SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 issue19El pensamiento de Bolivia en 1897Guardemos las viejas liras author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

Related links

  • Have no similar articlesSimilars in SciELO

Share


Revista Ciencia y Cultura

Print version ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  no.19 La Paz July 2007

 

 

 

El snobismo intelectual en Bolivia1

 

 

Ignacio Prudencio Bustillo

 

 


El snobismo intelectual se ha enriquecido con una nueva forma de simulación venida del viejo mundo: la simulación de enfermedades mentales. Esta simulación se manifiesta en los escritos y en el habla de los snobs: estilo confuso, alambicado; empleo frecuente de vocablos raros y de palabras escogidas; sentimientos vulgares e ideas triviales envueltos en exóticos ropajes. Al snob le preocupa todo lo misterioso e incierto que encierran las formas morbosas de la actividad psíquica. Brotan continuamente de sus labios las palabras tic nervioso, neurastenia, locura, fetichismo amoroso, aberraciones sexuales, etcétera.

Max Nordau, el ingenioso autor de Degeneración, es el iniciador de esta escuela, cuyos adeptos más decididos se cuentan entre los escritores españoles e hispanoamericanos. Según Paulsen, el inmenso éxito que han obtenido las obras de Nordau se debe a que el europeo prefiere las obras que reflejan el estado morboso que predomina en su alma enfermiza. Inclínome a creer que tan brillante éxito no es un resultado del método de Nordau, pues, contrariamente a lo afirmado por éste, tiene mucho de fantasía y de pseudociencia, sino a su habilidad en el arte de presentar los interesantes problemas de psicopatología literaria con erudición y novedad. En él, como en su maestro Lombroso, se encuentran opiniones antojadizamente comprobadas y en su obra, más literaria que científica, se entremezclan las salidas ingeniosas y las observaciones felices con los juicios falsos de pruebas y de probidad científica.

Maurice de Fleury dice de él: "Para Nordau, el más legítimo orgullo se llama delirio de grandeza; la melancolía, delirio de persecuciones; ausencia epiléptica, la más inocente distracción; el ritmo es una manía, y la vivacidad de carácter, locura furiosa. Fatiga y enerva esta paradoja interminable, y no se puede menos que constatar que Degeneración es una obra curiosa, divertida, llena de verba, de imaginación y de ingeniosos sofismas, aunque no es más que el comentario de una idea fija, de una obsesión mórbida que consiste en ver por todas partes fin de raza y degeneración".

Entre los snobs intelectuales que han explotado temas análogos a los tratados por Nordau cuéntanse muchos de los escritores españoles e hispanoamericanos. Preséntanse como notabilidades científicas y pretenden adquirir la celebridad multiplicando el número de los epítetos raros. Su enfermedad no es el desequilibrio del suprasensible, desequilibrio acaso luminoso, sino la simulación del mediocre que pugna por salir de su situación burguesa y ridícula. Atraídos por la novedad de las teorías emitidas por el maestro, publican infinidad de obras tendientes a probar la existencia de graves enfermedades en naciones rebosantes de vida. Pero como los imitadores están siempre muy por debajo del iniciador, los tales escritores no han logrado sino corromper la atmósfera intelectual de Hispanoamérica, contagiando la morbidez de sus obras a las nuevas producciones literarias.

Esta influencia perniciosa se ha dejado sentir también en Bolivia, y desde el renombrado autor de Pueblo enfermo hasta el más modesto repórter de un periódico de provincias, todos se creen con la obligación moral de salvar a la patria publicando numerosos artículos sobre patología y terapéutica sociales.

La repetición continuada de esta afirmación nos ha impresionado profundamente, quizá hasta nos ha sugestionado. Cuando no la escuchamos, nos pasa lo que al molinero que despierta sobresaltado de un profundo sueño si cesa el ruido producido por las ruedas de moler el grano.

Todo esto nos ha conducido a un lamentable estado de esterilidad mental y de decadencia. Cientos de intelectuales, nacidos en un medio perfectamente moral, escriben continuamente en libros, revistas y periódicos sobre las enfermedades de que adolece el cuerpo social boliviano; encuentran por todas partes los estígmatos de la degeneración; la histeria, las formas más agudas del misticismo, se encuentran en Sucre en mayor proporción que en cualquier otra parte del mundo; todavía más, algunos de entre ellos encuentran en el indio una complejidad mental acaso rara entre los europeos.

