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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  n.21 La Paz nov. 2008

 

Introducción

 

Dr. R.P. Hans van den Berg O.S.A.

Rector Nacional de la Universidad Católica Boliviana "San Pablo"

 

 


Un libro, científico o no, tiene siempre algo de autobiografía, aunque los lectores, generalmente, no se percatan de esto y pueden difícilmente descubrirlo. Antes de desarrollar el tema de este estudio quiero sacar, por decirlo así, de entre las líneas, algo del relato de mi vida. El lector entenderá que al hacer esto cumpliré también con la obligación académica de explicitar mi método de investigación.

En mayo de 1975, cuando era director del Centro de Formación Católica 'Emaús' en la provincia de Sud Yungas, departamento de La Paz (Bolivia), invité a un amigo, físico de profesión, a dictar un cursillo sobre fenómenos de la naturaleza a un grupo de campesinos aymaras. La razón por la cual pensé en ofrecer un cursillo de este tipo era que había escuchado con frecuencia que los aymaras establecían una relación entre la conducta humana y ciertos fenómenos naturales. Cuando granizaba fuertemente, por ejemplo, decían que se debía a que alguien había derramado sangre violentamente. Pensaba que una explicación clara y simple sobre la verdadera causa de estos fenómenos, ayudaría a los campesinos a dejar de establecer semejantes relaciones y a sentirse más libres frente a la naturaleza. Mi amigo aceptó la invitación y dictó el curso. Los treinta campesinos que asistieron al curso, lo siguieron con mucho interés y una gran voluntad de comprensión. Al final de la última lectura, uno de ellos se levantó para agradecer lo mucho que había aprendido, pero terminó su alocución diciendo: "Ha sido muy bueno para nosotros este curso. Pero una cosa tengo que decirle, señor: Usted nunca ha estado en el Altiplano cuando hay granizadas fuertes".

Parece curioso, pero este pequeño incidente fue el punto de partida para la investigación cuyo resultado presento en este libro. Tomé la observación de ese campesino aymara como un claro desafío a penetrar en su mundo, a tratar de entender su idiosincrasia, su cultura y su religión, antes de juzgar sus creencias y actitudes.

Los aymaras forman parte de los llamados pueblos andinos de América del Sur y son, junto con los quechuas y los guaraníes, uno de los tres pueblos indígenas más grandes del continente. En la actualidad hay alrededor de 1.500.000 aymaras. La mayoría de ellos, más o menos 1.150.000, vive en la República de Bolivia, concentrándose en los departamentos de La Paz y Oruro. En Perú se encuentran unos 350.000 aymaras, que viven casi todos en el departamento meridional de Puno. Unos pocos miles de aymaras viven en el norte de Chile, en la llamada Primera Región.

La mayoría de los aymaras vive en el Altiplano, la meseta que se encuentra entre la Cordillera Real y la Cordillera Occidental de los Andes, a casi 4000 metros de altura sobre el nivel del mar. Las mayores concentraciones de aymaras las encontramos alrededor del lago Titicaca y en la ciudad de La Paz, la sede de gobierno de Bolivia. Pero hay muchos aymaras, también, en las provincias subtropicales del departamento de La Paz, en la zona tropical del departamento de Puno y en regiones tropicales del oriente central de Bolivia, donde han ido a colonizar después de la reforma agraria (Bolivia, en 1953, y Perú, en 1970). En el norte de Chile, los aymaras ocupan principalmente la llamada pre-cordillera de los Andes.

