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Revista Ciencia y Cultura

Print version ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  no.14 La Paz June 2004

 

 

 

Dos notas sobre la crisis del humanismo en Bolivia

 

 

Jorge Siles Salinas

 

 


1. Educación sin humanismo

La orientación principal a que responde la educación pública en Bolivia no puede ser definida por su sentido afirmativo y por una idea clara de los fines que ella persigue sino, únicamente, por lo que menosprecia, por su repulsión a ciertos valores y a ciertas esferas del conocimiento. Estas esferas son las que corresponden a la literatura, a la historia, a la filosofía, a las artes, a la religión, esto es, a lo que comúnmente se designa como "conocimientos humanísticos". Seguramente por efecto de una antigua influencia positivista, la mentalidad boliviana, en general, y no sólo la que predomina en los diversos niveles educativos, se muestra inclinada, de un modo indiscutible, a un mezquino practicismo, a la búsqueda del lado utilitario de la vida. Se diría que entre nosotros prevalece una visión unilateral de las realidades humanas, una suerte de exclusivismo según el cual las únicas formas valiosas de la cultura serían las que se manifiestan en cifras, en aplicaciones prácticas, en réditos económicos, en apreciaciones cuantitativas y materiales.

Las pruebas están a la vista; en los mejores colegios de La Paz no se estudia sino superficialmente la gramática, se descuida de manera vergonzosa la historia nacional, se deja a un lado escandalosamente la geografía, se concede una atención insignificante a la filosofía. En cambio, justo es reconocer que los muchachos reciben una formación bastante aceptable en las materias pertenecientes a las ciencias naturales o exactas, como la química, la física, la matemática. Naturalmente, no se deja en el abandono la enseñanza del inglés, considerado como la llave que abrirá al futuro bachiller todas las puertas del éxito y la prosperidad. Sería absurdo, desde luego, pretender restar importancia a estas disciplinas, indispensables en un programa educativo que aspire a un mínimo nivel de seriedad. Lo que entre nosotros ha resultado catastrófico es que, a fuerza de imprimir una orientación unidimensional a los estudios, nos hemos quedado con una pedagogía manca, sin proporciones, desarrollada sólo por el lado inme-diatista y pragmático, pero absolutamente descuidada, en cambio, en el otro frente, el de la ilustración humanística, aplicada a los saberes que permiten el buen uso del lenguaje, la disciplina de la inteligencia, la ubicación en el tiempo y en el espacio, la apreciación de la belleza y el enriquecimiento de la sensibilidad.

No hay que insistir mucho en algo que vemos todos los días, el menosprecio bárbaro que profesan hacia la gramática gentes de todos los niveles y de todas las edades. De ahí resulta esa enorme cantidad de personas que no sabe cómo comunicar sus ideas, que utiliza un lenguaje balbuceante, que no tiene la menor noción acerca del valor de las palabras que torpemente van fluyendo de sus labios.

Que un adolescente nos diga: "La gramática, y eso ¿para qué sirve?", nos parece una tontería, perdonable tal vez en razón de algún mal profesor que tuvo la culpa, por su modo malísimo de enseñar el castellano, de semejante despropósito. Por desgracia, estas cosas no las oímos decir sólo a las personas inmaduras. A algunos educadores he tenido ocasión de escucharles ideas como las que aquí recojo: "La gramática no debe ser una asignatura propiamente dicha; en el colegio no se debe enseñar como una unidad independiente sino que en todas las materias debe darse algo de lenguaje, de redacción, de comprensión del idioma. La gramática debe sentirse o vivirse pero no aprenderse en forma sistemática".

Las consecuencias están a la vista; gran número de escolares, entre los 12 y los 17 años, no saben lo que es un verbo, ignoran lo que es plural y singular, pasado ni futuro, sujeto ni predicado, ni en qué se diferencian un sustantivo de un adjetivo, el verso de la prosa. Es decir, barbarie, ignorancia, noche oscura del entendimiento.

