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Revista Ciencia y Cultura

On-line version ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  no.7 La Paz July 2000

 

 

 

Fragmento de una novela en preparación

 

 

Alberto Villalpando

 

 


La calzada húmeda reflejaba la luz de las luminarias y conformaba un camino de color naranja, resplandeciente. Algunos automóviles bajaban presurosos por la avenida Saavedra y a la par que se perdían a la vista se llevaban el sonido de las llantas pegadas al asfalto mojado. Ruido inquietante, casi premonitorio de algún demorado lance amoroso o de una angustia urgente. Y ese tránsito nocturno, en noches de lluvia, con el suelo mojado, se vuelve casi sospechoso y da la sensación de que se puede leer en el ruido de las gomas los misterios de los conductores y sus acompañantes, cuando los tienen. Algunos son sibilantes y parecieran llevar el engaño en el mismo ruido. Otros, apenas audibles, casi siempre llevan amores ocultos. Y hay otros, insolentes, que se llevan el mundo por delante, salpicando agua a las aceras y a los peatones demorados. Y estos ruidos se mezclan con lejanos gritos, con risas perdidas, a veces con sollozos, como si buscaran proponer formas más complejas de leer los ruidos de las llantas.

—Pero hasta mis zapatos suenan de modo distinto. Mis pisadas no son las mismas. Mi marcha tampoco es la misma. Todo suena magnificado, tal vez por este extraño silencio y el aire húmedo, pero a la vez los ruidos son precisos, inconfundibles, y se conforma una especie de símbolo sonoro, cuya lectura nos propone seguramente el destino de la ciudad y de sus habitantes. Una indagación en el asfalto mojado y el aire húmedo. El momento es propicio y el mago, con una oreja gigantesca, cuyo lóbulo se arrastra por el suelo, oye, solamente oye y traduce en un lenguaje poco comprensible, porque es casi mudo, los destinos del mundo. Y luego el mago se acuesta, como en colchón de plumas, sobre su magnífica oreja y duerme el sueño de los justos hasta que un nuevo conjuro lo despierte para oír, sólo oír, y desvelar nuevos misterios, que los hombres nunca entendemos o no queremos entender. Y una pareja de jóvenes amantes, separados por una pared de fuego que un empecinado brujo ha creado por sus inconfesables deseos, logra despertar al mago de la oreja y hacerle oír sus penas de amor. La inmensa oreja percibe el dolor de los lamentos, en noche de lluvia, y toma cartas en el asunto. Un instrumento, parecido a una trompa montañesa, llega a manos del amante y al tocarlo se oyen ruidos de todas clases, donde el asfalto mojado y su gama de ruidos es apenas uno de ellos, y la pared ígnea se extingue. Los amantes se abrazan; el brujo pérfido, oculto enamorado de la doncella, se envuelve en su propio fuego y cae fulminado, derrotado una vez más por el amor. La trompa montañesa suena una última vez, pero ahora tocada por el viento, y anuncia la futura dicha de los amantes. El mago de la oreja, indiferente al mundo, oculta la trompa montañesa, se arropa y vuelve a dormirse, acostado sobre su propia carne.

—Historia sobre la cual podría hacer un pequeño ballet, entretejiendo ruidos de todas clases; discretos, sutiles, y una pequeña orquesta de cuerdas tocando melodías modales simultáneamente. Y la trompa montañesa, como una caja de Pandora que oculta todos los sonidos posibles, sonaría como una voz humana, remota, con un murmullo de fondo, inquietante a la vez que aterrador.

 

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