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Revista Ciencia y Cultura

On-line version ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  no.7 La Paz July 2000

 

 

 

Una travesía por La Paz
fragmentos de un recorrido

 

 

Marcos Sainz Bacherer

 

 


El Valle de La Paz, paisaje y cultura, se evade una y otra vez por abruptos cortes en la continuidad espacial y temporal. No sólo escapa por lo que en él impera, sino también por lo que está inmediatamente más allá de sus límites, de este modo lo que se impone es una continuidad de lo abrupto (abismo arriba y abismo abajo, alto La Paz y bajo La Paz), una exigente fragmentación ininterrumpida que abunda en contrastes y perspectivas.

Así como la cantidad de nubes negras amenazan con lluvia y viento, la cantidad de abismos anuncian caídas, la tierra evidentemente abierta de este valle hace pensar en cataclismos (una constante de nuestra literatura, volcanes, mares interiores hoy desaparecidos...), la confluencia de culturas diversas y actitudes enemigas amenazan con hecatombes humanas (pensemos en el Cerco de La Paz). Pero cuando esto no sucede, el hombre, manojo de nervios que ha sido expuesto a la posibilidad de tales extremos, necesita sentir la seguridad de algún estado de cosas, entonces queda, hoy en el recuerdo, la historia de la fuerza y constancia del paceño venciendo a la adversidad, sea ésta de naturaleza, divina o humana.

He aquí que surge también la adversidad de la propia ceguera, aquello que hemos llamado "el renegar", y cuya constancia evita aquella otra, que ha quedado en "pura fama". ¿Qué hace tan fácil encontrar en esta ciudad tanta gente dedicada a protestar? En La Paz se vuelve vicio, hay gente que no contenta con lo renegado en el día reniega hasta de dormida. Esto último golpea como un martillazo en la cabeza de la mayoría de los fuereños, recién venidos, que pretenden llegar cansados de pensar -a esto llaman sorojchi-, quienes creyendo que aquí la geografía es demasiado, que el dolor pronto se les va a pasar, y no lo pueden creer cuando descubren que parte de la martilleante geografía son sus habitantes. Aquí, para ilustrar y con la pretensión de hacer del vicio un oficio, surgen, pertinentes, dos digresiones.

 

Saber charlar

El ejemplo cruceño, el acostumbrado a comprar probándose primero toda la ropa que quiera y que, a no ser... que aprenda, aquí no puede ni tocar, si no va a llevar. Comprar adquiere una densidad especial. Antes que nada significa saber preguntar (precios por ejemplo) y sobre todo saber charlar, ser chistoso, amable, irónico o alguna virtud que tiene siempre que ver con lo que sucede ese momento. Nada que ver con lo que, esa mentalidad de lo económico se anima a llamar habilidad en el regateo. Incapaces de darse cuenta que alguien que vive sentado, acurrucado, congelado en el puesto de venta, que por lo tanto tiene su casa donde vende -la calle- no sólo que pasa la mayoría del tiempo ahí sino que además y por último, hasta cría a sus hijos en ese mismo lugar (si la casa es el lugar donde se duerme, es comprensible que las casas sean chicas y complejo -eso sí- lugar de paso). He escuchado cómo repiten, llenos de culpa caritativa y pasmada ante el rechazo que "a una vendedora de limones no le puedes comprar todo lo que tiene porque te responde y entonces que me hago todo el día" ¿Es que no se ve aquí el rechazo de lo puramente comercial? Si no se creyera que esta es una ciudad "comercial" antes que nada, esa vendedora puesta digamos de palliri ¿no querría igual charlar? Aprenderá a regatear el que primero quiera respetar, pues es claro que, en La Paz, regatear es ganarse el respeto del vendedor.

 

Saber esperar

Los paceños siempre van a ser unos "adelantados", por esta razón siempre llegarán tarde a todas partes. De algún modo ya han estado o ya han llegado y por eso han inventado, aunque no solos, la renombrada Hora a la boliviana (algo que afecta a cualquier periodo de tiempo definido, en esto entran también los días de la semana por ejemplo). No es un invento de poca monta, pues vale para todas las horas del día y de la noche también. Modifico aquí una cita a favor de la Hora a la boliviana. Decía (más o menos) Macedonio Fernández: "Como recientemente la persona con quien yo estaba empleado de secretario intelectual me dio combinación a la calle sin acordarme ese mínimo de espera que todo paceño respeta: el tiempo hasta el próximo rayo de sol -término precioso de que hago reiterada mención, porque entre lo que los paceños están expuestos a perder y ansiosamente quisiera que no perdieran está la práctica de este magnánimo aplazamiento". Esta cuestión del tiempo, sobre la cual siempre se vuelve, es cosa seria a tal punto que si hay algo grande que haya producido es la burocracia a la paceña, que de tan burocracia deja de serlo y se ha vuelto otra cosa. Pero habrá que darle otros usos. ¿Qué hace el que espera?