Pocos días antes de mi llegada a Bolivia, en septiembre de 1969, se realizó en la ciudad de La Paz el Primer Encuentro Internacional de Evangelizadores del Pueblo Aymara, en el cual participaron agentes pastorales extranjeros y nativos de Perú y Bolivia. Mi primera experiencia en Bolivia fue la participación en un curso de formación de catequistas, en octubre del mismo año. La iglesia en el mundo aymara había iniciado una nueva etapa que se caracterizaba por la concientización cristiana de un pueblo que todavía practicaba mucho de su religión ancestral, y por un claro apoyo a proyectos de desarrollo a nivel económico, social, cultural y educativo. Mucho se hablaba entonces de contribuir al desarrollo de un pueblo al que se consideraba subdesarrollado en casi todos los niveles de su vida, incluyendo el aspecto religioso. Esto último se debía a una evangelización deficiente de varios siglos. La iglesia establecía una relación directa entre lo religioso y lo económico y social: el desarrollo socio-económico del pueblo aymara traería consigo la desaparición de lo que aún quedaba de la religión tradicional y los aymaras llegarían a adquirir finalmente una conciencia cristiana moderna. Había muchas expectativas, gran entusiasmo y muchas iniciativas en relación con el deseo de ayudar al pueblo aymara a entrar en una nueva etapa de su historia.

También yo compartía ese entusiasmo. Encontré mi camino en la formación de catequistas y diáconos permanentes y prestaba mis servicios tanto en los Yungas de La Paz como en el Altiplano. Tratábamos de dar a los catequistas y futuros diáconos lo que llamábamos una formación integral, prestando atención no solamente a la formación religiosa sino también a la formación humana y cultural. Dentro de este proyecto cabía el curso sobre fenómenos de la naturaleza del que he hablado al comienzo de esta introducción.

No todo se desarrollaba tan fácilmente como esperábamos. Había muchos jóvenes y hombres, y en algunas zonas también mujeres, que se interesaban en ser catequistas y se animaban a participar en los cursos en algunos de los centros de formación que se fundaron en todo el territorio aymara. Muchos de ellos se alienaron de su propio ambiente o entraron en conflicto con sus comunidades, porque la formación que recibían les llevaba a menudo a subestimar o no prestar valor a la experiencia religiosa de su pueblo. Además, los proyectos de desarrollo que se realizaron en territorio aymara no dieron, en su mayoría, el resultado que se esperaba, muy probablemente, como lo veo ahora, porque los que impulsaban estos proyectos no tenían suficiente conocimiento del ambiente altiplánico y de la identidad cultural de los aymaras. Varios de los que trabajábamos entre los aymaras en aquellos años nos daríamos cuenta, poco a poco, primero inconscientemente, luego con más conciencia, de que aunque habíamos hablado mucho de respetar y reconocer los valores culturales y religiosos propios de los aymaras, en la práctica no habíamos hecho lo suficiente en este campo. La impresión que me causó la observación del campesino sobre la diferencia entre el conocimiento científico sobre el origen de la granizada y la experiencia existencial de lo que significa la caída de granizadas en el Altiplano, la interpreto ahora como un paso importante en ese proceso de concientización personal en cuanto a la necesidad de realizar un esfuerzo mayor para entender al aymara en su cultura y, en particular, en su religión.

Decidí realizar una investigación sobre los ritos religiosos porque me había dado cuenta de que estos ocupan un lugar sumamente importante en la vida de los aymaras. Los ritos forman, por decirlo así, el núcleo mismo de la religión y de la cultura aymara. Hay una gran variedad de ritos domésticos: los del ciclo vital, los de la construcción de una nueva casa, y los ritos relacionados con las enfermedades y otros aspectos de la vida diaria. En el terreno de las actividades de subsistencia se conocen los ritos relacionados con la agricultura y el ganado, los ritos de los pescadores y de los pastores de las altas cordilleras. Los ritos de viaje están relacionados con las visitas de parientes y/o con prestaciones económicas (viajes de trueque o de negocios). Hay ritos de carácter social o comunitario relacionados con el nombramiento de nuevas autoridades o con la celebración de la fiesta patronal, y ritos que se realizan contra las calamidades que afectan a toda una comunidad o región. Finalmente, hay ritos de perdón y de reconciliación, tanto a nivel familiar como a nivel comunitario, que se encuentran habitualmente formando parte de los ritos mencionados arriba.

