SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número24Panorama de la música en Bolivia. Una primera aproximaciónLas instituciones económicas en la nueva Constitución Política del Estado índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  n.24 La Paz jun. 2010

 

Artículos Originales

 

 

René Zavaleta Mercado: un retrato intelectual

 

 

Walter I. Vargas

 

 


Resumen:

El ensayo recorre críticamente la trayectoria intelectual de René Zavaleta Mercado, uno de los principales pensadores marxistas bolivianos, desde sus posiciones nacionalistas hasta su redescrubrimiento del fondo histórico de la formación social boliviana, pasando por su etapa propiamente marxista, a través de sus trabajos de teoría y análisis políticos e históricos.

Palabras clave: Marxismo, marxismo latinoamericano, formación económica social, nacionalismo, revolución social.


Abstract:

The test runs critically the intellectual trajectory of René Zavaleta Mercado, a leading Marxist thinkers Bolivian nationalists from their positions until their rediscovery of the historical background of the Bolivian social formation, through his Marxist phase itself, through its work in theory and political and historical analysis.

Key words: Marxism, Latinoamerican Marxism, economic and social formation, nationalism, social revolution.


 

 

Donde el hombre percibe un poquito de orden, se imagina inmediatamente mucho más.

Bacon.

1. Crecer con una revolución

La convicción de que la naturaleza puede dar saltos ya había sido rebatida durante el siglo XIX, como para sostener que el XX era el siglo de las revoluciones. Pero en algunos países nuevos que habían surgido al calor de la francesa, no fue sino más tarde que se antepuso como panacea para el desarrollo, como una necesidad. En Bolivia, por ejemplo, se ha discutido mucho acerca de la forma en que se llevó adelante la revolución nacional, hacia dónde debió conducírsela o cómo debió habérsela hecho, pero es impensable que alguien se pregunte si debió haber ocurrido. Esto en parte debido a la sensibilidad revolucionaria propia del mismo siglo XX: los países se hacen emocionantes cuando viven un cambio de este tipo, y, dada la raigambre alborotada del país, Bolivia tuvo que tener el suyo. Así, existe la revolución boliviana, como existen la cubana o la mexicana, pero no hay la guatemalteca o la peruana, aunque mal que mal todos estos países y América latina en su conjunto manifiesten la misma o parecida situación internacional actual.

Quiero decir que, vistos desde la lejanía temporal, los hechos asumen formas más difusas, pero esto siempre será muy cómodo y hasta prepotente con aquellos que se vieron enfrascados en los hechos como tales. Especialmente si existen en el momento ideologías pretendidamente comprehensivas y poderosas en circulación, como el marxismo o el nacionalismo revolucionario, es necesario considerar con justicia el entusiasmo, hasta de los inteligentes. René Zavaleta Mercado fue uno de éstos. Era todavía chiquillo cuando ocurrió lo de 19521, pero como, además de inteligente, era animoso y patriota, maduró al parecer muy rápidamente, de tal manera que fue postulado para diputado a los 24 años y dos o tres después promovido a la condición de ministro de minas, todo esto en el tercer cuatrienio, el último de esta famosa revolución. Porque en 1964, como se sabe, Paz Estenssoro salió del país arrastrado por las circunstancias.

Entonces Zavaleta ya era pater familias, o por lo menos tenía esposa, circunstancia que viene a cuento (siempre debiera ser así, si se quiere entender la vida de un hombre, salvo la de los solteros empedernidos, por supuesto) porque debe decirse que, para desconsuelo de la manera melodramática de ver las cosas del país, Zavaleta no salió inmediatamente exilado con su jefe Paz Estenssoro, una vez hubo tomado el poder Barrientos. Optó más bien por algo menos del gusto dramático con el cual los luchadores sociales suelen adornar sus propias vidas: se inscribió en la Facultad de Derecho de la Universidad Mayor de San Andrés, carrera que ya había iniciado en Montevideo, a donde había viajado en 1961, y donde además conociera a la uruguaya que hiciera su esposa un poco después.

Esto puede comprobar tanto la inteligencia y habilidad políticas de Zavaleta como la facilidad con la que se puede subir en las pirámides revolucionarias de los países latinoamericanos medianos y pequeños. Se podría decir que su método fue de learning by doing, de manera que estudiar Derecho después nada más fue una necesidad para trabajar en algún lugar, y con una carrera tradicional si las hay y hubo entre las élites de antes de la revolución2.

Fue en 1968 que realmente la dictadura trasladó a Zavaleta al Madidi, de donde al parecer salió hacia el exterior. A partir de entonces, se convirtió, por así decirlo, en un marxista profesional, como tantos otros latinoamericanos talentosos para las así llamadas ciencias sociales. No lo había sido siempre, por supuesto (de otra manera no habría sido nunca ministro de Paz), pero el hecho de que no haya dejado testificada está conversión, pues esta palabra tiene el suficiente alcance para dar a entender lo que significaba en aquella época ser o no comunista, quizá no hable sólo de su reticencia autobiográfica (escasamente, en realidad casi nunca, se puede leer en sus escritos alguna alusión personal a sí mismo o a sus compañeros de fe en la revolución latinoamericana), sino también del extravío de la razón, de la trampa intelectual a la que llevó el marxismo incluso en países que no estaban inmersos directamente en los conflictos mundiales.

En efecto, para una persona tan segura intelectualmente como era Zavaleta, tuvo que ser embarazoso explicar las contradicciones o hiatos de su perspectiva de los hechos y las personas de este confuso mundo. Esto se puede comprobar, por ejemplo, si se contrapone la imagen destructora que una y otra vez realizó de René Barrientos, el militar que tomó el poder por la fuerza tras haber fungido como vicepresidente de Paz, y lo que dice de él en un folleto político anterior, de 1964, convenientemente no incluido después en sus obras. Como integrante de un ejército que se había decidido por la revolución y por el pueblo, Barrientos era para Zavaleta un hombre de plena confianza en 1964, pero seis años más tarde, ya desde el exilio, se había convertido en el “déspota idiota”2, en el cretino de “personalidad notoriamente patológica” (Zavaleta, 1995:119), entre “rastrero y abrumado” (Zavaleta, 1995:120), que había traicionado a Paz Estenssoro y se había entregado en cuerpo y alma al imperio norteamericano.

