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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  n.17 La Paz ago. 2005

 

Discursos protocolares de inauguración

 

Palabras del Excelentísimo Presidente de la República de Bolivia,
Don Carlos D. Mesa Gisbert

 

 


Señor Arzobispo de La Paz, señor Rector de la Universidad Católica Boliviana, señor Embajador de la Unión Europea, señor Embajador de la República Federal de Alemania, profesor Wolfgang Benz, señores miembros del Cuerpo Diplomático, académicos asistentes a este simposio:

Los organizadores me han invitado a hacer una presentación para contextualizar la significación de Bolivia en el contexto internacional, y nuestra vinculación con Europa y lo europeo. Esto es difícil en el contexto temático de este seminario, dedicado fundamentalmente a una evaluación de la historia europea del siglo XX, y la relación de Europa con el mundo; pero sin duda alguna, puede ser útil.

Empecemos por decir que uno de los elementos aún no resueltos del análisis de nuestro pasado es precisamente la visión europea que marcó de manera indeleble en nuestra sociedad, en nuestra concepción de mundo y en nuestro diseño del papel que jugamos en la historia. La presencia de Europa marcó a fuego a Bolivia, a su sociedad, a su pasado, a su presente y a su futuro, al punto que es difícil respondernos como nación si no aceptamos que la visión cartesiana, racionalista y occidental ha estado en permanente, difícil y muchas veces traumática convivencia con nuestro pasado no occidental de raíz indígena.

¿Somos una nación inscrita en Occidente? Sí, desde el punto de vista del escenario geográfico, histórico y cultural de América Latina, pero no necesariamente en lo que ha sido la construcción del propio sentimiento sobre nosotros mismos y la definición de la identidad o las identidades de Bolivia. El punto crucial, apelando a las palabras del Rector de la Universidad Católica, es que esa combinación de memoria, historia y olvido no está muy clara en sus objetivos, en la visión que tenemos de nosotros mismos.

¿Qué es lo que conservamos en la memoria?, ¿qué es lo que queremos olvidar? A la inversa del razonamiento de una sociedad que quisiera olvidar las cosas ingratas, Bolivia tiene una maravillosa tendencia para refregarse a sí misma, con obsecuente masoquismo, aquellas cosas que no le gustan, que la laceran y que demuestran sus incapacidades, sus frustraciones y su imposibilidad de desarrollarse como sociedad. Nos llenamos la boca diciendo que lo único que hemos vivido en el pasado es humillación. Los más optimistas se refieren a la humillación colonial y los menos a la suma de humillación colonial y humillación republicana, por la simple y sencilla razón de que Bolivia no ha resuelto su pleito con su parte occidental. Por la simple y sencilla razón de que Bolivia se niega a aceptar que existe una veta occidental profunda e intensa en su alma, en su vida, en su historia, en su presente y en su futuro. Y aquí no hay una valoración cualitativa ni de elogio ni de execración. Es la constatación objetiva de un hecho inexcusable que no podrá ni debería borrarse.

Si no aceptamos esa línea occidental en la construcción de la nación, no seremos capaces de enfrentar el futuro con un mínimo de consistencia. Es evidente que la lectura que hoy hacemos de nosotros mismos ya no es ni puede ser, como ha señalado el Dr. Sproedt, exclusivamente eurocéntrica. Si algo ha construido Bolivia en las últimas décadas, como en general la sociedad mundial, es una visión que incluye al otro como elemento fundamental que construye las identidades. No somos únicamente, ni esencialmente quizás, una nación occidental, pero por supuesto, no somos tampoco una nación exclusivamente indígena.

Decir esto hoy tiene particular importancia, porque no se nos escapa que el país está en una de sus más difíciles encrucijadas históricas. Bolivia está navegando en medio de una profunda crisis en todos los sentidos, una crisis que amenaza su propia integridad como nación y que plantea la necesidad de una resolución civilizada y compartida entre todos para la construcción del horizonte que queremos de país, y para la construcción de las reglas de juego que queremos darnos, de manera libre y voluntaria, pero sobre todo consensuada, en los próximos meses o años. Esta crisis tiene varias explicaciones que no vienen a cuento en una presentación como ésta.

