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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  n.24 La Paz jun. 2010

 

Artículos Originales

 

Contra la ciudad genérica: tres visiones sobre la ciudad

 

 

Javier Bedoya Sáenz

 

 


Resumen:

La arquitectura latinoamericana se ha planteado reformular su perspectiva teórica sobre el paisaje urbano de las ciudades latinoamericanas, en oposición a la visión uniformada que plantean la realidad y la arquitectura europeas. Para ello se plantea un nuevo modelo de paisaje, la ciudad geológica, frente a las dos perspectivas previas, la ciudad gastronómica y la ciudad etnofágica.

Palabras clave: Paisaje urbano, diferencias culturales, policulturalidad, participación ciudadana, movilidad social.


Abstract:

Latin American architecture has been raised to reformulate its theoretical perspective on the urban landscape of Latin American cities in opposition to uniformed vision and reality posed by European architecture. This raises a new model of landscape, geological city, compared with the two previous perspectives, the gastronomic city and the ethno-fagic city.

Key words: City-scape, cultural differences, poly-culturalism, citizen participation, social mobility.


 

 

Introducción

El año 2008, en la VI Bienal Iberoamericana de Arquitectura,realizada en Lisboa, se organizó una mesa redonda para debatir el tema de la reconstrucción1 del paisaje urbano. En el desarrollo de las ponencias de los arquitectos que conformaban esta mesa se pudo apreciar las grandes diferencias teóricas que sobre la ciudad han ido desarrollando los arquitectos europeos y los latinoamericanos. En general, los profesionales europeos proponían una visión del paisaje urbano a partir de una certeza: que sus ciudades ya están consolidadas y, por tanto, su preocupación debe centrarse en el medioambiente y la reconfiguración de sus paisajes urbanos bajo lineamientos y normas internacionales de sustentabilidad.

Los arquitectos latinoamericanos estábamos plenamente convencidos de que nuestras ciudades están viviendo descontrolados procesos de expansión y de participación ciudadana que rebasan toda imaginación e iniciativa profesional. En nuestras ciudades, ese crecimiento no sólo ha sobrepasado la iniciativa de nuestros profesionales; lo peor es que los gobiernos nacionales, regionales y locales han logrado invisibilizar los procesos de participación ciudadana, anulando intencionalmente cualquier ser dejado de lado y que es de gran valor al momento de planificar una ciudad y pensar la construcción de su paisaje urbano. Esta forma de ver y entender la ciudad, que requiere de otras disciplinas que complementen la aproximación, visión y práctica profesional de los arquitectos en la ciudad, exige un compromiso de sus intelectuales para la recuperación de los habitantes, sus culturas, sus redes sociales y sus prácticas cotidianas de vida y de apropiación del espacio, en este caso, el urbano.

La propuesta de los arquitectos latinoamericanos en Lisboa fue realizar una lectura de nuestras ciudades desde otra perspectiva: la de visibilización y valoración de todos sus habitantes y no sólo de sectores de ellos. Sólo con esta forma de ver se puede recuperar a los habitantes, trocándolos de simples objetos de la planificación en sujetos creadores de ciudades más inclusivas. Esta forma de leer la ciudad no es fácil; pasa por desarrollar un proceso que transforme la actual enseñanza que sobre las ciudades se da en nuestras universidades y centros de estudio; pero es, quizá, la única que puede posibilitar a nuestros profesionales el conocimiento histórico que les permita actuar en ella con el objetivo de tener ciudades mucho más humanas y, consecuencia de esto, mucho másvisibles.

El resultado final de la mesa no pudo conciliar estas dos posiciones. Los expositores europeos planteaban sus propuestas desde el campo de la sustentabilidad y la utilización de tecnología de avanzada -pero apropiada-, como única forma de garantizar la sustentabilidad del planeta; los expositores latinoamericanos proponíamos la necesidad de comprender el paisaje urbano desde la perspectiva que permite una visión “geológica” (Smith, 2000:194); es decir, como el resultado de propuestas y acciones en el tiempo “que generaron y siguen generando una estructura estratificada o en capas de experiencias sociales, políticas y culturales establecidas por generaciones sucesivas de una comunidad identificable”; propuestas y acciones urbanas que deben considerar a la ciudad como el espacio de vida de todos sus habitantes. Al entender no sólo la evolución morfológica de una ciudad, también su composición estratificada y, fundamentalmente, las condiciones de vida, tanto grupales como individuales de sus habitantes, estaremos mucho más capacitados para imaginarnos y participar en la creación de un paisaje urbano diferente. Con esta forma de ver y actuar con seguridad podremos aportar desde nuestra disciplina y en interacción con otras, en la construcción de ciudades mucho más humanizantes e inclusivas.

Lo que sí quedó claro al final del evento fue: primero, que en el quehacer cotidiano de la mayoría de los profesionales arquitectos, europeos y latinoamericanos, el tema del paisaje urbano ha sido dejado de lado por muchos años; segundo, que las dos líneas de pensamiento son válidas, y tercero, que ambas requieren de un análisis y una conceptualización y teorización mucho más profunda que la existente.

La percepción de un gran descuido frente al tema no nos fue extraña, ya habíamos percibido y comprobado esta realidad en nuestro medio. Para preparar la propuesta a ser planteada en Lisboa, el equipo se propuso delimitar el tema al paisaje urbano de la ciudad de La Paz; pero, conforme se fue buscando y recolectando información, se fue confirmando algo que desde el inicio nos preocupaba: a excepción de textos importantes3 donde el tema del paisaje era solamente una parte de su contenido, en nuestro país y en nuestra ciudad poco o nada había sido desarrollado en forma teórica sobre este tema4.