Me estoy refiriendo a La caída del MNR y la conjuración de noviembre, un texto que escribiera en Londres en 1970, invitado por un amigo inglés estudioso del “caso latinoamericano”. No es lo más conocido de Zavaleta3, así que un lector no boliviano y no familiarizado con las historias nacionales de nuestros países latinoamericanos (e incluso las nuevas generaciones de bolivianos) puede perderse fácilmente en la trama intrincada de sus razonamientos. Pero si se tiene la suficiente paciencia y curiosidad, resulta realmente fascinante seguir este ejemplo de análisis político desde dentro de la gestación de un golpe de Estado típico de la región, aunque para Zavaleta haya sido uno especial, el que finalmente echó por tierra e hizo patente la derrota de la principal revolución boliviana.

Con un estilo alejado todavía del fosco y un tanto cansador teoricismo que se apoderó de él en sus últimos años de gabinete revolucionario, hace una imagen fija de ese breve periodo, ese pestañeo de la historia, para demostrar en qué medida la derrota de la revolución boliviana tuvo un causante directo en el imperialismo norteamericano, y cómo los propios bolivianos permitieron esto al no llevar la posibilidad de la dictadura del proletariado hasta sus últimas consecuencias. Así que aquí ya es Zavaleta un marxista en pleno, más aun, el Marx boliviano, que los muy politizados bolivianos no tuvieron en un Arze o un Almaraz, creo yo.

En cierto momento dice Zavaleta que el golpe de Estado de 1964 merece ser comparado con la conjura de Catilina, y de ahí el título, pero a decir verdad, llevados a la comparación con los tiempos de Roma, un cambio de mandamás en Bolivia debiera evocar más a una escaramuza, ya no de los germanos o galos, en su calidad de potencias de segundo orden de la época, sino de los alóbroges, en tanto semiestado vasallo del poder mundial central. (Plutarco, 1919: 259)

Este provincianismo zavaletiano se puede ver en la poca atención que brinda en su análisis a las propias complejidades insondables de la política norteamericana, así como, hay que decirlo, en sus particulares dosis de locura. Aunque más no sea que para conocer mejor al enemigo, hasta un correligionario de Zavaleta debió haber esperado de él mayor preocupación acerca de las características de las entrañas de ese omnímodo imperialismo. En cambio, afirma que no importa diferenciar “el veneno de su envoltura”, en alusión a los esfuerzos que hacía Paz Estenssoro para entender la conspiración como proveniente del Pentágono, no del Departamento de Estado.

Por ejemplo, y aunque esto merme la autoestima nacional, podría uno preguntarse por qué diablos un imperialismo mundial que está ocupado con tantos problemas a lo largo y ancho del mundo estaría especialmente embarcado en derrocar a una revolución que ya había demostrado no ser lo suficientemente audaz en sus afanes libertarios como para entregarse a Rusia, como sí lo había hecho, por ejemplo, Castro en Cuba. De manera que parece plausible que haya sido Barrientos quien utilizó a la CIA para hacerse del poder que tanto ambicionaba (y no a la inversa, la CIA usando a Barrientos para frenar una revolución comunista que nunca existió), a menos que tengamos que sorprender en Zavaleta a un inesperado darwinista social que piense que sólo los imperialistas pueden manejar a los colonizados4.

Hay talento verbal en esta y en otras muchas páginas de Zavaleta, pero quizá la satisfacción explicativa que rezuman se deba a una seguridad alcanzada a fuer de aplicar una teoría, el marxismo, cuya principal virtud fue la de simplificar las cosas en base a la generalización, de tal manera que la gente adquiría la sensación de que el mundo era finalmente explicable, y sin mucho esfuerzo. Ya hemos señalado la perplejidad que pudo provocar a Zavaleta la psicología de Barrientos. Pero, ¿y Ovando? ¿Fue un traidor o no? ¿Y qué pensar de Antonio Arguedas, ese Ministro de Gobierno de Barrientos, ese ex comunista que luego de urdir con otros el golpe entregó el diario del Che a Castro y denunció el papel relevante de la CIA en el golpe? El hecho es que siempre que acerca un poco más la lupa a la minucia de los acontecimientos y a los personajes, acaba encontrando gente contradictoria, incomprensible, cambiante, poco sólida ideológicamente. De manera que uno se pregunta si no valdría más comenzar a leer a otros autores diferentes a Marx y los marxistas para intentar entender su gran interrogante: ¿por qué había fracasado la revolución?

Ya que la frase de Marx está suficientemente manoseada, puedo usarla una vez más para comparar el desarrollo de la revolución socialista en los países centrales con el que ocurrió en los países pobres y marginales, porque en aquéllos alcanzó ciertamente ribetes trágicos, mientras que en los nuestros se tenía con mayor frecuencia la sensación de asistir a una comedia. El análisis que hace Zavaleta de ese golpe de 1964, por ejemplo, termina señalando que Lechín, que de Lenin no tenía sino el parecido del apellido, intenta, en la típica confrontación extrema izquierda-extrema derecha, adelantarse a Barrientos al estilo bolchevique, esto es, tomando el Palacio de Gobierno, pero fracasa, y al escapar pierde un zapato; que en la mina Siglo XX se intenta organizar un ejército popular para resistir, pero que, de 20.000 trabajadores, acuden 300, luego reducidos a tres camiones de combatientes, dos de comunistas y uno de troskistas5, enfrascados luego en la “batalla de Sora Sora”, que termina con algunos muertos y otros tantos heridos. Para ser la resistencia del proletariado boliviano, ejemplo continental de lucha obrera, como Zavaleta lo consideraba, era realmente decepcionante.

En cualquier caso, el interés del libro en conjunto parece ser mostrar un gran corte histórico, cuando en realidad se había producido apenas un cambio de mando estatal a través de un golpe, de los tantos que el pretorianismo latinoamericano vivió. La revolución había fracasado, pero a un marxista que se precie de tal le corresponde preguntarse dialécticamente por qué.