Escogí los ritos agrícolas como tema principal de mi investigación porque a lo largo de su historia los aymaras han sido preponderantemente agricultores. Su cultura ha sido y sigue siendo, en muchos aspectos, una típica cultura rural. La religión aymara se ha formado, en gran parte, en torno a la experiencia de la agricultura.

Desde el comienzo limité el área de mis investigaciones al Altiplano porque es allá donde se han formado y desarrollado principalmente la cultura y religión aymaras y donde hasta el día de hoy tienen su mayor fuerza.

Tenía tres caminos delante de mí para llegar a conocer la religión aymara y, como parte de ella, los ritos agrícolas: la investigación bibliográfica, la observación directa y la conversación con los aymaras. En cada una de estas aproximaciones he dado con obstáculos pero, felizmente, me han acercado más a la meta: obtener un conocimiento más amplio y llegar a una comprensión más profunda de la identidad religiosa del pueblo aymara.

La investigación bibliográfica ha tomado mucho tiempo. Fue necesario hacer una investigación acerca de todo lo que en el curso de los siglos se ha publicado sobre los aymaras porque hasta entonces nadie lo había intentado. Una segunda dificultad era que muchísimo de lo publicado no se encontraba disponible en Bolivia y no era fácil acceder a estos materiales. A pesar de todo, poco a poco he logrado reunir los materiales necesarios. Ha sido una aventura fascinante hacerlo. De este material he ido separando todo lo que se refiere a la religión aymara en general y a los ritos agrícolas en particular.

El segundo camino era el de la observación directa. No había recibido ninguna formación para este tipo de trabajo y debido a otras ocupaciones y responsabilidades, no tenía muchas posibilidades de hacerlo en forma intensiva y regular. Además, pronto comprendí que era completamente imposible, aún para una persona que dispusiera de uno o dos años libres para llevar a cabo una investigación sobre el terreno, observar todo, simplemente porque el territorio aymara es muy amplio y porque los aymaras realizan sus ritos en una forma bastante improvisada, de modo que hay muchas diferencias locales y regionales, y aún diferencias en un mismo lugar. Aunque he aprovechado todas las oportunidades que se me ofrecieron para hacer mis observaciones, llegué a entender que era más importante ir experimentando la vida misma de los campesinos para sentir y captar su relación existencial con la tierra y con la naturaleza. He vivido con ellos varias veces, he trabajado con ellos en sus chacras, he caminado por el Altiplano, he sentido el sol que abrasa y el frío intenso de las noches, he conocido las granizadas y heladas que destruyen los cultivos, he contemplado reiteradamente la meseta andina, los lagos, los cerros, las quebradas y las altas montañas nevadas. Así he ido familiarizándome paulatinamente con ese medio-ambiente tan fascinante y, al mismo tiempo, tan duro que es el Altiplano, y con el pueblo aymara que vive en él.

En base a la investigación bibliográfica y a mis propias observaciones, logré realizar lo que se podría llamar una primera "reconstrucción" de los ritos agrícolas. Ahora tenía que ir por el tercer camino también, el de la conversación. Empecé a formar un pequeño grupo de aymaras que estaban dispuestos a trabajar conmigo sobre este tema. Eran Juan Mamani, de Viacha, Félix Castillo, de Pucarani, y Calixto Quispe, de Ancoraimes. Los tres eran hijos de campesinos y mis alumnos en la Universidad Católica Boliviana, buenos conocedores de su propia cultura y muy comprometidos con su pueblo. Durante más de un año nos encontramos casi cada miércoles por la tarde. Yo hacía preguntas, revisando cada uno de los ritos y sus detalles, y ellos trataban de responderlas lo mejor que podían. Este tipo de trabajo ha sido sumamente enriquecedor, tanto para mí como para ellos. Con frecuencia desconocían un determinado detalle que yo había registrado y, entonces, consultaban a otros.

Más tarde, he vuelto a realizar este mismo tipo de trabajo con otro aymara, Mario Molina, de Carangas. Ha sido muy especialmente Mario quien me ha hecho posible conocer la identidad religiosa y la profunda espiritualidad de los aymaras. Debo decir, con toda sinceridad, que él ha sido para mí un gran maestro a quien debo muchísimo.