Lo que más nos impactó fue comprobar que los arquitectos de la Prefectura y los municipios de ciudades tan importantes como La Paz y El Alto, encargados del desarrollo urbano y su supervisión, no tenían conocimiento alguno sobre sus ciudades, sus orígenes y su desarrollo. Menos aun tenían alguna idea prefigurada del tipo de paisaje urbano que se había producido en los procesos de expansión y del que se estaba produciendo con la aplicación de los reglamentos de uso del suelo y de edificaciones que ellos se encargaban de hacer cumplir. En el tiempo que se desarrolló la ponencia, la Directiva del Colegio de Arquitectos de la Ciudad de La Paz estaba enfrascada en un debate con el Gobierno Municipal de la Ciudad de La Paz respecto a las nuevas intervenciones en uno de los espacios públicos más importantes de la ciudad: la Plaza San Francisco, la Pérez Velasco y sus alrededores y, a la mayoría de los arquitectos esto no les interesaba; su preocupación estaba centrada en lograr que la aplicación del nuevo Reglamento de Edificaciones les permitiera utilizar, al momento de construir, la mayor superficie de suelo del predio y edificar la máxima altura posible. Por último, estaba la inquietud que nos causó el darnos cuenta de la existencia de un grupo, bastante importante, de arquitectos y profesionales dedicados a la enseñanza de la ye?, y que fueron desarrolladas superficialmente en esa Mesa Redonda de Lisboa, son las que dieron origen a este análisis que hoy ponemos a consideración.

El texto propone que existen tres formas de ver, entender e intervenir en nuestras ciudades y que a cada una de estas ópticas le corresponde un tipo de premisas que justifica diferentes modos de acción e intervención. Re-tomando lo planteado en Lisboa, la tercera visión sobre la que trabajaremos es la que hemos llamado “visión geológica”, y demostraremos por qué la consideramos como la adecuada para aproximarnos, ver, entender y transformar nuestras ciudades.

 

1. Premisas que sustentan las visiones

Luego de entrevistar a arquitectos y empleados de los municipios de La Paz y El Alto, estamos convencidos de que en nuestras ciudades la idea de construir un paisaje urbano es algo secundario. Esta actitud responde a una formación académica que ha logrado imponer una línea de pensamiento propia de la modernidad y que se sustenta en una serie de premisas que iremos analizando y que, fundamentalmente, están enmarcadas dentro de dos visiones que, aunque no son iguales, se complementan y terminan generando una serie de intervenciones en la ciudad, en una tendencia que va desde la segmentación hasta la negación de todo aquello que puede ser considerado como singular, con el objetivo de vender la ciudad.

A la primera visión la hemos llamado, siguiendo la teoría de Smith, una “visión gastronómica”(Smith, 2000:185), y está relacionada con esaciudad en distintas universidades y centros de enseñanza del país, que tampoco estaban interesados en el tema y, por lo tanto, nunca se habían preocupado de investigarlo ni de involucrar a sus estudiantes en ello.

Esas reflexiones, que se iniciaron el año 2007 con preguntas como ¿qué es el paisaje urbano?, ¿quién lo construye? o ¿quien y cómo lo reconstruetapa de segmentación que nuestras ciudades viven. Nos referimos a la segunda como una “visión etnofágica” y la hemos bautizado así porque, una vez segmentada la ciudad, quienes detentan el poder tienen la posibilidad de fortificar y consolidar ciertos segmentos, en detrimento de otros, para ofertarlos y venderlos a instituciones internacionales y capitales trasnacionales que, apoyados por los gobiernos nacionales, regionales y locales, devoran nuestras ciudades. Esta segunda visión es propia de una época en la que se compite por producir ciudades genéricas, tal cual las describe Koolhaas (2007) y pertenece a lo que Zigmunt Bauman llama la “modernidad líquida” (Bauman, 2005a), en la que solo ciertos segmentos de la ciudad se solidifican de acuerdo a ciertas visiones, creencias, necesidades, normas y parámetros internacionales, anulando así sus particularidades y que, juntándose con otras áreas bastante marginadas, generan la liquidificación de la ciudad.

De estas dos visiones, la segunda sólo es posible cuando la primera ha sido impuesta por quienes detentan el control de nuestras ciudades.

 

2. La visión gastronómica

El caos ha hecho su entrada en las ciudades.Carta de Atenas, 1933.

Lo que ha permitido la visión gastronómica es ver la ciudad solamente como una composición de elementos sueltos que se producen por la intervención, en un territorio, de grupos humanos que aportan aisladamente a la ciudad desde sus culturas. Esto es lo que ha dado como resultado esa imagen que existe en la mente de la mayoría de quienes tienen algo que ver con la ciudad, de un caldo compuesto por “una variedad de ingredientes de diferentes sabores y orígenes”(Smith, 2000:186). Quizá esta visión es ideal para la administración y gestión de una ciudad, pero no para quienes están más preocupados por la humanización de ellas. El mayor problema que tiene es que, en su aplicación, se encarga de anular cualquier posibilidad de análisis profundo de la forma en que estos ingredientes se estructuran o de lo que estructuran. Es decir que, quienes ven desde esta óptica, están imposibilitados de entender la ciudad como un hecho social, como una comunidad real que se identifica con un territorio y que se desplaza dentro de él generando una densidad social donde se entretejen diferentes formas de socialidad y sociabilidad totalmente opuestas a lo que ellos desean.