La atención prestada por el Rector de la universidad a la tensión que existe entre universalismo y particularismo es muy importante, porque hoy está llevando a su máxima expresión los temas centrales del país y nos está colocando en niveles de contradicción y de violencia contenida. Resolver el conflicto entre universalismo y particularismo significa que tenemos que aceptar la existencia de un paraguas común, que definimos como Bolivia, y que ese paraguas común tiene elementos característicos que hacen que nos sintamos identificados unos con otros. Significa que aceptamos ese denominador común, ese contexto al que pertenecemos, y que, además, estamos dispuestos a compartir las visiones distintas que cada parte de nuestra sociedad tiene, sin que esto represente exclusión o negación.

Esto se podría lograr con relativa facilidad si el problema fuera exclusivamente cultural. Con sus dificultades, creo que hemos avanzado significativamente a partir de procesos de cambio tan definitivos como la revolución de 1952. Pero esto no quiere decir que el problema de nuestro sustrato racista haya sido superado, aunque sí que el camino para lograrlo se ha hecho posible. Bolivia es todavía una nación racista, una nación de exclusión, en la que no hemos sido capaces de aceptar al otro, porque en la lógica eurocéntrica que dominó la formación de nuestra cultura en los siglos pasados, pero específicamente en el siglo XIX y en gran parte del siglo XX, teníamos una mirada de diferencia y de superioridad de unos sobre otros.

Esa mirada, que no ha sido superada totalmente, construyó unas relaciones de sociedad fuertemente traumáticas, en las que el rencor, la revancha y las cuentas pendientes que deben saldarse quedaron como elementos que hoy tenemos que resolver. Pero quizás el problema más importante que Bolivia tiene que enfrentar es el de los grandes intereses que están detrás de nuestros problemas. Construir una nueva Constitución Política del Estado implica establecer reglas económicas, políticas y sociales, muchas de las cuales van a dañar intereses específicos, van a limitar privilegios, van a cambiar reglas de juego; pero debemos evitar que en ese propósito se llegue a una inversión de las exclusiones o a no tomar en cuenta una necesaria visión universal del papel que jugamos en el mundo. Éste es quizás el tema más importante que puede vincular mi presentación con la naturaleza de este seminario.

Otro de los problemas fundamentales que tiene Bolivia, además de no haber resuelto su pleito con su lado occidental —además de tener que construir el concepto del respeto al otro sobre una plataforma de odios, de rencores y de racismo— es la tendencia a creer que el país está suspendido en el espacio sideral, absolutamente solo, que puede y debe resolver sus problemas sin considerar el contexto en el que se mueve. En general, las líneas maestras que han guiado la historia de Bolivia, como ha ocurrido en la mayoría de las naciones del mundo, han sido marcadas no solamente por el impulso de las propias fuerzas interiores del país, sino esencialmente por los elementos externos influyentes.

Bolivia ha tenido procesos políticos —la independencia de España, los movimientos ideológicos internos, la influencia de corrientes de pensamiento, los procesos revolucionarios como el de 1952— siempre vinculados a las líneas maestras ideológicas del mundo exterior. Esa situación no ha cambiado con el paso de los años, y por supuesto que no cambiará, mucho más si consideramos que Bolivia es una nación con un peso específico mínimo o casi inexistente en el mundo. Casi no es necesario hacer referencia a lo que significa la economía boliviana en la economía mundial, que no puede medirse sino con varios ceros por delante, incluso en el contexto latinoamericano.

Es en esa dimensión que efectivamente tendremos que entender que los movimientos y las corrientes que se están viviendo en el mundo de hoy son fundamentales y debemos tomarlos en cuenta de manera prioritaria si queremos encontrar respuestas racionales a nuestros propios desafíos. Las decisiones que Bolivia tome hoy, dentro del marco de su territorio, están fuertemente ligadas a las tensiones y presiones que el país recibe desde fuera. Poco podría añadir a las cifras, pero creo que no me equivoco si menciono que Bolivia es hoy más dependiente que nunca en su historia; quizás podríamos añadir un prefijo y mencionar el concepto también de interdependiente. Por eso es necesario comprender que no podemos avanzar en ninguna dirección si no contamos con el mundo exterior, no podemos tomar ninguna decisión soberana que no tenga un condicionante externo.

