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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  n.14 La Paz jun. 2004

 

 

 

Los clásicos grecolatinos en la formación humanista

 

 

Mario Frías Infante

 

 


Entre los 16 y 18 años el joven se caracteriza, en términos generales, por tres hechos psíquicos fundamentales, tal como en alguna de sus obras hace notar Spranger. En primer lugar, el descubrimiento del yo, que consiste en el paso de lo externo a la vida y a los valores interiores. De ahí que en aquella edad el interés por los objetos externos tenga lugar sólo en la medida en que guarden relación con algo íntimo.

Luego, la formación paulatina del plan de vida y el ingreso dentro de las diversas esferas del quehacer en la sociedad, como resultado o consecuencia de la anterior característica, la del descubrimiento del yo. Es el momento en el que los jóvenes empiezan a mirar con seriedad su propia existencia y descubren que es un problema con el cual sienten tienen que enfrentarse y al que requieren luego resolver. En ese terreno se encuentran cara a cara con dos cuestiones que, a su vez, tendrían que considerarse otros tantos problemas: los valores y la vocación profesional. El primero se manifiesta en la incapacidad del joven para trabajar cuando ignora el valor que ese trabajo tendrá para su vida. El segundo se le presenta debido al contacto que va experimentando con sus capacidades, de las que toma conciencia gracias a sus diversas experiencias más cercanas y a las de las personas adultas, que él considera hechas y derechas. Se trata, pues, para el joven de trazar el curso ulterior de su vida. Quiere construirse y cae en cuenta de que ello implica el limitarse a una actividad en el seno de la sociedad a la que pertenece y a la que se debe.

Por último, la tercera característica: el ingreso en las diversas esferas de la vida. Así como es típico del niño pasarla apartado del mundo de los mayores, es propia del joven el ansia de participar de las actividades de los hombres maduros, lo que se traduce en el anhelo de conocer la vida, de hacer lo que hacen los adultos, de probar su independencia no solo moral sino física, intelectual, crítica, en fin.

 

El aporte de la Literatura

En la educación humanista, es decir aquélla que apunta a la formación integral y equilibrada de la persona y, asimismo, la más adecuada a las mencionadas características del joven, la Literatura puede ser un instrumento de primer orden, si no el mejor, para la consecución en alto grado del objetivo propuesto. Pero el que sea tal queda condicionado a cómo se la maneje, pues, si bien es cierto que el simple estudio de esta disciplina proporciona contacto con la vida y sus valores, no conduce, por sí mismo, a la creación activa que demanda una formación humanista, más aún si se la quiere sólida. Hay que pensar en la unión, o en el estrecho relacionamiento, de dicho estudio con la creación artística. Existen dos formas de hacerlo en términos pedagógicos: una, la redacción literaria; otra, el trabajo escrito de investigación, entendiendo por este último la búsqueda o rastreo de los valores humanos, tal cual aparecen en la obra literaria a través de las palabras, las imágenes, los símbolos poéticos. Posee tres notas esenciales: debe ser un trabajo escrito redactado con estilo; tiene que estar elaborado en orden a descubrir los valores humanos, pero no formulados en abstracto sino funcionando en la misma actividad del hombre y determinando sus situaciones, también espirituales, en la literatura; la investigación tendrá que estar hecha a través de lo literario, es decir encontrando la actuación de esos valores, no tanto donde se encuentran expresos sino más bien donde están implícitos, apareciendo bajo la influencia de una acción, de una situación, de un gesto, de un símbolo, de una metáfora o de una palabra.

