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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  n.17 La Paz ago. 2005

 

Documentos del Simposio

 

Las ideas y la cultura durante el siglo XX en Europa y América

 

 

Dr. Jorge Siles Salinas

 

 


Comienzo por afirmar que ha sido un acierto fijar en 1914, con el principio de la Primera Guerra Mundial, el término de un periodo histórico y el arranque de una etapa nueva en la historia europea. Casi podría afirmarse que el siglo XIX se prolonga todavía por 14 años más hasta que empieza la Primera Guerra Mundial. Las consecuencias de esta guerra las ha expuesto de una manera lúcida el Prof. Benz, con gran sentido didáctico, mostrando visiones paralelas simultáneas, retrocediendo en el tiempo y poniendo una viva insistencia en los acontecimientos decisivos en la historia de Europa en aquel periodo. Yo por mi parte quisiera comentar algunos aspectos culturales que acompañaron estos terribles procesos históricos, desde el punto de vista de América Latina y de su posición en el mundo.

Con la Primera Guerra Mundial llegan a su término varios de los imperios y sistemas monárquicos que existían en Europa. Cuatro imperios se desmoronan para siempre: el imperio del Kaiser en Alemania, el imperio Austro-húngaro, el imperio otomano y el imperio ruso; todos llegaron a su término con la Paz de Versalles y los demás tratados que pusieron fin a la guerra.

Debemos considerar que en la Europa anterior a la Primera Guerra Mundial el panorama general estaba dominado por la idea monárquica. En efecto, sólo existía una república, la de Francia, caso ejemplar por su ya larga trayectoria. Aparte de Francia, apenas se había dado un intento republicano en Portugal, a principios de siglo, en 1910, que duró un corto tiempo, hasta el establecimiento del régimen autoritario de Salazar. Existía también, naturalmente, el caso de Suiza, muy distinto al del resto de Europa, pero en todos los demás países estaban vigentes aún los regímenes monárquicos.

Sea como fuere la realidad política, el hecho es que, hasta antes del estallido de la guerra, en Europa predominaba una visión y concepción humana optimista. Todavía prevalecía la "belle époque", en la música, en el arte, el art nouveau, etc. Era una Europa feliz, una Europa que miraba el porvenir con ilusión y seguridad. Hasta entonces había prevalecido un concepto fundamental de la historia: la idea del progreso indefinido. Esta idea, sostenida principalmente por el positivismo de Auguste Comte y el sistema evolucionista de Spencer y Darwin, dominaba los ámbitos universitarios, las ediciones de obras históricas, etc.

El progreso era el concepto de la vida que se manifestaba en todas las esferas de la vida espiritual y cultural europea y del mundo occidental. Sus símbolos radiantes, que aparecían en los nombres de los periódicos de aquel tiempo, eran el ferrocarril, el vapor, el comercio, la industria. Era el sueño de un mundo que se suponía progresaría continuamente al impulso de los conocimientos científicos, de manera que se podía vislumbrar un porvenir gozoso, de bienestar y de reconocimiento mutuo de derechos y libertades generalizadas en el mundo entero.

Estas ideas fueron por supuesto asumidas en nuestra América Latina y tuvieron una amplísima repercusión, dominando conceptualmente la visión de la historia y bañándola de un optimismo luminoso. El mundo llegaría a vivir en felicidad por fin y las grandes aspiraciones humanas serían satisfechas de una manera total. La vida mejoraría en todos sus ámbitos, en la medicina como en la economía, en la industria, con los inventos fabulosos que dejaron asombradas a la humanidad del siglo XIX y del siglo XX, como en la comunicaciones y en el desarrollo tecnológico. En todos los campos del saber el mundo avanzaba rápidamente por un camino de progreso seguro, invariable y creciente.

Pero vino la catástrofe de la guerra mundial, y a ella le siguió apenas un interregno, el periodo de entreguerras, que condujo a la segunda gran catástrofe europea, algo más prolongada en el tiempo, desde 1939 a 1945, y además extendida en el espacio geográfico, puesto que esta segunda gran guerra se desarrolló esta vez en todos los continentes, con la participación impresionante y decisiva en muchísimos aspectos del Japón y los Estados Unidos.