El castellano paceño: cuestión de artesanos

(primeras averiguaciones)

Entre la filigrana de posibilidades de lo diverso e inseguridad real, ante la posible caída o no salida (callejón y precipicio, en ambos casos pérdida), se encuentra el castellano paceño, en el cual es notorio que no se maneja una lengua dejando de pensar en la otra. Saber charlar y saber esperar requieren un mínimo conocimiento de esta lengua modificada. Veamos situaciones elegidas al azar de lo escuchado en la calle:

1. Un paceño tocando el timbre y esperando dice al abrirse la puerta de la casa:

-Buenas tardes caballero, soy maestro albañil, vengo a ofrecerme mi trabajo...

2. Un paceño, en cualquier día viernes, propone o promete (dice o asegura, lo cual es igual, pues siempre están las cosas por verse) al segundo:

-el miércoles voy a estar viniendo, el otro hecho al desentendido,

-ya, le contesta.

-me estaré yendo.

-¡ya!

Llegado el siguiente día viernes el amigo por fin se aparece.

Entonces, dependiendo de si lo dicho era ofrecimiento o juramento, el segundo paceño suele tomar una de dos sendas. La primera suena:

-¡Dónde te has perdido!

La segunda argumenta:

-...el viernes me estás diciendó..., en tono de reclamo.

Veamos ahora, una por una, lo que estas irregulares perlas contienen:

1. Las cosas no están separadas entre sí por que una sea sujeto y la otra objeto. "Buenas tardes caballero, soy maestro albañil, vengo a ofrecerme mi trabajo..." No estoy separado de lo que hago...

Entonces no puede haber desapasionamiento en los actos, se los padece sí o sí.

2. ¡Dónde te has perdido! (otra posibilidad es que al volver luego de mucho más tiempo que el que hay entre miércoles y viernes, el amigo le salte con un: ¡Perdido!, rebosante de felicidad). Aunque es muy posible que el amigo realmente se haya perdido, esto no es lo más común (pero aquí resuena "no estaba muerto andaba de parranda". Otra fórmula usual es la acumulativa de palabras aledañas que siendo más de una son unidad, en este caso "hecharse a perder", mas qué fácil es perderse en un laberinto de paréntesis) ¡ Dónde te has perdido!, parece estarle diciendo que lo ha estado buscando, aunque lo haya hecho sin moverse de su sitio, con la mirada perdida de tanto buscarlo (es como si no hubiera esperado, la espera parece ser una dinámica física, de quietud corporal, en tanto que la búsqueda, aunque no mencionada, se aparezca como una pregunta por el lugar, como un "Dónde has estado, que por aquí no", más dinámica, de movilidad mental). Así este asombrado " ¡ Dónde te has perdido!" autoriza los encuentros y no tanto las búsquedas sistemáticas y planificadas. Estos encuentros, a veces verdaderos hallazgos, tampoco son cosa que suceda así por así y tal parece que hay que propiciarlos, porque sólo puede encontrarse aquello que quiere darse (perder es darse a lo lejano y encontrar es darse lo que está cubierto). Hay más, es cuestión de voluntad, de actitudes y por ello no se sabe usar el verbo suele ("¿Sabe venir o no sabe venir"?) el que sabe es el que lo hace, o mejor el que lo hace es el que sabe o suele. Ponemos la cara de un niño que encuentra su bolita de vidrio, de la cual no sabía ni siquiera que se le había perdido.

¿Cómo es eso de que "el viernes me estás diciendó..."? Del futuro es de lo que no se sabe. El pasado es presentificado a cada instante y el presente existe sólo como una ilusión (la de los sentidos).

El reino del gerundio (se indica al taxista, "de la piscina olímpica, tres cuadras bajando") porque siempre se está resignando o resignificando (representando) al hablar de lo que pasó como de lo que continúa pasando en algún lugar "el viernes me estás diciendó...". No sólo que te muestra que lo dicho sigue sucediendo (la resonancia), sino que al hablar del pasado en presente te está haciendo recuerdo sin recordártelo (¿dónde está lo que me dijiste?), la continuidad establecida es una cosa simple, arbitraria y resignificada, reinstaurada cada vez otra vez. Es decir que la exigencia de continuidad ha quitado a su propio ser la secuencialidad, para poder existir reinventada en beneficio de una espacialidad (el hacer es lo que hace que las cosas sean, el sujeto no existe sino por su predicado -predicar es decir desde lo lejano-, lo cual le da una forma que se actualiza constantemente cuando hace lo que -a veces-, se espera de él, en este caso: "sabe venir", es decir viene).

Así como estos ejemplos comunes, cuántos otros habrán, de los cuales siempre se repite que "está mal dicho", sin fijarse que son constantes de repetición y que por lo tanto alguna otra cosa esconden. La lengua aymara sabe poseer al castellano y lo suelta resignado y rebosante de su lógica y por ello, la posibilidad de comprender está determinada, por las concepciones del tiempo que se tengan, entre más se tengan mejor, pero hay que escoger algunas. En todo caso hay que festejar la ductilidad del castellano paceño.

 

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