 

Investigación de valores

La Literatura entera está movida por los valores que impulsan las diferentes actitudes de los hombres y producen sus situaciones espirituales, las que son el contenido total de las respectivas obras. Los valores no están en ellas sino de una manera implícita, como la causa en los efectos. Así, por ejemplo, la obcecación del poeta latino Quinto Horacio Flaco ante la muerte es una manifestación de su alma sobre valores humanos que aparecen en otras partes de su obra, generando situaciones diversas. Descubrir esa alma de Horacio, su posición ante el mundo y las cosas, seguir sus actividades en la vida, examinar su triunfo y su fracaso y sus respectivas causas, se adapta a la vida interior del joven, a la nueva capacidad de pensamiento propio que busca en qué emplearse y que encuentra en estas cuestiones humanas su mayor facilidad para pensar y crear. Se ha de hallar, incluso adivinar, estas situaciones debajo de expresiones, de gestos y de acciones, y no de una mera reunión de citas claras y obvias. Aquí ha de ejercitarse una lectura profunda, interpretativa, que entrene a leer sucesos de la vida, acontecimientos, expresiones, manifestaciones, reacciones y acciones no sólo individuales sino colectivas de una determinada población y de la sociedad misma a la que el joven pertenece.

 

Investigación a través de la forma literaria

La forma literaria es lo que humaniza a la educación por medio de la investigación y es lo que relaciona al trabajo escrito con el fondo interior. Adviértase que la forma literaria no es un mero ropaje de la obra sino el vehículo y la manifestación de los valores y de las situaciones humanas. Así, por ejemplo, en Homero, los verbos que señalan la muerte son todos verbos que indican descenso físico, símbolo consciente o inconsciente de un descenso en el ser animal producido por el tiempo y la muerte. Otro ejemplo, también de un autor clásico, aunque no ya del mundo grecorromano, es el que brinda Fray Luis de León con los epítetos que aplica a las cosas, clasificándolas en razón de los opuestos claridad y oscuridad. Sombra y luz son las categorías que todos los objetos tienen para Fray Luis de León y en ello se va transparentado y simbolizando el valor fundamental de su vida: la verdad. Dice en algún lugar: "cuándo será que pueda contemplar la verdad..."

Pero la forma literaria abarca mucho más: todo ese simbolismo de gestos y acciones humanas que traducen una realidad interior. Se descubre, también como ejemplo, en el ya mencionado poeta Horacio una precipitación por aprovechar el tiempo, una obsesión respecto de la caducidad, que le impide el goce de las horas de paz. Y eso no es más que el reflejo de su concepción de la vida como placer temporal y de su timidez temperamental ante el esfuerzo activo.

Todas estas cuestiones y sus hallazgos están al alcance del joven y cautivan sobremanera su interés.

 

Los clásicos grecorromanos

La pretensión de que los autores clásicos latinos y griegos han pasado de moda o que no responden a las circunstancias actuales, no acusa sino un desconocimiento y una total incomprensión de dichos autores.

En cuanto a lo primero, la moda, cabe apuntar que los clásicos están fuera del alcance de la moda, no son sujetos de moda, entendida ésta como el gusto pasajero y generalizado, rodeado de prestigio, que en una sociedad se impone temporalmente o las maneras de comportamiento, los usos y costumbres, también pasajeros. Un libro de moda es aquel que es leído y comentado durante un cierto tiempo, no debido a sus valores intrínsecos sino por causas externas, superficiales muchas veces, como la novedad, la coyuntura o aun otras como la propaganda publicitaria.

Franz Tamayo dijo que "la obra de arte es para siempre", sentencia que tiene plena validez en cuanto —y ha debido ser el pensamiento de Tamayo— esté referida con exclusividad a la obra clásica. Siglos antes, en el mismo sentido el poeta Horacio había escrito su célebre "exegi monumentum aere perennius". Lo clásico ni entra en la moda ni pasa por ella; es definitivo. De lo contrario, no sería clásico. No hay moda que sea "para siempre". Lo más que podrá suceder es que se prolongue por mucho tiempo. Pero largo no es igual que indefinido.

Las obras clásicas responden a las circunstancias de todos los tiempos, al menos mientras el hombre continúe siendo hombre. Si llegara el momento en el que su naturaleza se transformara en la de un marciano o de un selenita, sin duda perderían vigencia las obras que hoy son clásicas, pues el hombre habría dejado de ser hombre. Entonces sí ya no responderían a las nuevas circunstancias de seres que de humanos pasaron a ser no humanos.

