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Revista Ciencia y Cultura

On-line version ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  no.7 La Paz July 2000

 

 

 

¡Ah! para descubrir el encanto o renegar con fundamento...

 

 

El grupo de editores

 

 


Avenida Camacho, cinco y media de la tarde, Gran Poder en La Paz. Después de bailar detrás de la banda Poopo, que llevaba matracas de automóviles antiguos, abrigos negros y sombreros blancos de anchas alas, dos viejitos descansan apoyados en una pared. Gracias al alcohol y un cercano y anaranjado Illimani, les fueron surgiendo innumerables inspiraciones. He aquí algunas...

Murales

Al pasar por la calle Loayza esquina Camacho, Emilio se acuerda de un terrible hecho y no tarda en exclamar: ¡Caray Martín!, los murales en la ciudad de La Paz sólo se los puede apreciar dentro de grandes oficinas o instituciones estatales, el mural en calle viva no hay.

Martín: Eso parece...

Emilio: La otra noche he ensoñado unas réplicas de arcángeles arcabuceros de más de seis metros de altura en los blancos e inexpresivos muros de esta iglesia de San Juan de Dios, a ver mirá; ojalá fueran pintados con gran amor y oficio por Mario Conde... Y ese muro de la casa de los presidentes, parece ideado para contener un bodegón o simples ornamentos al mejor estilo de nuestro barroco mestizo.

Ciudad de puentes peatonales con balcón colonial

En camino a Miraflores pasan por el famoso Puente de Las Américas. Se detienen, y don Emilio señalando hacia el cerro Laikakota, dice: ¡Basta! los puentes tienen que ser peatonales, para que podamos descansar y apreciar la ciudad, desde la altura y la bajura. Hay que hacerlos con balcones, asientos y madreselvas en flor.

Martín: ¡Eso!, farfulló mientras venía hacia ellos el oficial encargado de vigilar a futuros suicidas.

Emilio: Balcones dispuestos a entregarnos la respetable distancia de la ciudad. Puentes para una ciudad de montañas y abismos, ¡caramba! ¿qué pasa con los ingenieros y timoratos artistas? Hay nobles materiales como la madera, la piedra, el concreto y el acero. No importa que no hayan ríos abajo, o que estén embovedados, igual da. Y en ese momento el policía dijo: disculpen, pero tienen que retirarse de la baranda, está prohibido detenerse.

La montaña y la quebrada como teatro y monumento

En la cuesta hacia Villa Pabón, Emilio continuaba contando con gran entusiasmo sus proyectos: Durante años el cerro de Llojeta ha sido usado como basurero de la ciudad. Otros no corrieron la misma suerte, han sido bajados, por no decir podados, como sucedió en el Prado, trayendo luego árboles de Chile y palmeras del Caribe. Tal parece que nuestra naturaleza no es del agrado de los gobernantes que se copian de su último viaje.

Martín: ¿Mmm?

Emilio: La montaña es bien público, y tiene que ser elevada a la dignidad de monumento. No se la puede tocar para nada, ni para buscar oro, como ha sucedido en el cerro de Rosasani, en la curva de Holguín.

Martín: ¡Qué barbaridad!, mientras se sirvió el cuarto taponazo al paso.

Emilio: Nada mejor que hacer de las quebradas un teatro natural. Todo está dado, no hay que renegar porque no tenemos un teatro digno, ¿qué mejor escenario que este valle?

Martín: Si para ser creativo no hay que creerse genio, pensó.

Campanarios en cada mirador de la ciudad

Más tarde, descansando en los bancos del mirador de Villa Pabón, Emilio opina recordando su niñez: Tener un buen campanero es algo de lo que todo barrio que se respete, está orgulloso. En las iglesias de nuestra chiquitanía se domina aún el arte del toque de la campana. No será muy caro traer a estos maestros del manejo de los ritmos, para que de este modo nos sean avisadas las horas en punto, los cuartos, la hora del té y la de ir a comer.

Martín recordó que en la época de la colonia había una costumbre caribeña en la que un sacerdote estaba encargado de tocar la campana a las doce en punto de la noche para que no olviden, los esposos, sus deberes conyugales.

Emilio: En cada mirador de la ciudad debería estar instalado un campanario.

Martín: Cierto... en vez de palmeras, campanas y monaguillos.

Emilio: Ja, ja, ja.

Nudo Villazón. Mejoramiento del intento de puente

En un taxi hacia la Pérez Velasco, en busca de más trago. Mirando el túnel de San Francisco Emilio continuó con su charla: ¡Estos mamotretos de túneles! Ahí tienes el chuño Villazón... basta que se amplíe el puente lateralmente, varios metros, y hacerlo peatonal, con graderías y techitos y bancos para lectura y enamoramiento de los universitarios.

Martín: ¡Claaaaro!

Jardines colgantes

Mirando las poligonales jardineras de cemento, que sirven de basurero, en la Pérez, Emilio prosigue: Estas jardineras perjudican y no son aptas para las embestidas de la COB y otros nobles manifestantes. Y como ya no hay lugar para espacios verdes...

Martín: ¿Si...?

Emilio: Creo pues que nuestros jardines tienen que ser colgantes, como corresponde a una ciudad de altura. Qué maravilla tener esos jardines colgantes de ladera a ladera, y de farallón a farallón sobre nuestras avenidas órficas. ¡Se arreglaría la cuestión del espacio verde!

Dos ciudadelas del artista y del artesano

Ya haciendo planes de ir a Coroico y comiendo anticuchos a causa de las llamaradas que las caseras ocasionan con su "llamacliente", Emilio recordó: Conozco a un gran amigo, el Jorge Campero, que está realizando sesudos trabajos para llevar adelante su proyecto de la ciudadela de los artistas. Va a estar construida con tacuara y piedra tallada. ¡Qué te parece!, nos iremos mañana mismo a Coroico a ver como anda eso.

Martín: ¡Macanudo!, dice entusiasmado, mientras se jala una hilacha del sacón.

Emilio: Como no podía ser de otro modo, habrá Alto Ciudadela en la cumbre de la ciudad de La Paz y Bajo Ciudadela, en las afueras del pueblo de Coroico.

Martín: ¡Ya era hora!, murmura mientras pasa un viento helado de junio y se estremece.

Emilio: Dos climas para dos actitudes, en nuestra manera de habitar la altura. Trescientas almas, por lo menos, andan merodeando las listas de los que morarán en esta ciudad. Está haciendo cartas a ministros y alcaldes, padrinos y sobrinos, ya está el plano, costos, etcétera.

Martín: Hay formas de habitar el medio, algo superior a esos edificios post-modernos. Aquí en La Paz, conozco de viviendas hechas dentro de las montañas, es de lo mejor.

Emilio: Señores arquitectos e ingenieros -pidiendo más ají de maní y señalando el universo con el dedo- hay que aprender de estas buenas maneras y proyectar nuevas construcciones, ¡es lo que necesitamos!

 

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