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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  n.11 La Paz dic. 2002

 

 

 

Humberto Viscarra Monje

 

 

Roberto Prudencio

 

 


Humberto Viscarra Monje pertenece al pasado únicamente porque ha franqueado el paso abismático de la vida a la muerte. Hasta ayer, hace menos de un año, seguía escribiendo, componiendo música, asistiendo a reuniones del Club del Libro, tomando parte en la vida literaria y social de esta nuestra ciudad, de la que él compuso un libro sobre sus calles, pero en la que nunca vivió ni con satisfacción ni con alegría. Su país al que él amaba un poco amargamente, nunca fue generoso con él, como no lo es para los hombres de espíritu: para los artistas y para los escritores. Y Humberto Viscarra era un artista y un escritor. Era músico y era poeta. Pero más que eso aún, era un hombre de alma realmente superior, profundamente humano, un "gran señor del Espíritu", como lo llamó alguien.

Nació en Sorata el 30 de marzo de 1898 y murió en La Paz el 2 de septiembre de 1971. Desde muy joven amó la música. Estudió piano en el Conservatorio de La Paz con el maestro Pietro Bruno; en Italia con el gran profesor Giovanini y en París con Camille Decreus. Pronto demostró sus grandes condiciones como intérprete y como compositor, pero también una acuciosa inteligencia y una gran sensibilidad para captar y valorar todas las manifestaciones del arte y de la cultura. Los museos, las salas de concierto, los teatros y las bibliotecas consumían sus horas y su hambre de belleza. Paseaba por las viejas ciudades europeas con los ojos abiertos y con sus finos oídos siempre atentos. Amaba las ciudades de Italia que conservan el sello del renacimiento, pero ante todo amaba París y amaba también Londres, porque su alma, más que de mediodía y de luz de amanecer, era un alma de tardes grises y de nieblas nórdicas.

Era taciturno y noctámbulo, pero no era huraño. Le agradaba la sociedad de dilectos amigos, donde afloraba su cultura y su ingenio agudo e incisivo. Era irónico y aún, a veces, mordaz aunque nunca tuvo malevolencia para nadie. Solía burlarse con gris humor de la estrechés de las almas y de la chatura del ambiente. "Dueño de un finísimo humor—comenta una alumna suya, Dora Gerke de Bejarano— hacía de éste con frecuencia un juego que no todos comprendían, y dejaba a la gente absorta preguntándose qué era lo que había querido decir. Lector incansable y profundo conocedor del alma humana, sorprendía no pocas veces por sus dotes de clarividencia. Era el conocimiento de sí mismo el que le había abierto el camino al conocimiento de los demás".

Cuando volvió a su tierra no dejó nunca de añorar la rancia cultura europea, sobre todo al enfrentarse con la vida sin horizontes en un mundo donde sólo impera la ambición política y donde no hay pasión más que para la lucha partidaria. Viscarra Monje se mantuvo siempre extraño a los afanes políticos, no pudiendo comprender que existiendo el arte y la literatura el hombre pudiera inquietarse por otras cosas.

Los pocos escritores y artistas de su ciudad lo acogieron con cariño y admiración. Vivió la bohemia de los tiempos de Juan Capriles, de José Eduardo Guerra, de Raúl Jaimes Freyre, de Rafael Ballivián, de Guillermo Viscarra Fabre y de los pintores Arturo Borda y Fernando Guarachi. Él era el músico del grupo y era también poeta como los demás.

Pronto fue profesor y luego Director del Conservatorio Nacional de La Paz. Lo hicieron también Director de la Academia de Bellas Artes de Cochabamba, pero volvió a su ciudad y a la dirección del Conservatorio que conservó hasta su jubilación. Los círculos artísticos y literarios tuvieron siempre por él admiración y simpatía, pero los gobiernos nunca supieron premiar adecuadamente su labor artística y sus talentos.

La vida no le fue pródiga ni benévola, pero tenía un alma acerada por el sufrimiento que nacía de su orgullo. Orgullo de gran señor y de gran artista que impedía quejarse de un destino que no tuvo sonrisas para él. Su inteligencia le hacia comprender, sin duda, que "en el infierno de la vida sólo entran los grandes espíritus y que los demás quedan a la puerta calentándose", como solía decir Hebel.

La música y la poesía fueron sus grandes refugios. Era un pianista, sino impecable, de una gran pureza de ejecución, pero sobre todo era un compositor de un gusto muy fino. Aún cuando alguna vez se inspiraba en temas vernáculos, estos quedaban depurados de todo vulgar folclorismo. Sus Canciones y su Minueto romántico, sus Impresiones del Altiplano y otras piezas, demuestran lo primoroso de su inspiración y la seguridad de su buen gusto.

Pero al mismo tiempo que cultivaba la música, cultivaba también la poesía. Como poeta fue uno de los epígonos del modernismo. Admiraba a Rubén Darío y a Jaimes Freyre, aunque ya el modernismo mostraba los últimos rayos de su ocaso. Por eso mismo se requería de una inteligencia muy sagaz para no repetir lo que habían hecho aquellos maestros. Sus Poemas y otros versos publicados en diarios y revistas revelan a un poeta auténtico que sabía de la magia que tienen las palabras para expresar cosas inefables.

Como amaba esta ciudad de calles inclinadas o empinadas, según sea la perspectiva con la que se mire, escribió un libro sobre la historia de esas calles, titulado Las calles de La Paz. El libro parece que fue escrito con premura, pues no llegó a documentarse mucho sobre la historia de esta ciudad y de sus calles. La obra adolece de grandes defectos, de errores de información, en fechas, en nombres, en sucesos. Humberto Viscarra no era un historiador y creemos que ese libro obedece simplemente al cariño que el músico-poeta sentía por esta ciudad en la que transcurrió gran parte de su vida. Le hicimos notar esas lagunas, y él concibió el propósito de enmendar los errores en una nueva edición, que desgraciadamente no tuvo tiempo de hacerla.

Escribió también varios cuentos, género que cultivó sobre todo en los últimos años de su vida. Aunque en un estilo poco descuidado, los cuentos tienen cierta fuerza dramática: hablan de amores desesperados, de existencias angustiadas, de desilusiones, de fracasos. Sus héroes son siempre artistas: músicos, poetas o pintores que terminan casi siempre en una frustración, en el suicidio o la locura. Mujeres, cientos de mujeres danzan en la vida de sus personajes, como seguramente en la imaginación de nuestro músico-poeta. Acá tenemos el caso de un hombre que, siendo tan fino, tan honesto y tan cordial, le gustaba describir almas perversas, hombres corrompidos, venales y mujeres de alma fría y de un mortal desdén. En sus cuentos son siempre las mujeres las que triunfan por su cerebral indiferencia, y los pobres artistas terminan en una vida rota o arrastrada en el vicio y la depravación. Sus cuentos nos dicen de la visión pesimista y desengañada que Humberto Viscarra tenía del mundo. Su ironía, a veces mordaz, aunque nunca perversa, podría explicarse por esa impresión amarga que la experiencia de su larga vida dejó en el músico-poeta.

Humberto Viscarra Monje quedará siempre como uno de los músicos y poetas más preciados en nuestro país, y la imagen de ese hombre de espíritu tan señoril y humano quedará siempre en el recuerdo de todos cuantos lo conocieron.

1972.

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