La enorme complejidad del mundo durante el siglo XX ya supuso intentos interpretativos de carácter histórico muy tempranamente. Entre 1918 y 1919, al término de la Primera Guerra Mundial, apareció una obra que causó un impacto inmenso en Europa: La decadencia de Occidente, de Oswald Spengler. De este modo, el hundimiento, la decadencia de Occidente, empezó a sonar con vigor de uno a otro extremo del mundo europeo y americano. Este libro fue considerado por Ortega y Gasset como un fenómeno espectacular que producía una variación, un cambio total en el enfoque de la historia universal. Ahora había que estudiar la historia no como un proceso de progreso indefinido sino como la sucesión de grandes unidades históricas que siguen un proceso cíclico casi fatal y determinista.

La obra de Spengler fue traducida al español rápidamente y de una manera espléndida. Se dijo que era la mejor de las traducciones que se había hecho de esa obra, y estuvo a cargo del gran filósofo García Morente. Esa versión llegó a América del Sur y a nuestro país, y se la pasaba de mano en mano, pues se consideraba que era una nueva visión, que hablaba en términos pesimistas del destino de Occidente.

Occidente es un concepto que se ha desplegado como una necesidad de interpretación de la historia. Pero no podemos aceptar desde luego el juicio spengleriano, que ha sido rebatido en este aspecto múltiples veces, acerca de un determinismo que acarrearía el proceso evolutivo de las civilizaciones de una forma circular semejante al proceso de las cuatro estaciones del año o el curso de las 24 horas del día, y que consistiría en un amanecer, un momento cenital, de gran vigor, producción y florecimiento, luego el otoño de la declinación y finalmente el invierno, la muerte de una civilización. Según Spengler, ése sería el destino universal de todas las civilizaciones.

Una vez que volvió la paz a Europa, adquirió nuevamente importancia la pregunta sobre el destino de Occidente. Apareció entonces una rica literatura, una literatura que miraba hacia el futuro y el presente. Recuerdo el impacto que produjo la obra del rumano Virgil Georgiu, La hora 25, al describir, desde el punto de vista de su nación, los horrores por los que ella pasó, bajo la dominación tanto nazi como comunista soviética. Y muchos otros libros impresionantes de aquel tiempo, que mostraban, ya no un panorama de ventura y glorificación de la humanidad, sino todo lo contrario, una visión pesimista pero afirmada en una conciencia cristiana, que se generalizó en los años 50 como una reacción frente al descreimiento de las décadas anteriores.

Aparecieron así en las literaturas europeas formas literarias inspiradas en los valores del cristianismo. En Inglaterra podríamos citar los casos de Chesterton, Eliot, Graham Greene, en fin, toda una serie de novelistas y poetas que escribían bajo el signo del catolicismo con un idealismo ferviente en sus novelas y en sus producciones líricas. En Francia, la creación literaria fue impresionantemente rica, con la aparición de autores en la novela y en la poesía que influyeron profundamente en los conceptos de vida dominantes en aquel tiempo.

Esta época de posguerra halló, pues, una especie de refugio de la fe religiosa en la literatura de aquel tiempo, tal como pudo verse en las poesías, por ejemplo, de Peguy, o en las novelas de Bernanos y Julien Green, en fin, en varios autores que trajeron un aliento a la vida cristiana europea de aquel tiempo. Fue una época de indudable florecimiento del espíritu religioso en una Europa que había sido desgarrada por la guerra.

Pero en este tiempo aparece también otra filosofía y otra literatura de marcada importancia: el existencialismo, con su visión de una angustia sobrecogedora ante el destino humano y ante la incapacidad humana de solucionar sus problemas, así como, sobre todo, el drama de la existencia humana al carecer de una fundamentación religiosa.