Se haría muchas otras veces esta pregunta, al punto que el conjunto de sus libros conocidos no es nada más esa larga interrogante formulada una y otra vez, incluso antes de asumirse claramente como comunista. Así, por ejemplo, en El desarrollo de la conciencia nacional, que escribiera en 1967. Si en el anterior parece haberse inspirado un poco en libros como El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, en éste parece asumir un perfil más histórico, diríamos motivado por su admirado Montenegro, aunque no para historiar a tirios y troyanos a lo largo de las décadas, como hiciera éste, sino sólo para pronosticar la deriva revolucionaria: “Por el carácter de su movimiento en la historia y también por el modo de su construcción ideológica, lo que se puede llamar su comportamiento frente a la ideología, el nacionalismo boliviano será llevado por sí mismo, si no lo desvirtúan los grupos alienados que no piensan sino en refugiarse en los sotabancos de sus mejores miedos, a encarar su objeto con métodos socialistas” (Zavaleta, 1967:177-178).

La frase es equívoca: ¿es un nacionalista asumiendo que el socialismo no será más que un método de desarrollo capitalista, como resultó a la larga, para pena de los grandes teóricos marxistas, el socialismo del tercer mundo, o un marxista aseverando que el nacionalismo sólo es el paso previo al socialismo? En cualquier caso, estamos ya lejos del que se burlaba de estalinistas y troskistas antes del golpe de 1964.

 

2. El fracaso del 70

La caída del MNR y la conjuración de noviembre termina con la postulación de la existencia de un “noviembre obrero”, de un nuevo esfuerzo épico del proletariado, y de un nuevo fracaso, similar al ocurrido en 1952. En consecuencia, Zavaleta se dedicó a razonar sobre una nueva posibilidad de que se conformara un gobierno obrero. Y no tuvo que esperar mucho. En Bolivia a veces no hay tiempo para regodearse con el análisis de una crisis política que ya sobreviene otra, tan o más histórica, tan o más decisiva u oportuna para dar continuidad al “proceso de la revolución”. Muere Barrientos, Ovando golpea al vicepresidente que lo sucede, el que a su vez es golpeado por Torres, gobierno que termina en las manos de Banzer. Esta fluida sucesión de mandamases podría ser desesperante para cualquier analista, pero no desde luego para un marxista que considera que la historia camina por un derrotero seguro. Todo esto a pesar de que cualquier bolchevique ruso de la época de Lenin hubiera observado que la mentada revolución boliviana en puertas tenía a un amable general regordete en vez de su Vladimiro, a un Ejército pésimamente armado en vez de partido bolchevique y a un proletariado obrero que nada más quería que les aumentaran un poco los sueldos.

Los bizantinismos de Trostky y Lenin sobre el poder doble y la forma de asumir la dictadura de la clase obrera, y la propia teoría de las clases sociales, se han vuelto anticuados, sin duda, pero un sorpresivo amor por las clases populares por parte de uno de los generales que pugnaban por la silla presidencial, Juan José Torres, despertó de pronto en toda la izquierda nacional renovadas energías para postular la existencia de un Estado obrero en gestación, que resultó, como se sabe, otra merienda de negros. Otro famoso estudioso de las “pasiones” de las masas, Guillermo Lora, una vez que el asalto de Banzer resultó exitoso, llegó a señalar acerca del intento de resistencia al golpe de las milicias civiles: “Esperar pacientemente, bajo el punzante sol de invierno, que el cuartel (dominado por los golpistas) fuese aplastado por parte del Ejército (aliado de Torres) para luego asaltarlo, es algo que no puede apasionar a las masas. También se puede esperar cómodamente en la casa que se produzca el desenlace” (Lora, 1980: 274). De hecho, seguramente en atención a las señaladas molestias producidas por el sol, Lora agrega que “No todas estas armas (entregadas a los obreros) fueron llevadas al lugar de los posibles combates, algunos de los que las recogieron se retiraron a sus casas” (Lora, 1980: 274).

Y una vez más, ésta en El poder dual, Zavaleta tuvo que proceder a la explicación del fracaso. Y también, como era casi norma en los exámenes revolucionarios, sacó las enseñanzas del caso: “Las cosas, empero, no deberían suceder en balde”, concluye al finalizar este libro, aludiendo a la utilidad que tiene en la historia de una clase social una derrota militar y política como la que se produjo en 1971. Y porque la fe revolucionaria necesita de un sentido progresivo para no desesperar, afirma además que “en cualquier forma, la conducción de estas masas, en un proceso en el que el espontaneísmo tendía a disminuir en su vigencia y los partidos obreros a crecer en su influencia, era una prueba adicional del grado de madurez logrado por la dirección proletaria” (Zavaleta, 1987:202). “A partir de su existencia (de la mentada asamblea popular) los obreros de Bolivia saben cuál será la forma probable de su futuro poder” (Zavaleta, 1987:228). El hecho de que la palabra probable vaya al lado de la forma y no del poder futuro del proletariado habla a la claras de cuán seguro estaba Zavaleta de que el país se encaminaba hacia el socialismo de manera inevitable, por fracasos y errores que aún se cometieran. Todo esto cuando en realidad lo único que hacía la clase obrera era demostrar una y otra vez su poca adecuación a las previsiones teóricas del establecimiento de un poder dictatorial socialista.

En efecto, era la segunda vez, sin contar el 52, que el comportamiento político de las abundantes agremiaciones sindicales del país, y muy especialmente de la principal, la COB, dejaba mucho que desear. Pero si se recurría al sentido progresivo con el que comulgaba toda la filosofía social y política del siglo XIX, ¿por que no habría una tercera? Se podía razonar que la teoría bolchevique contenida en la famosa Tesis de Pulacayo había sido una imposición de un estudioso del obrerismo ganado al trotskismo, y que lo que los obreros habían hecho en 1952 había sido cumplir las tareas que la burguesía no había cumplido. Vaya y pase. Pero ya era un poco más perplejizante que, habiéndose realizado ya “las tareas burguesas previas”, la muy consciente y avanzada clase obrera minera hubiera desertado de su papel protagónico, entregando a Torres a la derecha y prácticamente incitando a ésta a actuar, para justificar seguir siendo víctima. La literatura marxista hablaba del terror pánico del proletariado francés ante el Banco de Francia en la Comuna, pero incluso comparada con esta actitud el comportamiento del proletariado boliviano venía a ser bastante melancólico.

