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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  n.4 La Paz dic. 1998

 

 

 

José Joserín
Cuento oral andino.

Este cuento, relatado por Tomás Katunta, maestro de la escuela de Italaque, fue grabado por Alberto Villalpando en 1966. La transcripción ha sido realizada por Alba María Paz Soldán y Blanca Wiethüchter.

 

 


Dijo que había una cholita que iba diario por leña, así, a los montes. Tenía una madre sola y la cholita recogía leña y por las tardes se iba a la casa. Y mientras tanto, la cholita hablaba con un joven que era de terno negro, durante los días, y la cholita trataba de juntarse con ese joven, con ese caballero, que iba con su bastoncito en el monte; se encontraba con la cholita.

De repente, una de esas tardes, la cholita no llegó a su casa. Su madre desesperada se quedaba en la casa y así también iba a buscar por las policías, así, por todas partes en busca de la hija, y no apareció la cholita.

Cuando pasó mientras ya un año, se recogió ese joven a la cholita; dentro de una cueva ha mantenido durante un año íntegro y tuvieron un hijito, que ese hijito se llamaba José Joserín. Y ese caballero también había sido un oso, no había sido ni un hombre humano, nada. Entonces el chiquito, mientras empujaba la puerta que el padre dejaba con una piedra cerrada a la cueva y ya se iba para en busca de mantenimiento para la cholita y hallaba de comer así más carnes. Traía carne cruda, pero extrañaba de comer la cholita esa carne cruda y decía la cholita: «Anda, ásale pues al fuego siquiera.» Iba el oso a hacer revolcar a la ceniza nada más y le daba de comer a la cholita la carne que es cocida, pero sin embargo no era cocida la carne. Sí. Y mientras el hijito ya decía: «¡Mamá, no llores más!» Porque lloraba la madre; «yo te voy a sacar, mamita, porque esta piedra que nos ha cerrado vamos a botar ya, así vamos, mientras que vaya el padre en busca de mantenimiento pa'nosotros. Porque yo tengo más fuerza ya, mamita, sí. Si no puedo bajarme ayuda usted, mamita.» Entonces la madre, bien afligida ya p'al hijo, de que mientras se van a salir. Así se fueron. Y se van un día de esos, mientras se va el padre a los bosques, así en busca de mantenimiento, y se salieron ya mientras empujando la puerta de la roca. Y así, por encima del barranco se fueron y ahí halló también el padre. El encuentro; y la madre le ayudó a empujar porque: «a dónde está usted yendo», dijo el marido a la cholita. Entonces el hijo ha dicho: «Usted no sabes nada porque nos estamos yendo a todas partes, ya, de aquí nos retiramos.» Un empujón le han dado, al barranco le botó al padre el hijo. Y también la madre le ayudó con la fuerza. Así. Y fue muerto el otro.

Entonces, así llegaron ande la abuela, porque ya es abuelita del chiquito José Joserín, y se recibió a la hija la madre: "¿Dónde está usted hijita, aquí me has llegado, que te he buscado por todas partes. Así por las policías y nunca aparecías." "Ahora aquí tengo, mamita, mi hijito, porque he estado con un caballero juntado así dentro del monte. Me ha mantenido en una cueva. He extrañado bastante también. No he podido comer esas carnes crudas que me ha dado», dijo la cholita a la madre. Así. Entonces, «bueno,» dijo la abuela, «para qué vamos a tener así nomás a nuestro lado al chico, José Joserín, yo creo que podemos poner a la escuela pa'que sepa algo más o menos de leer o escribir.» Y ponieron a la escuela.

Y ha estado en la escuela, el José Joserín, porque ese José Joserín era así medio peludo, la cara. Claro, así los chicos, claro, en la escuela también, dijo cualesquiera de esa forma haiga tratado al chico, que usted ya es así, y así. «Aquí ustedes no me van a tratar de peludo, de nada, sí!» Unos thi'nkanazos le había dado a los chicos, a toditos los chicos, mató de un thi'nkanazo el José Joserín. Y no imaginaba que era el hijo del oso. Los chicos mientras que estaba el profesor en afuera, esto lo ha hecho. Y dijo el profesor: «Y por qué están callados chicos, por qué no están estudiando,» dijo, y entró a la escuela; cuándo encontró muertos, medio que estuvieran escribiendo sobre la mesa también los chicos y levantó del frente; «Oiga chico, escribe, pues. ¿Qué estás haciendo?» Cuando quedó muerto el chico, toditos, pero sin uno. Y el José Joserín escribiendo también. "¿Y quién le ha hecho esto?," le preguntó el profesor al Joserín. «Sabe usted señor, yo he hecho esto» «¿Por qué has hecho?" «Porque estos chicos me han tratado así, así, de eso les he dado unos thi'nkanazos nada más, de eso nomás se han muerto», dijo. Muy bien.