Esta concepción produjo otras diversas formas literarias, como, por ejemplo, la literatura de anticipación de Orwell, que en su novela 1984 mostraba conjeturalmente la formación de una humanidad dirigida por un poder omnímodo y caracterizado por el agnosticismo, el ateísmo, el materialismo y por formas de dominio total de los seres humanos. Esta obra tuvo antecedentes en otras obras de la literatura inglesa, sobre todo de Aldous Huxley, quien en Nueva visita a un mundo feliz mostraba una humanidad atormentada ante la incertidumbre acerca del destino del hombre y sobre todo, ante la creencia de que el hombre iba a ser víctima de aquel ideal que había concebido con tanto vigor, el ideal del progreso. El progreso era planteado como un arma de doble filo, pues por un lado traía las grandes invenciones pero por otro llevaba a la destrucción, los campos de prisioneros, los horrores de la guerra, las víctimas de los campos de concentración. En fin, el progreso ya no podía ser concebido como el sustituto de la idea de Dios.

Al mismo tiempo, esta crisis cultural produjo otro tipo de literatura, la ciencia ficción, cuyo exponente máximo es Ray Bradbury en los Estados Unidos, con su obra Fahrenheit 451, en la que muestra también, con una inventiva genial, una visión literaria fantástica, en la que se combinan lo elementos de la ficción con los de una invención fabulosa. Muestra también el destino humano sometido a amenazas espantosas. Espantosas porque calan en lo más hondo de la intimidad humana. El hombre ya no es libre no sólo en el aspecto político sino también en el de la espiritualidad. A través de los inventos modernos de la ciencia, en especial de la biología contemporánea, el hombre puede ser avasallado, dominado y reconstruido, cosa que se puede ver ahora como una previsión que puede cumplirse si pensamos en las nuevas posibilidades que plantea la clonación humana.

Es ante esta realidad cultural de la civilización occidental que parece necesario hacernos algunas preguntas fundamentales. Me refiero al concepto de Occidente, subrayado momentos antes. ¿Qué es Occidente? ¿Y cuál es el lugar de América Latina en este Occidente?

Occidente es, en primer lugar y naturalmente, Europa. Esta realidad es indiscutible, pero no se puede decir que sólo comprende la parte occidental de Europa, hasta los Urales, hasta el límite con Rusia, y que este país está ya en un mundo aparte. Esta posición es la que consignó Spengler y anteriormente varios pensadores espirituales teólogos de Rusia, por ejemplo el genial novelista Dostoievski, que reflexiona en sus novelas acerca de la espiritualidad rusa, heredera de Bizancio, como lo indicaba el Prof. Benz. O Berdaieff, que se inició en la revolución soviética y luego emigró a París, donde escribió libros luminosos desde un punto de vista de la religión ortodoxa rusa y fue uno de los mas geniales intérpretes de la historia universal de nuestro tiempo.

Él pensaba que un destino religioso para el mundo sería la única forma de salvar a la humanidad con sus valores principales. Escribió un libro de revalorización de la Edad Media que concluía reflexionando sobre el destino religioso del pueblo ruso. Y con Berdiaeff aparecieron otros varios pensadores rusos marcados por el marco filosófico y social que el Prof. Benz nos ha trazado en relación a los choques internos de la época del zarismo y la época revolucionaria, que desemboca en la revolución bolchevique del año 1917. La discusión se centraba alrededor de la mentalidad enraizada en la fe cristiana del pueblo ruso y en el anuncio de que Rusia llegaría a ser, una vez destruido el comunismo, una gran nación cristiana que recogería la herencia cristiana de Europa y de la humanidad entera para constituirse en el camino de salvación para toda la humanidad.

Pues bien, si Rusia, segun Spengler y otros, quedaba fuera del ámbito de la cultura occidental, ¿dónde quedaba América Latina? Desde luego, tenemos que afirmar en primer lugar la unidad de la comunidad histórica latinoamericana en proceso de integración. Somos una unidad histórica; cada país, cada nación es parte de un todo. Todos somos una parte, una parcialidad del conjunto de la América Latina. Pero la América Latina no tendría sentido si no estuviera integrada en el mundo de Occidente. Creo que este reconocimiento es una cuestión fundamental y podría dar lugar a un amplio debate con posterioridad a las intervenciones que se han producido hasta el momento.