Los clásicos griegos y latinos eran estudiados en el Renacimiento por considerárselos dechados de valores estéticos. Sin duda lo son en gran medida, pero como instrumento de formación humanista ha de pedírseles mucho más: la madurez, la seriedad, el conocimiento del corazón humano, el conocimiento común de actuar que posee el hombre inscrito en su naturaleza. Los clásicos son virtualmente los únicos escritores que pueden presentar dos características fundamentales: el alma simple y la capacidad de expresión.

El alma simple es el producto de una civilización basada en el "sequi naturam ducem", donde el hombre reacciona de una manera muy sencilla, sin los problemas ni las inhibiciones de la civilización aproblemada. Es verdad que en aquellos hombres aparece la naturaleza humana tal cual. Presentan de una manera más primitiva y más simple la imagen y el funcionamiento del hombre. ¿Por qué, entonces, no valerse de ellos para el estudio y el conocimiento de aquél? Por cierto, el hombre actual es más profundo pero es menos elemental en el sentido de reducción del proceder humano a sus elementos puros y esenciales.

En este sentido, podría objetarse que todo hombre primitivo se prestaría para este propósito: lo mismo un hotentote que un griego. Pero sucede que el griego tiene una segunda ventaja, la de haber creado, al mismo tiempo que conservaba la simplicidad, una civilización lo bastante perfecta como para poder manifestarnos una vida en términos civilizados, parecidos a los nuestros y que están a nuestro alcance. Con relación a este punto fundamental de los autores grecolatinos, Alberto Bailey escribe en su libro Tiempo y muerte en la Ilíada, que estos escritores, sobre todo Homero, "nos presentan al ser humano con una alma simple, con una estructura psicológica elemental, producto de una civilización también simple... Esta simplicidad del alma homérica puede considerarse indispensable para entender la fuerza, la importancia y la proyección de lo que llamamos lo clásico... porque a la vez que demuestra un conocimiento exacto y profundo del corazón humano en su naturaleza, tiene también capacidad de expresión en términos claros, con cierta reflexión sobre ella, con cierta madurez, precisamente porque fue capaz de crear civilización. El alma simple sin capacidad de expresión de sí misma se quedaría en lo primitivo y no podría trascender".

 

Obras y autores

Por supuesto, no todos los autores y obras de la antigüedad grecolatina tienen la misma importancia ni el mismo valor. Hay autores de primera fila y otros que se sitúan más atrás. Para empezar, Homero es insustituible e imprescindible . Es, como afirma Bailey en la obra ya citada, "el primer clásico", expresión que ha de entenderse tanto en el sentido cronológico, puesto que de su obra sale, sin precedentes históricos, esa cascada de valores humanos, de pensamientos, reflexiones, inquietudes, anhelos y pasiones que anidan en el alma del ser humano, lo que significa en el hombre de todos los tiempos, hasta nuestros días y hasta el último instante en que la humanidad exista; como también ha de entenderse en relación a su importancia: el primero en importancia.

 

La Ilíada

Hablando de la Ilíada, cabe recordar que los antiguos vieron en ella una completa enciclopedia del saber, por lo que durante siglos fue el libro de texto de la enseñanza. Alguien citado por Guillermo Thíele en su libro Homero y la Ilíada decía al respecto, refiriéndose a este poema, que en él están contenidos "todos los movimientos del cielo, todos los cambios de la tierra, los distintos caracteres humanos, la luz del sol, la danza de las estrellas, el origen de los animales, las inundaciones causadas por el mar, el desbordamiento de los ríos, las alteraciones del aire; lo burgués, lo doméstico, lo marcial y lo pacífico, el matrimonio, la vida en el campo, la caballería, la navegación, artes de toda clase, lenguas distintas y gran variedad de figuras típicas: gente que se lamenta o se regocija, que ríe o que lucha, o se encoleriza, o baquetea y surca el mar".

