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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  n.4 La Paz dic. 1998

 

 

 

Abstractos vs. Figurativos

 

 

Carlos Villagómez

Octubre 1998

 

 


A raíz de dos concursos de arte, uno nacional y otro internacional, se publicaron hace algunos días, diversas opiniones y comentarios acerca del arte contemporáneo boliviano. Estos comentarios establecían puntos de vista que personalmente no puedo dejar de comentar por su chatura ideológica y su banalidad a la hora de juzgar el arte. Por ello, voy a desarrollar tres puntos que resumen mis sentimientos cuando leía esas notas periodísticas.

 

1. Sobre unas preocupantes coincidencias.

Históricamente hablando ha existido y existe aún, un apego incondicional del arte figurativo a los regímenes totalitarios y excluyentes. En diversos casos la preferencia por lo objetivo y palpable ha sido la norma o el estilo que más conviene cuando de reflejar mensajes claros y contundentes se trata. Tanto en el régimen nazi, como en el bolchevique, de antagónicos fondos ideológicos, el recurso claro y directo de la figuración era el arma más contundente para la formación ideológica y política de las masas. La lectura fácil del arte por un público de borregos es, a no dudarlo, una pedagogía llevada por las conveniencias y los intereses de cualquier mensaje: la pureza racial, la fuerza del proletariado, los ancestros o lo auténtico por encima de una libertad artística peligrosa que puede infectar la mente de nuestra población con anarquía y libertinaje. Al recordar la larga lista del arte degenerado o de los trenes a Siberia, encuentro en nuestros comentaristas del arte boliviano preocupantes coincidencias con esa voluntad ociosa de querer conducir a nuestro arte por los caminos correctos, de la figuración campechana y de los motivos combativos, que emiten los mensajes de «nuestros valores», de «nuestros ancestros», de lo que «realmente somos» para evitar la avalancha de degeneración que nos viene de afuera.

Entre una neurótica xenofobia y un lamento boliviano, estas opiniones que hacen carne en varios grupos de artistas «marginales» y centros de formación que se consideran bastiones contra el arte institucional, me permito ilustrar en el siguiente punto los valores universales a los que debe responder nuestro contemporáneo porque si algo me molesta es la mediocridad disfrazada de ancestro y los llantos de la automarginación.

 

2. Alegato por la autonomía DEL ARTE.

Aunque cueste aceptarlo el arte es autónomo y libre en el más puro de los sentidos. Aunque críticos e historiadores se devanen los sesos por tratar de coger el sartén del arte por el mango, terminan quemándose los dedos en el aceite hirviente que calienta el arte. A mi manera de ver las cosas, pretender establecer mensajes de la sociedad, mensajes iconográficos o estilemas ocultos, el arte calienta nuestros sentimientos por una naturaleza propia difícil de entender a la luz del pensamiento cientista que desde el siglo XVIII rige en nuestras mentes. Acorralar los impulsos creativos de cada artista en una interpretación estética es tan peligroso aquí como en la China. Los maniqueísmos de la sociología y de la política, tan queridos por estos lares, son los peores consejeros y guías. Herencia preciada por las generaciones de los 60, estas categorías han mal interpretado el sartén de nuestra historia y son la causa para establecer que es preferible un figurativo «nacional y patriótico», a un abstracto «vende patria, posmoderno y neoliberal». Debemos aceptar que el tema es más simple y que más allá del estilo, de la tendencia o del soporte, el arte boliviano contemporáneo debe ser simplemente o bueno o malo y no esto o aquello.

El arte, a mi juicio, se desprende de sus creadores y de la sociedad en un vuelo mágico y autónomo muy difícil de seguir. Es mejor tener la sensibilidad para gozarlo en su entidad más pura y sin las interferencias que nos llenan la boca pero no el corazón. Ese gozo aludido es el que nos sobrecoge cuando vemos toros de Altamira de Miguel Barceló o de Enrique Arnal, es un gozo que más que ciencia y argumento es puro sentimiento que a los ruidos revolucionarios les parecerá innecesario.

Ahora, y para terminar con este punto, debo dejar claramente establecido que, para definir ese sentimiento, no he usado las palabras bello o bonito. Prefiero hablar del espíritu que yace en las obras relevantes y atemporales que nos ha legado nuestra historia.

 

3. Sobre las metáforas gastronómicas.

En un artículo de mi buen amigo Edgar Arandia se menciona una metáfora que me tienta responderla. Como remate a un alegato por nuestra autenticidad y ancestralidad en nuestro arte, termina el citado texto con un definitivo apoyo al "Thimpu" sobre la hamburguesa Mac Donald's. Debo recordar a Edgar que el thimpu no es más que una versión acriollada del hispano caldo de cordero de Castilla. Es más, el cordero también bajó de los barcos, junto con los cañones y los caballos que nos apalearon siglos atrás.

Pero aquí no se trata de forzar la historia con desplantes que nos alegran hasta los límites de nuestra cordillera. Se trata de poder juzgar sin temor a cualquier visión excluyente de la libertad del arte; incluso, la que se percibía en aquella exposición de arte, que inauguró la cadena Mac Donald's en Bolivia. Fue el colega Mamani Mamani que a pesar de los ancestrales apellidos, tenía unos tonos de rojos que concordaban perfectamente con el ketchup.

Terminaré insistiendo en que no importa para el arte contemporáneo boliviano, esa selección premeditada y obtusa del «esto o aquello,» lo que importa es que el «thimpu» sea un caldo suculento, bien cocinado y no una desabrida sopa de trapos.

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