Y sin embargo, vean ustedes lo sorprendente que resulta ver de qué maneras se define a Occidente en algunos diccionarios actuales. Por ejemplo, en el Diccionario de la Real Academia Española, donde se señala lo siguiente: "Conjunto de países de la parte occidental de Europa". No se habla de América, se la excluye del concepto de cultura occidental. En una edición anterior, de 1950, se indica: "Occidente: conjunto de países de la parte occidental de Europa en oposición a los pueblos del Este, principalmente asiáticos". El Asia sería así el límite con el que se topa finalmente en forma geográfica la cultura occidental.

En otro diccionario, el Hachette-Castel, editado en 1981, aparecen estas extremadamente curiosas y sorprendentes definiciones de Occidente: "Conjunto de países situados al oeste del continente euroasiático"; "en cierto tipo de discurso político, conjunto de los pueblos que viven en estos países como depositarios de valores especialmente religiosos considerados como esenciales"; "en política, conjunto constituido por los países de Europa del oeste y EEUU". Otra vez se excluye a la América Latina, la América hispánica. Según este criterio, Occidente vendría a ser una proyección de Europa sólo sobre América del Norte, sin saberse cuál vendría a ser el destino y la significación histórica de América del Sur.

He tenido oportunidad de ver una última edición de la Real Academia Española, del año 2001, la vigésima segunda edición de esta admirada y valiosísima obra. Y esta definición sí que es asombrosa y disparatada; con ella no podemos estar en absoluto de acuerdo. Dice así: "conjunto formado por los Estados Unidos y diversos países que comparten básicamente un mismo sistema social, económico y cultural". Disparate más grande no podía haberse escrito y además, bajo el patrocinio oficial de la Real Academia Española. Es absolutamente inaceptable.

Por eso me parece importante reafirmar que Occidente es el conjunto de los pueblos que siguen una tradición cristiana y que son producto de la expansión de la cultura europea hacia América del Norte y del Sur, además de otros pueblos con un proceso civilizador similar, como, por ejemplo, Australia y Nueva Zelanda. Ése sería un concepto adecuado a la unidad de la cultura occidental.

Occidente tiene además en la actualidad una prueba de su vigencia en ese milagro, ese fenómeno asombroso de la Unión Europea, de la que ha hablado el Prof. Benz. Lo malo, desde nuestra perspectiva, es que en una fecha muy reciente, al aprobarse la Constitución de la Unión Europea, no se apoyó la proposición de algunos países, como Italia, Irlanda y Polonia, de reconocer explícitamente en la mencionada Constitución de la nueva Europa la fundamentación histórica cristiana de Europa. En este aspecto creo que España traicionó su vieja tradición, en una actitud de renuncia reprobable, pienso yo.

En cuanto a la América Latina, me parece pertinente concluir con una cita significativa del documento de Puebla, emitido en 1979, en la Tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en la que se declara lo siguiente: "América Latina tiene sus origen en el encuentro de la raza hispano-lusitana con las culturas precolombinas y africana. El mestizaje racial y cultural ha marcado fundamentalmente este proceso y su dinámica indica que lo seguirá marcando en el futuro" (N°410)

Aún añadiré un concepto importante del historiador Ricardo Krebs: "A raíz de la conquista española, América quedó incorporada a Occidente. Los países latinoamericanos, después de su incorporación a Occidente, participaron de todas las experiencias históricas del mundo occidental". Se completa este pensamiento con otro del historiador Bernardino Bravo Lira: "Iberoamérica constituye el ejemplo tal vez más logrado de expansión de la cultura occidental. América hispana surgió a la vida histórica dentro de la cultura occidental, que le suministró los fundamentos sobre las cuales se forjó su unidad histórica".