Esta visión, casi generalizada, de nuestros arquitectos, urbanistas u otros profesionales encargados de la gestión, construcción y administración de la ciudad, se ha originado alrededor de los años 50 y no ha variado desde entonces, más por el contrario, se ha fortalecido. Está sustentada en la concepción moderna que sobre la ciudad creó todo el movimiento de los CIAM entre 1928 y 1956, lo que no estaría nada mal si es que, de los documentos teóricos producidos por ese movimiento, se recuperaran las visiones del valor de la región, del territorio, de los habitantes de una ciudad y de la política; pero esto no es así.

Desde hace mucho tiempo las carreras de arquitectura, al igual que las instituciones internacionales y nacionales, siguen insistiendo en la enseñanza y puesta en práctica de un “urbanismo” basado en la zonificación de la ciudad. En el campo académico, al igual que en el medio profesional de nuestro país, lo único que -lamentablemente- ha quedado grabado y que se enseña y practica, es el arte de zonificar estratificando y segmentando la ciudad para que sea más fácil administrarla e intervenir en ella, pero esencialmente -aunque los operadores actuales no lo perciban de esta forma- para que la ciudad mantenga un orden preestablecido y definido por ciertos grupos de poder existentes en ella.

Los instrumentos más utilizados para el logro de este objetivo han sido los Planes de Desarrollo de la Ciudad y los Reglamentos de Edificaciones. Estos Planes y Reglamentos permiten proponer y justificar, en una óptica utilitarista y de poder, la segmentación de la ciudad. Supuestamente lo que conseguirá esta zonificación de la ciudad es brindar, a todos sus habitantes,buenas pero diferentes condiciones de vida y logrará la existencia controlada de diferentes paisajes urbanos. La diferencia estará dada por la ubicación de un segmento de ciudad respecto a su centro urbano -y de poder- y dependerá de la cultura, creatividad y poder económico del grupo social a quien se le impondrá el reglamento. Esta forma de control que ejercen quienes están a cargo de la gestión y administración de la ciudad es una clara práctica de poder utilizada para definir los límites de las áreas en las que a ellos les interesa invertir, pero paralelamente define ciertos bordes que, aunque son virtuales, delimitan físicamente el territorio dentro del cual los diferentes grupos sociales y culturales pueden y deben moverse.

Esta visión, que a simple vista parece favorecer el multiculturalismo de nuestras ciudades, lo único que hace es sugerir un menú gastronómico. La ciudad es un listado de grupos sociales diferenciados a partir de su pertenencia a una cultura, un menú con una variedad de sabores que se expresan en el paisaje urbano a través de sus expresiones culturales y de la imagen que produce la sumatoria de sus construcciones tras la aplicación de un reglamento.

Como lo remarca Bauman (2002:208), esta visión sugiere sistemas o totalidades culturales-cada uno de ellos más o menos completo y autoabastecido, cada uno de ellos integrado- que conviven uno al lado del otro sin mezclarse, con valores y preceptos culturales propios de cada grupo; la ciudad solamente les brinda el territorio pero no les da cobijo, no los hace parte de ella, no se encarga de romper sus límites, de abrirlos, de generar posibilidades para que cualquier habitante tenga la libertad de decidirse a salir de un grupo para ingresar a otro, o permitirle la decisión de ir y venir entre culturas.

De esta forma, la ciudad no está comprometida en propulsar una movilidad cultural y, por lo tanto, no está preocupada en formar una ciudad “policultural” (Bauman, 2002:208) que integre; está mucho más interesada en aplicar una zonificación que disgregue, que separe en función de pertenecer a un barrio o de haber nacido en un grupo cultural que, inconscientemente, supone que el ser parte de él es no estar contaminado y que, estar fuera de él o pasar de uno a otro, es, si no una traición, por lo menos una actitud que produce contaminación.

Pero los gobiernos, sean estos nacionales, regionales o locales se sienten satisfechos con esta situación, están convencidos de que han cumplido con la época y, parafraseando a Bauman (2005c:33), se enorgullecen de la fragmentación de la ciudad como su realización principal. La fragmentación es la fuente primaria de su vigor.

Parecería que los administradores no tienen otra visión ni preocupación que definir los límites que definen los segmentos. El fin de su actividad se ha convertido en controlar y proteger ciertas soberanías a través de las demarcaciones. Para que esta visión se imponga se ha recurrido a tres premisas que dan origen y justifican esta visión:

La primera tiene que ver con la idea, planteada por Lefebvre hace 40 años, de que este mundo está cada día más urbanizado y, por lo tanto, la ciudad tiende a ser un continuum que en su desarrollo irá devorando al campo. De esta forma, el campo se convertirá en ciudad y el campesino desaparecerá para convertirse en un ser urbano (Lefebvre, 1980).

