar ninguna de estas aspiradas. Así que, en aquel texto aymara del prólogo para el Vocabulario de la Lengua Aymara de Bertonio, con más de 7000 caracteres, evité escribir palabras aymaras con consonantes aspiradas y creí quedar bien con ambos.

La cuarta edición del Vocabulario de la lengua aymara salió. Pero después de los rituales de presentaciones del libro, no me salvé de las andadas y miradas de avestruz de la Dra. Lucy Briggs, que catalogó mi texto como una “variante dialectal del aymara de Layme”, y por ella lo supo el profesor Yapita. Toda esta situación que en principio nos había unido tanto en Cochabamba, ahora nos distanciaba, pese a que yo hice lo posible para que no fuera así, y nuestra amistad fue herida de muerte. Por otra parte, mi amigo Xavier Albó, siempre tan ocupado, no se había percatado de la particularidad de mi texto de 1984, durante 28 años. Recién se quejó de ello en la entrega del libro Los Chipayas, de Rodolfo Cerrón-Palomino, hace muy poco tiempo, en diciembre del ano de 2011, en el MUSEF, atribuyéndome una salida diplomática de orden lingüístico.

 

6. Ojeadas a las ediciones de Bertonio

Con tantas ediciones del Vocabulario de la Lengua Aymara, nadie ha descubierto o señalado y enmendado un agujero que se comió una parte de 17 líneas. Dicho  agujero se encuentra en la I Parte, en el folio 394, después de 12 líneas de la segunda columna. Este hueco parece originarse en una mancha que borró estas líneas o en un accidente por algo cayó sobre ellas. Revisemos las ediciones  Vocabulario de la Lengua Aymara, 1612. Compaña de Jesús en Juli, provincia de Chucuito, e impreso por Francisco del Canto. De esta edición, llamada príncipe, hoy se sabe que existe un ejemplar en la Biblioteca Nacional de Sucre, otro en San Calixto y también en la Biblioteca de Lenguas aymara y quechua de Paul Rivet, donada a la Universidad Nacional de San Marcos, Lima. Naturalmente, en estos ejemplares no existe el agujero señalado.

Vocabulario de la Lengua Aymara, 1879, Julio Platzmann, Leipzig, Alemania (2 tomos). Esta edición, más que la edición príncipe, es de muy difícil acceso (quizá por ser originada en Alemania), pese a que su publicación es más tardía. Me consta que Iván Guzmán de Rojas tiene un volumen, aunque le falta el primer tomo. Tampoco esta edición tiene el hueco en la página 394 del Volumen I.

Vocabulario de la Lengua Aymara, 1945. Arturo Posnansky, BSGLP, La Paz-Bolivia. Esta versión fue publicada en el Boletín de la Sociedad Geográfica de La Paz, No 68, Año LVI, diciembre de 1945. En realidad fue iniciada por Arthur Posnansky en base a la edición alemana y nunca fue completada. Es obvio que esta edición no iba a tener el problema, porque se basaba en la edición de Leipzig-Alemania.

Vocabulario de la Lengua Aymara, 1956. Litografía Don Bosco, La Paz- Bolivia. Esta edición presenta la laguna en las 17 líneas afectadas, pese a tratarse de una edición facsimilar. La mancha blanca afecta a esas líneas de la página 394 en la segunda columna de la Primera Parte (ver ilustración 1). Este accidente tuvo sus repercusiones en posteriores ediciones. Ésta no fue una edición solicitada por caridad, sino por gran interés por el idioma; por ello el Estado boliviano erogó para ella una importante suma, por decreto firmado por Víctor Paz Estenssoro y sus ministros (ver ilustración 2).

Vocabulario de la lengua aymara, 1984. CERES, IFEA Y MUSEF, La Paz- Bolivia. En esta edición vuelve a aparecer la mancha. Por responsabilidad editorial debiera haberse revisado y enmendado el error acudiendo al original, lo que no se hizo. El prólogo en castellano es del Dr. Xavier Albó y mía; el prólogo en aymara estuvo a mi cargo, pero nunca tuve la oportunidad de ver las pruebas, y pensé que se utilizaría como base la edición original; no fue así. Fue una desgracia.