 

Diálogo con el público

  • Quiero diferir un poco con don Jorge Siles Salinas. Yo tengo la impresión de que el siglo XX, en vez de empezar en 1914, comienza en 1870. El Dr. Benz ha señalado que el chispazo que enciende la Primera Guerra Mundial y nos lleva posteriormente hasta la segunda es el asesinato del archiduque Ferdinando y su esposa Sofía. Sin embargo, la construcción de las armas que nos lleva a la matanza de 1914-1918 data de la guerra francoprusiana. La guerra francoprusiana desequilibra el sistema europeo, fundamentalmente entre Francia y Alemania. Es en ese momento que realmente se crea Alemania como potencia europea, y si bien el imperio Hohenzollern acaba con la Primera Guerra, hay un proceso continuo de gran fortalecimiento de Alemania, no solamente en el sentido militar sino también de geopolítica agresiva, que se puede ubicar inicialmente en la existencia del plan de invasión a Francia y Rusia de von Schlieffen1.

    Éste es también el periodo del surgimiento verdadero de Estados Unidos, luego de su guerra civil, con la construcción de armas superiores a las europeas, y del surgimiento del Japón, a través de la dinastía Meiji. Quisiera por favor un comentario al Dr. Benz en relación con esto.

Dr. Benz:

No estoy de acuerdo con usted en que el cambio de época se haya dado en 1870. La guerra entre Alemania y Francia perturbó el sistema de manera permanente, pero más que la guerra misma, lo hizo el surgimiento de la idea de que Alemania debía ser una potencia mundial en relación a Francia y Gran Bretaña. Pues esto sucedió cuando la vieja Europa, con sus antiguos pactos, todavía funcionaba. Sin embargo, esta pugna recién se hace insostenible en 1914.

Algunos colegas historiadores han postulado, en efecto, un siglo XIX extenso, que comienza con la Revolución Francesa y termina al final de la Primera Guerra Mundial. Pero yo no pienso así.

Dr. Siles Salinas:

Más que responder a la pregunta que se ha formulado, yo quisiera tocar un aspecto final de lo que expuse hace un momento. Quiero referirme a la obra de un historiador contemporáneo de nacionalidad norteamericana, Samuel Huntington, quien ha escrito una obra sensacional, El conflicto de las civilizaciones, en la cual menciona que los grandes protagonistas del momento histórico presente son las culturas o civilizaciones existentes en el mundo. Una de ellas es la occidental, otra el Islam, otra, la china; otra, la india. Son estas culturas los grandes protagonistas que intervienen en el proceso histórico-mundial.

Esta idea amplía y perfecciona la concepción de Toynbee acerca de esos cuerpos históricos fundamentales que son las culturas. Y en esta propuesta Huntington reconoce que América Latina es un conjunto de pueblos que está perfecta y totalmente integrado en el mundo occidental.

América Latina es Occidente. Pero para comprender esto de manera más clara tenemos que discutir un problema que dejó planteado el Presidente de la República esta mañana: nuestro origen tanto indígena como europeo occidental, específicamente ibérico.

Y yo creo que el tema se aclara cuando se lo plantea desde la perspectiva de las evangelizaciones de todo el conjunto de los pueblos de América Latina, y que por tanto poseen la misma religión, la católica, frente a la otra América, distinta de la nuestra y conformada como otro mundo cultural.

En general yo creo que Occidente no es una unidad homogénea. En Occidente está Europa, Norteamérica, Australia, Nueva Zelanda, tal vez incluso Filipinas, en tanto es un pueblo católico, etc. Y está la América en su conjunto, pero con la importante diferencia de que las naciones latinoamericanas son una realidad mestiza. Es lo que planteó el Presidente de la República: somos una realidad mestiza conformada por la integración de esos dos elementos capitales que son la tradición ibérica y la tradición indígena.

 

  • El Dr. Benz mencionó que después de la Primera Guerra Mundial las potencias europeas prefirieron seguir con su antiguo sistema antes que adherirse a la propuesta de Wilson. Quisiera saber por qué se optó por este camino.