A nadie puede extrañarle, así, que una buena parte de los jóvenes que llegan a la universidad no sean capaces, literalmente, de construir una frase. Los exámenes escritos nos muestran el más absoluto desconocimiento de la ortografía; el mal uso de la sintaxis da la impresión de alguien que camina a ciegas, raras veces se aprecia una redacción esmerada, clara, que refleje un seguro dominio de los instrumentos expresivos.

"Cuídate de despreciar a la gramática, pues por ese camino se llega a despreciar a la razón"; se dice que con frecuencia repetía esta frase un rey de Francia al heredero del trono. Por su parte, el gran Andrés Bello sintetizaba su pensamiento a este respecto del modo siguiente: "La gramática nacional es el primer asunto que se presenta a la inteligencia del niño, el primer ensayo de sus facultades mentales, su primer curso práctico de raciocinio".

Si del campo literario pasamos al histórico o al geográfico, el balance no puede ser más deprimente. Innumerables bachilleres no saben lo que es una península, ni dónde está el Mediterráneo, ni en qué siglo deben situarse las fechas de 1942 o de 1789, ni si el Romanticismo es anterior o posterior al Renacimiento, etc., etc. Es decir, no saben dónde están parados, ignoran el cuándo y el dónde elementales de la cultura humana.

Por supuesto, estas observaciones no van en contra de los educadores. Van en contra del sistema y de la mentalidad que lo inspira.

De nada vale pretender llenar estos vacíos inmensos con unas cuantas vaguedades de una pseudo-sociología para uso de los colegios. Sin la base todo está perdido. Leer y contar. Escribir y pensar. Tener conciencia de sí mismo y de su circunstancia. Discernimiento y juicio.

De lo contrario, el ser humano se convierte en masa inerte, en objeto pasivo. Cuando no se desarrollan las facultades del raciocinio y de la sensibilidad, el hombre se convierte en presa fácil de la propaganda, de los lugares comunes en que abunda el tiempo actual.

Todo el mundo repite entre nosotros los conceptos que tan acertadamente formuló Carlos Medinaceli respecto de los excesos de una educación alejada de toda relación práctica con la vida y sus necesidades. Medinaceli atacaba el doctoralismo, la tendencia retórica de una educación atrasada en la que era menester introducir valores, métodos, fundamentos nuevos. Y es que el admirable escritor potosino sabía situarse en el justo término medio, sin caer ni en el extremo del puro tecnicismo ni en el del formalismo sin contenido. He aquí lo que hace falta en la formulación de una pedagogía renovada y fecunda; el sentido clásico de la integración de las dos grandes vertientes del saber, esto es, la ciencia cultural y la ciencia natural, que, en rigor, no son dos realidades distintas sino la misma realidad mirada desde dos puntos de vista.

 

2. Crisis del idioma, crisis del hombre

La lectura de un discurso pronunciado en marzo de 1985 por un catedrático de Psiquiatría, el Dr. Otto Dorr Zegers, al iniciarse el año académico de la Universidad Diego Portales, de Santiago de Chile, ha traído a mi memoria otro texto originado en una circunstancia similar, si bien hay una distancia de más de cuarenta años entre uno y otro trabajo. En la Universidad de Puerto Rico, en 1944, el poeta Pedro Salinas, en una ceremonia de colación de grados, tuvo a su cargo la lección magistral destinada a realzar ese acto, siendo la materia de su disertación la misma que sirvió como tema de fondo al mencionado profesor chileno: el valor de la palabra en el mundo en que vivimos. Aprecio y defensa del lenguaje es el título de la alocución de Salinas. Lenguaje y existencia es el que corresponde al estudio de Otto Dorr. Aquél ha sido reeditado muchas veces, quedando incluido, finalmente, en el libro publicado por Alianza Editorial, en 1967, bajo el título de El defensor y con prólogo de Juan Marichal. El segundo puede ser leído en la revista "Academia", número 11, Santiago.

