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Revista Ciencia y Cultura

versión On-line ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  n.20 La Paz abr. 2008

 

 

 

Mirarse los unos a los otros

 

 

Mabel Franco Ortega1

1 Periodista y crítica de teatro.

 

 


Hace dos años, Eduardo Calla, joven dramaturgo y director de teatro, contaba cómo, mientras se iniciaba en el mundo de la escena, se le había presentado como algo natural el moverse en un espacio de fronteras infranqueables respecto a ciertos grupos o actores. Sin que nadie le haya explicado el porqué, ahí estaban los muros que hacían que uno ni se tome la molestia de ver el trabajo de esos otros y menos iba a pensar en compartir o dialogar con ellos sobre sus inquietudes.

Si tomó conciencia de esto, como una realidad muy extendida entre los teatristas, fue a raíz de haber entablado una charla casual con ese "otro" y haberse dado cuenta, con sorpresa, de que hablaban un lenguaje común hecho del mismo compromiso, la misma entrega, similares preocupaciones y necesidades.

En ese momento Calla y su interlocutor llegaron a pensar que habían perdido mucho tiempo y que, como representantes de una nueva generación, estaban llamados a cambiar esa realidad de distancias "trabajadas casi siempre desde el prejuicio", para construir puentes de diálogo, para no dispersar esfuerzos y para darle al teatro boliviano un cuerpo fortalecido.

Han pasado esos dos años y, admite Calla, las distancias son las mismas. Lo peor, afirma, es que las diferencias son en general estéticas, es decir de formas de hacer teatro, de dirigir, de montar una obra. No hay, salvo excepciones, posturas irreconciliables a nivel de las motivaciones, de los para qué hacer teatro, es decir, no hay distancias éticas que, esas sí, serían insalvables.

Un colega suyo, Sergio Caballero, actor y director, cabeza, además, del sistema municipal de teatros en La Paz, resiente asimismo esas lejanías. "Las hay frente al hecho teatral mismo; gente del gremio que sólo va a ver las obras de sus allegados y que no muestra la apertura o predisposición para conocer lo que hace el resto". Lo que más allá de mostrar actitudes que se suelen asociar con el ego del artista, habla "de la escasa capacidad de autocrítica, de verse a uno mismo a través del espejo de los otros".

Sobre el porqué de esta realidad, Caballero considera que "quizás pesa el que no existiese una escuela, una academia en el sentido amplio de la palabra, que nos haga ver más allá de la línea estética en la que nos formamos, que nos impulse a saber leer las diversas posturas para asumir una, a sabiendas de que no es la única ni la verdadera".

Esta situación no sólo afecta a los grupos, sino que repercute en el espectador. Un protagonista, asegura Caballero, que está casi totalmente divorciado del hecho escénico por una serie de factores, entre los que se cuenta la falta de continuidad en los escenarios. Y aquí se cierra el círculo vicioso: con la gente de teatro dispersa, haciendo cada cual lo suyo, de vez en cuando, no hay una oferta capaz de acostumbrar a la gente al teatro, de crearle la necesidad de asistir a la sala, de que lo extrañe cada vez que falte.

"Los acercamientos son difíciles -apunta Calla-; cada quien está luchando por encontrar su espacio a nivel nacional e incluso internacional y no se da el tiempo para sentarse y buscar un diálogo". Es una cuestión de "invertir tiempo y trabajo".

La pregunta es quién da el primer paso. Porque a estas alturas de la vida se puede seguir hablando de lo difícil que es hacer cultura en el país, del talento que se abre paso a duras penas hasta que la realidad le obliga a desistir, etc. Se puede hablar -se debe- de la gente que ha hecho del teatro una profesión, que está explorando, que busca desafiar a los espectadores con propuestas no digeridas, en fin... Por ahora la letanía de la falta de formación sistemática está en suspenso gracias a la Escuela Nacional de Teatro, en Santa Cruz, que promete respuestas en tal sentido. Pero la realidad es que es ahora que urge superar la atomización de los esfuerzos teatrales.

¿Hace cuánto que en La Paz no se ve una obra de Santa Cruz? ¿O de Oruro? ¿Y viceversa? ¿Cuántas obras teatrales se ven en el Municipal o en cualquier otro escenario que permitan una comparación, una actitud crítica? La respuesta no es muy alentadora.

Mientras, la prueba de que potencialmente hay un público dispuesto a dar su respuesta está en propuestas tan puntuales como la del teatro llamado popular, que llena las salas con el riesgo de seguir acuñando una sola forma de hacer este arte: naturalista y, como dice Sergio Caballero, con problemáticas que se presentan y se resuelven en el propio escenario, sin interpelar de ninguna manera al público.

 

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