Dr. Benz:

Lo que pasa después de la Primera Guerra Mundial es que la idea del Wilson no reviste la seriedad suficiente como para hacer frente a los resultados desastrosos de la guerra. La propuesta de erigir una especie de parlamento mundial que actuase como árbitro de los conflictos internacionales, algo parecido a la ONU actual, no consideró la eventualidad, que realmente ocurrió, de que Francia y Gran Bretaña, especialmente, apostaran por las antiguas alianzas y por la lógica de antes de la guerra.

 

  • Yo quisiera preguntar en qué medida el Tratado de Versalles ha servido para profundizar las tendencias del nacionalsocialismo en Alemania.

Dr. Benz:

Se puede leer todavía en muchos libros la idea de que la humillación y la pobreza han sido los motivos principales para que surja el nacionalsocialismo en Alemania, pero yo creo que hay que relativizar mucho esto. Porque los alemanes han pasado peores cosas a partir de 1945 y sin embargo lo que ha resultado es un fortalecimiento de la democracia. Por lo tanto, las nuevas investigaciones al respecto ya no creen tanto en esa causalidad.

 

  • Al Dr. Siles quisiera pedirle que especifique el punto referido a la vigencia actual del catolicismo en la nueva Europa

Dr. Siles Salinas:

Los elementos formativos de la cultura occidental cuando llega a su término la existencia histórica de la cultura grecorromana son precisamente la herencia de esta cultura y luego la herencia germánica, que viene con la presencia de los invasores germanos del norte, que dan lugar a la formaciones de los reinos cristianos de Europa. Y luego es fundamental el cristianismo, la evangelización de Europa, a partir de los misioneros que se extienden por toda Europa y que ayudan a conformar una cultura nueva.

Por lo tanto, en la base de Europa está la transmisión fundamental del pensamiento judeocristiano, porque se recoge la herencia del Antiguo Testamento y la novedad de la revelación cristiana del nacimiento de Cristo en Israel.

Pero ese cristianismo llega a América y es uno de los elementos de unidad e integración de América Latina. Me refiero al catolicismo traído por los misioneros españoles del siglo XVII. Ante la pérdida de esta creencia cristiana empieza un proceso de desintegración que creo que es lo que está ocurriendo actualmente en Bolivia. Al perder su vigor y lozanía el pensamiento cristiano por el surgimiento de tendencias animistas y otras corrientes que niegan el valor del cristianismo nos ha venido la ruptura interna que estamos sufriendo en estos momentos.

 

Notas

1 El conde von Schlieffen fue jefe del Estado Mayor Central de Alemania desde 1891 hasta 1905, y elaboró el plan conocido por su nombre para la invasión a Francia, cristalizada en la Primera Guerra Mundial.

 

Dr. Jorge Siles Salinas

Estudios en Bolivia y España. Desde 1951 ejerce la profesión de abogado.
Profesor de las universidades Mayor de San Andrés, Católica de Valparaíso, Católica de Santiago y Católica Boliviana de La Paz. Entre 1973 y l975 ha sido Rector de la Universidad Mayor de San Andrés y entre 1992 y 1997, Rector de la Universidad Nuestra Señora de La Paz. Ha sido Embajador ante la Santa Sede, la Soberana Orden de Malta y en el Uruguay. Miembro del Consejo Consultivo del Ministerio de Relaciones Exteriores. Director de la Biblioteca de la Universidad Mayor de San Andrés. Entre 1982 y 1985 ha sido Director del periódico Última Hora. Desde 1968 es Miembro de la Academia Boliviana de la Lengua. El año 2003 se le ha concedido el Premio Nacional de Cultura y desde 2004 es Presidente de la Academia Boliviana de Historia. Entre sus muchas publicaciones, se pueden señalar:

La literatura boliviana de la guerra del Chaco
Ante la historia
La independencia de Bolivia
Roma 2000. Las dos almas de Roma
Política y espíritu.

 

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