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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  n.17 La Paz ago. 2005

 

 

 

La disolución del imperio soviético y los nuevos desafíos del mundo actual

 

 

Dr. Javier Murillo de la Rocha

 

 


Catorce grados bajo cero, en el invierno ruso, es considerado, por los habitantes de Moscú como una temperatura ideal para dar un paseo al aire libre. Era la temperatura de aquel 25 de diciembre de 1991. Al atardecer, la gente comenzó a llenar la Plaza Roja. Desde la otra orilla del río Moscú se destacaban las torres del Kremlin. De pronto, comenzó a ser arriada la bandera roja que había flameado imponente en la vieja fortaleza durante los últimos setenta años. En su lugar, fue izada, de inmediato, la insignia rusa, con los colores que Pedro el Grande adoptó como muestra de su admiración por Europa. El imperio soviético había dejado de existir por muerte natural.

La mirada de los moscovitas era atenta, pero sobria. No hubo expresiones de júbilo ni algarabía. Era un acto solemne. En los rostros de los más viejos se dibujaba cierta angustia. Sólo movían la cabeza, en actitud de duda, de resignación y de temor ante lo incierto del futuro. Después de todo, setenta años dejan huella en la vida de los pueblos.

A partir de agosto de 1991, superado el fallido golpe de Estado , promovido por un grupo de la vieja nomenclatura, para impedir la firma del Tratado de la Unión, Gorbachev se había convertido en un Jefe sin partido y en un Presidente sin Estado. El proceso iniciado por él a mediados de los ochenta se le había escapado de las manos.

Se escribirá mucho todavía sobre las causas de este extraordinario desenlace, que muy pocos preveían. Vale la pena, por su innegable trascendencia, recordar algunos episodios que han merecido diversas interpretaciones.

A mediados de los años ochenta, Mijail Gorbachev, el joven Secretario General de la región de Stavropol, visitó el Canadá, donde se encontraba como Embajador de la Unión Soviética Alexander Yakovlev, de quien se dice que fue enviado al servicio exterior por sus ideas desviacionistas. Nunca se sabrá, a menos que lo revelen los propios protagonistas, el contenido real de la conversación entre Gorbachev y Yakovley. Pero las inquietudes de ambos eran coincidentes: la carrera armamentista, la competencia espacial y el gigantesco complejo militar-industrial habían sido experiencias demasiado costosas. La rigidez de la economía planificada había fracasado. La brecha tecnológica con Occidente se hacía cada vez más grande. Las ansias independentistas de las repúblicas y de los países del bloque soviético eran una bomba de tiempo. El pueblo estaba divorciado del Partido. Los héroes del trabajo socialista eran cosa del pasado y, para remate, se había desarrollado una economía subterránea que estaba extendiendo la corrupción sin barreras.

De las entrevistas que concedió Yakovlev, algún tiempo después, se puede colegir, al menos en parte, lo que ambos dirigentes comunistas trataron durante su encuentro. En resumen, rota la barrera de la desconfianza mutua, tan frecuente entre los funcionarios soviéticos, Yakovlev concluyó en que, si no se hacían profundos cambios en el sistema y la forma de manejar los asuntos desde el Kremlin respecto de la economía y la política, sobre todo externa, la Unión Soviética estaba fatalmente condenada a desaparecer. Le propuso a Gorbachev, en consecuencia, un plan de reestructuración y algunas medidas para iniciar un proceso de apertura. Yakovlev, fue, sin duda, el artífice teórico del proceso, aunque la responsabilidad política correspondió obviamente a Gorbachev.

Habían coincidido en cuanto a la necesidad de los cambios, aunque no respecto de los objetivos. Para Gorbachev, el fin tenía que ser el fortalecimiento del Partido y del Sistema. Para Yakovlev, tales cambios debían poner límites al régimen totalitario, sin que ello llegara a los extremos de liquidar al Estado soviético.

Por táctica o por convicción -me inclino a pensar en lo último- una vez ungido como Séptimo Secretario General del PCUS, dentro de la dinastía comunista, Gorbachev hizo aprobar el plan por el Congreso del Partido. Ello explica el por qué nadie en la Unión Soviética y menos en las repúblicas movió un dedo en su respaldo cuando se produjeron los acontecimientos de agosto de 1991, lo mismo que su nula popularidad electoral. De hecho, aunque Gorbachev era considerado un héroe en Occidente, en la URSS pasaba por ser un miembro típico de la nomenclatura partidaria. Algún tiempo después, se lamentaría diciendo: "no hay reformista feliz".

En realidad, la Perestroika era eso, sólo un intento reformista a través del cual se quería reestructurar la economía, principalmente, para salvar del colapso a la Unión Soviética, a tiempo de fortalecer al Partido, sin que ello garantizara la vigencia de las libertades. Uno de los puntos de mayor discrepancia consistió en la prioridad de los planteamientos. Para Gorbachev, el énfasis debería colocarse en la reestructuración. Para Yakovlev, lo fundamental era la aplicación de la Glasnost, cuya traducción no corresponde, exactamente, al concepto de transparencia , sino de publicidad y apertura al debate.