Homero hace referencia, por cierto, siempre en relación con la vida humana, a los diversos fenómenos de orden físico o natural que se suscitan en el universo. Pero con mayor detalle y, sobre todo, profundidad, se detiene en el torbellino de pasiones y sentimientos, de pensamientos, dudas y creencias que bullen en el interior de los hombres, en su alma, en su mente y en su corazón. Los héroes y los dioses homéricos actúan movidos por amores y odios, por ambiciones, por valentía y temor, por respeto y rebeldía, por intereses personales y por generosidad. Así como aparece en ellos la piedad, entendida, por una parte, como respeto (aidos), y, por otra, como temor (sebas), aparecen también sus respectivos opuestos: la impiedad en sus dos formas (anaídeia y asébeia). Aparecen la soberbia y la humildad —esta última en la escena de Agamemnón frente a Aquileo, en la rapsodia IX—; la crueldad y la ternura —esta última en la despedida de Héctor y Andrómaca, en la rapsodia VI—; la honestidad y la picardía; la honradez frente al engaño y al dolo; la moderación y la mesura frente al exceso.

Es importante e ilustrativo observar en Homero la vida de los dioses. Su mundo está hecho a imagen y semejanza del terrenal. Hay un atropomorfismo absoluto no sólo en lo individual sino en lo social. El hombre griego proyecta en sus dioses lo que él quisiera ser y tener, pero sin dejar de ser hombre: inmortalidad, locomoción a su antojo, comida y bebida especiales siempre a mano, ningún impedimento para entregarse a sus pasiones y satisfacerlas a plenitud. El universo de divinidades homéricas está con los ojos puestos en los mortales. Los dioses viven en función de los hombres, por eso son, a la vez, humanos. Poseen, casi, una doble naturaleza. Ellos tampoco escapan a la realidad metafísica del Destino, la Moira. Igual que en la sociedad terrenal a cada uno de los dioses le corresponde su "parte", su méros, de suerte que en el orden cósmico nada puede suceder ni nadie puede actuar hipér móron, es decir más allá de lo que le tocó en suerte, más allá de su parte preestablecida. "Dioses y hombres están igualmente bajo el anónimo poder del Destino. Homero es fatalista", como afirma Thíele en su ya referido libro.

Problema, el del destino, al que de muy diversos modos enfrenta el hombre de hoy, así le dé una salida religiosa, así se encueve en un ateísmo más o menos radical.

 

Otros

Dentro de la literatura latina, no puede faltar Horacio. Es de gran profundidad. Tiene el arte de encerrar un pensamiento muy hondo en una forma estética concisa y muy humana. Humano como el que más, "ochocientos años después de Homero —dice Bailey en Tiempo y muerte en la Ilíada— el poeta latino Horacio enfrenta dramáticamente la realidad del paso del tiempo y la llegada de la muerte. Su fatalidad lo persigue aun en los momentos más placenteros. Y la trata con una profundidad estremecedora a la par que poéticamente bella. La alegría, las fiestas, el amor, los honores —al transcurrir en el tiempo y desgastarse— le recuerdan la muerte, igual que el paso de las estaciones y los períodos de la vida".

Además del tema de la muerte, hay otros, tan perennes como aquél, de los que el poeta venusino se ocupa con maestría en la forma y profundidad en el pensamiento. Está el tema de la aurea mediocritas, es decir la moderación, con la que el hombre debe manejarse frente a la alegría y la tristeza, el triunfo y el fracaso, la abundancia y la escasez, el placer y el sufrimiento. Preconiza la sabia actitud de evitar los extremos, porque nada en la vida es definitivo. El paso del tiempo es una constante preocupación del poeta, tanto desde el lado negativo en cuanto aproximación a la muerte, como del lado positivo en cuanto todo es pasajero, lo bueno y, desde luego, lo malo; por lo tanto, no hay mal definitivo.

En la temática horaciana tienen lugar la riqueza y la tan difundida angurria, en todos los tiempos, por acumular bienes. Sostiene Horacio que la satisfacción de la vida ha de encontrarse en la moderación y la sobriedad, que son liberadoras de la ambición y la codicia.

Tampoco le es ajeno el tema de la religión, al que todo ser humano tiene que enfrentarse, sea en posición afirmativa y fervorosa o en una de tibieza y aun rechazo.

No está ausente de sus poemas la aversión a la vulgaridad, al mal gusto, a la mediocridad, sentimiento por demás generalizado en todas las sociedades, puesto que el ser humano aspira por naturaleza a la superación.

