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Revista Ciencia y Cultura

versión impresa ISSN 2077-3323

Rev Cien Cult  n.3 La Paz jul. 1998

 

 

 

Iluminado

 

 

Gastón Suárez

 

 


Oia caer unas rocas enormes en hondos abismos. O al viento meciendo la cebada. Y por momentos creía estar aprisionado en medio de un telar de hilos espinosos o se imaginaba que se debatía en un huevo enorme donde sus ojos adivinaban la luz. No lograba comprender el significado de aquel signo pero él quería saber. La voz del otro se acrecentaba en sus oídos produciéndole una tremenda confusión. Era como si las nubes negras que veía tapando el sol, fueran agitadas por un dedo gigante y formaran aquel signo. Y súbitamente un rayo se instalaba en su cabeza y entonces comprendía. Su rostro dejaba de estar en tensión y sus dedos le obedecían dóciles por donde él los guiaba. El camino era penoso, pero a medida que avanzaba, su deseo de aprender era más fuerte. Las gotas de luz iban cayendo una a una en un vaso bifurcado que se conectaba con su cabeza y con su corazón. El otro ya no le hacía retumbar el alma con sus palabras. Se iba volviendo su semejante. Le faltaba trepar todavía, pero ya entreveía el instante de darle la mano, hombre a hombre. El no pudo saber nunca cuántos días y noches pasaban, en tanto subía. Sólo sabía que iba saliendo de un pozo donde se confundían los gritos de su mujer, con el llanto de su hijo, el ladrido de los perros con el viento aullando en la montaña. Eran ruidos pesados. Mas las palabras del otro le llegaban, a veces débilmente, otras con sonoridad, pero siempre aumentando el contenido del vaso. Hasta que un día, mientras su lengua se esforzaba por obedecer las instrucciones de su cerebro, le pareció que el otro iba creciendo ante sus ojos, pues su mirada interrogante empezó a pesarle en todo su ser. Y se sintió desamparado, como un gimiente animalito. Pero de pronto, lengua y cerebro actuaron simultáneamente y salió su voz, su voz nueva, lavada de sombras. Entonces se puso de pie y en su rostro se dibujó también una sonrisa nueva. Las palabras del otro, que había vuelto a ser de su tamaño, eran palabras dulces:

-¡Isico Pucará! ¡Dame la mano! ¡Ya sabes leer!.

Entonces supo que el otro se había convertido en su prójimo y con él, todos los otros. Y se fue a su casa con el alma iluminada.

 

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