"El siglo XX va a ser un siglo de prueba para la lengua", sostuvo el poeta y catedrático madrileño. Pienso que no está fuera de esa perspectiva el hombre de ciencia chileno que, al acercarse el siglo a su término, se cree justificado al afirmar, desde su punto de mira profesional y nacional, que hay una suma de factores que pueden corromper el idioma hasta destruirlo, dañando con ello, en su esencia, el destino de quienes no sólo lo usan como instrumento, sino que viven y conviven con los demás a partir de su condición de hablantes de una determinada lengua.

Los criterios en que se fundan los dos discursos académicos son diversos, naturalmente, según la oportunidad en que fueron pronunciados y de acuerdo con los antecedentes personales de cada autor. No obstante, hay muchas analogías en sus juicios y valoraciones, si bien Salinas no parece haber servido de fuente de consulta en la elaboración de Lenguaje y existencia.

La conferencia de Puerto Rico está dicha desde el ángulo de la historia literaria, de la intuición poética, de la condición del español "transterrado" en América, según la expresión de José Gaos recogida por Juan Marichal, rasgos que configuran la personalidad de Pedro Salinas. El discurso leído en Chile responde a la preparación académica del disertante: médico especialista en enfermedades mentales, conocedor profundo de la filosofía alemana contemporánea, científico y humanista, atento a la evolución cultural y a los problemas de la educación en su país.

Nadie piensa, desde luego, que los problemas críticos del idioma de los que se ocupan dichos ensayistas sean privativos de la cultura hispánica o que se den en este ámbito con especial gravedad. Los males de la incomunicación, del empobrecimiento de los medios expresivos, de la suplantación de la palabra hablada o escrita por la potencia invasora de la imagen, del achabacanamiento de los usos idiomáticos, de la incapacidad de dialogar y de entender el mensaje poético, de la reducción del vocabulario de signo cualitativo o adjetival en provecho del meramente técnico o "cósico", de la ininteligible pronunciación, del caos verbal traducido al fenómeno del "slang" son comunes a todas las lenguas cultas de Occidente. Orwell, con gráfica precisión, acertó a aglutinar todos estos vicios, entendidos por él como pérdida de la capacidad intelectiva y a la vez como retroceso de la conciencia crítica, bajo la denominación común de "neolengua", el idioma sintético, desprovisto en absoluto de matices, en que se expresará la humanidad según sus sombríos pronósticos que no dejan de apuntar hacia las realidades del presente.

En los dos textos académicos que han dado pie a este comentario no es el diagnóstico pesimista la nota que prevalece en sus páginas iluminadoras y sugerentes. Ni uno ni otro autor caen en esa fácil inclinación a anunciar irremediables decadencias, que suele ser el signo de quienes viven morbosamente apegados al pasado. Apoyados en sólidas bases científicas, consideraron que era su deber dar la voz de alarma, ante un público de jóvenes y de maestros de esos mismos jóvenes, sobre ciertas manifestaciones de una grave desvalorización del lenguaje, animados de idéntico celo al que mueve a los ecologistas a defender y preservar los bienes de la naturaleza. ¿No están amenazados también los bienes de la cultura por diversos elementos de contaminación y ruina? ¿No está expuesto principalmente el idioma, que nos vincula, que nos ilumina el mundo, que nos permite superar la fugacidad del tiempo, a la acción de una infinidad de factores esterilizantes y desintegradores?

El testimonio de Salinas a este respecto es impresionante: "El hombre se posee en la medida que posee su lengua. No habrá ser humano completo, es decir, que se conozca y se dé a conocer, sin un grado avanzado de posesión de su lengua". El ser humano es inseparable de su lenguaje. Existen, sin embargo, "muchos, muchísimos inválidos del habla; hay muchos cojos, mancos, inválidos de la expresión. Una de las mayores penas que conozco es la de encontrarse con un mozo fuerte, ágil, curtido en los ejercicios gimnásticos, dueño de su cuerpo, pero que, cuando llega el instante de contar algo, de explicar, se transforma de pronto en un baldado espiritual, incapaz de moverse en sus pensamientos".