Se podría decir cosas parecidas de la tendencia a calificar de fascista al gobierno de siete años de Banzer6, pero como ésta es una descripción sumaria del Zavaleta intelectual y no del proceso político boliviano, es más bien necesario preguntarse qué hizo entretanto en el exterior. Al parecer se unió al MIR, en el exilio chileno7, y luego también tuvo que huir de Chile en previsión de la salvaje arremetida de Pinochet y toda vez que el proletariado trasandino, el depositario del supuesto conocimiento privilegiado de la sociedad, había resultado igualmente ineficiente en el manejo del periodo político 1970-1973.

 

3. El proletariado lo es todo

Ante este panorama de la historia, creo que otro podría haber sospechado sanamente de la seriedad sociológica de la llamada teoría de las clases sociales de Marx, o concluir que era sólo una manera más de ver las cosas, no necesariamente la más científica. Sin embargo, Zavaleta no cesó de elogiar a la clase obrera con el énfasis necesario a lo largo y ancho de sus escritos. Frases como “jamás en América latina se ha producido una situación tan próxima a la dualidad de poderes en la Rusia de 1917 como en Bolivia en 1952” o “la de 1952 fue la primera insurrección obrera triunfante en América Latina (en realidad no ha habido otra, y quizá lo único parecido sea el 17 de octubre argentino)” (Zavaleta,1983:72) resuenan protagónicamente en su obra, y pueden tocar las cuerdas del amor propio nacional, sin duda, pero, en términos más fríos, quizá no hagan justicia a la dimensión verdadera del país, si se piensa, por ejemplo, en la importancia de Rusia en la política mundial.

Hay artículos dedicados exclusivamente a sostener la tesis del carácter excepcional del proletariado de las minas, como Forma clase y forma multitud en el proletariado minero de Bolivia o El proletariado minero en Bolivia8, que son verdaderas epopeyas verborreicas para establecer la heroicidad de los mineros. Según ellos, debemos entenderlo, los mineros lo tuvieron todo: conciencia de clase, capacidad de organización, voluntad de poder, comprensión precisa de la coyuntura; sólo les hizo falta su partido y quizá líderes adecuados. Y además, llegado el momento, Torres no se animó a darles armas para defender el proceso y derrotar militarmente al adversario.

El único texto en el que parece considerar el eventual fracaso del proyecto político de la clase obrera es en Algunos problemas ideológicos actuales de la ideología obrera. Aquí, una vez que rinde el tributo correspondiente a la brillantez con la que Marx habría predicado la centralidad del proletariado en la construcción de la sociedad futura, queda perplejo ante la deriva pintoresca y poliforme de los casos latinoamericanos de poder supuestamente socialista. Esta casuística decepcionante para la teoría lo lleva por fuerza a concluir este artículo señalando que “el hombre que sufre, cualquiera sea el signo de su sufrimiento, cultiva en su corazón el sentido de la revuelta contra el orden... No se ve por qué deba suceder ello sólo a los obreros” (Zavaleta, 1990:108). Lo cual no le impide el mismo año escribir otro artículo insistiendo en la gloria política del proletariado minero nacional, Forma clase y forma multitud en el proletariado minero boliviano, para lo cual pone en marcha un casi alocado frenesí conceptual, ejemplo de lo cual puede ser esta frase misteriosa: “En el análisis del movimiento obrero boliviano...se ha utilizado el concepto de acumulación en el seno de la clase para describir la relación entre memoria colectiva, supresión-consagración y enunciación activa o sea que es una metáfora referida a los mecanismos de selección positiva y negativa en los movimientos del conocimiento colectivo” (Zavaleta, 1983:80)

Pero ¿en virtud de qué ocurrió aquel milagro histórico-político llamado proletariado minero boliviano? Zavaleta no es nítido al respecto: “no se puede saber bien por qué los nuevos mineros, los que estudiamos, que son los de la minería del siglo XX, principalmente la del estaño, se desentienden de toda esa presunta tradición y formulan su modalidad de clase en términos totalmente diferentes” (Zavaleta, 1988:77).

Es cierto, no se sabe muy bien, pero hay elementos (que ameritan una investigación) que permiten ver cómo los mineros, muchos analfabetos, fueron literalmente arrastrados por una floreciente dirigencia de intelectuales de mentalidad leninista a pronunciarse como una clase revolucionaria. Me refiero a las famosas tesis que tan toponímicamente fueron jalonando las actitudes que tomaban (tesis de Pulacayo, tesis de Telamayu, tesis de Colquiri9). Prueba de ello es que una vez tomado el poder los mineros no hubieran hecho nada para imponer su supuesta propia perspectiva revolucionaria, asunto que, como saben sus lectores, es objeto de una rompedera de cabeza permanente para Zavaleta.

 

4. ¿Quién conoce?

El hecho en todo caso es que, según la muy conocida terminología de la época, sólo cabía comprobar, mejor si con creciente admiración y sumándose participativamente, cómo el proletariado no sólo era el sujeto de la historia, la clase destinada a tomar el poder y rehacer la sociedad a su imagen y semejanza, sino la única que podía conocer la historia: “Tras el oscurecimiento de la conciencia burguesa, la ciencia social no podía ser otra cosa que el desarrollo de la perspectiva total considerada como un acto del proletariado” (Zavaleta,1983:103)

Quedaban así atrás los lugares comunes del marxismo latinoamericano o tercermundista (la burguesía no hizo lo que debió hacer, el proletariado debe hacer lo que hizo la burguesía, el imperialismo, el fascismo, y un largo etcétera...) cediendo un poco el terreno a un reto harto más desafiante: el problema del conocimiento de la historia. Es decir, la pregunta de por qué, si el proletariado es la clase que conoce el mundo, es uno el que está cavilando en este hecho (¿Por qué Marx y no un obrero?), momento en el que podemos imaginar a Zavaleta levantar la vista de su escrito y preguntarse: ¿por qué yo o los dirigentes sindicales en comisión (es decir, pagados sin trabajar) somos los que estamos pensando en las estrategias del proletariado y no los mineros semi o plenamente analfabetos que están en interior mina?