Vocabulario de la lengua aymara, 1993, Radio San Gabriel, La Paz-Bolivia. Para esta edición me consultaron sobre el asunto y les pedí que acudieran al original, a la copia del incunable que está en San Calixto o a la de Sucre, pero no lo hicieron. Sólo actuaron de manera fácil, cortaron la parte afectada y así publicaron la obra actualizada y cercenada de Bertonio.

Vocabulario de la lengua aymara, 2005, 2006, Ediciones El Lector, Arequipa - Perú. En esta edición, tampoco enmendaron esta falla editorial, hicieron lo mismo que San Gabriel, tomaron la salida fácil: cortar dicho lugar dañado de la página 394 de la primera parte. Pero en la presentación dice: “En la presente transcripción se ha tomado palabra por palabra el documento príncipe”. Y sin embargo, los hechos lo desmienten. Sólo han trascrito la edición de facsimilar de Don Bosco de 1956, que por supuesto no es la príncipe, sino la tercera edición. Si hubieran usado la edición príncipe, entonces no habrían cortado las 14 líneas que faltan en la segunda columna de la página 394 de la primera parte. Sin embargo, el mérito de esta edición es la transliteración que hicieron de la obra de Bertonio; pese a los errores, eso es muy complicado y moroso hacerlo.

Vocabulario de la lengua aymara, edición de 2008, del Instituto de Estudios Bolivianos (Universidad Mayor de San Andrés)/Asdi (Team Bolivia Bilateral Research Cooperation). No han acudido a la edición príncipe, hicieron una copia off set de la edición de “Don Bosco” de 1956. Se ve que los lingüistas, especialistas en la materia no hacen investigación. No han descubierto el hueco que tratamos, hasta se ve que no han leído la principal obra de Ludovico Bertonio. Aquí parece que prima el afán comercial antes que la causa aymara y el respeto al público, pese a que accedieron a importantes recursos económicos para la edición. Dicho sea de paso, en 1998, Xavier Albó y el suscrito visitamos Asdi en Suecia y los interesamos en dar apoyo económico para el desarrollo de las lenguas aymara y quechua; sin embargo, posteriormente fuimos alejados, pues primaron otros intereses.

Vocabulario de la Lengua Aymara, edición por internet. Esta edición electrónica que hizo www.es.scribd.com, no sufre de la cojera de aquel agujero en el folio 394 de la primera parte. Es encomiable el esmero de los editores en internet, quienes han acudido a la edición príncipe.

 

7. Siguiendo la escritura aymara bertoniana

Una vez emprendido el camino del aprendizaje de la nueva lengua: el aymara, Ludovico Bertonio, buen entendedor de latín, castellano, italiano y otras lenguas, lo primero que pensó fue anotar esas extrañas expresiones de la nueva lengua. Anotar todo lo que escuchaba, registrar en lo posible todo, así como hoy mismo sucede con todos los que aprenden una nueva lengua. El primer paso fue pensar en un alfabeto para escribir sistemáticamente la nueva lengua. Es decir, un sistema alfabético de escritura para escribir esos sonidos extraños y reflejar de forma estandarizada la lengua aymara. Bertonio, para su época, es un lingüista muy adelantado, se ve que intuyó la producción de sonidos en los niveles fonético y fonémico o fonológico que más tarde, al cabo de dos siglos, recién trataría sistemáticamente Ferdinand de Saussure. Si en la conformación de los símbolos, para cada sonido, Bertonio no tuvo éxito en los pares de velares y postvelares, comprendió de forma admirable las vocales aymaras; pese a todo fue triunfante como el vuelo del cóndor en la presentación formal de la lengua aymara, en la escritura sistemática de dicha lengua.