Pero no voy a caer en la sucesión de etiquetas demagógicas y en clichés conocidos de todos: "Bolivia es dependiente del imperialismo", "Bolivia está condicionada por el Fondo Monetario Internacional", "Bolivia es un títere del Banco Mundial", o cualquier otra frase parecida que ustedes quisieran escoger. Creo que el tema es mucho más complejo, y lleno de aristas, que esa simplificación de clichés. Bolivia es un país profundamente dependiente en la medida en que no ha sido capaz de resolver desafíos esenciales en su economía y en el desarrollo de su sociedad. Y no ha sido capaz de hacerlo bajo ninguno de los varios modelos ideológicos, políticos y económicos que se han ensayado en América Latina a lo largo de varias décadas.

Nuestro país ha estado inscrito en el liberalismo clásico decimonónico, representado por una oligarquía conservadora y liberal, ha estado inmerso en el debate entre capitalismo, fascismo y comunismo que se resolvió entre las dos guerras mundiales, ha pasado por las corrientes ideológicas más radicalizadas del marxismo y ha pasado por las corrientes más radicalizadas del fascismo, ha construido una visión nacional revolucionaria que tuvo un origen fascista y antisemita y que se fue transformando en una visión nacional revolucionaria, tal como la hemos entendido a partir de la revolución de 1952, con las medidas clásicas que conocemos. También ha pasado por un capitalismo de Estado, ha ensayado el desarrollismo cepalino de la sustitución de importaciones, ha intentado una combinación de modelos buscando una economía mixta más equilibrada, ha ensayado las fórmulas del neoliberalismo con algunos elementos modernizadores muy importantes desde el punto de vista político y cultural en la década de los años 90, y enfrenta hoy, nuevamente, la necesidad de lograr una respuesta ecléctica, recuperando los elementos positivos de la economía mixta y aceptando la realidad de la economía de mercado, es decir, romper el concepto histórico de burocratismo pesado del Estado, que nos destruyó, y del liberalismo secante, que nos dejó sin rumbo. Este desafío nos plantea nuevamente un escenario en el que tenemos que construir a partir de las lecciones aprendidas.

Pero sea como fuere, ese tránsito por nuestra historia nos demuestra que no fuimos capaces de responder a algunos de los temas centrales: lograr un país que se abastezca a si mismo, un país que no dependa como depende Bolivia de la cooperación internacional, un país que tenga capacidad de generar riqueza mínimamente razonable para repartirla adecuadamente entre sus ciudadanos. Bolivia es, sin ninguna duda, el país más dependiente en su economía de todos los países de América del Sur. Si mañana la cooperación internacional se levanta de mal humor y decide cortarnos toda la ayuda que recibimos, el país colapsa, porque no tiene capacidad de pagar salarios a sus maestros, a sus médicos, a sus funcionarios públicos.

Cuando un país está en ese trance tiene que aceptar que su relación con la comunidad internacional es muy sensible, y tiene que aceptar también que, a diferencia de lo que pasaba en las décadas anteriores, no tenemos la posibilidad de mirar a la izquierda o a la derecha, porque solamente hay una posibilidad de mirada, hay una nación y un modelo económico hegemónicos, y hay una relación estrecha de criterios y de objetivos entre las principales potencias del planeta.

¿Estamos en un callejón sin salida? No, yo creo que no lo estamos, precisamente porque sólo tenemos un camino posible, y ese camino para resolver esta crisis es acercarnos a un pacto social en una Asamblea Constituyente en la que se redacte una nueva Constitución. Una nueva Constitución que acepte las diferencias, que estamos inmersos en el mundo, que tenemos una raíz esencial de Occidente y una raíz esencial indígena y que establezca parámetros a través de los cuales podamos definir temas centrales tales como las autonomías, la propiedad y la política de la tierra, nuestros recursos naturales y el papel del elemento indígena en una sociedad como la boliviana.

Los asuntos referidos a las garantías constitucionales esenciales creo que están resueltos, porque nuestra actual Constitución, salvados algunos pequeños puntos de detalle, es ya un texto muy bien planteado, como en general lo son los textos de las constituciones sudamericanas en torno a derechos y garantías fundamentales.