Esa discrepancia es la prueba de que Gorbachev todavía creía que era posible y deseable salvar el sistema comunista. La apertura al debate era, sin duda, más significativa que la apertura económica para promover el cambio. Por esa vía se conoció la magnitud y el sentido de la protesta, contenida durante siete décadas. Fue, en síntesis, la Glasnost, entonces, antes que la Perestroika, la que disolvió al imperio.

La cronología es impresionante. Entre 1989 y 1991 se producen los acontecimientos que rematan en el desplome final. Las reacciones contra el poder soviético en Polonia, Hungría, la RDA, Checoslovaquia, Bulgaria y Rumania son terminantes. El 9 de noviembre cae el Muro de Berlín. Gorbachev, que deseaba promover un acercamiento con la China, se topa con la masacre de Tiananmen; los países bálticos comienzan a dar señales muy claras de su propósito de separarse de la Unión Soviética, donde brotan, cada vez con más fuerza, las corrientes independentistas de las repúblicas caucásicas.

El 1 de diciembre de 1991, el 90,3% de los ucranianos votan por la independencia. El 8 de diciembre, cerca de la frontera con Polonia, y a espaldas del Secretario General, los líderes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia negocian los términos para dar por concluida la existencia de la URSS. El 21 de diciembre, ocho de las doce repúblicas se reúnen en Alma Atá, capital de Kasajastán, y proclaman su independencia. Gorbachev dimite el 25 de diciembre.

Los soviéticos, de un momento a otro, pierden su nacionalidad; muchos, a quienes la edad les permitía, procuran recuperar la que habían tenido originalmente, aunque ya no se sintieran identificados con ella. Los demás reciben la nacionalidad rusa. La magnitud dramática del cambio se ilustra, según el relato de Norman Davies, en la experiencia del cosmonauta soviético, Ser-gei Krikalyev, quien fue lanzado al espacio en mayo de 1991 y lo dejaron dando vueltas alrededor de la tierra hasta fines de ese año, en espera de una decisión que lo hiciera regresar. Había dejado una Unión Soviética cuando era toda-vía una superpotencia y regresaba a un mundo dentro del cual la URSS había desaparecido. Sus controladores en el Centro Espacial de Baikonur pertenecían para entonces a la República Independiente de Kasajastán.

Es un caso único en la historia en que un imperio simplemente se desvanece. Este resultado jamás se habría podido alcanzar, en los términos en que se dio, mediante presiones externas. El pueblo ruso es profundamente nacionalista. Tiene un sentido casi religioso de lo que significa para él la Madre Patria. Cualquier ataque desde fuera hubiera provocado la unidad interna. En nombre de esa madre patria es capaz de soportar los mayores sacrificios. Existe incontestable constancia histórica. Es un símbolo de veneración que no existe en otras naciones.

Un agudo observador anotaba que los ordenadores personales, que ingresaron gracias a la Glasnost, hicieron lo que no se pudo lograr en más de cuarenta años con el arsenal nuclear o los misiles emplazados en toda Europa. En efecto, el pueblo soviético no contaba con ningún tipo de información sobre lo que acontecía en el resto del mundo, apenas una vaga idea a través de videos de contrabando o las trasmisiones de la BBC de Londres, que eran captadas con enorme dificultad. La imposibilidad de los soviéticos para comparar su realidad con la de los ciudadanos de Occidente los convertía en presa fácil de la propaganda gubernamental sobre los logros del sistema. Abrir la información, así haya sido muy limitada al principio, permitió perforar desde dentro la impenetrable, hasta entonces, cortina de hierro.

La polémica iniciada a comienzos de la Guerra Fría entre los intelectuales norteamericanos sobre los métodos para combatir el poderío soviético se resolvió a favor de Kennan, quien, citado por Kissinger, anticipó, con gran lucidez lo que ocurriría con la URSS. Sostenía que "el sistema, tarde o temprano y por medio de una u otra lucha de poder, se transformaría radicalmente......" Si, por consiguiente, decía, "ocurriera algo que perturbara la unidad y la eficacia del Partido como instrumento político, la Rusia soviética podría cambiar de la noche a la mañana, dejando de ser una de las sociedades nacionales más poderosas para convertirse en una de las más débiles y lastimosas". Kennan había captado con sorprendente agudeza que el Partido era, en realidad, más grande que el Estado. Y fue más lejos al sostener que "la sociedad soviética contenía las semillas de su propia decadencia", pidiendo "resistir para permitir que la historia mostrara sus tendencias inevitables". Eran épocas de la contención determinada por Truman, y del pensamiento de Churchill sobre el equilibrio del poder, quien comentaba que nada admira más los soviéticos que la fuerza.

En próximos días se cumplen 60 años desde la conclusión de la Segunda Guerra Mundial y tres lustros del fin de la Guerra Fría. Pienso que por eso estamos reunidos, para reflexionar en conjunto, sobre el significado de estos complejos períodos de la historia de nuestro tiempo. La paz reposará siempre sobre el equilibrio que pueda lograrse en la distribución del poder y la riqueza. Ése es el origen de las alianzas entre los Estados. Tienen lugar para unir fuerzas frente a un enemigo común o en la búsqueda de un objetivo coincidente.

