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Revista Ciencia y Cultura

On-line version ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  no.7 La Paz July 2000

 

 

 

Poéticas de la ciudad

 

 

Edmundo Mercado C.

 

 


La historia del arte en Bolivia no se ha escrito todavía, pero en la actualidad sí se habla de la historia acaecida en los últimos cien años. A pesar de ello, es posible pensar poéticas que se escriben, como parte de la historia cultural de La Paz. Estas poéticas se hallan inscritas en muchos espacios, que no siempre han sido bien reconocidos por sus habitantes ni por los medios oficiales. Esculturas, pinturas, textos poéticos y otros monumentos perviven en la ciudad como un legado cultural que permanece a través de los siglos y que provienen de diversas fuentes de creación. Los espacios artísticos se ubican en sitios impensables, es por ello que, en este ensayo, se pretende realizar una lectura a los textos que están inscritos en el cementerio de La Paz como poéticas de la ciudad.

Muchas personalidades habitan con sus artes esta otra ciudad1 y no se puede olvidar su legado. Estos seres han transitado por la asimétrica urbe y en algunos casos se han perdido en el olvido. El Pabellón de los Notables es el espacio donde habitan algunos textos poéticos sobre la ínclita Chuquiagu. Néstor Portocarrero le canta a La Paz su inmortal poética, el tango Illimani (1948). Este canto se eleva sobre la ciudad y se renueva en la sucesión de versiones que se realizan sobre la composición, una de ellas es la versión del pianista Guillermo Butikofer, el texto musical es un canto poético abstracto a La Paz. Esta poética se inscribe dentro de un texto "no tradicional" en Bolivia, como es el tango, sin embargo reafirma su permanente inspiración melancólica, influencia del romanticismo que atraviesa toda la cultura boliviana:

"Tierra mía mi canción como un lamento". El tango Illimani único en su género marca una voz poética de La Paz, asume su propiedad sobre el espacio cultural -como el ultraísmo en el tango que se apropia de Buenos Aires- al mismo tiempo emplea dos lenguajes poéticos. El citadino: Mi canción mi serenata, bajo tu luna de plata, cerca del amanecer y entre amigos con cerveza disipar esta tristeza y una vida nueva hacer; y el lenguaje poético que se entreteje con metáforas propias del modernismo boliviano: ...desde el lago te han canto mil sirenas con sus voces de cristal. La poética de Néstor Portocarrero ocupa los espacios culturales entre Sopocachi y Miraflores, el poeta transita su destino, amar a la ciudad -hay que observar que el río Choqueyapu media entre estos espacios poéticos, que hacen de sus diferencias una misma tradición. La producción artística en Bolivia atraviesa distintos espacios culturales, entre el romanticismo y el modernismo, pero el romanticismo llega a ser el movimiento predominante.

En el cementerio también habitan los "anónimos que firman con nombre y apellido", estos seres han entregado con suma devoción su arte a la ciudad, aunque no siempre se los ha reconocido, ahí están sus trabajos y sus obras, a vista y paciencia de todos los estantes. Una lectura a de permitir abrir dichos espacios poéticos que permanecen en absoluto silencio, y que hablan, a través de los textos, con el tiempo, sujetos, movimientos y tendencias -este proceso puede remover el pensamiento sobre La Paz.

Las textualidades poéticas registran cantos de amor en la ciudad-alma, allí está el anónimo Eduardo que inscribe en el epitafio de su amada este poema:

Daría C. de Eduardo
Cementerio General de La Paz
18 de junio de 1916

 

De la fe por el móvil impelido
llego a pensar en mi dolor tenaz
voy a hallarte en el cielo bendecida
en el trono de Dios en ese nido
donde hoy moras en paz.
Y el cuervo de Poe Grazna en mi oído
¡Nunca más!

¡Nunca más! ¡Nunca más... Ah! No quisiera
consentir ese augurio en mi dolor,
mi alma inmortal la perfección espera,
Yo he de ver a mi dulce compañera,
ídolo eterno de mi eterno amor
luciendo entre los lampos de la esfera
como un Ángel de Luz y de Candor.

Eduardo2

 

 

El anónimo enamorado inscribe su amor, el poema a Daría, que atraviesa el tiempo. Este texto pertenece a los monumentos de la otra ciudad, en la lápida aparece la escultura del busto de Palas, sobre su cabeza reposa el cuervo de Poe. Esta poética remite los sentidos hacia el poema de Poe, su amada deja este mundo y el cuervo replica: ¡Nunca más! ¡Nunca más! Daría la amada de Eduardo está en otro espacio desde 1916, bajo el signo de Dios.

Gregorio Reynolds también ocupa espacios poéticos inscritos en la ciudad, en el Montículo del barrio de Sopocachi se encuentra su famoso poema "La Llama" y en la otra ciudad reside junto a sus palabras eternas escritas en su lápida.

 

Vivir sin hacer daño
Morirse de repente
Son la envidiable vida
Y la envidiable muerte3

 

 

 

Mientras Porfirio Díaz Machicao le canta a su muerte:

 

Cabeza flor del cuerpo
Misteriosa flor
Que apagó la muerte,
Su aroma fue el pensar
Ahora cabeza fría
Ahí está inmóvil
El último pensamiento
Convertido en niebla.