Me refiero a lo que he llamado el Zavaleta marxista profesional, pues tal labor consistía, entre otras cosas, en estudiar y estudiar a Marx y otros muchos autores marxistas, y en la realización de reuniones de intelectuales para examinar la coyuntura o exponer sobre espinosos asuntos teóricos del marxismo, algunas de ellas en lugares tan bellos y poco problemáticos sociológicamente hablando como San Juan de Puerto Rico y San José de Costa Rica, en Centroamérica, o San Carlos de Bariloche, en Argentina.

Por uno de los subtítulos que lleva el artículo, “La democracia como teoría del conocimiento”, uno espera que tal esclarecimiento se dé en Cuatro conceptos de la democracia, pero luego de algunas frases que prometen tal cosa, todo se desvanece. Es más bien en Las formaciones aparentes en Marx donde somete al lector a una de sus acostumbradas orgías teóricas. Zavaleta se deja llevar por esa curiosa paradoja existencial en la que incurren todo sociólogo o pensador que acepta los presupuestos de Marx, según la cual éste parece decir todo el tiempo: “no se confundan, son los obreros los que están escribiendo lo que yo estoy escribiendo”.

Sin embargo, y casi huelga decirlo, no es algún obrero el citado una y otra vez para fundamentar el conocimiento de la sociedad, sino Marx, cuya obra y vida producían en Zavaleta un arrobamiento amoroso cercano a la necesidad del culto a la persona. (“aquella genialidad dotada del don de apropiarse de las médulas de la época entera en tan pocas frases” (Zavaleta,1988:215), aquella “síntesis superior de la especie humana” (Zavaleta, 1990:53). Hay que decir, empero y en justicia, que la primera frase citada tiene por lo menos la suficiente sabiduría de no sacar a Marx de su condición epocal, y llevarlo, como hicieran Engels y luego otros, más arriba, como el filósofo insuperable que incluso echó por tierra siglos de tradición y sabiduría. Pero si tiene esa corrección hacia atrás, no la tiene hacia delante, porque se echa de menos que Zavaleta cuestione al Marx profeta, al hombre que afirmó que el destino final de la humanidad era el comunismo planetario.

Digo esto porque a un marxista siempre le costará decir que Marx había estado absolutamente equivocado en el diseño de la teleología que había tejido. Es cierto, hacía esfuerzos por no parecer dogmático, pero que Marx había sido un genio, de eso no había duda, sólo había que saber leerlo. Por momentos los teólogos marxistas llegaban a hacer fintas verdaderamente admirables, como esta del propio Zavaleta: “si se esquiva a Marx citando a Marx, bien podemos defenderlo citándolo” (Zavaleta,1988:231), señala en cierta parte de Las formaciones aparentes en Marx. Y en otra parte está tan dispuesto a seguirlo hasta las últimas consecuencias, que llega a suscribir esto: “Marx jamás supuso que toda sociedad requiriera de un Estado; por el contrario, el marxismo entero es la descripción del proceso histórico-natural mediante el que la sociedad civil absorberá al Estado, o sea, de cómo esta parte de la superestructura se disolverá” (Zavaleta,1988:224). Por nuestra parte, nos vemos en la necesidad de afirmar que alguien que asume esto sin ponerlo mínimamente en duda debe ser puesto en duda en cuanto a su adecuación al principio de realidad.

Un lector desprevenido queda con la impresión de que con Marx comienza el ser humano realmente a pensar, lo cual no discrepa después de todo con la propia pretensión marxiana de que recién estamos arribando al fin de la prehistoria de la humanidad. Lo mismo cabe decir de Ni piedra filosofial ni summa feliz, título que parece demostrar espíritu crítico respecto a la herencia teórica de Marx, pero sólo si uno olvida que está dirigiéndose a cofrades y correligionarios, o, como diría con sorna temprana pero acertada Medinaceli, a los “hermanos en Marx”. Un lector no marxista está fuera de la mente de Zavaleta, y estamos animados a arriesgar que en realidad no existían en términos intelectualmente válidos. No es que no se haya ocupado de otros autores, pero los usa más bien siempre que son necesarios para apoyar sus hipótesis, pero nunca como representantes de un pensamiento que no sólo que no era marxista sino que se opuso firmemente a esta visión de la historia, como Popper o Weber.

Insisto, ver las cosas desde el presente puede llevar a subrayar demasiado el asombro que provoca ver a una mente medianamente poderosa sostener estas tesis cuando ya era moneda corriente que el sueño soviético se había transformado en un mar de cadáveres de millones de rusos, pobres y menos pobres, para terminar en una burda nueva versión de la dictadura imperial tradicional, para no hablar de los casos chino y vietnamita e incluso de países pequeños, como Cuba o Nicaragua, que habían corrido la dudosa suerte de contar con una revolución marxista. Igual falta de preocupación es posible ver acerca del hecho de que el famoso proletariado había resultado ser un cómodo habitante del mundo capitalista desarrollado. La comprensión de todos estos temas ya había exigido el uso de verdaderos ríos de tinta entre marxistas y no marxistas, pero uno echa mucho de menos en nuestro Zavaleta que alguna de sus frases coquetas estuviera dedicada a preguntarse sobre la deriva deprimente del socialismo mundial.

Tampoco debería ser un detalle menor para sus apologistas que Zavaleta haya escogido como su final estada para pensar en el marxismo en uno de los pocos países latinoamericanos donde no había tanto sobresalto revolucionario: México. En cambio, como tantos otros amantes de la revolución cubana, tal García Marquez, no parece haber estado muy dispuesto a trasladarse al paraíso insular sino en visitas ocasionales10.

De hecho, Zavaleta ya no retornó a Bolivia sino para visitarla, y desde aproximadamente 1973 hasta su muerte residió como profesor universitario en México, llegando a ser entre 1976 y 1980 Director de la FLACSO.