Terminada la Primera Guerra Mundial, y derrotado el ejército del Fuhrer, los antiguos aliados buscan un reacomodo de sus intereses. Para Stalin el objetivo es ahora afianzar y extender el poder soviético. El peligro nazi ya no está a las puertas de Moscú. Stalin ya no necesita, entonces, de sus aliados en la guerra. Estados Unidos surge como la primera potencia mundial y percibe, como lo dijera Kennan, que la hostilidad a las democracias era inherente a la estructura soviética y, por tanto, resultaría impermeable a los esfuerzos conciliatorios de Occidente.

Europa occidental inicia su reconstrucción con una Alemania dividida. La búsqueda de su recuperación económica coincide con el masivo proceso de descolonización, apresurado por el expansionismo soviético. Las ex colonias negocian bajo otros términos la apertura de sus mercados y la entrega de sus recursos naturales. El plan Marshall fue sólo un capital de arranque. El verdadero vigor y creatividad corresponde a los europeos. La recuperación económica es sorprendente. A los pocos años, sólo como ejemplo, el producto de Alemania Occidental sobrepasaba en 115 billones de dólares al que correspondía a la totalidad de los países de Europa del Este. Pero la política de contención requería, además, de un brazo militar para garantizar la seguridad del mundo libre. Así nació la OTAN, el 4 de abril de 1949.

La pugna Este-Oeste era inevitable, porque las propuestas de Moscú y Washington correspondían a filosofías políticas incompatibles. Buscaban, quizás, lo mismo: el bienestar y la igualdad, pero por caminos que jamás se encontrarían. No se trataba solamente de una forma de organizar a la sociedad y de regular las relaciones del capital y el trabajo, del individuo y el Estado. Más allá de las intrincadas elaboraciones teóricas del marxismo-leninismo, el centro neurálgico estaba -y sigue estando- en la función del valor irrenunciable de la libertad, expresada en todos los ámbitos y manifestaciones del ser humano.

Con razón escribe Luis Lorda que "la libertad de las personas es uno de los elementos irreductibles de los hechos sociales... Es la prueba de que existe un ámbito de la realidad que está más allá de la materia, porque tiene leyes distintas. Por eso es necesario, como formuló Dilthey, dividir metodológicamente las ciencias al menos en dos grupos: ciencias de la naturaleza, dominadas por la necesidad de la materia, y ciencias del espíritu, donde interviene ese fenómeno irreductible que es la libertad".

Mientras la entonces Unión Soviética se desmorona, avanza, a pasos rápidos, la integración europea. Precisamente en diciembre de 199l, los 12 líderes de la Comunidad se reúnen en Maastricht para aprobar un trascendental documento preparado por la Comisión. Se dice que sus 61.351 palabras son muchas para los objetivos que se plantea: la unión económica y monetaria, la ciudadanía y la necesidad de coordinar las políticas exteriores y de seguridad, pero muy pocas para interpretar el momento de profundos cambios. Dicho en otras palabras, el documento se olvida de la otra parte de Europa y de las previsiones que había que tomar en vísperas del fin de la Guerra Fría. Quizá es una crítica exagerada y se trate más bien de un olvido deliberado, atendiendo al buen cálculo de Jacques Delors de que había que profundizar primero y ampliar después.

De todos modos, se había avanzado sideralmente en comparación con los primeros pasos de los años cincuenta, cuando se sembró el germen de integración basado en la comunidad del carbón y del acero. Pero estaban más frescas que nunca las ideas visionarias de Konrad Adenauer, Monnet y Schu-man, acompañadas por el pensamiento de Churchill, todas coincidentes en la convicción de que el gran proyecto debería apuntar a la unión plena, política, militar y por supuesto económica, basada en compromisos de funcionalismo y subsidiaridad, de eficiencia y coherencia, y principios vinculados a la democracia y las libertades que le son inherentes. Iban quedando atrás el Acta Única de Europa, lo mismo que el Memorándum de Bélgica. El proceso marchaba sobre bases sólidas.

Siempre supieron los líderes europeos que había que superar grandes obstáculos: seguramente el más difícil se refería a la necesaria transferencia gradual de ciertas competencias nacionales hacia los órganos supranacionales; a pedirles a los Estados que renuncien a facultades soberanas en favor de los intereses comunitarios. El otro desafío tiene que ver con la articulación de los diversos intereses y visiones de los países miembros, para reunirlos en un enfoque común sobre los grandes objetivos del desarrollo y la política, que se exprese, además, en compromisos institucionales; incorporando, al propio tiempo, las expectativas y demandas de las regiones que existen dentro de los Estados de la Unión. Todo lo anterior, en medio de un mundo que cambia aceleradamente.

Corresponde, ahora, dar un vistazo a los escenarios actuales para atisbar por la retícula de la historia lo que podríamos esperar del futuro.