Ellos son como sus producciones. Forman grupos en los que se critica mordazmente hasta los más inocentes errores de los otros; practican la crítica fácil y vulgar: para ellos no tienen mérito sino las producciones de los de su grupo; entronizan una especie de cacique literario cuyas obras, buenas o malas, son tenidas como la última palabra de lo bello; entre ellos, la flor exótica del decadentismo en arte y en literatura es la más preciada y, en su afán por imitar todo lo que viene del extranjero, creen continuar el género creado por el pobre Verlaine cuando beben chicha hasta embriagarse, o cuando cantan endechas amorosas a los ojos negros de imaginarias viudas, o a las manos de marfil de alguna maritornes, habidas ambas entre pesadillas y ensueños de alcohol.

Y aquí viene algo que es de interés para nosotros, los imitadores serviles de todo lo extranjero, aunque esta imitación deba producir resultados desastrosos:

la vida desordenada no sólo no es indispensable para la inspiración artística o para la producción de obras valiosas, sino que, por el contrario, es perjudicial en grado sumo.

Esto, que se aplica a la mayor parte de nuestros literatos y poetas, debe tenerse muy en cuenta; porque si bien es cierto que nuestros intelectuales de verdad repugnan hacer uso de medios extravagantes para alcanzar cierta fama, no es menos verídico que otros muchos no se creen intelectuales mientras no beban ajenjo, o en su caso chicha, y están convencidos de que el abuso del tabaco, del alcohol, en fin, de que la vida del calavera conduce, en nuestra tierra, a una merecida celebridad literaria.

Y si los excitantes ejercieron alguna vez benéfica influencia en algunos poetas de poca inspiración, no sucede lo mismo con aquellos que tienen un alma poética y dones naturales, y que pueden encontrar en sí mismos o en la observación cuidadosa del medio los elementos necesarios para la creación, si no de obras maestras, al menos de obras valederas por ser el reflejo de nuestro medio ambiente y de nuestro modo de vivir, por cierto diferente del fiebroso vivir de los hombres de allende el Atlántico.

El presente artículo, tendiente a probar las apreciaciones vertidas anteriormente, ha sido escrito con el propósito de no imitar a nuestros snobs, que hasta se atreven a hacer críticas de obras maestras que no han leído en ocasión alguna.

Ante todo, ¿por qué se escribe en Bolivia?, ¿cuál es el móvil que impulsa al pensador boliviano a exteriorizar sus ideas en forma sensible? No es, evidentemente, el deseo del lucro. Los esfuerzos hechos en este sentido han debido chocar con el obstáculo insuperable de la ignorancia o del snobismo.

"En Bolivia, decíame en cierta ocasión uno de nuestros escritores más fecundos, se necesita ser loco o rico para escribir obras que nadie lee". Quizá hayan pasado definitivamente los tiempos en que podía exclamarse con don José Vicente Ochoa: "En Bolivia, un ¡viva! lanzado a tiempo por el primer descamisado que la calle cruza vale a veces mucho más -para conquistar renombre y gloria- que un libro escrito con talento y meditado en el estudio". A pesar de los resabios que quedan de ese período, podemos considerar el nuestro como una magnífica resurrección intelectual. Mas, nuestra época, por lo mismo que época de transición, depara horas crueles a los espíritus buscadores de Verdad, de Belleza; a los que procuran estimular el pensamiento boliviano, dirigirlo hacia concepciones y sentimientos elevados, apresurando así el advenimiento de la nueva era literaria. Parece, pues, que debiéramos atribuir el ejercicio del bello arte al deseo, peculiar a los espíritus cultivados y aristocráticos, de encontrar un placer intenso, una suprema manifestación vital y, lo que es más aún, una razón de vivir en esta expresión vivida de pensamientos, sentimientos o aspiraciones.

El modernismo es una flor exótica en el jardín intelectual americano. Su aparición en el Viejo Mundo coincidió con un tiempo en que "aspiraciones mal comprendidas, deseos no satisfechos, cansancio de lo real, aberraciones de los sentidos, perversión de la normalidad" (es decir, la crisis moral a que hace referencia nuestro distinguido prosista don Luis Arce L.), torturando al alma europea, la impelieron hacia formas mórbidas de expresión. Porque sólo morbidez, aunque bellísima morbidez, pueden encontrar los cerebros sanos en la obra de los Verlaine, los Baudelaire, los Swinburne...

De consiguiente, el modernismo no puede ser considerado como una consecuencia lógica de condiciones sociales o físicas; y yerran los que creen encontrar en nuestro ambiente social los elementos indispensables a la germinación de obras decadentistas.