 

5. La última oportunidad

Con todo, mucho de épica armamentista y violenta no queda en los escritos de esos años; ahora, en 1980, se trata más bien de la organización de un frente político electoral que tome el gobierno por medio del triunfo en las urnas, es decir, el siguiente desbarajuste político nacional, salpicado de golpes y elecciones nacionales, una vez que finalmente el gobierno banzerista fuera expulsado de la Plaza Murillo tras siete años, periodo que terminó en el desastroso gobierno que llevaron adelante comunistas, nacionalistas de izquierda, miristas y dirigentes sindicales entre 1982 y 1985, bajo el nombre de UDP. Pero hay uno, Las masas en noviembre, que no está tan concentrado en la opción democrática de la clase obrera, sino en su último rapto épico: la resistencia al golpe de 1979. Una huelga, por general y nacional que sea, está lejos de parecerse a una toma del cielo por asalto, pero, como siempre, Zavaleta se las arregla para hacer de ella un producto de la “acumulación de clase” con vista a su cristalización definitiva en algún tipo de poder exclusivamente obrero: “Sostenemos nosotros que Bolivia ha entrado en un ciclo de crisis orgánica que no tardará en convertirse en una crisis nacional general” (Zavaleta, 1983:52).

Sin tomar en cuenta que la frase puede acoger diversas interpretaciones, y que los bolivianos escuchan que el país está en crisis desde que pueden entender el español, hay que suponer que las previsiones zavaletianas se referían naturalmente a una nueva “oportunidad” revolucionaria en puertas. Pero lo que ocurrió, como se sabe, es que finalmente el país pareció ponerse un poco serio y abrió un largo periodo de estabilidad institucional, después de los golpes de Natusch y García Meza, mera expresión del pretorianismo más grosero, antes que alguna especie de fascismo latinoamericano, como pomposamente hablaban los ideólogos de entonces11.

 

6. El amor a la patria

Se obtiene menos desazón al leer a Zavaleta si no se toma muy en serio su comunismo y la imaginativa teleología urdida por Marx y luego vulgarizada por Engels y los seguidores de éstos, de la revolución proletaria, la implantación del comunismo, el fin del Estado y de las penurias de los seres humanos en esta tierra, sino de algo más prosaico y realista: de la consolidación de Bolivia como una verdadera nación.

Una diferencia importante entre el marxismo europeo y el latinoamericano es que éste estaba impregnado de un marcado sentimiento de reivindicación por las ofensas que la historia ha hecho a los orgullos nacionales. El proletariado, o más bien, el partido, tenía por eso a su favor la posibilidad de volcar hacia sí los favores del sacrosanto nacionalismo. “Primero está construir la nación y luego discutiremos si será demócrata o comunista”, era la fórmula para este marxismo latinoamericano. Y en la necesidad de apuntalar verbalmente ello, Zavaleta podía verse inesperadamente articulando frases filofascistas, como aquella de “el amor, el poder, la guerra. En eso consiste la verdad de la vida” (Zavaleta, 1985:74). Así se produce, también en él, la conocida deriva marxista del internacionalismo al nacionalismo, sólo que en su caso se trató de un retorno a sus orígenes movimientistas.

En realidad éste, el amor a la patria, el nacionalismo (al parecer casi tan fuerte como el amor propio) debería ser el verdadero objeto de este estudio, pues si algo era indudable en Zavaleta era su profundo amor por el país. A Octavio Paz le gustaba citar la frase del Dr. Johnson en sentido de que el patriotismo es el último refugio de un canalla, pero pudo caminar ufano de su país para recibir en nombre de México el premio Nobel. Del mismo modo, Zavaleta llegó a decir en 1983, en la que quizá sea la ultima entrevista que brindó (a Carlos Mesa, en un programa televisivo) que si de algo estaba seguro era de que el país estaba destinado a no desaparecer.

De este modo, el socialismo ya es considerado sólo como una operación de ingeniería social llevada a cabo para compensar el atraso capitalista, como desarrollo recuperativo. Y si, una vez conseguido esto, se debía pasar al socialismo o no, era una otra discusión bizantina que tuvo ocupados durante décadas a trotskistas, estalinistas, nacionalistas y maoistas. Pero, ¡ay!, negar esto obligaba a reconocer que el capitalismo era eterno, o que era el objetivo final de todos los países. ¡Qué lejos se veía uno entonces del candoroso siglo XIX que todavía tuvo su Fourier!

 

7. Lo nacional-popular

La muerte no llega cuando más se la necesita, dice Graham Greene en alguna parte. Pero, si no fuera demasiado cruel, se siente uno tentado a reconocer que a veces es misteriosamente oportuna. Que Zavaleta no haya muerto en manos de los enemigos de clase o de la nación, sino a causa de una desafortunada enfermedad, es quizá una ironía excesiva por parte de los hechos. Pero en compensación, ese final imprevisto y lamentable le evitó tener que pensar la facilidad con la que la razón revolucionaria, por deformada que haya estado, finalmente se desmoronó, en el mundo socialista comandado por la URSS.

Tampoco tuvo que ver cómo la situación revolucionaria que juzgó temerariamente como altamente probable, después de las dictaduras de derecha, resultó un profundo y grueso error. Ya hemos visto cómo su entusiasmo por el proletariado minero como “centralidad histórica” fue mermando. De hecho, ese es el punto de partida de Lo nacional popular en Bolivia: “Se ha tendido a subordinar los factores (de la revolución del 52) o a la existencia de un caucus político (el MNR) o a la acción, sin duda impresionante, de la clase obrera...” (Zavaleta, 1986:14). Supongo que el espíritu crítico se hubiera sentido más halagado si en esa frase hubiera sustituido el impersonal por la primera persona, porque, como hemos visto, fue precisamente el propio Zavaleta uno de los que endiosó al obrerismo como agente de la historia durante años de años. Ahora Zavaleta descubre finalmente que la historia ocurre “como si los hombres se propusieran algo y los hechos los llevaran a otro lugar” (Zavaleta, 1986:14).

Sin embargo, como le ocurría también a Marx, un revés manifiesto de la realidad a sus teorías lo llevaba a hacer descansar la cabeza en terrenos donde había menos necesidad de profecía, esto es, en la historia pasada. Así vemos a Zavaleta volcado los últimos años de su vida a escribir finalmente un texto de largo aliento: Lo nacional-popular en Bolivia, lo último que escribió, y que dejó inacabado.