El mundo de hoy no es, obviamente, el de 1947, ni siquiera el de 1991. Ahora está interconectado a través de medios que eran inimaginables hasta hace pocos lustros. Nuestras decisiones, incluso las personales, están presionadas por la comunicación instantánea en tiempo real. Las relaciones de la producción y laborales están vinculadas a redes industriales de alcance mundial. Día que pasa se hacen más frecuentes las compras en el mercado cibernético, mientras que la movilidad del capital operario a velocidades y volúmenes día a día, minuto a minuto, pone a prueba los nervios de los operadores financieros y alienta el manejo especulativo del dinero a niveles planetarios, con los consiguientes riesgos para las economías más vulnerables.

Después de 1991 es notable el ritmo en que progresa la integración europea. Lo demuestra el hecho de que en cuatro décadas, a partir de 1950 y hasta 1990, se toman cerca de 50 decisiones orientadas a construir la Unión, y en sólo 15 años, después de la Guerra Fría, se adoptan alrededor de 80, que fueron las que finalmente llevaron a la consolidación del gran proyecto político y pusieron fin a la existencia de las dos o tres Europas. Hoy, con una Constitución comunitaria, con 25 miembros y un mercado de 455 millones de habitantes, la Unión Europea se ha convertido en una de las superpotencias, y ello le plantea nuevas responsabilidades e inmensos desafíos en un mundo totalmente diferente.

De hecho, ha pasado a ser un poderoso competidor político y comercial de los Estados Unidos y esto se refleja en el comienzo de discrepancias que, inevitablemente, abarcarán el campo estratégico. La discusión ya planteada, cuyos fundamentos no son recientes, reside en la conveniencia de adoptar como base del desarrollo humano un estado de bienestar que asegure condiciones aceptables de seguridad social individual y colectiva, y distribuya mejor los ingresos, o aplicar las estrategias neoliberales de desregulación , privatización y liberalización del comercio y las finanzas, manteniendo Estados minimalistas, en función de árbitros entre los grupos sociales encontrados.

El escenario de discusión es extremadamente delicado y, según algunas opiniones, podría dar cabida incluso a la posibilidad de que se instale una segunda guerra fría, esta vez intercapitalista. Quienes advierten este peligro apoyan sus opiniones en la falta de coincidencias que se han dado últimamente, de manera muy marcada, entre Europa y los Estados Unidos, en materias tales como el conflicto con Irak, la cuestión palestina, el control de armamentos, la Corte Penal Internacional, los Acuerdos de Kyoto, los subsidios agrícolas y otras diferencias políticas y comerciales.

Algunas corrientes de los Estados Unidos atribuyen las distancias que viene tomando Europa respecto de su aliado trasatlántico a la supuesta formación de un euronacionalismo que muchos interpretan como antinorteamericanis-mo. La forma de encarar el conflicto con Irak puso al desnudo las distancias entre los Estados Unidos y Europa, pero también entre los propios Estados de la Unión. Alemania y Francia se opusieron abiertamente al concepto de guerra preventiva, mientras que España, Italia y Polonia resolvieron apoyarla. Este hecho ha mostrado la urgencia de intensificar el desarrollo de la política exterior común; porque, de lo contrario, Europa estaría renunciando a uno de los factores más importantes de influencia en el tratamiento de los asuntos internacionales: una voz propia y unánime.

Lo anterior es esencial para que la Unión Europea no se convierta en un club de gobiernos, como alguien calificó a la ONU; inquietud que, felizmente, desde la Constitución comunitaria, está totalmente despejada. Aquí surge otro tema para reflexionar seriamente. Dijimos, en algún momento, que en la base de los conflictos estará siempre la mala distribución del poder y la riqueza, o la concentración de ambos en un solo centro de influencia. Cuando esto es así no se puede hablar de una democratización de las relaciones internacionales. Europa tiene, en el futuro, parte de la responsabilidad para que ello no ocurra. No en vano se ha constituido en una superpotencia. De modo que, para construir un porvenir de paz estable, es imprescindible que aseguremos un mundo multipolar.

La otra parte de la responsabilidad está en la convicción públicamente expresada hace poco por el presidente de China, Jiang Zemin, quien sostiene que el mundo debe ser multipolar. Y lo dice en nombre y representación de 1.300 millones de habitantes que forman 56 nacionalidades, hablan 205 idiomas, ocupan alrededor de 9 millones de kilómetros cuadrados y cuentan con una de las economías más dinámicas del mundo. Creo, en consecuencia, que sería prudente tomarle la palabra, desde ahora, al líder de la China.

Pero, ¿dónde estaba el llamado Tercer Mundo en todo este proceso? Donde está ahora, postergado como siempre. Sufrió efectos devastadores durante la Guerra Fría. Las reivindicaciones democráticas y económicas de los países que lo conforman cayeron dentro del terreno de las luchas ideológicas entre las potencias. Prestándonos la frase de un comentarista francés, podríamos decir que para el mundo subdesarrollado, no hubo guerra fría, sino una paz caliente, porque, en efecto, Washington y Moscú dilucidaban sus diferencias en las naciones tercermundistas, cuyos territorios se convertían en verdaderos campos de batalla. La historia registra episodios dramáticos que se dieron en distintos territorios de África, Asia, el Medio Oriente y América Latina.