Siempre pensé que una Constitución debe ser un mecanismo lo suficientemente amplio como para que el momento histórico que enfrenta no lo convierta en una suerte de cinturón de hierro que bloquee la necesidad de la sociedad de adaptarse a cada momento histórico. La revolución de 1952 heredó la Constitución de 1938, que tenía una fuerte carga social. En 1961 se insertó la visión profundamente estatista producto de la nacionalización de las minas y la Reforma Agraria, cosa que ratificó la Constitución de 1967. Nuestra Constitución en su régimen económico es, en teoría, fuertemente estatista, vinculada a la planificación de la economía desde el Estado y, eventualmente, con una visión de economía mixta relativamente razonable. En teoría nos debió haber impedido llevar adelante las reformas económicas y sociales de 1993 a 1997 y el proceso de capitalización, para poner un ejemplo. Pero la historia demostró que los momentos históricos acaban imponiéndose, con Constitución o sin ella. Sin embargo, en ese contexto, me parece un error definir un texto constitucional sobre la base de nuestra visión ideológica actual, puesto que esa Constitución tiene que tener una permanencia larga. Porque es muy evidente que, en un tiempo muy corto, hemos pasado en el mundo por niveles ideológicos, modelos económicos y visiones de futuro radicalmente distintos, y ese proceso es cada vez más acelerado. Ojalá que nuestros constituyentes tengan la capacidad de entender que el texto constitucional en ese campo puede ser solamente una expresión de deseos que la realidad acaba dominando y/o contradiciendo.

Creo que Bolivia tiene como marca fundamental de su destino internacional el camino de la integración. Esto no es ninguna novedad, y la extraordinaria experiencia europea tan bien resumida por el Embajador de la República Federal de Alemania demuestra que, en este mundo interdependiente, y especialmente en el caso de un país tan débil como Bolivia, la integración es un imperativo. Un imperativo que nos señala que no podemos permitirnos el lujo de perder el tren, que se trata de un proceso inevitable. Pero que, además, la integración, primero en la Comunidad Andina de Naciones, luego en el Mercosur y hoy en la búsqueda de una Comunidad Sudamericana y luego latinoamericana, es un proceso beneficioso.

América Latina está caminando rápidamente en esos procesos de integración, y este desafío es muy complejo para los países pequeños. La economía boliviana es menor al uno por ciento de la brasileña, para poner como ejemplo a los dos extremos de América del Sur. E incluso si comparamos con el Perú o con el Ecuador, Bolivia sigue siendo una economía muy pequeña, y por lo tanto, resolver las profundas asimetrías que tenemos con las naciones vecinas es algo complejo. En esta tarea, a veces tenemos éxito y a veces no, aunque hay que reconocer que cada vez es más evidente que en esos procesos de integración hay una conciencia de las naciones grandes sobre los problemas de las naciones chicas. No con la riqueza suficiente como se dio en Europa, que tuvo no sólo conciencia sino tomó la decisión de otorgar un subsidio anual a las naciones menos desarrolladas hasta que se equilibren. Pero creo que nos estamos encaminando en esa dirección.

Por otro lado, estamos atravesando un momento económico extraordinariamente positivo, que nos permite pensar que Bolivia puede crecer de manera espectacular en los próximos diez años. En la medida en que seamos capaces de entender el momento y de responder a ello, no parece una respuesta inteligente de un país que atraviesa una circunstancia tan positiva llevar ocho meses sin resolver el tema de su ley de hidrocarburos, cuando tiene un referéndum mandatorio y vinculante que obliga a ceñir esa ley en estricto sentido a los lineamientos de ese referéndum.

Bolivia puede entrar en un momento de crecimiento económico y de inversión gigantesca después de lo que fue la inversión del proceso de capitalización, la más importante de su historia, y no lo puede hacer porque quienes quieren invertir se preguntan cuáles son las reglas del juego en el sector de hidrocarburos. Por eso debiéramos darnos cuenta de que no tiene mucho sentido el debate excesivamente fino y profundamente ideologizado cuando hay un acuerdo esencial de que tenemos un proyecto de ley, cualquiera que éste sea, que en sus líneas maestras se basa en el Referéndum, y que está marcando una visión de recuperación de la fuerza del Estado en relación con la propiedad y de mejora de los ingresos a través de un mejor nivel de impuestos y regalías.