No hay en el contexto latinoamericano un grado de sofisticación tan alto entre los marxistas como este trabajo de Zavaleta, demostrativo de una capacidad especulativa verdaderamente alemana12. Por sacar una frase casi al azar, para mostrar esto: “La estrategia metodológica del sacrificio, el recorte del fenómeno hacia la construcción de un concreto de pensamiento debían por tanto ocurrir cual si dijeran que esto no puede autoconocerse sin un principio de disolución o separación, es decir, de sacrificio” (Zavaleta,1986:97). Siempre se podrá decir que citar es descontextualizar, pero, ¿no debería un lector, especialmente uno obrero o campesino, sentirse un poco atemorizado ante esta forma de hablar? Muchos lectores de Zavaleta optan sin embargo por la venia admirativa ante la presunta profundidad de ese pensamiento. Se entenderá por qué digo presunta al leer la frase que sigue a la anterior: “Lo radical de Marx sin embargo no consiste en su deliberación acerca de las transformación del mundo sino que, luego de la incorporación de una perspectiva distinta acerca de la cuestión del tiempo histórico, era inevitable saber que el mundo se transformaría, lo cual es copernicano en el sentido que se descubre algo que existe” (Zavaleta,1986:97-98). Es decir que la grandeza de Marx residiría en haber descubierto que el mundo cambia.

En cualquier caso, de esos entresijos se puede esforzar la idea de que Zavaleta estaba tratando de decirnos que había dejado de ser marxista pero sin dejar de serlo. Ya no lo era porque ahora se ocuparía de la importancia del campesinado en la historia (y no de los obreros), y lo seguía siendo porque en el fondo lo importante de Marx era que nos había enseñado que la sociedad se transforma.

Entretanto los tiempos habían cambiado y ahora circulaba con mayor fuerza la sobrestimación exótica de las culturas originarias, provenientes no sólo de la etnología (fue por esos años que hicieron fama académica un John Murra, un Thierry Saignes y muchos otros) sino también de “ideólogos” de distinta laya, incluso algunos al borde de esa vesanía simpática típica de algunos políticos nacionales, como Fausto Reynaga13, pero todos persuadidos de que en la historia del país nunca se había tratado tanto de lucha de clases como de lucha de razas, o naciones, o civilizaciones. Por tanto, el maniqueísmo ahora consistía en oponer la épica histórica de los indígenas a la oligarquía racista y pro-occidental.

Para ocuparse de lo primero, el método de Zavaleta, pero no sólo de él, claro, consistió en diseñar una nueva saga heroica de los indígenas a lo largo de la historia, por lo menos desde los cercos a La Paz hasta la aparición del katarismo en los años ochenta, pasando por su avatar preferido: la participación de Zárate Villka en la guerra federal. En cuanto a lo segundo, consistió en entresacar los párrafos más irritantemente racistas de los libros de algunos de los intelectuales y políticos liberales de la primera mitad del siglo XX, para conformar una “ideología señorial”.

Por supuesto que la perspectiva es la doble que siempre caracteriza a toda ideología socialista o indigenista. A un Zavaleta jamás se le ocurriría detenerse a pensar si matar de hambre a 6000 personas, como hizo Tupak Katari en su famoso cerco, no es un verdadero genocidio en toda la regla. Es por supuesto todo lo contrario: un acto de masas en busca de justicia. Y si se duda, leamos este fragmento de Marx, referido a otra relación colonial: la de Gran Bretaña en la India:

“Por repugnante que deba ser a los sentimientos humanos presenciar cómo esas miríadas de organizaciones sociales industriosas, patriarcales e inofensivas se desorganizan y disuelven sus unidades, son arrojadas a un mar de calamidades, y contemplar cómo sus miembros individuales pierden, a la vez, su antigua forma de civilización, y sus medios hereditarios de subsistencia, no debemos olvidar (...) que estas pequeñas comunidades estaban viciadas por las diferencias de castas y por la esclavitud que subyugaban al hombre a las circunstancias externas (...) y de esta manera trajeron consigo un embrutecedor culto de la naturaleza, que mostraba su degradación en el hecho de que el hombre, el soberano de la naturaleza, caía de rodillas en adoración de Hanumán, el mono, y de Sabbala, la vaca” (cit. en Strachey, 1962:55).

Marx escribió esto en 1853, tratando de explicarse los beneficios civilizatorios de la colonización de la India por Inglaterra. Ahora bien, el Marx boliviano, de haber leído esta opinión, y no tenemos por qué dudar que no lo haya hecho en su gabinete mexicano, ¿hubiera estado de acuerdo en suscribirla, mutatis mutandis, y poner España en vez de Inglaterra y Bolivia en reemplazo de India; Pachamama en vez de Hanumán, el tata Inti en vez de la vaca sagrada? Pero si a Marx se le puede conceder el beneficio del error juvenil o circunstancial ¿por qué no hacer eso con el joven Bautista Saavedra, de quien se dice que escribió el texto más anti-indio, o el apesadumbrado Baptista, que insultó a los indígenas porque habían matado a su hijo? ¿Por qué disculpar la flagrante contradicción de un Tamayo gamonal y defensor teórico de los indios y no la de un Arguedas, víctima finalmente de una atmósfera ideológica casi naturalmente racista? (parece probarlo el hecho de que el propio Tamayo haya ejercido un racismo al revés). Presumo que la respuesta es doble: estética (Tamayo escribía mejor que Arguedas) e ideológica (Marx era el fundador genial del socialismo). Pero esto no debe extrañar, porque Zavaleta tendía siempre a considerar a la gente menos por lo que hacía que por lo que decía.

En fin, que de este y otros libros provino la actual corrosiva sobrestimación de la civilización andina que consistió en reconvertir ideológicamente al campesino en indio para postular una nueva utopía seudosocialista en vista del rotundo fracaso general del socialismo real en todas partes. Sin embargo, hay que ser justos y recalcar que Zavaleta consideró que tal evento era históricamente impracticable: “No decimos tan tajante (sic): Bolivia será india o no será, pero al menos entre todos los estatutos de su viabilidad no figura el de un país sin indios. Lo menos que se podrá hacer es otorgarles un estatus indiscutible dentro de la nación” (Zavaleta, 1986:192). ¿Pero es que este estatus de ciudadanía no se había dado ya en 1952?