Las políticas de contención no favorecieron en nada al Tercer Mundo y, por el contrario, promovieron condiciones para su desintegración. Concluida la Guerra Fría, podríamos decir, inclusive, que su situación es más dramática porque, en medio de la pugna ideológica, estas naciones se defendían actuando de manera pendular. Utilizaban las aproximaciones divergentes o convergentes para obtener alguna ventaja, u optando por la alineación incondicional. Hoy tal vez ya no tenga ningún sentido el concepto de Tercer Mundo si el segundo desapareció y surgieron nuevos países industrializados como Taiwán o Corea del Sur, lo mismo que los petroleros de Oriente Medio. Lo que permanece es la inmensa miseria de más de 1.200 millones de seres humanos, con demandas urgentes y respuestas pendientes. Con un destino incierto confiado a las fuerzas del mercado y a las ofertas neoliberales impulsadas por la globalización que, a decir de algunos investigadores, va camino de provocar una nueva forma de colonialismo, esta vez bajo la férula de las corporaciones transnacionales.

Es evidente que esa inmensa legión de pobres ha sido también excluida del nuevo orden económico parcelado entre cuatro centros de poder: los Estados Unidos, con los tratados de libre comercio, el Japón con influencia en el área del Pacífico, la Unión Europea, con su inmensa red de intercambios en todos los continentes; grupo en el que está reclamando un sitial, con legitimas credenciales, la República Popular China. Entretanto, Rusia espera. Sabe que tiene una carta estratégica que puede inclinar la balanza en el momento oportuno, hacia el Asia o el Occidente, en lo comercial o en lo político.

Para decirlo en pocas palabras, en este principio de siglo la humanidad ya no quiere vivir, como en la Guerra Fría, conteniendo la respiración, bajo la amenaza constante de un súbito estallido nuclear en cada crisis, como las que provocaron, entre otras, el incidente del avión espía U2, que cayó en el Volga, o la más grave aún, provocada por la instalación de misiles en Cuba. Pero tampoco quiere vivir en un mundo donde los conflictos se diseminan en distintas áreas del planeta, como las recientes guerras en Bosnia y Kosovo o Chechenya. Ni acosado por la incertidumbre y el desamparo. Las perspectivas, lamentablemente, no se presentan muy alentadoras.

Finalmente, revisemos aunque sea en forma breve las principales tendencias de este principio de siglo:

El siglo XXI se estrena bajo la amenaza del megaterrorismo y de las pandemias universales. El 11 de septiembre de 2001 fue una experiencia dramática que conmovió al mundo. El 11 de marzo de 2004 Madrid sufrió otro acto de barbarie. El primero demostró que no hay áreas invulnerables. El segundo cambió el panorama político interno de España, le hizo modificar su posición respecto de la guerra contra Irak y permitió reestructurar la convergencia de posiciones en el marco de la Unión Europea. Debilitó, asimismo, las alianzas del Gobierno norteamericano.

La Guerra Fría podría ser reemplazada -esperemos que ello no ocurra- por la guerra de las civilizaciones y las culturas. La razón contra la fe. Las ideas contra el dogma; algo mucho más difícil de conciliar. Hace cinco lustros terminó, es cierto, la confrontación entre el internacionalismo socialista y el capitalismo. Esa pugna se ha trasladado hoy al enfrentamiento entre el internacionalismo neoliberal contra un Tercer Mundo, que cuenta con dos tercios de la población mundial e importantes recursos estratégicos; que choca contra las demandas impostergables de 1.200 millones de seres humanos que se debaten en el umbral de la miseria.

El mayor desafío de nuestro tiempo reside en dar con las respuestas, y ésta es una tarea urgente. La globalización puede tener efectos perversos. Ha dibujado un nuevo mapa de intereses sobrepuesto y diferente a la geografía política del mundo actual. Y se guía por ese mapa. Esa red de intereses está totalmente desvinculada de la que concierne a los Estados, a sus metas y compromisos. Ha establecido nuevas reglas para la inversión y los ritmos del crecimiento. Sus decisiones, que pueden impulsar el desarrollo o limitarlo, disminuir o aumentar el empleo, responden al rendimiento de sus capitales. Son los balances de las corporaciones transnacionales las que definen dónde invertir. No tienen ningún compromiso con las demandas sociales; no pueden tenerlo, porque se rigen por reglas técnicas y no por principios.

El mundo podría sufrir nuevas y profundas divisiones por el irrempla-zable capital del conocimiento, que es la base de la nueva revolución industrial. La acumulación del conocimiento tecnológico generará un poder mucho mayor que cualquier otro en el pasado.

A pesar de todo, hay en el horizonte signos de esperanza: una de las respuestas posibles reside en la integración de los grandes bloques, que recupere para los Estados las facultades que hoy las están perdiendo sin siquiera darse cuenta de la verdadera magnitud de ese fenómeno. El ejemplo está en la Unión Europea, que ha demostrado ser capaz de consolidarse a pesar de una larga historia de disgregación y enfrentamientos, que ha tenido la capacidad de superar los nacionalismos cerrados y excluyentes que jamás habrían permitido edificar la fortaleza europea, cuya ayuda externa supera los 10 billones de euros anualmente y contribuye con casi el 60% de la cooperación a los países en desarrollo.