Así, basándome en investigación bibliográfica, en la observación directa, en la familiarización con el Altiplano y el pueblo aymara, y en conversaciones con mis amigos aymaras, he llegado a concebir y escribir el tercer capítulo de este libro. Al hacerlo, he podido hacer un buen uso de la formación que, bajo dirección del Prof. Dr. E. Cornelis, he recibido en la Universidad Católica de Nimega. Me dí cuenta de que los ritos agrícolas no están aislados, que forman parte de todo lo relacionado con la agricultura. Empecé, entonces, a investigar aquello que, por decirlo así, queda delante de los ritos: las actividades agrícolas, las posibilidades para la agricultura en el Altiplano, las observaciones de la naturaleza que hacen los campesinos con el propósito de pronosticar el tiempo, de determinar el momento más apropiado para realizar las labores agrícolas y de anticipar el resultado de esas actividades. Descubrí que los aymaras realizan también varias observaciones adivinatorias para obtener estos conocimientos y llegar a pronosticar. Todo esto, que está presentado en los primeros dos capítulos y en la primera parte del tercer capítulo, me llevó a entender que los ritos agrícolas forman parte de un gran conjunto de esfuerzos que hacen los campesinos aymaras para conseguir una buena cosecha y para garantizar la continuidad de su vida en el Altiplano.

A pesar del ilimitado esfuerzo que realizan, las cosechas no son, a menudo, buenas. Esta constatación me llevó a preguntarme sobre sus causas. Pensé espontáneamente en la pobre calidad del suelo altiplánico y en las circunstancias climatológicas difíciles, pero mis conversaciones con los campesinos me hicieron darme cuenta de que estos factores ciertamente juegan un papel pero que para ellos hay también otras causas, a saber, causas relacionadas con su conducta moral y con la composición del universo. Me percaté de que mi investigación tenía que extenderse a la cosmovisión que ha desarrollado el pueblo aymara y que es el trasfondo, también, de las actividades y los ritos agrícolas. Esta cosmovisión la presento en el cuarto capítulo.

Así, llegué a comprender que la religión aymara, de la cual los ritos agrícolas son una parte muy importante, es una totalidad que está en directa relación con la vida del campesino y que recibe su expresión, también, en una cosmovisión que, a su vez, está en relación coherente con esa vida. Cuando no se advierte esa totalidad y esa coherencia, difícilmente se puede entender los diferentes ritos o detalles de los mismos.

Durante el curso de mi investigación acerca de los ritos agrícolas, había encontrado la dimensión cristiana en la religión aymara. Desde mediados del siglo XVI, los aymaras han estado en contacto con el cristianismo y lo han aceptado: se realizó una cristianización del mundo aymara. Aunque los misioneros y doctrineros han tratado de erradicar o de hacer olvidar la religión autóctona, esta religión ha conservado, evidentemente, su vigencia, pero no como una religión aislada del cristinianismo. Los mismos aymaras integraron el cristianismo en su propia religión, lo que significó una aymarización del cristianismo, de manera tal que podemos hablar ahora de la religión ayma-ra-cristiana como una forma peculiar de cristianismo. Por motivos metodológicos me había concentrado mucho tiempo en el análisis de la dimensión autóctona de la religión aymara y de los ritos agrícolas. Pero estaba consciente de que mi investigación tenía que extenderse también a la dimensión cristiana y que tenía que enfocar la problemática misionológica en su dimensión histórica, para formarme una imagen completa y coherente de la realidad religiosa actual de los aymaras. Así, después de haberme formado una idea amplia de los ritos agrícolas y su relación con las actividades de subsistencia y con la cosmovisión, empecé a investigar los dos procesos que acabo de mencionar, o sea: la cristianización del mundo aymara y la aymarización del cristianismo. Lo hice concentrándome nuevamente en los ritos agrícolas. El resultado de esta parte de la investigación se encuentra en el quinto capítulo. Descubrí que a pesar de que se dice con cierta frecuencia que los aymaras parecen practicar dos religiones (la religión ancestral y el cristianismo), lo cierto es que ellos han hecho una síntesis de las dos, una síntesis que está en perfecta coherencia con la totalidad de la que he hablado más arriba.