Quiero pensar que un segundo misterio alrededor de su muerte es que le haya imposibilitado decir esto con más claridad, como hubiera ocurrido creo de haber terminado el libro. Sin embargo, también se puede plausiblemente señalar que habría plegado y desplegado, envuelto y desenvuelto sus argumentos nuevamente con estos nuevos elementos.

 

Notas

1 Algunos comentaristas, llevados quizá por la necesidad de hacer más “rica” la vida de Zavaleta, como el uruguayo Carlos Martínez Moreno, sostienen que éste habría participado de la revuelta de 1952 (Martínez, 1994); si así fuera, tendríamos que admitir que fue poco menos que un Mozart de la revolución, porque para entonces apenas estaba a punto de cumplir quince años. Pero además Martínez demuestra no haber leído demasiado a su admirado escritor, porque es el propio Zavaleta quien en Bolivia, el desarrollo de la conciencia nacional, recuerda emocionado cómo en Oruro vio a los mineros detener al ejército: “Nosotros (...) no hacíamos cosa distinta que atestiguar como fisgones (...), al estar tan próximos al sudor de los hechos en los que no participábamos” (Zavaleta, 1967: 13).

2 Éste es el subtítulo con el cual presenta a Barrientos en Zavaleta (1985:115).

3 Él mismo se cuidó de publicarlo.

4 De hecho, tanto Paz Estenssoro como Siles Suazo, a su respectivo turno, jugaron a la “carta roja”, como se acostumbraba decir entonces, para obtener la ayuda necesaria de Estados Unidos, es decir, “si no nos dan plata se la pedimos a los rusos”.

5 No llegaron a agarrarse a tiros entre ellos en vez de enfrentar al enemigo de clase, como en España y otros lugares, pero antes y después de este episodio se odiaron intensamente.

6 La voluntad profética zavaletiana es especialmente audaz en el caso de Chile, y lo lleva a la comisión de un grueso gafe, al llegar a decir, en “El fascismo y la América Latina”, que “la única posibilidad de supervivencia que tiene al actual gobierno chileno (de Pinochet) es la provocación bélica a nivel internacional. Se puede especular bastante acerca del carácter que tendrá esta provocación, pero no hay duda de que existirá” (Zavaleta,1988:209).

7 No existe propiamente una biografía de Zavaleta, aunque sí semblanzas y apólogos de surtida laya, por lo que no hay ni mucho menos claridad respecto de una serie de detalles de su corta vida.

8 Como buen y hábil ensayista, Zavaleta solía acudir al remiendo y al collage para hacer surgir nuevos textos de antiguos, de acuerdo a las necesidades. Así, por ejemplo, “El proletariado minero en Bolivia”, presentado en diciembre de 1974 en un seminario sobre sindicalismo, es una versión nueva, puesta a punto en función del tema de la reunión, de “La revolución democrática de 1952 y las tendencias sociológicas emergentes”, exposición presentada cuatro meses antes en un Congreso Latinoamericano de Sociología. En cambio, es altamente probable que “Problemas de la cultura, la clase obrera y los intelectuales”, de 1979, sea una reelaboración harto más densa y sofocante de “Clase y conocimiento”, texto que no lleva fecha de escritura.

9 Elsa Cladero de Bravo cuenta, por ejemplo, que la famosa Tesis de Pulacayo fue redactada en su casa en Oruro por Guillermo Lora y otros intelectuales obreristas como Ernesto Ayala Mercado y su esposo, Fernando Bravo, quien se encargó de hacerla aprobar en las minas porque era representante de los maestros en el sindicato. Según la señora Cladero, Lora quería aparecer como si hubiera sido el único autor, lo cual se vuelve plausible al comprobarse que ambos corredactores de Lora no aparecen ni por asomo mencionados en su Historia del Movimiento obrero. L.P. 6-9-09.

10 El panegírico correspondiente de la revolución cubana, en el caso de Zavaleta, se llama “Cuba desde adentro”, y en Bolivia parece haber sido publicado por única vez en el homenaje que en 1994 le dedicara el periódico católico Presencia con motivo de los diez años de su muerte. Ignoro si el título alude a que fuera escrito estando el autor en la isla, pero si no hubiera sido así, y dado que lo hiciera a inicios de los ochenta, es lícito juzgarlo a la luz de los miles de cubanos que en esos años ya sólo podían hablar de su Cuba “desde fuera”, en la que ya era entonces la dictadura más larga de la historia latinoamericana, sino de la historia moderna.

11 Recuerdo haber leído aquellos años en un periódico local una entrevista a un famoso analista político, en la que, ante la pregunta de en qué podía desembocar todo aquello, el entrevistado respondía que podía ocurrir cualquier cosa. Esta frase muestra a las claras la final decadencia del marxismo, pues todos estarán de acuerdo en que señalar que puede ocurrir cualquier cosa significa que algo ha de ocurrir necesariamente. Lo curioso es que quien decía esto era el Director de una famosa facultad latinoamericana de ciencias sociales que funcionaba en México por aquellos años, es decir, el propio Zavaleta.

12 Un estudio del “estilo literario” de Zavaleta, rebosante de coqueterías verbales demasiado latinistas para tratarse de un amante empedernido del pueblo, no dejaría de ser interesante. Por qué, por ejemplo y para dar una idea mínima de su forma de escribir, dice “el acto productivo in se”, en vez de un más natural “el acto productivo en sí”. ¿O se tratará simplemente de una errata?

13 Zavaleta nos remite, por ejemplo, a La revolución india, de Reynaga, un título que a un bienpensante europeo o norteamericano puede resultarle enternecedor, siempre y cuando no se conozcan otros de este pintoresco personaje. Por ejemplo, Europa prostituta asesina o La podredumbre criminal del pensamiento europeo, para no hablar de Sócrates y yo, aunque en este caso uno puede imaginar una sonrisa condescendiente de un lector serio. Más que un ideólogo digno de ser atendido, a Reynaga habría que colocarlo al lado de locos simpáticos como Neftalí Morón de los Robles o Emeterio Villamil de Rada.

 

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons