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Revista Ciencia y Cultura

versión On-line ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  n.7 La Paz jul. 2000

 

 

 

Una lectura arquitectónica y urbana de Los cuartos de Jaime Saenz

 

 

Julio López

 

 


Experimentar la espacialización de un texto literario y generar de esta experiencia un espacio habitable, es lo que hemos venido realizando en el Taller Básico C de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Mayor de San Andrés. Hasta ahora las experiencias de este tipo de lecturas son variadas y se han ensayado con estos lenguajes a fin de poder decodificar directrices geométricas que nos permitan desentrañar experiencias espaciales.

Generar un espacio habitable a partir de la lectura de un texto literario es un buen recurso para poder interpretar diferentes alternativas de lo espacial en la escritura. La lectura es vista aquí, entonces, como una especie de acupuntura que al tocar algunos puntos sensibles reproduce un estímulo especial, para luego construirlo y habitarlo.

Se toma en primera instancia la obra de Jaime Saenz, y en especial el relato Los cuartos, por su lenguaje espacial, que tiene ciertas características específicas, y que nos entrega una profunda visión sobre la ciudad de La Paz, sus adaptaciones físicas y mentales. Esto nos permite proponer nuevas manifestaciones formales de lo paceño. En lo que respecta al espacio, la descripción es muy elocuente: el amontonamiento de objetos, los cachivaches, que están uno sobre otro, constituyen un altar de los recuerdos inservibles -creemos que en esta actitud paceña, de los muy viejos, está escondido el espíritu de los barrios1.

La descripción de los cuartos, el olor, la sensación de vacío humano y vacío húmedo generan un tipo de imaginación y una manera de espacializar y de conceptualizar. La visión de los cuartos llega a ser mucho más rica cuando se la conceptualiza, porque el cuarto tiene un orden totalmente espacial; se puede tener todo dentro del cuarto, inclusive jardín (por la cantidad de macetas). Al ver las propuestas llama la atención la revitalización del zaguán y el patio como elementos espaciales que estructuran la sucesión de los cuartos -en algunos casos el balcón es más grande que los patios.

El cuarto es una síntesis de recuerdos y frustraciones que están expresados en objetos que no pueden desecharse. El tener una maceta dentro del cuarto no tiene nada que ver con lo ecológico, sino que es un símbolo de vida, de sumisión, de encierro o recuerdo de algo. El guardar una muñeca o algún almanaque es un umbral, mediante el cual se puede transponer la frontera de lo real para internarse en el mundo de lo mágico y simbólico. El poseer estos objetos, a simple vista vulgares, tiene su connotación y su orden. No es casual que la chancaca esté al lado del almanaque o de la talega de maíz, los une una serie de fuertes emociones atemporales de difícil disolución.

Con las prácticas observamos que el diseño de los cuartos es contradictorio a la lectura; es decir, son espacios de formas espaciales cuadráticas -notándose la ausencia del ángulo recto- y casi vacías, probablemente porque hay una nueva lectura de las costumbres; es como hacer un ordenamiento de las cosas y despojarse de lo inservible aunque traiga recuerdos, tener una visión más clara y limpia de la realidad, probablemente esto lo demuestran esos cuartos casi vacíos, en muchos casos hasta de luz.

Jaime Saenz pudo capturar, apoderarse y discernir no sólo la geografía y topografía de La Paz, sino que es poseedor de sus esencias, fundamentalmente en lo que se refiere a los espíritus de los barrios. Es muy probable que dentro de los grandes patios de los conventillos estén los verdaderos rostros formales de la ciudad. Y si tuviéramos la posibilidad de convertir estos zaguanes en calles o espacios exteriores la imagen paceña sería absolutamente distinta -tal vez la imagen de la verdadera ciudad es inimaginable.

La escritura de Saenz toca ciertas regiones sensibles y nos posibilita percibir la ciudad verdadera con un lenguaje distinto. La maravillosa y total desorganización en los cambios de la vida urbana, y todo materializado en una especie de manejo espacial de la forma, donde la interacción del ocupante con su espacio inmediato, sus dioses y sus miserias, cristalizan una imagen de ciudad ideal, ocultando sus aspectos de frustración y miseria.

En las propuestas espaciales se puede evidenciar la horizontalidad idealizada y un carácter urbano en conflicto. Las imágenes delatan temperamentos impenetrables que se manifiestan en la dificultad de la conexión del interior con la calle: la actividad está dentro y la gran calle es el patio, desembocando en espacios con características de opacidad críptica y una dureza formal extremada en términos de objeto formal.

La arquitectura que nos posibilita esta lectura contradice mucho con los actuales modelos, ya que refuerza mucho la horizontalidad (desecha lo vertical, La Paz no es vertical) permitiendo torsiones que hacen ver las formas arquitectónicas sometidas a alguna especie de tortura.

La postura de los edificios idealiza una estructura que manifiesta su posibilidad de ser móvil o efímera. La Paz es una ciudad donde aparecen y desaparecen seres arquitectónicos con toda naturalidad, ciudad donde emergen formas que sin ningún interés protagónico cumplen un ciclo para luego ser devoradas por el tiempo de la ciudad.

En el carácter de estas propuestas espaciales, lo contemporáneo sobrepasa la imagen cliché de casa (un volumen regular con techo y ventanas), se trasciende el concepto. Las imágenes ahora son de espacios informes, de formas indeterminadas.

La lectura de las propuestas espaciales exigen un esfuerzo intelectual; es decir, su entendimiento constituye una imagen definitivamente provocativa, encendida, vaga, cerrada y a la vez absoluta y probablemente no resuelta, donde el observador ante ese desafío propone mentalmente acciones para mejorar o modificar el mensaje.

La lectura de Los cuartos nos ubica ante una propuesta contemporánea porque los conceptos, en el tratamiento de lo espacial, han conceptualizado la idea de puertas, ventanas o tragaluces, en sentido que su utilidad también está comprometida con el caso del cuarto de la tía. El balcón-ventana está resuelto más como "divisadero" que como una simple entrada de luz.

El tratamiento de luz en los cuartos es subyugante porque propone posibilidades espaciales, por ejemplo en el cuarto de Sócrates (el brujo) el espacio está prácticamente fracturado por una raja de luz, seccionado virtualmente. Su único espacio privado (su cuarto) está en dos instancias a partir de la caída de un pesado muro de luz, como si esta fuera un muro medianero, pero franqueable. Todo esto a efecto de haber proyectado en el techo la única posibilidad de penetración de luz, lo que acentúa el misterio que complementa la imagen del personaje.

En el caso de Soledad es distinto, pues no hay ventanas, sólo una puerta, pero la luz está solucionada de tal forma que un par de muros que delimitan su espacio son translúcidos; es decir, que a determinada hora se encienden dos muros dentro de la habitación, resolviendo de una manera maravillosa la instancia espacial, logrando una claridad edénica. Son conceptos y recursos que las más versadas tendencias de arquitectura contemporánea proponen aún tímidamente: encender la pared en lugar del foco.

Cuando se trata del umbral o de la puerta, en varios casos se torna interesante, ya que a simple vista no existe la posibilidad de penetración a tan curiosas formas, pero esto también está bajo un concepto nuevo: "buscar el ingreso", seguir algunas pistas o dejarse llevar por las formas de tal manera que desemboque en una posibilidad espacial de succión donde la opción de retroceder o no penetrar al patio está negada ya que además la calle ha sido succionada dentro del patio en una afán de contagiarse del protagonismo de los paceños.

Hay una confusión del patio-calle, una mezcla del cuarto y del patio muy bien lograda, pero lo que llama la atención es que son espacios vacíos muy limpios, casi sin la presencia de muros donde la posibilidad de ocupación es muy sugerente, posiblemente como respuesta a los espacios llenos de cachivaches que relata Saenz. Estos son una especie de contraste, puede haber todo o nada, pero igual son bellos. La presencia de objetos intrusos dentro de ellos no afectan su pureza que está resaltada en muchos casos por dobles alturas, el uso de aristas hacia dentro y hacia afuera, etc. La visión interior es posiblemente contradictoria a la complicación de la forma espacial, en muchos casos es extremadamente "limpia", como queriendo hacer una reverencia a los más avezados arquitectos minimalistas.

Lo que resulta curioso es que la curva está prácticamente ausente en toda la expresión formal, probablemente porque no encuentra eco en los personajes de Saenz, aunque estos muestren temperamentos que podrían asociarse a ondulaciones lacónicas.

Parece posible a partir de la lectura de la obra de Saenz, generar propuestas formales impregnadas de un poderoso elixir de paceñidad, pero de esa paceñidad cotidiana, vulgar y humana, efímera y mágica, que resuelve toda posibilidad de dudas existenciales, ese espíritu que convierte ala arquitectura en una caja de resonancias templada al son de la dignidad miserable, igualmente digna como cualquier esquina a la que se refiere Saenz.

Seguramente una arquitectura que tenga esta esencia haría sacudir a los más soberbios "mallkus" demostrando que a pesar de todo existe muy vivo un espíritu del lugar y del tiempo que emerge paulatinamente, cambiando la tez de adobe de la ciudad en tonalidades artificiales, pero siempre vibrantes de energía expresada en términos de cambio.

 

Notas

1 En las Ciudades Invisibles, de Italo Calvino, los relatos están referidos a los espacios urbanos, como a las escalas menores, dentro de lo que constituye cada ciudad.

 

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