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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  n.14 La Paz jun. 2004

 

 

 

El espíritu clásico, un humanismo

 

 

Alberto Bailey Gutiérrez

 

 


Con Homero se inicia esa inmensa y fecunda corriente que es el universo clásico. Frente a la vida y sus desafíos, frente al tiempo y sus angustias, ante la necesidad de dar un sentido a la existencia, el espíritu clásico se desarrolla con los años, diseña un riquísimo y extraordinario conjunto de rasgos y datos humanos de valor universal.

Ellos nos revelan, como en un gran cuadro, la verdadera estructura de la existencia humana.

Los clásicos greco-romanos serán seguidos por centenares de grandes genios de todos los tiempos, idiomas y culturas que en un sentido amplio llamamos también clásicos. A unos y otros se refiere Ítalo Calvino cuando dice que clásico es el autor de cualquier época, que no puede sernos indiferente, el que se impone por "inolvidable", aquel cuya relectura representa siempre un renovado descubrimiento porque nunca termina de decirnos lo que tiene que decir ya que su relectura es siempre como la primera. ("Por qué leer los clásicos", Ítalo Calvino, Ed. Tusquets, México 1994).

Pero tomando a los clásicos en un sentido menos general, es decir, referido solamente a los grandes autores de la cultura griega y romana, es preciso señalar algunos elementos que los convierten, a través de los milenios, en creadores de cultura siempre vigente y siempre fecunda. Y marcar, a partir de esos valores, la importancia que su estudio sigue teniendo en el siglo XXI.

En primer lugar, hay que destacar la universalidad de la problemática humana que abordan, analizan y expresan con una notable profundidad de penetración en el complejo mundo de la existencia humana.

Hay en los verdaderos clásicos una gran vitalidad y lo que el poeta boliviano Franz Tamayo llama "un sentido claro de la vida" Ese sentido hace que su planteamiento de toda la problemática humana y los incontables y variados ensayos de respuesta y solución que se han ido dando los hombres de aquellos y de todos los tiempos, estén expresados en forma auténtica y clara a partir de Homero, por filósofos, escritores, poetas, dramaturgos, historiadores y oradores clásicos.

Con ellos aprendemos mucho sobre nosotros mismos.

Por el equilibrio de todos los elementos que distingue la obra de los clásicos, por su realismo y verdad, por el extraordinario manejo que muestran de las pasiones humanas y por el orden y la construcción razonada y diáfana del pensamiento que encontramos en sus obras, los clásicos son una permanente guía cuya lectura ayuda a ordenar y formar la mente, a expresar el pensamiento, a analizar las cuestiones más variadas y exponerlas, ante nosotros y ante otros, con plena claridad.

Hay en los clásicos excelencia estética en la concepción y la expresión. La belleza brilla siempre en figuras poéticas, en narraciones, en tragedias, en piezas de oratoria, en tratados de los más diversos temas, en diálogos filosóficos, en epopeyas. Siempre es posible encontrar en ellos un gusto refinado y una riqueza de espíritu que miles de autores posteriores consideran con frecuencia como sobresalientes y han imitado y seguirán imitando destacados escritores que con ello dan reconocimiento universal a los clásicos. Hay que insertar en ese factor lo que podríamos llamar una permanente búsqueda de armonía en los elementos de la obra, de perfección en la expresión de casi todos los clásicos, más pronunciada en unos que en otros.

Con frecuencia, leyendo a los clásicos, observadores del Renacimiento y otros modernos y contemporáneos se han admirado por el hecho de que casi nada nuevo han descubierto sobre el ser humano y su problemática, la psicología y otras ciencias. En los clásicos están los móviles humanos y sus actitudes, los problemas permanentes claramente analizados, los intentos de solución, las angustias y los goces que caracterizan al ser humano. Una preocupación ética cruza las obras clásicas casi en su totalidad, con diversas expresiones, pero que nos permite rescatar en ellas el germen de la eticidad humana.

Una clave más para explicarnos la validez permanente del espíritu clásico es que gran parte de los autores, sobre todo Homero y los primeros griegos, nos presentan al ser humano con un alma simple, con una estructura psicológica elemental, producto de una civilización también simple, entendiendo el término como reducción del proceder humano a sus elementos esenciales. Esta simplicidad del alma homérica puede considerarse indispensable para entender la fuerza, la importancia y la proyección de lo que llamamos lo clásico, el espíritu clásico, porque a la vez que demuestra un conocimiento exacto y profundo del corazón humano, de su problemática, mostrándonos el modo común de actuar que lleva el ser humano en su naturaleza, tiene también capacidad de expresión, puede manifestar su vida en términos claros, con cierta reflexión sobre ella, con cierta madurez, precisamente porque fue capaz de crear civilización. El valor de lo clásico está en que nos permite analizar y conocer con justeza la naturaleza humana en su manifestación primera, elemental. El alma simple sin capacidad de expresión de sí misma se quedaría en lo primitivo y no podría trascender.

La que es simple pero que es también capaz de expresarse y expresar los elementos que la forman, es de valor universal. Esta simpleza expresada y manifestada limpia y casi ingenuamente, nos muestra en su esencia al ser humano.

Con la filosofía, las ideas religiosas elaboradas, el desarrollo e intercambio de las civilizaciones y los imperios, ya es más difícil conocer en lo elemental el alma humana, sus repliegues, sus grandezas y miserias, sus proyecciones. En el Renacimiento surge lo griego y latino que estaban latentes, dando origen a nuestro modelo cultural. Resurgen de nuevo temas, arte, estética, filosofía, doctrinas del clasicismo greco-romano, pero el hombre del Renacimiento ya no tiene aquella alma simple. Es difícil captar en él la esencia básica de lo humano, estudiarla en su elementalidad ya es mucho más complicado.

Por eso, entre otras cosas, Homero es el primer clásico. Allí empieza un riquísimo y extraordinario caudal de valores. Alma simple capaz de expresarse. Vigencia siempre renovada durante más de 30 siglos. Los clásicos que lo siguen continúan esa línea y la van completando.

Esa conclusión que surge del examen de la escala de valores, de la moral individual y colectiva que nos presenta Homero, se corrobora con otras manifestaciones que ostentan también simplicidad elemental capaz de expresarse.

Como punto de partida de lo que consideramos clásico, la Ilíada sobresale por los elementos señalados, pero también por la admirable claridad de pensamiento, por la fuerza de la imaginación, por la precisión de las descripciones y los detalles, por el desarrollo de los caracteres, por la proporción armónica del conjunto, por su desarrollo dramático, por su gran conocimiento de la psicología humana, por su ingenioso empleo de los episodios enlazados con la trama principal, por su manejo de las pasiones y de las situaciones. En medio de los torbellinos divinos y humanos y los odios de la guerra, en el fondo hay un equilibrio interesante. Todas esas son cualidades que caracterizan al espíritu clásico y, en este caso, características claramente comunicadas al lector en su más genuina expresión.

Otras grandes obras, como las Heroicas del Norte europeo, ostentan gran fuerza y profundidad de sentimientos, pero no brillan por el resto de rasgos que encontramos en la Ilíada, en los trágicos o en Horacio.

Y en el Oriente las grandes obras poseen una enorme capacidad de expresión, mucho colorido en el lenguaje, vivacidad en las observaciones, sabiduría admirable. Pero la grandiosidad del plan literario de la Ilíada, de la Odisea, de las tragedias posteriores, de Píndaro, Virgilio y Horacio, parece superior, sin que ello implique desconocer el inmenso valor de aquellas obras.

En los clásicos descubrimos un proyecto de vida frente al reto de la existencia, una orientación para afrontar la muerte. Y aunque en Homero los dioses llenan todos los espacios y enderezan las acciones humanas para que respondan a sus designios, otorgando un sentido divino a la Historia, en el fondo estamos ante una admirable edificación humana, muy humana, que se sobrepone al mito y lo supera desde la condición no divina, fugaz y sentenciada a muerte, de los seres humanos apoyados en dioses que de tan humanos pierden ante nosotros la majestad de su condición divina.

Así, en ese vivir con orgullo lo que otros hicieron en el pasado, ejercer con honor el presente, proyectándose en sus propias glorias al futuro, con todo lo que estas tres dimensiones significan, se nos está revelando en un esquema simple —es verdad— la esencia de la condición humana.

Por eso y por la capacidad de expresión clara de sí mismo y de los rasgos profundamente humanos y universales que constituyen esa estructura, es que resulta evidente la afirmación hecha al principio: con Homero se inicia, como una semilla, esa inmensa corriente de lo clásico que es el humanismo. Por eso Homero y los clásicos que le siguieron inspiran a seres humanos de las más diversas ideologías y religiones y les sirven de base sólida para penetrar no sólo en la realidad del espíritu humano, sino también en la belleza, en la armonía y en el cultivo de todo lo que un verdadero humanismo clásico-occidental ha ido desarrollando como opción de vida, de justicia y de convivencia entre los seres humanos.

No debe extrañar que escritores, músicos, artistas, humanistas, estudiosos del ser humano, historiadores, expertos de diversas religiones, analicen el contenido y la forma de los clásicos, recojan sus temas y personajes y los recreen con arte, o ensayen diversas variaciones en torno a ellos.

Los seres humanos siempre han estado en diálogo con los clásicos.

Sin afán de agotar el tema, hay que citar a Alejando Magno, que al empezar su ataque a los persas, ofrece un voto de sacrificio al gran guerrero Aquiles. Hay que recordar a los alejandrinos y a Aristarco de Samotracia, que valoran, traducen y salvan muchísimas obras clásicas griegas y romanas. Decenas de nombres más habría que citar en el curso de siglos. Baste enumerar a Dante, Cervantes, Fray Luis de León, Shakespeare, Racine, Goethe, Moliere, Pascal, Proust, Dostoievsky, Camus, Sartre, Heidegger, Corneille, Franz Tamayo, Holderlin, Heinrich von Kleist, Shelley, Gide, Anouilh, Colleen McCullough, Yourcenar, Baudelaire, Nietzsche, Freud, Joyce, Borges, T.S. Eliot, Saramago y muchos otros cuyas obras versan directamente sobre las escritas por clásicos, o recogen los temas y personajes clásicos y los desarrollan ubicándolos en tiempos actuales, o tomando pie de una obra clásica elaboran una nueva trama en torno al problema desentrañado y expuesto por algún autor clásico. Como ejemplo, algunos títulos o temas clásicos que dan nombre a obras modernas o contemporáneas: Antígona, Calígula, el mito de Sísifo, Horacio, Electra, Edipo, Fedra, Narciso, Ulises, La Caverna, Empédocles, La Sociedad de poetas muertos, Psiquis, Prometeida, Troilo y Cresida y muchos más. Las epopeyas nacionales de España y Francia, el Mío Cid y la Canción de Rolando, siguen de cerca a Homero y Virgilio en la Ilíada y la Eneida. Muchísimos poetas de varios idiomas citan, siguen o parafrasean a poetas clásicos. Hay que destacar la obra de teatro "La Ilíada" de César Bríe, representada por el Teatro de los Andes de Sucre. Ha sido presentada en Bolivia, en Francia, en varios países latinoamericanos y en Canadá, con acogida entusiasta de los críticos y el público. Es un alegato contra la violencia ciega, que en la trama de Homero introduce elementos de la realidad latinoamericana. La obra será presentada durante los años 2003 y 2004 en Grecia y otros países europeos.

Si de la literatura pasamos a la música, se podrían citar centenares de obras que recogen temas clásicos o en ellos se inspiran. Unos pocos ejemplos: Ifigenia en Tauride e Ifigenia en Aulide, óperas de Gluck; Orfeo, de Monteverdi, escrita al empezar el siglo XVII; Edipo en Colona, de Antonio Sachini; Paris y Helena, Orfeo y Eurídice y muchas más; sin olvidar el Idomeneo de Mozart o Los troyanos de Héctor Berlioz.

Las obras de arte, no sólo del Renacimiento, inspiradas en los clásicos griegos y romanos son innumerables, sobre todo pintura y escultura. Los museos de Occidente y no pocos de Oriente están llenos de ellas. El barroco mestizo desarrollado en nuestros países no deja de registrar personajes y temas clásicos incrustados en la temática católica.

Algo similar cabe decir de la arquitectura occidental, que acusa reglas, patrones y temas clásicos imposibles de ignorar, porque nos rodean continuamente.

Se busca y se encuentra en todas las ramas citadas, no sólo prototipos humanos imborrables, sino equilibrio, belleza, sobriedad, profundidad.

Filósofos y pensadores, así como científicos, tienen que tomar en cuenta a sus antecesores griegos y romanos. Filósofos de la Edad Media, el Renacimiento y hasta nuestros días se basan en filósofos griegos, los comentan, abundan en sus temas, los completan, pero ninguno puede prescindir de aquéllos. Todos los temas de la filosofía fueron ya examinados por los griegos. Ningún orador político o religioso ha dejado de aprender de Demóstenes, Esquines y Cicerón. Junto a la Biblia, autores clásicos como Homero, Horacio o Virgilio son los que más traducciones y ediciones han tenido en todos los tiempos.

Estos hechos confirman las aseveraciones de las páginas precedentes sobre el valor permanente de los clásicos, su importancia en el desarrollo de las ideas, del arte, la literatura, la filosofía, el derecho, la arquitectura, la concepción democrática, el teatro de ayer y hoy en Occidente, con repercusiones en algunos países del Oriente. En la Ilíada, Homero no sólo nos presenta el espíritu que formará la unidad helenística, no sólo nos emociona con lo sublime y lo trivial de sus personajes, ni sólo describe mitos y heroísmos, sino que, además, recoge y sintetiza un conjunto admirable de rasgos humanos de valor universal y permanente que se renuevan y se enriquecen en el tiempo y a veces a pesar del tiempo. Esa inmensa corriente del clasicismo seguirá su curso en la Historia, fecundando la vida, la estética y las aspiraciones de millones de seres humanos.

 

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