Y tomó la policía atención al Joserín y apenas ha estado un cuarto de hora nomás en la policía y dijo nomás ya luego: «¿Cuándo me han de sacar de esta policía?», dijo a los tres sargentos. Entonces: «Usted, llokalla criminal, aquí no me vas hablar. ¿Todavía tienes ganas de hablar?, tienes que estar unos años aquí arrestado», dijo tres carabineros. Entonces sí que: «aquí no me vas a decir llokalla, ni cosa parecida.» De un empujón sacó la puerta, la reja fuera; así unos lapos le ha dado a los tres soldados y los tres soldados quedaron muertos también. Así. Entonces, el jefe ha salido: «Pa'qué le has hecho esto a los soldados, que los has matado.» «Sabe usted señor, quiero salir de esta policía,» dijo. Y se ha puesto a poner unos tiros de fusil pa'que se muera el José Joserín. El jefe se ha armado entonces, de un disparo le ha tirado al José Joserín. El proyectil ha llegado a la palma de su mano del Joserín, nada más y regresó al mismo jefe y mató también al jefe, el proyectil. Y quedó muerto también el jefe.

Entonces, ya luego, pensaron de que el Joserín le entregaba al rey, a fin de que lo mate el rey al José Joserín. Entonces el rey ha tenido al José Joserín. El José Joserín ha estado en su lado del rey. Después de eso el rey dijo: «Mire usted una cosa que tenemos que hacer aquí. Tenemos una guerra declarada que usted podrías ir tal vez a luchar ahí contra los enemigos". «Como no señor, con mayor gusto». Ha pedido un sable de diez quintales, entonces se lo ha hecho hacer de diez quintales un sable p'al José Joserín y fue a la guerra.

Entonces, en la guerra, con ese sable lo ha derrotado a sus enemigos en la guerra y a toditos de la guerra que estaban presentes sus enemigos, los mató también. Así regresó después de ganar la guerra ande el rey y se presentó: «Aquí me he regresado mi jefe porque la guerra he ganado.» «Muy bien,» dijo el rey.

Entonces, luego también: «Mira una cosa, José Joserín», dijo el rey, «porque usted tienes que ir al monte a recoger setenta quintales de leña.»

Entonces, fue también al monte a recoger setenta quintales de leña, con setenta mulas también. Y llegó al monte. Después de que ha llegado al monte, se ha puesto a recoger la leña el José Joserín y así dejando a los animales a por ahicitos, cuando mientras que esté recogiendo la leña el José Joserín se lo ha comido esos animales: elefantes, tigres, leones, leopardos, todos esos los que existen en el monte, que nadie se asoma en ese monte, ni moscas. Sí, se lo comió y para el rato de cargar dijo el José Joserín: «A ver, ¿dónde están las mulas?». Cuando un montón de huesos nomás ya ha visto. Ya no había ni una mula. Dijo una atención: "¡A ver, leones, tigres, leopardos, reúnase aquí! ¿Quién me lo ha comido a mis animales, que tenían que cargar leña?» Agarrándose una víbora del suelo, viva, sí, con ese chicote entonces, el Joserín ha arreado y tenía que cargar por su orden del Joserín esos animales: los tigres, leones, leopardos, cholsas y todo eso que hay, elefantes. Y él se ha montado sobre un tigre también, con su chicote de víbora. Así fue llevando los setenta quintales de leña, de todos estos animales a la ciudad. Entregó al rey: «Aquí tiene usted mi rey, he hecho llegar la leña, todo esto, porque estos animales le había comido a las muías que usted me daba, señor. Entonces, he traído de estos mismos animales también, de lo que he castigado.» «Muy bien,» dijo el rey. Entonces también, regresé, regresé, también, y dijo ha pensado el José Joserín o el rey: «¡Caramba!, este chico es de una gran fuerza, de gran fuerza. Así's que no se puede hacer nada.»

Porque más antes era el Padre que se ha empleado, eso se ha equivocado, ¿no?. Es un cambio. Bueno, digamos sobre el Padre.