Las lenguas no siempre se escriben “así como hablamos”, una cosa es la oralidad y otra la escritura, si bien son como las dos caras distintas de una moneda; la una es pronunciación y comprensión auditiva, la otra es la presentación formal de la lengua para su comprensión mayor. En esto algunos lingüistas están todavía en el vuelo de las waq’anas, y por eso se quedan y pierden su tiempo discutiendo y escribiendo miles de páginas inútiles tratando de justificar una y otra cosa en castellano para sus seguidores; pero se han olvidado de escribir en aymara, de la necesidad de producir materiales de lectura, y peor aún, han abandonado la alfabetización en el idioma propio, la tradición de lectura y la política de desarrollo de la lengua.

La característica de la escritura textual de Bertonio es usar una vocal completa al final de las palabras y frases del aymara. Contra este descubrimiento que reconoce un rasgo estructural de la lengua es que algunos modernos aymaristas, se lanzan a hurgar sus obras, atentando y empanando su nombre, pero peor aún empañan sus aportes al querer contrariar su forma de escritura.

Bertonio escribe sistemáticamente con vocal final en todas sus obras. En esta ocasión, para muestra, citaremos dos oraciones del Confessionario Mvy Copioso:

“Halla taque pufi fuyu haquenaca taripiri hutkharaquinihua, nia taque hiuirinaca hacatatkhepana.”
“Camaque, Afiro cuna cauquifa vlljafsina micha hamacchi larupanfa, cuna aropanfa hifquirohua, michca
yanccarohua puritana fafsina checahua fisitati?”

Reitero. Algunos admiradores de Bertonio hoy se contradicen cuando escriben el aymara con elisión vocálica, confunden el nivel oral con el nivel de escritura. En la forma oral actual se eliden las vocales en la formulación de las palabras, frases y oraciones aymaras. Sin embargo, en la presentación formal de la lengua, puesto que no se escribe “así como hablamos” o “así como escuchamos” (es más ninguna lengua se escribe de esa forma), querer hacer coincidir la oralidad con la escritura es una ilusión de caprichosos y románticos. En esto, primero se debe entender lo que es la fonética y la fonémica, y por cierto se debe leer e interpretar lo que establecen al respecto Juan Carvajal y Cerrón-Palomino.

“Si se va completar las vocales finales, entonces también se debe hacer lo mismo con los sufijos elididos que se encuentran en el interior de las palabras y frases…” van pregonando, eso es un capricho y no es argumento para las elisiones finales. Por supuesto que, atendiendo a los caprichos, es cierto que la recuperación de las vocales de los sufijos podría afectar al significado, pero en forma escrita las vocales finales no afectan en lo mínimo. Las elisiones finales no son más que ensordecimiento de las vocales, esto está explicado por especialistas como Lucy Therina Briggs, cuando trata de variaciones dialectales del aymara.

Fuera de ello, la recuperación de la vocal en posición final tiene efectos de sistematización y presentación formal de la lengua en la forma escrita y no pretende alterar o afectar las formas orales; así cada uno hablará como puede y como quiere. El hablar con vocales finales completas nos lleva a ser cuidadosos y mesurados para hablar el aymara sin atropellar. De hecho, las ancianas y los ancianos hablan sin hacer las elisiones vocálicas finales. Esto de hablar pausado es expresión de mucho respeto a la otra persona, es parte de la etiqueta y trato social horizontal aymara. El hablar corriendo, como en castellano, es de reciente data, es parte del colonialismo lingüístico. Claro, ahora hay excepciones, algunos ancianos y ancianas, ya contaminados con el aymara de los locutores de radioemisoras en las que se habla corrido el aymara citadino al estilo castellano, los imitan pensando que ése es el mejor idioma. Las radioemisoras tiene bastante prestigio para dominar y ser imitadas en las actuales circunstancias y son altamente contaminantes de la forma oral.

Para concluir, se puede afirmar que cuando se toma un diccionario aymara, aún de los que se niegan a creer en la vocal final escrita, los léxicos de dicha lengua siempre terminan en una vocal, jamás terminan de otra manera. Y hasta los préstamos son adaptados con la vocal final cuando terminan en una consonante.

 

Referencias

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*. Doctor Honoris Causa por la Universidad Católica Boliviana San Pablo, e-mail: flpjayma@yahoo.com

 

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