Si aplicamos esta premisa a nuestra realidad, veremos que se crean tres situaciones que hasta los años cincuenta no existían: primero, esa ciudad así conformada ya no es más la ciudad que había existido en función a su región, donde el campo era parte fundamental para la existencia de aquélla y donde su espacio central pertenecía a un grupo de poder claramente definido; segundo, ese campesino que se transforma en ser urbano al llegar a la ciudad no llega a ella llamado por la curiosidad que ciudad diferenciada a través de diversos paisajes urbanos. Esto hace que cada barrio se convierta en una especie de bolsón o gueto que, en su definición morfológica, lo que hace es, por una parte, demostrar a los habitantes de la ciudad y a todos los que son extraños a él, la existencia de una unidad. De esta forma el barrio se ha convertido en el espacio ideal para que diferentes grupos etáreos, olvidados por los administradores de la ciudad y, por lo tanto, marginados de ella, refuercen su pertenencia a él mediante la conformación de grupos diferentes. El caso de los jóvenes es un ejemplo de esta situación; por lo general, la forma de organización de este grupo etáreo son las pandillas, las que, producto de una imagen construida por ellos para diferenciarse, su movilidad por la ciudad y la penetración a otros barrios, se hacen visibles y se convierten en lo que los estudiosos de este tema han venido a denominar tribus urbanas (Costa, Pérez Tornero y Tropea, 1996).

La otra consecuencia es que esta demarcación del territorio genera una muralla virtual-que muchos, al interior del gueto, propugnan que sea física- que brinda una sensación de seguridad a todos los que viven en su interior; esto es lo que da, luego, el justificativo para la existencia de esas pandillas, la necesidad de controlar las fronteras e impedir cualquier tipo de ruptura, producida por los de fuera, de un orden tácitamente establecido al interior del gueto. Quizá debamos pensar, en el caso de nuestra ciudad, en si éste no es el origen de la existencia de una cantidad cada vez mayor de linchamientos en diferentes barrios.

La segunda premisa que sustenta esta visión gastronómica es la que nuestros profesionales rescataron de los CIAM. Para ellos, esa ciudad moderna -como la que define Lefebvre- es diferente a todas las que existieron anteriormente; su paisaje urbano muestra el desarrollo alcanzado como ciudad y el desarrollo de la ciudad es la clara muestra del desarrollo de sus habitantes como seres superiores respecto a los que aún permanecen en el campo5. Esta forma -propia de la modernidad occidental- de medir el desarrollo es la que mentalmente crea y justifica la diferencia entre una ciudad y otra. Se genera simplemente cuando quienes las administran sólo son capaces de visualizarlas como una máquina que, como tal, debe tener todas sus partes ubicadas dentro de un orden preestablecido; conformando un sistema en el que cada una de ellas sea imprescindible para su funcionamiento.

El objetivo y la necesidad de implantar este orden se dio fundamentalmente para lograr una rápida y ordenada inclusión de los antiguos habitantes rurales, transformados por diferentes procesos migratorios en los nuevos habitantes de la ciudad, al sistema de producción industrial.

En la época en que se desarrolló este planteamiento la propuesta buscaba hacer frente a un rápido proceso de deterioro de las ciudades por la excesiva utilización de las máquinas. Para revertir esta situación se planteó un camino: transformar las ciudades para que permitan el uso de las máquinas y para que aprovechen, en mejor forma, sus condiciones como ciudades industriales; para ello había que convertir a los habitantes rurales en urbanos, y a la mayoría de los habitantes urbanos en trabajadores fabriles.A fines del siglo XX, esos trabajadores fueron los que obligada-mente tuvieron que transformarse en empleados, y, hoy en día, a inicios del siglo XXI, como producto de la crisis económica mundial, son los mismos que no tienen más opción que pasar a la categoría de subempleados o desempleados.

El instrumento de la zonificación de la ciudad y de la vivienda en espacios para habitar, descansar, trabajar y circular, fue el que en su implementación estableció la visión de una ciudad compuesta por partes. Buscaba acabar con la ciudad antigua pero también buscaba estratificar la ciudad para diferenciar propietarios de trabajadores y para obtener algo que la ciudad antigua había ido perdiendo: la seguridad. Dos tipos de seguridad se lograron al inicio: la primera fue la que lograron los propietarios frente a los trabajadores, y la segunda, la seguridad de que las condiciones para alcanzar una rápida recuperación de las fuerzas de trabajo estaban dadas allí donde se debían ubicar los trabajadores. Es dentro de esta línea de pensamiento utilitarista que surgió el urbanismo. Fue la ciencia que, amparada en un manto de racionalidad, se encargó de segmentar, ordenar los segmentos y controlar -a través de Planes y Reglamentos- el crecimiento de las ciudades como suma de partes. Es esta visión a la que hemos llamado “visión gastronómica”, y nos es muy difícil entender como se la sigue aplicando en nuestras ciudades aún hoy en día.

La tercera premisa es aquélla que supone que el paisaje urbano es propiedad de alguien y que ese alguien -generalmente los gobiernos nacionales, regionales o locales y casi nunca los habitantes- están en todo su derecho y tienen todo el poder y toda la capacidad para imaginárselo, plantearlo, gestionarlo y controlar su ejecución a través de algún tipo de normativa que justifique la sanción a quienes, por algún motivo, aunque sea de tipo humanitario o ecológico, impidan o perjudiquen la puesta en práctica de su visión.

Lo peor sucede cuando esos dueños del paisaje urbano sueñan, no con una ciudad mucho más humanizada, sino con una ciudad que se pueda vender a nivel internacional; para ello se encargan de “crear una imagen propicia para la inversión privada internacional” aun a costa de sus habitantes (Bedregal 2003). Algo que es aun peor es que esa imagen que se vende no logra una inversión cuyo impacto alcance a toda la ciudad, alcanza solamente a la parte que se vende, y el resultado es la adición de un ingrediente más -las más de las veces totalmente ajeno a la ciudad- a la receta gastronómica que se les ofreció a los inversores externos e internos y que luego implicará un alto costo económico para toda la ciudad porque debe ser vendida a los habitantes de la ciudad a través de fuertes campañas publicitarias que tratarán de convencerlos de la importancia de ese objeto para nuestro desarrollo; en detrimento, muchas veces, de inversiones tendientes a la formación e inclusión ciudadana.Esta premisa implica abordar un tema que generalmente ha sido invisibilizado y que deberá ser tratado con mayor profundidad: “el poder y sus contra-poderes”.