Ande el padre también se empleó. Y el Padre ha estado acompañando con el José Joserín; como de sacristán se ha puesto. Entonces tenía tres soldados, tres carabineros, el padre de la iglesia y dijo: "Mira, José, usted a la media noche me vas a ir a tocar la campana para dar la primera misa.» Y fue. Porque mientras ya eraba colocado tres soldados dentro de la torre. Uno en la entrada con su hacha y otro en el medio con su hacha, otro donde la campana con su hacha también. Los tres soldados. Y fue a la medianoche a tocar la campana el José Joserín. Se asomó en la primera entrada de la torre, cuando un soldado de repente le ha dado un hachazo. Y: «quién era usted,» diciendo, un sopapo le ha dado cuando quedó muerto el soldado. Así, fue subiendo, cuando en la media torre también, a la subida, otro soldado con su hacha también tiró. Le dio también un lapo y quedó muerto el soldado. Seguía subiendo, llegó por fin a la campana de la torre, en la llegada otro soldado dijo que estaba presente también con su hacha: «También, usted, ¿que'stas haciendo aquí? Habías querido robar la campana, ¿no?» Un lapo también le dio y así botó al suelo al soldado. Quedó muerto también. Bueno, tocó la campana al último y escuchando el Padre, el son de la campana: «Pero, ¿por qué ha tocado la campana? Yo creo que esos soldados estaban por ahicito para que le mate a este José Joserín, seguramente se ha dormido», dijo.

Bueno. Así regresó después de tocar la campana se presentó ante el Padre, diciendo de que: «Sabe usted padre, había habido tres ladrones. Lo he matado señor, pa'que no roben nuestra campana.» Y dijo: «Muy bien.»

Bueno. Se ha librado también de todo esto el José Joserín y así no ha podido ni qué hacer nada el Padre. Después le entregó al rey. Bueno, eso ya está terminado. Y por mediante el rey ha sido despachado de una silla de una mula de una dizque así... y con buenos ternitos pa'que se vaya a buscar la vida, durante sus días.

Sí, llegó a un pueblo. En ese pueblo encontró el José Joserín a una concentración de la gente que ha sido concentrada en la plena plaza también. Una señora de luto con dos señoritas llorando se encontraba. Y mientras esa gente concentrada también, ha estado, dijo, con sus fuegos ardiendo, dijo: «¿Qué ha pasado aquí?, ¿Por qué está usted llorando señora?,» dijo el José Joserín. «Sabe usted, joven, de que mi marido se ha muerto y ha salido condenado del sepulcro», dijo al Joserín. «No llores bastante, señora, yo creo que luego te voy a librar. A la noche me acostaré donde su cama del condenado,» dijo el José Joserín. Y con mayor gusto se quedó la señora y las señoritas. Sí, y mientras pedió un desullado, para mantenerse el José Joserín. Después de pedir eso se ha hecho preparar unos buenos asaditos. Así, ha comido el último y dijo: «¿Por qué tanta gente ha concentrado usted, señora? Mil veces debía de despachar tantas personas al condenado», dijo. Y dijo la señora: «Sabe usted señor, porque no hay cómo, no nos deja siempre, nos supera a todos el condenado. De eso estamos a plan de fuego,» dijo. Bueno. Después de todo esto, pa'la noche se ha pedido tres florcitos y así se colocó a los ambos costados del pecho dos flor y uno, así atrás. Después se acostó a la cama del condenado. Y el condenado se presentó a la media noche a lo que estaba dormiendo el José Joserín en su cama del condenado. De encima del techo dijo así: «Uuh, uuh, qué gente humana de fuerza está en mi cama dormiendo», dijo el condenado. Botó a un rincón dentro de la casa al condenado. De nuevo se levantó el condenado, de abrazarlo también al José Joserín. De otro puñete a otro rincón también botó. Y, así, al último le ha vencido el José Joserín al condenado y se ha arrodillado delante de él, diciendo: «Oyes, oyes caballero, usted es de más fuerza que a mí me has vencido bastante. Yo creo que usted se va a quedar el dueño de la casa. Porque sabe usted, yo me he condenado de que tengo muchos entierros dentro de la casa. En las cuatro esquinas, que tengo de plata, de todo. Así's que, para recogerme todo esto he venido, y no me dejaron la gente, la señora. Ahura basta que hemos peleado. Usted va ser el dueño de la casa, se casará usted con mis dos hijas y así lo tiene mi señora a su lado. Ya es su mamá. Y los entierros que tengo, sacan ya. Uno pa'mi gasto del entierro, otro para mi Todo Santos, y otra esquina pa'los gastos, y otra esquina es para sus gastos de ustedes también. Se quedan así y muchas gracias, hasta loigo». Se fue.

 

 

Cecilio Guzmán de Rojas. "Autorretrato." 1918. Potosí. Óleo-lienzo 60x42 cm. Museo de la Real Casa de Moneda. Potosí.

 

Alejandro Salazar. "Metamorfosis." 1987. Acuarela sobre papel, 40x40 cm. Obra destruida.

 

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