De la necesidad de optar por la músico-sociología como instrumento de comprensión musical

 

 

Oldrich Halas

 

 

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Aún en los umbrales del siglo XXI la complejidad del espectro musical actual requiere para su comprensión, ante todo, de un enfoque cada vez más ligado a la disciplina de la músico-sociología y quizás menos de interpretaciones estrictamente estético-ideológicas, que descubren efectivamente al organismo musical como a un ente intelectual, pero que no nos permiten una comprensión global de la música en su más alta acepción: su interacción con la cotidianidad y la cultura de los pueblos.

Hasta qué punto resulta difícil la labor de alcanzar esta macrovisión actualizada de las cosas se entiende recién cuando se toma conciencia, aunque sólo sea parcialmente, de la realidad musical en la que vivimos, de la riqueza inmensa del legado de nuestros ancestros, de la pasión casi religiosa que se precisa para hacer aquí esta llamada música "seria", de nuestra aún tierna realidad musical... pero también de las aún profundas lagunas en nuestra formación académica, de la antología de "ismos" que tenemos, de los cuales, finalmente, el fundamentalismo —que se encuentra en aquellos grupos que viven únicamente de su propia perspectiva— resulta ser el más peligroso, de las dinámicas formaciones y deformaciones de la música urbana y por sobre todo del Grial en el que se ha convertido la búsqueda de nuestra identidad.

La creciente necesidad de una orientación seria en este cada vez más intrincado cuadro de la cultura musical boliviana actual y la esperanza de que la sociología, como lo fue antes la filosofía, nos permita extender un vínculo entre el anhelo de una amplia y en si coherente visión del mundo (aquí, interesante la cosmovisión andina) y la demanda de una fundamentación científica a todo esto, plantea para la sociología moderna (concretamente para esta nueva disciplina) no pocos desafíos y sí grandes expectativas.

En este sentido la confrontación de la músico-sociología con la historia tradicional pareciera inevitable considerando el predominio que tuvo esta última en el desarrollo de la musicología, sin embargo la práctica de un análisis amplio nos enseña que la complementación de diferentes disciplinas no sólo enriquece los resultados, sino es hoy por hoy imperante.

El objeto de análisis musical debe, en cualquier caso, ser observado tanto por sus antecedentes y contextos históricos como por su relación y función en el sistema que se origina.

Son justamente estos parámetros los que en el caso concreto de nuestro país podrían poner luz al enmarañado quipus de nuestra cultura musical que especialmente no puede obviar para su interpretación un análisis histórico como uno sociológico de su realidad.

Constantemente nuevos elementos se añaden y cobran protagonismo en el panorama musical humano.

Marketing y consumismo son, por ejemplo, aspectos relevantes de nuestro mundo, hoy en vías de globalización, en tanto ordenan los hábitos crean nuevas necesidades y sostienen diferentes economías. Basta con comprender mínimamente este ABC para entender que la música, como cualquier otro producto intelectual humano que no resista la gravedad de esta vorágine moderna, es parte de una industria que con seguridad ha cambiado los conceptos tradicionales y ha colocado al músico y al compositor en un nuevo escenario. Es ahí donde la músico-sociología justifica su razón de ser.

Aún en los umbrales del siglo XXI la complejidad del espectro musical actual no es sino difusa. La riqueza artística y cultural es, en muchos casos, substituida o entendida como diversidad en la oferta comercial y los caminos hacia un entendimiento —de la música y el hombre— se complican por la aceleración de todos los procesos y cambios en nuestro mundo.

Para nosotros esto debería ante todo significar un cambio de actitud frente al diario mural acústico.