En las tres premisas se puede apreciar claramente que el poder es una constante del accionar administrativo de la ciudad; sin embargo, cuando se trata el tema de la ciudad en las universidades u otros centros de estudio, el tema del poder y los contrapoderes, generado al interior de las ciudades y fuera de ellas, es dejado de lado. Por otra parte, en toda campaña publicitaria, sea nacional, regional o local,el gobierno no visibiliza este tema. Creemos que otro tipo de visión, la visión geológica, nos permitiría encarar con mayor seriedad y profundidad el tema.

Dentro de lo que esta visión produjo en la ciudad de La Paz, y solamente como ejemplo, podemos describir dos intervenciones que son resultado de esta forma gastronómica de ver la ciudad. La primera se refiere a la división de la ciudad de La Paz en dos partes: la ciudad de La Paz y la ciudad de El Alto. Esta segregación se ha dado en el año de 1985, y en términos administrativos y económico-financieros elevó a la ciudad de La Paz a rango de “ciudad desarrollada” y convirtió a la ciudad de El Alto en un desecho de aquélla. Esto permitió a la gestión municipal paceña de fines de los ochenta acceder a una serie de prestamos de organismos internacionales que fueron utilizados para una mayor segregación de la ciudad a través de la creación de cinco Centros Distritales (y la construcción de un parque en el distrito sur, donde ya existía un Centro Distrital), que debían constituirse en el modelo formal para la generación de un nuevo paisaje urbano en cada uno de ellos (Bedoya, 2000).

El otro ejemplo es el tema de la seguridad ciudadana, uno de los más graves problemas que esta forma de entender y administrar la ciudad ha traído consigo y que hoy se reclama. El problema no podrá resolverse si seguimos viendo e interviniendo en la ciudad de la misma forma. Tampoco el Estado podrá hacer algo; en este tema, “confiar en que el Estado haga algo tangible para mitigar la inseguridad no es mucho más realista que acabar con la sequía mediante la ciudad, lo que en ella vive y existe y lo que ella implica; esto como única posibilidad de recuperar a los seres humanos que en ella habitan y de brindarles las mejores condiciones de vida. Esto supone que, para actuar de esta forma, es necesario cambiar esa “visión gastronómica” de la ciudad por otra, a la que hemos llamado “visión geológica”.

 

3. La visión etnofágica

Si el mundo de las diferencias no existe en la tierra, entre todos los países que nuestra percepción uniformiza, con mayor seguridad aún no existe en el “mundo”. ¿Pero, de hecho, existiría en alguna parte? Marcel Proust

Como lo plantea Bourdieu (1997) y tal como lo recuerda Patzi (2007), corresponde al Estado -en el caso de las ciudades, a los gobiernos regionales y locales- generar y poner en práctica mecanismos de integración. En nuestras ciudades, ¿cuáles pueden ser esos mecanismos capaces de integrar lo que intencionalmente ha sido segmentado?

Tres son las premisas que se han utilizado desde los gobiernos regionales y locales para este fin. Utilizando discursos y acciones propias de instituciones liberalesseha logrado que, a través de fuertes y costosas campañas mediáticas, se conviertan en compromiso y espacio de participación de cada uno de los segmentos paralograr invisibilizar diferencias. El objetivo era conseguir una imagen de unidad e igualdad que permita vender la ciudad a capitales tanto nacionales como trasnacionales, que son los que terminan beneficiándose con el usufructo de la ciudad. A esta forma de ver e intervenir en la ciudad hemos denominado “visión etnofágica”. Si la modernidad había nacido para liquidificar las estructuras sólidas de una época anterior, si su objetivo era destruir las armaduras protectoras de las instituciones que se habían solidificado de tanto aplicar en forma descontrolada una serie de convicciones, si lo que buscaba era “profanar lo sagrado: la desautorización y la negación del pasado y, primordialmente de la tradición -es decir, el sedimento y el residuo del pasado en el presente” (Bauman, 2005a), lo que terminó haciendo fue reemplazar dichas instituciones por otras que rápidamente alcanzaron el mismo grado de solidez que las que habían remplazado. Con la ciudad la historia no fue diferente. Esa visión gastronómica de la ciudad lo que hizo fue crear un sistema de administración que permitió la solidificación de cada una de sus partes.

La aplicación forzada de cualquier Plan de Desarrollo en la ciudad lo que en última instancia buscaba era segmentar y fortalecer distintas partes de ella; la normativa que se imponía desde los Reglamentos de Edificación lo que hizo fue solidificar cada una de las partes. De esta manera, la ciudad llegó totalmente segmentada a los años 80, cuando las premisas fueron variando en busca de una institución -en este caso la ciudad- mucho más permeable a la inversión extranjera y no en busca de una mayor integración.

Creemos necesario realizar un paralelismo entre nuestro país y nuestras ciudades. Dos son los problemas que se han generado en nuestras ciudades y que se expresan en la vida diaria; por un lado, si las ciudades están intencionalmente segmentadas, debemos suponer, por una consecuencia lógica,
que el país también está segmentado y desintegrado. Y si el mecanismo de integración que impone el Estado al país, y los gobiernos regionales y locales a nuestras ciudades, está sustentado en la inversión de capitales extranjeros y no en la recuperación de las diferencias de nuestras culturas e identidades, terminamos convirtiéndonos en un país totalmente dependiente, en el que no solamente las potencialidades propias de nuestras culturas quedan totalmente anuladas desde el poder sino que quedan anuladas todas las vías posibles de una integración policultural, a no ser que esta vía surja de una acción coordinada de grupos o movimientos sociales interesados en lograr este objetivo a través de lo que Patzi ha llamado “focos de resistencia y rebeldía” (Patzi, 2007).

Volviendo a las tres premisas de las que hablábamos, éstas no necesariamente responden a un orden preestablecido y, por lo tanto, las hemos ordenado ubicando en primer lugar a aquélla que permite la organización y puesta en práctica de la etnofagia y luego a las otras dos, que se convierten en los supuestos teóricos de la modernidad a los que la administración recurre.

La primera premisa tiene el mismo sustento -el poderque la última que trabajamos dentro de la visión gastronómica, pero mantiene una diferencia sustancial. Aunque tiene que ver con quien se siente, sino el dueño, por lo menos el guardián del paisaje urbano de nuestras ciudades, lasformas de acción que utiliza en sus intervenciones en la ciudad son diferentes. Con una visión etnofágica, quienes detentan el poder recurren a definir, a través de los Reglamentos de construcción, normas básicas previamente consensuadas con los inversores, que lo único que norman son los anchos de vía y el volumen edificado; el resto, que es lo que tiene que ver con los habitantes, el contexto y la imagen generada -en otras palabras con definiciones estéticas y de calidad de vida- queda supeditado a la libertad de los inversores o de los propietarios, quienes, de esta forma, se sienten involucrados y comprometidos en la construcción de la ciudad y su paisaje. Es así como el paisaje urbano deja de ser, frente a la mirada del habitante, propiedad de quienes detentan el poder y se convierte en un compromiso de los habitantes. Lo que ellos no perciben es que antes de implantar el Reglamento ha habido una negociación previa del gobierno local con los inversores en la cual se han determinado las zonas de intervención privada, las infraestructuras que el Gobierno debe instalar para favorecer su inversión y los espacios públicos en los que el Gobierno in-uniforme, ubicada en el espacio y rodeada por la nada; en el que lo ideal fuera que habitaran unos inagotables seres-máquina. De esta forma, buscan anular todo lo que genere diferencia, ya sea al interior de la ciudad o entre ésta y otras ciudades.

El objetivo que persigue esta forma de ver y actuar es encontrar, dentro de esa enorme variedad de ingredientes que hacen la ciudad, y que ellos mismos han producido, algo que no diferencie los ingredientes y que liquidifique la ciudad para convertirla en una unidad neutra llamada ciudad genérica. (Koolhaas, 2007). No es esta una unidad a partir del manejo del territorio y de la comprensión de sus diferentes niveles y estratos geológicos. Tampoco es una unidad a partir de la aceptación y comprensión de la policulturalidad de nuestras ciudades; por el contrario, lo que para ellos genera esa unidad es el discurso propio de la modernidad de la existencia de un solo mundo donde el territorio es únicamente un soporte que no cuenta y donde los habitantes son todos seres humanos iguales por el solo hecho de habitarlo. Como lo señalábamos anteriormente, a estos dueños del paisaje urbano lo que les interesa es la venta de la ciudad a capitales tanto nacionales como internacionales y la competencia por alcanzar un lugar privilegiado dentro del “sistema mundial de ciudades”. Para el logro de este objetivo se realizan inversiones en objetos que, diferencias más o menos, son solamente imitaciones de lo que otras ciudades ya tienen. La premisa es que debemos ser iguales para vendernos y, una vez que vendamos nuestra ciudad a esos capitales, será vendida a los habitantes de la ciudad a través de fuertes campañas publicitarias que tratarán de convencerlos de la importancia de ese objeto y esa inversión para nuestro desarrollo.

Esta visión de la ciudad nos ha llevado a creer que elpaisaje urbano sólo puede tener algún valor en la medida en que se adscriba a una de estas dos líneas: o es el resultado de una planificación total de la ciudad que pretenda generar una imagen urbana neutra y de tipo universal, cuyo objetivo final sea la captación de inversiones, o es una escenografía, favorecida por la segmentación de la ciudad, que permite que cada una de las partes se oferte como la diferencia que complementa al todo y, por lo tanto, al igual que la anterior alternativa, en última instancia sea vendida.

Y es aquí donde aparece la tercera premisa. Tiene que ver con la certeza que produjo la modernidad de la existencia de un hombre universal que es un trabajador por naturaleza, igual a todos los demás hombres, que nunca se extinguirá y que, nacido en cualquier parte de un mundo supuestamente uniforme para todos, lo puede habitar de igual forma y con los mismos recursos tecnológicos donde quiera que se encuentre. Esto ha generado una peligrosa certeza de la modernidad que la enunciaremos acá: la de que el hombre, al ser igual y al vivir en un soporte similar, ha creado, en cualquier lugar que lo haya hecho, los mismos recursos e instrumentos para habitar en este mundo. Cuando se trata el tema del desarrollo, éste es uno de los puntos que sustentan la necesidad de medirlo; la idea de que, al ser todos iguales y al producir los mismos recursos y tecnologías, quienes han producido más tecnología que otros son los más avanzados, mientras que los menos avanzados solo tendrían que ir utilizando la tecnología ya creada para ir desarrollándose, siempre detrás de los primeros.

Como lo enunciara Koolhaas (2007), esta apuesta de quienes administran nuestras ciudades por alcanzar la semejanza a otras ha desterrado toda posibilidad de aceptar las diferencias y nos obliga a despojarnos de ellas para convertirnos en habitantes inexpresivos de ciudades sin identidad. Corresponde a este tipo de visión la actuación que los gobiernos locales tienen sobre la ciudad; al no poder definir el paisaje urbano definen el ancho de las vías que implementarán para favorecer el libre y rápido paso del automóvil, y no del peatón. Serán esas vías las que estructurarán la ciudad y estarán pensadas para que la mayor cantidad de habitantes puedan desplazarse de un punto a otro, en el menor tiempo posible y en la mayor cantidad posible. De esta forma, los habitantes han dejado de ser un interés como seres humanos, interesan solamente como número o como los que pagan impuestos para invertiren vías, espacios públicos -solamente plazas y parques, que son cercados inmediatamente para que los habitantes sólo puedan observarlos, pero no disfrutarlos, a no ser que paguen para ello- e infraestructura, allá donde se ha comprometido con los inversores.

Esto ha originado que principalmente en los centros urbanos históricos -o centrales- sea donde se realicen las mayores inversiones en infraestructura.Hay tres motivos para ello: primero, que la infraestructura ha dejado de pertenecer al campo de los servicios para trasladarse al espacio de las inversiones y la competencia económica que hoy en día soportan nuestras ciudades, donde hay muchos inversores tratando de alcanzar las mayores utilidades en un lugar que, con seguridad, les permite esto; segundo, la necesidad que existe de agilizar el tráfico vehicular por una zona donde se da una excesiva concentración de bienes y servicios, y tercero, porque hay que hacer olvidar a los habitantes de nuestras ciudades que, precisamente en ese lugar, se detenta el poder y se define el destino de nuestras ciudades. Hay que darles a los habitantes tranquilidad al transitar por el centro, y para ello hay que invertir lo que sea necesario para crear la sensación de que allí no pasa nada, aunque todo lo que se construye contamine mucho más que todo lo que allí convive.

 

4. La visión geológica

Volver a empezar no es volver hacia atrás,no es rasgar y dividir hasta el infinito los episodios de la vida, no es descansar sobre el pasado. Es redescubrir el origen. Toni Negri. Comprender la informe mancha urbana de la ciudad de La Paz sólo es posible si se entiende que los que ostentaron el poder hasta ayer hoy escapan despavoridos a refugiarse tras los cerros.olver a empezar no es volver hacia atrás,no es rasgar y dividir hasta el infinito los episodios de la vida, no es descansar sobre el pasado. Es redescubrir el origen.

René Poppe.

Planteada por Williams (2001)en contraposición a las anteriores premisas, tiene que ver con la idea de que el paisaje no es algo físico, sino la producción mental de un tipo de espectador, sustraído del mundo de trabajo y capaz de permitirse una distancia en relación a aquél. En esta perspectiva, el paisaje deja de ser una construcción estética para convertirse, simplemente, en un punto de vista. Es una especie de mirada romántica de alguien que, subido a una cinta transportadora, ha retornado a un lugar desde donde tiene una perspectiva casi heideggeriana de retorno al origen, que le permite reconstruir sus recuerdos y soñar con un futuro mejor.

Nuestras ciudades están llenas de ejemplos de lo que produjo esta forma de comprender el paisaje como un retorno a lo vivido o conocido. Fue fríamente aplicada por los colonizadores europeos y muchas de nuestras ciudades llevan en el nombre, su ubicación geográfica o su forma, la impronta de esta forma de comprender el paisaje. Es esto lo que nos interesa; por una parte, el ejercicio del poder en la determinaciónmorfológica de la ciudad; pero también rescatar de esa mirada romántica su potencialidad y la posibilidad que brinda para comprometernos con la reconstrucción de nuestro pasado y la construcción de un futuro mejor. A esta forma de ver la hemos llamado “visión geológica”.

Es una visión totalmente opuesta a la que plantean los teóricos europeos, pero estamos convencidos que es la que necesitan ciudades como las nuestras, que no pueden y no deben ocultar sus particularidades físicas, sociales o culturales y por ello, los que están involucrados en su transformación deben quedar obligados a buscar otras direcciones para ellas, pero nunca dirigidas a alcanzar las características que fisonomizan a esa ciudad genérica.

Las características tanto topográficas como sociales de la mayoría de nuestras ciudades son muy diferentes a las de las ciudades europeas. En el caso de La Paz, su imagen está mucho más ligada a su topografía e hidrografía, a la existencia de ríos que la dividen y de cerros que la bordean y la cobijan. En ella cohabitan personas de diferentes lugares y culturas aún ligadas a su lugar de origen y que, con sus actividades, transforman y modifican día a día la imagen de la ciudad. Es por ello que quienes planifican, gestionan, y controlan su desarrollo nunca han logrado generar un paisaje urbano que sea capaz de, por lo menos, igualar la imagen que lo físico y lo social han producido.

Deleuze y Guattari (1997) se imaginan el espacio sedentario, estriado o estructurado a partir de una mirada poco profunda de algunas ciudades europeas, que los lleva a deducir que su orden, estructura y regularidad son impuestas por el Estado y que ciudades más desarrolladas, en vías de convertirse en ciudades genéricas, logran un dinamismo, afectos e intensidades originadas en su condición de liquidez y neutralidad. Ésta nunca podría ser la visión de nuestras ciudades; todo lo contrario, lo que las ciudades de Deleuze y Guattari niegan es su condición política; y lo que nuestras ciudades necesitan es que se las mire políticamente. Ese caos vital, al que Sieverts se refería y del que hablábamos al inicio de este texto, sólo es posible en nuestras ciudades por la existencia de diferencias y no de neutralidad, por la supremacía de lo comunitario por sobre el individuo, de lo indígena frente al mestizo, por las diferentes intensidades producto de expresiones culturales que la ciudad alberga día a día. Cada una de estas condiciones y cada una de estas relaciones define un orden social que es mutable y que es el que debe ir produciendo -y reproduciendo- el paisaje de la ciudad.

No es posible que visiones erradas nos lleven en una dirección equivocada. Queremos entender que esto se ha dado como producto del desconocimiento -las más de las veces intencional- que de nuestra ciudad han demostrado los que la administran; por ello, proponemos realizar una mirada geológica que vea la ciudad como “depósito del tiempo, como una estructura estratificada o en capas de experiencias sociales, políticas y culturales establecidas por generaciones sucesivas de una comunidad identificable” (Smith, 2000:194). Una mirada que penetre, capa por capa, estrato por estrato, acontecimiento tras acontecimiento, hacia los orígenes de nuestras ciudades. Una mirada que recupere las características políticas de cada nuevo acontecimiento, pero que conozca exhaustivamente las características del anterior; para que, de esta forma, podamos encontrar el sentido y la dirección que podemos y debemos seguir.

Creemos que lo que esta mirada nos permite es volver, paso a paso, al inicio, para volver a empezar en pleno siglo XXI. Es por ello que acudimos a la visión geológica, pensamos que es la única que “introduce un principio explicativo profundo, a saber, que el desarrollo moderno no puede comprenderse sin aprehender los contornos de formaciones sociales mucho más antiguas” (Smith, 2000:197).

En el caso de la ciudad de La Paz, es necesario entenderla como una ciudad en constante transformación y crecimiento y estudiar esa transformación y crecimiento analizando las características de cada uno de sus acontecimientos. Es necesario iniciar su estudio en el siglo XXI, ir penetrando hacia el siglo XX, los años 50, atravesar los inicios del siglo XIX, pasar por el periodo de la independencia, el cerco de la ciudad, hasta llegar al año 1548, al preciso momento en el que un grupo de habitantes indígenas, avistando a los españoles que bajaban decididos a asentarse en un caserío indígena ya existente en un valle pequeño y lineal al borde del Altiplano central suramericano, a 50 kilómetros del lago más alto del mundo, quedaron preocupados pensando que el caos había hecho su entrada.

 

Notas

1. La mesa, integrada por seis arquitectos iberoamericanos, tenía por nombre “(Re) Construir el paisaje”. Estaba conformada por arquitectos de Portugal, España, Argentina, Bolivia, Brasil, México y Uruguay. En ella pudimos apreciar las grandes diferencias teóricas que sobre la ciudad han desarrollado tanto arquitectos europeos como latinoamericanos: ellos con ciudades ya consolidadas y más preocupados por el medio ambiente y la “reconstrucción” de su paisaje urbano; nosotros, con ciudades en un descontrolado proceso de expansión y mucho más preocupados por las condiciones de ciudadanía de sus habitantes que por el paisaje urbano como tal.

2. Término acuñado por el planificador urbano alemán Thomas Sievertsm para referirse a la intensa dinámica económica, social y de expansión urbana que encontró en su visita a la ciudad de La Paz el año 1996.

3. Nos referimos a los textos “La Paz”, del arquitecto Álvaro Cuadros B. y “El espacio abigarrado de la ciudad de La Paz”, del arquitecto Juan Francisco Bedregal V., ambos presentados en Bienales Iberoamericanas de Arquitectura, donde obtuvieron mención.

4. Aunque esta situación no es diferente en ninguna ciudad de Bolivia. Se puede pensar que en la ciudad de Santa Cruz se está iniciando un proceso de recuperación de la ciudad utilizando dos caminos: el primero tiene que ver con la recuperación histórica de la ciudad a través de textos como el del arquitecto Limpias; el segundo es una intervención urbana importante que -estamos convencidos- tiene un sustento teórico invisibilizado intencionalmente por los grupos de poder que implementaron el proyecto. Desde un tiempo atrás venimos planteado la hipótesis de que el único proceso de diseño e implementación urbano es el que se produjo en la ciudad de Santa Cruz, donde se llamó a un concurso público para remodelar su plaza central a partir de un compromiso político de sus élites y con el objetivo de generar un hito urbano que forma parte de la creación de una mística identitaria de sus pobladores, nacidos allí o migrantes que, en los últimos años, han ido llegando a la que, hoy por hoy, es la ciudad más poblada de Bolivia y centro del movimiento reivindicatorio regional más fuerte e importante.

5. Es esta división campo-ciudad la que, a lo largo de nuestra historia, ha generado ciudadanos de primera y de segunda clase; y es la que hoy en día manejan varios teóricos para contrastar una forma de racionalidad con la que parecería actuar el Gobierno actual, catalogada como del “campo”, frente a las formas de acción de anteriores gobiernos que, supuestamente, aplicaban una racionalidad que sólo era posible alcanzar en la “ciudad”.

6. Un texto importante para entender el origen de algunos asentamientos españoles y la marca que dejaron en este laboratorio llamado América es Fernández (1998).

 

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