El mundo del mañana tiene, a pesar de todo, opciones distintas. La historia nos ha señalado caminos amplios que hay que seguir sin desviar el rumbo. Nos ha enseñado que hay, por lo menos, tres condiciones esenciales para convivir en paz: la libertad, la tolerancia y la equidad.

Todos los pueblos tienen derecho a mantener sus culturas y credos, lo mismo que a un acceso realista a las oportunidades del desarrollo humano. Los intentos de avasallamiento son ilegítimos y peligrosos. La libertad es el valor esencial y debe estar por encima de cualesquiera otras consideraciones. El Estado socialista fracasó porque condicionó las libertades del individuo a la de un difuso concepto de colectividad, al extremo de que le quitó toda expresión creativa. Tomó a su cargo la responsabilidad de satisfacer las necesidades del ciudadano, pero a condición de fijar arbitrariamente cuáles y cuántas eran esas necesidades.

El capitalismo entraña el peligro de hacer que se considere al hombre sólo como un consumidor y no como un ciudadano y de permitir que sus libertades queden por debajo de las que les asigna al capital y al mercado. En contraposición con el comunismo, cae en el extremo de crearle a las personas tantas necesidades materiales que amenazan con deformar su naturaleza espiritual.

Los líderes políticos del presente deben tener en cuenta que el hombre del siglo XXI no es el mismo que el del anterior milenio. Se diferencia, fundamentalmente, en que ya no cree en las utopías.

 

Diálogo con el público

  • Mi pregunta va para el Dr. Benz. Antes, a modo de comentario, le pido respetuosamente especificar mejor cada vez que se refiera al presidente de los Estados Unidos. Yo me considero americano y el señor Bush no es mi presidente. Mi pregunta es la siguiente: ¿hasta qué punto cree usted que la intromisión imperialista de Estados Unidos en esa época fue mejor que la de la Unión Soviética?

Dr. Benz:

Acerca de las características de las intervenciones imperialistas de los Estados Unidos y la Unión Soviética en los asuntos de otros países, y si fueron mejores o peores, no sé si uno pueda compararlas. Ambas naciones obviamente tenían estructuras imperiales y estaban al servicio de sus intereses. Tomemos como ejemplo las intervenciones de Estados Unidos en Vietnam y de la Unión Soviética en Afganistán. En ambos casos se dieron bajo argumentos ideológicos y sus resultados han sido fatales para ambos lados, tanto para las naciones afectadas como paralos estados intervencionistas. Especialmente el caso de Afganistán, pues fue parte del desmoronamiento posterior de la Unión Soviética.

Pero el problema siempre es ético, pues tiene que ver con la pregunta de si una potencia tiene derecho a inmiscuirse en asuntos que no son de su incumbencia. Y me parece que es fácil ver el problema desde ese punto de vista y señalar que nadie debería hacerlo sin la autorización de la ONU. Pero para un historiador es mucho mas difícil aclarar el problema. Por ejemplo, si pensamos en lo que habría sido del mundo en la Segunda Guerra Mundial si los Estados Unidos y la Unión Soviética no hubieran ayudado a exterminar al fascismo. Y en este aspecto obviamente también vale la pena citar la experiencia alemana después de la guerra, pues entonces los Estados Unidos actuaron con una generosidad extraordinaria con la parte occidental de Alemania.

Creo que no se pueden generalizar las distintas experiencias que ha habido al respecto, y si usted quiere escuchar mi opinión personal acerca de la experiencia histórica de Alemania con Estados Unidos entre los años 1945 y 1950, sólo puedo resumirla en la palabras agradecimiento y admiración. Ahora bien, la declaración actual de ciertos Estados como Estados canallas por parte del Gobierno norteamericano, es otra cosa.

 

  • Al Lic. Blanco quiero consultarle cuál debe ser el modelo que Bolivia debe adoptar para su desarrollo, si se debe implantar un modelo parecido al que ha tenido relativo éxito en Brasil o Chile o retornar al proteccionismo que se ha practicado en los últimos cincuenta años en América Latina.

Lic. Blanco:

Quiero señalar primero algunas cifras. En primer lugar, los bienes primarios comprenden cerca del 25% del comercio mundial, y cerca de la mitad de las ganancias de exportación de los países en desarrollo proviene de aquéllos. Un estudio recientemente realizado muestra que los países que tienen dependencia de un solo producto en su estructura de exportaciones no pueden controlar los precios en los mercados internacionales y por lo tanto dependen y están sometidos a posibles shocks externos.

Eso por un lado. Por otro, se debe señalar que los acuerdos que se han creado entre productores para defenderse ante las bajas de precios en general han fracasado. Es el caso del Acuerdo Internacional del Azúcar, en 1984, de el Acuerdo Internacional del Estaño, en 1985, del cual Bolivia era parte, de el Acuerdo Internacional del Cacao, en 1988, y el del café, en 1989. El único que está funcionando, aparte de la OPEP para el petróleo, es el acuerdo del caucho natural.