Es necesario entender que hay en el mundo escenarios ultracompetitivos en los que tenemos que insertarnos, sin que eso signifique que regalemos nuestros recursos. Porque es falsa la disyuntiva de que, si entramos en un mundo competitivo donde la inversión extranjera es importante, nos convertimos en lacayos del imperialismo y vendepatrias y que lo único que hacemos es regalar nuestros recursos; o que, si volvemos al estatismo, lo que vamos a hacer es generar un burocratismo corrupto e ineficiente, un Estado incapaz de administrar nada. Esa disyuntiva, caricaturizada, ha llevado al país a posiciones ideológicas extremas e irracionales, cuando es perfectamente posible, como ya mencioné, compatibilizar las lecciones de antes.

Pero lo que no podemos hacer es regodearnos en nuestro propio entrabamiento, lo que no podemos hacer es girar sobre nosotros mismos en debates estériles, en discusiones donde lo que está en juego son meros detalles. Si no entendemos que el mundo no nos espera, y que superar la pobreza interna es urgente, no estamos entendiendo cuáles son nuestras tareas más importantes.

Otro de los problemas es que hay una confrontación de visiones e incapacidad de entender al otro, no solamente desde el punto de vista de sus valores individuales, sino desde el de sus valores espirituales, filosóficos y sus formas de razonamiento. Es indispensable que en un país con una visión tan múltiple, y con una realidad indígena tan grande, cambiemos algunos de los parámetros sobre los que nos hemos movido de manera inequívoca. Pero, desde luego, los particularismos radicalizados son tan nefastos como la visión eurocéntrica y occidental excluyente. Es necesaria una nueva combinación, que es difícil, como toda alquimia en Bolivia, pero indispensable. Tenemos que hacerla, tenemos que ser capaces de enfrentarnos con nosotros mismos en el escenario que la historia nos ha colocado. Creo que está claro que, si pudiéramos escoger, probablemente no estaríamos muy contentos de estar donde estamos, enfrentando los desafíos que enfrentamos, pero tenemos que hacerlo. Si alguien cree que podemos eludir a la historia se equivoca gravemente. La Asamblea Constituyente y el proceso de autonomías son caminos irreversibles en nuestra sociedad, y si no los encaramos, la historia nos pasará por encima trayéndonos a la fuerza la necesidad de definir el destino del país.

El desafío es hacerlo en paz, buscando consensos, a través de una Asamblea Constituyente y no de una balcanización violenta, que parece ser, en algunos momentos, el nivel de razonamiento, si hay razonamiento en esto, de algunas de las fuerzas que están presionando en el país. Tenemos que ser capaces de comprender que no existe posibilidad de una nación disgregada, por la simple y sencilla razón de que nuestra pobreza y nuestra insuficiencia se podría multiplicar por 100 o por 1000 si alguien tuviera la loca idea de pensar que alguna región puede caminar sola. Las opciones que tenemos son precisamente las de la Constitución: la unidad a partir de la autonomía. Y no puede ni debe ser tan difícil resolver el camino de la autonomía sin bloquear el destino de la Asamblea Constituyente, una autonomía que se construya en los ritmos que los acontecimientos han colocado, sin limitar por ello las posibilidades de la Asamblea Constituyente, de definir los elementos esenciales de una nueva Constitución y de un nuevo escenario nacional.

Uno de los temas que en este contexto debería evaluarse es cuánto tiene la sociedad boliviana de individualismo europeo y cuánto de colectivismo indígena; en qué medida la individualidad es una potencialidad positiva o tiene más bien elementos disgregadores, y en qué medida la comunidad pensada desde el mundo andino tiene elementos de los que debemos rescatar fuerza y poder. Yo siempre he creído en el eclecticismo mesticista, y soy mucho más amigo de una visión integradora en ese escenario que en la excesiva profundización del particularismo, con la salvedad profundamente importante de que la visión mestiza construida en 1952, uniformizadora de lengua y cultura, tenía el gravísimo problema de que no reconocía lenguas, culturas, espiritualidad y visiones de mundo distintas, que son indispensables.