Ya lo dijo don Francisco Iraizós: "En nuestra tierra, en la que aún puede percibirse el olor a naturaleza, abundan diabólicos que conocen al demonio en el catecismo del padre Astete..."

El distinguido escritor boliviano don Daniel Sánchez Bustamante, al fundar, en 1898, la mejor revista de aquella brillante época, la "Revista de Bolivia", dictó los artículos de la fe del credo modernista boliviano: "El carácter propio del modernismo boliviano es buscar la inspiración en la conciencia contemporánea; es el deseo de abandonar una poesía sentimental y rancia; es la ascensión del espíritu crítico a las nuevas concepciones de lo bello; es la soltura y la originalidad de la frase, saliendo de trilladas figuras y traduciendo las misteriosas armonías del alma y, por encima de todo: la nueva vida, las nuevas ideas".

Y aunque tal fuese su designio, y, probablemente el de la revista que él dirigía, encontramos con frecuencia poesías sentimentales del corte de la siguiente. Su autor, el insigne vate Ricardo Mujía, se inspiró seguramente en los grandes románticos franceses, en Lamartine, Hugo o Musset, parece que más bien en este último, cuando nos habla de ojos negros o azules que se reflejan, divinos, en las ondas de tranquilos y violáceos lagos:

¡Qué bella estás así! Sobre tu frente
Por un rayo de luna iluminada,
Brilla, tu cabellera Rizada,
como la onda de la fuente
Que llega dormitando a la ribera...
Tus ojos negros tienen las extrañas
Irradiaciones de astros, que iluminan
Con púdicos desmayos

(Ideal...)

Y en otra parte:

A mi Alberto
¡No sabes, pequeñuelo,
Qué promesas de amor y de consuelo
Encierra esta mirada en dulce halago
Con tus ojos azules, como el cielo
Que se refleja en el cristal del lago...

Don Ricardo Mujía es un buen poeta, pero, por decoro, siquiera esforzándose por defender sus ideas literarias, debía haberse abstenido de publicar sus poesías en una revista que se preciaba de modernista, de decadentista, al lado de otras poesías que tendremos el placer de examinar oportunamente. Porque Ricardo Mujía es un sentimental, un romántico, cuya inspiración, aunque extraña al terruño, no es decadente.

Hoy encontramos, desgraciadamente, formas decadentes análogas a las de aquella época, sólo que entonces los poetas no desdeñaban la Biblia cuando querían inspirarse en sanas fuentes:

De una manera sencilla
vivió Adán en el Paraíso,
hasta que el Eterno quiso
arrancarle una costilla2.

En general, nuestros escritores de más nota son seres perfectamente adaptados al ambiente. Su pobreza de imaginación creadora-digo creadora para distinguirla de la imaginación puramente reproductiva que predomina en ellos y que es peculiar a todos los espíritus-biblioteca-sus aspiraciones vulgares, todo nos hace comprender que sus creaciones mórbidas no son propias. Y es por esto, por esta falta de analogía entre la obra y el que la crea, entre el árbol y sus frutos, que llamo exóticas a estas producciones.

De tal modo que el modernismo, mejor, el decadentismo de los poetas bolivianos, es únicamente superficial, periférico.

Han buscado la inspiración en "las nuevas ideas y en las nuevas concepciones", sin tener en cuenta que sólo las ideas y concepciones que hemos mamado durante nuestra niñez mental podrán fundamentar sólidamente nuestras creaciones intelectuales. Porque el boliviano podrá tener su patria mental en Francia, pero su sangre y sus huesos pertenecen a su tierra nativa, de la que no podrá desarraigarse a pesar de sus esfuerzos. Y como su alma es carne, hueso y sangre, las producciones que sean "carne de su carne y sangre de su sangre" serán las únicas que encierran vida verdadera y fuerte.

Y ahora, cuán profundamente verdaderas se nos aparecen estas palabras de Federico Nietzsche : "Sólo amo lo que está escrito con sangre".

 

Notas

1 Artículo escrito en 1914, en "Páginas Escogidas", la revista que dirigiera el propio Prudencio Bustillo en los años 1913-1914. Su contenido, al igual que los de Porcel, Iraizós y Sánchez Bustamante, da cuenta de la rica discusión literaria que se desarrolló en las primeras décadas del siglo XX alrededor de las características del modernismo poético y el realismo y naturalismo novelísticos. Nota del editor.

2 Tomado de "El Paraíso", de don Miguel Ramallo.

 

Creative Commons License All the contents of this journal, except where otherwise noted, is licensed under a Creative Commons Attribution License