En este contexto, considero que el sistema internacional no permitiría volver a políticas proteccionistas, pues aquí hay un tema de direcciones en materia de política económica. Por ello insisto en que es necesario buscar competitividad en la pequeña y mediana empresa, pero además establecer y respetar reglas de juego claras para la inversión extranjera, que debe crecer dada la inexistencia de recursos nacionales para inversión.

Es en este contexto que es importante distinguir los problemas que enfrenta la economía boliviana. Los mismos se reducen en mi opinión a tres fundamentales: el empleo, la competitividad y la pobreza. Inmersos en ellos están el desarrollo institucional, la corrupción y la forma de organizar el Estado.

Se ha señalado con gran optimismo que en los últimos dos años Bolivia está exportando alrededor de 2.000 millones de dólares. Yo tengo temores sobre esta performance, porque el aumento de los ingresos de exportación se ha producido esencialmente por el aumento de los precios de la materias primas que se compran en el exterior y no por un incremento de los volúmenes de producción. Y en este mundo globalizado, en la medida en que se produzcan problemas en la economía mundial o aparezcan productos sustitutos, los precios necesariamente van a bajar.

Consideremos, por otra parte, el tema de ocupación: mientras 140.000 personas entran anualmente al mercado de trabajo, el perfil exportador que tiene Bolivia es esencialmente hidrocarburífero, como se sabe, un sector intensivo de capital. Por otro lado, el sector de la soya tiene problemas de precios.

Actualmente Bolivia está confrontando un problema adicional, que es el achicamiento de su sector financiero. Los últimos indicadores de la banca nacional muestran que el país ha entrado en categoría de alto riesgo. Los niveles de financiamiento para el desarrollo han disminuido a la mitad. El impacto de la diminución del crédito en la economía nacional es muy grande, por lo que dependemos grandemente, entre otras cosas, de la cooperación internacional.

Pienso que la solución por donde debe ir el país, y esto se ha tratado en distintos foros, es aumentar la competitividad. Y aquí surge la necesidad de fortalecer la pequeña y mediana empresa, cosa que se ha estado llevando a cabo. Además, para fortalecer su situación exportadora Bolivia debe dar, y éste no es un descubrimiento, es una verdad de Perogrullo, importancia creciente a los ingresos provenientes del turismo.

Insisto: volver a esquemas de proteccionismo, aunque haya presiones de distintos tipos, no va a ser posible, dada la nueva realidad comercial y mundial que existe en el mundo. Por el contrario, Bolivia debe globalizar su acción comercial y buscar mejores posibilidades en los mercados internacionales. Es importante desarrollar proyectos competitivos y acuerdos de integración, así como explicar adecuadamente los que están en actual proceso.

 

  • Señor Murillo, ¿cómo ve usted la posibilidad de que se produzca una segunda guerra fría, y qué debería hacer Bolivia si eso se diera, tomando en cuenta nuestra dependencia no sólo económica sino política de los Estados Unidos?

Dr. Murillo:

Sin duda en mis comentarios puse énfasis en el hecho de que no era absolutamente deseable que pudiera instalarse una segunda guerra fría, porque tendría características incluso más preocupantes que las que tuvimos que vivir entre 1945 y 1989. Digo esto porque, cuando existían dos superpo-tencias con dos propuestas distintas, había una suerte de administración más ordenada del conflicto, a pesar de que, como dije, estas dos potencias dilucidaban sus problemas en territorios de los países en desarrollo.

En cambio, una posible segunda guerra fría tendría lugar entre países intercapitalistas y se podría concentrar en las tres grandes áreas de poder económico que hay actualmente: Estados Unidos, como primera potencia y con los instrumentos de los tratados de libre comercio; la Unión Europea, con esa enorme red de intercambios y acuerdos que ha hecho en todo el mundo, y la Cuenca del Pacífico, con el Japón y, con una credencial de potencia que ya nadie puede negar, la República Popular China.

Este conflicto tendría en lo político una relación muy directa con el control de ciertas áreas, sobre todo el Golfo Pérsico, por la concentración de los energéticos que existe en esta región. Otro aspecto preocupante sería que, a diferencia de la guerra fría anterior, que estaba caracterizada por una pugna ideológica impulsada por organizaciones revolucionarias, este hipotético problema internacional involucraría a organizaciones terroristas.

En cuanto a lo que debería hacer Bolivia en el escenario actual, yo creo que la respuesta más coherente es impulsar el proceso de integración. Tenemos que avanzar a paso acelerado en la integración sudamericana y, dentro de ese bloque, cuidar los intereses de nuestro país.

 

  • Mi pregunta va orientada a pedirle al Dr. Benz que precise la postura que planteó en relación a lo que debería hacerse con los recursos naturales.

Dr. Benz:

Lo que quise decir en relación a los recursos naturales, ya un colega lo dijo al hablar del protocolo de Kioto, es que ningún Estado nacional puede disponer de los recursos naturales como si fueran simplemente la propiedad de una nación pequeña.