 

Los textos sobre la ciudad se suceden en silencio, como los habitantes y los futuros ciudadanos de la necrópolis van a seguir el camino de sus mayores, parte de su ser está en este otro espacio. La historia de la meta-ciudad espera su reconocimiento para dar luz a sus poéticas. Así la escultura de marina Núñez del Prado en la tumba de Gregorio Reynolds, habita junto al autor como emblema de su creación. La escultura guarda la simbología poética sobre la obra del autor, dos estéticas que se unen en el arte y en la otra vida.

La necrópolis recibe en sus espacios a diversas expresiones de arte, allí las relaciones se funden en un gran sincretismo cultural, de ello devienen los actores en tránsito permanente; los personajes ilustres descansan, así Félix Reyes Ortiz advierte en su canto a los visitantes.

 

Vosotros que pisáis la planta altiva
entrad aquí por el dolor cubiertos
que nunca la algazara de los vivos
ha de turbar la calma de los muertos4.

 

Al ingreso del cementerio se encuentra esta sentida advertencia, escrita sobre la pared que sostiene una antigua fuente de agua. ¡Acaso en este texto se reivindica el silencio del arte, que se despoja de la vana ambición de los mortales!

Allí permanecen otros habitantes como Jaime Saenz que, desde su cruz de madera propone sólo su presencia, Oscar Cerruto que comparte el mismo pabellón con José Eduardo Guerra y Claudio Peñaranda entre otros.

La ciudad contiene a las poéticas que le cantan, las guarda en su seno y sólo las devela a quienes ansían descubrir los cantos y encantos de La Paz. Permanecen los que están presentes a pesar del silencio, el tiempo y la muerte. Los espacios persisten con sus propias textualidades poéticas. Los discursos poéticos sobre la ciudad se encuentran dispersos en distintos espacios, y el cementerio no queda al margen.

En la década de los años cuarenta surge una poética que tiene relación con la ciudad, Arturo Borda escribe y pinta sobre el resplandeciente Illimani, se registran muchas pinturas al majestuoso, además ensaya diversos textos literarios al guardián de la ciudad.

Día claro. Cielo azul. El Illimani. La Cumbre.

El Loco, extendiendo el brazo y la mano a la altura de sus ojos, girando sobre sus pies, señaló los horizontes y aspiró mucho aire, como queriendo absorber la inmensidad. E hincándose se puso en cruz a orar, elevando su vista al cielo5.

El autor de El Loco amó como nadie al Illimani, Achachila, Tata Apu, no en vano eleva su oración y le brinda; hecho que también pinta, en su cuadro ¡Salud! aparece la mano de Arturo Borda brinda al Illimani, sostiene un vaso de agua que contiene una Kantuta. Arturo Borda ha pintado el Illimani hasta la locura y como herencia se pueden contar en la actualidad más de doce pinturas al Cóndor Blanco.

En otro espacio muy especial, habitan los ciudadanos de la otra ciudad, este espacio es el libro de Porfirio Díaz Machicao: El Ateneo de los muertos, en el texto se inscriben poéticas que en algunos casos tienen que ver con la ciudad, como bien el mismo autor reconoce a los creadores y a sus obras:

... estos que están aquí, ... con el resplandor santificado de su existencia y de su arte, hay muchas cosas que admirar y desentrañar, locos, taumaturgos, suicidas y señores; de tal jaez son los ilustres varones del Ateneo de los Muertos, institución que ahonda, desde la tumba, el surco de la cultura boliviana6.

En el libro habitan los creadores, allí perviven: Alcides Arguedas, Juan Francisco Bedregal, Arturo Borda, Juan Capriles, Armando Chirveches, José Eduardo Guerra, Carlos Medinaceli, Luis Mendizábal Santa Cruz y Nicolás Ortiz Pacheco entre otros. Están los que tienen que estar, y permanecen vivos en su muerte, como un desafío a toda la historia que todavía no se ha escrito. Como anticipación del canon de la literatura boliviana, estos nombres transitan la cultura a pesar de la ignorancia colectiva, de la ceguera de las instituciones que no apoyan reediciones de textos que habitan en el espacio de la muerte del arte. La conciencia del olvido es la preocupación de quien busca en las palabras de los muertos el reconocimiento de las obras de arte en peligro.

La ausencia de la historia del arte en Bolivia se ha puesto en evidencia, tal vez sea tiempo de pensar en ella. El estado actual de las cosas hace que las poéticas de la ciudad vayan desapareciendo sin la protección debida. No hay atención a los monumentos que están en peligro. Para corroborar esto es suficiente realizar una visita al Pabellón de los Notables del Cementerio General de la ciudad de La Paz.

Notas

1   Me refiero al cementerio de la ciudad de La Paz.

2   Esta poema se encuentra en el nicho de Daría de Eduardo, ubicado junto a la puerta de salida de la capilla del Cementerio General de la ciudad de La Paz.

3   Texto escrito sobre la tumba de Gregorio Reynolds.

4   Esta estrofa de Félix Reyes Ortiz se encuentra en el ingreso del Cementerio General de la ciudad de La Paz.

5   Arturo Borda: El Loco. H. Alcaldía de la ciudad de La Paz. 1966. Pág. 1409.

6   Porfirio Díaz Machicao: El Ateneo de los Muertos. Ediciones Buri Ball. La Paz 1956 pág. 7.

 

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