Durante los años en que he estado realizando esta investigación, he tenido contacto frecuente con agentes pastorales de la Iglesia católica que trabajan entre los aymaras y que se ocupan de la continuidad de la evangelización. Muchos de ellos me han manifestado los problemas que tienen con la valoración de la religión de los aymaras. Hay una intención de valorarla positivamente, pero hay también mucha incertidumbre y dudas al respecto. Después de haber investigado la religión aymara en los ritos agrícolas y la síntesis que los aymaras han hecho entre su religión ancestral y el cristianismo, y conociendo la preocupación de los que tratan de predicar el Evangelio entre ellos, me pareció razonable continuar mi investigación y extenderla hacia la problemática de la valoración de la religión aymara en la actualidad y en el pasado. El resultado de esta última parte de mi investigación se encuentra en el sexto capítulo.

Toda esta investigación, que ha tomado varios años, me ha enseñado que no es fácil penetrar en las profundidades religiosas y culturales de los aymaras. Requiere mucha paciencia y perseverancia. Me consta que la mayoría de los que han tenido contacto con los aymaras, divulgan conclusiones precipitadas acerca de la vida religiosa de ellos. Personalmente, he llegado a sentir un profundo respeto por esa vida religiosa, y el conocimiento de ella que he ido adquiriendo paso a paso me ha enriquecido muchísimo.

Para ayudar a los que realizan una reflexión teológica sobre esta religión para continuar la evangelización, he formulado algunos puntos que, según mi convicción, deberían ser tomados en cuenta: esta reflexión teológica debería abarcar la peculiar experiencia del espacio y del tiempo entre los aymaras, su manera particular de celebrar el misterio de la creación en sus ritos y fiestas, su vivencia y su conceptualización de la inmanencia de Dios, y su cosmovisión. No me atrevo en este momento a ofrecer sugerencias prácticas para los agentes pastorales. Después del largo camino que he recorrido para captar la esencia de la religión aymara, siento el deseo de volver nuevamente al campo y de vivir un tiempo más con los aymaras en una de sus comunidades, para acompañarles en su aventura con el Evangelio. Después de tal experiencia podría, tal vez, ofrecer algunas sugerencias a los que trabajan en el campo pastoral. Sin embargo, espero que este libro pueda servir también a ellos y a todos los que se sienten comprometidos con el pueblo aymara.

No pasa con frecuencia que un libro académico llegue a una tercera edición. En los últimos años, a menudo, se me ha preguntado si todavía se podía adquirir esta mi obra. Tenía que decir que no. Y no me animé a lanzar una nueva edición. Sin embargo, debo reconocer que me sentía agradecido por la buena acogida que este libro había recibido. Por eso acepté con gusto y aún con entusiasmo la iniciativa del maestro Carlos Rosso, Director del Departamento de Cultura de la Unidad Académica de La Paz de preparar una nueva publicación de esta obra. Le agradezco de todo corazón. También quiero agradecer a la Dra. Alba María Paz Soldán y al Lic. Iván Vargas por el gran cuidado con que han preparado esta nueva edición.

Espero que este libro siga siendo una ayuda para que muchos adquieran un mayor conocimiento de la cultura aymara, especialmente, de la dimensión religiosa de esta cultura.

 

Nota ortográfica

Para la transcripción de voces aymaras, he seguido el uso, que se ha hecho común en los últimos años, que reconoce en el alfabeto aymara solamente las vocales a, i y u, como pronunciadas en castellano. Para las consonantes me he guiado por las recomendaciones del Instituto de Idiomas de los Padres Maryknoll, Cochabamba (cf. Cotari, Mejía y Carrasco, 1978). Sin embargo, en las citas he respetado la ortografía usada por los autores.

La Paz, agosto de 2005

 

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