El amor, el vino, la diversión tienen cabida, con un tratamiento por demás humano y en el marco de la moderación, en los poemas horacianos. Según él, hay que gozar la vida, mientras se pueda y ella dure.

Esta temática siempre actual expresada en versos de insuperable belleza hacen de Horacio un auténtico clásico y, por lo tanto, un modelo permanente.

No es propósito de este trabajo presentar un programa para un curso de formación humanista con la consiguiente lista de autores y obras griegos y latinos que hayan de estudiarse. Pretende tan sólo fijar algunas líneas y dar un marco general.

En tal sentido, así como han sido mencionados Homero con su Ilíada y el poeta Horacio, parece pertinente hacer alguna referencia al mayor lírico griego, Píndaro. El pretexto de su obra son elogios a púgiles, aurigas y corredores. Enaltece el asunto de manera que da a las proezas atléticas magnitud divina y busca en los triunfadores la sangre de sus antecesores heroicos. Trae una variedad de sabias máximas y hay en el conjunto de su poesía un código humano que predica la moderación en la riqueza y el poder. Habla de la gratitud, de la hospitalidad, de la cortesía y de una serie de virtudes, exaltándolas directamente o, en ocasiones, por contraste con sus contrarios. C. M. Bowra sostiene en su Historia de la literatura griega que "el procedimiento narrativo de Píndaro consiste en tomar algunos momentos culminantes del cuento mitológico o heroico y elaborarlos después... su narración es un rosario de escenas vivas, separadas unas de otras". Rubén Bonifaz Nuño, en su Introducción a las Nemeas, dice que "se encuentra en las obras de Píndaro una frecuente y particular exaltación de la poesía, de sus eternizadores poderes, de sus facultades engrandecedoras del objeto al que se refiere; en último extremo, de la necesidad que éste tiene de aquélla para adquirir existencia real y verdadera".

Desde luego, no pueden ignorarse otros líricos griegos más antiguos, como Safo, Alceo, Anacreonte. Entre los latinos merece especial atención Virgilio, autor de la Églogas, las Geórgicas y la célebre Eneida. También Ovidio y otros de menor vuelo, pero de todos modos importantes.

Capítulo aparte constituye la tragedia, representada por las tres figuras cimeras de la literatura universal: Esquilo, Sófocles y Eurípides. Para referirse a una sola de las obras trágicas, a Edipo Rey, cabe señalar la profundidad del problema del destino del hombre y la perfección estética con la que está expresado. El contenido y la forma de estas obras encierra un material por demás rico y valioso para la formación humanista.

Conviene también tener en cuenta a los escritores en prosa, empezando por los historiadores, tanto griegos como latinos, y siguiendo con los oradores y filósofos. Herodoto, Tucídides, César, Salustio, Tácito, Tito Livio, son valores innegables. Ni qué decir de Demóstenes y Cicerón, cuyas piezas de oratoria son modelos tanto por su estructura como, sobre todo, por el conocimiento de la condición humana en la que se fundan. Cicerón, fuera de sus discursos, tiene tratados, algunos en forma de diálogo, de muy rico contenido, llenos de sabiduría, como los referidos a la ancianidad y a la amistad, a la retórica, a la república y a las leyes. Por último, está el tesoro de su cartas.

Aristóteles y Platón son imprescindibles, aun sin entrar en el estudio profundo y sistemático de la Filosofía. En el caso del segundo, de Platón, tiene páginas de extraordinario valor literario y hondo contenido humano, con una sabiduría perenne de la que se puede sacar un inmenso provecho para la formación humanista.

 

Las lenguas: griego y latín

Para una formación humanista clásica más sólida son no sólo convenientes sino imprescindibles cursos, cuando menos, básicos de griego y de latín. El estudiante tiene que ser capacitado para leer algo de los autores clásicos de la antigüedad grecorromana en sus lenguas originales. Por supuesto, se trataría de la lectura de algunos trozos y hecha con ayuda de diccionario y, sobre todo, la guía del profesor. Ese contacto directo con las obras es una experiencia muy rica que recompensa con demasía el esfuerzo que supone el estudio de estas lenguas.