 

  • Mi pregunta es para el Dr. Benz. Quisiera que nos explique un poco si la reunificación alemana ha sido algo lógico o algo artificial para los dos Gobiernos y para el pueblo.

Dr. Benz:

Obviamente que era lógico unificar Alemania. Porque la división no se dio por desacuerdos étnicos, culturales u otros aspectos; los dos pueblos conforman una sociedad homogénea, de manera que no había otra solución razonable que hubiera correspondido a las deseos de la población. Pero también fue un proceso llevado a cabo muy rápidamente, y esto acarreó algunos problemas. Es comprensible que, después de 40 años de división y de vivir bajo dos formas de sociedad tan distintas, que además se veían una a la otra como enemigas, los dos pueblos hayan tenido dificultades para volver a vivir juntos. Por ejemplo, en el aspecto económico, la liberalización intempestiva de la economía planificada de la ex RDA provocó grandes dificultades que se hubieran evitado en un proceso de confederación de ambos Estados de más largo plazo y paulatino.

Pero esto se dio así, y lo previsible es que en algún tiempo más estos problemas se superen. En cualquier caso, la reunificación fue algo lógico y necesario.

 

  • Al señor Murillo, quisiera nos comente sobre el incidente de los misiles en Cuba.

Dr. Murillo:

A principios de los sesenta se presentó el que seguramente fue el momento mas álgido de la Guerra Fría, cuando toda la humanidad contuvo la respiración ante la posibilidad de una conflagración nuclear, primero por el derribo del avión espía norteamericano U2, que cayó sobre el Volga, y muy poco tiempo después por el emplazamiento de misiles rusos a sólo noventa millas de la costa de Florida. Esto originó una crisis muy grave que afortunadamente se resolvió, no sólo por la decisión del Gobierno norteamericano al presionar a Rusia a desistir de la instalación de los misiles en Cuba sino, en contrapartida, también por la retirada de misiles norteamericanos emplazados en Turquía.

Ése fue el hecho episódico, pero lo importante desde el punto de vista de la administración del conflicto es que, a partir de 1963, se inicia una etapa de 35 años, toda la etapa de conducción del Kremlin por parte del Secretario General Breznhev, que modifica todo el proceso de la Guerra Fría. Fue un momento que para los intereses soviéticos se consideró de estancamiento, pero que, yo creo, permitió disipar muchos de los graves peligros al llegarse a un acuerdo implícito entre las dos superpotencias e iniciar el proceso de desarme nuclear. Fue una etapa de relativa tranquilidad, y por eso la connotación importante de lo que ocurrió con la crisis de los misiles.

 

  • La ideología que llevó a la Segunda Guerra Mundial fue la creencia en la superioridad de la raza aria sobre el mundo. Quisiera saber, señor Benz, cuál es su impresión como alemán e historiador sobre la reaparición de esta ideología en el movimiento neo-nazi del siglo XX, y que está trascendiendo a este siglo.

Dr. Benz:

En relación al neofascismo de hoy en día Alemania, lo primero a señalar es que hay una especial prevención y atención a cualquier manifestación de este tipo en mi país, a cualquier signo de neofascismo. Y esto es peligroso. Incluso hay cierto periodismo norteamericano que espera noticias de este tipo, y más aún si se tratara de un movimiento político con posibilidades de acceder al poder otra vez.

No hay mucha claridad sobre este tema, aunque, por ejemplo, en este momento hay noticias de que los neonazis están planeado manifestaciones en todo el mundo para los días de la celebración del 60 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial y la liberación del fascismo. Eso no sería nada bueno ni agradable, y en Alemania es rechazado por la gran mayoría de los ciudadanos.

Creo que se puede decir sin arrogancia que los alemanes han aprendido a superar el fascismo. Los partidos neonazis que existen hoy en día y que tienen algún potencial electoral, no tienen influencia política, aunque no se puede decir que no lo pudieran tener en unos 20 años. Pero hasta ahora nunca estuvieron en el parlamento alemán. En los últimos 60 años nunca han podido influenciar en la política, y en realidad se los ve como una secta de personas que no aprenden de la historia. Por otro lado, el neonazismo no es un problema sólo alemán.

 

  • Al Dr. Benz quisiera preguntarle cómo se encaró después de la Guerra Fría en Alemania y en toda Europa el problema de la carrera armamentista.

Dr. Benz:

Después del final de la Guerra Fría ya no hubo más necesidad del armamento que se había acumulado en Europa. Por eso se lo destruyó en su mayoría, y actualmente no hay dinero para volverlo a construir. Eso es algo muy bueno.

 

Dr. Javier Murillo de la Rocha

Es diplomático de carrera. Fué Ministro de Relaciones Exteriores, representante permanente ante la ONU y Embajador en la Unión Soviética. También ha sido Secretario General de la Corporación Andina de Fomento y Secretario Ejecutivo de la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia. Actualmente preside la Fundación Progreso y ejerce la cátedra universitaria.

 

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