El Dr. Otto Dorr informa, a su vez, de casos que patentizan un proceso de destrucción del lenguaje. "Este proceso comenzó por cierta pereza en el hablar, por un descuido de ese elemento más externo de un idioma, cual es la pronunciación, pero no por externo menos importante". En otra parte, expresa: "Estamos ante la dramática constatación del deterioro absoluto del instrumento más excelso que Dios ha dado al hombre para poder realizar su destino en la tierra: la palabra, vehículo del pensamiento, expresión del espíritu, puente de comunicación y de intercambio entre los hombres".

Es fundamental la reflexión sobre el idioma, sobre todo si se desea reconocer valerosamente las deficiencias extendidas en amplios sectores de población. En este terreno no es admisible la irresponsabilidad, la indiferencia. "¿Es lícito adoptar en ningún país —se pregunta Pedro Salinas—, en ningún instante de su historia, una posición de indiferencia o de inhibición ante su habla? ¿Quedarnos, como quien dice, a la orilla del vivir del idioma, mirándolo correr, claro o turbio, como si nos fuese ajeno? O por el contrario, ¿se nos impone, por una razón de moral, una atención, una voluntad interventora del hombre hacia el habla? Tremenda frivolidad es no hacerse esa pregunta. Pueblo que no la haga vive en el olvido de su propia dignidad espiritual, en estado de deficiencia humana. Porque la contestación entraña consecuencias incalculables. Para mí la respuesta es muy clara: no es permisible a una comunidad civilizada dejar a su lengua, desarbolada, flotar a la deriva, al garete, sin velas, sin capitanes, sin rumbo".

En la misma dirección se orienta el profesor Dorr: "Sólo una profunda reflexión sobre el lenguaje podría salvarnos todavía de las terribles consecuencias de su creciente deterioro". Su análisis se apoya, más adelante, en los comentarios de Heidegger sobre "la habladuría" (Das Gerade), es decir, el modo de hablar sin objeto y sin sentido, el modo de hablar cantinflesco.

En diferentes latitudes del mundo hispanohablante se observa el caso de ciertos usos repetitivos de palabras que permiten el desarrollo de extraños diálogos que no dicen nada, puesto que el intercambio de frases se reduce a la utilización de una sola palabra empleada como sustantivo, como verbo, como adjetivo, en un juego de barbarismos carente de toda significación. Ej: En El Salvador, el vocablo baboso. "El baboso me dijo puras babosadas, pero yo le dije que no siguiera baboseando, porque yo no soy ningún baboso...". La palabra que va dando bote en sucesivas deformaciones o derivaciones de una raíz común, puede ser también un parloteo ininteligible apoyado en una grosería que se sostiene mágicamente en el aire sin apoyo significante alguno. Nuestros vecinos del Pacífico, tanto para el norte como para el sur, nos dan ejemplos, lamentablemente usados también, por imitación, entre nosotros, utilizando vocablos únicos que van en todas direcciones, cayendo neciamente al final de la frase, carentes de toda expresividad; en el habla popular chilena, usada especialmente por jóvenes de todas las clases sociales, se ha hecho notar la natural inclinación que lleva a la generalidad a terminar todas las frases con el simplismo de una terminación hueca en "ón".

Son éstas manifestaciones de una anarquía verbal y mental contra la cual es necesario ponerse en guardia. Estos síntomas de crisis en la unidad, en el vigor de la lengua, se producen precisamente en un momento de sorprendente esplendor de la literatura hispanoamericana. Los grandes nombres de la novelística, del ensayo y la poesía, que honran el proceso actual de nuestras letras, cubren con su formidable aliento universal esos fenómenos del decaimiento del habla que hemos mencionado valiéndonos del testimonio de dos connotados críticos e investigadores. Por ello mismo, se impone en nuestros países, en nuestras autoridades del idioma y de la educación, una actitud definida que tienda a hacer efectiva una política de la lengua, manifestación primaria de una política del espíritu.

 

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