Las traducciones, por buenas y actuales que sean, nunca han de trasladar la totalidad del contenido, y menos de la forma, de una lengua a otra. En el caso, por ejemplo, de un poeta, dígase Homero, resulta imposible que una traducción al español, italiano, alemán, inglés o a cualquier otra lengua, reproduzca una serie de elementos estilísticos. En primer lugar el verso. Homero escribió en hexámetros dactílicos. Este verso, constituido por seis pies (por eso se llama hexapodia) "puede sustituir —explica Guillermo Thiele— un dáctilo por un espondeo y variar una de las tres o cuatro cesuras posibles, permitiendo formar muchas combinaciones rítmicas capaces de expresar musicalmente prisa y calma, alegría y tristeza, dulce sueño y dura realidad: todo con la misma siempre repetida serie de seis compases básicos cuya gran variabilidad excluye la monotonía".

Otro elemento es el de los epítetos fijos. El dios Zeus siempre ha de ser "el que amontona o junta las nubes"; Hera, la "veneranda de ojos de lechuza"; la Aurora, "la de azafranado velo"; Héctor, "el de tremolante casco"; Criseída, "la de hermosas mejillas"; Apolo, "el del arco de plata"; Aquileo, "el de los pies ligeros". Pero sucede que todos o casi todos los epítetos fijos que emplea Homero son, en griego, una sola palabra: "amontonador de nubes, nefeleguereta"; "de ojos de lechuza, glaucópis"; "la de velo color de azafrán, crocópeplos"; "el de tremolante casco, corizáialos"; "la de hermosas mejillas, callipáreon"; "el del arco de plata, arguirótoxos"; "el de los pies ligeros, podárques".

Como se observa, estos epítetos —en realidad casi todos los epítetos en griego— son unidades léxicas, palabras, por supuesto, compuestas, dada, entre las propiedades de esta lengua, la relativa a las amplísimas posibilidades de composición y derivación de palabras. Esta propiedad es mucho más restringida en la lengua española, por lo que la traducción tiene que reemplazar unidades léxicas por unidades o construcciones sintácticas, con la consiguiente pérdida de matices, por lo general muy importantes. Otro epíteto de la Aurora (Eós) es rododáktilos, que significa "dedos de rosa". No hay en español unidad léxica equivalente a la griega. ¿Acaso diríamos "dedirrosa"?

La musicalidad de los hexámetros latinos, con la combinación de dáctilos y espondeos, es, como en el caso de los griegos, intraducible al español. Así, tenemos un par de ejemplos, entre innumerables casos, en el segundo libro de la Eneida de Virgilio. El primer verso de este libro dice: Conticuere omnes intentique ora tenebant: "callaron todos y tenían los rostros (o los ojos) fijos...". Algo más adelante, el poeta relata la escena del caballo de Troya. En la parte en la que Laocoonte, después de exhortar con vehemencia a los teucros a no creer en el regalo de los griegos, arroja con toda su fuerza una ingente lanza a la barriga del caballo. Respecto de este lanzazo, el poeta cuenta en el verso 52 que el arma se clavó y quedó vibrante, en estos términos: stetit illa tremens. Aquí hay que destacar la onomatopeya, tanto en stetit, por la rítmica repetición del sonido /t/, como por la sílaba inicial tre del participio tremens.

Las particularidades de este tipo son innumerables. Se las encuentra a cada instante en los trágicos griegos, en los poemas de Horacio, en los discursos de Cicerón. Por otra parte, con referencia, sobre todo, a Aristóteles y Platón, es de máxima importancia el contacto con los textos originales para captar con la debida precisión el significado de términos determinantes para sus sistemas o concepciones filosóficas. Más aún, no debe pasarse por alto el conocimiento que de la lengua griega tenían los más importantes filósofos alemanes, de suerte que para comprender mejor a estos filósofos germanos la lengua griega es de suma utilidad.

De todo lo dicho, aunque con brevedad y en forma sucinta, se desprende el valor permanente de los clásicos grecolatinos para la formación humanista sólida y fructífera, que es la mejor garantía para el desarrollo y el perfeccionamiento de la sociedad.

 

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