Es necesario encontrar un nuevo punto de equilibrio acorde con el siglo XXI para que nos entendamos como seres humanos que somos, reconociendo las diferencias, pero aceptando que hay elementos universales de los que no podemos ni debemos prescindir. Puede gustarnos más o menos la lengua que hablamos, el castellano, que a mí me parece la lengua más bella del mundo; pero ése es un tema aparte. Independientemente de nuestra valoración sobre la lengua, sobre su connotación histórica y su carga emotiva —la que tuvimos a partir de la Conquista—, éste es el instrumento de comunicación de este país con el mundo exterior, lo que no quiere decir que el quechua, el aymara, el guaraní o el wenhayek sean lenguas que no debamos preservar.

No tengo dudas de que el quechua y el aymara tienen una proyección ad infinitum. Me preocupan más las otras lenguas que debemos preservar, rescatar y fortalecer. Pero lo que ya es muy problemático es el discurso de que un aymara es más dueño de Bolivia que un mestizo o que un "occidental", un blanco —si podemos hablar de blancos en este país en el sentido más estúpidamente racista de la palabra. Me parecería grave que un guaraní me diga que el Estado boliviano tiene que negociar con el pueblo guaraní para que el petróleo que está debajo del territorio de esa etnia salga y nos beneficie a todos.

En el mundo de hoy la visión de respeto al particularismo tiene que ser obligatoriamente compatible con la permanencia de la visión del Estado, porque el Estado es el escenario común, es el escenario posible, el instrumento a través del cual administramos de manera más consistente lo que es el conjunto de las demandas y los problemas de la sociedad. No ese Estado decimonónico y clásico que se pensó con la idea de Estado-nación, pero sí uno que nos permita la convivencia civilizada.

No es posible que nueve millones de almas no se puedan poner de acuerdo entre sí. Debemos lograrlo, y hoy más que nunca, en el contexto de la profunda crisis que estamos atravesando, porque no tenemos otra oportunidad ni otro camino histórico que intentar resolver nuestros pleitos no resueltos con nuestro lado occidental, entendiendo que somos un país dependiente e inter-dependiente. Además, con plena conciencia de que las metas que tenemos que resolver son más difíciles en la medida en que nosotros las colocamos en función de nuestra propia mezquindad.

La potencialidad económica de Bolivia es gigantesca, otra vez se lo ha demostrado en función del contexto internacional que estamos viviendo. Si Bolivia acierta en algunas cosas esenciales, al terminar esta década, en el 2010 o el 2011, podremos hablar de 3, 4, 5, 6.000 millones de dólares de exportación, lo que parecía hace tres años una locura, una imposibilidad.

La viabilidad histórica de este país, en mi opinión, está fuera de duda, porque el conjunto de sus elementos tiene las características que permiten esa viabilidad, independientemente de si en 1825 Bolivia debió haber existido como nación o no. No es gratuito el concepto de admiración que yo tengo por una figura de nuestra historia que creyó que lo que teníamos que hacer era una confederación con el país que compartia la esencia básica de nuestra realidad, Perú. Pero ésa es otra historia; ahora hay que trabajar y construir el futuro sobre esta realidad, y sobre los desafíos que ésta plantea.

Somos un país extraordinario en muchos sentidos, lleno de paradojas y de contradicciones, cuyo espíritu está alimentado por la fuerza individualista, creadora y destructora a la vez de lo occidental y por la fuerza colectivista, a veces militante y ciega, pero profundamente humana, del mundo indígena. Esas dos realidades no van a desaparecer de nuestro camino, porque las llevamos con nosotros; aceptémoslas en su plenitud. Si seguimos avergonzándonos de nosotros mismos no construiremos un país mejor. Si seguimos trabajando nuestra identidad sobre odios y rencores, sobre racismo, no construiremos una Bolivia mejor. Que la memoria sea la memoria de aquello de lo que podemos sentirnos orgullosos, y que el olvido sea un olvido de aquellos elementos que han sido parte de un masoquismo absurdo y estúpido, que ha llevado a los bolivianos a creer que somos una sociedad de ineptos.

Me toca ser Presidente en uno de los momentos más difíciles de nuestra historia. Asumo un riesgo extremadamente alto, pero como no tengo otra opción, estoy comprometido a superarlo. Muchas gracias.

 

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